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Emilio José Sales Dasí, Sergas de Esplandián, Garci Rodríguez de Montalvo
(1999)
INTRODUCCIÓN
ESTRECHAMENTE unidas al Amadís de Gaula, se publican en Sevilla las Sergas de
Esplandián casi dos años después de la primera edición conocida del Amadís. Seguramente,
ni la edición del Amadís de 1508 de Zaragoza ni la del Esplandián sevillano de 1510 son las
primeras. Existen fundadas sospechas de que los cuatro primeros libros de la saga vieron la
luz en la citada ciudad andaluza en 14961, y, considerando el hecho de que Montalvo tenía
el quinto libro como una parte más del conjunto amadisiano, no es difícil plantear sólidas
hipótesis sobre alguna edición también perdida donde las Sergas aparecían solas o junto con
los cuatro libros precedentes2. En cualquier caso, puede afirmarse que Garci Rodríguez de
Montalvo, regidor de Medina del Campo, llevó a cabo su trabajo de refundición de los
materiales primitivos del Amadís y de creación, total o parcial, del Esplandián, entre los años
inmediatamente anteriores a 1492, año de la conquista de Granada mencionada en el
prólogo general del Amadís, y 1504, fecha de la muerte de la reina Isabel la Católica,
asimismo citada como si todavía viviera en dicho contexto, un margen temporal que podría
reducirse algunos años. Más concretamente, a partir de un estudio de las referencias
históricas vertidas en las Sergas y, en especial, de la alusión del personaje de Urganda a «esta
sancta guerra que contra los infieles començada tienen» los Reyes Católicos, surgen teorías
como la de R. Ramos que datan la finalización de la escritura de las Sergas, posterior a la
refundición del Amadís, en un lapso cronológico comprendido entre 1495 y 14973, siendo
1
Grace Williams, apoyándose en sendas noticias de autores alemanes, ya hacía referencia a esta edición
sevillana a principios de este siglo: «Edition not authenticated but given as of Seville by: Ersch und Gruber,
Allgemeine Encyclopädie (Leipzig), 1819; and by Polidori in Preface to La Tavolà Ritonda, 1864. Also cited by
Maximilien Pfeiffer in Amadis-Studien, 1905, as given by Ebert in Bibliographische Sammlungen über den Amadis,
1818. (Handschrift Nº R 136 d. Kgl. öff. Bibliothek, Dresden)» (Apéndice a ‘The Amadís Question’, Revue
Hispanique, 21 (1909), pp. 1-167 [p.155]).
2 Esta posibilidad está muy ligada a la intervención de Alonso de Proaza como corrector y editor de las
Sergas. Al final de la obra, aparecen unas coplas de arte mayor, también llamadas coplas de Juan de Mena. Estas
estrofas, generalmente de versos dodecasílabos, combinan la rima de acuerdo con el esquema ABBAACCA,
la misma distribución de las coplas finales de La Celestina de Fernando de Rojas, obra que también fue
corregida por Proaza. D. W. McPheeters, conociendo la dificultad de precisar con certeza la fecha del trabajo
del editor, supone que el poema que pone fin a las Sergas «se remonta una época coetánea o tal vez anterior a
su labor de corrector de la Celestina» (El humanista español Alonso de Proaza, Valencia, Castalia, 1961, p. 88). Para
los años en que se publicó la primera edición conocida del quinto libro del Amadís, en 1510, Alonso de
Proaza estaba muy ocupado en sus labores de catedrático y editor en Valencia. De este modo, cabe pensar
que no sería él quien corrigió la edición sevillana, sino que ésta seguiría a otro texto anterior probablemente
publicado a finales del siglo XV (p.189, n. 30). En un sentido diferente, el hecho paradójico de que el sexto
libro de la saga, el Florisando de Páez de Ribera, obra en la que se critican algunos episodios narrados en las
Sergas, se publicara el 15 de abril de 1510, es decir, con algunos meses de antelación al texto que dice
censurar, publicado el 31 de julio, refuerza la hipótesis de una edición previa del quinto libro hoy por hoy
desconocida.
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«Para la fecha del Amadís de Gaula («Esta santa guerra que contra los infieles tienen comenzada»)», Boletín de la Real
Academia Española, LXXIV, CCLXIII (1994), pp. 503-521.
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Emilio José Sales Dasí, Sergas de Esplandián, Garci Rodríguez de Montalvo
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incluso probable que Montalvo terminara su labor creadora en 14954. Todas estas fechas, a
pesar de su valor hipotético, nos sitúan en un período transicional entre la Edad Media y el
Renacimiento y, sin lugar a dudas, el lector de las Sergas puede encontrar en esta obra
elementos característicos de ambas épocas, pero, sobre todo, tras las páginas de este quinto
libro de la saga alienta el espíritu de un momento histórico de gran trascendencia: el
protagonizado por los Reyes Católicos.
La caballería andante del Amadís de Gaula deja paso a la caballería religiosa, la caballería a
lo cruzado que lidera Esplandián. La aventura individual al estilo bretón pierde
importancia, y en su lugar nos encontramos con una colectivización de las empresas
militares que ya no nacen por cuestiones arbitrarias o son resultado del puro azar. El
preciado anhelo de la fama se consigue luchando contra el infiel, tarea en la que se aventura
la vida del cuerpo, pero en la que el caballero se asegura la salvación de su alma.
Paralelamente a esta reorientación de la caballería, Montalvo se preocupa por la dimensión
moral y ejemplar de su fábula. Siguiendo el De casibus virorum illustrium de Boccaccio, texto
mencionado en el prólogo del libro IV del Amadís, el comportamiento de sus personajes
sirve para establecer comparaciones o para que el lector reflexione. Cuando la enseñanza
no se percibe con nitidez, el mismo narrador intervendrá para recordarnos nuestros
deberes religiosos, para enseñarnos qué camino hay que seguir si queremos disfrutar de los
galardones eternos. Este presupuesto edificante incide en cierto modo en el predominio
argumental de los episodios bélicos sobre las escenas de carácter sentimental. En un
discurso donde es fácil encontrar contenidos ascéticos que invitan al menosprecio de lo
mundano, parece lógico que el autor esté más interesado en mostrar cómo un caballero se
hace acreedor de las recompensas divinas que en presentar unos personajes que gozan de
los placeres de la carne, al fin y al cabo, bienes efímeros desde un punto de vista ascético.
Así las cosas, en las Sergas hay tópicos enamoramientos a primera vista o amores que surgen
de oídas como el de Esplandián y la princesa Leonorina; aparecen las habituales reacciones
en los enamorados que sufren, se desmayan o tiemblan ante el ser que tanto idealizan; los
caballeros quieren seguir prestando su desinteresado servicio caballeresco a sus damas, pero
todos estos asuntos poseen un papel secundario con respecto a la aventura caballeresca.
Esplandián quiere alcanzar la fama por un camino distinto a su padre, y a diferencia de
Amadís no es ningún ejemplo de amante cortés, aunque la terminología amorosa que utiliza
se inscriba en el marco de esta tradición. Su dependencia amorosa es mínima y retórica, y
para mantener en pie la relación que le une a Leonorina Montalvo introduce a Carmela, una
fiel doncella que, enamorada del protagonista, le servirá de embajadora e intermediaria en
cuestiones del corazón.
Como es norma habitual en los libros de caballerías, tampoco faltan aquí los elementos
o episodios de carácter maravilloso. No obstante, estos materiales sufren un proceso de
adaptación de acuerdo con la ideología del autor. Una nave con forma de serpiente,
inventada por Urganda y, por tanto, artilugio mecánico aunque con atributos y
comportamiento similares al de un ser animal, conduce al protagonista a la aventura sin que
tenga que demorarse en un continuo deambular. Otros objetos mágicos poseen también su
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Emilio J. Sales Dasí, «Garci-Rodríguez de Montalvo, regidor de la noble villa de Medina del Campo», Revista
de Filología Española, en prensa.
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importancia, como aquella espada que la Doncella Encantadora le reservó al héroe y con la
que puede protegerse de serpientes y animales ponzoñosos o le ilumina en la oscuridad.
Pero, en este ámbito de lo fantástico destaca la oposición que se establece entre una magia
al servicio del cristianismo, representada por Urganda, y una magia hostil, la practicada por
la infanta Melía, que se utiliza en favor del paganismo. La dualidad religiosa afecta a la
caracterización de los magos. Urganda dice que Dios consiente sus actos y ella misma, un
ser cada vez más humanizado, no duda en aceptar los designios de Providencia cuando es
víctima de una «caída» y acaba siendo encarcelada con grandes encantamientos por su
adversaria. Asimismo, algunas de las actuaciones de la gran sabidora remiten a un modelo
literario clásico, en concreto a la maga Medea, revelando las preferencias lectoras del
escritor de Medina del Campo. Y en esa misma dirección apuntan dos motivos de gran
empaque en el relato. Con una más que segura influencia de la tradición troyana, Montalvo
recrea la leyenda de las amazonas, mujeres guerreras que ubica en una exótica California,
una isla donde abunda el oro y que, posteriormente, se convertirá en claro referente para
los afanes sedientos de ricos tesoros de tantos y tantos conquistadores que buscaron en el
Nuevo Mundo los mismos países de los que tantos prodigios habían leído o escuchado en
las ficciones caballerescas. Desde California acude Calafia con sus aguerridas doncellas de
color para ayudar a los paganos en el asedio de Constantinopla. La reina Calafia emprende
su aventura personal en busca de la fama, y no enamorada de nadie como le ocurría a su
famosa antepasada Pentasilea. No obstante, conocerá el amor al contemplar la hermosura
de Esplandián y acabará cambiando las costumbres de su pueblo, contrayendo matrimonio
con Talanque y convirtiéndose al cristianismo con sus mujeres.
La leyenda troyana nutre la imaginación de Montalvo con unos motivos argumentales
que él reformula de acuerdo con su perspectiva moral ortodoxa. El mismo asedio de
Constantinopla por los paganos puede ser interpretado como una traslación del ataque
griego sobre Troya. Éste es el acontecimiento principal del relato, una narración que se
organiza en dos grandes bloques estructurales. En el primero, Montalvo desarrolla todos
aquellos hilos argumentales que habían quedado pendientes al finalizar el libro IV del
Amadís, al tiempo que el caballero protagonista va demostrando sus cualidades heroicas y se
presenta como un personaje capaz de dirigir las fuerzas cristianas. En segundo lugar, la
historia se centra en el conflicto que opone al rey Armato de Persia contra el Emperador de
Constantinopla y que dará lugar a la gran batalla entre los ejércitos cristiano y pagano.
Antes que ocurra tal enfrentamiento el autor echará mano de episodios yuxtapuestos,
premoniciones, envío de cartas, alternancias, recursos utilizados con una clara voluntad
amplificatoria y que tienden a destacar la magnitud del evento. Todos los acontecimientos
están dispuestos de forma que Esplandián llegue a alcanzar el cetro imperial griego
ayudando al padre de su amada Leonorina. Éste es el desenlace de las Sergas, pero también
la culminación de los cinco libros de la saga amadisiana. Esto es, el Amadís de Gaula y las
Sergas de Esplandián forman una unidad narrativa más o menos homogénea a través de la
cual se expone la progresión ascendente del linaje. De acuerdo con el fluir temporal de la
historia se suceden los ciclos caballerescos, el de Lisuarte, el de Amadís y, por último, el de
Esplandián. Progresivamente, cada caballero va superando las deficiencias de sus
antecesores y se presenta como un ser más perfecto y capaz de acometer empresas más
elevadas. Mientras las viejas generaciones pagan sus errores con unas metafóricas caídas a la
manera boccacciana, los nuevos miembros de la caballería contribuyen con su esfuerzo a la
pervivencia de un estamento que parece resistirse a desaparecer. La fábula vuelve a ser
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entonces doctrinal o espejo de príncipes. Montalvo, consciente de la trascendencia de su
trabajo, reclama también para sí mismo los galardones de la fama o reclama simplemente
un mínimo protagonismo. Es por eso que, tal vez, después de terminar su tarea refundidora
y creadora, buscó el modo de introducirse en su historia. En los capítulos 98 y 99, mediante
el recurso del sueño-visión, se transforma en personaje y vive sendas aventuras en las que
se encuentra con Urganda y visita los palacios de la Ínsula Firme. Desde allí reflexiona
sobre su actividad literaria, supera las pruebas a las que la maga le somete, y queda investido
de un renovado prestigio autorial. En su condición de escritor avalado por la sabiduría de
un personaje ficticio como Urganda ensalza la altura de su crónica, pero, sobre todo, se
permite el lujo de incorporar un alegato en favor de los Reyes Católicos. Sus monarcas,
Fernando e Isabel, reúnen todas las virtudes posibles, muchas más incluso que los propios
héroes de la obra. El regidor de Medina elogia hiperbólicamente a sus reyes. ¿Los estará
convirtiendo en destinatarios directos de su trabajo y esperará de ellos alguna recompensa?
Quizás el objetivo de Montalvo sea más modesto. Él puede estar estrechamente
identificado con la ideología de la época, y la aventura cruzada de Esplandián contra los
paganos puede ser la expresión literaria de los sueños providencialistas del reinado de los
Católicos. Para perpetuar esa ilusión, los lectores deberían imitar a sus ficticios y modélicos
caballeros. Desde esta perspectiva, la dimensión moral de las Sergas tiene un objetivo
concreto. El caballero medieval que fue Amadís, se ve desplazado por su hijo, un
Esplandián renacentista, que con la cruz en el pecho puede ampliar los límites del
cristianismo y, de pasada, nos puede transportar a espacios míticos, como California, que
despertarán el ansia de aventura en los conquistadores.
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