De la presidencia imperial al presidencialismo acotado Francisco Casanova Álvarez RESUMEN El sistema político del presidencialismo imperial, caracterizado por el enorme poder e influencia a lo largo de nuestro país, sufrió cambios, que modificaron la institución presidencial y su desempeño este proceso es más evidente después de la transición política de 2000. Además se desarrolla un panorama general desde 1935 hasta 2000, para poder comprender hacia dónde caminan las opciones de la política presidencial y cuál es la propuesta que mejor se aplica a nuestra nación. PALABRAS CLAVE Sistema político mexicano, presidencialismo, sistema parlamentario. FROM IMPERIAL PRESIDENCY TO DELIMITED PRESIDENTIALISM The political system of imperial presidentialism, characterized by a great power and influence throughout our country has changed and modified the presidential institution and its performance. This process is more evident after the political transition of the year 2000. Furthermore, it is an explanation of a general outlook from 1935 to 2000 to be able to understand where the options of presidential politics are heading and the best proposal that can be applied to our nation. KEY WORDS Mexican political system, presidentialism, parlamentary system. 49 I momento, México fuera, a lo largo de la primera mitad del siglo , república federal unas veces, república central otras, y en ocasiones, monarquía, imperio o dictadura. Fue hasta el triunfo definitivo de Jesús González Ortega al mando del ejército liberal sobre las tropas conservadoras de Miguel Miramón en los llanos de Calpulalpan y la promulgación de la Constitución de 1857, cuando el país tomó un rumbo político definido, que ha perdurado hasta nuestros días, adoptando la forma republicana federal, y junto a ella el régimen presidencial, con división de poderes. Pueden, sin embargo, distinguirse claramente dos formas de ejercer la presidencia en el último tercio del siglo . Una fue como la ejercieron Benito Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada, Porfirio Díaz (en su primera presidencia) y Manuel González, hasta 1884, caracterizada por una fuerte competencia entre el ejecutivo y el Congreso, donde el poder del presidente de la república estuvo formalmente acotado y la eficacia de sus decisiones se vio severamente disminuida.4 El Congreso Constituyente de 1856-57 consideró siempre que la verdadera representación nacional estaba en el legislativo, por lo que amplió las facultades de éste reduciendo las del ejecutivo, pensando que en esa forma se prevenía la dictadura, pero aprobó en el artículo 29 la suspensión de garantías como un remedio para dar facultades extraordinarias al ejecutivo cuando la sociedad y la nación pudieran estar amenazadas, a pesar de la argumentación de Francisco Zarco, quien subrayaba lo pernicioso que habían sido para el país las ocasiones en que se habían otorgado facultades extraordinarias a los gobernantes. Pesaron más, empero, las invasiones, rebeliones, asonadas, levantamientos, guerras internas y la inseguridad prevalecientes, para aprobar la suspensión de garantías en dicho artículo. De esta manera, a pesar de las facultades acotadas del presidente de la república, éste contó y utilizó recurrentemente la posibilidad de gober- El sistema político desarrollado en México a partir de la revolución de 1910 se caracterizó por una enorme concentración de poder en la persona del presidente de la república y, paralelamente, por un proceso de institucionalización de ese poder. A primera vista parece una contradicción hablar de un ejercicio personalizado del poder presidencial y al mismo tiempo de una institución concentradora de ese poder; sin embargo, entre esos parámetros se desenvolvió el desempeño de las gestiones presidenciales, por lo menos en los dos últimos tercios del siglo , de 1935 a 2000. Ese supremo poder personalizado en el presidente de la república, ejercido muchas veces en forma arbitraria y discrecional, llevó al maestro Daniel Cosío Villegas1 a definir al sistema político mexicano como una “monarquía absoluta sexenal, hereditaria por la vía colateral”, y más recientemente, Enrique Krauze,2 utilizando la frase de Schelinger, tituló el tercer tomo de su trilogía política La presidencia imperial para referirse al mismo hecho. En esta ocasión centraremos nuestra atención en los cambios que la transición política del país ha introducido en la institución presidencial y en su desempeño. L Desde la Constitución de 1824 se instituyó en nuestro país la figura presidencial, al mismo tiempo que se adoptaba el régimen federal y el principio de separación de poderes. Las vicisitudes de un México “que no acababa de nacer y otro que no terminaba de morir”, como acertadamente explicaba Jesús Reyes Heroles,3 determinaron que según la filiación de los triunfadores del Daniel Cosío Villegas, El sistema político mexicano, México, Joaquín Mortiz, 1979. 2 Enrique Krauze, La presidencia imperial, México, Tusquets, 1997. 3 Jesús Reyes Heroles, El liberalismo mexicano, México, , 1957, 3 vols. Esta es una de las obras más importantes de interpretación política e ideológica del siglo x mexicano. Aquí estamos haciendo referencia al volumen titulado La sociedad fluctuante. 1 María Amparo Casar e Ignacio Marván coordinaron un libro que recoge las experiencias de aquel periodo: Gobernar sin mayoría: México 1867–1997, México, Taurus/, 2002. 4 50 CIENCIAS SOCIOECONÓMICAS nar con facultades extraordinarias, suspendiendo las garantías. Ante la imposibilidad de contar con un fuerte respaldo en el Congreso, así gobernaron Juárez y Lerdo. El primero intentó, infructuosamente, establecer el veto presidencial sobre resoluciones del legislativo, al convocar el 14 de agosto de 1867 a un plebiscito, donde el primero de los puntos a consulta era el restablecimiento del Senado como instancia de contrapeso a la Cámara de Diputados. Ambas propuestas le fueron rechazadas a Juárez por el Congreso y no fue sino hasta el 6 de noviembre de 1874, durante el gobierno de Lerdo de Tejada, cuando se restableció el Senado y se instituyó el veto presidencial, fortaleciendo de esa manera al débil ejecutivo que los constituyentes de 1857 habían creado.5 El triunfo de la segunda rebelión de Porfirio Díaz, en 1876, trajo consigo la incorporación al texto constitucional del principio de la “no reelección”, lema bajo el cual Díaz se había levantado en armas contra Juárez en 1872 con el Plan de La Noria, y que cuatro años después enarboló contra Lerdo de Tejada en el Plan de Tuxtepec. La institución presidencial se había fortalecido con las reformas de 1874, y ahora se acotaba su ejercicio impidiendo la reelección, pues como afirmaba en sus planes el Porfirio Díaz de aquellos tiempos, “que ningún hombre se perpetúe en el ejercicio del poder, y ésta será la última revolución”. Pero a partir de 1884, al dar comienzo la segunda presidencia de Díaz, e instaurarse el gobierno de los “científicos” y con ellos la instrumentación de un claro programa de crecimiento económico, el poder del presidente de la república fue creciendo desmesuradamente hasta convertirse en una dictadura. Lo primero fue echar al saco de los desperdicios la no reelección y erigirse en árbitro supremo de la nación, cooptando, controlando o eliminando f ísicamente a los caciques y caudillos regionales. Los éxitos económicos de la gestión de Díaz se manifestaron en una tasa de crecimiento económico sin precedentes, y el equilibrio y superávit de las finanzas públicas se tradujeron en un fortalecimiento de la imagen del dictador y con ello de la institución presidencial. La construcción de los ferrocarriles unió al país, creó un verdadero mercado interno para la producción nacional, facilitó la transportación Tanto el artículo de Luis González y González, “El liberalismo triunfante”, como el de Lilia Díaz, “El liberalismo militante”, en la Historia general de México, publicada por El Colegio de México en 1977, recrean los acontecimientos de aquellos días. 5 51 de mercancías hacia el exterior (principalmente a Estados Unidos) y permitió la rápida movilización de tropas y avituallamientos militares de norte a sur y de este a oeste, fortaleciendo el control del centro sobre la periferia, y acrecentando el poder del presidente sobre los caudillos y caciques locales. Así, el legislativo se integró con diputados y senadores “leales” al dictador, a quien en última instancia debían el puesto. A lo largo de los 26 años que duró la dictadura, el presidente Díaz contó con un Congreso “a modo”, dócil. La división de poderes se había adecuado, subordinando el legislativo al poder ejecutivo; otro tanto había ocurrido con la relación entre el poder judicial y el ejecutivo, a quien también debían el favor de sus nombramientos. En el ámbito federal las cosas funcionaban de la misma manera, subordinados al presidente de la república los gobernadores de los estados eran, como el dictador, eternos, y le debían sus puestos y con ello su lealtad. Los congresos locales, subordinados por un mecanismo similar a los gobernadores, eran la réplica exacta del sistema cupular y altamente personalizado.6 La revolución mexicana de 1910 derrocó al dictador y rompió el acuerdo político en que descansaba, pero no acabó con el sistema personalizado en el ejercicio del poder, por lo menos en su etapa armada. La caída de Porfirio Díaz y el ascenso de Madero a la presidencia de la república en 1911 dio lugar a la primera elección democrática en México. Madero fue electo por más de 99% de los ciudadanos que, sin embargo, dispersaron su voto para el Congreso, el cual quedó integrado por once grupos parlamentarios, sin que ninguno tuviera la fuerza suficiente para sacar adelante los proyectos legislativos del gobierno, a pesar de los esfuerzos de Gustavo, hermano del presidente. La presidencia de Madero fue débil desde el principio. Los rebeldes habían logrado la victoria en los campos de batalla y habían derrocado al dictador, pero fueron licenciados en virtud de los Tratados de Ciudad Juárez, en que se pactó la renuncia de Porfirio Díaz. Madero, decíamos, no contó con una fuerza suficiente en el Congreso para sacar adelante sus proyectos de gobierno y, por si fuera poco, la insurrección armada no terminó con su toma de posesión el 6 de noviembre de 1911. La figura de Madero se deterioró rápidamente y de ello ha quedado el testimonio en la prensa y en la caricatura de aquellos meses, donde se retrataba a Madero como un enano sentado en un sillón gigantesco o vestido con un traje enorme que representaban a la institución presidencial, la que según esa interpretación le quedaba grande al presidente. La revolución había sacado a flote las expectativas de muchos sectores de la población que hasta entonces estaban dormidas o reprimidas. La extensa y magnífica obra de Daniel Cosío Villegas dedicada al porfiriato en siete de los diez tomos de su Historia moderna de México constituyen el relato más pormenorizado sobre la vida política del país, particularmente los dos volúmenes dedicados a la política interior (publicado en 1970 por Hermes, México-Buenos Aires). 6 52 tucionalización política también se intensificó, dejando atrás el caudillismo. La única limitación a los poderes extraordinarios depositados en la figura presidencial fue la acotación en el tiempo por el principio de la “no reelección” establecido en la Constitución, y éste sufrió un severo revés al modificarse para permitir la reelección del general Álvaro Obregón. El punto culminante de este proceso fue el asesinato del presidente electo el 18 de julio de 1928. El “paso de un país de hombres y caudillos a uno de instituciones y de leyes” quedó magistralmente registrado para la historia nacional en el mensaje político del último Informe de gobierno del presidente Calles.7 La convocatoria de Plutarco Elías Calles para formar un partido que acogiera a todos los caudillos y fuerzas revolucionarias del país dio nacimiento al Partido Nacional Revolucionario () el 4 de marzo de 1929, y constituyó otra pieza fundamental del intrincado proceso de institucionalización política. El y más tarde su Primer Plan Sexenal fueron de gran eficacia en, por lo menos, tres aspectos fundamentales: programa de promoción ideológica, instrumento electoral capaz de movilizar a los electores y mecanismo de disciplina interna entre sus numerosos militantes. Pero al mismo tiempo el partido y su plan sexenal fueron concebidos como un medio para orientar el ejercicio presidencial, acotándolo y manteniéndolo dentro de los límites marcados por el propio plan. Esto es lo que explica la diarquía que operó durante el “maximato” entre el presidente de la república como jefe de Estado y de la administración del país, y el llamado “jefe máximo de la revolución” como jefe político real. El conflicto entre el presidente Lázaro Cárdenas y el general Calles, la expulsión de éste del territorio nacional y la reorganización de los grandes sindicatos de obreros y campesinos, así como la subordinación del partido al jefe del ejecutivo dieron lugar a una mayor concentración del poder presidencial, quien además de jefe de Estado, de la administración pública y del ejérciVéase Lorenzo Meyer, “El primer tramo del camino” y “La encrucijada”, en Historia general de México, op. cit. 7 53 CIENCIAS SOCIOECONÓMICAS La revolución política pronto devino en revolución social; el poder político se fragmentó cada vez más y se transformó en poder militar ejercido por los caudillos. La lucha de facciones y los resultados de la Convención de Aguascalientes en 1916 fueron las manifestaciones más elocuentes de ese proceso. Ni Villa ni Zapata, a pesar de su raigambre popular, de la fuerza de sus ideales y de su compromiso social, pudieron triunfar. El vencedor tenía que ser, a fin de cuentas, Carranza, porque fue capaz de aglutinar con la amplitud que las circunstancias le permitieron la mayor parte de las expectativas, incorporando las demandas de los campesinos y de los obreros al mismo tiempo que ofrecía restablecer el orden jurídico, la seguridad y la paz, convocando a un nuevo pacto político. Cuando Carranza convocó al Congreso Constituyente de Querétaro a fines de 1916 sabía que el nuevo régimen político emanado de la revolución tendría que forjarse en torno de una institución presidencial fuerte. La historia del país así lo requería. Por eso el proyecto de artículo 89 enviado al Congreso Constituyente y aprobado en la Constitución, consagraba al presidente de los Estados Unidos Mexicanos como jefe de Estado, de la administración pública y del ejército, al mismo tiempo que le otorgaba la facultad de veto sobre las leyes aprobadas por el Congreso. Así, la presidencia de la república, electa por voto universal y directo, se instituyó formalmente con gran fortaleza en el texto constitucional, y aunque se preservó el principio de la división de poderes, al jefe del ejecutivo se le otorgó también la facultad de nombrar a los miembros de la Suprema Corte de Justicia. El resultado fue un ejecutivo que no tenía que responder ante el Congreso sino ante la nación en su conjunto, con un fuerte predominio sobre los otros poderes federales. El proceso de centralización política y económica del país actuaron para concentrar aún más los poderes de decisión en el presidente, en detrimento de los gobiernos estatales, cada vez más dependientes de los recursos federales. A medida que el país se reconstruía y se pacificaba en los años veinte, el proceso de insti- to se convirtió en el jefe político indiscutible del y, dada su hegemonía nacional, en jefe político del país, influyendo decisivamente incluso en la designación de su sucesor. Así, Lázaro Cárdenas concluyó el proceso de institucionalización y fortalecimiento de la presidencia de la república, dando origen a la presidencia imperial, para usar la metáfora de Krauze.8 En los años del “milagro económico mexicano”, la creciente intervención del Estado en la economía y la proliferación de las empresas públicas otorgaron aún más capacidades de decisión en materia de rectoría económica al “monarca presidencial” mexicano. gidores, todos debían su postulación al presidente en turno, y éste a su antecesor. Fueron, como decía Cosío Villegas, los tiempos de esplendor de la “monarquía absoluta sexenal, hereditaria por la vía colateral”.9 La gran personalización de las decisiones en el presidente dio lugar a “estilos” de gobierno diferentes, a orientaciones ideológicas distintas (de donde algunos autores norteamericanos10 derivaron la teoría del gobierno pendular), a interpretaciones de la realidad personales y a ejercicios protagónicos en mayor o menor grado. Cárdenas, Alemán, López Mateos, Echeverría, López Portillo y Salinas fueron presidentes de fuerte presencia y decisiones protagónicas; Ávila Camacho, Ruiz Cortines, Díaz Ordaz, De la Madrid y Zedillo lo fueron mucho menos, algunos casi discretos. Las decisiones del presidente no se discutían, se acataban; sus iniciativas de ley, en un Congreso dominado por su partido, pasaban casi en forma automática; la disciplina era absoluta y ¡ay! de aquel que osara insubordinarse; la figura del “señor presidente” era intocable. Ilustrativo de esa situación es la anécdota atribuida a un presidente que pregunta a uno de sus colaboradores “¿Qué hora es?”, a lo que solícito el funcionario responde: “La que usted diga, señor presidente”. Los actos de gobierno estaban justificados por la retórica revolucionaria, y como el presidente no podía equivocarse, las visiones de la revolución cambiaban de un sexenio a otro, pero a pesar de todo hubo un hilo conductor en esa retórica y en la lógica política que le acompañó. Fue hasta los años ochentas, con De la Madrid, cuando se dejó en el olvido a la revolución mexicana y en su lugar, con Salinas, comenzó a hablarse de “liberalismo social”, para nombrar a la versión autóctona del neoliberalismo. En paralelo, la cultura política revolucionaria se fue transformando en una cultura política más participativa y el au- L Consolidado el poder de la institución presidencial y reestructurado el Partido de la Revolución Mexicana () a través de sus sectores, el Pacto de Unión y Solidaridad y los mecanismos de cuotas para la distribución de puestos de elección popular dieron lugar a una organización corporativa piramidal, cuyo vértice fue el presidente de la república en turno (jefe de la familia revolucionaria, lo llamó Brandemburg). Así, en torno a esas dos instituciones políticas, la presidencia y el partido de la revolución, dentro de un esquema de funcionalidad corporativa se desarrollaron las demás instituciones del sistema político mexicano. El presidente gobernaba, era el jefe del Estado, el jefe militar, el rector de la economía y el otorgador de todos los cargos, tanto de la administración pública como de elección popular. En una u otra medida, directa o indirectamente, ningún candidato del y más tarde del , podían serlo sin el beneplácito presidencial. Gobernadores, senadores, diputados federales y diputados locales, presidentes municipales y re- Véase Luis González y González, “El match Cárdenas o la afirmación del presidencialismo mexicano”, en Relaciones, México, El Colegio de México, vol. 1, núm. 1, 1980. Del mismo autor Los días del presidente Cárdenas (Historia de la Revolución Mexicana, vol. 15), México, El Colegio de México, 1981. 8 Daniel Cosío Villegas, El sistema político mexicano, op. cit. 10 Véanse los trabajos de Howard Cline, Mexico: revolution to evolution (Nueva York, 1963) y de Vincent Padgett, Mexican political system (Boston, 1966). 9 54 11 ese proceso se dio en las elecciones federales de 1988, en que compitieron Carlos Salinas por el , Cuauhtémoc Cárdenas por el y Manuel Clouthier por el . Los vaivenes de la economía internacional, la falta de claridad en las metas gubernamentales, la escasez de recursos propios para la inversión, el incremento geométrico de las demandas y la creciente incapacidad para satisfacerlas, se manifestaron en crisis sexenales recurrentes caracterizadas por contracciones del producto bruto interno, desempleo, índices elevados de inflación, altos déficit gubernamentales y devaluaciones cada vez más grandes. Los saldos sociales de los dos últimos decenios del siglo son enormes si se miden por los índices de pobreza. La eficacia y credibilidad del sistema fue cayendo cada vez con más fuerza, en tanto que los escándalos por corrupción se multiplicaron. Gradual, pero acumulativamente, en el Congreso federal, particularmente en la Cámara de Diputados, los partidos de oposición al fueron ganando terreno, mientras que regionalmente se fortalecían también ganando presidencias municipales, diputaciones locales y gubernaturas. La disputa por la elección presidencial en 1988 y la acusación de “ilegitimidad”, llevaron al presidente Salinas a proponer una serie de reformas que fortalecieron definitivamente a los partidos de oposición. Sin embargo, aunque durante sus informes de gobierno tuvieran que pasar por algunos tragos amargos, la posición de los presidentes hacia los legisladores de oposición se puede resumir en la frase de Salinas: “ni los veo ni los oigo”. Fuera del Congreso, ante la opinión pública, si bien algunos medios de comunicación escritos aumentaron el tono e intensidad de sus críticas, la figura presidencial seguía siendo la del poder supremo, la del monarca presidencial, para seguir con la metáfora. Por lo menos, hasta la conclusión de su periodo, Carlos Salinas la ejerció a plenitud. El asesinato de Luis Donaldo Colosio, candidato del elegido por Carlos Salinas para sucederle, durante un acto de su campaña electoral, y los eventos que se sucedieron en esa trágica semana de marzo de 1994, dejaron al monarca sin Jesús Reyes Heroles, op. cit. 55 CIENCIAS SOCIOECONÓMICAS toritarismo corporativo del sistema fue cediendo lugar a la transformación democrática. La crisis del modelo de “desarrollo estabilizador” a fines de los años sesentas y la mayor inserción de México en la economía mundial a partir de su irrupción como exportador de petróleo, aunado a problemas estructurales no resueltos y a fallas de planeación gubernamental, echaron por la borda la oportunidad histórica para reorientar el desarrollo del país y hacerlo más equilibrado, utilizando para ello los recursos petroleros de los años setenta. El proyecto del gobierno de López Portillo para abrir la economía mexicana al exterior, así como los síntomas de descomposición política del sistema después del movimiento estudiantil de 1968, alentaron al entonces secretario de Gobernación, Jesús Reyes Heroles, para proponer una reforma política que abriera cauces a la participación electoral de los grupos y organizaciones opositoras, bajo el principio formulado por Mariano Otero —que Reyes Heroles citaba con frecuencia— de que “lo que resiste, apoya”.11 La (Ley de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales) y las reformas constitucionales que la acompañaron, fueron el principio de los cambios electorales y con ello de una transición política que se extendió a lo largo de un cuarto de siglo. Los nuevos instrumentos jurídicos y las reformas subsecuentes flexibilizaron la participación de las organizaciones en las elecciones, les otorgaron financiamiento público y eliminaron la participación gubernamental de los órganos electorales, entre otras cosas, además de que modificaron la composición de las cámaras de diputados y senadores, creando la figura de representación proporcional y de cargos electorales plurinominales posteriormente. En ese proceso, el , partido hegemónico, sufrió varias fracturas y deserciones de grupos importantes, se redujo significativamente la férrea disciplina partidista que lo había caracterizado, surgieron nuevos partidos y se fortalecieron algunos de los ya existentes, creando un clima de competitividad electoral que era desconocido en México. Uno de los momentos culminantes de sucesor y abrieron una brecha de desconfianza y resentimiento entre el presidente y su partido, acrecentada meses después con el asesinato de José Francisco Ruiz Massieu, secretario general del , atribuido más tarde a Raúl Salinas, hermano preferido (e incómodo) del presidente. La nominación de Ernesto Zedillo como candidato sustituto del respondió a una decisión que muchos analistas atribuyen más a la influencia de José Córdoba Montoya, uno de los colaboradores más cercanos del presidente, que a un proyecto suyo. La realidad parece ser que el hueco de la sucesión se llenó sin alternativas. El temor generado por la rebelión en Chiapas y los asesinatos políticos y el inexplicable mutis de Diego Fernández de Cevallos, candidato del , después de haber ganado el debate televisivo, se tradujeron electoralmente en un triunfo del una vez más, ahora con apenas unas décimas arriba de 50% de los votos. Zedillo estaba predestinado a ser el último monarca presidencial. Pronto demostró su carencia de interés hacia las cuestiones políticas, dedicando toda su energía a los problemas económicos que le estallaron a unos días de haber tomado posesión, y abandonando las decisiones políticas que todos los presidentes anteriores, como líderes reales de su partido, habían tomado, unos con mayor fortuna que otros. El quedó a la deriva cuando el presidente les indicó que mantendría “una sana distancia”; sin embargo, su inexperiencia y falta de interés no significan que no haya intervenido en el partido que cambió con más frecuencia que nunca de dirigentes. A mitad de su sexenio, el perdió la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados, y se inauguró una nueva relación entre el ejecutivo y el legislativo, si bien el partido en el poder mantuvo una mayoría relativa. Acorde con su formación, el presidente Zedillo indujo una elección primaria (como en Estados Unidos) para seleccionar al candidato a la presidencia, que resultó ser su tercer secretario de Gobernación, Francisco Labastida Ochoa, en una contienda que dejó hondas fracturas entre los priístas. El proceso de deterioro del exacerbado presidencialismo mexicano, con sus crisis económicas recurrentes, su pérdida de credibilidad, los excesos presidenciales, las rupturas dentro del y el fortalecimiento de los otros partidos, la creciente oposición, las reformas electorales, el relativo abandono de sus funciones como líder real del 56 El primer presidente de la república surgido de una fuerza política distinta al inició su gestión el 1º. de diciembre de 2000. La percepción generalizada es que los saldos no pueden ser más desfavorables para el gobierno foxista, aún entre algunos de los más recalcitrantes Amigos de Fox. Las grandes expectativas creadas con su discurso del cambio y la contratación de consultorías especializadas para realizar tareas de head hunters, muy pronto se han tenido que enfrentar con las necias realidades del país. El gabinete quedó integrado por personajes que, salvo dos o tres excepciones, destacan por su medianía. De los grandes proyectos iniciales (algunos venían desde la administración pasada): las reformas constitucionales en materia indígena, la reforma fiscal, la reforma eléctrica, el acuerdo migratorio con Estados Unidos, ninguno se concretó conforme a las iniciativas del gobierno federal. La llamada Ley Indígena dejó insatisfechos a sus principales destinatarios, ya que el Congreso legisló y no aprobó automáticamente los acuerdos de San Andrés Larráinzar; la reforma fiscal fue muy distinta a la iniciativa foxista que pretendía homologar el a todos los productos, incluyendo alimentos y medicinas y reducir las tasas del ; la reforma eléctrica se atoró en el Congreso; el acuerdo migratorio se difirió porque las prioridades del gobierno norteamericano cambiaron después del 11 de septiembre de 2001. Hubo, eso sí, mucho show, mucha presencia en los medios de comunicación, incluso con un programa semanal de radio conducido por el presidente de la república. Se quiso llenar espacios todos los días en los medios con noticias intrascendentes; se realizaron casi dos viajes por mes del presidente al extranjero con magros resultados; se manifiestaron las enormes contradicciones y conflictos entre los miembros del gabinete; los recursos públicos para inversión no se ejercieron a tiempo a pesar de que fueron autorizados por el Congreso. Todo ello aderezado por anécdotas, muchas de ellas chuscas, otras grotescas, en las que la figura presidencial se vio involucrada: el saludo familiar al tomar posesión, violando el protocolo que la Constitución establece, la boda presidencial y el beso frente al Vaticano, el L “El —decía un titular de la revista Contenido—12 ganó la presidencia para mostrar su incompetencia”. No es quizás el sentir de todos los mexicanos, pero sí de un sector importante de la población, y es que el estilo personal de gobernar del presidente Fox ha generado muchas dudas sobre su eficacia. 12 Contenido, octubre de 2001, México. 57 CIENCIAS SOCIOECONÓMICAS partido en el poder por el presidente Zedillo, etc., marcharon paralelos a un proceso de creciente independencia de los medios masivos de comunicación respecto al poder gubernamental y a un redimensionamiento de su función crítica. Hay, evidentemente, una relación entre estos dos procesos: la prensa y los medios de comunicación se hicieron más críticos a medida que el presidencialismo se debilitaba, y con ello contribuyeron a reducir los amplios espectros de la arbitrariedad y el autoritarismo presidenciales. Cada vez más los presidentes quedaron más expuestos al escrutinio público y a la crítica. El triunfo electoral de Vicente Fox el 2 de julio de 2000 fue la combinación de todos los factores apuntados, más las debilidades manifiestas del discurso y la desorganización de la campaña del candidato del , así como el indudable carisma proyectado por la personalidad del candidato de la Alianza para el Cambio. Pero los altos índices de popularidad personal del presidente electo no fueron suficientes para lograr la mayoría en ninguna de las dos cámaras, donde el peso de la fracción priísta continuó siendo definitivo y el partido del presidente tuvo que conformarse con el segundo lugar. Hoy el espectro político del país es muy diferente al que tenía en los tiempos de la presidencia imperial, con gobiernos divididos en muchos estados (el ejecutivo en manos de un partido, y el congreso dominado por otro), con un congreso también dividido, con un jefe de gobierno del Distrito Federal de otro partido y con medios de comunicación independientes y agresivamente críticos. La presidencia imperial ha desaparecido. ramo de novia en el avión al iniciarse una de las giras al extranjero, las botas de charol en el palacio real de Madrid, los dislates lingüísticos del presidente, las “babosadas” atribuidas por él a la prensa, la “conchudez” de las esposas de otros expresidentes, etc. Como gran parte del liderazgo y del carisma presidencial es mediático, esto es, proviene de su manejo de imagen en los medios, confrontarlos es como romper el espejo en el cual se mira, y eso es de mala suerte. Aunque sabemos que la popularidad de los presidentes sufre grandes vaivenes, no estaría de más que los mandatarios y su círculo más allegado recordaran las palabras de O´Donnell: “Hoy se les aclama como figuras providenciales, mañana se les maldice como a dioses caídos”.13 Los tiempos de la presidencia imperial pertenecen al pasado. Fox no ejerció un poder absoluto. No es nuestro propósito hacer una radiograf ía de los defectos y bondades (que alguna podrá tener) del gobierno foxista. La presidencia imperial desapareció y, en medio de la transición, vivimos en una opereta presidencial.14 La presidencia imperial desapareció y su restauración es hoy imposible. Ni la composición de las fuerzas políticas ni la cultura política ni los diversos actores políticos participantes permitirían que tal restauración ocurriera. Al margen del anecdotario y del muy personal estilo de gobernar de Fox, bajo el supuesto de que las elecciones de 2000 las hubiese ganado Labastida o Cárdenas, la relación con el Congreso hubiese sido aproximadamente la misma, y los problemas de gobernabilidad serían similares (con diferencias de matices y equilibrios en un gabinete más experimentado, aunque seguramente el anecdotario presidencial no sería tan prolijo y escandaloso). Las reformas electorales introdujeron nuevos elementos para la funcionalidad del sistema político que no han sido debidamente procesados con una reforma a las instituciones del Estado que propicie nuevas relaciones de gobernabilidad. Mientras que por una parte el régimen presidencial se mantiene prácticamente sin cambios, el Congreso trabaja hoy con una lógica más propia de los regímenes parlamentarios y la cultura política de los mexicanos ha sufrido una transformación radical. El fortalecimiento del Congreso con las reformas a su Ley Orgánica y la creación de nuevos órganos como la Junta de Coordinación Política o el Órgano Superior de Fiscalización, así como la nueva correlación de las fuerzas partidistas que lo componen, por ejemplo, no han tenido su contraparte con reformas que actualizaran al ejecutivo en su relación necesaria con el legislativo. El sistema político mexicano se encuentra en un proceso de transición profunda que se inició desde la presidencia de Ernesto Zedillo y que no concluyó con el periodo del presidente Vicente Fox. Si el sistema político mexicano giró en torno de una presidencia de la república muy fuerte y un partido mayoritario, hegemónico durante un largo trecho, funcionalmente corporativo y autoritario, ¿cómo será el nuevo sistema político a que la transición nos llevará? ¿Qué cambios habrá que hacer en la institución presidencial para adecuarla a las nuevas circunstancias? ¿Cómo conjugar la cultura política democrática con un nuevo régimen de partidos? ¿En qué términos debe replantearse la relación entre el ejecutivo y el Congreso? En una palabra, ¿cómo se logrará la gobernabilidad en un marco de pluralidad dentro de un régimen presidencial? ¿O será necesario que las reformas afecten la naturaleza del régimen presidencial y evolucionemos hacia un régimen parlamentario, o uno semipresidencial? Estas son algunas de las preguntas que necesariamente tenemos que hacernos. El tema es muy amplio y sumamente complejo y no pretendemos abordarlo en todas sus dimensiones; pero sí queremos llamar la atención sobre algunos de los problemas a que los mexicanos deberemos dar respuesta en nuestra transición. Pacho O’Donnell, Héroes malditos: la historia argentina que no nos contaron. Buenos Aires, Planeta. 14 La presidencia de Vicente Fox se prestó, como ninguna otra, a la comedia. Un ejemplo claro de ello fue el programa televisivo, de gran audiencia, El privilegio de mandar, que se transmitió entre 2005 y 2006. 13 58 En un sistema presidencial —afirma Lapalombara—16 el presidente, quien es el jefe de Estado y de gobierno a la vez, es independiente del poder legislativo y por tanto no depende mayor ni continuamente de éste para su existencia o sobrevivencia; los poderes legislativos y ejecutivo son interdependientes: el legislativo no esta obligado a aprobar los proyectos de ley que provienen del ejecutivo. El presidente puede vetar las leyes del legislativo; el presidente tiene la facultad de realizar nombramientos, el legislativo tiene la facultad de autorizar o no recursos económicos; el ejecutivo puede apelar directamente al pueblo a través de plebiscitos y referendos, el legislativo puede juzgar y remover al presidente. El presidente tiene una gran injerencia en la designación de los miembros del gabinete, en la presentación de iniciativas de ley y en la prepa- P Maurice Duverger15 afirma que la razón histórica por la que en Europa se desarrolló el régimen parlamentario, mientras que en Estados Unidos se gestaba la institución presidencial, hay que buscarla en las intensas luchas sociales que se libraron en el viejo continente a lo largo de los siglos y . En efecto, la lucha de clases y entre las fracciones de clase fue el fundamento constitutivo de los grupos parlamentarios, especialmente a partir del momento en que la nobleza fue capaz de hacer valer sus derechos frente al poder soberano del monarca. Al surgir la monarquía constitucional en Inglaterra, el parlamento fue absorbiendo las funciones gubernamentales, hasta acuñar la frase “el rey reina, pero no gobierna”. Citado por Javier Hurtado, El sistema presidencial mexicano: evolución y perspectivas, México, Universidad de Guadalajara/, 2001 16 Maurice Duverger, Los partidos políticos, México, , 1965. 15 59 CIENCIAS SOCIOECONÓMICAS Más tarde, al universalizarse el sufragio y surgir los partidos políticos, especialmente los llamados partidos de masas, el parlamento se convirtió en el eje de la vida política europea. En América, en cambio, y particularmente en Estados Unidos, el problema no era frenar el poder del rey con un gobierno parlamentario, sino lograr la unidad entre las colonias, distintas y desunidas, recién independizadas, para consolidar el sistema federal. No se trató de luchar contra el rey o la aristocracia, porque no existían, sino de mantener débil la autoridad central para garantizar los derechos de los estados federados. Por eso el sistema presidencial norteamericano fue un régimen de pesos y contrapesos, mucho más que el régimen parlamentario. Mientras que en el régimen parlamentario los ministros forman parte del parlamento, en el régimen presidencialista los poderes se equilibran; lo que en el primer caso se logra por la rivalidad entre los miembros del parlamento que pertenecen a distintos partidos, en el régimen presidencial norteamericano el equilibrio se da por el conflicto de competencia permanente entre el Congreso y el ejecutivo federal. ración del presupuesto. Se espera que el presidente sea líder de su pueblo, y es éste quien lo elige. es el pueblo quien decide quién poseería la razón: si el parlamento o el gobierno. A lo anterior, habría que agregar que ni el presidente ni los secretarios pueden ser miembros del Congreso y así como el presidente no tiene facultades para disolverlo, tampoco el Congreso puede emitir un voto de censura en su contra. Por último, el presidente puede pertenecer a un partido diferente al que tiene la mayoría en el Congreso. Jorge Carpizo17 ha resumido así las características del régimen parlamentario: Juan Linz,18 por su parte, afirma que la diferencia más importante entre los regímenes democráticos está en cómo se genera la autoridad del ejecutivo y su responsabilidad. En regímenes presidenciales basados en la doctrina norteamericana de separación de poderes, la autoridad del ejecutivo está generada por elecciones directas o indirectas, y no es responsable ante la legislatura. En los regímenes parlamentarios que se han ido desarrollando gradualmente en la Europa occidental, la legislatura es la que genera la autoridad del ejecutivo que, para sobrevivir políticamente, tiene que responder ante las mayorías legislativas. a) Los miembros del gabinete (gobierno, poder ejecutivo) son también miembros del parlamento (poder legislativo). b) El gabinete está integrado por los jefes del partido mayoritario o por los jefes de los partidos que por coalición forman la mayoría parlamentaria. c) El poder ejecutivo es doble: existe un jefe de Estado que tiene principalmente funciones de representación y protocolo, y un jefe de gobierno que es quien lleva la administración y el gobierno mismo. d) En el gabinete existe una persona que tiene supremacía y a quien se suele denominar primer ministro. e) El gabinete subsistirá siempre y cuando cuente con el apoyo de la mayoría parlamentaria. f ) La administración pública está encomendada al gabinete, pero éste se encuentra sometido a la constante supervisión del parlamento. g) Existe entre parlamento y gobierno un mutuo control. El parlamento puede exigir responsabilidad política al gobierno, ya sea a uno de sus miembros o al gabinete. Además el parlamento puede negar un voto de confianza u otorgar un voto de censura al gabinete, con lo cual éste se ve obligado admitir pero el gobierno no se encuentra desarmado frente al parlamento, pues tiene la atribución de pedirle al jefe de Estado, quien generalmente accederá, que disuelva el parlamento. Y en las nuevas elecciones Es por ello que mientras en los regímenes presidenciales el ganador lo gana todo y el perdedor lo pierde todo, en los regímenes parlamentarios el perdedor se convierte automáticamente en el líder de la oposición dentro del parlamento al cual pertenece; cuando la composición del parlamento es plural, el gobierno se integra con miembros de diferentes partidos que forman una coalición. En los regímenes presidenciales, al no ser responsable el presidente ante el Congreso y al provenir ambos órganos (ejecutivo y legislativo) del sufragio directo, el conflicto entre ellos es casi inherente, a menos que el partido del presidente tenga al mismo tiempo la mayoría en el Congreso. A lo anterior hay que agregar los problemas derivados, como en el caso mexicano, de la existencia de dos principios distintos para la elección del ejecutivo y del Congreso. En efecto, el ejecutivo es elegido por un principio de mayoría simple (el ganador es el candidato que obtiene el mayor número de votos), en tanto que el legislativo se elige bajo una combinación del principio de mayoría y del de representación proporcional (por el mecanismo de listas plurinominales). Es así como la Cámara de Diputados se integra por 500 legisladores, 300 electos por el Jorge Carpizo MacGregor, El presidencialismo mexicano, México, Siglo , 1978. Juan Linz y Arturo Valenzuela (comps.), La crisis del presidencialismo, Madrid, Alianza, 1994. 17 18 60 no poder responder de manera unívoca a la pregunta fundamental: ¿quién representa al pueblo, el presidente o los legisladores?, puesto que ambos tienen una legitimidad derivada del sufragio universal y directo. Ciertamente las funciones de unos y otro están determinadas por el texto constitucional, pero en la práctica de gobierno frecuentemente se cruzan y los intereses partidistas con frecuencia se imponen a la razón de Estado. Hay, pues, una legitimidad democrática dual y no es posible pensar que sólo uno de ellos representa la voluntad popular. El problema se complica aún más cuando se trata de sistemas pluripartidistas, pues en el modelo norteamericano clásico el presidencialismo se desenvuelve en el marco del bipartidismo, donde el presidente, aunque no cuente con la mayoría en el Congreso, puede negociar con ella a partir de la fuerza relativa que representa su partido. En los sistemas pluripartidistas, en cambio, los acuerdos entre distintas y a veces polarizadas fuerzas políticas se vuelven casi imposibles y conducen a la inmovilidad y a la ingobernabilidad. Ahí, como en ningún otro, son indispensables los pactos de gobernabilidad. En el caso específico de México hoy tenemos un sistema pluripartidista con marcada dominancia de tres partidos, ninguno de los cuales por sí mismo es capaz de constituir mayoría, aun en alianza con la suma de los partidos pequeños. El régimen electoral que establece un doble principio para la composición de las cámaras, el de mayoría y el de representación plurinominal, complica aún más las cosas, pues los electores votan por candidatos específicos y en virtud de las fórmulas electorales una parte del sentido del voto mayoritario se diluye en las listas plurinominales. La representación proporcional y las listas plurinominales tuvieron razón de ser cuando el espectro político era dominado por un solo partido, pero en las condiciones actuales de competitividad electoral resulta una redundancia (y a veces una distorsión de la voluntad popular). En este tópico, una de las cuestiones que habría que someter a debate es la supresión de los diputados plurinominales, volviendo al principio H Una de las características básicas de todos los regímenes presidenciales es la idea de que el titular del ejecutivo tiene plena legitimidad democrática, pues ha sido elegido en forma directa por el voto ciudadano; pero también el Congreso en sus diferentes cámaras ha sido electo por el voto directo, y en consecuencia también reclama esa legitimidad total. El presidente representa al ejecutivo, pero los diputados representan a la población y los senadores la vigencia del pacto federal. Así, en los gobiernos donde el presidente de la república no cuenta con la mayoría congresional, es frecuente el conflicto entre ambos poderes al 61 CIENCIAS SOCIOECONÓMICAS principio de mayoría y 200 por representación proporcional (plurinominales), y el Senado por 128 legisladores, 64 senadores de mayoría (dos por cada entidad federativa), 32 senadores de primera minoría (uno por cada entidad) y 32 senadores plurinominales. Como nuestro espectro político se halla altamente diversificado y la actual legislación electoral es muy laxa para el registro de partidos y organizaciones políticas, a las que además se les proporciona financiamiento público, el pluripartidismo introduce nuevos elementos de complejidad para lograr lo que en sentido estricto es la lógica de la democracia: llegar a acuerdos de gobernabilidad. En México desde sus orígenes como Estado independiente, después del breve imperio de Iturbide, el peso que el presidencialismo ha tenido en nuestra historia y en nuestra tradición hacen dif ícil, si no es que imposible, pensar en la transición hacia un régimen parlamentario, aunque no hay duda de la necesidad de restringir los otrora poderes absolutos del presidente de la república, ejercidos en forma arbitraria y personal. De la presidencia imperial habremos de transitar a una nueva forma de presidencialismo, en que al mismo tiempo acotemos y fortalezcamos a la institución presidencial, pues de lo contrario estaríamos cancelando toda posibilidad de eficacia y racionalidad en la toma de decisiones. za política. Volver al principio de mayoría para elegir a los senadores parecería la propuesta más racional, simplificando la composición de la Cámara y reduciendo su número a 96 senadores. Otra cuestión pendiente de discutir y resolver es la reelección inmediata de los legisladores, ya que actualmente pueden ser reelectos pasado un periodo por lo menos. Quienes plantean la reelección inmediata afirman que de esa manera se fortalecería aún más a los órganos legislativos al contar con diputados y senadores con experiencia; sin embargo, al permitirse la reelección pasado un periodo, en todas las legislaturas se cuenta con legisladores que ya lo fueron alguna vez, por lo que el argumento no es suficiente en sí. En mi opinión la reelección inmediata daría origen a una falta de renovación de los cuadros partidistas. Por lo que se refiere a la presidencia de la república, el pluripartidismo induce la participación de un número relativamente grande de de elección por mayoría simple en cada distrito electoral. Se simplificaría así la composición de la Cámara de Diputados y se aclararía el problema de la representatividad. A fin de cuentas el principio a adoptar es el de “un voto por cada distrito electoral”, el que objetivamente represente a la mayoría en ese distrito. En el caso del Senado los senadores plurinominales son una aberración, puesto que son electos en circunscripciones que aglutinan a varias entidades, cuando la naturaleza de su representación es la soberanía de los estados ante el pacto federal. ¿Qué o a quiénes representan los senadores plurinominales? Por el mecanismo electoral actual representan no al pacto federal, ni a los estados ante éste, sino a la población de las circunscripciones plurinominales, con lo cual se crea una duplicidad con la representación que ostentan los diputados. El caso de los senadores de primera minoría es distinto, ya que ellos representan en cada entidad a la segunda fuer- 62 63 CIENCIAS SOCIOECONÓMICAS de Seguridad Pública, de Relaciones Exteriores y del procurador general de la República, haciendo intervenir en la decisión a una de las dos cámaras (de diputados y senadores), o a ambas, según el caso. Por ejemplo, que el secretario de Hacienda y Crédito Público fuera ratificado por la Cámara de Diputados; que los secretarios de Gobernación y de Seguridad fueran ratificados por ambas cámaras, al igual que el procurador general, y que fuera el Senado quien ratificara al secretario de Relaciones Exteriores. Ello introduciría un elemento de corresponsabilidad del legislativo con el ejecutivo que actualmente no existe, al mismo tiempo que obligaría a los grupos partidistas en el Congreso a llegar a acuerdos para las designaciones estableciendo compromisos que sin duda mejorarían la rendición de cuentas. Muchos otros temas, como el veto presidencial y el juicio político quedan en el tintero y el tiempo no nos permite abordarlos siquiera sumariamente; quedarán, pues, para otra ocasión. candidatos, con el resultado de que el ganador frecuentemente obtiene menos de la mitad de los sufragios. Al respecto, y con el propósito de que la elección presidencial se resuelva con por lo menos 50% más uno de los votos, subrayando así su legitimidad plena, es conveniente plantear la conveniencia de la segunda vuelta electoral entre los dos contendientes que hayan alcanzado el mayor número de votos en la primera vuelta, si es que ninguno alcanza la mayoría absoluta (50% + 1). Por último, y de manera esquemática, mencionaremos el tema de los nombramientos del gabinete presidencial. Dada la trascendencia que en los gobiernos actuales tienen las decisiones en materia de política económica, de política interior y exterior y de seguridad nacional, cabría plantearse las reformas constitucionales necesarias para que se acotara la discrecionalidad del presidente en los nombramientos de los secretarios de Hacienda y Crédito Público, de Gobernación, Si los tiempos de la presidencia omnipotente y absoluta pertenecen al pasado, si el régimen parlamentario parece no ser una alternativa acorde con nuestra historia y nuestra tradición, es evidente que la transición política mexicana, al margen de las anécdotas, está llevándonos hacia una forma de régimen presidencial acotado, en el que la rendición de cuentas de los responsables del poder público se ha convertido ya en una prioridad insoslayable. El diseño de las características específicas que definirán ese presidencialismo restringido, en un marco efectivo de división de poderes, algunas de las cuales hemos apenas perfilado en las páginas anteriores, es una de las asignaturas que aún están pendientes. En las nuevas condiciones los partidos políticos tendrán que volverse más representativos y responsables ante la nación, y los actores políticos estarán sujetos a una opinión pública cada vez más crítica y exigente, y su actuación estará sometida a un escrutinio riguroso de los medios de comunicación, que a la vez que medios se han convertido también en actores políticos. F C Á es licenciado en sociología por la UNAM, se desempeña como profesor titular “C” tiempo completo definitivo, especializado en temas del sistema político mexicano y metodología de las ciencias sociales, actualmente miembro de la Junta de Gobierno de la UNAM. 64