APRENDIENDO A APRENDER

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APRENDIENDO A APRENDER
Decimos que hay aprendizaje cuando como observadores de las acciones de una entidad (una persona,
una organización o nosotros mismos), juzgamos que dicha entidad es capaz de ejecutar acciones que
antes no podía realizar. Para hacer tal juicio debemos comparar dos momentos diferentes en el tiempo.
En este trabajo nos abocaremos a determinar algunos requerimientos indispensables para aprender. En
un nivel primario, los seres humanos no necesitan que se les enseñe a aprender. Desde nuestros
primeros días de vida, aprendemos sin que nadie nos diga cómo hacerlo, y seguimos aprendiendo por el
resto de nuestra vida. Esta competencia innata para seguir aprendiendo, a menudo produce una
ceguera: nos preocupa más “qué" aprender que "cómo" lo hacemos.
Sin embargo, esto genera al menos dos problemas. En primer lugar, no prestamos suficiente atención al
hecho de que hay muchas áreas en nuestras vidas en las que desarrollamos resistencia al aprendizaje y
continuamos realizando acciones ineficaces. Consistentemente cometemos los mismos errores,
siguiendo las mismas pautas y enfrentando las mismas dificultades. En segundo lugar, pasamos por alto
el hecho de que, aunque aprendamos, lo podríamos hacer de manera mucho más efectiva. El hecho que
aprendamos no significa que no podríamos hacerlo mejor.
Aprender a aprender es una competencia ontológica primordial para los seres humanos que puede
cambiar radicalmente nuestras vidas. La llamamos competencia ontológica porque la podemos usar en
cada dominio de nuestra vida - es una competencia que afecta nuestra forma de ser: quiénes somos,
quiénes hemos sido, quiénes podemos ser -. Nuestra competencia para aprender tiene un impacto en
nuestra efectividad, productividad y bienestar general.
¿Cuán buenos somos para aprender? ¿Podemos decir que sabemos cómo diseñar nuestro propio
aprendizaje? ¿Qué hacemos en áreas de nuestra vida en las que nos damos cuenta que somos
incompetentes y no sabemos qué acciones emprender? ¿Qué hacemos en áreas de nuestra vida en las
que nos damos cuenta que somos incompetentes y no sabemos qué acciones emprender? ¿Qué
hacemos cuando visualizamos un nuevo dominio de acción que ignorábamos y nos damos cuenta de su
importancia para nuestra vida? ¿Qué hacemos cuando nos vemos a nosotros mismos imposibilitados
recurrentemente para actuar efectivamente en un mismo dominio (por ejemplo, con nuestras finanzas,
con nuestros hijos, con nuestras relaciones, con áreas de nuestro trabajo, con lo que nos gustaría hacer
en nuestro tiempo libre. etc.)? ¿Qué hacemos? ¿Nos preparamos para aprender? ¿Nos limitamos a
retirarnos sin hacer nada? ¿Empezamos a culparnos por no saber? ¿Nos caracterizamos como
"estúpidos, como suficientemente listos", etc.?
Postulamos que la competencia de aprender cómo aprender es una de las habilidades más
fundamentales en el mundo de hoy. Es nuestro recurso más efectivo para tratar fenómeno del cambio.
Este postulado no es válido solamente, para las individuos. También lo es para las organizaciones.
Como se ha repetido frecuentemente, el futuro pertenecerá a aquellos que saben cómo ampliar
continuamente su aprendizaje - el individuo que aprende y la organización que aprende -.
El interés por aprender a aprender es asunto antiguo. La novedad de este tema no reside en que
estamos hablando sobre algo nuevo o sobre algo de lo que la gente no haya hablado anteriormente.
Hubo muchos en el pasado que hablaron de la importancia de saber cómo aprender. Lo que hoy lo hace
diferente es el hecho de que se ha convertido en un imperativo histórico. Ahora, sin aprender a aprender,
nuestro éxito personal y organizacional corre peligro. Aprender a aprender ha llegado a ser una ventaja
competitiva importante para las organizaciones empresariales. En pocas palabras, no podemos funcionar
sin ello.
I Los Enemigos del Aprendizaje
Habitualmente consideramos que las dificultades para aprender tienen que ver con trastornos del
sistema nervioso o con alteraciones patológicas de la psiquis. Sin negar que en algunos casos ocurre
así, podemos afirmar que las mayores dificultades que experimentamos en nuestra habilidad de
aprender son, paradojalmente, aprendidas. Toda cultura desarrolla sus propios "enemigos del
aprendizaje", enemigos que, son poderosos, sobre todo porque son invisibles para aquellos que los
sufren.
Hemos visto a miles de estudiantes en nuestros cursos experimentar no sólo un incremento en su
capacidad de aprender, sino además redescubrir su pasión por ello y la alegría de hacerlo. No sólo
perdieron el miedo a aprender, sino que agrandaron las fronteras de lo que les es posible aprender.
Podríamos decir que se enamoraron de las posibilidades que surgieron cuando reconocieron a esos
enemigos y "los vencieron". La tarea tomó algún tiempo, por supuesto, pero dio frutos que hicieron de
esa inversión una de las más productivas de sus vidas.
Hemos constatado también que esto mismo se ha dado en organizaciones con las que hemos trabajado,
desarrollando lo que hemos llamado ''las organizaciones aprendientes". Por todo esto, demos una
mirada a algunos de esos "enemigos", particularmente los que consideramos más relevantes en nuestra
cultura.
1.- Incapacidad de admitir que no sabemos
Por un lado, hay personas que, a menudo, no ven lo nuevo como nuevo. Más bien, lo ven como más de
lo viejo, como algo que ya conocen. Su principal declaración es, "yo ya lo sé". Existen infinitas formas
para expresar esto, pero todas se reducen al hecho de que somos incapaces de ver lo nuevo como
nuevo. Hay miles de ejemplos de cómo se han perdido oportunidades de negocios porque la vio lo nuevo
como más de lo viejo. Un ejemplo clásico es la historia de la reacción de IBM cuando se le ofreció la
primera fotocopiadora. IBM no le encontró nada especial. Esa oportunidad fallida de IBM más tarde se
llamó Xerox. Lo mismo sucede en el dominio del conocimiento. ¿Cuán a menudo nos hemos visto
reaccionar diciendo "sé de lo que se trata", sólo para darnos cuenta más tarde que no teníamos las más
vaga noción de lo que estaba sucediendo?
En cierto sentido este fenómeno es comprensible. La forma en que le damos sentido a las cosas, la
forma en que escuchamos lo que se dice, es refiriendo lo que escuchamos al trasfondo de nuestras
experiencias pasadas. Es el lado conservador del entendimiento. Pero también escuchamos lo que se
dice en términos de posibilidades para el futuro. Aquí yace el lado progresista del entendimiento. Cuando
el pasado domina nuestra comprensión, inevitablemente nos cerramos posibilidades para el futuro.
El principal obstáculo para aprender cuando declaramos, "yo ya lo sé", es nuestra resistencia a
abandonar nuestros supuestos. Dondequiera que estemos o cualquiera sea nuestro nivel de
comprensión, tenemos la capacidad para encontrar caminos que le den sentido a nuestra existencia.
Tendemos a hacernos coherentes a nosotros mismos y al mundo. Cualquier nuevo suceso, cualquier
dominio de acción es, de alguna manera, una amenaza para esa coherencia. A menos que estemos
dispuestos a desprendernos a nuestras formas usuales de dar sentido a las cosas, puede resultar difícil
lo nuevo y reconocerlo. Esta es una de las principales ventajas que los niños tienen sobre los adultos.
Los niños no sólo tienen menos supuestos que defender - están más dispuestos a desprenderse de los
que tienen -. Normalmente, están menos preocupados de preservar lo que saben. Ser niño es vivir en el
asombro del descubrimiento de dominios de acción que ni siquiera éramos capaces de anticipar que
existían.
Aquí es donde reside su inocencia. Es fácil engañar a un niño. Los adultos. en cambio, por lo general,
han perdido esa inocencia. Tienden. a ser más defensivos respecto de sus supuestos ,y creencias.
2.- Dado como soy, no puedo aprender eso
Por otra parte la gente también se cierra a aprender cuando al ver lo nuevo como nuevo, plantean,
"nunca podría aprender esto". Detrás de esta frase pueden haber diferentes historias. Algunos dirían "no
soy lo suficientemente hábil para conocer esto", o "esto es muy complicado para mí", etc. Podríamos
llegar a tener una lista interminable de razones para decir, "dado la persona que soy no puedo aprender
esto".
El nuevo dominio de acción que se le muestre a esas personas no les parece asequible. En cierto
sentido, lo nuevo inhibe a la persona, parece estar más allá de su alcance.
Llamamos a esta reacción ante lo nuevo falta de autoconfianza. Es un estado emocional en el sentido en
que Humberto Maturana define las emociones; connotando una disposición o una falta de disposición
a la acción. Para la gente en el estado emocional de falta de autoconfianza, el aprendizaje no es un
dominio de acción posible.
Es importante reconocer, sin embargo, que las emociones y el lenguaje, aunque están conectados, son
dominios separados. Cuando queremos cambiar un estado emocional, no basta con mostrarle a la
persona involucrada la reconstrucción lingüística de sus emociones y cuestionada. Las emociones
normalmente son resistentes a ese tipo de intervención lingüística. Son resistentes a los argumentos
racionales, ya que lo que está en juego es precisamente la naturaleza de la racionalidad. Aquí de nuevo,
es atinado recordar el postulado de Blaise Pascal que dice que "el corazón tiene sus razones que la
razón desconoce". La forma en que el lenguaje puede intervenir para cambiar nuestros estados
emocionales, es usando el poder de la conversación para cambiar nuestros horizontes de posibilidades.
Es el poder del lenguaje seductor, más que el persuasivo, el que debe usarse para alterar los estados
emocionales.
3.- El fenómeno de la ceguera cognitiva
Uno de los principales obstáculos para el aprendizaje se debe al hecho de que normalmente no sabemos
que no sabemos. A este fenómeno lo llamamos ceguera cognitiva. La gente que no conoce algo no vive
como si tuviera un vacío que está esperando ser llenado. Actuamos, organizamos nuestras vidas y nos
damos un sentido a nosotros mismos y al mundo a partir de las distinciones, historias y competencias
que poseemos. No de las que no tenemos.
Normalmente, no tenemos la más mínima idea de la existencia de vastos dominios del conocimiento que
puedan existir y estar disponibles para otros. Ciertamente, no tenemos idea de aquellos dominios del
conocimiento que actualmente están siendo inventados.
Si no aceptamos que no sabemos, el aprendizaje no puede ocurrir. No se produciría la apertura
necesaria para hacer posible el aprendizaje. Cuando no sabemos que no sabemos, el espacio para el
aprendizaje no está disponible y bien podríamos perder muchas oportunidades para ampliar nuestros
conocimientos.
El aprendizaje está basado en un saludable momento de escepticismo en que estamos dispuestos a
aceptar que no sabemos algo. Un momento en el que estamos dispuestos a cuestionar nuestros
conocimientos, a liberarnos de nuestros supuestos actuales y a abrirnos a la posibilidad de que pudiera
existir algo nuevo que aprender. Sin este momento de duda, el aprendizaje no puede ocurrir. Decimos
que un requisito fundamental para producir el aprendizaje es una declaración de ignorancia. Cuando nos
declaramos ignorantes, ya estamos en la senda del aprendizaje. Estamos un paso adelante del ingenuo
supuesto de que no hay nada que aprender. La ignorancia no es (como usualmente se supone) lo
opuesto del aprendizaje. La ignorancia es el umbral del aprendizaje. Sólo podemos hacer el juicio de
ignorancia cuando reconocemos que hay algo que aprender. La ignorancia es una condición para
aprender.
4. Querer tenerlo todo claro todo el tiempo
Hay quienes han desarrollado ansiedad por tener todo claro permanentemente.
Cualquier momento de confusión, de duda, de preguntas, es evitado a toda costa. No han aprendido
emocionalmente a vivir las incertidumbres y oscuridades del camino. Como resultado se alejan de las
preguntas, se atrincheran en sus respuestas e impiden comenzar sus procesos de aprendizaje. No
admiten que para llegar a saber pasamos por el no saber y que para llegar a la luz hay trechos de
oscuridad. Cualquier pregunta que enfrentan viene acompañada de un desenfrenado deseo de
respuestas, terminando por evitar las preguntas mismas, privándose así de pensar y, obviamente, de
aprender.
Quienes son presas de este enemigo harán cualquier cosa por evitar declarar sus quiebres, pretenderán
que todo está bien hasta que el edificio entero se venga abajo. No es extraño que vivan momentos de
depresión y que tengan dificultades de escuchar algo nuevo. La depresión es la suma de oscuridades no
aceptadas y lo nuevo es una amenaza de posibles "faltas de claridad".
5. No asignarle prioridad al aprendizaje ("no tengo tiempo")
Si existe un enemigo del aprendizaje hiper desarrollado en nuestro tiempo, es este. La excusa es no
tengo tiempo. El mundo no me deja aprender. Soy víctima de la vorágine cotidiana. Jamás nos lo
planteamos como un problema de asignación de prioridades, porque en ese caso lo tendríamos que
admitir como responsabilidad propia. Curiosamente, una vez admitido como un problema de elección, de
prioridades, "aparece el tiempo", o mejor dicho, le damos tiempo a los procesos de aprendizaje.
Dos tendencias sociales muy agudas de esta época están en la raíz de esta barrera poderosa: una es el
trabajolismo con el alto prestigio social que conlleva el estar muy ocupado. La otra es la adicción a "la
entretención—. Ni que hablar del impacto de la TV en esto. Por supuesto las actividades de aprendizaje
no se consideran entretenidas en nuestra cultura, son más bien obligaciones a que nos sometemos
cuando las fuerzas externas son muy intensas.
6. La gravedad
La gravedad es una actitud que alguna gente asume cuando cree que sabe. La voz se hace engolada, la
mirada muestra un cierto desprecio por el ignorante, las palabras son rebuscadamente difíciles y si es
posible, se citan autores cada pocas frases. La risa está ausente. El dicho preferido de los graves es "la
risa abunda en la boca del tonto". Las interpretaciones sencillas sobre cualquier asunto son
despreciables precisamente por eso, por sencillas. EI conocimiento es asunto que no admite la emoción
de la alegría. Han confundido su gravedad con la seriedad, olvidándose que en la seriedad hay lugar
para la risa, sobre todo para la saludable capacidad de reírnos de nosotros mismos.
Quienes viven en la gravedad tienen, por supuesto, dificultades para admitir que no saben. Con su
actitud generan serias dificultades para que otros aprendan: representan un modelo no muy atractivo de
lo que nos ocurre cuando aprendemos. Quienes viven en la gravedad usan lo qué saben como adorno o
ropaje, sin poder ponerlo al servicio de otros. Confunden su ser con lo que saben. Alrededor de ellos la
mejor política es alejarse.
7. La trivialidad
Este es uno de los enemigos más brutales del aprendizaje por las consecuencias sociales que produce.
Así como el grave "pretende" seriedad sin conseguida, quien vive en la trivialidad no puede, por su parte,
hacer nada seriamente. Su manera preferida de ocultarse es riéndose de los demás mientras se
defiende a toda costa de la posibilidad de reírse de sí mismo. Confunde la liviandad con la mofa,
generando a su alrededor una atmósfera de intimidación por el ridículo, que hace que quienes lo rodean
eviten expresarse sincera y libremente.
Este personaje es mortal en términos de los espacios organizacionales, en donde, con el disfraz de
"buena persona" o "simpático evita ser confrontado. Para él todo aquel que trabaje con entusiasmo ha
sido embaucado" todo el que exprese pasión, por algo es un "crédulo" que ha sido engañado. Cualquiera
que exprese intenciones de innovar, es un "chupa medias" o un "mala onda". Cuando la trivialidad se
transforma en la emocionalidad predominante en una cultura, los resultados serán mediocres. Quienes
participaron en ella se miden con los estándares más bajos y el resultado es una buena dosis de
sufrimiento disfrazado de "buena onda".
8. La incapacidad de desaprender
Quienes han tenido éxito alguna vez corren riesgo de ser atrapados por este enemigo: ¿Si funcionó bien
así antes, por qué no va funcionar bien ahora?
Persistirán por tanto en acciones que fueron eficaces en otros tiempos aunque los tiempos presentes
simplemente exijan otras. Esto le ocurrió a la industria automovilística de los Estados Unidos en los años
setenta cuando enfrentó la crisis del petróleo y la competencia del automóvil pequeño fabricado en
Japón.
¡Le tomó ocho años cambiar su concepto de "automóvil ideal!
La forma habitual en que surge esta incapacidad es, a través de una nostalgia de aquellos tiempos en
que lo hacíamos como realmente se debe hacer. Esta nostalgia, que en algunos casos es legítima, es
indiscriminada, no considera los cambios, no quiere aceptar la nueva situación. Normalmente, detrás de
ella se esconde un gran , miedo a aprender o mejor dicho, a las incapacidades a hacer lo que creemos
tener
9 El olvido del cuerpo
Para lograr el nivel de transparencia que acompaña los niveles más altos de competencia, el aprendizaje
debe ser "corporalizado". Todo aprendizaje involucra una alteración del cuerpo del aprendiz para
desempeñar las acciones del nuevo dominio. Producir la transparencia necesaria de la práctica. Las
nuevas acciones deben realizarse recurrentemente hasta que el cuerpo pueda producirlas naturalmente,
sin reflexión.
El aprendizaje tiene lugar en el cuerpo del aprendiz. Por cierto. para que se produzca esta alteración
corporal, el sistema nervioso del aprendiz debe modificarse de un modo u otro. Sin embargo, cuando
hablamos de la corporalización no sólo estamos refiriéndonos a cambios particulares del sistema
nervioso. Estamos apuntando a un dominio conductual. Simplemente estamos diciendo que el cuerpo del
aprendiz debe ser capaz de desempeñar acciones que no era capaz de realizar antes. Cualquier cosa
que hagamos, la hacemos con nuestro cuerpo. Cuando se reconoce esto, nos alejamos del supuesto
que el aprendizaje es un proceso que sólo tiene lugar en la mente.
10. Confundir aprender con adquirir información
Hay quienes tienen muy poca información y una gran sabiduría. Otros, por el contrario, mucha
información y poca sabiduría. Tener información no es sinónimo de sabiduría Sabiduría tiene que ver con
el arte de vivir.
Un buen ejemplo de la diferencia es el caso de saber andar en bicicleta manejar el bisturí. Podemos
tener toda la información que queramos sobre esas acciones, pero ello no significa saber andar en
bicicleta u operar un paciente. Simplemente significa saber 'hablar" acerca de esas acciones.
No negamos que en muchos casos tener información es un crítico elemento del saber, sin embargo, si
esa información no se traduce en capacidad de acción, quiere decir que la información no es más que la
mera capacidad de repetir ciertas afirmaciones y nada más. Un elemento importante del saber es la
capacidad de juzgar la información. de evaluarla en distintos contextos y dominios, de proyectarla hacia
el futuro.
Hay quienes limitan sus posibilidades de aprender poniendo todo su esfuerzo en el aspecto meramente
informativo del proceso de aprendizaje con antelación de los demás.
11. Ausencia de contexto emocional adecuado
Si entendemos los estados emocionales como predisposiciones para la acción, no nos extrañará
encontrar que algunos de ellos nos predisponen a aprender y otros no. Nuestra negligencia a crear
contextos emocionales adecuados al aprendizaje, que se da por ejemplo cuando centramos nuestra
atención sólo en sus aspectos informativos o ideológicos lo frenan y hasta lo impiden. No creemos que
sea sorpresa para nadie que una atmósfera de respeto y cariño es más fructífera en términos de
aprender que otra de indiferencia o miedo.
Podemos decir por todo esto "que el contexto enseña más que el texto". Un simple descubrimiento en un
ambiente de apoyo es más aprendizaje que una obra de arte conocida a través de la imposición y el
apremio.
Postulamos que las emociones constituyen un aspecto fundamental de todo proceso de aprendizaje.
Para ello deben ser consideradas y diseñadas como parte de ese proceso. La disposición al aprendizaje
no es una función de la veracidad de lo que enseñamos, sino de la apertura emocional que podemos
producir en el alumno. La persuasión es sólo una forma de seducción y la experiencia de captar algo
como verdadero es básicamente una experiencia emocional. Los procesos intelectuales operan bajo
cimientos emocionales.
Sin embargo, existen algunas emociones particulares, que están directamente conectadas con el
proceso de aprendizaje. Hablaremos de algunas de ellas en estos apuntes.
Para que ocurra el aprendizaje, debemos abrirnos a la posibilidad de que haya algo por aprender. El
aprendizaje requiere apertura a lo nuevo y una disposición a cuestionar lo que conocemos. Estas son
predisposiciones emocionales para aprender. Sin ellas el aprendizaje no puede ocurrir.
Los seres humanos siempre están en un proceso de dar sentido a sus vidas y al mundo que los rodea.
Usualmente no nos referimos a lo que no conocernos como a algo que no conocemos. Hacemos
precisamente lo contrario. Construimos una coherencia basada en lo que ya creemos que es así. El
proceso de aprendizaje, a menudo, toma la forma de una lucha contra nuestras propias coherencias
pasadas.
Desgraciadamente, encontramos muchas cosas que conspiran contra nuestras coherencias. Cuando no
somos capaces de lograr lo que esperamos, cuando enfrentamos quiebres en el flujo trasparente de la
vida, podemos cuestionar nuestras coherencias y cerezas. Las acciones que nos llevar a declarar
quiebres son grandes facilitadoras de aprendizaje. Mientras más severo sea el quiebre, mejor podrá ser
nuestra disposición a abrirnos a algo nuevo y cuestionar nuestras creencias. No es sorprendente darse
cuenta que la gente que es severamente derrotada demuestra una mayor apertura al aprendizaje futuro.
La experiencia de países tales como Japón y Alemania tras la Segunda Guerra Mundial habla por sí
sola. El éxito genera seguridad y la seguridad produce ceguera. Esta ceguera toma la forma emocional
que distinguimos con la palabra "arrogancia". La arrogancia, es una emoción que puede ser
lingüísticamente reconstruida de la siguiente manera: "conozco todo lo que está ahí para ser conocido y
nada a mi alrededor representa para mí una posibilidad de aprender algo nuevo". Cuando estamos en la
arrogancia simplemente no estamos disponibles para el aprendizaje. El aprendizaje no puede ocurrir.
Para que el aprendizaje suceda, primero debemos actuar para producir un cambio emocional, debemos
estremecer el estado de ánimo de arrogancia existente. Al estremecer nuestra arrogancia, generamos un
estado de ánimo de disposición al aprendizaje. Esta disposición nos `permite ver lo nuevo como nuevo,
no como algo que ya conocemos.
12.- No dar autoridad a otro para que nos enseñe
Dijimos que un primer paso en el proceso del aprendizaje es reconocer que no sabemos. A esto lo
llamamos nuestra declaración de ignorancia. Un segundo paso es encontrar a alguien de quien podamos
aprender, alguien que nos pueda enseñar. A esto lo llamamos nuestra declaración de maestro.
Advirtamos que no hemos dicho que este segundo paso implique "encontrar" un maestro, sino "declarar"
uno. Por cierto, para ser capaces de declarar que alguien puede ser nuestro maestro, debemos
encontrar a una persona que sepa. Pero el que una persona sepa no la convierte en maestro. El hacer
de alguien un maestro involucra otros aspectos importantes.
Cuando declaramos a alguien como nuestro maestro, le otorgamos confianza y autoridad. Examinemos
ambas distinciones. La autoridad, es una forma de poder. Al darle a alguien autoridad sobre nosotros,
estamos haciendo dos cosas diferentes. Por un lado. reconocemos que esta persona comparada con
nosotros tiene una mayor capacidad de generar acción. De esto se trata, precisamente, el poder. Es un
juicio acerca de la capacidad diferencial de alguien para la acción. Cuando esa capacidad de acción se
basa en las competencias propias, podemos hablar de conocimiento. No es sorprendente que en alguna
otra parte hayamos postulado que el conocimiento es poder.
En nuestra cultura experimentamos dificultades para aceptar que otro sabe. Esa aceptación está ligada a
dos emociones: el respeto y la admiración. Sin embargo, nos encontramos con otra actitud, la que en
Chile se llama "el chaqueteo", que básicamente consiste en negar méritos al otro para no salir tan mal
parados cuando nos comparamos con él.
13. La desconfianza
Por otra parte (además de reconocer que alguien sabe lo que no sabemos), cuando concedemos
autoridad estamos diciendo implícitamente que estamos dispuestos a someternos a la dirección de esta
persona, a sus instrucciones y a aceptar sus exigencias. Este es un punto crucial. Esto nos lleva al tema
de la confianza. Aprender es introducirse en lo desconocido. Es introducirse en un dominio de acción en
que aceptamos no saber. La única forma de llegar donde no sabemos es confiando en el maestro y
dejándonos guiar por él. Muchos pasos de este trayecto pueden parecernos extraños, sí fuéramos
capaces de anticiparlos sin la asesora del maestro, no lo necesitaríamos en primer lugar. A menudo no le
encontramos sentido a muchas instrucciones Pero su falta de sentido proviene, precisamente del hecho
que no sabemos. Sólo podemos aprender confiando en el maestro mientras recorremos este camino
desconocido - diciéndonos – “ya que el maestro sabe y yo no, también debe saber qué es lo que debo
hacer para llegar a saber"
Mirando desde otro ángulo, la desconfianza es un enorme gasto de energía.
Consiste en estar constantemente “pidiendo por abajo", como dicen en los juegos de dados. Quien
desconfía está constantemente preguntándose sobre los motivos reales de quien enseña, la agenda
escondida", lo que le dificulta escuchar lo que se está diciendo. Lamentablemente las distinciones entre
confianza e ingenuidad y entre desconfianza y prudencia son, por lo general ignoradas.
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