en busca de los orígenes latinos de las palabras

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En busca de los orígenes latinos
Paula Cecilia Penco
EN BUSCA DE LOS ORÍGENES LATINOS DE LAS PALABRAS
CONTENIDAS EN DIEZ VERSOS DEL POEMA DE MIO CID
Paula Cecilia Penco1
Universidad Nacional de Lomas de Zamora
[email protected]
Material original autorizado para su primera publicación en la revista académica
Hologramática.
RESUMEN:
El estudio de los cambios que llevaron de los sistemas vocálico y consonántico del latín
clásico a los del latín oral, y de éstos a los del español arcaico, permite construir los
posibles orígenes latinos de las palabras que forman parte de diez versos seleccionados
pertenecientes a la obra española Poema de mio Cid.
El presente estudio se propone construir, por lo tanto, dichos posibles orígenes latinos.
Palabras Clave: Sistema vocálico, sistema consonántico, latín clásico, latín oral,
español arcaico, Poema de mio Cid
1
Integrante del Grupo de Estudios del Seminario “Del latín al español” (Facultad de Ciencias Sociales de
la UNLZ), coordinado por el Dr. Eduardo Sinnott.
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www.hologramatica.com.ar o www.unlz.edu.ar/sociales/hologramatica
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Paula Cecilia Penco
ABSTRACT
IN SEARCH OF THE LATIN ORIGINS OF THE WORDS CONTAINED IN TEN VERSES OF THE
Poema de mio Cid
The study of the changes that went of the systems vocalic and consonantal from the
classic Latin to those of the oral Latin, and from these to those of the archaic Spanish,
allows to construct the possible Latin origins of the words that form a part of ten
selected verses belonging to the Spanish work Poema de mio Cid.
The present study proposes to construct, therefore, possible sayings Latin origins.
Palabras clave: System vocalic, consonantal system, classic Latin, oral Latin, archaic
Spanish, Poema de mio Cid.
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“El castellano […] recibe más propiamente el nombre de lengua
española. [Es una] continuación moderna del latín, no tanto del latín
literario escrito, como del latín vulgar, hablado sin preocupación
literaria.”
Extracto del Manual de gramática histórica española, de Ramón
Menéndez Pidal
1. Un recorrido por los factores cruciales en el cambio de los sistemas vocálico y
consonántico del Latín Clásico
En el Manual de gramática histórica española, Ramón Menéndez Pidal dice que los
factores cruciales que influyeron en el cambio de los sistemas vocálico y consonántico
del Latín Clásico son los sonidos semivocálicos y semiconsonánticos, cuyos nombres
técnicos son “yod” y “wau”. Éstos merecen una referencia antes de comenzar con el
análisis de los versos seleccionados del Poema de mio Cid.
En la obra recién mencionada, el autor español define que la
“…yod es análoga a la consonante y del latín majore, jejunare, o del
español mayor, ayunar, etc., pero no se halla intervocálica como la y,
pues no es propiamente una consonante, sino una semiconsonante
como la j de pié, radio, articulación explosiva agrupada con la
consonante anterior, o una semivocal, como la j de baile, peine,
articulación implosiva agrupada a la vocal que la precede.”
(Menéndez Pidal, 1958, p. 45)
Luego, establece diferentes tipos de “yod”; ellos son:
•
Yod primera: produce las consonantes románicas ç y z. La palatalización del
grupo latino tj o cj en ç o z es de las más antiguas de todas. Habiéndose formado muy
temprano las consonantes ç o z, la yod desapareció, sin haber ejercido influjo alguno
sobre la vocal.
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•
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Yod segunda: da origen a las consonantes románicas lj > j y ñ. Atribuimos a una
segunda época dos clases de grupos consonánticos con yod. En primer lugar los que
produjeron el sonido palatal lj, después hecho j, a saber: lj, y c’l, g’l, t’l, por
vocalización de la consonante velar agrupada. En esta época hay que colocar la yod que
produjo ñ, esto es los grupos latinos nj, gn y nge. Estas clases de yod inflexionan las
vocales abiertas ê y ǫ, impidiendo su diptongación, salvo la yod de ñ, que no inflexiona
la ǫ; y a la inversa, no inflexionan las vocales cerradas ẹ y ọ, salvo la yod de ñ que
inflexiona la ọ. Nunca inflexionan la a.
•
Yod tercera: produjo la consonante y, o no alteró la consonante. En primer lugar,
la yod que da siempre y, o sea, los grupos latinos gj, dj. Después, la que vaciló, no
alterando las consonantes unas veces, o produciendo otras veces y. Esta yod inflexiona
regularmente las vocales abiertas ê y ǫ, impidiendo su diptongación, y vacila respecto
de las vocales cerradas, inflexionando unas veces ẹ > i, ọ > u y otras veces no. Nunca
inflexiona la a.
•
Yod cuarta: 1°, la yod que produce dos consonantes románicas, la ch y la antigua
x, moderna j, y 2°, la yod procedente de metátesis o síncopa de algún sonido latino.
Primero, la ct latina, que vocalizando la c, produjo la ch española; semejantemente,
ulcons.; y ks o x, que por igual vocalización dio la palatal x del español antiguo, hecha j
en el moderno. A éstos hay que sumar el grupo gr (no cr) cuya g, hecha fricativa, se
vocaliza. Después tenemos la yod de los grupos rj, sj, pj, a veces hecha implosiva,
atraída de la sílaba postónica a la sílaba acentuada. A esta última época pertenece
también la yod producida por síncopa de sonidos latinos, ora por pérdida de la vocal
protónica o postónica, ora por pérdida de una consonante. Constituimos con esta cuarta
yod una última época; es la yod más persistente, la que opera sobre toda clase de
vocales. Inflexiona regularmente las vocales abiertas ê > e y ǫ > o; inflexiona casi
regularmente las vocales cerradas ẹ > i y ọ > u, salvo la excepción -ẹct- cuya ẹ
permanece intacta; en fin inflexiona la a, nunca inflexionada antes. (Menéndez Pidal,
1958, pp. 47-48)
•
El segundo factor más influyente en dicho cambio es el “wau”. Menéndez Pidal define
que
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“el wau, o sea la u, ora semiconsonante, explosiva,
agrupada a la consonante precedente (aqua), ora
semivocal implosiva, agrupada a la vocal precedente
(auro), ejerce un influjo parecido al de la yod,
contribuyendo a cerrar la vocal que antecede. Pero es
articulación menos común que la yod, y su influjo es
menor.”
(Menéndez Pidal, 1958, p. 50)
Sus orígenes son análogos a los de la yod: unas veces, existe ya en latín; otras, procede
de vocalización de una consonante agrupada; otras, proviene de una metátesis; otras, se
produce en virtud de una diptongación románica.
2. Análisis de los versos seleccionados del poema
Luego de referirnos a los dos factores cruciales en el cambio de los sistemas vocálico y
consonántico del Latín Clásico, “yod” y “wau”, transcribiremos los diez versos
seleccionados del Poema de mio Cid, que serán objeto de nuestro estudio:
“Creçiendo va en riqueza
mio Çid el de Bivar;
quando vio las gentes juntadas,
Mio Çid don Rodrigo
compeçós de pagar.
non lo quiso retardar,
adeliñó pora Valençia
e sobr’ella·s va echar;
bien la çerca mio Çid,
que non ý avía art,
viédales exir
e viédales entrar.
Sonando van sus nuevas
todas a todas partes,
más le vienen a mio Çid,
sabet, que no·s le van.
Metióla en plazo,
si les viniessen huviar,
nueve meses complidos,
quando vino el dezeno,
sabet, sobr’ella yaz,
oviérongela a dar.” (v. 1200 a 1210)
El análisis de cada una de las palabras que forman parte de los versos transcriptos se
llevará a cabo a continuación. Para hacerlo, las hemos agrupado en relación a la función
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que cumplen dentro del verso, y aquéllas que se repitan serán tratadas sólo una vez. Así,
las palabras cumplirán una de estas funciones: sustantivo, adjetivo, pronombre, artículo,
verbo, adverbio, preposición o conjunción.
2.1 Sustantivos
Los sustantivos que podemos extraer de los versos son los siguientes: riqueza, Çid,
Bivar, gentes, don, Rodrigo, Valençia, art, nuevas, partes, plazo y meses.
Según Joan Corominas, la palabra “riqueza” no posee un origen etimológico latino,
sino que podemos vincularla con un origen gótico2, partiendo del término “reiks” que
significa “rico”. Entonces, expondremos como su origen hipotético en latín la palabra
“*rīquĭtia”.
Menéndez Pidal dice que el grupo QU-, es decir, la velar c seguida de la fricativa labial
v, pierde su fricativa, ora en la escritura y pronunciación, ora se pierde en la
pronunciación, aunque se siga escribiendo la u por seguir e o i. (Menéndez Pidal, 1958,
p. 128) Además, se deduce que el latín vulgar en algunos casos esquivaba la repetición
de los dos sonidos QU próximos convirtiendo el primero en Q o C, mientras en los otros
casos dos derivados de igual raíz mantuvo QU inicial, por no haber causa de
disimilación3. (Menéndez Pidal, 1958, p. 181) Entonces, vemos que nuestro caso no
sufre dicha disimilación, y se sigue escribiendo la u por seguir e, ya que en español la ĭ
latina se confunde con el sonido de la e. (Menéndez Pidal, 1958, p. 58)
Por último, tenemos un caso de yod primera, en el que el grupo tj > tsj (sonido
africado), es decir, surge el sonido de la ẑ en posición intervocálica, sonora en el
español antiguo, sorda en el moderno. (Menéndez Pidal, 1958, p. 149) Es importante
ampliar esta última cuestión, y referirnos al autor Menéndez Pidal, quien desarrolla que,
como ya hemos referido, la principal causa de la aparición de nuevos sonidos palatales,
[2] La lengua gótica es una lengua muerta que pertenece a la familia de las lenguas germánicas dentro de
su rama oriental, hoy perdida totalmente, pero se trata del único miembro de esa rama bien documentado.
Hablaron gótico los ostrogodos y los visigodos que se asentaron, los primeros en la antigua Germania e
Italia, y los segundos en la Europa oriental e Hispania. En el periodo de tiempo comprendido entre los
siglos VII al IX otras lenguas germánicas y románicas lo sustituyeron.
[3] Disimilación: se produce esquivando la incómoda semejanza entre dos sonidos de una palabra.
(Menéndez Pidal, 1958, p. 180)
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desconocidos del latín antiguo, fue la propagación y efectos de la yod. Con respecto a
los grupos tj y cj, en tj la t retrae su punto de articulación, y la k de cj lo adelanta para
asibilarse4 una y otra a la yod, haciéndose palatales. Sin embargo, la sibilante5 de tj era
diversa de la de cj, aunque bastante parecida para prestarse a continuas confusiones. Tj
debía tender a sonido alveolar cuasi ts, y cj a sonido prepalatal cuasi ch,
respectivamente análogos a los italianos zz y ccio. (Menéndez Pidal, 1958, pp. 94-95)
En conclusión, “riqueza” < “*rīquĭtia”.
“Çid” es otra palabra que no posee un origen latino, sino que proviene del árabe
hispano “síd” y éste del árabe clásico “sayyid”, que significa “señor”. Por eso, debemos
plantear un origen hipotético que podría ser “*Cīte” o “*Cīde”; en el primer caso, la –t
intervocálica se sonorizaría en –d. En ambos casos, la pérdida de la –e final se haría
presente y, en posición final absoluta, Menéndez Pidal afirma que la d se articula đ
(fricativa) en la pronunciación cuidada, especialmente en voces poco corrientes como
Cid. (Menéndez Pidal, 1958, p. 101) Entonces, “Çid” < “*Cīte” o “*Cīde”.
En relación a la palabra “Bivar”, se trata de un nombre propio, cuyo origen es
discutible, ya que en latín podría haber estado escrito tal como aparece en el verso,
“*Bīvar”, o las dos veces con v, “*Vīvar”. Esta dualidad es posible porque existe una
confusión completa de b y v (Menéndez Pidal, 1956, p. 67); es decir, los signos b, v se
usan indistintamente para indicar una oclusiva y una fricativa ambas sonoras.
(Menéndez Pidal, 1956, p. 69) Así, “Bivar” < “*Bīvar” o “*Vīvar”.
El siguiente sustantivo a analizar es “gentes”, que proviene del sustantivo singular
“gente”, procedente del latín “gĕns, gĕntis”. Nuestro sustantivo proviene del nominativo
o acusativo plural “gentēs”. La g se conserva con el mismo sonido prepalatal del latín
vulgar, sólo ante vocal anterior acentuada (Menéndez Pidal, 1958, p. 124), y la s final se
mantiene con el sentido de pluralidad. Cabe señalar que esta palabra es un cultismo
(Menéndez Pidal, 1958, p 124), pero siendo latinización del antiguo “yente”, procedente
[4] Asibilar: (del lat. assibilāre). tr. Fon. Hacer sibilante un sonido.
[5] Sibilante: (del lat. sibĭlans, -antis, participio activo de sibilāre, silbar). adj. Fon. Dicho de un fonema
en el que, siendo fricativo o africado y articulándose en la zona dentoalveolar o palatal, en su emisión se
percibe una especie de silbido.
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del latín “gĕns, gĕntis”, como ya indicamos. Así, “gentes” en español antiguo no sonaba
igual que “gentēs” en latín. Entonces, “gentes” < “gentēs”.
“Don”, siguiendo a Corominas, es una forma postverbal que reemplazó a “dono”,
descendiente del latín “dōnum”, que significa “tratamiento de respeto que se antepone a
los nombres masculinos de pila; antiguamente estaba reservado a determinadas personas
de elevado rango social”. En palabras de Menéndez Pidal, “don” es un ejemplo de la
pérdida de la vocal final en sustantivos que se hallan en posición proclítica. (Menéndez
Pidal, 1956, p. 190)
Sin embargo, este autor expone otro origen para la palabra “don”; dice que rara vez la –
o final se trueca en –e, o cuando le preceden determinadas consonantes como la mn>ñ
se pierde: el título “don”, del latín “dominum”, acusativo de “domĭnus” (“señor”),
pierde la –m final, y la caída de la vocal átona i da surgimiento al grupo consonántico
secundario “m’n”, del cual resulta el sonido de la ñ. (Menéndez Pidal, 1958, p. 81) El
español antiguo, en los siglos XII y XIII, admitía accidentalmente consonantes finales;
dentro de las palatales, la ñ se hizo n: “domnu” > “don”. (Menéndez Pidal, 1958, p. 169)
Es interesante mencionar que el extranjerismo es causa abundante de -o final originaria
reducida a -e o perdida; otras veces, las causas son menos claras, como ocurre en
nuestro caso. Por otra parte, y al igual que Corominas, Menéndez Pidal también dice
que “don” se puede explicar como postverbal6, a pesar de su apócope7. (Menéndez
Pidal, 1958, p. 82) En conclusión, “don” < “dōnum” y “dominum”.
“Rodrigo” es un sustantivo propio, cuyo origen etimológico sería “*Rodericus”. En este
caso, la pérdida de la vocal átona e provoca la formación de un grupo consonántico
secundario donde la oclusiva sonora seguida de r se conserva; por esto, se procude la
unión de las consonantes d y r. Mientras, la c intervocálica se sonoriza en g. Otros
aspectos a destacar es que la u final se transforma en o y, en relación a la -s final de la
palabra, Menéndez Pidal expone que en los sustantivos del español se produce la
desaparición de las diferencias cuantitativas en sílaba final (Menéndez Pidal, 1958, p.
205) con respecto al origen latino. Es por esto que, más adelante, dice que la -s final no
[6] Postverbal: adj. Gram. Dicho de una palabra que se deriva de una forma verbal; p. ej., llamada de
llamar.
[7] Apócope: (del lat. apocŏpe, y este del gr. ἀποκοπή, de ἀποκόπτειν, cortar), f. Gram. Supresión de
algún sonido al fin de un vocablo; p. ej., en primer por primero. Era figura de dicción según la preceptiva
tradicional.
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podía sonar sino a plural, y hubo de formarse un singular antietimológico, como ocurre
en nuestro caso. (Menéndez Pidal, 1958, p. 215) Así, “Rodrigo” < “*Rodericus”.
Con respecto al sustantivo propio “Valençia”, se trata de un nombre de lugar, y su
origen latino podría ser “*Valencia”; estaríamos en presencia de un caso de yod
primera, ya que el sonido kj > ĉj, y terminará por dar origen al sonido africado sordo ŝ,
en posición no intervocálica. Entonces, “Valençia” < “*Valencia”.
Siguiendo a Menéndez Pidal, la palabra “art” es otro ejemplo que sostiene que el
español antiguo, en los siglos XII y XIII, admitía accidentalmente consonantes finales
por una apócope medieval. En el caso de las dentales agrupadas como rt, se trata de la
pérdida de un sonido al final de la palabra. (Menéndez Pidal, 1958, pp. 168-169) Así,
pensamos que el origen etimológico de “art” sería “artem”, proveniente del latín “ars,
artis”, donde los sonidos de la -m final y la -e se perdieron. Este autor español dice que,
en el siglo XIV, ya se generaliza la tendencia a mantener la –e final en los casos en que
producía apócope, como acabamos de ver en “art”, de modo que a partir del siglo XV el
español moderno no conoce más consonantes finales que éstas: d, n, l, r, s y z, no
agrupadas con consonante ni con semiconsonante, como hemos visto con la palabra
“don”. (Menéndez Pidal, 1958, p. 170) En fin, “art” < “artem”.
En el caso de “nuevas”, es imprescindible considerar que esta palabra, dentro del
contexto del verso y de la época en la que está escrito, significa “noticias”, tal como la
expone en singular Corominas en su diccionario etimológico. Por esto, aquí cumple la
función de sustantivo plural femenino, que proviene del latín “nŏvus,-a,-um”. Nuestro
sustantivo se forma a partir del acusativo plural femenino latino “nŏvās”, donde la ŏ
tónica se transforma en el diptongo ué. Además, siguiendo a Menéndez Pidal, la V y la
B intervocálicas se confundieron en V ya en el latín vulgar, y en romance se conservan
como fricativa ƀ, escrita v o u en la ortografía antigua. La ortografía moderna siguió en
general el uso latino (Menéndez Pidal, 1958, p. 133), como vemos en nuestro caso, que
mantuvo la v. Así, “nuevas” < “nŏvās”.
“Partes” es un sustantivo plural que proviene del latín “pars, partis”. Esta palabra es un
cultismo, ya que no sufre ninguna transformación desde el latín al español. Su origen
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etimológico es el nominativo o acusativo plural latino “partēs”, cuya s final señala el
carácter plural. Es decir, “partes” < “partēs”.
En relación a la palabra “plazo”, Joan Corominas indica que proviene del arcaico
“plazdo” y éste del latín tardío “placĭtus”. Siguiendo a Menéndez Pidal, el grupo de
consonante sorda seguida de l, como pl, tuvo destinos muy varios sobre el suelo de la
Península. En nuestro caso, en época tardía o por influencia culta, se conservó el grupo.
(Menéndez Pidal, 1958, p. 126) Ya hemos visto que la t entre vocales se sonoriza en d,
y que el grupo cj, caso de yod primera, da como resultado un nuevo sonido africado
sordo ŝ, que se sonoriza por estar en posición intervocálica, es decir, pasa a ser una ẑ,
sonido africado sonoro en el español antiguo. Así, es importante mencionar que los
grupos romances ponen en contacto otras consonantes que los latinos, y la lengua en su
edad primitiva (hasta el siglo XII) toleraba aun muchos de estos grupos que luego
rechazó; entre ellos, el primitivo “plazdo” pasó a sonar “plazo”.
Este mismo autor desarrolla que el grupo ct cuando es latino produce una palatal ch,
pero cuando es romance prevalece la articulación dental. C’t se reduce a zd y luego a z;
así, “placĭtus”, antiguo “plazdo”, ya aparece en el Poema de mio Cid como el moderno
“plazo”. (Menéndez Pidal, 1958, p.162) El autor amplía aun más el estudio del origen
de la palabra “plazo”: el paso de la forma antigua “plazdo” a la moderna “plazo” debe
suponer una metátesis favorecida por el carácter africado de la z o ç: plazdo > *pladzo,
y con pronunciación fricativa de la d final de sílaba > *plazzo > plazo. (Menéndez
Pidal, 1958, p. 185) En conclusión, “plazo” < placĭtus.
La palabra “meses” proviene del nominativo o acusativo plural del sustantivo latino
“mens, mensis”. Menéndez Pidal analiza que el grupo ns se reduce a s; así, el plural
“meses” proviene del latino “mensēs”, que sufrió dicha transformación ns>s y quedó
“meses” en español. En fin, “meses” < “mensēs”.
2.2 Adjetivos
Los adjetivos que analizaremos son: juntadas, nueve, complidos y dezeno.
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El primer adjetivo que encontramos en los versos seleccionados es “juntadas”, que, si
bien Corominas expone que su origen etimológico es el verbo latino “iŭngĕre”, que
significa “juntar”, nuestro participio se habría formado a partir de otra forma que podría
ser el verbo en infinitivo del latín vulgar “*junctare”. Como ya aludimos, el grupo ct
cuando es latino produce una palatal ch, pero cuando es romance prevalece la
articulación dental, por lo que C’T se reduce a zd y luego a z. En nuestro caso, no se
daría ninguno de estos dos casos, ya que el grupo latino ct no se transforma en el sonido
palatal ch, ni tampoco suponemos la pérdida de una vocal átona y el surgimiento del
sonido africado ŝ o ẑ. Entonces, tomando el grupo de tres consonantes nct, vemos que el
sonido velar sordo c se perdió en la evolución fonética de la palabra, antes de poder
convertirse en alguno de los dos sonidos nuevos recién mencionados.
A partir de esta hipótesis, como “juntadas” es un participio, debemos destacar que hay
distintos tipos de participios en latín, según se trata de una forma activa o pasiva; el
participio en español surge a partir de la forma pasiva, es decir, del participio de
perfecto latino, el cual se forma con el tema de supino, eliminando la m y añadiendo las
terminaciones “us, a, um”. Entonces, nuestro participio tendría como origen latino el
participio de perfecto en caso acusativo plural femenino “*juntatās” donde, siguiendo a
Menéndez Pidal, ante vocal posterior, sea acentuada o no, la fricativa pierde su
mojamiento para convertirse en la antigua j (velarizada y ensordecida modernamente)
(Menéndez Pidal, 1958, pp. 124-125), y la segunda t, que es intervocálica, se sonoriza
en la dental d. En conclusión, “juntadas” < “*juntatās”.
“Nueve” proviene del latín “nŏvem”. Se trata de un adjetivo numeral cardinal en el que,
tal como explica el crítico español, la ŏ se diptongó primero en uo y luego en ué. La
etapa primera uo se ve alguna vez escrita uo en diplomas y otros textos de los siglos X
al XIII; los ejemplos son muy escasos en Castilla. En esta región, ya en el siglo XI es
general ué: “nove” pasó a sonar “nueve” (Menéndez Pidal, 1958, p. 60), ya que la -m
final se pierde. A lo largo de este trabajo veremos que, en el hablar vulgar, la pérdida de
la m final latina se hizo general. (Menéndez Pidal, 1958, p. 166) Así, “nueve” <
“nŏvem”.
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La palabra “complidos”, según Corominas, es descendiente semiculto del latín
“complēre”, “llenar, completar”. Menéndez Pidal dice que, fuera del acento, las mismas
dos vocales tan diversas palatales, e, i, o las dos velares, o, u, no difieren entre sí tanto
como cuando van acentuadas. Es interesante mencionar que esto permitía, aun en el
siglo XVI, vacilaciones en el lenguaje literario, que no eran posibles respecto de las
vocales acentuadas. Es decir, en ese siglo, la lengua literaria no estaba aun fijada
respecto a la vocal protónica8, cuando respecto a la vocal acentuada se había fijado
desde la segunda mitad del siglo XII. (Menéndez Pidal, 1958, p. 67)
La fricativa đ es la pronunciación habitual de la d intervocálica. Pero por lo común es
tan débil esta fricativa, que en el habla popular se pierde abundantemente. Esta pérdida
vulgar invade el habla culta sólo en un caso, que es en la terminación –ado, a diferencia
de los femeninos, que conservan la đ, lo mismo que los participios -ido, -ida.
(Menéndez Pidal, 1958, p. 100)
Tal como “juntadas”, “complidos” también es un participio y se forma a partir del
participio perfecto latino. Pero cabe destacar que no responderá al paradigma de los
verbos en -er, sino al de los verbos en -ir; por esto, su origen sería el caso acusativo
plural masculino “*complītos”, donde la t intervocálica se sonoriza en d, y la -s final,
que es una de las consonantes latinas que se mantiene en español, posee el sentido de
pluralidad. En conclusión, “complidos” < “*complītos”.
El adjetivo ordinal “dezeno” es un derivado de la palabra latina “dĕcem”, que significa
“diez”. Siguiendo a Menéndez Pidal, la lengua antigua poseía un sufijo ordinal que
aplicaba a todos los números desde 2, especialmente desde 7 en adelante. Es el sufijo
adjetivo -ēnus, que el latín aplicaba a los distributivos (seni, septeni, noveni, deni,
viceni, centēni). Sirvieron de punto de partida seteno, noveno, centeno, y luego se
hicieron quatreno, cinqueno, sesseno, ocheno, dezeno, etc. Todos se perdieron, salvo
noveno. (Menéndez Pidal, 1958, p. 247) Entonces, el origen de nuestro adjetivo sería
“*dĕciēnus”; con respecto al sufijo latino –ēnus, la u final se transforma en o, y como la
-s final no podía sonar sino a plural, se pierde en este caso, ya que se forma un singular
antietimológico (Menéndez Pidal, 1958, p. 215); además, surgiría un caso de yod
[8] Protónico, ca: (de pro- y tónico) que precede a la sílaba tónica.
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primera, por la cual el grupo cj da origen al sonido africado ŝ, que se sonoriza por su
posición intervocálica en ẑ, sonora en el español antiguo, sorda en el moderno. Así,
“dezeno” < “*dĕciēnus”.
2.3 Pronombres
En relación a los pronombres, podemos señalar: mio, lo, ella, ·s, la, que, sus, todas, le, y
les.
El primer pronombre que analizaremos es el posesivo de primera persona “mio”, que
proviene del acusativo latino “mĕŭm”, donde la -m final se pierde, y la ĕ sufre la
transformación regular de diptongarse en ié9. Pero el diptongo ié se redujo en algunos
casos a i; en este pronombre, tal como expone Menéndez Pidal, la reducción se daría
por simplificación del triptongo: mĕŭm > mieo > mío. (Menéndez Pidal, 1958, p. 57) En
fin, “mio” < “mĕŭm”.
Tal como expone Menéndez Pidal, la lengua latina no tenía pronombre especial para la
tercera persona; cuando necesitaba de “él”, empleaba cualquiera de los demostrativos,
pero el romance escogió “ĭlle” (Menéndez Pidal, 1958, p. 251), cuyo origen latino es
“ĭlle, ĭlla, ĭllud” (él, ella, ello). Así, el pronombre “lo” cumple la función de pronombre
personal átono de tercera persona, que proviene del acusativo masculino neutro “ĭllum”.
Siguiendo a dicho autor, se pierde la vocal inicial, y la ll se redujo a l, tanto por el uso
átono, como por la influencia de la forma tónica10 “él”. (Menéndez Pidal, 1958, p. 253)
Así, con la regular pérdida de la -m final y de la transformación de la u final en o,
“ĭllum” da lugar en español a “lo”. Es decir, “lo” < “ĭllum”
El siguiente pronombre que aparece en los versos seleccionados cumple la función de
pronombre personal acentuado y de tercera persona: “ella”, cuyo origen latino es “ĭlla”.
[9] Es interesante mencionar que algunos creen que el diptongo se acentuó primero íe y luego ié; pero no
parece natural que el sonido más cerrado i del diptongo llevase primitivamente el acento; ié es
naturalmente un diptongo creciente, o sea, acentuado en su segundo elemento, y siempre un diptongo con
el acento en la vocal más cerrada es poco menos que “un imposible fonológico” como dice Grammont, es
siempre una articulación menos natural que la acentuada en el elemento más abierto. (Menéndez Pidal,
1958, p. 54)
[10] Tónico, ca: (del lat. tonĭcus) que entona o vigoriza. Dicho de una vocal o de una sílaba: “acentuada”.
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El crítico español menciona que, en este caso, la ll procedente de ll etimológica queda
inalterada. (Menéndez Pidal, 1958, p. 152) Al igual que en el pronombre “él”, se
mantiene la vocal inicial, pero la ĭ del latín clásico es una vocal que se confunde en
español en e generalmente, tal como vemos en este caso. Por eso, “ella” < “ĭlla”.
El pronombre reflexivo “·s” proviene del latín “sē”, forma de acusativo del genitivo
“sui”. Menéndez Pidal dice que el español saca sus formas átonas del acusativo me, te,
se. Es una forma inacentuada para singular o plural, y válida para todos los géneros.
(Menéndez Pidal, 1958, p. 252) Entonces, “se” < “sē”.
El pronombre “la” cumple la función de pronombre átono de tercera persona, que
proviene del acusativo femenino “illam”. Tal como sucedió en el pronombre “lo”, se
pierde la vocal inicial, y la ll se redujo a l. Por último, la -m final también se pierde. Así,
“la” < “illam”.
“Que” es un pronombre relativo que proviene del latín “quī, quae, quŏd”. Como ya
hemos mencionado, Menéndez Pidal dice que el grupo QU-, es decir, la velar c seguida
de la fricativa labial v, pierde su fricativa, ora en la escritura y pronunciación, ora se
pierde en la pronunciación, aunque se siga escribiendo la u por seguir e o i. (Menéndez
Pidal, 1958, p. 128) Además, se deduce que el latín vulgar en algunos casos esquivaba
la repetición de los dos sonidos QU próximos convirtiendo el primero en Q o C,
mientras en los otros casos dos derivados de igual raíz mantuvo QU inicial, por no haber
causa de disimilación. (Menéndez Pidal, 1958, p. 181) Entonces, “que” es una palabra
que no sufrió dicha disimilación, y mantuvo la escritura de la u por seguirle la vocal e.
Por otra parte, este autor dice que en el latín vulgar de España la flexión del relativo se
redujo al nominativo masculino quī, al acusativo masculino quĕm y al neutro quĭd; estas
formas se emplearon lo mismo para el acusativo que para el nominativo, para el singular
que para el plural, para el masculino que para el femenino, pues no se creyó necesario
precisar el género y el número, que van o pueden ir determinados con claridad por el
antecedente del relativo. (Menéndez Pidal, 1958, p. 263) En nuestro caso, el nominativo
latino “quī” dio lugar al pronombre “que”, porque mantuvo su inicial QU, como ya
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explicamos, y la ī en posición final se transformó en la vocal e en español. Es decir,
“que” < “quī”.
El pronombre siguiente es el posesivo de tercera persona “sus”, que deriva del
pronombre latino “suus, sua, suum”. Considerando que en el verso el posesivo “sus”
antecede a un sustantivo plural femenino, debemos hacer referencia a Menéndez Pidal,
quien afirma que la a latina final se conserva en español, salvo una importante
excepción de la lengua del siglo XIII que es la reducción de la a en el posesivo
femenino “mie, tue, sue”, ya que se cierra por asimilación a la i o a la u precedente.
Estos casos se perpetuaron con apócope de la -e en el uso proclítico11 de los posesivos
“mi, tu, su”. (Menéndez Pidal, 1958, pp. 78-79) Así, dicha excepción estaría presente
también en nuestro plural, ya que “sus” surgiría del acusativo plural femenino “suas”,
donde la a se cerraría por asimilación a la u precedente. En fin, “sus” < “suas”.
“Todas” es un pronombre indefinido que, si bien proviene del latino “tōtus, a, um”, el
cual significa “todo, entero”, se forma a partir del acusativo plural femenino “totās”; en
español se sonoriza la -t intervocálica se convierte en -d. Es decir, “todas” < “totās”.
Los últimos pronombres que encontramos en los versos seleccionados son el singular
“le” y el plural “les”. Ambos pronombres personales de la tercera persona provienen
del pronombre latino “illĕ, illă, illum”; el singular “le” se deriva del dativo singular
“illī”, y el plural “les” del dativo plural “illīs”. Siguiendo a Menéndez Pidal, la ī latina
final se confundió con el sonido de la e, como hemos notado ya en varias palabras
analizadas. Así, todas las vocales finales de la serie anterior (e, i) se reducen a una sola,
la e. (Menéndez Pidal, 1958, p. 79) En los dos casos se pierde la vocal inicial, y la ll se
redujo a l, tanto por el uso átono, como por la influencia de la forma tónica “él”
(Menéndez Pidal, 1958, p. 253). También, en el pronombre “les” se mantiene la -s final,
que indica su carácter plural. En conclusión, “le” < “illī”, y “les” < “illīs”.
2.4 Artículos
[11] Proclítico, ca: (derivado del gr. προκλίνειν, “inclinarse hacia adelante”) gram. Dicho de una voz que,
sin acentuación prosódica, se liga en la cláusula con el vocablo subsiguiente; p. ej., los artículos, los
posesivos mi, tu, su, las preposiciones de una sílaba y otras partículas.
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Los artículos extraídos son: el y las.
El artículo “el” proviene, siguiendo a Joan Corominas, del latín “ĭlle” (o de su acusativo
“ĭllum”), “aquel”, que ya en la baja época se empleó vulgarmente como mero artículo,
con tratamiento fonético propio de la pronunciación átona.
Antes que nada, es importante mencionar que el nominativo latino de singular “ille” por
sí solo sirve de pronombre personal y de artículo. Como sabemos, Menéndez Pidal dice
que el artículo no existía en la lengua latina; sólo en su última época el latín vulgar
sintió la necesidad de hacerse con un artículo como el griego, y se lo creó de diversas
maneras en los diversos territorios romances. (Menéndez Pidal, 1958, p. 260) Este autor
agrega que el artículo no es sino un demostrativo que determina un objeto más
vagamente que los otros demostrativos, sin significación accesoria de cercanía ni
alejamiento; sirve sólo para señalar un individuo particular entre todos los que abarca la
especie designada por el sustantivo. Así que cualquier demostrativo pudo haber
debilitado su significación y quedar con la vaga determinación de artículo. (Menéndez
Pidal, 1958, p. 260)
El artículo es átono desde su origen; eso causa la simplificación anormal de la ll. Por el
mismo desgaste extraordinario de la partícula átona, se perdió la sílaba primera del
pronombre, la que llevaba el acento cuando tenía su plena fuerza pronominal. Sólo el
nominativo masculino “ĭlle”, por su –e final caduca, mantuvo la vocal inicial; en los
demás casos se conservó la sílaba final por llevar vocal más resistente y por expresar la
flexión. (Menéndez Pidal, 1958, p. 261) Así, la inicial ĭ del latín clásico es una vocal
que pasa a sonar e en español, tal como ocurre en este caso. En fin, “el” < “ĭlle”.
Con respecto a la palabra “las”, ésta proviene del latín “illas”, acusativo plural
femenino del nominativo singular “ĭlla”, y en el verso cumple la función de artículo.
Como ya mencionamos, la ll se reduce a l por influencia del masculino “el”, y la inicial
ĭ del latín clásico se confunde en español en la vocal e; por lo tanto, en un principio,
“ĭlla” pasó a sonar “ela”, forma perdida temprano en Castilla, pero usada en León aún
hasta el siglo XIV. (Menéndez Pidal, 1958, p. 261) Luego, la primera sílaba se pierde
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como en todos los artículos (salvo “el”), y quedó formado el artículo español “la”. Por
último, la –s final se mantiene para indicar el carácter de pluralidad. Así, “las” < “illas”.
2.5 Verbos
Con respecto a los verbos, en los versos seleccionados encontramos los que
mencionamos a continuación: creçiendo, va, vio, compeçós, pagar, quiso, retardar,
adeliñó, echar, cerca, avía, viédales, exir, entrar, sonando, van, vienen, sabet, metióla,
viniesen, huviar, yaz, vino, oviérongela y dar.
El primer verbo que aparece en los versos es el verbo en gerundio “creçiendo”, que
proviene del verbo en infinitivo latino de tercera conjugación “crēscĕre”, que significa
“crecer”.
Es interesante mencionar que, como afirma Menéndez Pidal, todos los sufijos
derivativos son de la conjugación -are, salvo uno: -scere. El latín vulgar de España
verificó la fusión completa de las dos conjugaciones -ēre y -ĕre, olvidando esta última.
No se presta a ninguna conjugación nueva más que con el sufijo –scere, por el cual
únicamente podemos considerar a la conjugación –ere dotada de fecundidad,
considerable en el período primitivo del idioma, aunque hoy casi perdida. (Menéndez
Pidal, 1958, 286)
Como expone el autor español, el gerundio latino en caso acusativo dio lugar al
gerundio español: por esto, “crecĕndum” sería el origen etimológico de “creçiendo”.
Pero cabe mencionar que el gerundio latino en caso ablativo “crecĕndo” también dio
lugar a este gerundio español. Es decir, “creçiendo” < “crecĕndum” y “crecĕndo”.
El siguiente verbo “va”, conjugado en modo indicativo, tiempo presente, tercera
persona del singular, proviene del verbo en infinitivo latino de tercera conjugación
“vadĕre”, “ir, marchar”. Dentro de los verbos de presente irregulares, Menéndez Pidal
expone que el verbo “ire” fue sustituido casi enteramente por “vadĕre”, y la flexión
completa la posee este último. (Menéndez Pidal, 1958, p. 306) Así, la conjugación de
presente en tercera persona del singular “*vat” dio lugar a “va”, donde la t final se
pierde. En conclusión, “va” < “*vat”.
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“Vio”, del verbo en infinitivo latino de segunda conjugación “vĭdēre”, “ver”12, se
encuentra en modo indicativo, tiempo pretérito perfecto, tercera persona del singular.
Considerando que este verbo está conjugado en modo indicativo, tiempo pretérito
perfecto, tercera persona del singular, es importante mencionar que Menéndez Pidal
hace una distinción entre perfectos fuertes y perfectos débiles13 y, en resumen, dice que
quedan como únicas formas fuertes “Yo” y “Él” de perfecto indicativo, y “Él” con –o
final analógica de las formas débiles. (Menéndez Pidal, 1958, p. 316).
Por otra parte, este autor explica que hay casos en que la yod flexional influyó sobre la
consonante anterior o se conservó transformada. Como en el nombre, en el verbo dj
resulta en español y, aunque la yod sea flexional; esa y se pierde cuando la precede e o i;
así, “video” es un caso de yod tercera en el que se da la influencia de la yod sobre la
consonante anterior: antiguo “veyo”, moderno “veo”. (Menéndez Pidal, 1958, p. 293)
En el caso del perfecto, este autor explica que de los perfectos con inflexión vocálica
sólo cuatros se transmitieron a los romances, los cuales subsisten en el español
moderno. Uno de ellos es “vīdit” > “vido” (hoy vulgar), “vío”, moderno “vio”14.
(Menéndez Pidal, 1958, p. 320) Se pierde la d intervocálica. En fin, “vio” < “vīdit”.
Pero, en el caso de este verbo, podemos mencionar otro posible origen latino: vio <
*vidīvit o *vidiut (formas analógicas a los perfectos en –ir, tal como quedará explicado
en el verbo quiso < *quaesīvit). Teniendo en cuenta el posible origen *vidiut, éste sería
el desarrollo de los cambios fonéticos: *vidiut > vidjut (eliminación del hiato y caso de
yod III) > viyut (el sonido de la y se pierde tras a i) > viut (la t final se pierde y la u final
pasa a sonar o) > vio. En conclusión, otra posibilidad es “vio” < “*vidiut”.
[12] Según Corominas, Nebrija admite ambas formas “ver” y “veer”. Menéndez Pidal menciona que
videre hacía antiguamente “veer”, pero ya al fin de la Edad Media se decía “ver”. (Menéndez Pidal, 1958,
p. 84)
[13] Menéndez Pidal explica que en el perfecto deben distinguirse dos clases: una que entre el tema y la
desinencia pone la vocal ā o ī propia de los verbos derivados, esto es, de los verbos -ā-re, -ī-re, los cuales,
a causa de esa vocal derivativa, tienen acentuación débil en todas sus formas (am-ā-vi, am-ā-vĭmus); otra
propia de los verbos primitivos de la conjugación –ĕre, que, careciendo de vocal derivativa, tienen en latín
las personas “Yo, “Él”, “Nos, “Ellos” con acentuación fuerte (dixī, dix-ĭmus). (Menéndez Pidal, 1958, p.
315)
[14] Al igual que algunos creen que el diptongo se acentuó primero íe y luego ié, suponemos que lo mismo
ocurre con el diptongo io. En ambos casos, no parecería natural que el sonido más cerrado i del diptongo
llevase primitivamente el acento; ié e ió son naturalmente diptongos crecientes, o sea, acentuados en su
segundo elemento, y siempre un diptongo con el acento en la vocal más cerrada es siempre una
articulación menos natural que la acentuada en el elemento más abierto.
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El verbo “compeçós”, siguiendo a Joan Corominas, proviene del latín vulgar
“*cominitiare”, derivado del latín “initiare” (verbo en infinitivo de la primera
conjugación), que significa “iniciar”, y en castellano tuvo desde el principio la
concurrencia de “empezar”, que dio lugar al cruce “compeçar” (en el Cid).
Este verbo a analizar se encuentra conjugado en modo indicativo, pretérito perfecto,
tercera persona del singular, y su origen latino tendría una forma diferente a la que
expresa Corominas; este origen hipotético sería “*competiavit”, donde veríamos un
caso de yod primera en el cual el grupo tj > ŝ. Por otra parte, la forma latina “-āvi” fue
olvidada en latín vulgar, el cual contrajo en una las dos sílabas de esa terminación,
como ya hacía a veces el latín literario. Perdiendo su v, la persona “él” se contraía -ait o
-aut en las inscripciones, prevaleciendo en latín vulgar -aut. (Menéndez Pidal, 1958, p.
310) Así, el diptongo au se reduce a o, y la t final se pierde. Por último, en relación a la
-s final que aparece en nuestro verbo, Menéndez Pidal expone que hay casos en los que
dicha –s es manifiestamente un postizo venido desde afuera a la palabra. (Menéndez
Pidal, 1958, p. 177) En conclusión, “compeçós” < “*competiavit”.
El siguiente verbo que encontramos en los versos seleccionados es el infinitivo
“pagar”, cuyo significado primitivo era “contentar, satisfacer”. Corominas desarrolla su
origen etimológico proveniente del verbo latino en infinitivo de primera conjugación
“pacāre”, “apaciguar”, derivado de “pax, pacis”, “paz”. Aquí vemos la sonorización de
la c en g y la pérdida de la -e final. Es decir, “pagar” < “pacāre”.
“Quiso”, del latín “quaerĕre”, verbo en infinitivo de tercera conjugación que significa
“buscar, inquirir, pedir”. Como ya hemos notado con el pronombre “que”, el grupo QUpierde su fricativa labial v en la pronunciación, aunque se sigue escribiendo por seguir i.
Además, se mantuvieron los dos sonidos QU iniciales, por no haber causa de
disimilación.
Con respecto a la conjugación, nuestro verbo se encuentra en modo indicativo, tiempo
pretérito perfecto, tercera persona del singular. Su perfecto latino sería “*quaesīvit”, que
parece ser un ejemplo de la tendencia de los romances a la uniformación de los
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paradigmas, dando a los verbos -er el perfecto débil de los -ir. (Menéndez Pidal, 1958,
p. 315) Los perfectos en -īvi usaban más contracciones en latín literario, ya que junto a ivi había las dos formas Yo -ii, Él -iit. El latín vulgar español prefirió la forma Él -iut en
vez de -ivit. (Menéndez Pidal, 1958, p. 311) Así, en la forma de perfecto “*quaesiut” el
diptongo ae pasa a sonar ié, y éste se reduce a i, debido al carácter palatal de la
consonante s agrupada, que se articula en punto semejante al de la i (Menéndez Pidal,
1958, p. 56). Por último, considerando que en romance predomina la tendencia a
destruir el hiato, podemos exponer que la terminación -iut, perdiéndose una de las dos
vocales (Menéndez Pidal, 1958, p. 83), en este caso el sonido de la vocal i, y además,
tras la caída de la -t final, resultaría la transformación de la u en la -o final del verbo
español. Así, “quiso” < “*quaesīvit”.
El infinitivo “retardar” proviene, del infinitivo latino de primera conjugación
“retardāre”, “retrasar, tardar, entretener”, derivado del verbo “tardāre” y del adjetivo
“tardus”, “tardo, lento”. Como afirma M. Pidal, la vocal protónica interna a se conserva
siempre. (Menéndez Pidal, 1958, p. 73) Por otra parte, no sólo los prefijos latinos que
han subsistido en romance como partículas independientes son aptos para la formación
de verbos nuevos; alguno de los prefijos inseparables del latín ha persistido útil para la
composición, como dos que merecen citarse entre los más fecundos: re- y dis-.
(Menéndez Pidal, 1958, p. 329) En nuestro verbo vemos presente el prefijo re-, ya
inseparable desde el verbo latino, cuyo significado es, en este caso, de “intensificación”.
Entonces, “retardar” < “retardāre”.
El siguiente verbo que examinaremos es “adeliñó”, cuyo verbo latino es “delineāre”,
infinitivo de primera conjugación que, en nuestro caso, significa “dirigirse”15. De los
prefijos separables latinos merece citarse ad- (Menéndez Pidal, 1958, p. 330), el cual
está presente en nuestro verbo. El papel principal de los prefijos no es el de unirse a los
verbos latinos para modificar su sentido; más fecundos son para formar parasintéticos.
Éstos son verbos nuevos de temas nominales logrados mediante la derivación inmediata
acompañada de un prefijo. (Menéndez Pidal, 1958, p. 331)
[15] Adeliñar: (del lat. delineāre), es un verbo transitivo desusado, “aliñar, componer, enmendar”, y un
intransitivo anticuado, “dirigirse, encaminarse”.
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Con respecto a la conjugación, este verbo se encuentra en modo indicativo, tiempo
pretérito perfecto, tercera persona del singular. El perfecto latino sería “delineāvit”, el
cual sufrió estos cambios: en presencia de un caso de yod segunda, el grupo nj
(consonante n seguida de la semivocal y) se palataliza en ñ (Menéndez Pidal, 1958, p.
152), y la forma latina “-āvi” fue olvidada en latín vulgar; perdiendo su v, la persona
“él” se contraía -ait o -aut en las inscripciones, prevaleciendo en latín vulgar -aut.
(Menéndez Pidal, 1958, p. 310) Así, el diptongo au se reduce a o, y la -t final se pierde.
En fin, “adeliñó” < “delineāvit”.
El infinitivo “echar”, según Corominas, proviene del infinitivo latino de primera
conjugación “iactāre”, “arrojar, lanzar”, frecuentativo de “iacĕre”, más exactamente de
“*iĕctare”, variante vulgar de aquél. Menéndez Pidal explica que, como la a tónica, la
inicial se hace e mezclada con una i atraída de la sílaba siguiente. En este caso, la i que
se mezcla con la a procede de una velar agrupada. (Menéndez Pidal, 1958, p. 68)
Siguiendo a este autor, el grupo de velar y dental produce un sonido palatal por
acercamiento mutuo de ambas consonantes. Así, en uno de los casos de yod cuarta, ct da
ch. La k, final de sílaba, y por lo tanto más débil que la t inicial de sílaba, se deja atraer
hacia el punto de articulación de ésta, y de velar se hace postpalatal, relajándose en
fricativa prepalatal dorsal sorda y. La y mantiene por más tiempo la energía de su
articulación, con fuerza bastante para atraer a la t, haciéndola prepalatal: al retraerse, la t
recibe un elemento de africación que le hace tomar un timbre más chicheante hasta
resultar ĉ = ch. (Menéndez Pidal, 1958, p. 143)
Por otra parte, ante vocal anterior inacentuada se pierde la fricativa, absorbida en la
vocal palatal: “*iectare” (por iactare) > echar. (Menéndez Pidal, 1958, p. 124) Es decir,
“echar” < “*iectare”.
El verbo “çerca” proviene, según Corominas, del latín tardío “cĭrcāre”, verbo en
infinitivo de primera conjugación, que significa “rodear, dar una vuelta, recorrer”.
Nuestro verbo está conjugado en modo indicativo, tiempo presente, tercera persona del
sigular, y la forma latina sería “cĭrcat”, donde la ĭ se confunde con el sonido de la e en
español, y la –t final se pierde en romance. Así, “çerca” < “cĭrcat”.
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“Avía” es un verbo irregular que proviene del verbo latino en infinitivo de segunda
conjugación “habēre”, “tener, poseer”. Menéndez Pidal explica que fueron grandes las
diferencias entre la pronunciación clásica y la posterior vulgar o corriente. Así, la B
intervocálica se hizo fricativa, confundiéndose con la V, que en unas regiones era
igualmente bilabial y en otras labiodental. (Menéndez Pidal, 1958, p. 91)
Como podemos ver, este verbo está conjugado en modo indicativo, tiempo pretérito
imperfecto, tercera persona del singular; siguiendo a dicho autor, en latín clásico los
verbos -are tenían su imperfecto con la terminación -āba-; los -ēre y -ĕre con -ēba-, y
los -īre con -iēba-, que el latín arcaico y vulgar hacía -iba-. El romance conservó la -bde -aba-, escribiendo hasta el siglo XVII -aua; en las otras conjugaciones la -b- se
pierde: -ē(b)a-, -ī(b)a- se confundieron en -ia-. (Menéndez Pidal, 1958, p. 307)
Así, habebam conserva sólo su vocal acentuada y la terminación: (hab)ē(b)am, ía, ías,
ía, íamos, íades o íais, ían. (Menéndez Pidal, 1958, p. 310) Si bien este verbo cumple la
función de auxiliar para la formación de verbos compuestos junto a un participio, en
nuestro caso su función es impersonal. Es decir, forma parte de una oración impersonal
(unimembre), que carece de sujeto. Como vemos, se construye con una forma verbal en
tercera persona del singular que, en otros usos lingüísticos, no son impersonales:
“haber”.
Por otra parte, no debemos perder de vista un detalle: la fricativa h, consonante simple
inicial de palabra, se pierde; no se pronunciaba ya en latín, de modo que en romance no
tuvo representación ninguna. (Menéndez Pidal, 1958, p. 121) En conclusión, “avía” <
“habebat”.
El siguiente verbo es “viédales”, cuyo verbo latino es “vĕtāre”, infinitivo de primera
conjugación que significa “vedar, impedir”. Este verbo se encuentra en modo indicativo,
tiempo presente, tercera persona del singular; además, tiene un carácter enclítico16, ya
[16] Enclítico, ca: (del lat. enclitĭcus, y éste del gr. ἐγκλιτικός, inclinado) adj. Gram. Dicho de una
partícula o de una parte de la oración: Que se liga con el vocablo precedente, formando con él una sola
palabra; p. ej., en la lengua española son partículas enclíticas los pronombres pospuestos al verbo.
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que a él está unido el pronombre “les”. Éste, como ya vimos, proviene del pronombre
latino “illĕ, illă, illum”, y se deriva del dativo plural “illīs”.
Con respecto al pronombre, Menéndez Pidal explica que se pierde su vocal inicial por
efecto de la posición enclítica: “vĕtat-(i)llis”. La ll se redujo a l, tanto por el uso átono,
como por la influencia de la forma tónica “él” (Menéndez Pidal, 1958, p. 253), y la ī
latina final se confundió con el sonido de la e. Así, todas las vocales de la serie anterior
(e, i) se reducen a una sola, la e. (Menéndez Pidal, 1958, p. 79) En relación al verbo, la ĕ
tónica pasa a sonar ié, y la t intervocálica se sonoriza en d. por último, la t final se
pierde. Así, “viédales” < “vĕtat illis”.
El infinitivo “exir” proviene del latín “exīre”, verbo en infinitivo de la cuarta
conjugación que significa “salir”. En el análisis de las consonantes interiores, Menéndez
Pidal explica que la x, o sea, cs, da x palatal sorda del español antiguo, convertida en el
español moderno en la velar sorda j. Los grados sucesivos de asimilación mutua serán lo
mismo que para la ch: ks > ys > yš > š = x. Pero sólo en voces cultas se pronuncia cs.
(Menéndez Pidal, 1958, p. 144) Así, en nuestro infinitivo no vemos ninguna
transformación, sino sólo la pérdida de la -e final con respecto al origen latino, por lo
que se trataría de un cultismo. Entonces, “exir” < “exīre”.
El siguiente caso para analizar es el infinitivo “entrar” que proviene del verbo latino de
infinitivo de primera conjugación “ĭntrāre”, “entrar”. La ĭ del latín clásico es una vocal
que se confunde en español en e generalmente, tal como ocurre en este caso. Además,
tras la r se pierde el sonido de la -e final. Así, “entrar” < “ĭntrāre”.
El verbo en gerundio “sonando” proviene del latino de primera conjugación “sŏnāre”,
“sonar”. Como expone el autor español, el gerundio latino en caso acusativo dio lugar al
gerundio español: por esto, “sonāndum” sería el origen etimológico de “sonando”. Pero
cabe mencionar que el gerundio latino en caso ablativo “sonandō” también dio lugar a
este gerundio español. Entonces, “sonando” < “sonāndum” y “sonandō”.
“Van” es un verbo que proviene del infinitivo latino de tercera conjugación “vadĕre”,
“ir, marchar”. Ya hemos mencionado que, dentro de los verbos de presente irregulares,
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Menéndez Pidal expone que el verbo “ire” fue sustituido casi enteramente por “vadĕre”,
y la flexión completa la posee este último. (Menéndez Pidal, 1958, p. 306) Así, la
conjugación de modo indicativo, tiempo presente en tercera persona del plural “*vant”
(por “vadunt”) dio lugar a “van”, donde la t final se pierde. Es decir, “van” < “*vant”.
El siguiente verbo es “vienen”, que proviene del infinitivo latino de cuarta conjugación
“vĕnīre”, “ir, venir”, y se encuentra conjugado en modo indicativo, tiempo presente,
tercera persona del plural. Con respecto a la vocal de los verbos en -ir, Menéndez Pidal
explica que, bajo la influencia de la yod, ĕ y ŏ no se diptongan cuando son tónicas, y se
reducen a i y u cuando son átonas. Pero los verbos en ĕ y ŏ cumplen sólo muy
parcialmente con estas leyes. En primer lugar hay que considerar aparte, como
excepción singular, el verbo vĕnio, que cumple la primera de estas leyes y no la
segunda, para amoldarse a su gemelo el verbo en -er tĕneo, haciendo “vengo, vienes,
venga, vengamos”. (Menéndez Pidal, 1958, p. 299) Así, amoldándose al paradigma de
la segunda conjugación latina, “*vĕnent” daría el verbo español “vienen”, donde la ĕ
tónica forma el diptongo ié, y la –t final se pierde. En conclusión, “vienen” < “*vĕnent”.
“Sabet” es un verbo irregular cuyo infinitivo latino es “sapĕre”, “conocer algo o tener
noticia o conocimiento de ello”, de tercera conjugación, que, según Corominas,
reemplazó al latín “scire” en todos los romances, desde los orígenes, salvo al rumano y
el sardo.
En relación a las desinencias verbales, Menéndez Pidal dice que la desinencia del modo
imperativo en el caso de la segunda persona del singular “vos” pasa de la forma latina –
te a la sonorización de ésta en -d en español, pero la -d antiguamente podía escribirse -t.
(Menéndez Pidal, 1958, p. 281)
Además, la -e final latina debe perderse tras T, D, N, L, R, S, Ć, y se pierde en efecto
cuando algunas de estas consonantes es propia, no del tema, sino de la desinencia, es
decir, de todos los verbos, lo cual sucede en los “infinitivos” y “vos imperativo”.
(Menéndez Pidal, 1958, p. 282) Como vemos en este caso, “sabet” es un verbo en modo
imperativo, tiempo presente, segunda persona del singular “vos”, y refleja lo recién
mencionado, es decir, la apócope en la desinencia verbal. También, vemos que el sonido
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de la e surge a partir de la transformación del sonido de una ĭ, y este verbo muestra la
sonorización de la p intervocálica en b. En fin, “sabet” < “sapĭte”.
El siguiente verbo que analizaremos es “metióla”, que proviene del verbo latino en
infinitivo de tercera conjugación “mĭttĕre”, “enviar, lanzar, arrojar”. Nuestro verbo se
encuentra conjugado en el modo indicativo, tiempo perfecto, tercera persona del
singular. Además, tiene un carácter enclítico, ya que a él está unido el pronombre “la”.
Los perfectos de -si se perdieron en gran número, y los que se conservaron no
resistieron mucho, olvidándose casi todos en la época moderna del idioma. Por otra
parte, se sustituyen por débiles otros perfectos fuertes antiguos, entre ellos, “mîsi” >
“mise” > “metí”. (Menéndez Pidal, 1958, p. 319) Sin embargo, para explicar la
evolución fonética de nuestro verbo podemos suponer que éste tomó la forma del
paradigma de los verbos en –ir, por el cual el perfecto latino de “metió” sería
“*mittivit”, el cual habría transformado el sonido de la i inicial por una e y, siguiendo a
los perfectos en -īvi, donde el latín vulgar español prefirió la forma Él -iut en vez de -ivit
(Menéndez Pidal, 1958, p. 311), la vocal final u se transforma en o y la -t final se
pierde.
Con respecto al pronombre, Menéndez Pidal explica que se pierde su vocal inicial por
efecto de la posición enclítica: “*mittivit-(i)llam”. El pronombre “la” cumple la función
de pronombre átono de tercera persona, que proviene del acusativo femenino “illam”:
en español se pierde la vocal inicial, y la ll se redujo a l. Por último, la m final también
se pierde. Entonces, “metióla” < “*mittivit illam”.
“Viniessen” es un verbo que proviene del latino en infinitivo de la cuarta conjugación
“vĕnīre”, “ir, venir”. Además, posee un carácter enclítico, ya que está seguido del
pronombre “se”, el cual, como ya hemos analizado, es un pronombre reflexivo que
proviene del latín “sē”, forma de acusativo del genitivo “sui”, y es una forma
inacentuada para singular o plural, y válida para todos los géneros. En nuestro caso, tal
como expone Menéndez Pidal, se le añade la -n, signo del plural del verbo. (Menéndez
Pidal, 1958, p. 253)
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Por otra parte, este autor menciona que la lengua antigua distinguía una s sorda y otra
sonora. La sorda entre vocales se escribía doble “ss”, o sencilla tras consonante “s”. El
español moderno perdió la s sonora intervocálica, conservando sólo la influida por otra
consonante sonora siguiente, independientemente de la etimología. (Menéndez Pidal,
1958, p. 112) Más adelante, agrega que en castellano antiguo la s sorda se escribía doble
(aunque en la pronunciación era un sonido simple) para diferenciarla de la s de “casa”,
etc., que era sonora. (Menéndez Pidal, 1958, p. 135) Nuestro caso responde a dicha s
sorda intervocálica escrita ss.
Es interesante detallar que en el verbo “viniessen” vemos que, con respecto a su
infinitivo latino, la –e final se pierde, pérdida generalizada hacia fines del siglo XI17, y
la –r final en algunos dialectos desaparece, mientras en otros se asimila a la inicial del
enclítico pronombre personal l-, s- (Menéndez Pidal, 1958, p. 285), en nuestro caso, a la
s-.
Nuestro verbo español se encuentra conjugado en modo subjuntivo, tiempo pretérito
imperfecto, tercera persona del plural, que deriva de la forma latina del pretérito
pluscuamperfecto del subjuntivo: “venĭssent”, en el cual la e inicial se cierra un grado,
se transforma la ĭ en el diptongo ié, la ss se simplica, y la –t final se pierde. Así,
“viniessen” < “venĭssent”.
El siguiente caso que veremos es el verbo “huviar” que, según Corominas, proviene del
verbo latino en infinitivo de primera conjugación “adjūtare”, frecuentativo de
“adjuvare”, derivado de “iuvare”, que significan “ayudar”. Sin embargo, nuestro
infinitivo debe haber tomado otra forma latina: “*fuviare”. Menéndez Pidal sugiere, en
el Manual de gramática histórica, 2° edición, 1905, el origen ibérico de f > h,
localizando sus primeros ejemplos en el norte de Burgos y en el siglo XIII, relacionando
este fenómeno con el análogo que se observa en el gascón, donde ya se encuentra un
ejemplo en el siglo XII. En la 5° edición, 1925, alegó ya casos de h en el siglo XI.
(Menéndez Pidal, 1956, p. 201) Sin embargo, más adelante agrega que, si bien los
documentos del siglo X son los más antiguos que en general podemos consultar, todavía
[17] Sin embargo, cabe mencionar que aun hoy perdura la -e en las montañas de León y Ribagorza.
(Menéndez Pidal, 1958, p. 285)
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se encuentra alguno del siglo IX, y como en unos y otros aparece ya el cambio f > h.
(Menéndez Pidal, 1956, p. 212)
Apoyándonos en estos desarrollos, “huviar” sería un ejemplo de la eliminación de un
sonido propio del latín, la f, que, como afirma el crítico español, fue sustituida por la h,
una verdadera aspirada18 en los siglos XV y XVI. Modernamente se escribe todavía,
pero nunca tiene sonido. (Menéndez Pidal, 1958, p. 121) Además, se produciría la
regular pérdida de la –e final con respecto al origen latino. Entonces, “huviar” <
“*fuviare”.
“Yaz” es un verbo que proviene del infinitivo latino de segunda conjugación “iacēre”,
que significa “yacer, estar echado”. Como este verbo se encuentra en modo indicativo,
tiempo presente, tercera persona del singular, su origen etimológico sería “iacet”; en
español, la j inicial ante vocal se conserva siempre como i semiconsonántica, que en
castellano termina por representarse como y. Por otra parte, se da un caso de yod
primera en el que, como ya hemos analizado, el grupo cj > ẑ; además, se pierde la –t
final. Así, “yaz” < “iacet”.
El siguiente verbo a analizar es “vino” es un verbo que proviene del latino en infinitivo
de la cuarta conjugación “vĕnīre”, “ir, venir”. Considerando que este verbo está
conjugado en modo indicativo, tiempo pretérito perfecto, tercera persona del singular, es
importante recordar que, en relación a los perfectos fuertes conservados en español,
Menéndez Pidal explica que el perfecto fuerte latino no sólo domina en las
conjugaciones -ĕre, -ēre, sino que se halla aún en varios verbos -īre, entre ellos “veni”,
y en varios -are. Y, en resumen, dice que quedan como únicas formas fuertes “Yo” y
“Él” de perfecto indicativo, y “Él” con –o final analógica de las formas débiles.
(Menéndez Pidal, 1958, p. 316). Más adelante, este autor agrega que de los perfectos
con inflexión vocálica sólo cuatro se transmitieron a los romances, los cuales subsisten
en el español moderno. Entre ellos está el perfecto “vēnī”, que al lado del etimológico
[18] Aspirado, da.: (del part. de aspirar). adj. Fon. Dicho de un sonido: articulaciones que consisten en un
soplo sordo, velar o uvular. Existe en muchas lenguas: griego (espíritu), inglés, alemán, etc. La f- latina,
en determinados contextos, se aspira /h/ (aspirada velar sorda) y posteriormente desaparece. En zonas
dialectales del castellano (andaluz, extremeño, español de América, por ejemplo: /higéra/, /húmo/, /hílo/)
subsiste una aspiración arcaizante, inicial de la palabra, representada gráficamente por h- (h aspirada),
procedente de f- inicial latina.
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“vin”, “venist”, “veno”, “viniemos”, tuvo ya desde los más antiguos tiempos las formas
analógicas “viniste”, “vino”. (Menéndez Pidal, 1958, p. 320). En conclusión, la forma
latina del verbo “vino” sería “vēnit”, en el cual, además de la formación de dicha -o
final, la vocal inicial e se habría cerrado un grado, transformándose en el sonido de la
vocal i. Entonces, “vino” < “vēnit”.
“Oviérongela” es un verbo que proviene del infinitivo latino de segunda conjugación
“habēre”, verbo irregular que significa “tener, poseer”. Además, posee un carácter
enclítico, ya que a él están unidos dos pronombres que analizaremos a continuación.
Antes de dicho análisis, detallamos que nuestro verbo cumple la función de auxiliar, por
lo que ha perdido su significado primitivo y sirve para formar otros tiempos de verbos o
perífrasis verbales. En este caso, sirve para construir una perífrasis verbal, en la cual
nuestro verbo está seguido de una preposición + un infinitivo. La primera forma verbal
está gramaticalizada porque en el contexto en el que aparece ha perdido su significado
habitual, quedándose convertida en un mero auxiliar de la forma no personal que le
sigue, a la que aporta un significado modal o aspectual; indica la persona, el tiempo y el
modo. La forma no personal es la que tiene el contenido semántico de la construcción.
Todo el conjunto puede ser sustituido a veces por una forma conjugada del segundo
verbo.
Cabe mencionar que, como ya vimos en el caso del verbo analizado “avía”, fueron
grandes las diferencias entre la pronunciación clásica y la posterior vulgar o corriente.
Así, la B intervocálica se hizo fricativa, confundiéndose con la V, que en unas regiones
era igualmente bilabial y en otras labiodental. (Menéndez Pidal, 1958, p. 91)
Por otra parte, no debemos perder de vista un detalle: la fricativa h, consonante simple
inicial de palabra, se pierde; no se pronunciaba ya en latín, de modo que en romance no
tuvo representación ninguna. (Menéndez Pidal, 1958, p. 121) Es decir, se tendió a
hacerla desaparecer por no tener ningún valor fónico. (Frías Conde, 2001, p. 6)
Nuestro verbo está conjugado en modo indicativo, tiempo pretérito perfecto, tercera
persona del plural, cuyo origen latino sería “habuĕrunt”, que se forma a partir del latino
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perfecto “habui”. Los perfectos en -UI son los ordinarios de los verbos -ēre, y se
perdieron en gran cantidad; pero bastantes dejaron descendencia como el mencionado
“habui”. (Menéndez Pidal, 1958, p. 318) En su evolución fonética, este verbo sufrió el
fenómeno de la metátesis, por el cual la vocal u se ubicó detrás de la vocal a. Menéndez
Pidal explica que si a la A sigue una U, se busca un acercamiento entre la vocal extrema
abierta a y la extrema cerrada u. la u del diptongo au puede venir atraída de la sílaba
siguiente, como ya mencionamos, y así el perfecto de “habeo”, que es “habui”, se
pronunció “*haubi”, el cual dio en castellano antiguo “hobe”. (Menéndez Pidal, 1958,
pp. 53-54) Así, vemos que la a inicial se mezcló con la u y se convirtió en o (Menéndez
Pidal, 1958, p. 68), la ĕ tónica se diptongó en ié, y se produjeron dos cambios regulares
más: la u final pasa a sonar o y la -t se pierde.
En relación a los pronombres, se encuentran unidos al verbo dos personales: “le” y “la”.
Ambos pronombres personales de la tercera persona provienen del pronombre latino
“illĕ, illă, illum”; el singular “le” se deriva del dativo singular illī, y el pronombre “la”
del acusativo femenino “illam”. Menéndez Pidal que cuando el dativo va unido al
acusativo del mismo pronombre, (illi illam), el castellano antiguo usa la forma “gela”,
que es el resultado regular, en nuestro caso, del grupo ĭllī-ĭlla > (i)lliella > gella y con
reducción analógica de la segunda ll, > gela. (Menéndez Pidal, 1958, p. 253) En
conclusión, “oviérongela” < “habuĕrunt illi illam”.
El último verbo que analizaremos es “dar”, que proviene del verbo irregular latino en
infinitivo de primera conjugación “dare”, que significa “donar, entregar, ofrecer”. En
este caso, la pérdida de la vocal final –e luego de r, da lugar al infinitivo español “dar”.
Así, “dar” < “dare”.
2.6 Adverbios
Los adverbios que forman parte de nuestro análisis son: quando, non, bien, ý, más y no.
El primer adverbio que analizaremos es “quandō”, del latín “quando”. Como ya hemos
visto en casos anteriores, Menéndez Pidal explica que el grupo QU-, es decir, la velar c
seguida de la fricativa labial v, pierde su fricativa, ora en la escritura y pronunciación,
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ora se pierde en la pronunciación, aunque se siga escribiendo la u por seguir e o i. Sólo
se exceptúa el caso quá-, quó- acentuados, que estos conservan la u (Menéndez Pidal,
1958, pp. 127-128). Además, es importante mencionar que son cultas las palabras que
conservan la u (Menéndez Pidal, 1958, p. 128), como ocurre en nuestro adverbio.
Entonces, “quando” < “quandō”.
El siguiente adverbio es “non”, que proviene del latín “nōn”, que significa “no”.
Considerando que las consonantes finales del latín se pierden en español, salvo la S y la
L, que se conservan, y la R que pasa a ser interior, este autor afirma que se pierde la
dental -n (Menéndez Pidal, 1958, p. 166), tal como vemos en este adverbio. Así, “non”
< “nōn”.
“Bien”, en palabras de Joan Corominas, proviene del latín “bĕne”, forma adverbial
correspondiente a “bonŭs”, que significa “bueno”. Menéndez Pidal dice que lo que
apenas conservó el romance fueron los modos de formación adverbial que usaba el latín.
Las terminaciones -ter, -e del antiguo caso instrumental, -im de antiguos acusativos, tus, se han perdido en romance: sólo hay derivados aislados del adverbio en –e, como el
caso de “bĕne” (Menéndez Pidal, 1958, pp. 336-337), que en su evolución fonética
transforma la ĕ tónica en el diptongo ié y, como recién aludimos, pierde la -e final. En
fin, “bien” < “bĕne”.
El siguiente adverbio que encontramos en los versos seleccionados es “ý”, que se
vincula con el latino “ad-ĭllic”, que significa “allí”. Tal como expresa el crítico español,
en el latín antiguo o imperial aparecen las combinaciones de preposición y adverbio; el
romance continuó practicando esta unión. (Menéndez Pidal, 1958, p. 336) Como ya
mencionamos en otro caso analizado, las consonantes finales del latín se pierden en
español, salvo la S y la L, que se conservan, y la R, que pasa a interior. (Menéndez
Pidal, 1958, p. 166) Entonces, se pierden la dental -d, como sucede en la preposición
“ad” > a, y la velar c, como vemos en el adverbio “ĭllic” que, además, pierde la vocal
inicial ĭ y mantiene la ll intervocálica.
Sin embargo, si bien “ý” posee el sentido de adverbio de lugar “allí”, cuyo origen latino
acabamos de desarrollar, debemos destacar que el origen etimológico de “ý” es “hīc”.
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Como acabamos de referir, la c es una de las consonantes finales del latín que se pierden
en español. La h no suena ya en latín, por lo tanto tampoco en romance. La vocal ī es el
único sonido que no se pierde. Entonces, “ý” < “hīc”.
Según Joan Corominas, “más” es una contracción19 del antiguo “maes” y éste del latín
“magis”, cuyo sentido es “más”. Esto es sostenido por Menéndez Pidal, quien dice que
los adverbios latinos se conservan en gran número, por ejemplo, “magis”, que tenía una
forma antigua acentuada “maes”, “mais y mes”, “mayes”, ninguna de las cuales ha
sobrevivido, perdurando sólo otra forma por proclisis “*mas”, “más”. (Menéndez Pidal,
1958, p. 335) Este análisis se sostiene en otra obra de este autor, quien afirma que átono
hay que considerar, por lo general, el adverbio “magis”, que aparece en su forma culta
en las Glosas Silenses, luego “mais” que perdura hasta el siglo XIII lo mismo en
Castilla que en León (con variantes “maes”, “mayas”); después la forma contracta
“mas” en las Glosas Emilianenses, que es la corriente, y otra con inflexión en a, “mes”.
(Menéndez Pidal, 1956, p. 367) En fin, exponemos que el origen de “más” sería
“*maes”, donde la contracción habría provocado que las dos vocales se unieran,
prevaleciendo el sonido de la a. Es decir, “más” < “*maes”.
Por último, debemos analizar adverbio es “no” que, como ya mencionamos, posee su
origen latino en “nōn”, el cual en español pierde la dental final -n. Así, “no” < “nōn”.
2.7 Preposiciones
En relación a las preposiciones, extraemos las siguientes: en, de, pora y a.
La primera preposición que analizaremos es “en”, que proviene del latín “ĭn”,
“en, dentro de”. Es importante señalar que, cuando Menéndez Pidal explica que las
consonantes latinas del latín se pierden, salvo la S y la L, que se conservan, y la R que
pasa a interior (Menéndez Pidal, 1958, p. 166), la -n final posee un caso de excepción en
el cual se mantiene: ĭn > en, donde la ĭ inicial pasa a sonar e, como ya vimos en varios
casos anteriores. Entonces, “en” < “ĭn”.
[19] Contracción: (del lat. contractĭo, -ōnis) Gram. reducción a una sola sílaba, en una misma palabra, de
vocales que normalmente se pronuncian en sílabas distintas; p. ej., aho-ra por a-ho-ra.
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La siguiente preposición es “de”, cuyo origen latino es “dē”, y su significado
denota posesión o pertenencia, y no sufrió transformaciones en español. Así, “de” <
“dē”.
“Pora” es una preposición que proviene del compuesto latino “pro ad”, “por + a”.
Con respecto a “pro”, se habría corrido el sonido de la r hacia el final de la palabra a
partir del fenómeno de la metátesis; por otra parte, la preposición latina “ad” pierde la -d
final, y da lugar a la preposición española “a”. En conclusión, “pora” < “pro ad”.
La última preposición presente en los versos seleccionados es “a”, que proviene
del latín “ad”, tal como acabamos de analizar en el caso anterior. Es decir “a” < “ad”.
2.8 Conjunciones
Por último, analizaremos las conjunciones que se encuentran en dichos versos
seleccionados: e, sobr’ y si.
La primera conjunción que aparece en los versos es “e”, cuyo origen latino es “ĕt”,
cuyo sentido es “y”. Menéndez Pidal explica que la conjunción copulativa “ĕt” era en
castellano mirada generalmente como átona y, por lo tanto, resultaba e. Es decir, la -t
final se pierde. Así, “e” < “et”.
Otra conjunción que encontramos es “sobr’”, que proviene del latín “sŭper”, que
significa “encima de”. En este caso, la ŭ inicial sufre la transformación regular y pasa a
sonar o, mientras la p se sonoriza en b; además, la -r final latina se hace interna en
español. Por último, cabe mencionar que el apóstrofo20 indica la falta de la última letra
de la palabra, que es la vocal e. En conclusión, “sobr’” < “sŭper”.
El adverbio “si” es el último que aparece en los versos seleccionados. Es una
conjunción condicional cuyo origen latino es “sî”, que no sufrió transformaciones en el
español. Así, “si” < “sī”.
[20] Apóstrofo: (del gr. ἀπόστροφος) signo ortográfico (’) que indica la elisión de una letra o cifra.
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3. Conclusiones
Luego de analizar cada una de las palabras contendidas en los diez versos
seleccionados del Poema de mio Cid, podemos sostener que, en palabras de Menéndez
Pidal y con respecto a las transformaciones regulares que hemos detallado a lo largo del
trabajo,
“…la grafía de las lenguas romances deriva, como es de suponer, de
la lengua latina. La mayoría de los sonidos románicos permanecían
aparentemente iguales a los del latín, y en su representación
continuaron los escribas usando los mismo signos que usaban para la
lengua clásica; pero también se formaron sonidos nuevos, que todos
los que escribían sabían que eran extraños al latín. Y si quisiéramos
sintetizar lo principal en que la fonética de las lenguas romances se
desviaban de la latina, señalaríamos dos rasgos: 1°, formación de
diptongos nuevos, sobre todo debidos al desdoblamiento de ĕ y ŏ; 2°,
creación de toda una serie de consonantes palatales ajenas al latín
clásico y nacidas por la activa influencia de la yod, ora latina, ora
románica.”
(Menéndez Pidal, 1956, p. 45)
Por otra parte, no debemos dejar de lado que
“…el estudio de una lengua limitado a los textos de las épocas
literarias es incapaz de ilustrar ciertos aspectos de la vida de un
lenguaje. La literatura nos presenta el idioma, si no fijado, como suele
decirse, al menos muy cohibido por la tradición letrada, y el hecho
lingüístico suele aparecer bajo una sola de sus facetas, la escogida por
la tradición…”
(Menéndez Pidal, 1956, p. 515).
Sin embargo, podemos concluir que, a pesar de las distancias temporales y espaciales
que nos separan de los inicios del idioma español y, aún más, de la lengua latina, los
distintos estudios realizados en el campo de la lingüística nos guían para poder
descubrir los orígenes latinos de las palabras que componen un texto escrito en español
arcaico, como es el Poema de mio Cid, o, con más entusiasmo, para proponer orígenes
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hipotéticos a aquellas palabras que hayan tomado rumbos diferentes, alejándose de las
transformaciones regulares. Por esto, es muy sabio Ramón Menéndez Pidal al afirmar
que “…parece que falta una norma cualquiera que rija el lenguaje vulgar antiguo.”
(Menéndez Pidal, 1956, p. 515)
BIBLIOGRAFÍA
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http://www.elcastellano.org/origen.html
Para citar este artículo:
Penco, Paula Cecilia (24-09-2010). EN BUSCA DE LOS ORÍGENES LATINOS DE LAS PALABRAS
CONTENIDAS EN DIEZ VERSOS DEL POEMA DE MIO CID.
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