La persecución del «todavía-no»

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La persecución del «todavía-no»
Regeneraciones/9 – Las leyes, como la ropa, muchas veces
se quedan pequeñas y gastadas.
Luigino Bruni
Publicado en Avvenire el 27/09/2015
“Todo lo que no se regenera,
degenera"
Edgar Morin
Existe una justicia del ya y una justicia
del todavía-no. La justicia crece,
evoluciona e involuciona con el tiempo,
en base al sentido moral de cada
persona, civilización o generación. El
primer motor para ampliar el horizonte de la justicia y por consiguiente de la
humanidad se pone en marcha cuando los individuos y las comunidades dicen una y
otra vez “no es justo”.
La mayor parte de las personas emiten sus juicios acerca de lo que es y no es justo en
base a la diferencia entre lo que observan y la justicia que está codificada en las
leyes o en las costumbres de un pueblo. La aprobación de lo justo y la desaprobación
de lo injusto son la base para construir la justicia de nuestra vida.
La primera persecución que sufren los que practican la justicia se produce en la
convivencia con personas que no aman la justicia y buscan la injusticia, incluso cuando
la injusticia viene de considerar las cosas “justas” o “injustas” de forma equivocada.
El mercado está lleno de estas persecuciones. Hay empresarios rectos y honrados que
tienen que sufrir mucho, desde todos los puntos de vista, tan solo por operar en
sectores en los que el sentido de la justicia que tiene la mayoría está completamente
dominado en razón de los beneficios. Las empresas honradas viven gracias a la
honradez de sus trabajadores, clientes, proveedores y competidores. La falta de
honradez y las injusticias de sus interlocutores contaminan su aire y su tierra, evitando
que lleguen los frutos. La virtud más grande que se les exige, ayer, hoy y siempre, a
los empresarios justos es la de resistir cuando encuentran a su lado personas e
instituciones injustas. Se trata de verdaderas persecuciones y los que resisten sin
ceder deben ser llamados “bienaventurados”.
La experiencia de la justicia y la injusticia, además de informar nuestro
comportamiento, puede llevarnos a actuar con el fin de reducir o eliminar la injusticia
que hay a nuestro alrededor. Entonces, se experimenta otra forma de persecución.
El pasado y el presente de la humanidad nos muestran una multitud de perseguidos por
causa de la injusticia que se perpetra en otras personas o en el mundo. Al igual que
ocurre con la misericordia, lo primero que nos impulsa a reaccionar contra las
injusticias que vemos no es el deseo de altruismo o filantropía. Es algo mucho más
radical, que se mueve dentro de nuestras vísceras y que al principio se parece más al
eros que al don. Después, sólo después de este sentimiento primero, se ponen en
marcha la inteligencia y la racionalidad, al servicio del corazón indignado. Uno se
encuentra metido dentro de una persecución a causa de la justicia por seguir una
indignación, por obedecer a una lógica distinta a la del cálculo coste-beneficio.
El primer estímulo que nos hace reaccionar contra una injusticia es una forma
verdadera y profunda de dolor. Nos encontramos mal, sentimos un dolor moral e
incluso físico y eso hace que, a veces, nos pongamos en movimiento. Sin experimentar
dolor por un mundo que nos parece injusto, no puede nacer ningún sentido de la
justicia. Ese dolor también puede surgir cuando el objeto de la injusticia no son los
seres humanos sino los animales, la tierra, el agua o la naturaleza, porque el dolor por
la injusticia del mundo es más grande que el dolor humano. Mientras haya personas
que cultiven un sentido moral de la justicia y mientras los seres humanos tengan una
vida interior que les haga capaces de sentir ese especial tipo de sufrimiento moral,
siempre habrá indignados por las injusticias capaces de luchar para reducirlas,
perseguidos por los que sacan provecho de esos comportamientos injustos.
Pero hay un tercer tipo de persecución (y algunos más, ciertamente). Es la persecución
por causa de la justicia del todavía-no.
Algunas personas tienen el don de ver, sufrir y luchar por una justicia que todavía no
se reconoce como tal en la sociedad en la que viven. No se limitan a denunciar las
violaciones de la justicia reconocida por su generación. También hacen eso, pero han
recibido como don unos “ojos del corazón” distintos, que les permiten ver y buscar
una justicia que las leyes y la conciencia colectiva todavía no reconocen. Pero ellos la
ven, sufren y actúan. Son perseguidos por causa de una justicia que todavía no existe.
Padecen por injusticias que los demás no sienten como tales, porque la tradición, la
vida, la naturaleza de las cosas, las considera normales. Sienten en sus carnes que en
el mundo hay una injusticia que se esconde detrás de lo que la ley no prohíbe e incluso
a veces promueve. Después comienzan procesos de denuncia, de liberación, y la
persecución se presenta puntual. Están en contra de algunas leyes, no sólo las que
defienden bajos intereses inicuos, sino también otras aprobadas en nombre de la
justicia. Las leyes, al igual que los zapatos y la ropa, también se quedan pequeñas y
hay que cambiarlas, ya que en caso contrario, dejan de taparnos y nos hacen daño.
Los que buscan la justicia del todavía-no siguen realizando en la historia una función
profética. Los profetas reciben una mirada capaz de ver injusticia donde otros siguen
viendo justicia, de llamar injusto a lo que otros llaman justo, de experimentar un
sufrimiento que la sociedad no entiende, de luchar por cosas que a otros les parecen
inútiles o negativas, de reconocer derechos y deberes antes de que sean evidentes
para todos. Las persecuciones por causa de la justicia del ya logran suscitar la empatía
y la compasión de muchos ciudadanos humanitarios y justos. En cambio, las
persecuciones por causa de la justicia del todavía-no tienen lugar en la soledad, que
es un rasgo específico de esta justicia distinta. Nadie hace marchas nocturnas, ni
procesiones con velas, ni huelgas de hambre, por las primeras batallas por la justicia
todavía invisible. Los profetas siempre están solos.
La justicia del todavía-no es fundamental para el desarrollo moral de los pueblos, al
igual que son fundamentales los profetas. Detrás de todo derecho, hoy reconocido y
tutelado, alguien sufrió ayer por su ausencia, se indignó y se sintió mal por una
injusticia que todavía no era considerada como tal. De aquel dolor del alma surgió una
acción colectiva, y llegaron las persecuciones. En la tierra de los justos hay alguien
que, como los antiguos padres mercedarios, se siente llamado a hacer un “voto de
redención” para liberar a los esclavos de la justicia del ya, ocupando su lugar.
Así va creciendo el sentido moral de todos, que desplaza hacia delante la frontera de
la justicia. De vez en cuando deberíamos recordar a nuestros hijos y a nosotros mismos
las historias y el dolor que se esconde tras los artículos de nuestras constituciones y
nuestras leyes. La memoria colectiva también mantiene vivo y vigilante nuestro
sentido moral y, cuando ésta se debilita, las comunidades van hacia atrás, se trivializa
el dolor de los mártires por la justicia y se ultraja su sangre derramada. Cada vez que
la historia retrocede en el campo de la justicia (como muchas veces hemos visto, y
seguimos viendo), lo primero que se elimina es la “diferencia” entre los hechos que
observamos y nuestro sentido moral. Se hace normal despedir a alguien por su “raza”,
falsificar la contabilidad de la empresa, levantar muros donde los padres dieron la vida
para derribarlos (los muros, estén hechos de cemento, de alambre o de miradas, son
siempre iguales).
Así pues, el primer acto que deben realizar los que aman la justicia es cultivar y
alimentar el sentido moral en los niños y en los jóvenes. Empezando por la escuela,
donde reducir el peso de la historia, la literatura y la poesía en nombre de técnicas
“útiles” significa disminuir en la generación futura el sentido de la justicia y la
indignación por la injusticia. Para poder esperar en la justicia económica y en las
técnicas de construcción de las “máquinas”, debemos aumentar en las escuelas y
universidades “técnicas” las disciplinas humanísticas,.
Es más: las persecuciones de los profetas no vienen sólo de los injustos y malvados.
También llegan de los “justos del ya”. Muchas veces, los que buscan la justicia del ya
se convierten en perseguidores de los “justos del todavía-no”. Los escribas y fariseos,
los amigos de Job, el Sanedrín, eran por lo general personas e instituciones que creían
y defendían la justicia de su tiempo: “Si vuestra justicia no es mayor que la de los
escribas y fariseos…”. Son justicias distintas, la segunda perseguidora de la primera.
La incomprensión por parte de los miembros buenos y justos de la propia comunidad es
típica de toda experiencia profética. Se crean fracturas, a veces verdaderas
persecuciones, dentro del mismo “pueblo de justos”, porque la justicia del todavía-no
parece todavía injusta, ingenua, imprudente y dañina para los que buscan la justicia
del ya. Esta persecución concreta, este “fuego amigo”, es uno de los mayores
sufrimientos de los buscadores de la justicia del todavía-no, pero es un sufrimiento
inevitable en el avance de la justicia sobre la tierra.
Algunas veces los justos del ya, en un encuentro decisivo con la justicia del todavíano, logran entender que su justicia debe abrirse a un “más allá” para no convertirse
en injusta. Así es como Saulo, perseguidor en nombre de su justicia según la ley, se
convierte en Pablo perseguido por causa de una justicia nueva. Comprendemos que
nuestra justicia debe morir para resucitar, debe regenerarse. Ya no basta dar el
manto, perdonar siete veces, caminar una milla con el hermano. Sentimos que no
somos justos si no damos también la túnica, si no caminamos una segunda milla y si el
perdón no se convierte en infinito, para todos y para siempre. Nuestras injusticias
envejecen, mueren muchas veces y muchas veces deben resucitar para después
aprender de nuevo a morir.
El Evangelio aúna la bienaventuranza de los perseguidos por causa de la justicia y la de
los pobres: de ambos es ya “el Reino de los cielos”. Existe una amistad, una
hermandad, entre los pobres y los perseguidos por causa de la justicia. Ambos son
pobres, ambos son perseguidos por causa de la justicia. Si no lo eran antes, los que
buscan la justicia se convierten en pobres como consecuencia de las persecuciones. Y
las pobrezas son también persecuciones que nacen de la justicia negada, la del ya y la
del todavía-no.
Nos hace falta la justicia del ya, pero más falta nos hace aún la justicia del todavíano. Hay demasiados pocos profetas. “Bienaventurados los perseguidos por causa de la
justicia, de ellos es el reino de los cielos”.
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