3 «De la victoria y la posguerra.» 1939-1940 El entorno europeo venía siendo un factor decisivo en la Guerra Civil. No sólo por las ayudas de las potencias a los bandos españoles en lucha, sino porque sus posiciones políticas repercutían en España. A fines de septiembre de 1938, impulsados por Mussolini, en Munich, Inglaterra y Francia cedían ante Hitler y los Sudetes serían alemanes. Los movimientos de corte fascista mostraban su poderío y ascenso. Y eran ellos los que apoyaban y ayudaban a la España nacional. Atento a Munich, Franco se vuelca en la batalla del Ebro que termina, con su victoria, el 15 de noviembre. Le seguirá la campaña de Cataluña y la ofensiva general. El 28 de marzo de 1939, Serrano se dirige por radio al país: «¡Españoles! ¡Españoles! Ha llegado la hora tan ansiada: las fuerzas nacionales están entrando en Madrid.» Con palabras exaltadas y estremecidas enumera las unidades militares. Recuerda los sufrimientos y las muertes; la huida de los dirigentes; la victoria contra Rusia y contra «los pueblos que mentían deseos de paz y tenían voluntad de guerra»; proclama la lealtad a «quienes con nosotros estuvieron unidos fielmente desde las horas primeras de incertidumbre»; y que la «voluntad de paz, sincera, leal y honrada, es la nuestra; pero antes, voluntad de grandeza y de libertad.» (De la Victoria y fa Postguerra, FE, 2.ª edic., Madrid, 1941, págs. 9-17.) Horas más tarde, Franco firma el último parte. La guerra ha terminado. La Falange unificada y la Falange de Serrano En Salamanca y Burgos, Serrano se convierte en cabeza de una línea falangista de influencia y peso indiscutible. No ha pertenecido a Falange. Procede de la Derecha Regional de Zaragoza integrada en la CEDA. Pero percibe que la minoritaria y acéfala Falange es la corriente con virtualidad y potencia de futuro. Serrano cuenta con su situación de poder delegado, con el aval de su amistad con José Antonio y su nombramiento de albacea, y descubre en Dionisio Ridruejo al interlocutor valido de la pureza doctrinal falangista. Pero estaba -le dice a Heleno Saña- entre dos fuegos: su lealtad a Franco y las ideas de la Falange. «En el sentido doctrinal yo estaba mucho más próximo a Dionisio, aunque en ocasiones su postura me parecía demasiado radical. [...] me consideraba en el deber de corregir los radicalismos, los excesos y, sobre todo, las insubordinaciones, incluso las insolencias de los falangistas típicos que en aquel entonces trataban verbalmente a Franco con muy poca consideración.» (El franquismo, págs. 152-153.) En la Falange unificada, que supone la disolución por absorción de la Falange original, Serrano encabeza una línea de radicalismo falangista, siempre con sumisión a Franco, que empuja hacia el Estado nacionalsindicalista. Esa línea entra en colisión con las otras fuerzas del conglomerado que acaudilla Franco, para el cual el equilibrio de las mismas, arbitradas por él, será siempre su norte durante treinta y nueve años. La gestión en el Ministerio de Interior y Gobernación Desde enero de 1938 hasta el 16 de octubre de 1940, Ramón Serrano regenta el Ministerio de Interior (que desde diciembre de 1938 absorbe al de Orden Público bajo el nombre de Ministerio de la Gobernación). Su primer equipo ministerial tiene como subsecretario a un amigo -«mi inapreciable y máximo colaborador»- el abogado del Estado José Lorente Sanz. Y da entrada a jóvenes falangistas en puestos clave: Dionisio Ridruejo en la dirección de Propaganda; José Antonio Giménez-Arnau en la dirección de Prensa; Antonio Tovar en la jefatura de Radio; Javier Martínez de Bedoya en la dirección de Beneficencia. Para la dirección de Regiones Devastadas designa al ingeniero Joaquín Benjumea; al cedista Jesús Pabón le encomienda la Propaganda Exterior. A caballo de los meses finales de la guerra y primeros años de posguerra la actividad ministerial está, en ambas zonas, empapada no sólo de exaltación política sino de intolerancia suma. La gestión de Serrano en Interior y Gobernación puede reseñarse en dos campos principales: el de la «asistencia social» y el del «dirigismo cultural». En el primero, destaca la reconstrucción que emprende diligentemente Regiones Devastadas. Y hay también dos áreas asistenciales con perfil destacado. Las dos parten de una concepción expresa: «La indigencia, dice, origina obligaciones que trascienden del puro deber caritativo para imponerse al poder público como carga de justicia.» Las «obras sociales» se distinguen de la beneficencia clásica -basada en la caridad- porque éstas nacen de la justicia social. Una es Auxilio Social, que había nacido en la Falange de Valladolid en octubre de 1936 y seguía dentro del partido. Pero desde el Ministerio de Interior se apoya y consolida su actividad que por ser «una función delegada del Gobierno.» Serrano aspira a controlar. (Vid. De la victoria, págs. 83-92.) La otra «obra social» llega hasta nuestros días. Se trata de la ONCE. Recién nombrado ministro, Serrano recibe en Valladolid a unos dirigentes de agrupaciones de ciegos. Estos le exponen la deplorable situación de los invidentes acogidos a la beneficencia. De ese encuentro, con la colaboraci6n del director general de Beneficencia, Javier Martínez de Bedoya, nacerá el decreto fundacional de la Organización Nacional de Ciegos -la ONCE-, fechado el 13 de diciembre de 1938, día de Santa Lucia. Es un salto cualitativo en el entendimiento de la comunidad de los invidentes, no sólo por su autarquía sino por su organización democrática. «El Gobierno de la zona nacionalista y su Jefe, don Francisco Franco, tienen el mérito indiscutible de haber concedido a los ciegos un voto de ciudadanía para conducir sus propios asuntos, por primera vez en el mundo.» (cfr. Javier Gutiérrez de Tovar, La creación de la Organización Nacional de Ciegos a través de mis vivencias, ONCE, Madrid, 1988). El dirigismo de la opinión Serrano acumula las dos palancas para la creación de opinión al servicio de la nueva España: la prensa y la propaganda. (En el mes de enero de 1938 él mismo había sido nombrado delegado nacional de Prensa y Propaganda del partido.) Va a llevar a cabo una política de dirigismo cultural, en clara sincronía con lo que ocurre en el entorno, en los nuevos regimenes de la posguerra: la Unión Soviética, la Italia fascista y la Alemania nazi. Como en esos modelos, se parte del rechazo del relativismo político y moral, se parte de verdades dogmáticas. Para el ministro la guerra no era sólo una realidad militar sino también una realidad de propaganda. Y, todavía más, una realidad cultural. Se pretendía que, además de la creación de una opinión pública, se contará con una elaboración doctrinal -lo que llama Serrano «justificación doctrinal»concretamente la «construcción teórica en el mundo del pensamiento político» (Memorias, pág. 425). De la propaganda se encarga un jovencísimo Dionisio Ridruejo que aglutina una nomina brillantísima de firmas. Todos coinciden en una nueva «moral nacional» enraizada en José Antonio: una cultura española abierta a la modernidad e integradora de todo lo valioso aunque viniere de la «otra» España o de la «tercera» España. Son partidarios de la neutralidad religiosa. El equipo, mayoritariamente joven, tenía un nivel intelectual de primer rango y conectado con la modernidad. Muchos de los integrantes no procedían del falangismo; algunos, de la izquierda. Escribe Giménez Caballero que «el mejor servicio que a Franco le prestaría su cuñado fue el ir atrayendo las juventudes intelectuales de formación liberal [...]» (Memorias de un dictador, Planeta, Barcelona, 1979, pág. 101). Los nombres clave, junto al del propio Ridruejo, fueron -entre otros- los de Pedro Laín Entralgo, Antonio Tovar, Gonzalo Torrente Ballester, Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, Edgar Neville, Luis Escobar... Todos ellos tendrán un recorrido intelectual de primera calidad en la cultura española del siglo XX. A ellos hay que agregar los «seniores» que venían de lo que Mónica Carbajosa ha llamado «la corte literaria de José Antonio». A saber, Rafael Sánchez Mazas, Eugenio Montes, Agustín de Foxá, Jacinto Miquelarena, José Maria Alfaro, Samuel Ros y don Pedro Mourlane Michelena. Una mención especial se merece el papel magistral de don Eugeni d'Ors, designado jefe del Servicio Nacional de Bellas Artes. Toda esta gavilla de creadores tiene como sombra impulsora y protectora a Ramón Serrano Suñer, cuya sensibilidad y apertura al mundo de las letras le acompañará de por vida. Ridruejo ha contado la orientación de su política: «Apuntaba al dirigismo cultural y a la organización de los instrumentos de comunicación pública en todos los ordenes [...]. Es obvio que tales empeños chocaban con la realidad. Para lograrlos hubiera hecho falta un Ministerio de Cultura de grandes proporciones [...].» (Casi unas, pág. 130.) De hecho, ese dirigismo cultural fue limitado y reducido si se le compara con el imperante en la experiencia soviética, fascista o nacionalsocialista. Se materializa en tareas editoriales, montajes teatrales, emisiones de radio, estenografías y rituales, creación de eslóganes y consignas. La prensa, como factor decisivo de adoctrinamiento, de creación de la opinión de la nueva España, de la «cultura popular», va a ponerse en manos de un diplomático, falangista y convecino en Zaragoza de Serrano: José Antonio Giménez-Arnau. El control de la prensa venía desde las primeras horas del Alzamiento. Pero la formalización de ese control y dirigismo lo recoge la ley de Prensa del 22 de abril de 1938. Dictada en plena Guerra Civil, se mantendrá vigente hasta 1966. Serrano le dice a Heleno Saña que lo que «estaba en el animo de todos era que hacíamos una ley de Prensa para la guerra, para el tiempo de la guerra y algún tiempo después, pero nunca se nos ocurrió que hacíamos una ley para el futuro [...]. La usaron despiadadamente y la usaron también contra mi, claro» (El franquismo, pág. 100). En sus memorias, GiménezArnau escribe que la ley -de la que fue autor principal- fue ideada para que perdurara tan sólo en la difícil circunstancia de la guerra: articulo 2.°: «... la censura mientras no se disponga su supresión.» (Memorias de memoria. Descifre vuecencia personalmente, Destino, Barcelona, 1978, págs. 97-98.) La ley define a la prensa como una institución nacional al servicio del Estado y, por lo tanto, controlada por éste. Rechaza que el periodismo pudiera vivir al margen del Estado y que los periodistas sean parias «de la servidumbre capitalista de las clientelas reaccionarias o marxistas». Reglamenta rígidamente a los periódicos y a los periodistas. Regula la existencia, dirección y contenido de los medios. La vigilancia se materializa en la censura previa y en la orientación mediante «consignas» sobre noticias y artículos de opinión. Pero no hubo monopolio estatal de la propiedad de los medios. Las cabeceras privadas, sometidas al rígido control, pudieron mantener señales propias y expresaron opiniones políticas diferentes de las mantenidas por los dirigentes «serranistas». No había libertad de prensa, pero sí expresión de las diversas corrientes del Movimiento que contaban con periódicos. Era el caso de los monárquicos alfonsinos o los demócratas cristianos provenientes de la CEDA. Por otro lado, se constituyó una cadena de prensa del Movimiento -con la incautación de periódicos de partidos ilegalizados-. Esa cadena del partido fue su voz oficial y disfrutó del margen de libertad derivado de la pertenencia al mismo grupo de los regidores y censores. En el equipo de Giménez-Arnau encontramos los nombres de Jiménez Rosado, Jesús Ercilla, Jesús Pabón, Ibáñez Martín y Ramón Garriga. Junto a la ley de Prensa, otro fruto de la política de Serrano en este ámbito fue la agencia de noticias EFE. Para él, una gran agencia informativa era un instrumento decisivo en la política y España venia siendo tributaria del extranjero. La nueva España precisaba su propia voz periodística. El 3 de enero de 1939 se funda en Burgos la Agencia EFE que, en crecimiento permanente, llega hasta nuestros días. Su primer director gerente fue Vicente Gallego. El Gobierno de 1939 El 9 de agosto de 1939, el Año de la Victoria, Franco remodeló su Gobierno. Del primero, sólo permanecían Ramón Serrano Suñer en Gobernación y Alfonso Peña Boeuf en Obras Públicas. Los ministros eran catorce y desaparecía la Vicepresidencia. Era otra vez un Gobierno de equilibrio en el que las Fuerzas Armadas cuentan con tres ministerios: Ejercito (José Enrique Varela, monárquico tradicionalista, enemigo de Serrano); Marina (Salvador Moreno) y Aire (Juan Yagüe, falangista). El ministro de Exteriores es el coronel Juan Beigbeder, proclive a la Falange y desafecto de Serrano. Aunque es un momento de presencia relumbrante del partido, un triunfo de Serrano, él mismo juzgará más tarde que «el hecho fue que resultó prácticamente menos homogéneo y también menos eficiente que el de la anterior etapa». Serrano en el partido El papel de Serrano en el partido fue en ascenso desde la unificación (abril de 1937) hasta los primeros meses de 1941. Actuó como lugarteniente de Franco, primero de facto y luego oficialmente, desde su nombramiento como presidente de la Junta Política el 9 de agosto de 1939. El órgano ejecutivo de FET y de las JONS era la Secretaría General. El primer secretario fue, como se ha señalado ya, el falangista originario Fernández-Cuesta (3 de diciembre de 1937 a 9 de agosto de 1939). El segundo secretario, con rango de ministro, fue un militar profalangista, el general Muñoz Grandes (9 de agosto de 1939 a 15 de marzo de 1940. Con él, de vicesecretario general, también con rango de ministro, el joven neofalangista Gamero del Castillo que, al cesar Muñoz Grandes, hará las veces de secretario general hasta el 19 de mayo de 1941). El tercero fue José Luis de Arrese, (19 de mayo de 1941 a 20 de julio de 1945), falangista de 1936, condenado e indultado por los sucesos de Salamanca cuando la unificación, y pieza fundamental en el desgaste y caída de Serrano. Ninguno de los tres secretarios generales coetáneos de Serrano fueron «serranistas». Y en el caso de Arrese, «antiserranista». Ramón Serrano ejercía su poder en el aparato desde la preeminencia que le otorgaba su proximidad a Franco y, desde 1939, la Presidencia de la Junta Política. Pero el filtro de la organización, la Secretaria General, existió siempre y a partir de Arrese el filtro se convirtió en aparato adversario. La relación de Serrano con los tres secretarios generales fue difícil y enfrentada. Fricciones y conflictos Serrano juega sus bazas en dos frentes: la Administración -de la que es ministro- y el partido -del que es el comisionado del Caudillo-. Podemos diferenciarlos con arreglo a la letra de las normas, pero en términos de poder no hay más que un solo campo de juego: el integrado por la coalición de fuerzas que rige el árbitro, Franco. Tanto en el ministerio como en el partido, en esas fechas, vive Serrano las horas más altas de autoridad y de influencia, por su proximidad a Franco y los poderes que de él recibe, por su inteligencia, por su brillantez y por la riqueza de proyectos. Pero, lógicamente, se encontrará con rechazos poderosos y el consiguiente desgaste. En el Gobierno y la Administración la colisión le viene de ministros y militares recelosos de su predominio fascistizante. Dentro del partido, el ataque le viene de los falangistas «legítimos» que recelan de su procedencia cedista; de los carlistas, nunca integrados de hecho y enemigos de su perfil fascista. Está además el flanco de la jerarquía eclesiástica y los cuadros seglares vinculados a ella y, de modo notable, de los monárquicos alfonsinos que son los que cuentan con apoyos militares. En el campo del dirigismo cultural, entregado a los falangistas, los choques afloran muy pronto. Es el caso de los monárquicos alfonsinos -Eugenio Vegas, José I. Escobar, Jorge Vigón- partidarios de la restauración de una nueva monarquía corporativa; o el de los obispos -el cardenal Gomá- que identifican España con catolicismo y temen la contaminación estatista y paganizante de los fascismos; o el de altos mandos militares -Kindelán, Orgaz, Juan Vigónrenuentes al partido único y proclives a la restauración monárquica. Todos coinciden en el rechazo a la «Falange de Serrano» porque la ven como la definidora exclusiva de la política de la España nacional. Hay un campo ajeno al predominio de la tendencia Serrano. Es el capital campo de la enseñanza. Ahí, la orientación católica -de la mano de monárquicos y cedistas- será la dominante. Los ministros de ese tiempo, Sainz Rodríguez e Ibáñez Martín, convienen los planes de estudio y los contenidos de textos con la Iglesia. Además se lleva a cabo una muy extensa depuración de maestros y profesores por «desafección» al Movimiento y conducta «antiespañola». Misión en Roma El 1 de junio de 1939, retornan a Italia los voluntarios italianos que han combatido en la guerra. Les acompaña una bandera de la Legión. Es un viaje cargado de significación política y la misión oficial -integrada por generales como Muñoz Grandes y Ríos Capapé, y falangistas como el conde de Mayalde y José Antonio Giménez-Arnau-la preside Ramón Serrano Suñer, ministro de la Gobernación, en una señal de su relevancia política desplazando a la del ministro de Exteriores, Beigbeder. Salen de Cádiz en el crucero Duque de Aosta escoltado por dos destructores españoles. Serrano lleva un mensaje personal de Franco para Mussolini manifestando su gratitud. La misión llega a Nápoles, en donde es recibida por el rey emperador Víctor Manuel, por el conde Ciano y altas jerarquías. Tras de dos días en Nápoles llegan a Roma. Allí le recibe, «en diversas ocasiones», Mussolini. En Entre Hendaya nos ha dejado el relato de la afectuosa acogida y del interés por la nueva España. «Era ciertamente –lamento no poder ser más original en mi impresión- entre los políticos que he conocido la personalidad humana más fuerte, más caracterizada y penetrante. [...] Conmigo adoptó desde el principio un tono sobriamente afectuoso y discretísimamente magistral: el tono de la amistad y de la experiencia.» (Pág. 177.) Añade que, más tarde, lo encontró físicamente arruinado y moral e intelectualmente en forma mucho más baja. Mussolini creía que «se abría para España una excepcional oportunidad». Estimaba que Franco debía dedicarse solamente a la Jefatura del Estado y del Ejército. Era muy reticente con la Monarquía. Ante la preocupación de Serrano por una posible guerra europea, el Duce le manifestó «que a él la guerra tampoco le atraía», pero que la situación era inestable. Serrano concluye su relato afirmando que «jamás manifestó Mussolini el más pequeño deseo de apremiar a España a celebrar pacto o alianza alguna ni adquirir el más pequeño compromiso». El acto más solemne fue el banquete ofrecido por Mussolini a los españoles el 7 de junio en el Palazzo Venecia. Serrano pronunció un brillante y emocionado discurso que, rompiendo el protocolo, levantó los aplausos de los asistentes. Recordó los cuatro mil italianos caídos en España y dijo que «El ideal de España no es el odio ni la guerra, sino la paz». Encuentro con Pío XII y Alfonso XIII De acuerdo con Franco, Serrano tiene una larga audiencia con Su Santidad. El ambiente previo no es muy favorable al ministro falangista. Según Serrano por culpa de la retórica de algunos falangistas que invocaban el sacco de Roma como estilo de trato con el Vaticano. Roto el clima de desconfianza, Serrano le expone a Pío XII las quejas por la incomprensión en círculos vaticanos de la cruzada española; la necesidad de reconocimiento del patronato regio tradicional; y, en otro orden, que bendijera a los legionarios españoles llegados a Roma. Así, en la mañana del 11 de junio, tres mil legionarios y la misión española entran en la basílica, el papa les dirige una alocución y los bendice. «Habéis sabido sacrificaros en defensa de los derechos inalienables de Dios y de la Religión.» Con el rey en el exilio no tiene encargo específico alguno de Franco pero sí autorización para saludarle. (Franco había derogado las disposiciones de la República que declararon a Alfonso XIII reo de alta traición y privado de la seguridad jurídica.) El encuentro se lleva a cabo en los aposentos del Gran Hotel. Del relato de Serrano, destaca su impresión de encontrar a un hombre «dominado por la profunda nostalgia de su patria y anhelante de asomarse a todos sus problemas»; así como su «preocupación por la guerra que estimaba próxima»; su elogio y admiración por el ejercito alemán y también por el gran papel de la escuadra inglesa. El viaje a Italia realza la Figura de Serrano y consolida en él su inclinación hacia ese país, para el que la deuda moral de España superaba a la de Alemania –y en el trato generoso en la ayuda económica-, y su admiración por muchos aspectos del fascismo y la «personal fascinación del Duce» (Entre Hendaya, págs. 165-189). En julio, el conde Ciano devuelve la visita. Sus días de estancia en España, de la mano de Ramón Serrano, son una exaltación de los dos ministros y de la hermandad y paralelismo de las dos revoluciones, la italiana y la española. La represión La victoria llegó después de años de sacrificios y heroísmos. De ilusiones y abatimientos. De tragedias, crímenes y odios en la vanguardia y en la retaguardia. De represión, represalias y depuraciones. Ramón Serrano vivió en su propia carne este drama. Y al tratarlo en sus Memorias alude a todas las víctimas habidas no sólo por el celo político, sino también a las causadas por los repugnantes odios privados. [La violencia de la guerra civil no debe entenderse como un estigma congénito de España. En el siglo XX, antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial el horizonte internacional de crueldades es desmedido, las víctimas suman millones. Son, por ejemplo, los bombardeos que planchan y exterminan poblaciones, los genocidios programados, los letales campos de concentración, los traslados forzosos de poblaciones, las hambrunas mortales causadas por planificaciones arbitrarias o los «ajustes de cuentas» en sociedades políticamente partidas como Italia o Francia.] Una consecuencia de la victoria fue la represión. En la España nacional la represión se atribuyó a los tribunales de la Justicia Militar y al Tribunal de Responsabilidades Políticas. En las Memorias de Serrano las páginas de más dura crítica, y de autocrítica -todo el capitulo XI-, puede que sean las que dedica a este asunto. Antes de señalar los órganos responsables afirma que «ni en un solo caso, el Gobierno tuvo la menor actividad, ni competencia, ni relación con la terrible tarea». Desde su perspectiva de técnica jurídica entiende que «el sistema de represión que se puso en marcha fue, a mi juicio, un error desde el punto de vista jurídico, y también político, porque entiendo que se podía -y debía- haber ajustado el ejercicio de esa tristemente necesaria actividad represiva y sancionadora, al hecho y a la razón de ser del Alzamiento». Lo que se concibió «por parte de todos sin acierto, un sistema que podíamos llamar de "justicia al revés" o de aplicación al reyes del Código de Justicia Militar [...]. Se estableció que los "rebeldes" eran los frente-populistas, olvidando que la rebeldía contra una situación que se estimaba injusta –rebeldía santa en la idea de muchos- estaba jurídicamente en el Alzamiento Nacional». Su juicio adverso, a lo que califica de despropósito, recae sobre la aplicación de una normativa que fue en contra del principio de irretroactividad, que se extendía a territorios no ocupados y porque calificaba como rebeldes a quienes no se habían sublevado. 1939. El intento de potenciar el partido El papel de Ramón Serrano se vio reforzado desde su nombramiento como presidente de la Junta Política en agosto de 1939. Desde allí impulso las acciones de fortalecimiento del partido tendentes a dominar la vida política. Ello conllevaba la colisión con el aparato de la Administración del Estado recientemente reorganizado. No obstante, el partido logró parcelas de poder. Pero, en cualquier caso, el peso del partido sería siempre menor que el del Gobierno. Y los dos, partido y Gobierno, permanecerán bajo el mando supremo de Franco. En el terreno social, la reorganización había situado a los sindicatos dentro de FET y de las JONS. Se trataba de instaurar los sindicatos verticales del ideario falangista. Al frente de la Delegación Nacional de Sindicatos se pone a un viejo guardia y ex combatiente, Gerardo Salvador Merino. Éste intentaría implantar la revolución nacionalsindicalista mediante una sindicalización de la economía, fuera del Gobierno, con la alarma y el rechazo de los sectores derechistas. En el terreno doctrinal, hallamos el Instituto de Estudios Políticos dependiente de la Junta Política- que fue creado en septiembre de 1939. Se trataba de la fundamentación doctrinal del Nuevo Estado. Debía investigar «con criterio político y rigor científico» la problemática «administrativa, económica, social e internacional de la Patria». Y ser «escuela para la formación política superior de elementos destacados de las nuevas generaciones». La dirección se le confió al profesor Alfonso García Valdecasas -uno de los oradores que acompañaron a José Antonio en el mitin de la Comedia-. En sus primeros tiempos, el instituto contó con los nombres de Ramón Carande, Melchor Fernández Almagro, Fernando Maria Castiella, Javier Conde o Joaquín Garrigues. (El instituto elaboró un proyecto non nato de ley de Organización del Estado Constitución-, que no pasó de borrador preliminar.) Otra actividad preexistente, la de la Sección Femenina, es potenciada en su misión formativa de la mujer, a la que se le agrega la del Servicio Social de la Mujer. Pilar Primo de Rivera seguirá siendo su responsable. Más tarde, el 6 de diciembre de 1940, se dictó la ley que creó el Frente de Juventudes. Era una delegación del partido para el encuadramiento y adoctrinamiento de la juventud en el ideario nacionalsindicalista, en los centros de enseñanza y en los de trabajo. También encuadraba a los estudiantes universitarios -el SEU-. La grandilocuencia de la ley no se correspondió en ningún caso con los medios que desde su comienzo fueron insuficientes, pero suscitó fuertes recelos de la jerarquía católica.