Pág. 15 ÓPERA PEQUEÑA HISTORIA DE LA ÓPERA (8) [email protected] Italia y la ópera Si se quiere identificar la ópera con un solo país, ese país es Italia. En un segundo nivel habría que poner a Francia y los países germánicos y, en un tercero, al resto, Inglaterra, Rusia, España, algunos países del este y poco más. En Italia la ópera es algo diferente, algo que entronca con la cultura del país con una intensidad que no se da en los demás. La causa de esto es probablemente doble. La primera, que el Renacimiento se produce en esa zona geográfica y, la segunda, que el nacimiento de Italia como país se forja en el siglo XIX y se materializa en 1861 con la proclamación como rey de Víctor Manuel o, si se quiere, unos años más tarde con la conquista de Roma para los ya italianos. Y este proceso coincide con la época de madurez de un músico patrimonio de la humanidad: Giuseppe Verdi. Giuseppe Verdi (1813-1901) Nadie duda de que Verdi es italiano, pero vale la pena matizar esto porque Verdi nace en La Roncole, una aldea de Busseto, cerca de Parma, que en 1813 está bajo la dominación francesa. Italia, si se quiere la península italiana, es entonces la del imperio de Cesar Augusto, y también la del Renacimiento, pero como nación es el producto y resultado de la época en la que Verdi hace su música. Se suele decir, con verdad, que Verdi fue un nacionalista convencido y militante, que puso su música al servicio de la causa en cuanto pudo, cosa que puede resumirse con el Viva VERDI, que se gritó en las plazas y teatros y se escribió en grafitis cuando no se podía gritar Viva Vittorio Emanuele Re D’Italia. Pero donde Verdi influyó más fue en la segunda parte del proceso de reunificación, ya que, al decir de los propios italianos, “nel 1861 Italia era gia fatta, ma mancava di fare gli italiani”. Italia estaba hecha, pero quedaban por hacer los italianos. Y en esto estriba, sobre todo, la importancia de Verdi para Italia, en su incidencia en la formación de la intelectualidad burguesa que necesitaba en esa época la nueva patria y también, gracias a la pervivencia de su música, desde entonces hasta ahora. Y si al principio dijimos que si la ópera tiene nacionalidad es la italiana, si hemos de señalar a un autor universal, éste es Verdi. Nacido de familia humilde, nunca tuvo especial interés en planteamientos formales o conceptuales en el terreno musical ni, a decir verdad, en ningún otro. A lo más que llegó relacionado con lo teórico es a tratar de entrar en el conservatorio de Milán, pero no pasó el examen de ingreso y tampoco lo reintentó (hoy, este conservatorio lleva su nombre en desagravio). Verdi escribe la música tal como surge en su cabeza, espontáneamente, sin el filtro de ningún academicismo. Al mismo tiempo, en Alemania, Wagner representa todo lo contrario, un intelectual que pone las bases teóricas y prácticas de una nueva concepción de la música. Esto explica que la aristocracia musical fuera mayoritariamente partidaria de Wagner y contraria a Verdi, cosa que continuó tras la muerte de ambos y sólo bien entrado el siglo XX se reconoció académicamente el gran mérito y la aportación del autor roncolés. D. Giuseppe escribe y estrena su primera ópera, Oberto, Conte di San Bonifacio, en 1839, con 26 años, y esto le genera numerosos encargos para nuevas óperas. Pero se le avecina un drama personal. La muerte accidental de su mujer y sus dos hijos le deprime de tal modo que, a mediados de 1841, decide no componer más. Para nuestra fortuna, un buen amigo suyo le convence de que eche un vistazo al trabajo de un joven libretista, Temistocle Solera, un par de años más joven que Verdi. Lo hace de mala gana, pero cuando llega a unos versos que comienzan “Va pensiero sull’alli dórate” piensa en su Italia y se entusiasma tanto con lo que expresan que en unas semanas Nabucco está terminada y se estrena en la Scala de Milán el 9 de marzo de 1842. Quienes lo conocen dicen que Verdi se ha transformado, que es otro. Por si fuera poco, en los ensayos para el estreno de Nabucco conoció a la soprano que hizo el papel de Abigaille, Giuseppina Strepponi, que acabó siendo la mujer de su vida. Triunfa de tal modo con Nabucodonosor y sus adláteres que comienza un periodo que él mismo recordará más tarde como “sus años de galeras”. En diez años escribe quince óperas, entre ellas Ernani, Luisa Miller y Stiffelio. Todas belcantistas, siguiendo el estilo de su admirado Donizetti, estilo que remata a modo de ramillete, con tres de sus óperas más famosas: Rigoletto (1851), La traviata (1853) y El trovador (1853). A partir de aquí su producción será un continuo “diminuendo” en cantidad; pero en absoluto en calidad. ÓPERA Pág. 15 Al poco tiempo de estrenar La traviata y El trovador se instala en la capital francesa invitado por la Ópera de París con el encargo de escribir una ópera con motivo de la Exposición Universal de 1855, que será Les vespres siciliennes. Don Giuseppe trabaja más tranquilo y su estilo va cambiando. En los próximos cinco años escribe tres óperas, entre ellas Simón Boccanegra. En los siguientes diez, dos: La forza del destino (1861) y Don Carlos (1866). En estas obras abandona el romanticismo, se pasa al bando del reformador Gluck, muerto un siglo antes, y es influenciado también por su contemporáneo Wagner en el enfoque de plantear sus obras ya más como un todo al servicio del argumento que como yuxtaposición de recitativos y arias, a la manera de sus obras de juventud. Y trabajar así supone más esfuerzo por cuanto requiere volver a menudo sobre sus pasos y rehacer lo escrito conforme avanza la obra. Verdi tiene poco más de 50 años y le quedan 35 de vida activa en los que, debido en parte a su mayor dedicación a la política, su actividad musical es todavía menor. En estos 35 años va a estrenar sólo tres óperas, aparte de algunas otras composiciones menores y una nada menor, la Misa de Requiem (1874) para el funeral del primer aniversario de la muerte de Alessandro Manzoni. En 1871 se estrena en la Ópera de El Cairo la monumental Aida, un encargo para la inauguración del canal de Suez. Entre otras muchas virtudes, Aida es la ópera que mejor y con más fuerza define y caracteriza musicalmente a los personajes de un triángulo amoroso: Radamés, un militar triunfador y enamorado de Aida, Amneris, hija del rey vencedor y enamorada de Radamés, y Aida, esclava e hija del rey vencido y que corresponde con su amor a Radamés. Una obra dramática llena de pasajes inolvidables como Celeste Aida, Retorna vincitor, Gloria all’Egitto, O patria mia, o el intenso y emotivo dúo final, O terra addio. En estrenar la siguiente tardó 15 años y lo hizo por la insistencia de un buen amigo suyo, Arrigo Boito, poeta, también un excelente compositor musical y, además, un maestro escribiendo libretos. La manera que encontró de tentar a Verdi fue ofrecerle un libreto basado en el Otelo de Shakespeare. La première de Otello fue en La Scala en 1887 con tal éxito, dicen las crónicas, que Verdi tuvo que salir a saludar veinte veces. El “Credo in un Dio crudel” que canta Yago, barítono, es de una fuerza dramática subyugadora. Y don Arrigo siguió insistiendo, haciendo llegar a Verdi un nuevo libreto. Esta vez una hilarante comedia basada en Las alegres comadres de Windsor y Enrique IV, ambas también de Shakespeare. Verdi escribe la música de Falstaff y propone al patrón de La Scala que se represente en un teatro convencional, quizás como homenaje y reconocimiento a la obra de Shakespeare. Aquel no acepta y se estrena, con el éxito habitual, la última ópera de Verdi en La Scala en 1893. Los versos finales del libreto son el mejor resumen del argumento de Falstaff “Tutto nel mondo é burla, ma ride ben chi ride la risata final”. Verdi murió en 1901 en Milán y, al igual que hizo Rossini en París treinta años antes, dejó su fortuna para el mantenimiento de una fundación, la Casa di Riposo per Musicisti que él mismo había creado en 1899, poco después de la muerte de Giuseppina Strepponi. Es la actual Casa Verdi, en Milán, donde ambos reposan juntos. Las imperdibles de Verdi: Aida, Don Carlos, El trovador, La traviata, Nabucco, Rigoletto, Otello.