15 Bartimeo - Alianza en Jesús por María

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Bartimeo
Encontramos a Bartimeo al final del capítulo 10 del evangelio de san Marcos (10, 46-52). Hemos recorrido hasta
este momento unas dos terceras partes del evangelio. Jesús, terminada su actividad en Galilea, ha emprendido el
camino a Jerusalén y afronta ahora la última etapa saliendo de Jericó. Nos dice el evangelista que le acompañan
sus discípulos y una gran multitud. Bartimeo, el «hijo de Timeo» en lengua aramea, es un mendigo ciego que está
sentado al borde del camino.
Al enterarse que pasa Jesús, Bartimeo se pone a gritar «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí». La gente, sin
embargo, le increpa y quiere que se calle, pero él grita más fuerte: «Hijo de David, ten compasión de mí». Grita y
grita hasta el punto que Jesús le oye, se detiene y dice a quienes le rodean que le llamen. La actitud de la gente
parece cambiar y ahora animan al ciego, diciéndole que Jesús le llama. Al oír estas palabras, Bartimeo arroja su
manto, da un salto y se presenta ante Jesús. «¿Qué quieres que haga por ti?» le pregunta Jesús. «Que vuelva a ver,
maestro», contesta el ciego. Y Jesús: «Vete, tu fe te ha salvado». Y al instante recobró la vista y le seguía por el
camino.
Este texto nos narra la historia de la transformación experimentada por Bartimeo. Pasa de estar ciego y sentado al
borde del camino pidiendo limosna a recuperar la vista y a seguir a Jesús por el camino. Nos detenemos en
algunos detalles que nos ayuden a profundizar en el pasaje y su protagonista.
• En primer lugar, Bartimeo aparece como alguien consciente de su situación desesperada. Es el punto
de partida. No se nos dice explícitamente pero se pone de manifiesto cuando al enterarse que pasa
Jesús, comienza a llamarle a voces y a pedir compasión. Es bien consciente de sus límites y de que él
solo no puede superarlos. De ahí la petición de compasión.
• Sorprende además en su manera de dirigirse a Jesús la variedad de nombres y calificativos. Además
de utilizar su nombre propio, le llama hijo de David y maestro. Hijo de David hace referencia a la
creencia judía de que el Mesías, aquél que Dios iba a enviar a salvar a su pueblo, sería un
descendiente de David. Es por tanto una indicación indirecta de que Bartimeo piensa que Jesús viene
de parte de Dios. Por otro lado, maestro, supone que el hombre ciego ha escuchado o conoce la
enseñanza de Jesús y le reconoce autoridad.
• Por otro lado, la actitud de la gente merece algo de atención. Es curioso cómo al inicio mandan callar
a Bartimeo y luego más adelante, cuando Jesús le llama, le animan. En tan pocas líneas no cabe un
mejor retrato de lo que puede ser una multitud. Difuminados en una masa es difícil mantener una
actitud personal y diferenciada. En medio de un grupo muy grande las personas somos más proclives al
cambio y a la contradicción. La conclusión se impone: no podemos depender del ambiente, tampoco
en nuestra relación con Jesús. Bartimeo nos enseña a tener personalidad y a buscar a Jesús más allá de
lo que a nuestro alrededor se diga o se fomente.
• El gesto de respuesta de Bartimeo a la llamada de Jesús que le transmite la gente es muy significativo.
Arroja su manto y da un salto. Arrojar el manto supone deshacerse no sólo de una prenda importante
que sirve para protegerse y que confiere dignidad a la persona, es sobre todo la prenda sobre la que
estaba sentado y en la que se encontraban las limosnas recibidas. Bartimeo al arrojarlo se deshace de
su sostén en la vida, de todo lo que tiene en ese momento. Su salto adquiere entonces toda su fuerza.
Olvida lo que deja atrás y sólo se fija en lo que está por delante. Es un auténtico salto de fe, es el salto
hacia Jesús. Su doble gesto es toda una oración que contrasta con la actitud del hombre rico
atrapado por sus posesiones aparecido un poco antes en el evangelio (10, 17-22).
• La pregunta que le dirige Jesús abre todas las posibilidades: «¿Qué quieres que haga por ti?». Jesús le
deja toda la iniciativa y la respuesta de Bartimeo nos sorprende en parte pues lo que pide es «que
vuelva a ver» (10, 51). Descubrimos ahora algo nuevo del hijo de Timeo: no se trata de un ciego de
nacimiento, sino de alguien que veía y luego perdió la vista, y con ella su capacidad de marchar
hasta quedarse al borde del camino. Su petición a Jesús contrasta claramente con la que le acaban
de plantear en el pasaje anterior dos de sus discípulos, los hijos de Zebedeo, que querían sentarse en
el Reino de Jesús, uno a su derecha y otro a su izquierda (10, 37).
• La respuesta de Jesús reconoce plenamente la actitud de fe de Bartimeo que le ha traído la
salvación. Su fe expresada en el grito, en arrojar el manto y en el salto, fe que es confianza en Jesús.
El evangelista certifica la curación y la transformación producida. Al recobrar la vista lo primero que
ve Bartimeo es al propio Jesús. Ahora está en condiciones de reemprender su seguimiento camino
de Jerusalén, donde Jesús ha anunciado que va a entregar su vida. Caemos en la cuenta del
significado profundo de ‘ver’ en el evangelio. Ver ante todo es ver a Jesús, ver es creer.
En definitiva, Bartimeo, ciego al borde del camino, nos representa en todas esas ocasiones en que vamos
perdiendo de vista a Jesús a causa de nuestros temores, dudas, la opinión de los demás, el miedo a la cruz… Nos
enseña a orar, gritar, saltar hacia Jesús, cuando nos encontramos bloqueados, incapaces de seguirle. Bartimeo
aparece así como modelo en su respuesta ante Jesús, transformado por el encuentro con él, en su seguidor.
Algunas preguntas para profundizar:
• ¿Desde dónde me relaciono con Jesús: mi fuerza
o mi debilidad?
• ¿Qué nombres le doy a Jesús? ¿qué rasgo
subrayo en él?
• ¿Cómo me influye mi ambiente familiar y social en
mi relación con Dios?
• ¿Hay algo que me bloquea en mi relación con
Jesús?
• ¿Qué quiero que el Señor haga por mí?
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