dijeran basta - Revista Razones

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Si los niños
dijeran basta
Francesco Tonucci: padres e hijos
y el ejercicio del sentido común
A principios de la década anterior,
Francesco Tonucci, investigador y
psicopedagogo italiano, visitó Buenos Aires en razón de su trabajo y
para presentar su libro “Cuando
los niños dicen: ¡Basta!”. Francesco escuchó en silencio la atractiva
introducción de sus presentadores,
hasta que fue su turno:
«Estoy convencido que mis libros están
llenos de cosas obvias y me preocupa
mucho cuando me dicen que sorprende,
porque significa que estamos perdiendo
mucho del sentido común, de lo normal,
que no debería sorprender. Voy a empezar por el título, porque es interesante
este análisis. Como saben, el título no
siempre es obra de los autores. En mi
caso defendí el título en italiano: “Se
i bambini dicono: adesso basta”.
Tiene un sentido mucho más articulado del título que sale en español.
Este libro ha tenido una traducción
conjunta: Madrid y Buenos Aires. Y
en Madrid han tenido un problema
gordo sobre el título, porque la
traducción más natural debía ser...
“Si los niños dicen basta”. Allá no
sé por qué, —yo intento hablar en
español pero en el sentido de que
no puedo apreciar los matices—,
no es mejor decir “Cuándo los
niños dicen basta” que es distinto.
Bueno, me llaman diciendo que la
traducción debería ser “Cuando los
niños dicen basta ya”, pero no se
puede... ¿Saben por qué? Porque
“Basta ya” no se puede ya que en
España es el slogan del movimiento
contra ETA, por lo cual dicen: “no
podemos poner en boca de los niños
una frase así. Y tú, ¿qué opinas?”. Yo no
opino nada, no soy español, no puedo...
Efectivamente, éstas son decisiones que
tiene que tomar el editor. Se hubiera
podido tomar esta forma más fuerte
“Basta ya”, pero decidieron por “Basta”.
A lo que puedo intentar adecuar... al ver
un poco los matices del título italiano, “Si
los niños dicen ahora basta” (esta sería
la traducción literal). Esto significa que
normalmente los niños no lo dicen, por
esto digo que es distinto de “Cuando
los niños dicen...” el “Si los niños dicen...”. Normalmente los niños no lo
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dicen, pero podrían hacerlo si nosotros
decidimos que esto es posible, que nos
interesa y lo hacemos posible. Y si esto
ocurre, ¿qué significa?
Si nosotros tenemos el valor, la capacidad y la decisión política de dar la
palabra a los niños, probablemente los
niños puedan decir basta. Si le damos
la posibilidad de expresarse, claro que
tendrán muchas cosas para decir y la mayoría será que no les gustan la mayoría
de las cosas que van ocurriendo.
De aquí nace un libro que está construido de una manera trinitaria. La
primera, todo el libro, los veintiséis
capítulos. Al final, pongo una conclusión de esto. Es un capítulo complejo,
Conferencias
por Juan Pablo Garibotti (*)
amplio. Creo que el título en español
es “Hacia una nueva cultura de la infancia”. En este capítulo yo he intentado
escribir de nuevo todo el libro, pero
mientras la primera vez estuvo escrito
a partir de las frases de los niños, en
este caso he escrito a partir de lo que
dicen los científicos. Lo que me gustó
presentar en esta parte es cómo los
científicos piensan exactamente como
los niños. Dicen de la ciudad, de sus
equivocaciones, de sus madres y de las
perspectivas de cambio exactamente
lo que dicen los niños y demuestran
en sus escritos, en nuestros escritos
—porque yo también pertenezco al
mundo de la investigación (“Apuntes
para una nueva cultura”)— y explican
cómo los niños necesitan cambios si
queremos que puedan crecer bien.
Y una tercera versión o escritura del
libro la tengo en el primer apéndice
donde, en forma de ficha, presento el
proyecto “La ciudad de los niños”, pensando particularmente en los intendentes que podrían aprovechar este libro
para poner en marcha este proyecto en
su propia ciudad.
Tiene tres versiones distintas y a esta
se añade una presentación, que es la que
Romano Prodi, actual presidente de la
Comunidad Europea. Prodi ha buscado
una manera —me parece simpática—
para introducir este libro. No hablando
del autor, ni de lo bien que se ha hecho
el libro, sino escribiendo una carta a los
niños, a los niños que están aquí adentro como protagonistas en este libro.
Hay una cosa que dice que me gusta:
“Vosotros queréis cosas que nosotros
hemos tenido gratis, que todos nosotros
hemos vivido sin darnos cuenta que eran
tan importantes, estáis pidiendo, tiempo
libre, la posibilidad de aprovechar la
calle, la posibilidad de cruzar la calle, de
jugar con vuestros amigos. Esto ha sido
nuestra infancia. Y ha sido gratis”.
Detrás hay también, creo, una polémica por la manera de vivir con nuestros
hijos, comprando todo. Estamos pagando nuestro sentido de culpabilidad,
porque nosotros somos concientes que
lo que está pasando a nuestro hijos no es
lo mejor. Estamos concientes que vivir
tantas horas dentro de la casa, frente a
razones/número18
un televisor o un videojuego, no es lo
mejor que le puede ocurrir a un niño
y por eso vamos pagando; pagando
en juguetes, pagando en cursos,
pagando en instructores, escuelas,
internet, todo lo que hace del mundo
de la infancia de hoy un mundo de
consumo.
Este libro quiere ser el seguimiento
del anterior libro “La ciudad de los niños”. Es un proyecto amplio que toca
varios países, muchos niños, muchas
ciudades; por lo cual, para contar lo
que iba pasando, pensé en utilizar las
palabras de los niños.
Elegí veintiséis frases de niños recogidas en estos diez años en los Consejos de los Niños, en los encuentros
que he tenido con los niños en Italia,
España y Argentina. Dentro de cada
capítulo intento contestar dos preguntas: la primera es por qué el niño
dice así y la segunda es qué podríamos
hacer si escuchásemos a los niños.
Por lo cual, en la primera parte
intento construir un cuadro sobre la
condición infantil a partir de esta frase
y en la segunda, intento dar cuenta de
las propuestas que en las ciudades del
proyecto se han desarrollado en estos
años intentando dar respuestas a estas
peticiones que hacen los niños.
Esto es un poco de lo que se trata el
libro: ¿qué piden los niños? Voy a leer
alguna de estas frases y parándome
un poquito sobre algunas.
La primera —que me encanta— es
de una niña pequeña, de tres o cuatro
años que dice: “para ser felices hay
que ser dos o tres”.
Hoy, en Italia, es raro que un niño
tenga hermano. Tenemos el promedio
de natalidad más bajo del mundo; y
es difícil entenderlo porque la gente
normalmente dice: “es porque no hay
servicios adecuados para los padres y
razones/número18
la familia”. Mentira, porque donde hay
menos servicios nacen más hijos y donde
hay más servicios casi no nacen niños.
Allí, en Reggio Emilia, nosotros tenemos
las escuelas infantiles más bellas del
mundo, lo dicen los norteamericanos
que han hecho una comisión que fue
a Italia a estudiar el fenómeno, para
reproducir en Estados Unidos escuelas
de este nivel. Allí el nivel de natalidad
es el más bajo. Se ve claro que pasa por
otro carril.
Por qué no nacen niños no es un tema
de mi competencia, pero creo que
es un tema muy interesante. Por qué
las sociedades cuando se hacen ricas
bajan la natalidad; que baje un poco es
importante, pero que baje tanto como
para que un niño no pueda tener un
hermano, es otra cosa.
Y esta niña dice “dos o tres”. Significa
“no tantos”, por lo cual, esta es una
indicación importante y sensible sobre
nuestras propuestas educativas: “que
sean treinta, cuarenta, y si es posible
en el comedor los ponemos de a cien”.
Y siempre pregunto ¿por qué? “Porque
así pueden socializar”, me responden.
Siempre pensando que el niño es algo
distinto de nosotros adultos, como si los
niños fueran tontos.
Nosotros, cuando vamos a un restaurante, buscamos un rinconcito, el lugar
tranquilo; y si hay una comida de bodas,
cambiamos de restaurante —yo por lo
menos—. Pero a los niños, en cambio,
los ponemos de a cien, juntos, en un
lugar ruidoso... “Allí socializan”.
Dos o tres, esto sí, porque si miramos
niños que están jugando espontáneamente en una plaza o en un jardín, son
dos o tres los que juegan juntos; hay
también momentos que son más, pero
lo normal en la edad de tres a seis años
es que jueguen en pequeños grupos.
La otra cosa que me gusta remarcar
y subrayar es el “para ser felices”. Los
niños no tienen vergüenza y dicen las
cosas verdaderas. Hoy, para nosotros, es
difícil pronunciar la palabra “felicidad”.
Y nacemos por esto. Este es el único
interés que tenemos todos y casi tenemos miedo a pronunciarla. Aquí, en Argentina, la gente también pide felicidad.
Intento examinar un poco el punto de
vista de este niño poniendo el deseo de
la felicidad al empezar este libro como si
fuera un objetivo, una esperanza.
Cambio totalmente el sentido para
dar cuenta lo que pidieron los niños
de varios países europeos frente a la
Comisión Europea que los convocó
y hago una propuesta: “que los niños
tengan para jugar el mismo espacio que
los adultos tienen para aparcar sus coches”. Sé que parece una provocación,
pero ¿estamos seguros que es sólo una
provocación? ¿Cuentan así de poco
los niños comparados con los coches?
Cuando nosotros nos reímos de una
propuesta así, parece claro que el niño
vale mucho menos que un coche, por
lo cual es ridículo que el niño pretenda
ser considerado de la misma manera y
al mismo nivel que el coche de su papá.
Pero bueno, podemos discutirlo. Me
gustaría que el gabinete de gobierno
de una ciudad tenga ganas y capacidad
de discutir una propuesta de este tipo.
Para rechazarla, probablemente, pero
teniendo el valor de rechazarla. Me
gustaría saber cómo le explican a los
niños el rechazo, por qué los niños no
merecen tanto espacio como para los
coches de sus padres (...).»
(*) Juan Pablo Garibotti. Abogado, psicólogo
y periodista.
Colaboración: Guadalupe García.
Fotografías: Producción de Razones.
(1) Francesco Tonucci en la conferencia citada.
(2) Paredón de Plazoleta de Bs. As., a metros del
Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez.
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