El pensamiento ilustrado en la literatura del siglo XVIII Teresa

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Buen
Gusto
El pensamiento ilustrado en la literatura del siglo XVIII
Teresa Quirós Almendros
Índice
1. La importancia del término en el siglo XVIII…………………………3
2. La evolución semántica de “buen gusto” durante el siglo XVIII……...4
3. Informe estadístico……………………………………………………11
4. Análisis y comentario de los resultados……………………………….13
5. Bibliografía……………………………………………………………16
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1. La importancia del término en el siglo XVIII.
El concepto “buen gusto” es uno de los más complejos, importantes y característicos
de entre aquellos que conforman el léxico clave del siglo de la Ilustración en España. Es
realmente sorprendente la frecuencia con que este concepto es usado por los escritores
de la época, como podremos comprobar más adelante, hasta el punto de que no se
encuentran términos que le sean competentes en ese sentido. Tal es así que del término
pudiera hacerse una obra monográfica que manifieste el recorrido que ha seguido y su
paulatina acumulación de sentidos, desde su aparición hasta finales de siglo.
La mayor importancia del término radica en que, desde Europa, había quienes
afirmaban que la expresión de “buen gusto” tuvo su origen en España. De este modo se
afirma en la introducción titulada “Teórica del buen gusto” de Bernardo Trevisano que
encabeza un libro de procedencia italiana titulado Delle riflessioni sopra il buon gusto
nelle Scienze e nelle arti, escrito por Antonio Muratori y conocido por gran parte de los
ilustrados españoles. Probablemente fuera el ilustrado Mayans uno de los primeros en
leer la obra y darla a conocer a sus amigos. También lo hicieron Finestres o Burriel años
después. Entre los primeros que difundieron esta afirmación tenemos a los Padres
Mohedano, mediante el prólogo de su Historia literaria de España (1766). Sin
embargo, fue Juan Pablo Forner a través de su obra Oración apologética por la España
y su merito literario, quien en 1786 más contribuyó a la divulgación de aquella
afirmación de Trevisiano:
La expresión buen gusto nació en España, y de ella se propagó a los países mismos que,
teniéndola siempre en la boca e ignorando de donde se les comunicó, tratan de bárbara a
la nación que promulgó con su enérgico laconismo aquella ley fundamental del método
de tratar las ciencias (Forner, 1786:101).
A esta afirmación de Forner le corresponde una nota en la que nos indica lo
siguiente: “Dícelo expresamente Bernardo Trevisiano en la Introducción que escribió a
las Reflexiones sobre el buen gusto de Muratori” (1786: 186).
Por su parte, Menéndez Pelayo se sorprendió sobre el origen español de la expresión
“buen gusto” y se cuestionó si aquella afirmación era realmente cierta y, si lo fue,
quienes fueron los primeros en emplearla. Al respecto, contamos con ciertas
aclaraciones llevadas a cabo por Menéndez Pidal que nos permiten trazar una historia
del término desde antes del siglo XVIII y que veremos en el tercer punto del trabajo.
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2. La evolución semántica de “buen gusto” durante el siglo XVIII
Como ya se había hecho mención con anterioridad, Menéndez Pidal llevó a cabo
diversas observaciones respecto a la expresión “buen gusto” que nos permiten trazar, de
forma aproximada, su evolución histórica desde antes del siglo XVIII.
En primer lugar, y antes de abordar un análisis del uso y evolución del sentido de la
expresión en el siglo XVIII, cabe reiterar la afirmación de su origen español. El que esto
se tenga por cierto se debe a que ya era usada con bastante frecuencia por la reina Isabel
la Católica, como bien lo expresa Menéndez Pidal:
La Reina Católica traía a menudo en los labios una expresión desconocida en tiempo de
Juan de Mena: buen gusto, hija de un nuevo factor moral que el humanismo fomentaba.
Solía decir la Reina Isabel que “el que tenia buen gusto llevaba carta de
recomendación”, y en este dicho de la Reina vemos lanzada, por primera vez en nuestro
idioma, esta afortunada traslación de sentido corporal para indicar la no aprendida
facultad selectiva que sabe atinar, lo mismo en el hacer que en el decir, con los modales
mas agradables, los que mas dulzor y grato paladeo dejan de sí. La expresión se usa en
seguida también en Italia: ya la usa el Ariosto, quizá tomada del español. Al menos,
Bernardo Trevisano la atribuía a los españoles (1942:64).
Posteriormente, asistimos a una evolución del concepto: Lope de Vega entendía el
gusto como algo independiente del raciocinio o juicio, hasta el punto de que podía ser
opuesto a él: “porque a veces lo que es contra lo justo / por la misma razón deleita el
gusto” (Menéndez Pidal, 1958:100-1). Una nueva evolución vino después de mano de
Gracián, quien, según palabras de Menéndez Pidal:
hace suya esta expresión y la maneja mas que ninguna otra de sus favoritas, y le da gran
desarrollo; pues es capital en su pensamiento, siempre afanoso por la difícil sazón y el
justo punto; la aplica mucho a la literatura (“es uno de los libros del buen gusto, “el
buen gusto de Herodoto”) y toma en fin la palabra gusto no en sentido del deleite
mismo, espontaneo y a veces irracional, según la tomaba Lope, sino significando una
facultad hermana del juicio, mas especial que este, una aptitud que discierne
exquisitamente cualidades y defectos relativos al agrado, y que es fundamento de toda
discreción, guía para todos los aciertos del vivir (1958: 90).
Así pues, Gracián se erige como el escritor que más contribuye para que el concepto
del gusto, siendo ahora un nuevo criterio para el agrado y la belleza, se extienda en
todas las lenguas modernas.
En lo referente al uso de la expresión en el siglo XVII, podemos concluir afirmando
que se trata de uno de los términos recurrentes entre los círculos cortesanos de España.
Una vez en el siglo XVIII, asistimos a una importante evolución del término: hasta la
fecha, el uso de la expresión “buen gusto” se había limitado al plano de las
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consideraciones estéticas (en relación al agrado o desagrado que nos producen las cosas,
además del aspecto práctico-moral que Gracián le otorgaba), ahora, dentro de la centuria
dieciochesca, nos encontramos con una ampliación semántica.
Desde el mundo literario y a partir de la publicación de la Poética de Luzán de 1737,
el “buen gusto” empieza a ser entendido como una expresión que se opone a la estética
barroca:
No faltaron sabios españoles que se opusieron a esta novedad, impugnando el estilo que
llamaban culto, procurando hacerle ridículo y despreciable. Entre éstos fueron los más
señalados don Francisco de Quevedo, Miguel de Cervantes y aun el mismo Lope de
Vega y otros que distinguían lo bueno y preferían la naturalidad a la afectación; pero
venció el número, el mal gusto y la ignorancia vulgar, que se hallaba bien con este fácil
modo de dar apariencias de sublime a un estilo sin substancia, sin gusto y sin crítica.
Añadióse a esto el haber Lorenzo Gracián acreditado para con los españoles tan
depravado estilo en su Agudeza y arte de ingenio, como para con los italianos Emanuel
Tesauro en su Canocchiale aristotélico. Desde entonces empezó a faltar en España el
buen gusto en la poesía y en la elocuencia, y exceptuando algunos que supieron
preservarse de la común infección, todos los demás dieron en seguir a ciegas el estilo
afectado y cargado de metáforas, de hipérboles y de conceptos falsos, con tanto exceso,
que muchos por imitar a don Luis de Góngora consiguieron aventajarse en los defectos,
sin llegar jamás a igualar sus aciertos. Se abandonaron casi del todo las canciones, y
demás composiciones líricas, conservándose apenas los sonetos, que se forjaban
regularmente por el modelo de los de Góngora (Luzán, 1789:31).
Así pues, los críticos del siglo XVIII llevan a cabo sus observaciones bajo el criterio
del buen gusto, desaprobando todos los “excesos” cometidos por lo literatos del siglo
anterior y erigiendo como modelo los aciertos de los del siglo XVI, el de Garcilaso: “a
mi entender, se deberá también apreciar más un soneto afectuoso de Garcilaso, o de
Lupercio Leonardo; o de otro cualquier poeta de buen gusto, que todos los conceptos y
toda la afectación de Góngora, o de otros poetas del mismo estilo”(1974:136).
En esta misma línea de Luzán, Montiano calificaba en 1753, el siglo XVI como el
periodo del buen gusto.
Aun así, es obligado aclarar que no es acertado ligar la defensa del buen gusto al
clasicismo del siglo XVI, puesto que en la época dieciochesca nos encontramos que, en
el terreno de lo estético, coexisten tendencias antónimas. A pesar de sus oposiciones, lo
que mantienen en común los autores del siglo ilustrado es la defensa y restitución del
buen gusto. Así pues, en la misma medida en que avanzaba el siglo, el término se
extiende hasta el punto de que se lo adjudican unos y otros autores, como es el caso de
Torres Villarroel, quien se registra entre los escritores de buen gusto. Este hecho hizo
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del “buen gusto” un término automatizado, generalizado hasta el punto de asignarse sin
tener en cuenta un criterio concreto.
Una de las cuestiones más importantes en torno a la evolución semántica del
concepto, es la extensión que experimenta desde el ámbito de la apreciación estética al
intelectual. Desde el terreno de la apreciación estética, hoy día el diccionario de la Real
Academia nos da para el tratado término la acepción “facultad de sentir o apreciar lo
bello o lo feo”, que ejemplifica con la frase “Diego tiene buen gusto”, y la acepción
“cualidad, forma o manera que hace bella o fea una cosa”, que ejemplifica con esta otra
frase: “Obra, traje de buen gusto”. Si bien estas acepciones se ciñen a nuestro
concepción actual del término, no lo hacen en el caso siglo XVIII, para el que tendrían
que ser sustituidos “lo bello” y “lo feo”.
Pues bien, tal como ya hemos advertido, el término sufrió una ampliación semántica
que le llevó a ocupar el ámbito intelectual. Ahora, el sentido de “buen gusto”
comprende todos los saberes y ciencias. Teniendo en cuenta esto, los Padres Mohedano
definieron la expresión del siguiente modo:
Es el bueno gusto un noble y exquisito discernimiento con que se distingue lo útil y
agradable de lo inútil, ordinario y grosero. El buen gusto antes de toda reflexión decide
de la calidad de los conocimientos, como un bien paladar sentencia sobre el sabor de los
manjares (Forner, 1789:43-4).
En la misma línea que los Padres Mohedano, Montengón afirmaba lo siguiente:
No tenemos otra expresión con que indicar el fino discernimiento, juicio y aprecio del
alma en todas las materias de las ciencias y las artes que la expresión del gusto,
tomándola del que experimenta el paladar en los buenos o malos manjares que prueba; y
así, solo por metáfora podemos llamar buen gusto al precio que forma el entendimiento
de cualquiera objeto de las artes y ciencias que se le presenta (1801: 336).
Como vemos aquí, el “buen gusto” permite diferenciar lo mejor en el orden
intelectual, y esta acepción del término la encontramos en los textos desde las primeras
décadas del siglo. Tal es así que en los estatutos de la Real Academia Española fue
establecido que ésta se encargaría “de examinar algunas obras de Prosa y Verso para
proponer, en el juicio que haga de ellas, las reglas que parezcan más seguras para el
buen gusto, assi en el pensar como en el escribir” (1715 Estatutos Ac., en Dicc.
Autoridades I, p. XXIX).
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Siguiendo en esta misma línea, y a mediados de siglo, el escritor Juan de Aravaca
nos ofrecía la siguiente definición del término:
El adquirir las Ciencias pide con efecto mucho estudio, mucha penetración, mucho
sesso y sobre todo un discernimiento exacto que acierte a dar a cada cosa su intrínseco
valor y no equivoque el merito de lo Autores y de los Escritos. Este discernimiento, que
unos llaman Buen gusto y otros critica, no es producción de un capricho que se
abandona a su antojo sin reconocer leyes y reglas que le contengan en los limites de los
razonable y de lo justo, sino un conocimiento despejado, vivo, delicado, distinto y
precisivo de la verdad, hermosura y proporción de los pensamientos o ideas y de las
expresiones de que se compone una obra. Este gusto distingue con exactitud lo que
conviene al assumpto y lo que es proprio y characteristico de las personas, percibe lo
que corresponde al modo y lo que piden las circunstancias de cada cosa; y al mismo
tiempo que nota, por un conocimiento delicado y exquisito, los primores y gracias que
están esparcidas en la obra, percibe todos los defectos, entiende con toda precisión en
que consisten y en lo que se apartan de los principios de la naturaleza de las reglas y del
arte. Y a la manera que el paladar percibe los diferentes sabores por aquella sensación
que en él se halla que se llama gusto, assi el gusto intelectual que dexamos explicado
siente la diferencia de perfecciones o defectos que se hallan en los Autores, distingue
otros y no se le esconden las cosas agenas de que se ha valido para mezclarlas con las
suyas. Este buen gusto ha de nacer, en algún modo, con nosotros, assi como el más
exquisito discernimiento que se halla en el paladar para distinguir con delicadeza los
grados de suavidad y sazón de los manjares es don de la naturaleza. Pero se aumenta y
perfecciona el gusto en materias de Literatura con la continua lección de buenos libros
(Pedro Álvarez de Miranda, 1992:501).
Del fragmento que acabamos de ver, podemos destacar, en primer lugar, los amplios
márgenes del “buen gusto”, lo que se constata de la afirmación de que este es necesario
para la adquisición de las ciencias. En segundo lugar, la asociación entre buen gusto y
critica. En tercer lugar, el hecho de que la capacidad de discernimiento intelectual
responde a leyes y reglas; y en último lugar, la afirmación de que el buen gusto se puede
adquirir y perfeccionar con el estudio y la lectura.
A menudo, el buen gusto aparece asociado, además de a la critica, a la erudición y el
juicio:
Antes de entonces dudo yo se conociese entre nosotros aun el nombre de tragedia, y
mucho menos las Poéticas de Aristóteles y Horacio, ni regla alguna de poesía dramática;
pero muy pronto se llegaron a conocer, no por los que escribían para dar sus
composiciones a las compañías cómicas, que por lo común eran ignorantes y no
pensaban en más reglas que la de sacar el dinero al vulgo, haciéndole reír, o
entreteniéndole con necedades; sino por los hombres de erudición y buen gusto (Luzán,
1789:38).
Si la ignorancia de algunos poetas ha estragado un arte de suyo utilísima, no por eso se
ha de condenar absolutamente la comedia, no siendo razón que laste uno los delitos del
otro, ni que se atribuyan al arte los yerros y abusos de los artífices. Sean, pues,
censurados los malos poetas y reprobadas las malas comedias, pero quede intacto el
aprecio debido a los buenos poetas y a los dramas escritos con juicio, con buen gusto y
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según las reglas de la perfecta poesía, que como subordinada a la moral y a la política,
no sólo no estragará las costumbres, pero antes bien contribuirá muchísimo, con
insensible y suave atracción, a la enmienda de los vicios y defectos y a la práctica de las
virtudes, deleitando y enseñando a un tiempo mismo (Luzán, 1789:193).
Fuera de que siempre confiesso que nos hacen los Estrangeros ventaja en el número,
siendo entre ellos más universalmente conocido el buen gusto, la erudición y la Crítica
(Luzán, 1990:137).
Otras muchas personas a quienes conozco y venero por su erudición y buen gusto, a
todos les he oído alabar esta obra (Pedro Álvarez de Miranda, 1992:502).
París es el centro de las Ciencias y Arte4s, de las bellas Letras, de la erudición, de la
delicadeza y el buen gusto (Menéndez Pelayo, 1947: 238).
Los eruditos lucen en cualquiera facultad con preferencia a los que sin este adorno viven
desvanecidos creyendo que no hay mas que saber lo que saben. Estos no alcanzan jamás
lo que es buen gusto ni lo que es critica, porque carecen de los rudimentos con que se
llega a conseguir tan necesarias luces (Pedro Álvarez de Miranda, 1992:502).
Como podemos comprobar a través de estos fragmentos, el buen gusto se aprecia
como una cualidad de la persona, y que supone conocimientos enciclopédicos muy
variados desde gramática, retorica, filosofía, historia, geografía, matemáticas, etc.
Además, el aprendizaje de estas materias, no sólo supone la adquisición de buen gusto,
sino que también, lleva al individuo a alcanzar la erudición.
Tal como estamos viendo, el concepto de buen gusto había sufrido un gran proceso
de ampliación, lo que muy acertadamente corrobora este fragmento del Diario de los
literatos:
Si nuestros Españoles aplicassen la perspicacia y viveza de su ingenio al estudio de esta
ciencia [las matemáticas] y a la Philosophía experimental, no tuviéramos necesidad de
recurrir a los Maestros Estrangeros. Las Academias de Sevilla y Madrid están
entregadas a este género de estudios con tanta felicidad, que nos prometen la total
restauración del buen gusto y los adelantamientos mas importantes en la Medicina y en
la Phýsica (1737:158).
Y tal fue el punto al que había llegado dicho proceso de ampliación que el concepto
superó los límites estéticos. Asimismo, el buen gusto ya no quedaba reducido a la
capacidad de discernimiento intelectual, sino que había llegado a hacer referencia a la
afición al estudio, las letras y las ciencias. Es por ello que lo más común es encontrarnos
la expresión acompañada de un complemento preposicional que denomine el objeto de
la afición:
Además de estas razones que persuaden la necesidad que ay de que se fabrique en esta
Corte una nueba Casa de Moneda con las calidades necesarias, ay otras que la
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persuaden igualmente a todos los que tienen ydeas justas de la Política y de la buena
constitución de un estado Monárquico, en el qual producen admirables efectos y
utilísimas conseqüencias aquellas obras grandes que, executadas por particulares para su
privado uso, serían tachadas con razón como efectos de un luxo immoderado, pero
hechas por el Príncipe para usos públicos son testimonio de la magnificencia del mismo
Soberano, del buen gusto de la Nación en las Ciencias y Artes, de la buena economía y
govierno de sus Ministros y de las justas ydeas que unos y otros tienen de las cosas
(Luzán, 1990:199).
Los siglos de la decadencia de las letras han dado con su propio demérito materiales
para un gran número de escritos: y el digno mérito de los que restableciéron la literatura
y las artes no los ha dado sin duda para ménos. Restablecido el buen gusto de los
estudios, propagada la Imprenta, y con ella el deseo de perpetuar cada qual su nombre
por su medio, no cabe en expresiones el número de escritos que hasta nuestros dias se
han publicado para darnos noticia de los que escribiéron algunas obras, y de las obras
mismas que produxéron (Francisco Aguilar Piñal, 2001:99).
Hay quatro puentes de piedra sobre el Arno, mui bien construidos, particularmente el
de la Trinidad, comparable, por su ligereza y elegancia, al de Neully, con arcos de tres
centros, obra antigua, en la qual, como en los muchos palacios de esta Ciudad, se ve el
buen gusto de la arquitectura y la magnificencia de sus príncipes. La vista de Florencia
desde las orillas del río, con los puentes, los estribos laterales y los edificios que le
ciñen, por una y otra parte, es bastante parecida, aunque en pequeño, a la de París sobre
el Sena (Manuel Silvela, 1867:436).
Por una parte, instruido en todo quanto pasa dentro de la Inquisicion por haver exercido
en la de Corte cerca de quatro años el empleo de secretario; y por otra, inclinado
naturalmente al buen gusto de la literatura; enemigo capital del fanatismo (Llorente,
Lama 1995:122).
Tal es la ampliación semántica del término que llega incluso a designar la afición a
actividades industriales y comerciales:
Los extranjeros tendrán buena acogida y los naturales tomaran de ellos gustosamente las
luces que les falten para sus manufacturas y comercio. Resultado de todo que, con esta
útil comunicación, vendrá a echar raíces el buen gusto en las fábricas y en el comercio
por toda España (Campomanes, 1750: 151).
Así pues, si entendemos el buen gusto como una afición al saber, obtendremos el
grado de cultura de un pueblo y su progreso. A su vez, hemos visto que el buen gusto
fue entendido como una capacidad que puede ser fomentada e inculcada, tarea que se
propuso la Ilustración y que vemos refleja en los escritos de:
Mayáns:
Para el veneno de tantos i tan malos libros no ai remedio mas eficaz que el contraveneno
de muchos bueno. ¿Cómo ha de reinar el buen gusto, si no se fomenta? (Pedro Álvarez
de Miranda, 1992:504).
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En tres o quatro años podría estar todo publicado y mudaría de semblante la
Jurisprudencia española i la disciplina eclesiástica i la historia, y de un golpe se
introduciría en buen gusto en nuestra nación (Pedro Álvarez de Miranda, 1992:505).
He señalado los medios de introducir la erudición i el buen gusto (ibíd.).
Burriel:
Sin duda aquella obra (el Diario de los literatos) era un medio mui propio para plantar
la erudición i buen gusto en España (ibíd...).
Ha manifestado el Inquisidor General mucha ansia de establecer el buen gusto y
fomentar las letras en la nación (ibíd).
Estas providencias, parte miran o consisten en la reformación universal de estudios y
extensión de las letras y buen gusto […], parte consiste en la calidad de las obras que se
han de imprimir (ibíd).
Yo he conocido valer esta obra (la Biblioteca Hispana de Nicolás Antonio) 12 pesos;
hoy vale 100; señal clara de que ha crecido mucho el conocimiento y buen gusto (ibíd).
Y Luzán:
Supongo también igualmente notoria la necesidad que hay en España de que se
restablezcan las ciencias, las artes liberales, el buen estilo, el buen gusto (ibíd.).
Que con especial empeño y generosidad protejan a los literatos, promuevan los estudios
útiles y el buen gusto (ibíd.).
Todos lo Académicos deben conspirar a un mismo fin, que es la ilustración de las
Ciencias y las Artes, la erudición y el buen gusto, y que estos beneficios se extiendan a
toda la Nacion (ibíd.).
Pues bien, tal como ocurrió con otros términos que se habían convertido en expresiones
frecuentes del vocabulario de los ilustrados, también se ironizó sobre este término.
Aunque estas posturas se fueron haciendo cada vez mas comunes en la medida en que el
siglo XVIII avanzaba, desde mediados de siglo cuentan con un representante: Vicente
Calatayud:
A mi me basta […] conservar el buen nombre de nuestra Escuela y la estimación que
desde su fundación se ha merecido en toda la Europa con su método de enseñar, que
ahora quieren desterrar algunos Modernos con la libertad de discurrir y el buen gusto en
estudiar (Álvarez de Miranda, 1991: 848).
Tales en parte son lo que, preocupados de sobrado afecto a la novedad y buscando más
el buen gusto que la utilidad y solidez de las Ciencias, que pide cada una de ellas
muchos años de aplicación y desvelo, se han arrogado el nombre de “nuevos
reformadores” (ibíd.).
Quantos Autores en estos ultimo siglos han pretendido con el pretexto de reforma
desterrar de las Escuelas Católicas la Theología llamada Escolástica, empezaron la
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maniobra persuadiendo la ninguna o poquíssima utilidad (y tal vez perjuicio) de la
Filosofía Aristotélica, y el ningún buen gusto en su estudio (ibíd.).
Estos fragmentos nos sirven, pues, de prueba de que la expresión de “buen gusto”, antes
incluso de 1760, ocupaba un lugar privilegiado dentro de los términos representativos
de la Ilustración.
3. Informe estadístico.
Para la expresión “buen gusto”, estableciendo una búsqueda en CORDE, en el periodo
comprendido entre los años 1700-1799, para todo tipo de tema, de medio y en España,
encontramos la siguiente estadística:
En el siguiente gráfico aparece reflejado el número de casos en que la expresión “buen
gusto” fue empleada en los años más significativos del siglo XVIII:
45
40
35
30
25
Casos
20
15
10
5
0
1724
1737
1753
1758
1764
1773
1787
1790
1793
Otros
Como podemos observar, el numero de casos en que la expresión “buen gusto” fue
empleada es muy variable a lo largo del siglo.
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Ahora bien, si esta misma información la transformamos en porcentajes, obtenemos
esta otra gráfica:
Porcentaje
1724
1737
1753
1758
1764
1773
1787
1790
1793
otros
En este otro gráfico aparecen reflejados en número de casos en que la expresión
“buen gusto” fue empleada según los diversos temas:
80
75
70
65
60
55
50
45
40
35
30
25
20
15
10
5
0
Casos
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Dentro de los temas que ocupan las letras del siglo XVIII, la prosa histórica se erige
como el que más veces registra la expresión de “buen gusto”, de modo continuado a lo
largo de toda la centuria. Los autores que principalmente tomaron este concepto a la
hora de confeccionar obras de prosa histórica fueron Leandro Fernández de Moratín con
sus libros de viajes, y el José Francisco de Isla con sus cartas y relaciones. Siguiendo a
este, tenemos el tema de la prosa científica, donde también resultó recurrente el uso de
la expresión “buen gusto”, especialmente en 1737, año de la publicación de la Poética
de Luzán. Además de este autor, otro posible a destacar en esta misma línea es Hipólito
Ruiz, quien se sirvió del término en sus obras de botánica.
Ahora bien, si esta misma información la transformamos en porcentajes, obtenemos
esta otra grafica:
Temas
Prosa histórica
Prosa científica
Prosa de Sociedad
Verso dramático
Prosa didáctica
Prosa narrativa
Verso lírico
Prosa dramática
Prosa jurídica
Verso narrativo
En total son 276 los casos en que la expresión “buen gusto” aparece en nuestras
letras, en el siglo XVIII, repartida en un conjunto de 86 documentos.
4. Análisis y comentario de los resultados.
Una vez confeccionada la evolución semántica del término a lo largo del siglo
XVIII, y las estadísticas que reflejan el número de casos por año en que el concepto
aparece en los textos y en relación a que tema, trataremos ahora de poner en común esa
información.
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Como ya habíamos mencionado, en el siglo XVII el concepto de “buen gusto” se
encontraba limitado al plano de las consideraciones estéticas, en relación al agrado o
desagrado que nos producen las cosas. Para un autor de la época como Lope, el buen
gusto es independiente del raciocinio o juicio, mientras que, para un coetáneo suyo,
Baltasar Gracián, es dependiente del juicio y conforme a él, permite discernir las
cualidades relativas al agrado. Es decir, Gracián otorga al término un aspecto practicomoral.
Decíamos, pues, que a inicios del siglo XVIII, el término tiene una fuerte acepción
estética, y un fuerte uso, especialmente en relación a la temática artística. Este hecho lo
demuestra uno de los autores que más empleó la expresión: Antonio Palomino y
Velasco, quien en 1724, publicó la obra El Parnaso español pintoresco laureado. En
ella, el término de “buen gusto” hace referencia a la pintura:
[…]y así hizo en Orán cosas muy señaladas del servicio de Su Majestad; y si hubiera
seguido solamente el Arte de la Pintura, según su habilidad y excelente ingenio, sin
duda fuera eminente en él; porque en pequeño pintaba cosas de muy buen gusto, como
son laminitas para joyas y retratos pequeños, en que gastaba los ratos ociosos (pag.
204).
Luis de Sotomayor, natural del Reino de Valencia, aunque oriundo de Castilla, como la
califica su apellido, tuvo gran genio para la pintura, en que fué se maestro Esteban
Marc, en dicha Ciudad de Valencia, en cuya escuela o se acabó de perficionar, por el
extravagante humor del maestro; y así pasó a Madrid, donde continuó en casa de
Carreño, y de donde salió tan adelantado como la manifiestan sus obras en el buen
gusto del colorido, gran dibujo y caprichosa composición (pag. 231).
Lo cierto es que si, como él tenía el dominio en las colores y en el buen gusto, le tuviera
en el dibujo, bien podía tendérsela a cualquiera; pero fué totalmente amanerado y nada
naturalista, y por el consiguiente muy tibio en el dibujo, dexándose llevar sólo del aura
lisonjera del vulgo: de todo lo dicho fuí testigo (pag.309).
Durante las primeras décadas del siglo XVIII, el uso del término siguió manteniendo
su auge inicial y, a partir de la publicación de la Poética de Luzán, en 1737, el “buen
gusto” comenzaría a ser entendido como una expresión que se opone a la estética
barroca:
Tampoco es tolerable que las hipérboles sirvan de nombres propios. Por ejemplo, puede
compararse un caballo al viento, y decirse que es veloz como el viento, y, aun por
hipérbole, que es un viento; pero que en vez de decir que un caudillo rige cien caballos,
se diga que rige cien vientos, o cien truenos, o cien pensamientos, como me acuerdo
haber leído en el citado Silveira, es exceso que todo poeta de buen gusto y de juicio
debe aborrecer y evitar (1974: 218)
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También desde esas primeras décadas, el concepto fue sufriendo una ampliación
semántica hacia el plano intelectual, de manera que el buen gusto permitía diferenciar lo
mejor dentro de dicho plano. Ahora el buen gusto aparecería asociado a la crítica y
erudición, de manera que aquellas personas que tuvieran buen gusto, tendrían a su vez
buena crítica y buen juicio:
Chinita.
Al
punto
que
os
vi
yo
el
Conocí
que
erais
De buen gusto y mucho ingenio (De la Cruz, Cortarelo y Mori, 1923:162)
gesto,
mujer
Aquí estaba roto el manuscrito, gracias a Dios, porque yo me iba durmiendo con la
lectura, como habrá sucedido a todos vosotros, y a cualquier hombre de buen gusto,
bello espíritu, y brillante conversación. (José Cadalso, 1781:57)
Finalmente, el siglo XVIII termina con el gran auge del uso del término, siendo en 1793
el año en que más casos se registran en cuanto a su empleo. Destaca el uso que de él
hicieron autores tan conocidos como Leandro Fernández de Moratín o Hipólito Ruiz, en
relación a cuestiones botánicas. Así pues, el buen gusto es entendido como una
característica propia de aquellos aficionados al estudio y al saber, concibiéndose como
una cualidad que puede ser inculcada y fomentada, hecho que le llevó a convertirse en
el propósito de los ilustrados:
La Academia de Musica es la unica diversion que tendrán los concurrentes á Juntas
generales; por cuyo motivo, y siendo propio de la Sociedad promover el buen gusto en
esta y en las demás nobles Artes, procurará que entre los Musicos de profesion y los
aficionados se forme un Concierto. (1774, Anónimo, Estatutos aprobados por S.M. para
Gobierno de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País)
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5. Bibliografía
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