Es preciso hacer justicia

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Índice AI: ACT 30/10/98/
Es preciso hacer justicia
K. G. Kannabiran es un abogado que trabaja en favor de los derechos humanos en la India. Es
presidente de la Unión Popular por las Libertades Civiles, y anteriormente presidió durante
diecisiete años el Comité de Libertades Civiles de Andhra Pradesh.
Los derechos humanos como concepto, como principio de jurisprudencia, como código de
conducta que gobierna las naciones del mundo, cumplirán cincuenta años el 10 de diciembre de 1998.
Las atrocidades cometidas por los nazis y fascistas contra los pueblos que vivían bajo su dominio y
contra las personas, combatientes y no combatientes, de los territorios que ocuparon durante la Segunda
Guerra Mundial fueron el principal motivo para que las naciones vencedoras proclamaran por
unanimidad la Declaración Universal de Derechos Humanos.
En lugar de imponer tratados a los vencidos, la Carta de las Naciones Unidas firmada en 1945 se
propuso la creación de un orden legal internacional que pusiera freno a las guerras agresivas. Con ese fin
se establecieron unas directrices para calmar los conflictos que estipulaban que las disputas debían
resolverse conforme a la justicia y al derecho humanitario. Las relaciones amistosas entre naciones son
un requisito obligado. El principio de funcionamiento que rige estas relaciones debe basarse en el
respeto a la igualdad de derechos y a la autodeterminación de los pueblos, así como en el respeto a los
derechos humanos y a las libertades fundamentales de todos los hombres sin distinción de raza, sexo,
lengua o religión. No obstante, la Carta, que hablaba de derechos humanos y libertades fundamentales,
no definía, describía ni enumeraba tales derechos y libertades. Para subsanar estos defectos, la ONU
redactó la famosa Declaración Universal de Derechos Humanos, aprobada el 10 de diciembre de 1948.
La creación de los Tribunales para Crímenes de Guerra de Nuremberg y Tokio tiene cierta
relevancia en el tema que nos ocupa. El juez Jackson, de la Corte Suprema de los Estados Unidos,
señaló desde su papel de fiscal general que «el hecho de que cuatro grandes naciones, rebosantes de
victoria y heridas por la ofensa, deban contener el instinto de venganza y someter voluntariamente a sus
enemigos cautivos al criterio de la ley constituye uno de los tributos más significativos que jamás el
poder ha rendido a la razón». Pero no hay que olvidar que estos tribunales los constituyeron las naciones
vencedoras y, por tanto, no hubo acusación contra los Estados Unidos por cometer una espantosa
violación de derechos humanos: la explosión de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki. No
basta con que exista un Museo del Holocausto como siniestro recordatorio para la posteridad de los
extremos a los que puede llegar el poder. También debería haber un museo dedicado a describir los
bombardeos de Hiroshima y Nagasaki y sus consecuencias. Me parece que los Estados Unidos se lo
deben al mundo.
Estos acontecimientos, la posterior caza de brujas de presuntos comunistas durante el periodo
McCarthy y la persecución de los disidentes de Vietnam y de los jóvenes que quemaban sus tarjetas de
reclutamiento pusieron de relieve la necesidad de contar con un código de derechos humanos firme y
aplicable. Durante todo el periodo que siguió a la Segunda Guerra Mundial se estuvo denunciando la
ausencia de derechos humanos en la Unión Soviética y en los países del este de Europa, pero nada se
dijo de la respuesta paranoica de los Estados Unidos ni de las consiguientes violaciones de derechos
humanos a gran escala. En 1988, George Bush inició su campaña presidencial atacando al candidato del
Partido Demócrata, Michael Dukakis, por ser miembro de la Unión Estadounidense para la Defensa de
las Libertades Civiles, como si la pertenencia a dicha organización fuese una traición.
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Todas estas circunstancias no impidieron el progreso del movimiento en favor de los derechos
humanos. De hecho, los Tribunales de Nuremberg y Tokio proporcionaron a la comunidad internacional
el impulso necesario para la creación de una Corte Penal Internacional permanente que juzgara las
violaciones de derechos humanos a gran escala. No obstante, fue en los juicios celebrados ante los
Tribunales de Nuremberg y Tokio donde por primera vez se consideraron delitos las violaciones de
derechos humanos.
Desde entonces se han realizado intentos de constituir una Corte Penal Internacional
permanente. Cuando, a petición de la Asamblea General de la ONU, la Comisión de Derecho
Internacional preparó un Proyecto de Código de Delitos contra la Paz y la Seguridad de la Humanidad,
la comunidad internacional dio el primer paso para universalizar el concepto de Estado de Derecho. El
esfuerzo no dio resultado hasta 1990, cuando la Comisión de Derecho Internacional reanudó su trabajo
con la creación de un tribunal con jurisdicción penal internacional para hacerse cargo de los crímenes
contra la humanidad.
La idea de una Corte permanente tiene su origen en la desintegración de la ex Yugoslavia. Tras
el estallido de la violencia aniquiladora entre los pueblos que formaban este país, la Comisión de
Derecho Internacional creó un grupo de trabajo para elaborar un amplio Proyecto de Estatuto para una
Corte Penal Internacional y, en 1994, un Proyecto de Estatuto revisado para una Corte Penal
Internacional. Los Tribunales Penales Internacionales para la ex Yugoslavia y para Ruanda, aprobados,
respectivamente, en las resoluciones 827 y 955 del Consejo de Seguridad de la ONU, pueden ser
considerados como un paso importante, como proyectos piloto previos a la creación de una Corte
permanente. La realización de este proyecto exige un cambio cultural importante en el terreno de la
política, el derecho y la jurisprudencia. Ello supone la redefinición de conceptos como poder, autoridad
y soberanía, que deben subordinarse a las necesidades de los derechos humanos. La mera aceptación de
la idea de una Corte permanente es en sí misma un indicador del cambio cultural que estamos
presenciando, y la evolución que supone nos ofrece algo de consuelo y esperanza.
A nivel nacional, en la India todavía no hemos observado una reducción significativa de las
violaciones de derechos humanos, y menos aún en zonas de turbulencia política (y conflicto armado)
como el estado de Jammu y Cachemira, los estados de la región nororiental y el estado de Andhra
Pradesh. En el estado de Bihar hay que añadir además la violencia de los ejércitos privados contratados
por grupos que apoyan el sistema de castas; dicho sistema añade una dimensión más al problema de los
derechos humanos en la India.
En el estado de Andhra Pradesh, tras más de dos décadas y media de lucha por parte de los
activistas de derechos humanos, el Tribunal Superior del Estado resolvió por primera vez en 1995, en un
caso de presunta ejecución extrajudicial, u «homicidio en enfrentamiento», tal como se los denomina en
la India, en el que Madhusudhanraj Yadav resultó muerto a manos de la policía, que los supuestos
«enfrentamientos» eran homicidios que debían investigarse y juzgarse. Por la misma época, la Comisión
Nacional de Derechos Humanos de la India llegó a una conclusión similar en una investigación sobre
casos de «enfrentamiento» ocurridos en Andhra Pradesh, y ordenó el procesamiento de algunos oficiales
de policía. Ambos hechos no han tenido ninguna influencia en el gobierno estatal, y los
«enfrentamientos» siguen siendo un hecho cotidiano. Ni las decisiones de estos organismos ni la Ley de
Protección de los Derechos Humanos de 1993 (que creó la Comisión Nacional de Derechos Humanos)
han cambiado las cosas. El Tribunal Superior ha encargado investigaciones sobre algunos casos de
«enfrentamiento» a agencias especializadas, y en otros casos ha dirigido la presentación de denuncias
privadas contra la policía. A principios de 1997, el Tribunal Superior de Tamil Nadu resolvió que se
podía presentar directamente una denuncia ante un tribunal ordinario (de instancia inferior) que podía
ser designado tribunal de derechos humanos en virtud de la sección 29 de la Ley de Protección de los
Derechos Humanos de 1993. Para nosotros esto resulta un adelanto innegable, ya que todos los distritos
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cuentan con un tribunal de derechos humanos al que la gente puede acceder con facilidad. Además de
enriquecer el concepto de Estado de Derecho, el reconocimiento por parte de las principales
instituciones democráticas ─los tribunales─ de que el homicidio y la tortura son prácticas ilegales que
infringen los pactos internacionales equivale a reconocer el derecho constitucional de las víctimas y de
las personas a su cargo a recibir compensaciones por los daños recibidos.
Si los gobiernos hacen caso omiso de las decisiones judiciales, antes o después verán erosionarse
su legitimidad. Esta erosión ya resulta visible en las zonas de turbulencia política. No obstante, a pesar
de la indiferencia de los gobiernos, los tribunales siguen adelante y defienden para los pactos
internacionales la condición de derecho consuetudinario.
No escuchamos los gritos que claman que la soberanía de un país está en peligro. Hemos visto
presentarse a gobiernos con propuestas para la creación de comisiones de derechos humanos y hemos
presenciado el nacimiento de dichas comisiones. Su existencia es un reconocimiento de culpa. Una
variante de ellas es la Comisión sobre la Verdad y la Reconciliación de Sudáfrica. Estas comisiones no
tienen potestad para castigar a los responsables de terribles violaciones de derechos humanos, pero sí
sirven al propósito de sustituir la cultura autoritaria reinante.
Tras una larga y continuada labor a lo largo de unas dos décadas y media como defensor de los
derechos humanos, considero que existe la posibilidad de alcanzar un amplio acuerdo sobre tales
derechos, y de esta posibilidad depende la permanencia de la democracia en los gobiernos.
Este artículo forma parte de una serie de testimonios personales escritos para la campaña de Amnistía
Internacional sobre el 50 aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Las opiniones que
en él se expresan no reflejan necesariamente la postura de Amnistía Internacional. Para más información
sobre la campaña, visítenos en www.amnesty.excite.com
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