Flor de caballerías, edición de José Manuel Lucía Megías (1997

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Flor de caballerías, edición de José Manuel Lucía Megías (1997)
INTRODUCCIÓN
Un manuscrito entre tantos manuscritos
S
EGÚN
una anotación que aparece al final del libro primero, hemos de situar Flor de
caballerías en la ciudad de Granada en 1599. Últimos decenios del siglo XVI, que han
sido considerados como los de la decadencia del género caballeresco en España; y así
sucede en la transmisión impresa si tenemos en cuenta que los dos últimos textos originales
que se imprimen lo hacen en 1587 (Tercera parte de Espejo de príncipes y caballeros de Marcos
Martínez, Alcalá de Henares, Juan Íñiguez de Lequerica) y en 1602 (Policisne de Boecia de
Juan de Silva y Toledo, Valladolid, herederos de Juan Íñiguez de Lequerica). Sin embargo,
decadencia editorial con matices si tomamos en consideración las reediciones caballerescas
que desde la década de los ochenta van a ver la luz en las prensas hispánicas: los cuatro
primeros libros de Amadís de Gaula (Sevilla, Fernando Díaz, a costa de Alonso de Mata,
1580), las Sergas de Esplandián (Burgos, Simón Aguayo, 1587; Zaragoza, Simón de
Portonaris, a costa de Pedro de Hibarra y Antonio Hernández, 1587; Alcalá de Henares,
Juan Gracián, 1588), Lisuarte de Grecia de Feliciano de Silva (Zaragoza, Pedro Puig y Juan
Escarilla, a costa de Antonio Hernández, 1587; Lisboa, Alfonso Lopez, 1587), Amadís de
Grecia (Lisboa, Simon Lopez, 1596), Florisel de Niquea (Zaragoza, Domingo de Portonaris,
1584), Palmerín de Olivia (Toledo, Pedro López de Haro, 1580), Primaleón (Lisboa, Simon
Lopez, 1598), Belianís de Grecia (Burgos, Alonso y Estevan Rodríguez, 1587), Cristalián de
España (Alcalá de Henares, Juan Íñiguez de Lequerica, a costa de Diego de Xaramillo,
1587), Espejo de caballerías (Medina del Campo, Francisco del Canto, 1586), dos primeras
partes de Espejo de príncipes y caballeros (Valladolid, Diego Fernández de Córdoba, 1586;
Zaragoza, Juan de Lanaja y Quartenet y Pedro Cobarte, a costa de Juan de Bonilla, 1617),
tercera parte de Espejo de príncipes y caballeros (Alcalá de Henares, Juan Íñiguez de Lequerica,
1588; Zaragoza, Pedro Cobarte, 1623) y Renaldos de Montalbán (Perpiñán, Sansón Arbús,
1585).
El género editorial caballeresco (como la industria editorial hispánica en general) vive en
los últimos decenios del siglo XVI una situación agónica. El formato en folio y la enorme
inversión económica necesaria para imprimir estos voluminosos libros propiciaron su
paulatina desaparición de las prensas hispánicas, así como su transformación externa, en
especial, la estrategia de convertir los «toneles» caballerescos en fascículos reutilizando la
división interna en libros o partes gracias a la incorporación de portadas interiores. En
cualquier caso, en las postrimerías del siglo XVI y en los primeros años del XVII se
consumarán unos cambios editoriales que propiciarán el formato cuarto para las obras de
ficción, como el ejemplo del Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán supo aprovechar, y de
ahí el avispado librero Francisco de Robles lo retomará para el Quijote cervantino.
Sin embargo, el diagnóstico de la salud del género caballeresco castellano no debe
limitarse a este síntoma editorial, que más bien tiene que relacionarse con la situación
económica (o mejor, la quiebra de la economía castellana) que vive España cuando sufre la
decadencia de un imperio levantado sobre sueños y quimeras, sobre descubrimientos
imprevistos. Las diversas documentaciones de fiestas y saraos, entradas triunfales y
espectáculos cortesanos en donde los torneos al molde caballeresco se imponen, los
ejemplos de lecturas públicas de libros de caballerías, incluso de recitaciones de memoria
(en donde el recuerdo de Román Ramírez tiene la trascendencia de no ser único), así como
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la proliferación de libros de caballerías manuscritos, que se escriben y difunden al margen
de la industria editorial, se presentan como síntomas de una salud que, si no envidiable, sí
puede considerarse aceptable, mucho más si tenemos en cuenta que estamos hablando de
un género con casi cien años de historia, de vida repleta de todo tipo de agitaciones que,
como el propio don Juan, puede vanagloriarse de haber estado entre las manos de los
personajes más ilustres de la época (el propio emperador Carlos V) y escondido en los
baúles de las ventas más perdidas de La Mancha. Otro aspecto a tener en cuenta puede ser
la pobreza temática y argumental que el género caballeresco –después de un siglo de
transitar los mismos pasos y florestas– viene a consumar en estos momentos. Pero
tampoco nos dejemos engañar por gustos literarios y análisis narratológicos (como tantas
falsas doncellas que aparecen en los libros de caballerías) que con los ropajes del hoy
intentan vestir (y disfrazar) los cuerpos del ayer.
El caso del Policisne de Boecia de 1602, que su autor Juan de Silva y Toledo consigue llegar
al buen puerto de la imprenta (a su propia costa, no se olvide) con la finalidad de conseguir
una serie de beneficios sociales, ha sido utilizado para mostrar cómo la veta de las historias
caballerescas iba tropezando, por utilizar el símil cervantino con el que finaliza el Quijote, al
principio de la centuria. En otras palabras, este argumento le ha servido a la crítica para dar
la razón a Cervantes en su análisis del género caballeresco, cuando en realidad el escritor
alcalaíno sólo hace alusión a las «fingidas y disparatas historias de los libros de caballerías»
que, siguiendo una lectura parcial e intencionada del último capítulo de la segunda parte,
bien puede sobrentenderse que hace alusión al «fingido» y «disparatado» Quijote de
Avellaneda. Los libros de caballerías manuscritos que hoy conservamos –pálido reflejo de
los que debieron escribirse y difundirse en la época– vienen a dibujar una situación
completamente diferente.
El corpus de los libros de caballerías manuscritos va aumentando a medida que
conocemos con mayor exactitud los fondos de nuestras bibliotecas. Frente a los dos títulos
caballerescos originales que vieron la luz en letras de molde en los últimos decenios del
siglo XVI , la lista de libros de caballerías originales manuscritos muestra la enorme vitalidad
que el género mantiene en estos decenios, e incluso en los primeros del siglo XVII, como se
aprecia en el siguiente listado:
[1] Quinta parte de don Belianís de Grecia y de su hijo Velflorán con sus grandes echos (BNacional
de Madrid: Ms. 13.138; y Biblioteca Nacional de Viena: Cod. 5.863).
[2] Historia del invencible y clarísimo príncipe Bencimarte de Lusitania (Biblioteca del Palacio
Real: II.547 y II.1708)
[4] Libro tercero del ínclito Cavallero de la Luna [también incluye el cuarto] (BNacional de
Madrid: Ms. 8.370 y Ms. 10.247).
[4] Historia caballeresca de don Claridoro de España (BNacional de Madrid: Ms. 22.070).
[5] Clarís de Trapisonda (dos folios conservados en Biblioteca del Palacio Real: II.2504)
[6] Jerónimo de Urrea, Don Clarisel de las Flores y de Austrasia (tres partes). La primera parte
se conserva en dos copias (Biblioteca Apostolica Vaticana [Barberini. lat. 3610] e
Hispanic Society de Nueva York [HC 397/715]) y la segunda y tercera en la
Biblioteca Universitaria de Zaragoza (Mss. 162 y 163). Se conservan además algunos
fragmentos de la tercera parte en la Biblioteca particular de Ángel Conellas en
Zaragoza.
[7] Quinta parte de Espejo de príncipes y caballeros (BNacional de Madrid: Ms. 13.137)
[8] Francisco Barahona, Libro primero de la primera parte de Flor de Caballerías (Biblioteca del
Palacio Real: II-3060)
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[9] Aventuras de Filorante (Biblioteca Zubalburu de Madrid: Ms. 73-240)
[10] Historia del inbencible caballero Leon Flos de Tracia (BNacional de Madrid: Ms. 9206).
[11] Damasio de Frías, Primera parte del cerco de Constantinopla, do se cuentan los altos y
soberanos echos del valeroso e invencible príncipe Lidamarte de Armenia (Universidad de
California: Ms. 118)
[12] Miguel Daza, Crónica de Don Mexiano de la Esperanza, Caballero de la Fe (BNacional de
Madrid: Ms. 6.602).
[13] Jerónimo de Contreras, Historia y libro primero del inbencible y esforçado caballero don
Polismán, hijo de don Floriseo Rey de Nápoles (BNacional de Madrid: Ms. 7839)
[14] Antonio Brito da Fonseca Lusitano, Selva de Cavalerías (Biblioteca Nacional de
Lisboa: COD/11255 y COD/615)
A esta relación, habría que sumar dos textos caballerescos que pueden fecharse en los
primeros decenios del siglo XVI ([1] Crónica del príncipe Adramón [BNationale de France:
Esp. 191] y [2] Libro del virtuoso y esforçado cavallero Marsindo [Real Academia de la Historia de
Madrid: Ms. 9/804]), así como un libro de caballerías manuscrito que lo es por no haber
sido impreso, aunque se conserva el contrato de impresión, y que debe datarse a mediados
de la centuria: Francisco de Enciso Zárate, Tercera parte de la historia del imbencible caballero don
Florambel de Lucea, Emperador de Alemania (Biblioteca del Palacio Real: II.3285).
La mayoría de estos textos aparecen sin ninguna indicación cronológica, aunque
también se documentan algunas precisiones temporales, como el Polismán de Jerónimo de
Contreras (12 de mayo de 1573) o Corónica del Caballero Mexiano de la Esperanza (11 de
diciembre de 1583), así como nuestro Flor de caballerías (1599). Especial atención merece la
Quinta parte de Espejo de príncipes y caballeros que, aunque se presenta sin ninguna indicación
cronológica, puede datarse con posterioridad a 1623, año en que Pedro Cobarte imprime
en Zaragoza la Cuarta parte del libro, que es inventada por el editor con una evidente
estrategia editorial en comparación con las dos primeras partes que en 1617 el editor Juan
de Bonilla ha mandado imprimir en varios talleres tipográficos zaragozanos. ¿El último
libro de caballerías original? Quizás sí, o quizás podamos situar alguno de los restantes en
años posteriores. En cualquier caso, queden estos datos como el viento que acabe
barriendo tantos comentarios sobre la decadencia y desaparición del género editorial
caballeresco en los últimos decenios del siglo XVI.
Un nuevo tópico que debe ser desterrado. La transmisión manuscrita de libros de
caballerías –de textos extensos en prosa, en general– sufre en la primera mitad del siglo XVI
la agresiva competencia de la transmisión impresa. La industria editorial hispánica, como se
ha puesto de manifiesto en variadas ocasiones, marginada del floreciente comercio del
«libro internacional», tiene en estos libros en castellano (en donde los libros de caballerías
han de ser considerados uno de sus más importantes pilares), el medio de su supervivencia.
Pero cuando esta industria, como antes hemos indicado, no es capaz de asumir la difusión
de nuevos textos (aunque sí se sigan reeditando aquellos que tienen un cierto éxito
garantizado, como los diferentes textos del ciclo de Amadís de Gaula), la transmisión
manuscrita (habitual –y casi única– para la difusión de la poesía o de los textos breves)
vuelve a ser un medio utilizado para difundir los libros de caballerías. En otras palabras, el
listado anterior de libros de caballerías manuscritos no refleja una lista de obras que,
preparadas para ser impresas, quedaron fuera de las letras de molde; al contrario, son obras
copiadas para ser difundidas como manuscritos; son manuscritos que se difundieron de
este modo y se copiaron y modificaron. El ejemplo del Filorante es en este sentido
paradigmático: reelabora el libro primero de Clarisel de las Flores de Jerónimo de Urrea, uno
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de los libros de caballerías más hermosos e interesantes de todo el siglo XVI . De este modo,
que este texto quedara manuscrito no debe entenderse que permaneciera inédito, que sea
posible identificar ambos conceptos, tal y como sucede en la actualidad; su difusión, como
lo muestran los distintos códices que hemos conservado de la obra, se llevó a cabo por un
cauce diferente al habitual para los libros de caballerías en la primera mitad del siglo. Un
simple cambio de perspectiva.
Por último, Flor de caballerías aparece no como un libro manuscrito habitual, sino que ha
sido copiado imitando un libro impreso, todas las características esenciales del género
editorial: tanto en la portada, donde se ha pegado el grabado (no por casualidad) que
Alonso y Estevan Rodríguez utilizaron en Burgos para imprimir la primera y segunda parte
de Belianís de Grecia (1547 y 1587), tachando el Belianís que aparecía en una divisa en la
esquina superior izquierda y escribiendo a la derecha: «BELIN | FLOR | DE | GRECIA»; como
también se ha imitado un título siguiendo el modelo tipográfico habitual en los libros de
caballerías impresos: primera línea en mayúscula y el resto en composición en base de
lámpara. De la misma manera se actúa en el interior, que sigue en su forma externa la de los
impresos que conforman el género editorial caballeresco, tanto en el íncipit: cuerpo de letra
mayor, primera línea en mayúsculas y segunda línea en una mayúscula más menuda; en los
epígrafes, en donde la primera línea también se escribe en un cuerpo de letra mayor; y,
sobre todo, en las capitales, que se dibujan con todo tipo de detalle mediante motivos
geométricos y vegetales, alternando varias formas y tamaños, tal y como los libros de
caballerías impresos a finales de la centuria alternaban letras de varios alfabetos.
Flor de caballerías, terminado de «imprimir» en 1599, cierra el círculo de nuestra
argumentación: libro de caballerías manuscrito a finales del siglo XVI que se difunde con el
ropaje externo de un libro de caballerías impreso, siguiendo el modelo de un género
editorial que a lo largo de toda la centuria ha sabido mantener y consolidar una serie de
características que lo convierten en paradigma de los que se ha denominado el «estilo
español» del libro antiguo, frente a lo productos que se imprimen en los talleres franceses o
italianos.
Apuntes sobre un autor desconocido
El autor de Flor de caballerías es Francisco Barahona. Así se le nombra en los últimos versos
de un soneto laudatorio que se sitúa al inicio del libro segundo (f. 118v):
Edificios altivos, traços hechos
Con elegancia de un Apolo digna
Nos canta don Francisco Barahona.
Identidad que viene reforzada por una carta autógrafa del mismo que se ha
encuadernado entre los primeros folios del códice, en donde, al tiempo que se disculpa por
no haber podido acudir a una cita mediante un soneto, se informa a un amigo –quizás el
destinatario de esta tan peculiar «impresión manuscrita» y tal vez el autor del poema
laudatorio– de otras empresas literarias con las que el autor intenta matar sus horas de ocio.
Dice así la carta:
[2r]
Aquesta primavera tan lluviosa,
aquese alvergue tuyo travajoso
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y aqueste luto mío ya enfadoso,
aquesta mi «Arsilea» tan gustosa,
aquesta inquietud que no reposa
pues que no puede hallar ningún reposo,
y aqueste imaginar tan congoxoso
en poesía tanta y enfadosa,
aquesas calles sucias y con lodo,
con aquesta humedad continua y fría
que en el verano me parece a muerte,
me estorvan aora del posible modo
del poderme alargar de casa un día,
y así perdonarás el no ir a verte.
Ay os digo las causas por que no subiré. Perdonadme, pues aunque no vaya acá entiendo en cosas de
vuestro gusto. A Juan de Mena se llevó Morillo el Viejo para leerlo; él tendrá cuidado de traello y yo
de llevallo. Este libro os enbío; yo quisiera fuera la cosa más limada del mundo y cernida por el
harnero de la expiriencia para que fuera mejor, pero en vuestro poder lo será y así con un poco de
travajo que toméis de escrevir en estas hojas blancas lo que se os antojare tendréis un libro, mas
tanbién serán vuestros los cartapacios grandes, pero será en acabándoles un par de conpañero[s].
Veinte y cinco pliegos tengo escritos de la «Arsilea»; acabaréla para san Bernabel y hasta entonces
no me mandéis otra cosa. Vale. Don Francisco Barahona.
Morillo el Viejo, el amigo que debe recibir estas obras, el Juan de Mena que se presta...
van conformando un cierto ambiente rural en donde hidalgos consiguen descubrir un
sentido a sus vidas no en sus oficios –pocos o ninguno– sino en esas lecturas y en esas
escrituras que –¡siempre de un modo inevitable!– evocan el primer capítulo de El Quijote:
un hidalgo como ese Alonso Quijana, que se pasa las «noches leyendo de claro en claro, y
los días de turbio en turbio», y que, sin «otros mayores y continuos pensamientos» que le
estorben, dedica las horas de su soledad («aqueste luto mío ya enfadoso») a escribir libros
de caballerías, a escribir novelas pastoriles, porque como tal creemos posible identificar
esos veinticinco pliegos de la Arsilea.
Las «hojas en blanco» que se indican en la carta, además de para escribir el soneto
laudatorio antes indicado (con sus pruebas correspondientes), ha sido utilizado para
diversas anotaciones –alejadas algunas de ellas del libro– pero que nos sitúan en el espacio
geográfico de Granada. Así en el f. 118r se lee: «Los que tubieren y vieren temido don
Pedro Rufino de Belinfol, vezino de la ciudad de Granada. Libro segundo. Capitán de siete.
Don Felipe, por la gracia de Dios, Rey de Castilla, de León, de las Sentauras, capitán del
egército don Antonio Fernández». Y aún podemos concretar más el espacio con las
anotaciones, algunos inicios de documentos o pruebas de composiciones líricas, que
aparecen en los tres folios en blanco que se han situado en el códice actual en la primera
laguna del texto: «Digo que estando en esta villa de Órxiba en veinticinco días del mes de
agosto ante mí don Fernando de Paderes del estado de Órxiba ante mí...». Nos
encontramos, por tanto, en Órjiva, ciudad granadina de las Alpujarras.
El texto es parco en alusiones biográficas –como es habitual en el género–, pero dos
detalles van a permitir perfilar un retrato. Por un lado, se documentan curiosos casos de
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una posible pronunciación ceceante (116v farçantes ó 213v dispuçiçion); y por otro, en las
descripciones de florestas y jardines se prima la enumeración de variedad de árboles y
pájaros, en donde el autor parece dejarse llevar por sus conocimientos, por su propia
experiencia y placer personal (vid. cap. XXIII de la segunda parte, fol. 172v). Del mismo
modo, cuando Belinflor llega al reino de Tracia en el capítulo XXVIII de la primera parte,
pasa las horas disfrutando de las «grandes perfecciones de la naturaleça» que a sus ojos se
ofrecen: los variados árboles, el cielo estrellado que incita al príncipe a «dar gracias al
creador d’ello», la hermosura de la luna... todo ello para terminar en un vituperio contra la
corte, en donde la lujuria y la murmuración se han convertido en modelos de conducta, así
como en el folio 28r se lleva a cabo una defensa de las letras sobre las armas. Es cierto que
todo esto puede reducirse a tópicos recogidos, utilizados y consolidados por la retórica
barroca, pero ¿hemos de negar la posibilidad de ampliar su sentido más allá de los tópicos?
¿Está Francisco Barahona emparentado con los Barahona de Sevilla? ¿Puede
identificarse con ese canónigo granadino autor del Memorial por el sacro Monte y sus reliquias y
libros del que habla Nicolás Antonio en su Bibliotheca Hispana Nova? ¿Cuál fue su biografía
concreta, cuáles sus posesiones, quién fue su mujer por cuya muerte se lamenta, cuál la
posición de la que gozaba en Órjiva, si deseamos concretar de este modo su geografía
biográfica? ¿Se ha de considerar esa «indicación de mi poca edad» (fol. 116v) con el que
acaba el primer libro como algo más que un tópico retórico que se encuentra la final de
tantos libros de caballerías? Preguntas que quedan sin contestación, porque –y de nuevo
Cervantes–, podemos imaginar al autor de Flor de caballerías como uno de esos hidalgos de
los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor; uno de esos hidalgos
que intentan vivir, revivir, sobrevivir en los libros de caballerías que leen o que escriben esa
biografía heroica que la vida les negó. Algunos tienen la fortuna de convertirse en
protagonistas de un libro de caballerías (don Quijote de La Mancha); otros deben
conformarse con ser un nombre, un nombre y un apellido en un libro de caballerías, como
Francisco Barahona.
Nuestro autor se decidió –lo que no hizo el hidalgo Quejada o Quijana– a escribir un
libro de caballerías. Y como demuestra a lo largo de su texto, es posible considerarle un
experto en la materia. ¿Había también en su casa granadina almacenado una biblioteca
caballeresca del mismo esplendor que la que se reunió en La Mancha de la mano del ilustre
Miguel de Cervantes? Que Francisco Barahona poseyera una gran número de libros de
caballerías castellanos no puede afirmarse si no es dejándose llevar por el embrujo de don
Quijote, pero que los había leído casi todos sí que puede defenderse con cierta seguridad,
porque el propio Flor de caballerías no es más que un homenaje a todos ellos, a un grupo
selecto de ellos, a los que quizás hace alusión al describir el maravilloso Arco en que será
armado caballero Belinflor: «estavan pintados todos los hechos de armas que en este tienpo
se pueden leer» (fol. 25v).
En los capítulos quinto y sexto de la segunda parte de Flor de caballerías se va a narrar uno
de los episodios más curiosos del libro; no tanto por la formulación del mismo, como por
tratarse de una verdadero escrutinio caballeresco: las aventuras de los Arco de Martes, Palas
Atenea y Venus, gracias a las cuales Belinflor, por una parte, y Rubimante, por otra, se
alzan como el más valiente caballero y la más bizarra y hermosa dama, respectivamente.
¿Sus contrincantes? Los protagonistas de los libros de caballerías castellanos, que van a
justar y enfrentarse a los protagonistas de nuestro texto siguiendo una estudiada coreografía
en donde se evidencia la opinión que Francisco Barahona tiene de cada uno de ellos. Un
escrutinio mucho más benévolo con los libros que el protagonizado por el cura y el barbero
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en el Quijote. Aquí, como mucho, veremos en el suelo a algunos de nuestros héroes. Pero
sin sangre, sin mala sangre.
Al entrar Belinflor en el Castillo de Marte, le sale a su encuentro Esplandián, «príncipe
de la Gran Bretaña», quien le indica las reglas de la aventura: debe correr tres lanzas con
cada caballero; y en el caso de que permanezca en la silla, deberá entablar batalla (es decir,
enfrentamiento con espada) hasta vencerlo o ser vencido. La aventura se desarrolla
siguiendo el siguiente esquema que ahora nos interesa como «escrutinio caballeresco»: a la
primera lanza, caen al suelo [1] el emperador Esplandián, [2] el emperador Lepolemo de
Alemania, [3] el príncipe Primaleón, [4] el emperador Lisuarte de Trapisonda, [5] el príncipe
Cupideo y [6] su padre, Leandro el Bel; a la segunda lanza, le sucederá lo mismo al [7]
príncipe Agesilao, «hijo de don Falanges de Astra», [8] a Palmerín de Oliva, [9] al príncipe
Florambel de Lucea, y [10] al príncipe Olivante de Laura; a la tercera lanza caen al suelo
[11] Cristalián de España, «hijo de Lindedel», y [12] Amadís de Grecia, «el Caballero de la
Ardiente Espada»; son derrotados en el enfrentamiento con espada después de mantenerse
en el caballo las tres lanzas [13] Rogel de Grecia, «el disfrazado Arquileo», [14] Florisel de
Niquea, «robador de Helena», «ofensor de don Lucidor», [15] Rosabel, «hijo del ínclito
Rosicler», [16] y Claridiano de la Esphera, «armado de unas armas moradas». En este
momento, se acercan tres caballeros, la culminación de la caballería, que no llegan a justar
con Belinflor: [17] Caballero del Febo, «grande Alfevo», [18] Belianís de Grecia y [19] el
príncipe Belflorán. Por último, acompañado por el rey Lisuarte de la Gran Bretaña y
Arquisil de Roma, aparece [20] Amadís de Gaula «emperador de la caballería», «algo
enojado porque todos los de su linaje habían sido afrentados».
Como ponen de manifiesto las diversas fórmulas que el autor utiliza para nombrar a
cada uno de los caballeros, así como algunos detalles de su vestimenta, Francisco Barahona
demuestra un conocimiento directo de todos estos libros. En el caso de Amadís de Gaula,
se hace alusión tanto a «su famosa espada que llamándose Beltenebros disfraçado con
Oriana avía ganado» (II, 57), como a tres personajes a los que Amadís vence a lo largo de
su vida: Abiés, rey de Irlanda (I, 9), Angriote de Estravaús (I, 18), y don Cuadragante (II,
55). Del mismo modo, con anterioridad al enfrentamiento entre Amadís de Gaula y el
Cavallero del Arco, el Caballero del Febo, Belianís y Rosicler junto a Belinflor habían
disputado sobre las aventuras más famosas protagonizadas por cada uno de ellos: la del
templo de Amón acabado por Belianís, la victoria del Caballero del Febo sobre Meridián
«defendiendo el partido de la infanta Lindabrides», la de la Tabla Redonda, finalizada por
don Belianís de Inglaterra. Pero todas estas aventuras terminan por ser consideradas
inferiores a la que está consiguiendo culminar Belinflor en el Castillo de Marte.
Este curioso «escrutinio caballeresco» tiene su paralelo femenino en las dos Palmas que
consigue Rubimante: una, la de Palas, por ser la más valiente de todas las damas bizarras
que aparecen en los libros de caballerías; y otra, la de Venus, por ser la más hermosa. La
primera aventura está organizada de manera similar a la que ha superado Belinflor en el
Castillo de Marte: correr tres lanzas y, en el caso de quedar en el caballo, comenzar una
batalla. A la primera lanza, caen las siguiente damas bizarras: [1] la reina Calafia, [2] la reina
Semíramis, [3] la reina Camila, [4] la reina Traifata, [5] la infanta Favarda, «muger del rey
Salión de Lira», [6] Amazona reina Pantasilea, [7] Pintiquinestra, «muger del infante
Perión»; a la segunda lanza, les sucede lo mismo a [8] Bradamante «hermana de Rolandos»,
[9] a la infanta Minerva, y [10] a la reina Zahara del Cáucaso; continúa la aventura con el
enfrentamiento contra dos jayanas, [11] la reina Frosina, y [12] la reina Xarandria; a la
tercera lanza, caen al suelo [13] la reina Zenobia «enamorada de Belflorán», [14] la reina
Clariana, «la del Febo Troyano» y [15] Sarmacia, «la querida de Orístedes»; con la espada,
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después de superar sin caerse las tres lanzas, se enfrenta a [16] la infanta Alastraxera, «la de
don Falanges», [17] a la reina Marfisa, [18] a Floralisa «enamorada de Poliphebo de
Tinacria», «amada de don Clarisel», [19] a la reina Arquisilora de Lira, [20] a la infanta
Rosavandi de Calidonia, «la de don Heleno», «hermana de Astorildo»; para concluir con las
dos damas bizarras, la culminación de la caballería, con las que no llega a justar: [21] la
princesa Hermiliana de Francia, «muger del valeroso príncipe don Clarineo de España», y
[22] la princesa Claridiana, «muger de Alphebo».
En el caso de la Palma de Venus, las damas están situadas en un trono de siete gradas,
de la siguiente manera: en el primer escalón, [23] la emperatriz Andriana, [24] la princesa
Cupidea, [25] la princesa Heliodora, y [26] la princesa Gridonia; en el segundo, [27] la
emperatriz Polinarda, [28] Leonorima, [29] Abra y [30] Onoloria; en el tercero, [31] la
princesa Diana, [32] Lucendra y [33] Gradamisa; en el cuarto, [34] la infanta Helena, [35] la
princesa Nique, [36] la emperatriz Arquisidea, [37] la princesa Penamundi y [38] la princesa
Bella Estela; en el quinto, [39] la infanta Lindabrides, [40] la princesa Lucela de Egipto y
[41] la infanta Belianisa de Inglaterra; y en el sexto, [42] la reina Oriana, [43] la princesa
Floribella y [44] la infanta Olivia.
Sesenta y cuatro personajes de libros de caballerías castellanos han desfilado delante de
Belinflor y Rubimante en estos capítulos. Personajes que luchan y aman en las aventuras
que se narran en todos los libros del ciclo canónico amadisiano (a excepción, por tanto, del
Florisando de Páez de Ribera [libro VI] y del Lisuarte de Grecia de Juan Díaz [libro VIII]): por
supuesto del Amadís de Gaula, de las Sergas de Esplandián, del Lisuarte de Grecia que comienza
el ciclo caballeresco de Feliciano de Silva, continuado por el Amadís de Grecia (Onoloria), el
Florisel de Niquea (la reina Zahara de Cáucaso y la infanta Alastraxera), así como las partes
tercera y cuarta del Rogel de Grecia (la emperatriz Arquisidea), para terminar con el Silves de la
Selva de Pedro de Luján (la princesa Diana); en los dos primeros libros del ciclo
palmerisiano: Palmerín de Olivia y el Primaleón, así como en las tres partes de Espejo de príncipes
y caballeros (Rosabel, Claridiano de la Esphera, Belflorán, Bradamante, la reina Zenobia,
Sarmacia, Floralisa, la reina Arquisolora de Lira, la infanta Rosavandi de Calidonia, la
princesa Claridiana, la infanta Lindabrides), así como en otros libros diversos, como Febo el
Troyano de Esteban Corbera (la reina Clariana), Lepolemo y su continuación (traducción del
italiano) Leandro el Bel (el príncipe Cupideo o la princesa Cupidea), Florambel de Lucea,
Olivante de Laura (impreso anónimo aunque su autor sea Antonio de Torquemada),
Cristalián de España de Beatriz Bernal (las princesas Panamundi y Bella Estela), Belianís de
Grecia (la princesa Hermiliana, la infanta Floribella), o la primera parte del libro primero de
Clarián de Landanís de Gabriel Velázquez del Castillo (Gradamisa)... y en otros quizás
porque la falta de materiales de apoyo (diccionarios y relaciones de antropónimos y de
topónimos) de los libros de caballerías castellanos imposibilitan la identificación de todos
ellos. Más adelante saldrá en escena, ahora contra el príncipe Rorsildarán, «el espejo de la
caballería», don Roldán, y así mismo, Renaldos de Montalbán junto a Oliveros y a los otros
doce pares de Francia (fols. 172r-v).
En cualquier caso, la coreografía que estos personajes consuman alrededor de los dos
bailarines estrellas: Belinflor y Rubimante, los más valientes y hermosos, viene a mostrar no
sólo una lectura amplia y pormenorizada de la mayoría de los libros de caballerías
castellanos que aún a finales del siglo XVI sobrevivían en el gusto de un amante al género 1,
sino –y es lo que ahora queremos resaltar– estos personajes son nombrados siguiendo una
gradación. En esta gradación, en este escrutinio caballeresco, a la cabeza se coloca Amadís
de Gaula, pero más como tributo al «emperador de la caballería» que como verdadero
modelo narrativo y caballeresco: no olvidemos que Amadís de Gaula batalla con Belinflor,
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Flor de caballerías, edición de José Manuel Lucía Megías (1997)
aunque este no quería llevar a cabo el citado «descomedimiento», y que si no es vencido es
gracias a la intervención del rey Lisuarte y del emperador Arquisil; y que Oriana comparte
el último peldaño de la hermosura con las amadas de Belianís y de Palmerín. Los modelos
narrativos y caballerescos de Flor de caballerías hay que buscarlos en el Belianís de Grecia de
Jerónimo Fernández y, sobre todo, de las tres partes del Espejo de príncipes y caballeros 2.
Influencia y modelos que pueden rastrearse igualmente en la toponimia y en la
denominación de los protagonistas de Flor de caballerías3 .
En el contexto de la influencia del Espejo de príncipes y caballeros de Diego Ortúñez de
Calahorra y de sus dos continuaciones (las de Pedro de la Sierra Infanzón y de Marcos
Martínez), hemos de comprender las continuas referencias al mundo clásico, especialmente
los personajes y acciones de la odisea troyana, que se documentan a lo largo de toda la
composición, como Eisenberg (1975: LII) ya señalara como causa de la popularidad de la
primera entrega de las aventuras del Caballero del Febo. El príncipe Belinflor se entretiene
en el Deleitoso Bosque leyendo la Historia de Troya, lo que le lleva a desear, después de
admirar las proezas de Héctor, a combatirse con él para «ver si sus fuerças alcançavan a lo
que d’él escriven y después de satisfecho tenerlo por amigo» (fols. 24r-v). Así mismo,
cuando entran en combate en la mar Rorsidarán y Belinflor, el narrador acota: «Si tan brava
batalla en que Marte apriende, ¿para qué decir en que d’ella no se avía de entregar a mí sino
el celebérrimo Homero, al sonoro Virgilio o al fecundo Taso?» (cap. XI del segundo libro,
fols. 143v-144r). Homero, Virgilio y el italiano Tasso se convierten –con esta afirmación–
en modelos, en ideales de la narración de las aventuras y hazañas que en el libro se narran
ahora (al margen de que se trate de un tópico, lo que en este momento interesa son los
nombres, los autores y las obras concretas que se utilizan para formularlo, lo que conlleva
un cierto juicio literario). De esta manera, si Belinflor demuestra en la segunda parte cómo
es el más valiente de todos los caballeros de los libros de caballerías castellanos, del mismo
modo las proezas por él culminadas, así como por Miraphevo, ponen en evidencia la
superioridad del griego frente a sus antepasados. Precisamente en el capítulo X de la
primera parte, Francisco Barahona vincula directamente al príncipe Miraphevo con la
estirpe de Héctor, el héroe troyano, y de la reina amazona Pentasilea (fol. 18v): Frostendo,
quien se casa con al reina del Caúcaso, la hermosa Salora, después de haber estado
encantado en Ilión durante mil años. De nuevo, las Crónicas troyanas aparecen como el
referente clásico de los Espejos de príncipes y caballeros y de sus continuaciones4. El libro, Flor
de caballerías, –como es habitual en las distintas continuaciones del Espejo de príncipes–,
aparece como culminación de todos los textos anteriores, así como su protagonista,
Belinflor, se presenta como mejor caballero que todos los héroes clásicos, tal y como
afirma el sabio Menodoro: «tiniendo a Belinflor en nuestra conpañía, aunque lo defendiera
el ventajoso Hércules y el afamado Jasón y el sin par Héctor y, aunque ayudare con sus
discretas cautelas el perseverante Ulixes, lo tuviera yo por poco» (fol. 111r). Por otro lado,
la vinculación de ambos mundos, el mitológico greco-latino y el caballeresco, se aprecia en
la relación que Francisco Barahona hace cuando describe –siguiendo otro de los motivos
más frecuentes en el ciclo de las aventuras del Caballero del Febo– la encantada Torre de
Medea (cap. XV de la primera parte, fol. 28r). En las paredes de mármol, «con infinitas
piedras preciosas, entallada con mucho oro y colores», están dibujadas diversas historias;
historias de «castas mugeres» como Clonia, Hipo, Alcestis, Fulbia, Camila, Tucia y Dido,
presididas por la diosa Diana; historias de amantes como Paris y Helena, Píramo y Tisbe,
don Florisel y la segunda Elena, Leandro y Hero, el Febo y Lindabrides, bajo la protección
de Cupido; y por último, bajo la imagen de la Muerte, «muchos excelentes varones» como
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Flor de caballerías, edición de José Manuel Lucía Megías (1997)
Alexandro Magno, Julio César, Aníbal, Pompeyo, Héctor, Príamo, Artús, Cayo, Mario,
Augusto y Octaviano.
Al margen del tópico del amanecer mitológico, que viene a seguir una tradición caballeresca
propia no sólo de los libros de Feliciano de Silva sino de tantos otros, como el propio
Belianís de Grecia –parodiados en el segundo capítulo del Quijote cervantino–, de dos modos
el mundo clásico, o mejor, las alusiones tópicas a una serie de personajes y de topónimos
propios de la mitología clásica conocidos por cualquier persona con una cierta (y no
excesiva) cultura en la época, van a ir desgranándose en nuestro texto: [1] referencia a
héroes y dioses clásicos que presencian las batallas de los protagonistas del libro y [2] la
reutilización de personajes clásicos dentro de la historia5 .
Las batallas son los lugares propicios elegidos por Francisco Barahona para hacer
aparecer a Marte y a otros dioses clásicos que se quedan admirados –e incluso se afirma que
aprenden– del arte de la guerra de estos nuevos caballeros. Así sucede por ejemplo en el
capítulo XXIV de la segunda parte. El encuentro entre Rugerindo y Belinflor, sin saberlo
hermanos, es contemplado por «el dios Pan con su pastoril y satírico vando; el délfico con
sus armónicos y sonorosos ministros; el dios de las selvas con su conpañía de sátiros y
faunos; la casta caçadora con sus montesinas ninfas; Apolo con Calíope, Clío, cómica Talía,
Euterpe, Polimnia, Erato, Urania, Terpsícore y Melpómene; Venus, Saturno, Mercurio,
Júpiter, Neptuno con su tridente, Vulcano con sus cíclopes, Plutón con Proserpina y sus
furias, y finalmente Marte con su furibunda conpañía, vinieron todos a ver y celebrar la
furia de los desconocidos hermanos que se avía de mostrar por la potencia de sus golpes»
(fol. 175v).
Por otro lado, el personaje de Medea va a convertirse en un referente esencial de todo el
trasfondo mágico de la obra. La aventura del Castillo de Medea y en especial la del Infierno
de Jasón (cap. XXXIV de la segunda parte, fols. 201r-v), van a permitir al autor hacer
comparecer toda una serie de personajes mitológicos, bañados así mismo de toda esa
iconografía propia del infierno procedente de las transformaciones (e incorporaciones)
consumadas en la Edad Media; una recreación del descensus ad inferos, de esos espacios
infernales tan habituales en los libros de caballerías (Cacho Blecua, 1995)6 : al inicio del
«hondo valle», no canta ni Filomena (la golondrina), ni Procne (el ruiseñor), ni la cuidadosa
Alcítoe (el murciélago), sino la cruel Escila (el martinete) acompañada del desdichado Niso
(el águila marina), del determinado Ceix (el somormujo), y de la «parlera secretaria de Palas»
(la lechuza). De este modo, llega Belinflor a un camino en donde ve aparecer al
«desobediente mancebo de Cibeles» (Atis), «el agradable y malancólico amado de Febo»
(Cipariso), así como las mujeres tracias que terminaron con la vida de Orfeo. En un
segundo valle, más hondo que el anterior, el héroe reconoce a las Danaides, quien por
obediencia a su padre, Danao, –excepto Hipermestra–, asesinaron a sus maridos la noche
de bodas; y posteriormente a Tántalo y Sísifo; de ahí llega a una negra puerta, detrás de la
que distingue a Plutón y a sus «temerosos ministros», con los que Belinflor tiene que luchar,
llegando entonces al temeroso valle, donde el miedo y el pavor que allí recibe no le impide
dejar de reconocer al «atrevido» Ixión, con su rueda inmortal, a las insaciables Harpías, a
Ayax, hijo del codicioso Telamón, a la cruel Anaxáreta, a Teseo y Minos, sufriendo las
torturas de Cupido por su actitud contra el amor, a las tres Erinias, las Furias romanas
(Alecto, Tisífone y Megera), «peinando con peines de encendido hierro bívoras y culebras
que por cavellos tenían»; de aquí pasa el Cavallero del Arco a un prado en donde la
simbología cristiana viene a compartir el espacio infernal del episodio: siete sepulcros en
donde se representa a los pecados capitales, en el siguiente orden: lujuria, envidia, gula,
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Flor de caballerías, edición de José Manuel Lucía Megías (1997)
avaricia, pereza, acidia e ira. Vuelve el mundo greco-latino con Caronte y su barca en la
laguna Estigia, «cuya popa era una caveça de disforme dragón; la proa, de cola de sierpe; la
silla, sus alas; el vaso, el medio cuerpo de Behemot; los remos eran de gruesos cuerpos de
silvestres lagartos»... y por no detenernos más en este espacio infernal, llega Belinflor al
palacio donde encuentra a Plutón con su amada Proserpina, después de haber vencido al
can Cerbero y a una serie de demonios en la fragua de Vulcano, y de aquí pasa a una
habitación donde se topa con las Parcas, y de ahí al verdadero infierno de Jasón, en donde
el marido de Medea sufre la más terrible de las torturas por su traición: cuatro leones,
grifos, tigres y osos muerden sus brazos y piernas produciéndole «con sus dientes crueles y
penetrantes heridas de cuya sangre él y el suelo estava teñido»; al tiempo que cuatro
demonios le abrasan las entrañas y un avestruz le come el coraçón «y acabado un demonio
le ponía una plancha de hierro quemado, con lo cual le sanava la herida y el avestruz bolvía
de nuevo a picalle». Belinflor consigue liberar a Jasón de su tormento, y al hacerlo culmina
la aventura, con su muerte y la de Medea, consumándose en este momento un nuevo
prodigio: ambos aparecen encerrados en un sepulcro de alabastro en donde en letras rojas
se narra su vida y muerte, así como las múltiples penas que el príncipe había padecido por
su traición. A este sepulcro se acerca Belinflor «con más piadosos pasos» que con los que el
cansado Anquises se acercara a su hijo Eneas en el canto VI de la Eneida de Virgilio.
Y un último ejemplo, entre tantos que documenta el texto, para mostrar cómo se
incorporan personajes clásicos a la trama del mismo. En dos ocasiones aparecerá Anteo, el
hijo de Gea, en el libro: en la encantada Torre de Medea (cap. XV de la primera parte, fol.
29v), en donde «el gran Anteo», después de enfrentarse por primera vez con Belinflor, pide
ayuda a los dioses porque sus golpes son más fuertes que los del victorioso Hércules: «¡Ó,
dioses, si á resucitado con nuevas fuerças el poderoso Hércules para venir a enfrentarme en
esta remotísima morada, ó, valedme que estas dobladas fuerças son que las primeras!»; y en
el Castillo de Medusa (cap. XXXII de la segunda parte, fol. 233r), que es la última guarda del
encantamiento ideado por el sabio Eulogio, a quien Belinflor vence con dos puñaladas que
le propina estando abrazado con él.
En conclusión, el gran número de alusiones mitológicas greco-latinas que aparecen en
Flor de caballerías, frente a lo que sucede en otros libros de caballerías manuscritos como el
Clarisel de las Flores de Jerónimo de Urrea o el Lidamarte de Armenia de Damasio de Frías, ha
de relacionarse antes con el modelo narrativo impuesto por el ciclo del Espejo de príncipes y
caballeros que como prueba de una cultura clásica en nuestro autor.
Del mismo modo, en el estilo Francisco Barahona tampoco se alejará de sus fuentes
caballerescas. Sólo dos notas a modo de ejemplo. El autor tiene una especial predisposición
para escribir en un estilo ornamental y amplificador, con la proliferación de una variada
tipología de equivalencias. Son habituales las documentaciones del políptoton (102v
Cumpliendo la victoria la muerte de Xaremo, cumplió la alegría de los presentes, con la cual
cumplieron lo que a ella devían), de derivaciones (159r aunque con más deseo Rugerindo dava
priesa que apresurasen los forçados, poniendo toda la fuerça de sus forçosos braços e los
gruesos remos, para que con vigorosa fuerça forçada más apriesa caminase), de anáforas
(183v Los jayanes, ambos diestros, ambos agudos, ambos prestos a herir, ambos ligeros en
rebatir, ambos valentísimos y ambos de veras enojados) y, en especial, de figuras
etimológicas, en donde se acompaña al sustantivo de un adjetivo formado de su misma
base léxica (15v ordenada desorden, 37v denodado denuedo, 40v esforçado esfuerzo, 41r
humilde humildad, 41r impetuoso ímpetu...), así como equivalencias morfológicas con una
evidente función intensificadora, como la epizeuxis (66r haciendo muchos muchos males).
También son habituales ciertas licencias y equivalencias sintácticas, como la enumeración (por
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Flor de caballerías, edición de José Manuel Lucía Megías (1997)
ejemplo, al indicar los peligros que Belinflor encuentra en la Encantada Montaña de la
Fada, fols. 37v-38r), la acumulación (especialmente fol. 172v), el hipérbaton (12r Y con esto
llegaron donde la batalla se hacía y enristrando sus lanças se entraron por los cavalleros de
los jayanes y el emperador Rugeriano y el príncipe Brasildoro endereçando a los jayanes) y
la proliferación no sólo de adjetivos sino también de epítetos pleonásticos, abundantes en
esos pasajes de trasfondo greco-latino a los que nos hemos referido con anterioridad (92v
diligente Zintia, 143r iracundo Marte, 159r rubicundo Apolo) o al aludir a los protagonistas
de la obra (33v esforçado y encubierto griego, 53r ínclito Rugerindo, 54r fuerte Tirisidón,
55v valiente Deifevo, 59v honesta Gralasinda, 62v oriental príncipe Furiabel...). El estilo de
Francisco Barahona, con ejemplos como «oyó un temeroso ruido y asomándose a la puerta
de la torre vio que toda era hueca y muy honda y escura y enfrente de la puerta avía una
temerosa boca de una lóbrega cueva, por la cual salía un inpetuoso y caudaloso río, el cual
con sonoroso y temeroso ruido en la honda sima de la hueca y escura torre se precipitaba,
que, otro que el invicto coraçón del encubierto griego lo mirara, de temor desfalleciera»
(fol. 27r), deben ser considerados bajo el prisma de las palabras de López Pinciano
(Philosophía antigua poética, 1596) al hablar de la necesidad de la afectación en la lengua
poética: «Dicho está ya otras veces cómo la oración poética quiere un poco de afectación y,
por esta razón, admite más frecuencia de epítetos, mas de manera que no sean molestos y
enojosos, como lo sería el poeta que a cada sustantivo echase dos o tres adjetivos y
epítetos. Es menester, digo, una medianía, y, si son buenos y bien traídos, se puede echar a
cada sustantivo uno y, alguna vez, un par; mas el que ordinariamente echase dos o tres,
haría una oración, no ornada, sino hogosa y fea» (II, 150-151). La mesura o moderación no son
en absoluto características de la prosa de Francisco Barahona, por más que Aristóteles así
lo recomendara en su Retórica para el uso general de los elementos del ornato (III, 2.4), como
se aprecia en la descripción que hace el autor de la floresta en la que el emperador de
Alemania llega en el segundo folio conservado del libro: «Era este unbroso valle faldado de
un áspero monte donde entre coronadas cumbres de infructuosos enebros y entricados
lentiscos buscavan su cóncava morada el javalí cerdoso, la retocadora garduña, el oso
bramador, el temeroso gamo, el pávido conejo, el flechador espino, el rapante león, el
gruñidor texón, la cabra velocísima y todo el ganado montesino que se puede imaginar»
(fol. 2r).
Por otro lado, como es también habitual en la prosa barroca, en varias ocasiones se hace
uso de una figura de pensamiento: la écfrasis o descripción, en sus más variadas formulaciones,
como la prosopografía (de animales fantásticos como el diabólico Eponamón [fol. 35r] o el
Trigaleón [fol. 39r], de un jayán [fol. 56v] o de una mujer [fol. 228r]), la etopeya (fols. 24r y
103v), la topografía (de palacios [fol. 16r], de un río [fol. 90r], de un prado [fol. 17v]), de
topotesia (de un castillo encantado [fol. 199v]) o de pragmatografía (de una fiesta [fol. 44v], de
una tormenta [fols. 40r-40v]). En cualquiera de estas descripciones encontraremos todas las
peculiaridades del estilo antes indicadas, así como uno de las características de este modelo
caballeresco: la recurrencia en las descripciones de los vestidos de damas y caballeros en
donde sobresale un mundo que vive en la riqueza y el lujo, en la fantasía de la hipérbole,
como muestra la descripción que se hace de una doncella que llega a la corte en busca del
Cavallero del Arco7 :
estando todos muy alegres en la real sala, en ella entró una doncella, la más estraña que se vio: era
muy pequeña, tanto que a una mediana muger no pasara de la cintura; era hermosa y venía vestida
de terciopelo negro con inumerables zafires y carbuclos, que hacían una triste hermosura de riqueça;
traía un tocado tan alto que con él igualaba a cualquier alto cavallero; era armado de unas delgadas
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Flor de caballerías, edición de José Manuel Lucía Megías (1997)
vergas de oro y sobr’ellas los largos y rubios cavellos hacían entricadas laçadas, rebueltas y bien
conpuestas con rosas, hechas de delgada gasa negra; rematávase en tres puntas de delgada hoja de
oro, con color parda matiçados. Traía tras sí una doncella vestida de negro y dos enanos, en cuyos
honbros traía la estraña doncella las manos. (fols. 104r-v).
Líneas maestras para un libro no maestro
Flor de caballerías es el título del libro de caballerías escrito por Francisco Barahona. Así
aparece en las cabeceras y así se indica en los títulos de los dos libros de esta primera parte.
Precisamente estas letras junto a una hermosa flor serán la señal dibujada en el pecho de
Belinflor de Grecia cuando nace (fol. 16v), que permitirá su anagnóresis, que, en cualquier
caso, no llega a culminarse en esta primera parte de la obra. En cualquier caso, no debemos
olvidar que se trata de un título, de una denominación inusual dentro del género
caballeresco, que a lo largo del siglo XVI había visto aparecer en las portadas diversas
variaciones, pero siempre alrededor de tres denominaciones genéricas: libro, historia y crónica.
Sergas («Las sergas del virtuoso cauallero esplandian hijo de amadis de gaula»), espejo (Espejo de
caballerías o Espejo de príncipes y caballeros) o dechado y remate («Primera parte del Dechado y
Remate de grandes Hazañas, donde se cuentan los inmortales hechos del cauallero del
Febo el Troyano»), han de ser considerados del mismo modo excepcionales, como
excepcionales son los adjetivos de los que se vale el autor para calificar al emperador
Arboliano al enfrentarse al duque Bamasar: «pues qu’el espejo de la cavallería, padre de la
cunbre y remate d’ella, hacía tan altas y maravillosas cosas que apenas se pueden creer» (fol.
165r).
1. Los folios perdidos
Flor de caballerías, tal y como se conserva en la Biblioteca del Palacio Real, ha llegado a
nosotros mútilo de varios folios iniciales (de tal modo que se ha perdido parte de los
primeros cinco capítulos iniciales), y un fragmento del último (que impide la lectura del
final del texto). Sin cabeza y sin pies hemos de adentrarnos a las aventuras narradas por
Francisco Barahona. Debía comenzar Flor de caballerías con la genealogía de los héroes, y así
en el primer folio conservado se narra cómo el príncipe Alivanto se casa con la emperatriz
de Alemania, Orisbella, después de haberla salvado junto a su hermana Elivia de dos
jayanes que previamente habían dado muerte a su padre, el emperador Valeriano, y a su
hermano, el príncipe Hastiano. De esta unión nace el príncipe Arboliano, padre de
Belinflor de Grecia, quien, desde pequeño, sobresale por su hermosura. Estando el
emperador Alivanto en una floresta esperando aventuras, le llega una «blanca pintada
alfana», quien le lleva a un barco encantado, en el que arriba a una «deleitosa y fresca
ribera», a la que salta el caballero, quedando sus aventuras truncadas por la pérdida de los
folios. Cuando se vuelve a retomar la narración, en el folio 11r, al final del capítulo quinto,
nos encontramos en un ambiente bien distinto: el final de la batalla naval entre el
emperador Arboliano y el rey Anares, a quien termina por vencer, rescatar a su mujer, la
emperatriz Floriana, y volver todos a Grecia, «donde los dexaremos por contar cosas que
hacen al caso para la prosecución de la historia» (fol. 11v). El capítulo sexto comienza con
una acción, que debió narrarse en los precedentes: «Después de enbarcados, el emperador
Rugeriano y el rey de Antioquía y los príncipes Brasildoro, Zarante y Zalipón en la nave
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quisieran seguir al encantado batel...», así como sucede con el séptimo (fol. 13v), en donde
se retoma al rey Vepón de Tesalia, que había partido de la plaza de Clarencia en un carro
con dragones. Poco más podemos saber, a excepción de cuatro alusiones posteriores en el
texto, que hacen referencia a aventuras narradas en los folios perdidos, así como a esa larga
prisión que el emperador Valeriano debió sufrir según indica la emperatriz Floriana (fol.
11r):
¡Ó, savia Sarga!, que la otra vez tan señalado servicio me hiciste en enviarme aquel vatel, acuérdate
ahora de mí que aún mayor pena tengo agora que entonces (cap. XII, fol. 21r)
Acabado esto sonó dentro del castillo una recia tronpeta, al son de la cual salió el gigante Bruslando,
aquel que cuando el enperador Arboliano y su conpañía libró al príncipe Brasildoro en aquella
ínsula era el que se metió en el castillo (cap. XXII, fol. 47r)
al gran Mandrogedeón, cuya caveça con la de su padre traemos para que vuestra grandeça sepa que
del enojo que le hicieron cuando a la princesa Floriana en la Torre encerraron (cap. XXIII, fol.
50r)
La historia á contado que en las justas que por el casamiento del emperador Arboliano en Clarencia
se hicieron, el esforçado rey Vepón mató un día al Cavallero de los Leones, llamado Baburlán,
qu’era rey de la Ínsula Gigantea y después vino Horteraldo co[n] el gigante Manbocarón y los demás
que sucedió lo que oistes aora (cap. XXIV, fol. 50v)
Por otro lado, tampoco nos es posible conocer las palabras finales de esta narración
abierta, en cuyos últimos párrafos se anunciarían las nuevas aventuras, el desarrollo de
ciertas líneas narrativas que tendrían en las continuaciones su culminación. Flor de caballerías,
a imagen y semejanza de Espejo de príncipes y caballeros y otros tantos libros de caballerías,
aparece desde su portada como una obra abierta: primer y segundo libro de la primera
parte, cuya continuación parece ya programada por Francisco Barahona. Al final del
capítulo XLIII del libro primero, se narran las bodas entre Rorsildarán de Tracia y la
princesa Risalea, de cuya unión nació Rodamor, quien «fue señalado y valentísimo
cavallero, al cual Menodoro se muestra aficionado como el tercer libro d’esta primera parte
lo mostrará» (fol. 94v). Nuevos personajes que protagonizarán las aventuras narradas en las
continuaciones, como el propio hijo de Belinflor que «en el largo proceso de la historia» se
casará con una hija del príncipe Miraphebo de Troya, tal y como se anuncia al final del
capítulo octavo (fol. 19v); pero también a lo largo del texto se indican líneas argumentales,
maravillas y aventuras que quedan ahora en suspenso, pero cuyo final se narrará en los
siguientes libros y partes, cuando aparezcan esos héroes a las que están destinadas, como la
llegada de Rugerindo a la corte española del rey Claristeo, el desencantamiento del príncipe
Rorsildarán y la reina de Francia, Belrosarda, que no se cumplirá «hasta que nazca lo que el
savio Eulogio desea» (fol. 194v), las hazañas que deberá culminar el Doncel de la Hermosa
Flor a quien Belinflor conoce en la Casa de Medea o el final de la Aventura de la Ínsula de
la Cruel Desdicha, según el padrón que lee el príncipe Rugerindo:
Hasta que el postrer engendrado del invincible y coronado león en la encubierta leona salga a luz,
publicando con sus terribles uñas la fiereça heredada en conpañía de la mansa cordera despedaçadora
del primer león, aquí llegaren no se acabará el famoso encantamento de la Ínsula de la Cruel
Dedicha, porque en sí tiene encerrado más precioso tesoro y mayor causa para ponerse en peligro que
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Flor de caballerías, edición de José Manuel Lucía Megías (1997)
la que el aventurero pensava y porque el sepultado anillo es para mayores cosas no vino a sus manos
ni vendrá a los de nadie sino a las de la [di]cha cordera (fol. 162r).
2. Falsa narración, falsa traducción, falsos autores
Los dos libros en que está dividida la primera parte de Flor de caballerías consuman la
estructura narrativa de la obra: en la primera, los protagonistas demuestran su calidad de
caballeros, y en la segunda, se narrarán «las maravillosas aventuras por donde descubrieron
a sus señoras y los amores que con ellas tuvieron» (fol. 118r).
La trama argumental no puede ser más sencilla. En la corte de Constantinopla se reúnen
los emperadores y reyes de mayor linaje de la cristiandad, cuyas aventuras se han narrado
en los primeros capítulos de la obra: el emperador Arboliano de Grecia con las
emperatrices Brenia y Floriana reciben en el puerto al emperador Rugeriano, al rey de
Antioquía, a los príncipes Brasildoro, Zarante y Zelipón, a don Sacriván junto a su esposa,
la linda Sicrestia, al rey Vepón y a su querida Amaltea, al príncipe Bransiano de Antioquía
con Delia, reina de Negroponte, y a Jeruçán de la Gavía con Direna, infanta de Boecia (fol.
15v). En la corte del imperio griego van a nacer los jóvenes caballeros protagonistas de las
diversas aventuras narradas en el libro: en primer lugar, Belinflor, hijo de los emperadores
griegos, Arboliano y Floriana, quien es raptado por el sabio Menodoro subido en un carro
de fuego; después Deifevo de Tesalia, hijo del rey Vepón y de Amaltea; a los dos días, don
Fermosel de Antioquía, hijo del rey don Bransiano; Direna da a luz a Briçartes, «un niño
tan grande como hijo de jayán», y al cabo de unos meses parió Sicrestia un hermoso niño a
quien se le llamó don Gradarte de Laura. El conjunto de príncipes griegos, de compañeros
inseparables se completa con Tirisidón de Numacia, quien nace unos meses después de la
unión entre el príncipe Brasildoro y la infanta Florelia de Macedonia, y con el príncipe
Rugerindo, el segundogénito del emperador Arboliano. La corte de Constantinopla se
convierte, por tanto, en el primer espacio de reunión de los protagonistas de la obra. Junto
a él, Francisco Barahona va a configurar otros dos, que marcan la trama del argumento: el
Deleitoso Bosque, creado por la sabia Medea, donde aprende su ciencia el sabio Menodoro,
lugar en que se van a reunir Orisbeldo de Babilonia, sobrino del sabio, Miraphebo de
Troya, descendiente de Frostendo, hijo de Héctor y de la amazona Pantasilea (cap. X) y el
propio Belinflor de Grecia; y por otro lado, el Temeroso Valle, residencia del sabio
Eulogio, enemigo del linaje griego, quien cría allí al príncipe Furiabel, hijo del emperador
Eleaçar de Oriente, y a Rorsirdarán, hijo igualmente del emperador Arboliano, quien, por
las mentiras que le cuenta el sabio Eulogio, consigue que odie tanto a su padre –el
Caballero de la Fortuna– como a su propio hermano, el Caballero del Arco. De este modo,
la gran mayoría de las aventuras narradas en el libro tienen su origen en el odio de Eulogio
a toda la estirpe griega, de ahí el carácter mágico de casi todas ellas y la ausencia de una
finalidad práctica: los caballeros y damas de Flor de caballerías, ayudados por los sabios
Menodoro y Belacrio y las sabias Medea y Serga, van a intentar –y conseguir– acabar con
los encantamintos y maldades que el sabio Eulogio va perfeccionando a lo largo de la obra,
situándose su punto culminante en la Aventura del Castillo de Medusa. La acumulación de
estas aventuras fantásticas son las que van a ir conformando el modelo caballeresco de Flor
de caballerías, el modelo de literatura de evasión al que los libros de caballerías se han ido
encauzando, después de un nacimiento renacentista muy vinculado con la realidad histórica
y el espíritu de cruzada de los primeros decenios del siglo XVI (Marín Pina, 1996).
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Flor de caballerías, edición de José Manuel Lucía Megías (1997)
Cuando los donceles llegan a la juventud, son armados caballeros y parten en busca de
aventuras, creándose diversas situaciones en donde llegan a conocerse y a hacerse amigos,
aunque desconociendo los vínculos familiares que les unen. Las aventuras de los caballeros,
en especial las de los hijos del emperador Arboliano, se van a ir desarrollando siguiendo la
técnica del entrelazamiento, como es habitual en este tipo de narraciones. Belinflor es
armado caballero por su propio padre, el emperador Arboliano, previamente encantado, y
recibe, después de superar diversas aventuras, sus armas encantadas de cristal, su espada
mágica –capaz de destruir cualquier encantamiento– y a Bucífero, el mejor caballo del
mundo. Por su parte, los príncipes en la corte de Constantinopla son igualmente armados
caballeros por los emperadores y reyes que allí se encuentran, y parten de la corte –sin que
nadie lo sepa– culminando diversas aventuras que ponían en peligro la estabilidad del
imperio griego, en este caso, contra sus enemigos moros: los jayanes Mondrogedeón,
Bustaraque y Bretonimar, y el emperador Abacundo en la ciudad de Clarencia. Los
cincuenta y cuatro capítulos de la primera parte se dedican a narrar diversas aventuras –a
cual más fantástica y peligrosa– en donde los noveles caballeros muestran su valor, y en
donde los más poderosos reyes y emperadores del mundo (el emperador Arboliano de
Grecia o el soldán Vepilodor de Babilonia) deben su libertad a las aventuras culminadas por
Belinflor. En la segunda parte, como ya se ha indicado, los protagonistas tendrán que
vérselas con otro modelo de aventuras: las amorosas. Hacen su aparición las «bizarras
damas»: en primer lugar, Rubimante, quien es desencantada por Belinflor, y luego el resto
de enamoradas, como Belrosarda de Francia (de Rorsildarán de Tracia), Alphenisa (de
Miraphebo de Troya), Sifesniba de Tremisa (de Orisbeldo de Babilonia), Beldanisa (de
Furiabel), las ninfas Florisa y Midea (de los príncipes Floraldo y Grilaldo, respectivamente),
Clariseda de Austria (de Fermosel de Antioquía)... En cualquier caso, las damas, que se
comportan como los caballeros, van a protagonizar aventuras tanto en florestas como en
cuevas o en alta mar siguiendo el modelo de aquellas que los personajes masculinos
consumaron en la primera parte. El protagonismo de las «damas bizarras» en Flor de
caballerías puede ser considerado tanto un influjo más de las continuaciones del Espejo de
príncipes y caballeros, como una de las líneas argumentales preferidas por los autores de los
libros de caballerías, vinculada quizás a concretas y determinadas expectativas de recepción
entre un público femenino (Marín Pina, 1989 y Lucía Megías, 1996).
Termina la obra con una nueva corte: la de Rosia, que gracias al emperador Arboliano
ha pasado a ser cristiana. Allí llega un extraño caballero, el Caballero de las Flores, con una
demanda: durante ocho día correrá lanzas con los caballeros de la corte para demostrar que
su dama es la más hermosa del mundo. Este caballero, que no es otro que Belinflor, correrá
lanzas con todos los protagonistas de Flor de caballerías, que van a ir acudiendo a la corte del
imperio de Rosia en el plazo convenido: don Gradarte de Laura, los príncipes Florando y
Grilando, el rey Disteo de Asia, Deifevo de Tesalia, el rey Brasildoro, la reina amazona
Florazara, Fermosel de Antioquía, Furiabel de Oriente, la infanta Beldasina y la bizarra
Rubimante. Terminada la demanda, llega el sabio Menodoro, acompañado de los príncipes
Miraphebo y Orisbeldo. La alegría de la corte culmina cuando el sabio Menodoro descubre
la verdadera identidad de la infanta Rubimante: hija de los emperadores de Rosia. La
identidad de Belinflor, aunque imaginada por sus padres, deberá esperar para hipotéticas
continuaciones de la obra. El círculo narrativo se ha cerrado de este modo en torno al
espacio de la corte: si al inicio de la obra, la corte de Constantinopla aparece como un
espacio de partida de los protagonistas, la corte de Rosia al final del segundo libro se
convierte en espacio de reunión; espacio que debería convertirse de partida al inicio del
tercer libro.
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Flor de caballerías, edición de José Manuel Lucía Megías (1997)
Sobre dos tópicos habituales en los libros de caballerías castellanos se va a organizar la
narración: el tópico de la falsa traducción y el de los falsos autores. Flor de caballerías se
presenta como una traducción de un original griego (fol. 46r), escrito por dos sabios:
Menodoro y Belacrio, que, como sucede con el Espejo de príncipes y caballeros con Artemidoro
y Lingardeo, comparten su faceta de historiadores y cronistas con la de personajes que
toman partido a favor de los protagonistas de la obra. En cualquier caso, el traductor no
sólo va a ocuparse de dar a conocer en castellano lo escrito por los sabios griegos sino que
también intentará mejorar el original encontrado, añadiendo «por conjeturas lo que faltava»
(fol. 46r), llegando en ocasiones a criticar el modo de expresarse de alguno de ellos: «el
savio Menodoro en gran manera exagera el travajo de Belinflor», cuando está
enfrentándose al diabólico vestiglio (fol. 33v) o «aquí con supervas hipérboles el savio
Menodoro exagera y encarece el esfuerço d’este sin par cavallero» (fol. 35r), al terminar de
describir al también diabólico Eponamón. En cualquier caso, predominan los comentarios
sobre la veracidad de lo narrado por los sabios cronistas («tanto hondo estava el suelo qu’el
príncipe entendió no tenerlo, por que el savio Menodoro, persona muy fidedigna, afirma
qu’el príncipe en este peligroso buelo tardó tres horas» [fol. 34r]). Así mismo, y como es
también habitual en las continuaciones del Espejo de príncipes y caballeros, son frecuentes los
comentarios marginales del traductor al hilo de la historia narrada, esos que Diego Ortúñez
de Calahorra denomina como «fontezicas de philosophía» (I, p. 20), sobre, por ejemplo, el
castigo que todo traidor recibe en su vida, sobre la venganza y la honra mal entendida,
sobre las virtudes de la castidad o sobre la variable Fortuna. De este modo, a lo largo de la
obra, irán apareciendo diversas estrategias narrativas, tópicas y típicas de la prosa
renacentista, y en especial, de la de los libros de caballerías. Por un lado, el narrador no se
hace responsable de ciertas omisiones del relato, como indica en el capítulo cuarenta y dos
de la primera parte:
Sinraçón sería si en historia donde de tantos cavalleros se hace particular mención olvidásemos aquel
lucero de la cavallería que entre los más estimados tiene el cuarto lugar: el señor de Tracia, que
bastava ser hijo del emperador Arboliano cuanto, y más, hermano de Belinflor para que este primer
libro estuviese lleno de sus inmortales hechos, de cuya falta no tengo yo la culpa sino el savio Belacrio
–y sus aficionados riñánselo–, el cual en particular no trata hasta aora que dice: «Partido el
soberano y desconocido griego... (fol. 90r).
Por otro, frente al tópico de la brevitas («donde pasaron muchas cosas que por no me
detener más –dice el cronista Menodoro– no las particulariço» [fol. 15r], «en la cual vido
cosas prodigiosísimas que por no alargarse el savio no las cuenta» [fol. 34v]...), en ocasiones
se decide incluir ciertos pasajes que pueden resultar demasiado prolijos, tal y como los
cronistas de la obra llevan a cabo, como en la descripción de la corte de Constantinopla en
el capítulo octavo, ya que «los savios Menodoro y Belacrio, coronistas d’esta gran historia
en este capítulo y en aquesta coyuntura anbos concuerdan en poner la discrepción de los
grandes y reales palacios, me pareció ponerla aquí aunque algo prolixo sea» (fol. 16r).
Así mismo, aparece el tópico de la imposibilidad de la escritura: edificios maravillosos,
lances increíbles o aventuras fantásticas que no pueden ser descritas ni escritas, como el
fresco prado al que arriba Belinflor en la primera parte, «cuya grandeça y hermosura lengua
ni entendimiento humano bastara a explicar, ni pluma guiada por caduca mano aunque más
subida que la de Apeles fuera bastara a descrevir, ni memoria bastara a debuxarla aunque la
de Pirgotiles fuera ni contar sus particularidades y bellas y hermosas labores; tanto al
príncipe Belinflor admiró su estrañísima belleça que como fuese pagano por serlo el savio
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Flor de caballerías, edición de José Manuel Lucía Megías (1997)
Menodoro que lo avía criado entendió ser una de las moradas de sus dioses» (fol. 27v), o la
alegría que reciben en Clarencia cuando vuelve el emperador Arboliano: «el alegría, goço,
regucijo, comedimientos que allí pasaron querer con mi rudo ingenio explicar más
atrevimiento que a historiador fuer reputado, por lo cual todo lo que esta noche pasó lo
dejo a la consideración de los discretos leyentes» (fol. 73v). Tantas dificultades, tantas
amarguras, tantos sinsabores, tantas y tan diversas aventuras de tantos caballeros se han de
relatar y traducir que en ocasiones teme el narrador que no podrá llevar a buen puerto el
esfuerzo de su trabajo, por lo que la angustia del fracaso le hace incluir otro de los tópicos
narrativos más frecuentes en los libros de caballerías, ese tópico que aparecerá en tantos
prólogos caballerescos con una evidente intención de captatio benevolentiae:
El que á de cunplir con tantos y tales cavalleros como en esta historia se hace mención, tratar d’ellos
cónmodamente y más con tan rudo ingenio como el mío, es muy dificultoso y inposible que algunos
dexen de recebir agravio. Considerando esto y otros inconvenientes, junto con que me ponía a sufrir
diversos pareceres de diversos gustos y los denuestos de los detractores, pago injusto de mi justo
travajo, estuve determinado a lo dexar; mas después bolví en mí y consideré el merecimiento de
Belinflor y que no sin causa el epílogo de sus grandes y memorables haçañas –recopilado por los
savios Menodoro y Belacrio– avía venido a mis manos –aunque indigno de tratar tan altas cosas.
Vide lo mal –y aún por expiriencia– que en ociosidad se gasta el tiempo. Ponderé el gran gusto que
la diversidad de entretenimientos acorre y el grande que daría a los aficionados a tan discretos
pasatiempos y del todo concluso en su traslación hasta aquí lo é puesto por obra y aora prosigiendo
digo... (fol. 98r).
3. Perspectivismo e historias intercaladas
Dos características sobresalen de la técnica narrativa de Francisco Barahona. Por un lado, la
capacidad de desarrollar su relato así como la descripción del mundo caballeresco a partir
de la mirada de los personajes, con el consiguiente perspectivismo; y, por otro, cierta
destreza en insertar historias dentro de la trama del libro; todas ellas, eso sí, necesarias para
conocer el origen de las aventuras que los protagonistas de Flor de caballerías han de
consumar; aunque contemporáneas, muy lejos estamos de las historias intercaladas en la
primera parte de El Quijote.
Después de ser armado caballero por su padre, el emperador Arboliano, Belinflor llega a
la Torre de Medea, donde tendrá que superar las más increíbles pruebas que le convertirán
en el mejor caballero de su tiempo, «el más temido del mundo», según se indica en el
padrón colocado a la puerta de la misma (cap. XV del libro primero). Toda la aventura se
muestra a nuestros ojos a través de los ojos del novel caballero. Después de leer el padrón,
«oyó un temeroso ruido y asomándose a la puerta de la torre vio que era todo hueca»;
dentro de la misma, durante una hora camina hasta llegar a una cueva, en donde, al
momento de entrar el Caballero del Arco, el río que la surca crece tanto que le llega el agua
al cuello, por lo que «veíase en peligro de ser ahogado y con travajo se levanta y todo estava
tan escuro que no veía cosa alguna»; al momento se encuentra en un barco y luchando
contra la fuerza del río consigue llegar a una puerta donde «vido una pequeña puerta por la
cual entrava el caudaloso río junto con alguna claridad». Después de mucho esfuerzo,
consigue salir por ella, y al encontrarse en un prado «miró ni vio el río ni señal d’él». En el
prado, después de haberse bajado del barco, «vido algo lexos una cosa cuya grandeça y
hermosura lengua ni entendimiento humano bastar a explicar», que no es más ni menos que
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Flor de caballerías, edición de José Manuel Lucía Megías (1997)
la Torre de Medea, que será descrita a medida que los ojos de Belinflor se van posando en
ella: primero las pirámides en donde están dibujadas las figuras de algunos de los
enamorados y castas mujeres de la antigüedad; después la pirámide de la Muerte, y «con
esto pasó más adelante y vido a [e]sotro y postrero lado la Sapiencia». Tras quedarse
admirado con tales figuras, «dio otra buelta a la hermosa y rica casa y vido en la delantera
d’ella una gran puerta», por la que se dispone a entrar, aunque se lo impide un cortejo de
doncellas que vienen cantando y danzando para recibirle con todos los honores que se
merece. Con la sabia Medea descansa aquel día, y al siguiente se enfrenta con el gran Anteo,
el hijo de la diosa Gea, a quien vence, y con un caballero con las armas de cristal, a quien
termina venciendo después de introducirlo completamente en la tierra. Terminada la
batalla, «vido que po[r] do él avía venido baxavan seis jayanes», los mismos que estaban en
la Torre de Medea. Arman una tienda, le curan sus heridas y allí permanece Belinflor con la
sabia, sus doncellas y los jayanes hasta que sana, pasados más de veinte días. Entonces,
Belinflor y la sabia Medea suben a una alta montaña, que tardaron en hacerlo cuarenta días,
«y llegando a lo alto fue el príncipe maravillado porque mirando hacia abaxo estavan altos
que nadie divisavan».
El perspectivismo en Flor de caballerías no sólo sirve para crear tensión y misterio (los
personajes, con la misma visión que los lectores, no son capaces de identificar, de
comprender, de conocer objetos o personajes que vienen en la distancia), o para ofrecer
descripciones de entradas triunfales o de fiestas (como el cortejo en el Hondo Valle que
presencian los príncipes Orisbeldo y Miraphebo), sino que se convierte en el libro en un
verdadero modelo narrativo. La historia, no lo olvidemos está contada por dos cronistas
griegos (Menodoro y Belacrio), pero en pocas ocasiones estos cronistas muestran una
visión omnisciente del relato; como historiadores, como novelista Francisco Barahona
prefiere el punto de vista particular de los personajes a la hora de desarrollar su relato;
perspectivismo que le permite a un tiempo involucrar al lector en estas aventuras y espacios
sobrenaturales y fantásticos, y convertirlos del mismo modo en acciones y hechos
verosímiles. Sorprendentes, maravillosos, inusitados, pero verosímiles dentro de la lógica
que ofrece el relato.
En Flor de caballerías encontramos además diversos «episodios intercalados», que vienen
todos ellos a narrar el origen de las aventuras que determinados caballeros deben terminar.
Normalmente se trata de relatos orales, de verdaderos cuentos que cierto personaje narra a
un caballero con la intención de darle a conocer los detalles necesarios de la aventura para
que le ayude en su demanda, como el de la reina de Tracia al emperador Arboliano (fol.
23r), en donde le narra tanto los trágicos amores del príncipe Flosalir y la reina Marsilia,
como el origen de la Fuente del Olvido, creada por el sabio Ganidemo, cuyas aguas tienen
tal virtud que «cualquiera que la tocare o veviere perderá la memoria de lo que ama y fuerça
amar lo presente», en donde quedará encantado el emperador Arboliano, hasta que su hijo
Belinflor lo desencante en los capítulos sucesivos; o el relato de una doncella a Belinflor
que le informa sobre la Aventura del Castillo del Terror (fol. 32r), creado por una Fada
para vengar la falta de amor que muestra la duquesa Isilmera a su sobrino, el «sobervio y
muy mostruoso» jayán Faxorán; o la historia incestuosa que los caballeros de las Isla de
Tinacria cuentan a los príncipes Belinflor, Miraphebo y Orisbeldo (fols. 59r-v), y que tiene
en el rey Garatón y su hija Graselinda sus protagonistas; o los amores adúlteros de Armelia
y Blahir que el rey de Neto narra a Rugerindo (fols. 75r-77r). En otras ocasiones, el
episodio busca otros medios para intercalarse en la historia, como esos pergaminos que
Rorsirdarán de Tracia encuentra en una extraña nave (fols. 96r-v): en uno, «el fuerte Amán
Moro de Tría» cuenta la historia de su desdicha, el «mayor agravio que se á visto», en sus
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Flor de caballerías, edición de José Manuel Lucía Megías (1997)
propias palabras; y en el otro, el mago Episma explica el origen de la extraña nave a donde
el príncipe ha llegado así como el medio más rápido para arrivar a la ciudad de Gebra, en
que se hace un tuerto a los enamorados amantes Amán Moro de Tría y la bella Xarcira:
«toma uno de esos remos que en el ara están y ponlo dentro de tu nave y con eso pierde
cuidado de tu camino». Nada más hacerlo, la nave empieza «velocísimamente a caminar».
4. Hacia un modelo caballeresco de literatura de evasión
Todas las características de Flor de caballerías que hemos ido desgranando en las páginas
precedentes –esbozos que encuadran las líneas maestras de nuestro texto– van dibujando
un modelo de libro de caballerías que, siguiendo la veta comenzada por Jerónimo
Fernández y su Belianís de Grecia y Diego Ortúñez de Calahorra y su Espejo de príncipes y
caballeros (con las continuaciones de Pedro de la Sierra Infanzón y Marcos Martínez), puede
caracterizarse como el prototipo de literatura de evasión, «para entretenimiento y no para
dar malos y deshonestos exenplos se conpone», como indica el propio autor (fol. 40v). Se
ha suprimido todo conflicto (en especial, el religioso, que aparece como fondo de algunas
aventuras, y que tiene en la conversión al cristianismo del imperio de Rosia su presencia
más relevante, pero no olvidemos que Belinflor –como los sabios Menodoro y Belacrio–
son paganos, y como paganos terminan el segundo libro de la primera parte, aunque ya al
inicio se anuncia que se volverá cristiano [fol. 40v]); únicamente hay espacio para las
aventuras, para la fantasía desbordante en las aventuras, que nacen a partir de dos núcleos
narrativos: el enfrentamiento entre griegos y troyanos (que se potencia por la presencia del
sabio Eulogio, quien al mismo tiempo odia a los griegos como desea ayudar a los soldanes
oientales); y los encantamientos, las pruebas que los mejores caballeros del mundo han de
superar a lo largo de su vida, la verdadera finalidad de la misma (frente a los
enfrentamientos cristianos y la propaganda política de los primeros libros de caballerías), tal
y como la sabia Medea parece indicarle a Belinflor antes de ser armado caballero, cuando le
dice que debe servir a Dios ya que «todos los encantamentos que [Medea] avía dexado
hechos en la tierra avían de ser acavados por su mano» (fol. 25v). De este modo, no puede
extrañarnos que los espacios más habituales en la obra sean las islas fantásticas (de la Peña
Fuerte, de Laura, de Tinacria, de Arbalia, de Gebra, Despoblada, de la Gran Montaña, de la
Cruel Desdicha...), los valles como espacios en donde habitan ya los encantadores enemigos
(el Hondo Valle o el Valle de las Cinco Cuevas), ya animales como la gran serpiente del
Temeroso Valle, o los espacios fantásticos creados por los sabios: el Castillo del Temor, la
Encantada Montaña de la Fada, la Torre de la Puente, la Torre marina del mago Episma, el
Castillo Encubierto, el Castillo de Medusa, o los Castillos de Marte, de Palas, de Venus, de
Medea o el Infierno de Jasón; que sean habituales las armaduras y espadas encantadas, así
como las medicinas mágicas; que los caballeros deban combatirse no sólo con los
caballeros más valientes de su tiempo –ayudados de las armas más encantadas– sino
también con toda clase de animales: leones, toros, lobos, osos, serpientes, cocodrilos,
elefantes, caballos, leopardos, rinocerontes, salamandras, así como con animales fantásticos
como el unicornio o con monstruos de todo tipo, desde los más clásicos (la hidra, el
centauro o los grifos) a los híbridos, como Trigaleón, Dragasmonte, el vestiglio o el dragón;
sin olvidar ese espantoso monstruo que nace de la sangre de la serpiente de la Fuente del
Olvido, o esos caballeros que guardan la Torre de la Puente y que se multiplican cuando
reciben heridas de sangre, así como la multitud de demonios que irán apareciendo en cada
uno de los encantamientos que se narran en la obra, y que vienen a mostrar esa dualidad de
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fuerzas que los sabios Menodoro y Eulogio encarnan, como el diabólico Eponamón, dios
de los paganos, que Menodoro describe en la Aventura del Castillo del Temor (fol. 35r).
Especial mención merecen los cuatro caballeros contra los que lucha Belinflor en el Valle
de las Cinco Cuevas, residencia del encantador Ardaxán, que son en realidad sólo
armaduras, sólo fantasías: «yéndose para uno le quitó el yelmo, mas no vido nada más que
las armas huecas, de lo que fue maravillado y acabó de entender ser demonios» (fol. 67v).
En el episodio de Ardaxán el Encantador (caps. XXXI y XXXII del libro primero) se abre la
puerta a otro de los temas más recurrentes en este modelo de libros de caballerías: el
humor, siendo Ardaxán un personaje habitual en otros libros de caballerías, como
Fraudador de los Ardides (Feliciano de Silva, Rogel de Grecia), el Caballero Metabólico
(Bernardo de Vargas, Cirongilio de Tracia) o Gradior, el Caballero Encubierto (Enciso, Platir).
Los enfrentamientos armados, las lides singulares se convierten en el eje sobre el que se
conforman las aventuras, un enfrentamiento que en Flor de caballerías se basará en la
enemistad entre griegos y troyanos (potenciada por el sabio Eulogio) y que el sabio
Menodoro conseguirá convertir en amistad al raptar y criar juntos en el Deleitoso Bosque a
los más valientes caballeros: Belinflor de Grecia y Miraphebo de Troya (fol. 18v). La
peligrosidad de los enfrentamientos armados se marcará por tres elementos: el número
(con la consiguiente gradación) de los enemigos que han de ser vencidos; las características
extraordinarias de los mismos, y la cantidad de sangre derramada. A lo largo de toda la obra
sobresale el gusto por ciertas descripciones escatológicas que –en parte y sólo en parte–
recuerdan algunos de los pasajes más apreciados por el público del momento en la novela
picaresca. Una buena armadura ayudará al caballero a soportar la dureza de los combates,
tal y como la sabia Medea le indica a Belinflor en los primeros capítulos del libro, en donde
se lleva a cabo una curiosa mezcla de elementos verosímiles (las heridas que los caballeros
se hacen en los enfrentamientos) con otros hiperbólicos (quinientos caballeros que viene a
enfrentarse en un despoblado con el protagonista):
Mal se echa de ver el valor de un cavallero no trayendo armas encantadas que, si da un golpe en el
yelmo y lo pasa y hace herida a su contrario y da con él en tierra, es fuera de propósito y mal puede
mantenerse un día entero en batalla tiniendo heridas, pues se le va d’ellas sangre y al fin á de ir
enflaqueciendo y, si cae desmayado de falta de sangre, claro es que no podrá bolver en sí sino es
añadiendo mentiras y, si acaso en un despoblado le cogen quinientos cavalleros, claro es que á de
tardar en vencellos y mientras más tardare más enflaquecerá y menos podrá si va perdiendo sangre y,
puesto que los desvarate, si está en despoblado, ¿quién lo á de curar?; y si tarda en curarse ¿de a
dónde le á de salir tanta sangre sino es que lo hacen fuente?; y si acaso sale de algún hecho herido y
se le ofrece otro, ¿cómo podrá tener esfuerço para acaballo? ¿A quién pintan que de una hora de
batalla cae desmayado por la falta de sangre y puesto que traiga sienpre el maestro al lado si, cuando
está herido, se le ofrece caso forçoso o depriesa como a los buenos cavalleros acontece o á de dexarlo o
curarse? Y así es dañosa la tardança del socorro (fol. 28v).
En los más fieros combates del libro encontraremos caballeros con sangre que le sale
por los oídos, bocas y narices (fol. 13r ó 110v), con enfrentamientos tan duros que les hará
sudar sangre a los combatientes (fol. 38r), o con caballeros bañados en sangre cuando el
monstruo contra el que luchan les escupe poco antes de morir, como ese cocodrilo al que
se enfrenta Belinflor en el Valle de las Cinco Cuevas (fol. 68v). Pero, la mismo tiempo, la
fantasía se disfraza de verosimilitud en esas escenas –tan comunes en algunos libros de
caballerías y tan parodiadas en el Quijote– de caballeros que sanan sus heridas en la cama,
ayudados de mágicos ungüentos (como con el que los seis jayanes de Medea curan a
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Flor de caballerías, edición de José Manuel Lucía Megías (1997)
Belinflor [fol. 31r]), de caballeros que encuentran las mesas esplendidamente preparados en
castillos encantados o que sacian su hambre con lo que llevan las doncellas (fol. 32r), o con
lo que los sabios le hacen llegar de un modo fantástico, como ese buitre con pan y agua que
Menodoro envía a Belinflor en la Aventura de la Encantada Montaña de la Fada (fol. 38v),
o en la aparición del dinero, para pagar el alquiler de los barcos que los caballeros necesitan
para culminar sus aventuras o los gastos que deben hacerse en las fiestas triunfales.
Sabios enfrentados por su amor a los griegos y troyanos, caballeros andantes y damas
bizarras que combaten tanto en florestas, islas desiertas, barcos, como en fuentes y valles
encantados, en conjunto, todo un despliegue de fantasía con el que –siguiendo el modelo
narrativo y caballeresco de Espejo de príncipes y caballeros– Francisco Barahona desea
componer un libro de caballerías entretenido, ameno, en donde la valentía de los caballeros
llene de espanto a los oyentes, a quienes en oírlos les entra tanto deseo de imitarlos que
estarían oyéndolos noches y días, como afirma el cervantino Palomeque el Zurdo. «Para
entretenimiento y no para dar malos y deshonestos exenplos» (fol. 40v), como había dicho
el autor. ¿Cuál fue el juicio del amigo de Francisco Barahona a quien envía el libro?
¿Idéntica a la del ventero al escuchar las aventuras de Cirongilio de Tracia o de Felixmarte
de Hircania, que se vuelve loco de placer en recordar la aventura cuando Cirongilio se
enfrenta con una serpiente que le lleva hasta el fondo de un río (I, XXXII)? Nada sabemos
de este lector, de la opinión que en Órjiva, o en Granada gozaba Flor de caballerías. Lo único
que nos ha quedado es la sentencia condenatoria escrita por un lector del siglo XVII, que –
mas bien– no parece estar muy de acuerdo con el modelo narrativo de libro de
entretenimiento que ha escrito Francisco Barahona:
Desde que ay libros de burlas, no se á visto ninguno que sea tan malo, sin raçón, camino ni
fundamento; desapacible, desagradable y sin género de cosa que pueda dar gusto; todo batallas de
disparates y lo que dice en una dice en todas; los nonbres malos, ásperos, desagradables. En
efecto, es malo en todo y por todo (f. 1r).
Lo cierto es que Francisco Barahona nunca fue tan despiadado con ninguno de los
libros de caballerías que había leído. Ni tampoco Flor de caballerías merece un juicio tan
desolador. Difícilmente podemos compartir estas últimas palabras. Queden, en cualquier
caso, como testimonio de épocas oscuras, de silencio, de muros y sombras que los lectores
modernos de El Quijote han ido derribando sobre los libros de caballerías castellanos; como
testimonio de la barbarie literaria de una época que se consideró a sí misma como
iluminada.
El códice
1. Posee la signatura II.3060 en una etiqueta moderna pegada en el lomo. Ex libris de la
época de Fernando VII en el folio de guarda de la tapa con dos antiguas signaturas:
«IV.C.2» (impresa) y «2.M.10» (manuscrita).
2. El papel es de color crudo. Los primeros y últimos folios se encuentran parcialmente
deteriorados en los laterales, aunque no impiden la lectura del texto. Ésta se dificulta
por la acción abrasiva de la tinta, en especial cuando se dibujan letras capitales,
llegando incluso a imposibilitar la lectura del texto de la otra parte del folio,
especialmente en ff. 18, 24, 31, 41, 49, 60, 66, 71, 74... En algunos casos se ha
pegado un papel en el vuelto de la letra capital y se ha vuelto a copiar el texto, así en
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Flor de caballerías, edición de José Manuel Lucía Megías (1997)
ff. 32, 42, 54 ó 79. En otras ocasiones, el papel se ha desprendido perdiéndose parte
del texto, como en ff. 24, 46, 50 ó 77. También se pegan papeles para corregir parte
del texto, como en el f. 26r/b. Sin filigranas. El estado de conservación del papel es
muy bueno, a pesar de su mala calidad, a excepción del último folio, mútilo de la
parte superior, que se corresponde con el final de la segunda parte. Se ha pegado un
folio en blanco en el vuelto del último original conservado, volviendo imposible su
lectura.
3. Los folios miden 293 x 195 mm. Se han perdido varios folios del cuerpo original: un
número difícil de precisar al inicio del libro, y nueve después de los tres primeros
numerados. Se conservan 117 ff. de la parte I y 123 ff. de la segunda. Numeración
arábiga en la esquina superior derecha independiente en cada uno de los libros. En
la parte I se han producido los siguientes errores en la numeración: 15 [14], 80 [90]
90 [100], 91 [1001], 94 [1004], 107 [1017], 117 [1027]; en la parte II: 101 [117], 114
[130], 115 [1011], 118 [1014]. El recorte para la encuadernación ha mutilado la
numeración de los últimos folios, así como entre los ff. 105 al 116 de la parte I.
4. La nueva encuadernación imposibilita distinguir los cuadernos originales.
También ha modificado seguramente el orden de los folios del primer cuaderno,
mútilo de algunos, ya que a la portada le antecede un folio con el título y otro con
un soneto y una carta autógrafa del autor. Al final de cada folio aparece un reclamo
horizontal. En algunas ocasiones no se trata de verdaderos reclamos sino de parte
del texto que no ha sido escrito en la columna correspondiente, como en f. 12.
5. El códice está escrito a dos columnas.
La caja de escritura mide 265 x 170 mm aproximadamente. Según el tamaño de las
letras el número de líneas por folio oscila entre 30 (f. 26), 40 (f. 42) y 43 (f. 100).
6. Cabeceras escritas en la parte superior de los folios. En el vuelto se lee: «Flor de las»,
«Flor de», y en el recto: «Cauallerias». A partir del f. 124r se suprimen las cabeceras,
así como en toda la parte II. En los ff. 43r, 78r, 87r, 96r, 101 {1017}, 116 {1012},
117 {1013} de la parte II una mano posterior ha escrito «Cauallerias». Las cabeceras
entre los ff. 118v y 124r de la parte I se han escrito en un tipo de letra similar,
aunque se ha utilizado otra tinta.
7. Escrito en letra humanista de finales del siglo XVI . Una única mano, aunque el
cambio en el color de la tinta y el diferente tamaño o el espacio entre líneas,
muestran diversos momentos de la copia. En f. 19v de la parte II no se ha escrito la
rúbrica, aunque se trate de inicio de capítulo.
8. Solo se utiliza la tinta negra.
9. El códice carece de toda decoración a excepción de las capitales. El tamaño oscila
entre 28 x 28 mm a los 70 x 55 mm (f. 74r) o 75 x 65 mm (f. 71v). Incluso se llega a
incluir texto dentro de la capital, como sucede en 74r/a o f. 108r [85 x 65 mm.]:
«Quis dubitat o inuicte prinçeps qui palmam ferres ex omnibus historiis uel fabulis
in dictiset factis». Las capitales de la parte II no se decoran con tantos trazos ni
dibujos, por lo que no ha repercutido tan negativamente en el papel como las de la
parte I.
10. En la portada aparece el grabado que Alonso y Estevan Rodríguez utilizaron en
Burgos para editar la primera y segunda parte de Belianís de Grecia (1547 y 1587). Las
medias son de 165 x 165 mm.
11. Encuadernación de la Biblioteca de Palacio del siglo XIX . Pasta española sobre
cartón. Las tapas miden: 305 x 205; y el lomo: 30 mm. Tejuelo con rótulo dorado: «EL
CABLLE [sic] | BELINFLO | DE GRECIA | M. S.».
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Flor de caballerías, edición de José Manuel Lucía Megías (1997)
Criterios de edición
En la presentación del texto crítico de Flor de caballerías hemos llevado a cabo las
siguientes intervenciones:
1. Gráficas. Se regulariza el uso de u e i (valor vocálico), frente a v e j (valor
consonántico). La grafía y sólo se mantiene en el caso de la conjunción copulativa,
transformándose en i en los demás casos con la finalidad de indicar su valor vocálico
(traydo, cayda, ynstrumento...). Se respeta el consonantismo del manuscrito, incluso en
sus alternancias, como en el empleo de nasal –m– o –n– ante bilabial –p–, –b–
(enperador / emperador), así como la ausencia o presencia de h. Sólo se han consumado
los siguientes cambios: normalización del uso del digrama qu (así se mantiene que,
pero no quando); reducción de vibrante múltiple tras consonante (onrra pasa a onra),
mientras que en algunas ocasiones se ha sustituido la vibrante simple por la múltiple
por no considerlas ejemplos de variación fonética, dado que normalmente en el texto
se mantiene la forma ahora adoptada (tiera pasa a tierra); se concreta el uso de ç sólo
ante vocales anteriores, sustituyéndola por la sibilante c en el caso de anteceder a e/i;
la letra ch se reserva para su valor palatal, por lo que en contextos velares se ha
preferido sustituir por el digrama qu (como en Balachia, que pasa a Balaquia, o
Antiochía a Antioquía). Por el contrario, por considerar que no supone una ruptura con
el lector actual, se ha preferido el mantenimiento del grupo culto ph para indicar la
fricativa f, en ejemplos como Phevo.
2. Se desarrollan las escasas abreviaturas del texto sin ninguna indicación. Sólo se
documentan algunas linetas en lugares muy contextualizados como la conjunción q o
aquella que suple nasal.
3. La unión y separación de palabras así como el empleo de mayúsculas y minúsculas se
ha llevado a cabo según los criterios actuales del español. Se emplea el apóstrofe en el
caso de vocales elididas, en especial en el grupo d’ellos. En contra de los señalado por
la Real Academia (1973, § 1.8.4), las palabras que expresan poder público, dignidad o
cargo importante (emperador, rey, conde, caballero...) se escriben con minúsculas; no así
caballero cuando se convierte en el sobrenombre de uno de los personajes: Caballero de
la Selvajina Dama, Caballero del Arco...
4. La acentuación se entiende como medio para la presentación de una propuesta crítica
del texto. Se acentúa siguiendo las normas vigentes, teniendo en cuenta el valor
diacrítico que adquiere en las parejas á (verbo) / a (preposición), é (verbo) / e
(conjunción)... En el primer caso, en varios momentos encontramos documentada en
el manuscrito la acentuación de á con el valor verbal antes indicado. Por su parte, se
distingue entre vos/ vós y nos / nós en el caso de que tenga función de complemento o
de sujeto, respectivamente. Dada la dificultad de discriminar las diferencias de aun y
aún en el texto, se prefiere la forma aún ‘todavía’, por ser la más habitual.
5. Mención especial merece la puntuación (Lucía Megías, en prensa.a). Se mantiene, en
la medida de los posible, la puntuación del manuscrito, que se presenta
extremadamente homogénea, basándose en los siguientes signos de puntuación:
punto final [.], punto y medio [;], la coma [,] y los paréntesis [( )]. Algunos de los [;]
del manuscrito han sido transformados en [.] en el texto crítico, por indicar pausas
mayores. A estos signos de puntuación, habría que sumar el valor demarcativo del
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Flor de caballerías, edición de José Manuel Lucía Megías (1997)
uso de mayúsculas así como de algunas expresiones, como Con esto..., que aparece
comúnmente al terminar un diálogo, o El príncipe... (o cualquier sujeto), que viene a
indicar el inicio de una nueva cláusula. De este modo, se ha primado el discurso
progresivo frente a la sintaxis actual, con la conseguiente dificultad –aceptada de
antemano– de la lectura del mismo, en especial en el caso de descripciones de lugares
o de narraciones de combates.
6. Numerosos son los nombres de personajes de la mitología clásica que aparecen en
nuestro texto; dada la variedad de sus documentaciones, y con el fin de facilitar al
lector la consulta de obras de referencia especializadas, se ha regularizado su forma en
los casos siguientes (entre paréntesis la documentación del manuscrito):
Alcestis (por 28r Alcestes)
Anaxárate (por 202v Anaxares)
Anchises (por 206r Anchises)
Anteo (por 29v Anteon)
Aquelao (por 204v Achelao)
Átropo (por 108v Afropos)
Caronte (por 203r Aqueronte)
Ceix (por 201v Ceys)
Clonia (por 28r Clolia)
Dione (por 201v Diones)
Eestes (por 206r Oete)
Escila (por 201v Scilla)
Estróngeli (por 199r Strongile)
Helicón (por 93r Helicona)
7. Se han introducido, sin marcarlo de ninguna manera, las diversas y continuas
correcciones que se documentan en el manuscrito (debidas con toda probabilidad al
propio autor). Entre paréntesis cuadrados ([ ]) indicamos las enmiendas que hemos
llevado a cabo, y entre ángulos (< >) las letras que deben ser suplidas para una mayor
inteligibilidad del mismo.
8. Se complementa el texto con una «tabla de capítulos» confeccionada a partir de las
rúbricas que se conservan en el códice.
José Manuel Lucía Megías
Universidad de Alcalá
Bibliografía
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los límites», en Pedro M. Piñero Ramírez (ed.), Descensus ad Inferos. La aventura de
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© Centro de Estudios Cervantinos
Flor de caballerías, edición de José Manuel Lucía Megías (1997)
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invencible cauallero don Belianís de Grecia (Burgos, 1547)», Actas del IX Congreso de la Asociación
Internacional de Hispanistas, 18-23 de agosto de 1986, vol. I, Berlín, 1989, pp. 559-568.
1 No es casual que los libros cuyos personajes no aparecen sean aquellos que no hayan
pasado de una única edición, como Platir (Valladolid, 1533), Arderique, (Valencia, 1517),
Claribalte de Gonzalo Fernández de Oviedo (Valencia, 1519), Floriseo (Valencia, 1516),
Lidamor de Escocia (Salamanca, 1534), Polindo (Toledo, 1526) el Felixmagno sevillano impreso
por Sebastián Trugillo (1534 y 1549), Florando de Inglaterra (Lisboa, 1545), Valerián de Hungría
de Dionís Clemente (Valencia, 1540) o Cirongilio de Tracia (Sevilla, 1545). En cualquier caso,
una edición, una única edición, puede permitir su conocimiento y lectura, aunque haya
pasado más de medio siglo desde su impresión, como la alusión cervantina al Platir parece
poner de manifiesto, así como los inventarios de bibliotecas nobiliarias de finales del siglo
XVI y del siglo XVII demuestran.
2 Eisenberg (1975: XXXIV) ya había indicado la gran semejanza entre ambos textos: «Si
hay un libro con el que tiene muchas semejanzas, es Belianís de Grecia. En las dos obras
predominan los episodios
bélicos, y contienen conflictos a gran escala. Estas obras, y algunas otras de la misma
clase, podemos calificarlas de tradicionalistas, porque reflejan a la vez el ideal castellano del
caballero y el desprecio de la vida cortesana. Hay otro grupo, iniciado por Silva, cuyos
intereses son distintos. En éstos los amores y, hasta cierto punto, la vida ociosa de la corte
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Flor de caballerías, edición de José Manuel Lucía Megías (1997)
adquieren un nuevo valor. Se nota indirectamente el influjo italiano en este grupo de obras,
que no guardan con el Espejo de príncipes de Ortúñez sino muy superficiales semejanzas».
3 Frostendo, el hijo de Héctor y Pentasilea, al llegar al reino de Caúcaso desencantado
por el sabio Eulogio toma el nombre de el Caballero del Sol o del Febo enamorándose de
la reina Salora, en cuyo «servicio hiço grandes y señaladas cosas» (cap. X de la primera
parte, fol. 19r).
4 No hemos de olvidar que el emperador Trebacio, inaugurador del ciclo de Espejo de
príncipes y caballeros, es descendiente por derecha línea «de aquella ilustres y generosa sangre
de Moloso, hijo segundo de aquel fuerte Pirro, unigénito del grande Achiles, que fue
muerto en la expedición de Troya» (Eisenberg, 1975: I, 26), así como el caballero Oristedes
procede «del antiguo tronco de Pireo y su padre Héctor» (Eisenberg, 1975: IV, 201).
5 La reutilización de personajes de la materia greco-troyana es uno de los tópicos más
habituales de los libros de caballerías castellanos; lo encontramos en Cristalián de España de
Beatriz Bernal (Troilo, el hijo de Príamo, y las Armas del Castillo Velador) y en el Belianís de
Grecia de Jerónimo Fernández (la infanta Policena, Héctor y el propio Aquiles, además de
Paris, Troilo y Pirro). Por otro lado, en Flor de caballerías, uno de los protagonistas, el
príncipe Deifevo, va a crearse a imagen y semejanza de uno de los héroes troyanos,
Deífebo, hijo de Príamo y Hécuba, el hermano predilecto de Héctor.
6 Y habituales también en los espectáculos festivos de la época, como la «boca del infierno»
que se simuló en las celebraciones de Trento realizadas en honor a Felipe II, recordado por
Fernando Checa Cremades en Carlos V y la imagen del héroe en el Renacimiento, Madrid, Taurus,
1987, p. 223.
7 Otros ejemplos de vestuario femenino pueden consultarse en la descripción de los
vestidos de las dos ninfas que acompañan a Rubimante (fol. 123v), de la infanta Alphenisa
(fol. 141v); para los hombres, encontramos ejemplos en fols. 208r-208v, en donde se
describen con todo lujo de detalles los vestidos de Belinflor y del Doncel de la Hermosa
Flor.
Hero (por 28r Ero)
Hipemestra (por 28r Hipermesta)
Hipo (por 28r Hippo)
Láquesis (por 205v Lachesis)
Megera (por 162r Meguera)
Melpómene (por 175v Melpemone)
Néfele (por 206r Neifile)
Pelias (por 206r Pelia)
Pílades (por 64r Pilade)
Polimnia (por 175v Polihimnia)
Procne (por 201v Progne)
Terpsícore (por 175v Tersifore)
Tisífone (por 162r Tesifon o 202v Tesefone)
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