EL PUÑAL DE MARTICA*

Anuncio
EL PUÑAL DE MARTICA*
Literatura: teoría, historia, crítica · Vol. 16, n.º 1, ene. - jun. 2014 · 0123-5931 (impreso) · 2256-5450 (en línea) · pp. 291-293
Joaquim Maria Machado de Assis
¿Q
ueréis ver lo que son los destinos? Escuchad. Ultrajada
por Sexto Tarquinio, una noche, Lucrecia resuelve no sobrevivir a la deshonra, aunque antes denuncia al marido
y al padre la alevosía de aquel huésped, y les pide que la venguen.
Ellos juran vengarla y buscan liberarla de su aflicción diciéndole que
solo el alma es culpable, no el cuerpo, y que no hay crimen donde no
hubo aquiescencia. La honesta joven cierra sus oídos al consuelo y
al raciocinio, y, tras sacar el puñal que traía escondido, lo clava en su
pecho y muere. Ese puñal podía haberse quedado en el pecho de la
heroína, sin que nadie más supiera de él; pero, arrancado por Bruto,
sirvió de estandarte para la revolución que hizo caer a la realeza y
concedió el gobierno a la aristocracia romana. Esto bastó para que
Tito Livio le diera un lugar de honor en la historia, entre enérgicos
discursos de venganza. El puñal se convirtió en un clásico. Por su doble carácter de arma doméstica y pública, sirve tanto para exaltar la
virtud conyugal como para dar fuerza y luz a la elocuencia política.
Bien sé que Roma no es la Cachoeira, ni las gacetas de esa ciudad
de Bahia pueden competir con historiadores de genio. Pero es eso
mismo lo que deploro. Esa parcialidad de los tiempos, que solo recogen, conservan y transmiten las acciones elogiadas en los buenos libros, es lo que me entristece, por no decir que me indigna. Cachoeira
no es Roma, pero el puñal de Lucrecia, por más digno que sea de los
encomios del mundo, no ocupa tanto lugar en la historia como para
que no quede un rincón para el puñal de Martica. Entre tanto, veréis
que esta pobre arma va a ser consumida por el óxido de la oscuridad.
Martica ciertamente no es Lucrecia. Me parece hasta, si bien
entiendo una expresión del diario A Ordem, que es exactamente lo
*
Traducción de Mario René Rodríguez y Néstor Mauricio Solano.
291
contrario. “Martica (dice este) es una muchacha menudita, además
moderna y muy conocida en esta ciudad, de donde es natural”. Si es
joven, si es natural de la Cachoeira, donde es muy conocida, ¿qué
quiere decir moderna? Naturalmente quiere decir que hace parte de
la última leva de Citera. Esta condición, en lugar de perjudicar el
paralelo de los puñales, le da mayor realce, como vais a ver. Por otro
lado, conviene notar que si bien las personas se contraponen, existe
una coincidencia en el lugar: Martica vive en la calle del Pagano,
nombre que recuerda a la religión de la esposa de Colatino. Las circunstancias de los dos actos son diversas. Martica no dio posada a
ningún joven de sangre regia o de otra cualidad. Andaba de paseo,
de noche, un domingo del mes pasado. El Sexto Tarquinio de la
localidad, llamado cristianamente Juan, con el apellido de Limero,
agredió e insultó a la joven, irritado naturalmente por sus desdenes. Martica se resguardó en su casa. Nueva agresión, en la puerta.
Martica, indignada, pero aún prudente, le dijo al impertinente: “No
se acerque o lo rajo”. Juan Limero se acercó, ella le dio una puñalada
que lo mató instantáneamente.
Tal vez esperarais que ella se matara a sí misma. Esperaríais lo
imposible y mostraríais que no me entendisteis. La diferencia entre
las dos acciones es precisamente la que va del suicidio al homicidio.
La romana confía la venganza al marido y al padre. La cachoeirense
se venga por sí misma y, notad bien, se venga de una simple intención. Las personas son desiguales, pero es forzoso decir que la
acción de la primera no es más valiente que la de la segunda, dado
que esta última cede a tal o cual sutileza de motivos, natural de este
siglo complicado.
Dicho esto, ¿en qué es inferior el puñal de Martica al de Lucrecia?
No es inferior, sino que hasta cierto punto es superior. Martica no
profiere una frase de Tito Livio, no acude a João de Barros, denominado el Tito Livio portugués, ni a nuestro João Francisco Lisboa, gran
escritor de igual valía. No quiere cenefas literarias ni ensaya actitudes
de tragedia, no hace aquellos gestos oratorios que la historia antigua
pone en sus personajes. No, ella dice simple e incorrectamente: “No
292
Universidad Nacional de Colombia · Bogotá · Departamento de Literatura · Facultad de Ciencias Humanas
Joaquim Maria Machado de Assis
Literatura: teoría, historia, crítica · Vol. 16, n.º 1, ene. - jun. 2014 · 0123-5931 (impreso) · 2256-5450 (en línea) · pp. 291-293
EL PUÑAL DE MARTICA
se acerque o lo rajo”. La palmeta de los gramáticos puede castigar esa
expresión; no importa, el lo rajo tiene un valor natal y popular que
vale por todas las bellas frases de Lucrecia. Y además, ¡qué eufemismo más conmovedor! Rajar por matar; no sé si Martica inventó ese
uso, pero, fuera ella u otra la autora, es un descubrimiento del pueblo, que no echa mano de tratados de retórica y sabe más, algunas
veces, que los retóricos de oficio.
A pesar de todo eso, acción arrojada, defensa propia, sencillez de
palabra, Martica no verá su puñal en el mismo conjunto de armas que
los tiempos resguardan del óxido. El puñal de Carlota Corday, el de
Ravaillac, el de Booth, todos esos e incluso otros harán la corte al puñal de Lucrecia, lustrados y listos para la tribuna, para la disertación,
para la palestra. Al de Martica se lo llevará la corriente del olvido. ¡Así
son las cosas de este mundo! ¡Así es la desigualdad de los destinos!
Si, por lo menos, el puñal de Lucrecia hubiera existido, ¡bueno!;
pero tal arma, ni tal acción, ni tal injuria existieron jamás; todo no
es más que pura leyenda que la historia introdujo en los libros. La
mentira usurpa así la corona de la verdad, y el puñal de Martica, que
existió y existe, no logrará ocupar un lugarcito al pie del de Lucrecia,
pura ficción. No le tengo aversión a las ficciones, las amo, creo en
ellas, me parecen preferibles a las realidades; no por eso dejo de filosofar sobre el destino de las cosas tangibles en comparación con las
imaginarias. Gran sabiduría es inventar un pájaro sin alas, describirlo, hacer que todos lo vean y terminar creyendo que no existen los
pájaros con alas… Pero no hablemos más de Martica.
La semana, 5 de agosto de 1894
293
Descargar