Buena noches. Me honra la invitación que me han hecho para dar un discurso inspirador a personas sobresalientes y disciplinadas, como lo son los miembros de la sociedad de honor. A los directivos y profesores del colegio y a Carolina Chávez, encargada de la oficina de exalumnos, muchas gracias por la invitación. A ustedes, que deben estar entre los 14 y los 18 años, apenas emprendiendo camino hacia esa angustiante exigencia de “ser alguien en la vida”, debo decirles, por un lado, que les tengo mucha consideración y, por el otro lado, que los envidio enormemente. Los considero porque los tiempos parecen hacerse cada vez más exigentes y el tiempo parece alcanzar cada vez menos. También porque cada vez hay más posibilidades de dónde escoger, lo que a veces nos deja sin saber qué escoger entre tantas opciones. Además, la realidad es cada vez más exigente: hay más competencia, más talentos, más personas destacadas. Nos vemos insertos en un esquema imparable, el de la sociedad de la alta performancia y del máximo rendimiento. Una sociedad en la que “estar bajo la presión de fechas límite” es el modo normal; algo que nos somete a una sobreexigencia constante, tanto física como mental. El problema es que a veces de eso no queda sino el cansancio. Así mismo, también es un período de conexión excesiva: estamos hiperconectados, gracias a las facilidades de la comunicación. Pero el contrapeso de esto es que cada vez es más difícil el encuentro con el otro; el contacto humano y el cruce de miradas se hacen cada vez más escasos, y paradójicamente resultan más frecuentes a través del teléfono inteligente. Pero, como les decía, también los envidio enormemente. Primero, porque quisiera estar nuevamente en Middle School, y no estar bajo la presión y el estrés de la vida real. Segundo, porque creo que los tiempos actuales ya han interiorizado algo que cambia completamente el paradigma de cómo vivimos la vida: el mundo dejó de ser cerrado y ahora se plantea como un horizonte abierto. A pesar de que esa apertura puede darnos un poco de vértigo, nos permite tener la capacidad de formarnos a nosotros mismos como mejor consideremos, de ser versátiles, y abrirnos a la modificación. Es la época que ha llevado a su máxima expresión el hecho de que “el hombre es el animal no fijado”, como decía Nietzsche. Además, es la época de la creatividad. Está pasado de moda asumir a los individuos como consumidores pasivos, y cada vez se apunta más al paradigma de los prosumidores. Aquellos que ya no experimentan el mundo observándolo pasivamente, sino que son activos y comprometidos constructores de este. Es la época de la cultura de los “makers”, de los hacedores, del Do It Yourself, Házlo tú mismo, donde cualquier individuo puede tomar las riendas de la construcción activa del mundo. La tendencia apunta hacia que volvamos a creer en nuestros talentos y mentes para crear, en vez de necesitar a los intermediarios de antes que mediaban nuestra relación con la realidad. Un buen ejemplo de esta eliminación de la intermediación es el esquema peer-to-peer. La sociedad, entonces, ha asumido por fin algo que antes se ocultaba a sí misma: que la vida es un campo abierto de acción, no un guión ya escrito. Y que vivir es precisamente ir encontrando asidero en ese campo indeterminado. Para hacerle frente a tantas posibilidades que se abren ahora, creo que la virtud que más vale no es ni la de la disciplina, ni la del perfeccionismo, sino la de la plasticidad y la transdisciplinariedad. En vez de seres hiperespecializados creo que se necesita cada vez más personas integrales, formadas no sólo en un campo sino en distintos ámbitos. Así pues, para el espíritu del tiempo actual, el mejor candidato no es realmente el más conforme al molde, o el que más se ajusta a lo preestablecido. Es más bien, el que sabe lidiar de manera elástica con la infinidad de variables, el que sabe usar varias gafas para mirar el mundo. Y considero que eso es lo que la educación más debe reforzar en estos momentos. Creo que hay dos maneras principales de formación: una que inculca lo que otros han hecho y les ha salido bien, otra que incita a que se cambie el esquema en que se hacen las cosas. La primera, implica seguir el camino seguro y ensayado para tener una vida segura y seguir una fórmula testeada infinitas veces por el género humano. La segunda, nos enseña a mirar la incertidumbre de frente y poder lidiar con ella. Ambas son igual de válidas. Con la diferencia de que la primera está más ligada al conformismo y no permite desarrollar mayor talento para enfrentar el cambio, ni lidiar tan fácil con las sacudidas que seguro a todos nos llegarán y harán tambalear nuestras vidas. La segunda, en cambio, se adecúa mejor a nuestro mundo actual. A pesar de ser mucho más riesgosa, promueve la flexibilidad, activa más la adrenalina y la audacia, altera el status quo y es tal vez más apasionante. Este colegio, a mi juicio, ha entendido muy bien lo anterior y creo que la palabra que me viene a la mente para describir su modelo educativo es precisamente la de plasticidad. La plasticidad es la propensión de un material para someterse a constantes alteraciones de su estado. Tener plasticidad es tener la capacidad de adaptarse, de amoldarse ante la incertidumbre y los imprevistos. Este concepto es muy famoso en las neurociencias, por ejemplo. Se considera que el cerebro puede remoldear su estructura de acuerdo a las experiencias que va teniendo. En otras palabras, el cerebro no es un centro nervioso ya fijado, sino abierto, y siempre puede reconfigurarse. Lo que significa que ante cualquier trauma, caída, o falta en la vida, uno siempre se puede reinventar. Hay un espíritu de ágora griega en esta institución; varios espacios donde, como solían hacer los atenienses, los estudiantes se reúnen para discutir reglas y debatir sobre temas que les conciernen. Recuerdo mucho las community meetings, donde podíamos expresar nuestras insatisfacciones en público, deliberar y discurrir sobre asuntos; y donde tanto estudiantes, profesores, como directivos tenían la palabra. También recuerdo tantos gestos y frases de profesores que me fomentaron una leve desobediencia civil, recalco “LEVE” porque no quiero sugerir que nos enseñaron a ser desobedientes, me refiero a que nos enseñaron a no tragar entero. En especial recuerdo un profesor de Social Studies, Mr. Goldberg, que nos enseñó el significado del Boycott no simplemente diciéndonos qué era el Boycott sino incitándonos a ejercer un acto de Boycott dentro de las instancias del colegio, frente a un hecho que nos tenía inconformes. También recuerdo a Mr. Den Hyre, un profesor de Historia canadiense que tuve en décimo, que nos enseñó el significado de disonancia cognitiva. Nos mostró cómo en los libros de texto de historia aparece la historia oficial, aquella con que se quiere que los niños crezcan. El problema es que ésta suele estar sólo contada desde un ángulo. Mr. Den Hyre nos enseñó a ser incisivos y a detectar en ella eso que no cuadra. Nos inculcó que la mirada de los hechos siempre está atravesada por un prisma y que hay que afinar nuestro olfato para detectar qué tan sesgada es, y a percibir las estrategias gramaticales que se usan para evadir la verdad. Creo que esta enseñanza de escepticismo me ha servido mucho en la vida, y me ha hecho tener buen olfato. Este mismo profesor nos introdujo al gran libro Operating Manual for Spaceship Earth, de Buckminster Fuller, inventor y visionario del siglo XX, que no se contentó con formarse en una sola disciplina, sino varias. Buckminster Fuller cuestionaba el sistema de educación especializada y la economía basada en la deuda, que lo que hacían era limitar las capacidades de las personas para pensar de otra manera y restringían su experiencia. Fuller es el gran crítico de la educación especializada y creo que por eso fue un gran inventor. Confieso que, en ese momento, como estudiante de décimo ninguna de estas enseñanzas tuvo relevancia mayor en mí, fueron cosas que debí procesar sin darles muchas vueltas. Pero se quedaron ahí en mi sistema digiriéndose silenciosamente. Ha sido años después que han vuelto a mí con mucha fuerza y todo ha hecho mucho más sentido. Como persona que se dedica a la filosofía, he aprendido la importancia de no adoptar un punto fijo, para forjar conceptos originales. He entendido cómo es de importante la sospecha, la crítica y el inconformismo para un filósofo. Es básicamente eso lo que aprendí de muchos de los profesores de este colegio. Esos fueron pequeños pero enormes ladrillos, importantísimos en la estructura que he ido armando. Estoy segura de que esto nos pasa a todos: hay cosas que nos marcan de manera silenciosa, que muchos años después, resurgen. Y es en ese momento, que los puntos que se pensaban inconexos se conectan y el mundo hace mucho más sentido. Ser profesor, carrera que decidí emprender desde que tuve a esas increíbles personas como Mrs. Aguirre y Mrs. Pastás, que me ayudaron a encontrar la vía en el placer por la lectura y la escritura, creo que consiste en eso: en lanzar ciertos dardos que no calarán en su momento, pero que se asentarán y resurgirán con fuerza cuando llegue el día. Hay tanta capacidad de exteriorizarse en este colegio -tanto en clase como en la música, en el arte, en los deportes-, y tan poca represión. En vez de acallar siempre se trataba de canalizar la rebeldía de uno haciendo que la justificara racionalmente. Y muchas veces, cuando uno se oía sus propios argumentos se daba cuenta de que estaba completamente desfasado. Pero eso era lo importante: que uno por sí mismo era el que se daba cuenta, y no era el profesor, con más poder sobre uno, el que le imponía su punto de vista. Creo que lo que más valoro de este colegio es que las mentes que estaban en formación tenían la capacidad también de cuestionar y alterar el mando y muchas veces, con argumentos sensatos, podían cambiar las cosas. Formar así estudiantes hace que éstos sean mucho más únicos en el mundo real. ¿Qué haría yo distinto si volviera a tener 14 años? Creo que sólo dos cosas: pondría más atención y estaría más presente. Creo que el FOCUS es el gran reto de este momento tan hiperestimulado, y lo que más deberíamos ejercitar, porque sino la vida se nos va y nunca nos percatamos. Les recomendaría no asumir éticas impuestas, cuestionar esa idea de “buena vida” o “vida feliz” que tienen, de manera constante. Lamentablemente es muchas veces la publicidad, la sociedad en la que nos movemos y la cultura mediática la que nos insufla un espíritu de lo que es una buena vida. Vivimos bajo esos esquemas sin cuestionarlos, como si fueran los únicos. Pero les aseguro que tarde o temprano llega el momento en que nos damos cuenta de que regirnos bajo esos parámetros tan arbitrarios y tiránicos no tiene mucho sentido. Ojalá se den cuenta de eso más pronto que tarde. Les aconsejo también siempre tener una visión satelital. Tener la capacidad de salirse de ustedes y mirarse desde afuera como lo haría un satélite. Desde el punto de vista del satélite uno comprende que no es sino un ínfimo y mísero punto en un plano lleno de puntos. Esto les ayudará a dos cosas: primero, a no creerse tanto, a ser humildes y saberse finitos, segundo, a no pensar que lo que les pasa es el fin del mundo. Pues cada cosa que les pasa es, al igual que ustedes, un ínfimo y mísero suceso en el universo, y no vale la pena hacer de eso una tormenta en un vaso de agua. Aprendan muchos idiomas, que así desaprenden sus hábitos y se desfamiliarizan con su realidad. Un nuevo idioma les enseña a no estar inmersos en sus reducidas categorías gramaticales; el mundo es muy distinto pensado en alemán o en francés o chino. Salgan de la burbuja, viajen, conozcan. Y ¡madruguen! He leído a tantas grandes personalidades decir, que si había alguien a quien debían agradecer más que a su gran talento para la escritura, era a la ama de llaves que se encargaba como fuera de levantarlos a las 5 de la mañana. Y por último, eviten que su meta en la vida sea hacer plata. Hay muchas más maneras de medir la buena vida, que la de “es mejor ser rico que pobre”, de Pambelé. Creo que hay muchas otras cosas qué decir antes de llegar a esa constatación. Por ejemplo, que es mejor ser abierto que cerrado, que es mejor ser humilde que arrogante, que es mejor ser honesto que corrupto. Y en cuanto al futuro, recuerden que la “tarea no es predecirlo sino hacerlo posible”, como decía de Saint-Exupéry. Muchas gracias.