„Hereditas Monasteriorum”, 6, 2015

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Montserrat JIMÉNEZ SUREDA, Crist i la història.
Els inicis de la historiografia eclesiàstica catalana
en el seu context europeu (Història),
Barcelona: Servei de Publicacions de la Universitat Autònoma
de Barcelona, 2014, pp. 489
Pocos sujetos de estudio son tan apasionantes para el historiógrafo como el análisis de las escuelas, los autores y las obras que le han precedido en su mismo campo de trabajo. La Historia
de la Historiografía es, a día de hoy, una tendencia investigadora más que consolidada. Sin
embargo, el camino que queda por recorrer aún es largo y los temas por investigar son, afortunadamente, innumerables. El libro Crist i la història. Els inicis de la historiografia eclesiàstica catalana en el seu context europeu es una contribución importante y necesaria en dicha tendencia
investigadora. La doctora Montserrat Jiménez Sureda propone una prolija aproximación a las
múltiples manifestaciones historiográficas que, desde sus más pretéritos orígenes hasta los
primeros pasos de la modernidad, se han dado en Cataluña, enmarcándolas dentro de su –naturalmente indisociable– contexto hispánico y europeo. Aún así, la obra de Jiménez Sureda va
más allá de lo hasta ahora descrito. Cuando el lector se sumerge en las páginas de este estudio
no solamente encuentra una sólida y bien documentada relación de la producción historiográfica catalana y europea, sino también un verdadero manual acerca de la naturaleza propia de
la institución religiosa sobre sus relaciones de poder, sus dinámicas de funcionamiento interno
y su manera particular de relacionarse con el entorno y la sociedad.
Mediante una estructura fuerte y bien trabada, la autora ofrece un volumen vertebrado en
seis grandes ámbitos. El primero de ellos, indiscutiblemente necesario en una obra de estas
características, describe de manera sintética las aportaciones más notables de las culturas
precursoras a la cristiana, realzando enormemente la aportación hebraica –sin desmerecer
en absoluto participaciones tan importantes como lo pueden ser las grecorromanas, en
aspectos como la pretensión ejemplarizante de la Historia o los principios metodológicos
del estudio de la misma–. Le sigue un magno capítulo, el más largo del estudio con sus
196 páginas, donde la autora presenta de una manera profusamente detallada las diversas
tipologías de estudios historiográficos que ha tomado en consideración para la elaboración
del presente trabajo, que discurren desde los martirologios, hagiografías y florilegios hasta los libros pontificales y episcopologios, sin obviar el género histórico por antonomasia
del momento, la crónica. Este apartado merece una mención especial, puesto que es en él
donde Jiménez Sureda combina excelentemente la descripción y ejemplificación de los
mencionados géneros, con una caracterización de la naturaleza e importancia de los monasterios, el peso de los obispos en la jerarquía eclesiástica y el nacimiento de las instituciones universitarias. Las explicaciones y clarificaciones proporcionadas por la autora –ya sean
mediante las notas a pie de página o directamente con profusas definiciones– constituyen
una auténtica muleta para el lector poco avezado a la terminología eclesiástica, obteniendo
un discurso próximo y entendible ante una materia de estudio ciertamente heterogénea
y compleja.
En los tres apartados posteriores, se abordan los ejemplos concretos de la producción historiográfica de las diversas órdenes mendicantes escogidas: dominicos, franciscanos y carmelitas,
así como servitas, capuchinos y jerónimos. También las distintas órdenes militares –algunas
de ámbito europeo, como la del Temple, peninsulares como las de Alcántara y Montesa, y las
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eminentemente catalanas, como la de la Mercè–. Aunque el peso del estudio recaiga en las
obras creadas por autores catalanes, estas están permanentemente en relación con las de sus
homólogos hispánicos y europeos, tejiendo una imagen coral pero fuertemente interrelacionada, que acaba por equilibrar los tres ámbitos con una destacable armonía, cumpliendo firmemente lo que promete en el mismo título del libro.
Finalmente, queda un importante apartado dedicado a las obras historiográficas producidas
por las tendencias menos próximas a la ortodoxia romana, así como las directamente heréticas, siendo las mayores exponentes de estas las manifestaciones milenaristas, los albigenses
y los husitas. En este ámbito final, también tiene cabida una interesante caracterización de las
estrategias cohesionadoras utilizadas por la ortodoxia, tanto romana como protestante, para
acabar fundamentando e homogeneizando las identidades religiosas y políticas. El ejemplo
paradigmático facilitado por la autora –fácilmente reconocible por el impacto social y cultural
que ha ocasionado– es la caracterización negativa de la comunidad judía, contrastándola a la
cristiana.
Crist i la història es una obra esencialmente respetuosa. Lo es en relación al eventual lector, que
podrá encontrar un volumen con unas bases documentales enormemente amplias, fuertes
y bien asentadas, con una variedad remarcable de autores, tendencias y visiones sobre los temas tratados, que son puestos a disposición de la comunidad lectora mediante el sistema de la
notación. Asimismo, y como ya se ha comentado, la autora hace gala de una consideración notable hacia el público poco avezado a la terminología religiosa y eclesiástica, proporcionando
completas y, la mayor parte de las veces, necesarias definiciones y explicaciones sobre dichos
conceptos. Puede que para el lector familiarizado con la institución eclesiástica, esta profusión
explicativa y estructural llegue a convertir la lectura en un quehacer incómodo y, en algunos
momentos, incluso fatigoso. No obstante, sin las aclaraciones mencionadas, la monografía que
nos presenta la doctora Jiménez Sureda sería un volumen destinado a un público poco numeroso, iniciado y experto, lo que chocaría claramente con el tono y la voluntad didáctica que
adquiere la totalidad de su discurso.
Aunque pueda parecer que las diversas producciones historiográficas que aparecen en el estudio podrían constituir una manifestación cultural destinada a un grupo cerrado y elitista –es
decir, limitada a todos aquellos que tuviesen acceso a ellas mediante la habilidad lectora y el
conocimiento del latín, la auténtica koiné cultural imperante en la Europa del Medioevo y buena parte de la Modernidad–, la autora descubre cómo los principios, conceptos y construcciones históricas contenidas en dichas obras y tratados se abren paso en un contexto social mayor, llegando a constituir parte indispensable del sustrato primigenio de muchas identidades
nacionales que florecieron políticamente en nuestra contemporaneidad. Del mismo modo,
las pautas marcadas por las historiografías eclesiásticas –así como por aquellas producciones
clásicas que las han precedido e influenciado– han calado enormemente en las obras historiográficas que las han sucedido, llegando algunas hasta los estudios actuales. La equiparación
de los mártires cristianos a los héroes de la antigüedad, la generación de mitos para facilitar la
transmisión de los conocimientos históricos o el mero hecho de pensar y plantear los hechos
cronológicamente son claras muestras de ello.
Un respeto que rezuma de las propias páginas, propio de una obra que no es el resultado de
una relación bibliográfica meramente epidérmica, sino el producto de una investigación de
largo alcance, es el resultado de años de trabajo, recopilación, lectura y tratamiento de las
fuentes primarias, así como un dominio notable de la bibliografía generalista, pero también
específica sobre cada uno de los temas tratados. Esta circunstancia queda igualmente patente
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con el importante peso que tiene la autora dentro de la misma monografía. Bien sea mediante
aportaciones interpretativas, autobiográficas o bien con la propia selección de obras y autores
que son presentes en el trabajo, Jiménez Sureda consigue establecer una relación directa con
el lector, rompiendo con el rígido esquema de neutralidad tan propia de volúmenes como
este. Un ejemplo de esta tendencia se puede encontrar en la introducción y las conclusiones
del estudio, donde la autora, modestamente, pero sin vacilación, expone los marcos generales
y los criterios de elección –esencialmente personales– que han guiado la conformación estructural y formal del libro que tenemos entre manos.
Una de las características más relevantes de este estudio, quizás la más notable de todas ellas,
es su ambición de globalidad. Como ya se ha mencionado anteriormente, la misma naturaleza de una investigación basada en un sujeto tan intrínsecamente complejo, como lo puede
llegar a ser la religión cristiana –y, por ende, su manifestación materialmente más importante,
el cuerpo eclesiástico en todas sus formas– predispone, por no decir obliga, a aspirar a dicha
globalidad si uno pretende, por muy modesta que sea esta pretensión, presentar una imagen
de conjunto. Crist i la història es enormemente consecuente con dicha ambición.
Las únicas fronteras parecen, en el volumen que nos ocupa, marcadas por dos criterios que
escapan a la voluntad específica de la autora, siendo estos las eventuales especificaciones
editoriales y la siempre notable barrera idiomática en la búsqueda de fuentes para el trabajo
–aunque al menos en este segundo caso, uno mismo puede constatar su relativa importancia mediante una simple ojeada a la numerosa bibliografía que la autora aporta a lo largo
de la obra–. El primero de dichos límites ha condicionado una verdadera exhaustividad en la
elección de las órdenes estudiadas, hecho que conlleva, naturalmente, la omisión de otras de
importancia semejante, así como la fijación de un marco temporal general más acotado. Esto
conduce a ausencias tan notables como la Compañía de Jesús, de enorme importancia en la
Cataluña y la Europa de la modernidad. Por esa razón y por la demostrada fertilidad del camino
iniciado, no hay ninguna duda de la conveniencia y necesidad de una eventual continuación.
Un segundo volumen que sirva para rellenar dichos espacios, y para proseguir el análisis de
las producciones historiográficas de las distintas órdenes, de una manera cronológicamente
global y transversal.
Al mismo tiempo, estas circunstancias no impiden constatar que nos encontramos ante un
estudio extremadamente transversal y ecuánime, que valoriza por igual las producciones de
las órdenes sacerdotales masculinas y femeninas, resaltando a modo de ejemplo, las obras
a las de la prolífica dominica Isabel de Rocabertí i Soler, también conocida como Hipólita de
Jesús, junto a las de sus compañeros Vicente de Beauvais o el célebre Santiago de la Vorágine.
Dentro de dicha pretensión de globalidad, también podría enmarcarse el concepto amplio de
historiografía que se utiliza en este estudio. Nos encontramos con una noción extensa, que
abarca tanto trabajos de gran amplitud temática y temporal –como lo pueden ser las crónicas
universales– hasta las narraciones de vidas y hazañas de santos y fundadores de las distintas
órdenes referenciadas anteriormente. El lector no solamente puede descubrir la manera de
pensar, mitificar y escribir la Historia de las distintas plumas eclesiásticas catalanas, hispánicas
y europeas, sino que también puede hallar numerosas muestras de una historiografía sobre la
misma Iglesia –tanto la institución en sí, como con las distintas formas que adopta a lo largo
y ancho del continente y de la cronología–. Asimismo, Jiménez Sureda no discrimina ningún
tipo de autor, pudiendo encontrar en las páginas de su trabajo escritores tanto cenobitas –
la amplia mayoría de ellos– como también seglares, siendo los cronistas cortesanos Bernat
Desclot o Ramón Muntaner ejemplos dignos de mención.
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Crist i la història. Els inicis de la historiografia eclesiàstica catalana en el seu context europeu es
un libro con una enorme vocación comunicativa desde su misma portada, la cual reproduce
el maravilloso fresco San Lucas pintando a la Virgen, de Giorgio Vasari; una inmejorable representación de los valores y esencias del historiador cristiano, personificadas en el tercero de
los evangelistas, que como nos recuerda la autora, se entendía a la vez pintor e historiador.
Jiménez Sureda nos presenta una obra temáticamente global y metodológicamente rigurosa, con unos fuertes cimentos documentales, que a través de una retórica didáctica intenta
hacer entendibles unas estructuras ideológicas, morales e institucionales extremadamente
complejas, a la vez que recupera y presenta una abundante cantidad de obras y autores de la
historiografía eclesiástica catalana dentro de los contextos y dinámicas de común naturaleza
continental que les son inherentes. Una disposición didáctica que se abre paso a lo largo del
estudio hasta la última de sus páginas y que a través de su lectura nos recuerda –tomando
prestada la expresión de Bernardo de Chartres, utilizada por la autora en sus conclusiones–
que no somos más que enanos a espaldas de gigantes.
David FERRÉ GISPETS
Departament d’Història Moderna i Contemporània
Universitat Autònoma de Barcelona
Joanna DARANOWSKA-ŁUKASZEWSKA (red.), Mam ja skarb mam... Katalog.
Wystawa z okazji czterystu lat pobytu karmelitanek bosych w Polsce,
Muzeum Archeologiczne w Krakowie, maj – wrzesień 2012,
przeł. Teresa BAŁUK-ULEWICZOWA, Kraków: [s. n.], 2012, ss. XXII, ss. 233,
il., tekst równoległy w językach polskim i angielskim*
Zakon karmelitanek bosych Moniales Discalceatae Ordinis Beatissimae Virginis Mariae de Monte
Carmelo został założony w ramach reformy potrydenckiej przez Teresę od Jezusa oraz Jana od
Krzyża, którzy w 1562 r. zorganizowali w Ávili pierwszy klasztor pw. św. Józefa. Idea przeszczepienia karmelitanek bosych do Polski wyszła od karmelitów bosych z Krakowa, popularyzatorów kultu i doktryny Teresy od Jezusa, oraz od ks. Sebastiana Nuceryna, tłumacza z języka
włoskiego jej biografii, a popierana była przez króla i biskupów. Sprowadzenia karmelitanek
bosych z Belgii do Krakowa dokonała Konstancja z Myszkowskich Bużeńska (1563–1627), która
wstąpiła do zakonu w 1619 r., przybierając imię Beata od św. Józefa.
Dnia 26 V 2012 r. minęło 400 lat od przybycia sióstr karmelitanek bosych do Polski. Pierwsza
fundacja, złożona z sióstr, które przyjechały z kilku klasztorów w ówczesnych Niderlandach,
powstała w Krakowie przy średniowiecznym kościele św. Marcina przy ul. Grodzkiej. W 1725 r.
zakonnice przeniosły się do nowo wybudowanego klasztoru na przedmieściu Wesoła. Tenże
kościół i klasztor karmelitanek bosych, pw. św. św. Teresy od Jezusa i Jana od Krzyża, to jedyny dom tego zgromadzenia w Rzeczypospolitej Obojga Narodów, który ocalał z kasat roz* Praca naukowa finansowana w ramach programu Ministra Nauki i Szkolnictwa Wyższego pod nazwą „Narodowy Program Rozwoju Humanistyki” w latach 2012–2016. Research funded under the
Ministry of Science and Higher Education’s “National Programme for the Development of Humanities”
for 2012–2016.
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