[17] —Experimentos de Durham Hammond demuestran que el cerebro es anémico en el sueño: esto se prueba indirectamente por la mayor cantidad de sangre que circula en la piel y extremidades durante el sueño por la mayor radiación. —Si un padre nos preguntara qué regalo haría a su hijo como libro de Pascuas, le diríamos que pidiese a París las Recreations Scientifiques de G. Tissandier: si un goloso de buenos libros quisiera saber de nosotros con qué podría acallar su gula, le recomendaríamos Hommes et Dieux de Paul de Saint Victor; y si un periodista nos pidiese un libro muy útil en una mesa de redacción, le ofreceríamos L’esprit des autres, L’esprit dans l’histoire, y Le vieux neuf de Fournier. —Treinta y dos mil alumnos tiene Buenos Aires en sus escuelas públicas, y 25 000 el Uruguay. —En una de sus novelas filosófico-políticas, que son verdaderos trabajos de experiencia mundana, en Vivian Grey, dijo Disraeli, el gran hombre de Estado que acaba de morir en Inglaterra: “Para gobernar a los hombres, debemos esconder nuestra sabiduría bajo la locura, y nuestra constancia bajo el capricho. Una sonrisa para un amigo y una mirada de desprecio para el mundo, es la manera de gobernar la especie humana.” —Carlyle, que ha sido una especie de Shakespeare de la prosa, en lo osado, innovador, independiente, profundo, universal y desenvuelto, trabajó mucho tiempo antes de alcanzar fama. Comenzó la fama a halagarle luego de publicado su estudio sobre Burns, a quien quiso con un cariño aún más vivo que el que profesaba a Goethe. La literatura alemana ejerció, sin embargo, influencia grande en la mente del poderoso filósofo. —Háse creído generalmente que los colores diferentes observados en las plantas, son debidos a materias diversas, siendo cada color una combinación química distinta sin ninguna relación con las otras. El profesor Schuetzler ha demostrado por medio de experimentos, que cuando el color de una flor ha sido aislado, poniéndolo en espíritu de vino, bien se pueden obtener todos los colores que se observan en las plantas añadiendo un ácido o una sustancia alcalina. Estos cambios de color, que se pueden producir a voluntad, bien pueden verificarse en las plantas por las mismas causas, porque en todas las plantas siempre hay materias ácidas o alcalinas. El profesor aludido supone a priori que en las plantas solo existe una materia colorante (chlorophyla) la cual, modificada por ciertos agentes, produce todos los tintes que se observan en las plantas y flores. Con respecto a las flores de color blanco, ha hallado que su coloración es debida al aire contenido en las celdillas de los pétalos. Al colorar estos bajo la influencia de una bomba de aire, se las ve perder su color y se hacen transparentes a medida que el aire escapa de ellas. —Inténtase erigir una estatua a Víctor Hugo, o algún monumento que conmemore su glorioso destierro, en la linda y pacífica isla de Guernesey que ha hecho famosa con su presencia, y que él supo cautivar con su inagotable e ingenua bondad. Allí pintaba conchas de la mar, y las daba luego de premio a los niños de las escuelas, en unión de los cuales se le veía muy a menudo. Allí fortificó su genio alejado de los hombres y cerca del grandioso mar. Allí imaginó cosas colosales. —Títulos y objetos singulares tienen algunos periódicos de París. Uno se llama El Ajenjo—periódico aperitivo; Le Menu Ilustré, se llama otro menos pernicioso, aunque no menos curioso; La Trique es el nombre de otro. Con el nombre del famoso elegante inglés Brummel, se publica una hoja. Un año hace había,—y aún se conserva alguna,— publicaciones cuyas tendencias iban envueltas en sus nombres: Le Piron, era uno de esos periódicos; Boccacio, era otro. Estos últimos no escaparon sin grandes y merecidas multas. —Se multiplican rápidamente los empleos del papel. Los fabricantes de objetos de papel hacen una temible competencia a los fabricantes de loza. Muchos restaurantes y cafés de Berlín no usan ya platos de loza para servir el pan, la mantequilla, los panecillos de café, los pasteles: sirven todo esto en platos de papel. En Holanda, hace mucho tiempo que se usan servilletas de papel delgado: por cierto que los consumidores tienen el derecho de llevarse la frágil servilleta. Este hábito de los holandeses responde a una de las reformas que el elegantísimo escritor español Castro y Serrano pedía para la mesa, en su curiosa y chispeante polémica sobre cosas de banquete y cocina con el Dr. Thebussem, de Medina-Sidonia. ¿A qué aros para la servilleta?—decía Castro y Serrano:— pues ¿acaso una misma servilleta debe servirse dos veces seguidas en la mesa? En verdad es aseada la costumbre de Holanda. En Nueva York han intentado introducirla, pero las servilletas de papel que allí hacen no resultan agradables a los ojos, ni útiles. Algunos vapores usan de ellas. La Opinión Nacional. Caracas, 23 de noviembre de 1881 [Mf. en CEM]