¿Qué es la Verdad? - Theosophical Society in America

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La Sociedad Teosófica en América
¿Qué es la Verdad?
PUNTOS DE VISTA : Septiembre-Octubre 2005
Por Betty Bland, Presidenta Nacional
Muchas verdades, aceptadas a través de las edades,
no son tan fuertes y formidables como lo parecen. De
vez en cuando, un grupo de exploradores intelectuales
—filósofos o científicos— puede sacudir nuestra
certidumbre y exponer el punto defectuoso de nuestras
suposiciones.
El famoso Albert Einstein, cuando aún estaba a
mediados de sus veinte años, traspasó las fronteras del
pensamiento de su tiempo. No era considerado un
buen estudiante porque no se aprendía las cosas de
rutina, sino que tenía que explorar las preguntas a
fondo por sí mismo. Por supuesto que tenía un
intelecto penetrante, pero ello le habría servido de poco si no hubiese estado
acompañado por ese deseo de explorar más allá de los paradigmas aceptados. En
1905, publicó cuatro escritos —dos explicaban cómo medir el tamaño y la velocidad
de las moléculas en un líquido, y otro cómo la luz estaba compuesta de fotones (la
base de la física cuántica), y finalmente fue ganador del Premio Nóbel por la teoría
de la relatividad del tiempo y el espacio. Y sólo unos pocos meses después, publicó
otro escrito sobre la condición intercambiable de la materia y la energía, dando a
conocer su famosa ecuación de E=mc².
La ciencia aún se tambalea ante esos hallazgos, descubriendo nuevas
implicaciones cada año. Las teorías de Einstein son un ejemplo extremo, pero
ilustran cuán lejos pueden llegar unas pocas ideas nuevas, cuando éstas se
convierten en parte importante del conocimiento de base, necesario para que otros
futuros buscadores se apoyen en él y continúen edificando.
Tanto si estamos en el mundo exterior de los descubrimientos científicos como en
las exploraciones de nuestra propia conciencia, una mente abierta es el vehículo
esencial que necesitamos para nuestro viaje. Nuestras mentes finitas pueden
relacionarse solo con esquinas muy pequeñas de la verdad, y por eso nuestras
observaciones pueden estar distorsionadas o llevarnos a conclusiones
defectuosas. Considere, por ejemplo, el cuento de los ciegos que estudian un
elefante: uno examina la trompa y asegura que el animal es como una serpiente
gigante; otro que se recuesta a una de sus patas, asegura que es como un árbol; y
otro que lo examina por el costado, dice que cualquier persona inteligente
aseguraría que eso no es un animal sino una pared gigantesca. Este mismo
panorama puede aplicarse a naciones o culturas enteras que se paran en el lugar
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de cada ciego. Las verdades parciales pueden entretejerse de forma muy
engañosa.
En su primer escrito (A los Pies del Maestro), J. Krishnamurti, conocido por sus
esfuerzos para liberar nuestras mentes de las ideas preconcebidas y las ataduras,
habló de la necesidad de distinguir la verdad:
primero en el pensamiento; y eso no es fácil, porque en el mundo hay muchos
pensamientos falsos, muchas supersticiones insensatas, y nadie que esté
esclavizado por ellos puede hacer progreso alguno. Por lo tanto, usted no
debe sostener un pensamiento sólo porque otras muchas personas lo hacen,
ni porque se haya creído en éste durante siglos, ni porque esté escrito en
algún libro que los hombres consideran sagrado; usted debe pensar en este
asunto por usted mismo, y juzgar por sí mismo si ello es razonable. Recuerde
que aunque mil hombres concuerden sobre un asunto, si ellos no saben nada
de ese asunto, su opinión carece de valor. Aquél que avance por el Sendero
debe aprender a pensar por sí mismo, porque la superstición es uno de los
males más grandes del mundo, una de las cadenas de las cuales tiene que
liberarse.
“No hay religión más elevada que la verdad,” el lema inspirador de la Sociedad
Teosófica, significa que siempre, por mucho que nuestras teorías sean
maravillosamente coherentes, la flexibilidad para acomodar una nueva
comprensión de las cosas es un componente necesario para el desarrollo
espiritual. Cuando un nuevo conocimiento o penetración entra barriéndolo todo
como una tempestad del verano, podemos utilizarlo para alimentar nuestro espíritu
mientras nos adentramos en nuevas áreas de madurez. Si negamos la presencia
de la verdad, crearemos una obstáculo que obstruirá la fuente de la cual nos
nutrimos. Esta clase de rigidez es la que hace que algunas personas se conviertan
en creyentes atemorizados, rechacen los cambios, le resten valor a la ciencia, y la
religión sea como una superstición. Como decimos, “No quieren verse confundidos
por los hechos porque ya tienen su mente hecha.” Las personas pueden ser
profundamente heridas por los vientos de la invasión de conocimiento contrario a
sus creencias preestablecidas.
Esto era un tema importante en todos los escritos de la señora Helena P.
Blavatsky. Ella quiso desacreditar el materialismo bruto de los científicos y las
estrechas supersticiones de los líderes religiosos de su época. Su deseo de que la
humanidad pudiera liberarse de esas cadenas tenía eco en el propósito mismo de
los Maestros que la respaldaron. En su obstinada dedicación a la verdad, ella pidió
a todos que cultivaran una mente abierta y un intelecto ansioso de moverse hacia
una madurez espiritual.
Posteriormente en su vida, Einstein rechazó una temprana teoría favorita —la idea
de que para que las estrellas permanecieran en su lugar, moviéndose en forma
relativamente lenta por el espacio, debería existir alguna clase de antigravedad.
Cuando el Rubble descubrió que el universo se estaba expandiendo a grandes
velocidades y que ello eliminaba la necesidad de esta teórica fuerza para impedir
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que las estrellas chocaran entre sí, Einstein decidió que su teoría de la
antigravedad ya no servía. Estaba dispuesto a liberarse de su vieja y querida idea.
Resulta interesante, sin embargo, que años después la rechazada idea de los
efectos de repulsión de la antigravedad, actualmente es llamada energía oscura, y
quizás sea la piedra angular para entender la fuerza que rige en nuestro universo
en expansión y la aceleración cósmica.
La fluctuación en la verdad percibida en las teorías de Einstein refleja el sendero de
la verdad para cada uno de nosotros. Se requiere una mente abierta para realizar
una exploración útil y con discernimiento a cada paso. Algunas veces, cuando
reunimos los datos, puede parecernos que estemos operando bajo concepciones
defectuosas, y que tenemos que ir más allá de las mismas. Y algunas veces en
nuestro crecimiento rechazamos algo como falso, pero luego tenemos que
considerarlo como una verdad a un nuevo nivel. Incluso las ideas que hemos
desechado por alguna buena razón en determinado momento, en otro podemos
descubrir que son válidas en un contexto diferente o a un nivel más profundo.
Algunos de nuestros trasfondos religiosos pueden caer en esta categoría. Aunque
nuestra instrucción religiosa a una edad temprana pueda haber sido dogmática y
restrictiva, el lenguaje esencial de la fe en esas enseñanzas puede tener aún un
poderoso significado mítico que hable a las profundidades de nuestra psique. En un
caso así, la apertura mental incluye el estar deseosos de modificar los juicios sobre
las verdades descartadas, si hallamos que son útiles.
¿A qué ideas podríamos estarnos aferrando y necesitamos abrir nuestra mente
para alcanzar una nueva comprensión? ¿Hay algo que hayamos desechado que
debamos reconsiderar? ¿Podemos mirar nuestros mundos, interno y externo, con
ojos nuevos para que las tempestades de la vida nos enriquezcan en vez de
destruirnos? Si estamos dispuestos a explorar nuestros mundos sobre la base de la
experiencia, del estudio, y de la meditación, las raíces de nuestras vidas
profundizarán en la sabiduría y la verdad. En este contexto, la verdad parece ser
producto de la búsqueda y no de una realidad estática. Podríamos incluso traducir
el lema teosófico como: “no hay mejor forma de buscar la unión con lo divino, que
buscarla seriamente”.
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