BERNARDA Mujeres en luto

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BERNARDA
Mujeres en Luto
Adaptación de LA CASA DE BERNARDA ALBA
De: Federico García Lorca
BERNARDA
Mujeres en luto
PRIMERA PARTE
INICIO (PRESENTACIÓN)
Escena I
Criada y Poncia
La Criada y Poncia están en el centro del espacio escénico, totalmente a oscuras. Poncia con un
fósforo enciende un candelabro que sostiene en una de sus manos. La Criada aprovecha el fuego
del candelabro de Poncia y enciende una vela que permite terminar de iluminar la escena.
Ambas hablan en susurro.
CRIADA:
Por fin un poco de tranquilidad.
PONCIA:
¿Viste? Han venido curas de todos los pueblos. La Iglesia está hermosa. En el
primer responso se desmayó la Magdalena.
CRIADA:
Es la que se queda más sola.
PONCIA:
Era la única que quería al padre.
CRIADA:
Si te escuchara Bernarda.
(Risas cómplices)
PONCIA:
(Acordándose con preocupación)
¿La vieja está bien cerrada?
CRIADA:
Con dos vueltas de llaves.
PONCIA:
Pero debes poner también la tranca. Tiene los dedos como cinco ganzúas. (Risas
cómplices) Debes limpiar bien todo, si Bernarda no ve todo reluciente me arrancará
los pocos pelos que me quedan.
CRIADA:
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¡Qué mujer!
PONCIA:
Tirana de todos los que la rodean. Es capaz de sentarse encima de tu corazón y
ver cómo te mueres durante un año sin que se le apague esa sonrisa fría que lleva
en su maldita cara.
CRIADA:
(Irónica) Ella es la más aseada, la más decente, la más alta… ¡Buen descanso
ganó su pobre marido!
(Risas cómplices)
PONCIA:
Han venido todos los parientes de ella. Los de parte de él, la odian.
CRIADA:
¿Hay bastantes sillas?
PONCIA:
¡Que se sienten en el suelo! (Risas cómplices) Desde que murió el padre de
Bernarda no han vuelto a entrar a ésta casa. Ella no quiere que la vean en su
dominio. ¡Maldita sea!
CRIADA:
Todo lo que quieras, pero contigo se portó bien.
PONCIA:
Treinta años lavando sus sábanas, treinta años comiendo sus sobras, noche en
velas cuando tose, días enteros mirando por la rendija para espiar a los vecinos y
llevarle el cuento, vida sin secretos una con la otra, y sin embargo ¡Maldita sea!
(Silencio tenso. Risas cómplices)
CRIADA
Novedad en la noche del duelo: Poncia se revela.
PONCIA:
Pero yo soy buena perra, ladro cuando me lo dicen y muerdo los talones de los
que piden limosna cuando ella me azuza. Mis hijos trabajan sus tierras y ya están
los dos casados. Pero un día me hartaré…
CRIADA:
(Provocadora) ¿Y ese día, Poncia…?
PONCIA:
Ese día me encerraré con ella en un cuarto y le estaré escupiendo un año entero.
“Bernarda por esto, por aquello y por lo otro” hasta ponerla como un lagarto
machacado por los niños, que es lo que es ella y toda su parentela.
CRIADA:
Parece envidia.
PONCIA:
Tiene tres mujeres, tres feas, que quitando a Angustias, la mayor, que es la única
que tiene dinero, mucha puntilla bordada, mucha camisa de hilo, pero pan y uva
por toda herencia.
CRIADA:
¡Ya quisiera tener yo lo de ellas!
PONCIA:
Nosotras tenemos nuestras manos y un hoyo en la tierra de la verdad.
CRIADA:
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Esa es la única tierra que nos dejan a las que no tenemos nada. Claro… Adela es
distinta.
PONCIA:
(Sorprendida) Acá la única distinta es Bernarda, no te atrevas a distinguir a Adela
entre las otras.
Escena II
Bernarda, Poncia y Criada
Entra Bernarda con un candelabro encendido. Poncia y Criada apagan enérgicamente sus luces
artificiales como sorprendidas por el miedo.
Bernarda se coloca en el medio entre las otras dos mujeres.
BERNARDA:
¡Silencio!... Menos gritos y más obras. (A Poncia) Deberías haber procurado que
todo estuviera más limpio para recibir el duelo. (A Criada) ¡Vete! No es este tu lugar.
(Criada sale corriendo) Los pobres son como los animales, parece como si estuvieran
hechos de otras sustancias.
PONCIA:
Los pobres sienten también sus penas.
BERNARDA:
Pero las olvidan delante de un plato de garbanzos.
PONCIA:
Comer es necesario para vivir.
BERNARDA:
No he dejado que nadie me dé lecciones… ¡A comer!
Poncia apaga el candelabro de Bernarda y sale.
Escena III:
Bernarda, Poncia, Criada, Angustias, Magdalena y Adela.
Sentadas a la mesa de forma frontal a los espectadores: Bernarda (en el medio), Angustias a la
derecha de Bernarda, Magdalena a la Izquierda de Bernarda y Adela al lado de Magdalena.
La mesa es un tablón sin caballetes, está sostenido por Poncia en el lateral derecho y Criada en el
lateral izquierdo.
La mesa está cubierta por un mantel blanco.
Arriba de la mesa un plato para cada una (Bernarda, Angustias, Magdalena y Adela), una fuente de
ensaladas que en vez en cuando se sirven, existen algunos tenedores, un poco de pan, etc.
(Se siente sollozar a Magdalena)
BERNARDA:
Magdalena, no llores. Si quieres llorar te metes debajo de la cama. ¿Me has oído?
PONCIA:
¿Habéis empezado los trabajos en las tierras de atrás?
BERNARDA:
Ayer.
CRIADA:
Cae el sol como plomo.
PONCIA:
Hace años que no he conocido calor igual.
BERNARDA:
¿Está hecha la limonada?
PONCIA:
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Sí Bernarda.
BERNARDA:
Que se enfríe bien. Hay que dársela a los hombres.
CRIADA:
Ya les llevé una jarra de limonada bien fresca al patio.
BERNARDA:
Hay que estar atentas. ¿Me oyes Poncia? Que salgan por donde han entrado, no
quiero que pasen por aquí.
ADELA:
(Con una sonrisa pícara) Pepe el romano, estaba con los hombres del duelo.
(Silencio incómodo)
ANGUSTIAS:
¿Cómo?
BERNARDA:
(Ordenando) Dejen de comer que vamos a orar.
(Todas dejan de comer)
ANGUSTIAS:
No, madre. Es necesario que Adela explique.
ADELA:
Lo vi en la ceremonia.
ANGUSTIAS:
No puedes….
BERNARDA:
(Interrumpiendo autoritariamente) Claro que no puede… y no lo hizo, ¿No es cierto
Adela? Díselo a tu hermana.
ADELA:
(A Angustias) No lo hice, Angustias.
BERNARDA:
Las mujeres en la Iglesia no deben mirar más hombres que al oficiante, y a ese
porque tiene falda.
(Empieza a rezar. Todas en posición) Descansa en paz…
TODAS:
Descansa en paz.
BERNARDA:
Con el ángel San Miguel y su espada justiciera.
TODAS:
Descansa en paz.
BERNARDA:
Con la llave que todo lo abre y la mano que todo lo cierra.
TODAS:
Descansa en paz.
BERNARDA:
Con los bienaventurados y las lucecitas del campo.
TODAS:
Descansa en paz.
BERNARDA:
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Con nuestra caridad y las almas de tierra y mar.
TODAS:
Descansa en paz.
BERNARDA:
Concede el responso a tu siervo Antonio María Benavides y dale la corona de tu
santa gloria.
TODAS:
Amén
CRIADA:
¿Qué calor Sra.?
BERNARDA:
Mucho calor. En ocho años que dure el luto no ha de entrar el viento de la calle.
Haremos cuenta que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas. Así pasó en
casa de mi padre y en casa de mi abuelo. Mientras, podéis empezar a bordar el
ajuar. En el arca tengo veinte piezas de hilo con el que podréis recortar sábanas y
embozos. Magdalena puede enseñar a bordarlas, ella sabe hacerlo.
MAGDALENA:
Lo mismo me dá.
ADELA:
(Agria) Si no quieres bordarlas, las de ella irán sin bordados.
(Silencio incómodo)
Criada y Poncia dejan la mesa sobre el suelo. Toman los elementos que yacían arriba y los retiran.
Luego vuelven a entrar y retiran la mesa.
Escena IV
Bernarda, Magdalena, Angustias y Adela.
Todas sentadas en sus sillas, menos Bernarda que se coloca de frente a ellas y de espaldas al
público, aunque de vez en cuando tiene más libertad para moverse.
MAGDALENA:
Ni las mías ni las vuestras. Sé que yo no me voy a casar. Prefiero llevar sacos al
molino. Todo menos estar sentada día y noche dentro de esta sala oscura.
BERNARDA:
Eso tiene ser mujer.
MAGDALENA:
Malditas sean las mujeres.
BERNARDA:
Aquí se hace lo que yo mando. Ya no puedes ir con el cuento a tu padre. Hilo y
aguja para las hembras. Látigo y mula para el varón.
Escena V
Bernarda, Magdalena, Angustias, Adela y Criada.
Todas en la misma posición que en la escena anterior. Entra preocupada La Criada.
BERNARDA:
¿Qué te pasa a vos ahora?
CRIADA:
Me ha costado mucho sujetarla, a pesar de sus 80 años, su madre es fuerte como
un roble.
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BERNARDA:
Tiene a quien parecerse, mi abuelo fue igual.
CRIADA:
Tuve durante el duelo que taparle la boca varias veces con un costal vacío porque
quería llamarte para que le dieras agua de fregar siquiera, para beber y carne de
perro, que es lo que ella dice que tú le das.
MAGDALENA:
Tiene mala intención.
BERNARDA:
Dejadla que se desahogue en el patio.
CRIADA:
Ha sacado el cofre de sus anillos, se los ha puesto y me ha dicho que se quiere
casar.
(Las hijas se ríen)
ADELA:
Permiso (sale)
BERNARDA:
¿Y ésta a dónde va?
MAGDALENA:
La he visto asomada a las rendijas del portón. Los hombres se acaban de ir.
BERNARDA:
¿Y tú a qué fuiste también al portón? ¿Es decente que mujeres de la clase de
ustedes vayan con el anzuelo el día de la misa de su padre?
CRIADA:
Adela no es capaz. Ella lo ha hecho sin dar alcance de lo que hacía, que está
francamente mal.
BERNARDA:
Fuera todas.
Escena VI
Bernarda y Poncia
(Escena solo iluminada por candelabros) La escena sucede en el altar (santuario), y comienza con
un tenso silencio. Poncia arrodillada rezando en susurro y Bernarda a un costado.
PONCIA:
Ya me chocó verla escabullirse hacia el patio. Después estuvo
oyendo la conversación que traían los hombres, que como siempre no se pueden
oír.
BERNARDA:
¿Y que hablaban?
PONCIA:
Hablaban de Paca la Roseta. Anoche ataron a su marido a un pesebre y a ella se
la llevaron en caballo hasta lo más alto. Dicen que iba con los pechos afuera.
BERNERDA:
¿Y qué pasó?
(Luego de un instante)
PONCIA:
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Lo que tenía que pasar. Volvieron de día. Ella traía el pelo suelto y una corona de
flores en la cabeza.
BERNARDA:
Es la única mujer mala que tenemos en el pueblo. ¿Mi hija escuchó?
PONCIA:
¡Claro!
BERNARDA:
Esa sale a sus tías.
PONCIA:
¡Es que tus hijas están ya en edad de merecer! Demasiado poca guerra te dan.
Angustias ya debe tener mucho más de los treinta.
BERNARDA:
Treinta y nueve justos.
PONCIA:
Y no ha tenido nunca novios.
BERNADA:
No ha tenido ninguna novio, ni les hace falta. No hay en cien leguas a la redonda
quien se puede acercar a ellas. Los hombres de aquí no son de su clase.
¿Quieres que las entregue a cualquiera?
PONCIA:
Deberías haberte ido a otro pueblo.
BERNARDA:
Eso. ¡A venderlas!
PONCIA:
No Bernarda, a cambiar. Claro, en otros sitios ellas resultan las pobres.
BERNARDA:
¡Calla esa lengua atormentadora!
PONCIA:
Contigo no se puede hablar. ¿Tenemos o no tenemos confianza?
BERNARDA:
No tenemos. Me sirves y te pago. ¡Nada Más! (Sale)
Poncia permanece en el altar rezando.
Escena VII
Adela, Angustias y Magdalena
Habitación de las hermanas, probándose ropa para seleccionar aquellas que donarían a los
pobres.
ADELA:
¿Has tomado la medicina?
MAGDALENA:
Para lo que le va a servir.
ADELA:
Pero, ¿la has tomado?
ANGUSTIAS:
Yo hago las cosas sin fe, pero como un reloj.
MAGDALENA:
Desde que vino el doctor nuevo, ésta se encuentra más animada.
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ANGUSTIAS:
Yo me siento igual.
ADELA:
¿Se fijaron? Adelaida no estuvo en el duelo.
ANGUSTIAS:
Ya lo sabía. Antes era alegre, ahora ni polvos se hecha en la cara.
MAGDALENA:
Ya no sabe una si es mejor tener novio o no.
ADELA:
Es lo mismo. De todo tiene la culpa esta crítica que no nos deja vivir. Adelaida
habrá pasado mal rato.
ANGUSTIAS:
Le tiene miedo a nuestra madre. Es la única que conoce la historia de su padre y
el origen de sus tierras. Siempre que viene le tira puñaladas en el asunto. Su
padre mató en Cuba al marido de su primera mujer para casarse con ella. Luego
aquí la abandonó y se fue con otra que tenía una hija y luego tuvo relaciones con
esa muchacha, la madre de Adelaida, y se casó con ella después de haber vuelto
loca a la segunda mujer.
MAGDALENA:
Y ese infame, ¿por qué no está en la cárcel?
ANGUSTIAS:
Porque los hombres se tapan unos a otros.
ADELA:
Pero Adelaida no tiene culpa de esto.
MAGDALENA:
No. Pero las cosas se repiten. Yo veo que todo es una terrible repetición. Y ella
tiene el mismo sino de su madre y de su abuela, mujeres las dos del que las
engendró.
ADELA:
Eso no digas, Enrique Humanas estuvo detrás de ti y te gustaba.
MAGDALENA:
Invenciones de la gente. Una vez estuve en camisa detrás de la ventana hasta
que fue de día, porque me chismotearon que vendría y no vino. Fue todo cosas de
lenguas. Después se casó con otra que tenía más que yo.
ADELA:
Y fea como un demonio.
ANGUSTIAS:
Y qué les importa a ellos la fealdad. A ellos les importa tener tierra, dinero y una
perra sumisa que les dé de comer.
(Silencio)
MAGDALENA:
¿Ya saben la novedad?
ADELA:
¿A qué te refieres?
MAGDALENA:
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Se comenta por el pueblo que Pepe el Romano viene a casarse con Angustias.
Anoche estuvo rondando la casa.
ANGUSTIAS:
(Sorprendida) ¿De verdad?
ADELA:
(Intentando disimular su tristeza) Me alegro.
MAGDALENA:
No mientas, Adela. NI tú ni yo nos alegramos.
ADELA:
Calla viborona.
MADGALENA:
Si viniera por el tipo de Angustias, yo me alegraría, por Angustias como mujer.
Pero viene por el dinero. Aunque Angustias es nuestra hermana, aquí estamos en
familia y reconocemos que está vieja y enfermiza. Porque si con 20 años parecía
un palo vestido., qué será ahora que tiene cuarenta.
ADELA:
No hables así. Lamentablemente la suerte viene a quien menos la aguarda.
MAGDALENA:
Pepe el Romano tiene 25 años y es el mejor tipo de estos lugares, lo natural sería
que te pretendiera a ti, Adela, que tienes 20 años, pero no que venga a buscar lo
más oscuro de esta casa.
ADELA:
(Haciendo un sobreesfuerzo para no dar cuenta de su dolor y tomándose la pansa) Puede que a
él le guste.
ANGUSTIAS:
(Llorisqueando) ¡Dios me valga!
Escena VIII
Adela, Angustias, Magdalena y Criada.
Continuidad de la escena anterior. Entra a la habitación la Criada.
CRIADA:
Permiso señoritas, venía a ayudar a bañar a Adela.
MAGDALENA:
Aprovecha hermana, hasta los 21 te bañan como a una Diosa, luego empieza la
decrepitud.
Angustias explotando de llanto, sale corriendo
ADELA:
Has sido muy cruel con ella.
MAGDALENA:
Solo he dicho la verdad. Te dejo disfrutar de tus últimos meses de gloria. (Sale).
ESCENA IX
Adela y Criada
(A Magdalena)
Continuidad de la escena anterior.
Todo va sucediendo mientras la Criada ayuda a sacarle la ropa a Adela.
CRIADA:
Se le ha visto cantar en el establo.
ADELA:
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¿Y qué pasa con eso?
CRIADA:
Si la viera Bernarda, la arrastra de los pelos.
ADELA:
Es que me probé el vestido verde, y me dio ilusión. Pensaba ponérmelo más
seguido.
CRIADA:
Es un vestido precioso. Pero, su madre ha declarado un duelo de 8 años, quizás
debería teñirlo de negro. O… vio… lo de la boda, sería bueno regalárselo a
Angustias para la ocasión.
ADELA:
Si, sé que Pepe el Romano pedirá casarse con ella.
CRIADA:
El dinero lo puede todo.
ADELA:
Ya lo creo.
CRIADA:
¿Qué piensa Adela?
ADELA:
Pienso que este luto me ha cogido en la peor época de mi vida para pasarlo.
CRIADA:
Ya se acostumbrará.
(Adela quedando en corpiño y bombacha)
ADELA:
No me acostumbraré. Yo no puedo estar encerrada. No quiero que se pongan las
carnes como a vosotras. No quiero perder mi blancura en estas habitaciones.
Mañana me pondré mi vestido verde y pasearé por la calle.
La Criada le mira el vientre, Adela se da cuenta que ha sido descubierta, quedan en un fuerte
silencio detenidas una en la mirada de la otra.
Escena X
Bernarda, Poncia y Angustias.
Bernarda en la sala junto a Poncia y Angustias.
BERNARDA:
Maldita particiones.
ANGUSTIAS:
¿Qué pasa mamá?
BERNARDA:
Tienes bastante dinero.
PONCIA:
Y a las otras les queda bastante menos.
BERNARDA:
Estoy cansada que lo repitas. Lo haces al menos una vez por día. (Bernarda se
detiene a mirarle sorprendida la cara a Angustias) ¿Has tenido el valor de echarte polvos
en la cara el día de la muerte de tu padre?
ANGUSTIAS:
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No era mi padre. El mío murió hace tiempo. ¿Es que ya no lo recuerda?
BERNARDA:
Más debes a este hombre, padre de tus hermanas que al tuyo. Gracias a éste
hombre tienes colmada tu fortuna.
ANGUSTIAS:
¡Eso lo tendríamos que ver!
BERNARDA:
Aunque fuera por decencia. ¡Por respeto!
ANGUSTIAS:
Madre déjeme salir.
BERNARDA:
(Con el puño de su manga le refriega la cara a Angustias para sacarle el polvo) ¡Después que
te haya quitado esos polvos de la cara!
La escena se torna violenta en la acción de Bernarda sobre el rostro de angustias.
PONCIA:
(Intentando detener a Bernarda)
¡Bernarda no seas inquisitiva!
BERNARDA:
Aunque mi madre esté loca, yo estoy en mis cinco sentidos y sé perfectamente lo
que hago. (Sigue atormentando a Angustias)
Angustias llora desconsolada.
Escena XI
Bernarda, Poncia, Angustias y Magdalena
Continuidad de la escena anterior.
Entran Magdalena preocupada por los llantos y los gritos.
MAGDALENA:
¿Qué pasa?
BERNARDA:
Nada.
MAGDALENA:
(A Angustias que sigue llorando)
Si discuten por las particiones, tú eres la más rica y te
puedes quedar con todo.
ANGUSTIAS:
Guárdate tu lengua en la madriguera.
BERNARDA:
(Enfurecida) No hagáis ilusiones de que podréis conmigo. ¡Hasta que salga de esta
casa con los pies para delante mandaré en lo mío y en lo vuestro!
Escena XII
Bernarda, Poncia, Angustias, Magdalena, María Josefa y La Criada.
Continuidad de la escena anterior.
Comienzan a oírse las voces de María Josefa discutiendo con la Criada, hasta que entran a la
escena.
MARÍA JOSEFA:
Bernarda, ¿dónde está mi mantilla? Nada de lo que tengo quiero que seas para
vosotras. Ni mis anillos, ni mis vestidos de fiesta. Porque ninguna de vosotras se
va a casar. Ninguna Bernarda. ¡Dame mi gargantilla de perlas!
BERNARDA:
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¿Por qué la habéis dejado entrar?
CRIADA:
Se me escapó.
MARÍA JOSEFA:
Me escapé porque quiero casarme con un varón hermoso a orillas del mar, ya que
aquí los hombres huyen de las mujeres.
BERNARDA:
¡Calle usted madre!
MARÍA JOSEFA:
¡No me callo! Aquí la única con sangre en el cuerpo es la menor.
BERNARDA:
¿Cómo?
CRIADA:
(Intentando cubrir a Adela) No hable cosas que no sabe.
MARÍA JOSEFA:
Claro que sé. Adela es mejor que todas, más inteligente, con mejor mirada.
BERNARDA:
(A la Criada) De qué habla.
CRIADA:
No está bien de su cabeza.
MARÍA JOSEFA:
De la cabeza no estaré bien, pero por suerte Dios me ha conservado la visión tan
aguda como un águila.
BERNARDA:
¡Entonces dí lo que viste!
MARÍA JOSEFA:
A ella y a su hombre, su hombre que se va a casar con otra.
BERNARDA:
¿Qué?
MARÍA JOSEFA:
Como yo, Bernarda. No quiero ver a estas mujeres solteras, rabiando por la boda,
haciéndose polvo el corazón, y yo quiero irme a mi pueblo, y quiero un varón para
casarme y tener alegría, como la más chica de tus hijas.
BERNARDA:
¡Encerradla¡
(A la Criada)
Todas arrastran a la vieja.
MARÍA JOSEFA:
¡Déjame salir Bernarda… dictadora!
Queda en escena solo Bernarda.
Escena XIII
Bernarda.
Continuidad de la escena anterior.
BERNARDA:
(Luego de un silencio tenso)
SEGUNDA PARTE
¿Dónde está Adela? ¡Adela!
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DESARROLLO (CONFLICTO)
Escena XIV
Poncia, Angustias y Magdalena
Están en la habitación de las hijas de Bernarda. Poncia le toma las medidas a Angustias para el
vestido de novia y Magdalena está bordando el ajuar.
MAGDALENA:
Ya he cortado la tercera sábana.
PONCIA:
Eso le corresponde a Adela.
MAGDALENA:
Angustias ¿a éstas les pongo también el nombre de Pepe?
ANGUSTIAS:
(Seca) No.
PONCIA:
Adela ¿no viene?
ANGUSTIAS:
Estará paseando por el jardín.
PONCIA:
Esa tiene algo. La encuentro sin sosiego, temblona, asustada como si tuviese una
lagartija entre los pechos.
MAGDALENA:
No tiene ni más ni menos que lo que tenemos todas.
PONCIA:
Todas, menos angustias.
ANGUSTIAS:
Yo me encuentro bien y al que le duela que reviente.
MAGDALENA:
(Irónica) Desde luego hay que reconocer que lo mejor que has tenido siempre es el
talle y la delicadeza.
ANGUSTIAS:
Afortunadamente, pronto voy a salir de este infierno.
MAGDALENA:
¡A lo mejor no sales!
PONCIA:
Basta de esa conversación.
ANGUSTIAS:
¡Más vale onzas en el arca que ojos negros en la cara!
MAGDALENA:
Por un oído me entra y por otro me sale.
PONCIA:
(Cambiando el tema de la conversación) Esta noche pasada no me podía quedar
dormida del calor.
ANGUSTIAS:
Yo tampoco.
MAGDALENA:
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Yo me levanté a refrescarme. Había un nublo negro de tormenta y hasta cayeron
algunas gotas.
PONCIA:
Era la una de la madrugada y subía fuego de la tierra. También me levanté yo.
Todavía estaba Angustias con Pepe en la ventana.
MAGDALENA:
(Con ironía) ¿Tan tarde? ¿A qué hora se fue?
ANGUSTIAS:
Magdalena, a qué preguntás si lo viste. (Con seguridad) Sabés perfectamente que se
fue a la una y media.
PONCIA:
Pero yo lo sentí marchar a las cuatro.
ANGUASTIAS:
No sería él.
PONCIA:
Estoy segura.
MAGDALENA:
Me pareció lo mismo.
PONCIA:
Oye, Angustias. ¿Qué fue lo que te dijo la primera vez que se acercó a tu
ventana?
ANGUSTIAS:
Nada. ¿Qué me va a decir? Cosas de conversación.
MAGDALENA:
Verdaderamente es raro que dos personas que no se conocen se vean de pronto
en una reja y ya novios.
ANGUSTIAS:
(Ofendiéndose) A mí no me chocó.
MAGDALENA:
A mí me daría no sé qué.
ANGUSTIAS:
No, porque cuando un hombre se acerca a una reja ya sabe por los que van y los
que vienen, llevan y traen, que se le va a decir que sí.
MAGDALENA:
Bueno, pero algo te dijo.
ANGUSTIAS:
¡Claro!
MAGDALENA:
¿Y cómo te lo dijo?
ANGUSTIAS:
Pues nada: “ya sabes que ando detrás de ti, necesito una mujer buena, modosa y
esa eres tú si me das la conformidad.
PONCIA:
Y ¿siempre habló él? ¿Qué más dijo?
ANGUSTIAS:
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Claro que siempre habló él. Yo no hubiera podido. Casi se me salía el corazón de
la boca. Era la primera vez que estaba sola en la noche con un hombre.
PONCIA:
Esas cosas pasan entre personas ya un poco instruidas, que hablan, y dicen y
mueven la mano…. La primera vez que Evaristo, mi marido vino a mi ventana… ja
ja ja.
MAGDALENA:
¿Qué pasó?
PONCIA:
Era muy oscuro. Lo vi acercarse y al llegar me dijo, “buenas noches”, “Buenas
noches” le dije yo y nos quedamos callados por más de media hora. Me corría el
sudor por todo el cuerpo. (Risas cómplices de todas)
Luego se portó bien. En vez de darle por otra cosa, le dio por criar colorines.
MAGDALENA:
Poncia, ¿es verdad que le pegaste?
PONCIA:
A los quince días de la boda, dejó la cama por la mesa, luego la mesa por la
taberna. Y yo tengo la escuela de Bernarda. Un día me dijo no sé qué cosa y le
maté los colorines con mis propias manos.
MAGDALENA:
(Cambiando el tema repentinamente) ¿Qué pena que Adela se esté perdiendo esta
conversación?
ANGUSTIAS:
¿Qué hará?
MAGDALENA:
Yo sé lo que hace.
ANGUSTIAS:
La envidia te come, Magdalena.
Escena XV
Poncia, Angustias, Magdalena y Adela
Continuidad de la escena anterior.
Entra Adela con su vestido verde.
Todas hacen un silencio muy tenso cuando ven entrar a Adela.
PONCIA:
¿Qué haces con ese vestido? ¿Si te viera Bernarda?
MAGDALENA:
Estamos de duelo.
ADELA:
¡Dejadme! Yo hago con mi cuerpo lo que me parece.
MAGDALENA:
Sólo es interés por ti.
ADELA:
¿Interés o inquisición? ¿No estabais cosiendo? Angustias debería poner más
empeño en su vestido de novia… Quisiera ser invisible para poder pasar por las
habitaciones sin que me preguntéis dónde voy.
Entra la Criada
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CRIADA:
Bernarda os llama. Está el hombre de los encajes.
Salen Magdalena y Angustias.
Adela intenta salir y La Poncia se le pone por delante mirándola desafiante. La Criada creyendo
que La Poncia podía golpear a Adela la sujeta de una de sus brazos.
ADELA:
¡No me mires así! Si quieres te daré mis ojos que son frescos y mis espaldas para
que te compongas la joroba que tienes. Pero vuelve la cabeza cuando yo paso.
Silencio tenso.
PONCIA:
Que es tu hermana y además la que más te quiere.
ADELA:
Me sigue a todos lados. A veces se acerca a mi cama para ver si duermo. No me
deja respirar. Y siempre: ¡Qué lástima de cuerpo, qué lástima de cara…, qué pena
que no vaya a ser para nadie! Sin embargo mi cuerpo será de quien yo quiera.
CRIADA:
¡Adela!
PONCIA:
De Pepe el Romano. ¿No es eso? (Silencio tenso) ¿Crees que no me he fijado?
CRIADA:
Baja la voz Poncia, por favor.
PONCIA:
Mata esos pensamientos.
ADELA:
¿Qué sabes tú?
PONCIA:
Las viejas vemos a través de las paredes. ¿Dónde vas de noche cuando te
levantas?
ADELA:
¡Ciega deberías estar!
PONCIA:
Con la cabeza y las manos llenas de ojos cuando se trata de lo que se trata, Por
mucho que pienso no sé lo que te propones. ¿Por qué te pusiste casi desnuda con
la luz encendida y la ventana abierta al pasar Pepe el segundo día que vino a
hablar con tu hermana?
ADELA:
En vez de limpiar la casa y acostarte para rezar a tus muertos buscas como una
vieja marrana asuntos de hombre y mujeres para…
CRIADA:
¡Basta! Bernarda anda cerca.
PONCIA:
No lo digo por tu hermana, ni por ti. Pero quiero vivir en casa decente.
ADELA:
Es inútil tu concejo. Ya es tarde.
CRIADA:
No se lo digas, Adela. Bernarda se enterará.
ADELA:
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Es tarde, Poncia. Y no es por encima de ti que eres una criada, por encima de mi
madre saltaría para apagarme este fuego que tengo levantado entre las piernas y
boca. ¿Qué puedes decir de mí? Que me encierro. Que no duermo, que me visto
como se me da la gana. ¡Soy más lista que tú! Mira a ver si puedes agarrar esta
liebre con tus manos.
PONCIA:
No me desafíes.
ADELA:
Y no tienes idea lo difícil que es recibir el amor entre rejas, con el luto puesto, por
eso me he puesto este verde, que es más liviano y se vuela con el aire.
PONCIA:
Ya no puedo oírte. (Sale)
Escena XVI
Adela y La Criada.
Continuidad de la escena anterior.
CRIADA:
No debiste decirle nada.
ADELA:
Ya no puedo callarlo, se me sale entre los dientes por más que los aprieto con
fuerza.
CRIADA:
Pero la situación es difícil.
Se miran, La Criada le acaricia la panza a Adela.
ADELA:
Esto no puede venir ahora, me tienes que ayudar.
CRIADA:
(Se aleja)
(Se acerca mirándola fijamente a los ojos)
Sabe que lo haré señorita, como lo hice siempre. Pero ahora es mejor que se
saque el vestido y vuelva al luto, siento el respirar furioso de su madre en la nuca.
Adela se da vuelta. La Criada le baja el cierre del vestido, y este cae dejando ver la espalda
desnuda de Adela, solo está con bombacha. La Criada suspira con un poco de nerviosismo y un
poco de excitación.
CRIADA:
Adela, usted es la mujer más hermosa que he conocido en la vida.
Escena XVII
Bernarda
En el santuario. Bernarda torturándose con un cinturón.
BERNARDA:
Es de mujerzuela haber dejado que me invadan los malos hábitos. Estoy de luto y
así será por los próximos ocho años. No debo pensar en mí, en mi cuerpo, nunca
volveré a ver un hombre en mi vida, y no debo desearlo. Prometo señor luchar
contra el mal, contra lo maligno que hay en mí, contra el deseo ardiente y oscuro
del sexo. Ayúdame señor a llevar con honra este luto de mi segundo marido. Ya
no habrá un tercero. Ayúdame señor a enseñar con el ejemplo a mis hijas, sobre
todo a Adela, que es la más débil, que quiere engañarme, pero soy su madre y la
veo cuando no la veo, la siento… Ella es débil y desea lo prohibido, el cuerpo del
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hombre de su hermana. Pero, debo evitarlo, debo enseñar con el ejemplo. No es
de buena mujer soñar eso que sueño. Sueño que tres hombres me acarician. Me
siento avergonzada cuando veo que despacio se meten debajo del vestido. Y no
puedo moverme, no puedo gritar. Sé que en ese momento debo pensar en tu
misericordia, debo protegerme en tu piedad y tu perdón, Pero cuando empiezo
muy lentamente a decir el padre nuestro, uno de los varones me muerde, y eso
me duele, me duele mucho señor. Entonces me concentro y cuando intento
encomendarme a tu madre, siento que me empieza a gustar, lo que me hacen me
gusta mucho. Y ahí me despierto tan avergonzada, y con el cuerpo tan caliente
que podría arder en llamas. Perdón señor, perdón por no ser una buena madre,
una buena viuda y una buena mujer. Perdón.
Muy dolorida queda tirada en el altar.
Escena XVIII
Bernarda, Poncia, La Criada, Adela, Angustias y Magdalena.
Bernarda y sus hijas sentadas en la mesa tomando el té. La Criada y Poncia sostienen el tablón en
las dos orillas.
BERNARDA:
¿Han visto los encajes?
MAGDALENA:
Los de Angustias para sus sábanas de novia son preciosos.
ANGUSTIAS:
Los encajes son muy bonitos para gorros de niños.
ADELA:
(Con intensión)
A ver si ahora a Angustias le da por tener niños.
MAGDALENA:
Va a estar cociendo tarde y noche.
ANGUSTIAS:
Yo no pienso dar una puntada después de la boda, y mucho menos criar.
MAGDALENA:
¿No pensarás que te lo criaremos nosotras?
ADELA:
¿Criar niños ajenos? Mira tú cómo están las vecinas del callejón, sacrificadas por
cuatro monigotes.
ANGUSTIAS:
Esas están mejor que vosotras. Siquiera allí se ríen y se oyen porrazos.
BERNARDA:
Bueno, ya basta de tanto hablar cuestiones sin importancia. En esta casa no hay
motivos para reír, y no somos torpe para andar en porrazos. En mi casa se reza,
se agradece al señor por habernos provisto de pan y de abrigo, se siguen las
leyes naturales de la vida que Dios ha marcado, es ese el sendero de la decencia.
Las del callejón crían niños sin padres, son animales de otra especie, son impuras,
vienen de una familia sin moral, gozan tomar su té con pan duro, ríen mientras los
niños les estrujan los pechos hasta la última gota de leche. Esa es la vida de los
pobres. Ríen llenos de desgracia porque no tienen nada que perder. Sin embargo,
vosotras sí debemos cuidar lo nuestro, que es más mío que de ustedes. Así es
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que no se habla más de las vecinas del callejón, ni de los pobres, ni de las
impuras, ni de nadie que no esté a vuestro nivel.
(Comienza con la oración)
Descansa en paz…
TODAS:
Descansa en paz.
BERNARDA:
Con el ángel San Miguel y su espada justiciera.
TODAS:
Descansa en paz.
BERNARDA:
Con la llave que todo lo abre y la mano que todo lo cierra.
TODAS:
Descansa en paz.
BERNARDA:
Con los bienaventurados y las lucecitas del campo.
TODAS:
Descansa en paz.
BERNARDA:
Con nuestra caridad y las almas de tierra y mar.
TODAS:
Descansa en paz.
BERNARDA:
Concede el responso a tu siervo Antonio María Benavides y dale la corona de tu
santa gloria.
TODAS:
Amén
Silencio
ANGUSTIAS:
Me sienta mal el calor. Estoy deseando que llegue abril, los días de lluvias, la
escarcha, todo lo que no sea éste verano interminable.
BERNARDA:
Ya se irá y volverá otra vez.
MAGDALENA:
Angustias ¿a qué hora te dormiste anoche?
ANGUSTIAS:
No sé, yo duermo como un tronco. ¿Por qué?
MAGDALENA:
No sé, me pareció oír gente en el corral.
BERNARDA:
Deben haber sido los animales. En esta casa a la noche se duerme y nadie sale.
Por las dudas la puerta y ventanas serán tapiadas con madera o ladrillo. Porque
de noche salen los bichos carroñeros, los que buscan problemas, y nosotras no
necesitamos más problemas de los que ya tenemos.
Escena XIX
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Bernarda y María Josefa
En el centro del espacio están las dos mujeres, en una conversación intimista.
Habla solo María Josefa y Bernarda la mira con piedad y dureza al mismo tiempo.
MARÍA JOSEFA:
Ya sé que son ovejas las del campo. Pero, ¿por qué una oveja no puede ser un
niño? Mejor es tener una oveja que no tener nada…Es verdad, está todo oscuro.
Cómo tengo el pelo blanco crees que no puedo tener crías. Mis niños tendrán el
pelo blanco y tendrán otros niños. Y seremos como olas, una, otra y otra. Luego
nos sentaremos todos y todos tendremos el cabello blanco y seremos espuma.
BERNARDA:
Las ovejas no son niños, son animales. Yo era tu niña. Tu única hija. ¿Y tú qué
hiciste?
MARÍA JOSEFA:
Cuando mi vecina tenía un niño, yo le llevaba chocolates.
BERNARDA:
Te pusiste mal de la cabeza, y mi padre tuvo que cuidarte como si fueras un bebé.
Y él se alejó de mí, dejó de tener tiempo para mis cosas de infancia.
MARÍA JOSEFA:
Tú tendrás el pelo blanco, pero no vendrán las vecinas a visitarte.
BERNARDA:
Yo soy Bernarda Alba, y Bernarda Alba no necesita de vecinas.
MARÍA JOSEFA:
Tengo que marcharme, pero tengo miedo que los perros me muerdan. ¿Me
acompañarás tú a salir al campo?
Bernarda reprime el llanto y sale rápido de la escena.
TERCER PARTE
FINAL (DESENLACE)
Escena XX
Adela, Angustias y Magdalena.
Habitación de las hijas de Bernarda. Están Magdalena y Adela durmiendo. Angustias está
buscando desesperadamente el retrato de Pepe el Romano.
Angustias despierta a sus hermanas.
ANGUSTIAS:
¿Dónde está el retrato?
MAGDALENA:
¿Qué retrato?
ANGUSTIAS:
Una de ustedes lo ha escondido.
MAGDALENA:
Tienes la desvergüenza de decir eso.
ANGUSTIAS:
Estaba en mi cuarto y ya no está.
ADELA:
¿Y no se habrá escapado a media noche al corral? A Pepe le gusta andar con la
luna.
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ANGUSTIAS:
Me gustaría saber cuál de vosotras lo tiene.
Escena XXI
Adela, Angustias, Magdalena, Poncia y Bernarda.
Continuidad de la Escena anterior.
Entra Bernarda seguida de Poncia, esta última lleva un candelabro con velas encendidas. Ambas
mujeres ingresan preocupadas por la discusión entre las hermanas.
BERNARDA:
¿Qué es este griterío en mi casa? Estarán las vecinas con los oídos pegados a los
tabiques.
ANGUSTIAS:
Me han quitado el retrato de mi novio.
BERNARDA:
¿Cuál de vosotras? ¡Contestarme! (A Poncia) Registra el cuarto,
Poncia deja el candelabro y comienza a registrar.
BERNARDA:
(A Angustias) Lo has buscado bien.
ANGUSTIAS:
Sí, madre.
BERNARDA:
Me hacéis el final de mi vida beber el veneno más amargo que una madre puede
resistir. (A Poncia) ¿No lo encuentras?
PONCIA:
(Buscando bajo la almohada de Magdalena, lo encuentra) Aquí está. Silencio tenso. Entre las
sábanas de Magdalena.
BERNARDA:
(A Magdalena) ¿Es verdad?
MAGDALENA:
(A punto de romper en llanto) Es verdad. (Silencio tenso)
BERNARDA:
(Avanzando y golpeando a Magdalena) Mala puñalada te den, ¡mosca muerta!
ANGUSTIAS:
Déjela por favor.
BERNARDA:
(A Magdalena) Ni lágrimas te quedan en esos ojos.
MAGDALENA:
No voy a llorar para darle el gusto.
BERNARDA:
¿Por qué has cogido el retrato?
MAGDALENA:
¿Es que yo no puedo gastar una broma a mi hermana?
ADELA:
No ha sido broma, que tú nunca has gustado de esos juegos. Ha sido otra cosa
que te reventaba en el pecho por querer salir. Dilo claramente.
MAGDALENA:
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Calla y no me hagas hablar, que si hablo se van a juntar las paredes
de la vergüenza.
ANGUSTIAS:
Yo no tengo la culpa de que Pepe el Romano se haya fijado en mí.
ADELA:
Por tu dinero.
BERNARDA:
¡Silencio! Yo veía la tormenta venir. ¡Pero que pedrisco de odio habéis echado
sobre mi corazón! Tengo tres cadenas, una para cada una, y ésta casa está
levantada por mi padre para que ni las hiervas se enteren de mi desolación.
¡Fuera de aquí! (Las tres hijas salen)
(Con intención)
Escena XXII
Poncia y Bernarda.
Continuidad de la Escena anterior.
PONCIA:
¿Puedo hablar?
BERNARDA:
Habla.
PONCIA:
Angustias tiene que casarse en seguida.
BERNARDA:
Claro, hay que retirarla de aquí.
PONCIA:
No a ella, a él.
BERNARDA:
¿Qué piensa tu cabeza? Te conozco demasiado para saber que ya me tienes
preparada la cuchilla.
PONCIA:
Siempre has sido lista. Has visto lo malo de la gente a cien leguas; muchas veces
creí que adivinabas los pensamientos. Pero los hijos son los hijos. Ahora estás
ciega.
BERNARDA:
Deja de indirecta.
PONCIA:
Bernarda, aquí pasa una cosa muy grande. Yo no te quiero echar la culpa, pero tú
no has dejado a tus hijas libres. Magdalena es enamoradiza. Tienes muy altos los
humos.
BERNARDA:
Los tengo, porque puedo tenerlos. Tú no los tienes porque sabes muy bien cuál es
tu origen.
PONCIA:
No me lo recuerdes, siempre agradecí tu protección.
BERNARDA:
No lo parece.
PONCIA:
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(Envuelta en odio) Adela
(Silencio tenso)
es la verdadera novia de Pepe el Romano.
BERNARDA:
Mis hijas me respetan y jamás torcieron mi voluntad.
PONCIA:
Pero cuando las dejes sueltas se te subirán al tejado.
BERNARDA:
Yo las bajaré a piedrazos.
PONCIA:
Pero lo que son las cosas. A su edad. ¡Hay que ver el entusiasmo de Angustias
con su novio! Ayer me contó mi hijo mayor que Pepe el Romano salió de tus
tierras a las cuatro y media de la madrugada.
BERNARDA:
¡Mentira! Yo vi cuando Angustias se fue a acostar. Si la gente del pueblo quiere
levantar falso testimonio, se encontrará con Bernarda Alba. ¿Me entiendes?
PONCIA:
Mi hijo no miente y yo tampoco. Algo habrá.
BERNARDA:
No habrá nada. Nací para tener los ojos bien abiertos. Ahora vigilaré sin cerrarlos
hasta que me muera. Tú te metes en tus asuntos. ¡Aquí no se vuelve a dar un
paso sin que yo me entere!
Escena XXIII
Adela y La Criada.
En el santuario las dos mujeres hablando en susurro.
ADELA:
Ya no aguanto el horror de estos techos, después de haber probado el sabor de
su boca. Seré lo que él quiere que sea. Todo el pueblo contra mí. Perseguida por
los que dicen que son decentes, y me pondré la corona de espinas que tienen las
que son queridas por algún hombre casado.
CRIADA:
No creo que sea buena idea hablar de esas cuestiones en un lugar como éste.
ADELA:
No hay otro lugar, mi madre está muy atenta. Es imposible hacer o decir algo sin
que ella meta sus narices.
CRIADA:
La casa es un convento.
ADELA:
Voy a dejar que se case con Angustias, ya no me importa, pero yo me iré a una
casita sola donde él me verá cuando quiera, cuando le venga en ganas.
CRIADA:
Entonces sigue pensando lo mismo.
ADELA:
Sí, tú me dijiste que lo has hecho muchas veces.
CRIADA:
Pero, esto es distinto
ADELA:
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Le he robado a mi madre, tengo para pagarte bien.
CRIADA:
No es eso, es miedo. Su madre últimamente duerme con un ojo abierto. Si se
entera me colgará del árbol más alto de su campo.
ADELA:
Tiraremos todo al arroyo, ella hace mucho que no camina por esos lugares, no se
lo permite su cuerpo y la salud.
CRIADA:
¿Y usted?
ADELA:
Yo fingiré un resfrío con fiebre… ¿Qué pasa? Te dije que voy a pagarte bien.
CRIADA:
Y yo le repito que no hace falta.
(Las dos se miran, La Criada le acaricia el rostro. Adela baja la mirada avergonzada y sale)
Escena XXIV
María Josefa, Poncia, Magdalena, Angustias, Adela, La Criada y Bernarda
Escena solo de acciones:
María Josefa ingresa al cuarto de las hijas de Bernarda, revuelve buscando algo, no encuentra, se
aflige, toma una almohada, lo acuna como a un bebé, le da un beso, muy despacio se acuesta en
una de las camas y se queda dormida.
Mientras eso sucede, en el centro del espacio, se encuentran cenando en el habitual rito de la
comida.
La escena demora dos minutos y muy lentamente se va bajando la luz de todos los espacios hasta
construir el apagón.
Escena XXV
Poncia, Adela, La Criada y Bernarda.
A oscuras se siente UN GRITO.
CRIADA:
¡¡¡No!!!!
Se encienden dos candelabros: el de Bernarda y La Poncia. A Partir de ahí se ilumina el Santuario.
Está Adela ensangrentada arriba del altar, acaba de intentar un aborto realizado por La Criada.
La Poncia y Bernarda comienzan a horrorizarse cuando van viendo todo.
LA CRIADA:
Ella me dijo… que se lo sacara.
La Poncia se abalanza sobre la Criada y la golpea, hasta que ésta (La Criada) sale corriendo.
La Poncia se mira con Bernarda
BERNARDA:
¿Dónde están mis hijas?
PONCIA:
Todo es raro, es una noche distinta, todas están durmiendo a pesar de los gritos y
los golpes. No entiendo.
BERNARDA:
Mejor así.
Mi hija ha muerto de tuberculosis, de tuberculosis y virgen. Y no digas nada. No
quiero llantos. Dile a tus hijos que te ayuden a llevarla a la sala, y limpia todo.
Quiero todo bien blanco para recibir el duelo.
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