Cuando Batista «echó un pie»

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NACIONAL
MARTES
30 DE DICIEMBRE DE 2014
juventud rebelde
Cuando Batista
«echó un pie»
En la madrugada del histórico 1ro. de Enero de 1959 apenas alcanzaron tres aviones
para transportar a los principales compinches, escogidos por el propio dictador
por LUIS HERNÁNDEZ SERRANO
[email protected]
LA lista que hizo el tirano Batista de los más
encumbrados secuaces que se fugarían con
él en la madrugada del 1ro. de Enero de
1959 era tan grande que el enviado del
Gobierno estadounidense la rechazó, porque ni una numerosa flota aérea hubiera
bastado para el traslado de tantos camajanes juntos.
Al primer norteamericano que el dictador
le mostró aquella relación nominal fue al
empresario inversionista William D. Pawley,
quien hablaba perfectamente el español, conocía los dicharachos cubanos y era lo que
se dice un experto en «talles», convertido en
emisario para hablar con el presidente.
No era cualquier emisario, sino el mejor
para facilitar que un ejecutivo, un departamento y una agencia del poder imperial
de Estados Unidos «tiraran la piedra y escondieran las manos».
Pawley era conocido en Cuba, pero no
tanto por sus maniobras gubernamentales
encubiertas, sino por sus traquimañas económicas y financieras más turbias.
Por ejemplo, cuando fueron suprimidos
los tranvías, trajo en 1949 a Cuba el negocio de los denominados Autobuses Modernos para competir deslealmente con la empresa cubana de Ómnibus Aliados.
En realidad William Pawley no era un improvisado. En 1931 y en 1932 promovió en
nuestra isla la Panamerican Airways. Y no
podía decir que lo enviaba el gobierno de
Estados Unidos, sino que era un admirador
personal del dictador Batista y llegaba en
son de amigote, no como emisario oficial de
la Casa Blanca, el Departamento de Estado
y la Agencia Central de Inteligencia (CIA).
Tenía prohibido pronunciar —en español
o en inglés— los nombres de esa Casa,
ese Departamento y esa Agencia. Y si lo hacía o se le escapaba, se jugaba el cuello.
El sujeto era socio comercial de personalidades de alto nivel del Gobierno y de la
oposición burguesa en territorio cubano, y
por eso fue escogido. Batista, cuando lo recibió en su despacho el 9 de diciembre de
1958, se tragó el anzuelo de que venía
como un gran amigo que le daría consejos
de fin de año.
Un abogado del bufete de la firma United
Fruit en La Habana —Mario Lazo— comunicó al Embajador estadounidense, Earl E.T.
Smith, lo que estaba pasando. Se le acercó
al diplomático yanqui un día de juerga en el
Country Club de La Habana, a fines de
1958, y le contó que enviarían a un emisario especial para hablar con Batista.
El jurista no sabía que el envío de semejante «emisario» había sido convenido por la
Casa, el Departamento y la Agencia.
El presidente era entonces Ike Einsenhower; el secretario de Estado, John Foster
Dulles; y el director de la CIA, su hermano,
Allan Dulles. Los tres crearon el plan para
salvar a Batista de la justicia revolucionaria
e impedir que Fidel Castro tomara el poder
revolucionariamente.
El embajador estadounidense, Earl E.T. Smith, reunido con el dictador Fulgencio Batista, días
antes del triunfo revolucionario.
En realidad la Casa, el Departamento y
la Agencia dejaron al embajador Smith fuera
de aquella jugada de Año Nuevo. Y Pawley,
haciéndose el sueco, le ofreció a Fulgencio
garantías para el asilo en Estados Unidos
del propio dictador, su familia y los que pusiera en una lista con ese propósito.
Sin embargo, ante la abrumadora cifra
de posibles fugitivos, Pawley tuvo que decirle que se le había ido la mano y que aflojara
un poco. De inmediato al tirano, al comprender que el «amigote» tenía toda su razón, no
le quedó otra alternativa que pedir el apoyo
de Washington para «mantener la situación».
Como no logró lo que quería, decidió rebajar
considerablemente la abultada lista.
El 4 de diciembre de aquel año 1958, el
embajador Smith fue llamado con urgencia
para consultas y, como era de suponer, todo
se hizo muy rápido y sincronizado, y el avión
en que volaba Smith rumbo al Norte se cruzó con el que traía a Pawley hacia el Sur.
La misión de Pawley era convencer al tirano
de que ninguna solución era posible si continuaba en el poder. El envío del inteligente emisario fue bien pensado por el Gobierno yanqui,
ante la imposibilidad de que la tiranía batistiana pudiera vencer por las armas a la insurrección rebelde encabezada por el joven Fidel
Castro. Y tanto la Casa Blanca,como el Departamento de Estado y la Agencia Central de
Inteligencia (CIA) —preocupados por los éxitos
de los rebeldes— llegaron a la conclusión de
que era preciso encontrar «una tercera fuerza»,
tan distante de Fidel como de Batista.
El miércoles 10 de diciembre de 1958 citaron a Smith al despacho de Robert Murphy,
subsecretario de Estado, para hablarle del
«mensajero» y le dijeron que alguien sin vínculos gubernamentales aparentes iría a La Habana para sugerir cariñosamente a Batista
el cambalache urdido. En un libro suyo, Smith
contaría: «Albergué la esperanza de que una
Junta Militar tuviera éxito en impedir el triunfo
de Castro».
Claro que no le dijeron quién era el famoso emisario. Lo supo tarde, el 2 de septiembre de 1960. ¡No pidió su renuncia por
no tener ni una pizca de dignidad! Y ese mismo día William Pawley testificó ante un subcomité del Senado y confesó haber sido
seleccionado para persuadir a Batista de
que debía renunciar.
«Pasé tres horas con él la noche del 9 de
diciembre. No tuve resultado (…) pero si me
hubieran autorizado a decir siquiera: “—Lo
que le estoy ofreciendo tiene la aprobación
tácita y el respaldo de mi Gobierno”, Batista lo habría aceptado», escribiría el enviado
secreto en su momento.
El propio Pawley le aseguró a Batista, en
confianza, que haría un esfuerzo para que
Fidel Castro no llegara al poder. El senador
Keating preguntó al emisario si el nuevo gobierno concebido a puertas cerradas también sería enemigo de Castro. —Yes, contestó. Y el senador Sourwine indagó quiénes
formarían tal gobierno. —«Los hombres que
hemos seleccionado y que yo podía mencionar a Batista, eran el coronel Barquín, el general Martín Díaz Tamayo, Bosch, de la familia Bacardí y otro que no recuerdo».
(La Junta Militar que le mencionaron a
Smith y la que según Pawley propondría a Batista, no eran exactamente iguales, pero en
las dos estaba el coronel Barquín, un favorito de la Casa, del Departamento y de la
Agencia).
La noche del 22 de diciembre de 1958
Batista dio audiencia a su antiguo secretario
personal, el periodista Raúl Acosta Rubio,
quien años después narró lo dialogado. El
déspota le aseguró: «—¡No hay nada que temer, asumiremos el mando de las fuerzas
armadas el primero de enero y todo tendrá
una pronta solución (…) En las próximas horas las banderas blancas de los fidelistas
flotarán anunciando la rendición!».
Raúl Acosta le dijo al dictador: «Acabo de
enterarme de que Tabernilla pretende solicitar
a la Embajada norteamericana apoyo para
dar un golpe de Estado y establecer una
Junta Militar».
—«¡Eso es una infamia. Una calumnia!»,
contestó furioso Batista en un tono que el
antiguo secretario describiría así: «Esa fue la
primera vez que lo veía hablar como un carretonero».
Ante esa reacción, Raúl Acosta Rubio salió a millón del Palacio Presidencial, y se
refugió en la casa de su amigote, el Ministro de Gobernación (Interior).
En 1958 el secretario personal de Batista
era Silito Tabernilla, hijo del Jefe del Estado
Mayor Conjunto. A él el tirano encargó personalmente hacer los arreglos necesarios para
en caso de abandonar el país (ante el avance
incontenible del Ejército Rebelde), tener listos
quiénes se fugarían con él, qué pilotos de confianza conocerían el plan secreto, los mecanismos de aviso y cómo controlar y organizar los
medios a emplear para la fuga.
Batista, en su libro Cuba Betrayed (Cuba
traicionada) escribió: «(…) Los asuntos militares iban de mal en peor (…) En la provincia
de Oriente los rebeldes tardaron dos años en
inmovilizar los destacamentos militares; en
Las Villas con Alberto del Río Chaviano como
jefe del distrito militar, lo lograron en tres semanas (…) Irenaldo García Báez, el hijo de
Pilar, le chismeaba que Tabernilla y Silito se
referían a la guerra como nuestra causa perdida (…) Después del fracaso de la ofensiva de junio —escribió el dictador en el libro
citado— las unidades militares activas no
podían ganar ni una escaramuza».
El gringo Smith en su exposición ante un
subcomité del Senado en agosto 30 de
1960, a preguntas de Eastland, dijo: «Castro nunca obtuvo una victoria militar». Y el
senador Eastland le expresó: «Entonces, si
Batista no perdió ni una sola batalla, ¿por
qué salió echando un pie?».
La estampida de Batista y sus 108 acompañantes, demandó tres naves aéreas: la primera, un DC-4, llevó a su esposa, la familia de
su cuñado Roberto Fernández Miranda,jefe de
La Cabaña, varios de sus ministros más cercanos y «leales»,y el presidente «electo» en las
elecciones de noviembre de 1958.
El segundo avión fue abordado por el
clan Tabernilla, la primera mujer de Batista,
los hijos que había tenido con ella y los jefes del aparato represivo: Pilar García, Conrado Carratalá, Orlando Piedra, Esteban
Ventura Novo y otros connotados esbirros.
El tercer avión, el Guáimaro, el ejecutivo
del presidente, cargó a sus hijos menores;
algunos sirvientes y al convaleciente coronel Sánchez Mosquera, herido grave en un
combate.
Silito Tabernilla, a solo unas horas de la
estampida, le preguntó a Batista por qué no
luchaban hasta el último hombre. Y el dictador le contestó: «Eso ya no es posible».
FUENTE: «La CIA intentó frustrar la victoria»,
Mario Kuchilán Sol, Bohemia, 1ro. de enero
1971, p.p. 177-192. «El ocaso de una tiranía»,
Pedro Antonio García, Bohemia, 13 de diciembre 2013, p.p. 68-70. Archivo del autor.
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