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Julio Verne
DE LA TIERRA
A LA LUNA
DE LA TIERRA A LA LUNA
Autor: Julio Verne
Primera publicación en papel: 1865
Colección Clásicos Universales
Diseño y composición: Manuel Rodríguez
© de esta edición electrónica: 2013, liberbooks.com
[email protected] / www.liberbooks.com
Julio Verne
DE LA TIERRA
A LA LUNA
Índice
1. El Gun Club . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
2. La comunicación del presidente Barbicane. . . . . . 13
3. Respuesta del Observatorio de Cambridge. . . . . . 19
4. El proyectil . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25
5. Historia del cañón. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35
6. La cuestión de la pólvora . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41
7. Un enemigo entre veinticinco millones de amigos. 47
8. Texas y Florida. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55
9. Desde todo el mundo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61
10. Stone’s Hill . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67
11. El pozo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71
12. La fundición. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77
13. El cañón. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83
14. Un telegrama. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87
15. El pasajero del Atlanta. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89
16. Un mítin . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95
17. La reconciliación. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105
18. Últimos preparativos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111
19. ¡Fuego! . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 119
20. Un nuevo astro.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21. Los primeros momentos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 22. Se organiza la instalación . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23. Satélite. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24. Un momento de embriaguez. . . . . . . . . . . . . . . . . . 25. Consecuencias de una desviación . . . . . . . . . . . . . 26. Sobre la Luna. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27. La noche de dos semanas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28. Importantes descubrimientos. . . . . . . . . . . . . . . . . 29. Lucha contra lo imposible. . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30. La caída. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31. Para terminar. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123
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El Gun Club
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urante la guerra federal, en los Estados Unidos,
se creó un club muy influyente en la ciudad de
Baltimore. Se trataba del Gun Club, formado por antiguos armadores, comerciantes e ingenieros que, durante
la contienda, se hicieron capitanes, coroneles o generales
sin haber pasado por la escuela de West Point. En poco
tiempo igualaron en el arte de la guerra a sus viejos colegas europeos, sobre todo en la técnica de la balística.
No es que sus armas mostrasen una mayor perfección,
sino que tenían tales dimensiones que alcanzaban distancias hasta entonces desconocidas por los ingleses, franceses o prusianos.
Los periódicos del país celebraban estos inventos con
entusiasmo, y hasta el más insignificante tendero se rompía día y noche la cabeza calculando extraordinarias trayectorias balísticas.
Esta afición a la artillería fue la que hizo posible la
fundación del Gun Club, que en poco tiempo alcanzó los
1.833 socios. Una condición imprescindible se imponía a
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Julio Verne
todos los que quisieran ingresar en él: haber imaginado,
o al menos perfeccionado, un cañón, y en su defecto cualquier arma de fuego.
Fundado el Gun Club, puede imaginarse lo que produjo en el terreno de la artillería el genio americano: las
máquinas de guerra adquirieron dimensiones colosales,
consiguieron enormes distancias y produjeron un número de víctimas hasta entonces desconocido. Por ejemplo,
el cañón Rodman, que alcanzaba doce kilómetros y era
capaz de aniquilar a 150 caballos y 300 hombres. O el
mortero inventado por J. T. Maston, secretario perpetuo
del Gun Club, cuyo disparo de prueba, por error, mandó
al otro mundo a 337 personas.
Hay que añadir que estos yanquis, valientes a toda
prueba, no se contentaron solamente con los experimentos, sino que pagaron esta afición en sus propias personas.
Un buen número de ellos quedó en el campo de batalla, y
de los que regresaron, muchos llevaban las marcas de su
gran intrepidez: muletas, piernas de madera, brazos articulados, ganchos en vez de manos, mandíbulas de goma,
Es desolador. ¿Dónde están
los días en que el cañón
nos despertaba con sus
alegres detonaciones?
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De la Tierra a la Luna
cráneos de plata, narices de platino. Nada faltaba en la
colección.
Un lamentable día, sin embargo, se firmó la paz entre
los supervivientes; los cañones volvieron a los arsenales,
las balas se amontonaron en los polvorines y los miembros
del Gun Club permanecieron sumidos en una profunda
ociosidad.
—¡Y ni una guerra en perspectiva! —exclamó entonces el
célebre J. T. Maston, rascándose la cabeza con su gancho
de hierro—. Y eso cuando hay tanto que hacer en la ciencia
de la artillería...
Hay razones para batallar,
¿no perteneció América a
Inglaterra? ¿Por qué Inglaterra
no ha de pertenecer ahora
a América del Norte?
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Julio Verne
—Sin embargo —intervino el coronel Blomsberry—, sigue
habiendo tensiones en Europa...
—¿Y qué?
—Pues que acaso se declare alguna guerra allí, y si aceptan nuestros servicios...
—Puesto que las cosas están así, no nos queda más remedio que dedicarnos durante los últimos años de nuestra
vida a plantar tabaco o a destilar aceite de ballena.
—Eso sería lo justo —respondió el coronel Blomsberry.
—¡Vayamos a proponérselo al presidente de los Estados
Unidos, y ya verán cómo nos recibe! —gritó J. T. Maston.
Las cosas iban así, los ánimos se exaltaban cada vez
más, y el club se hallaba amenazado de una próxima disolución, cuando un inesperado acontecimiento impidió
aquella verdadera catástrofe.
Al día siguiente de la conversación que acabamos de
relatar, estos hombres recibieron la siguiente carta:
Baltimore, 3 de octubre.
El presidente del Gun Club tiene el honor de comunicar a
sus colegas que en la sesión del día 5 del mes en curso se les
pondrá en antecedentes de un hecho que les interesa mucho.
En consecuencia, se les ruega que asistan puntualmente y sin
ningún pretexto a dicha sesión, a la que se les invita con la
presente circular.
Impey Barbicane, P. G. C.
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del presidente Barbicane
E
l 5 de octubre, a las ocho de la noche, una compacta muchedumbre se agolpaba en los salones
del Gun Club. Todos los miembros residentes en Baltimore habían acudido; en cuanto a los que vivían en otras
ciudades, los trenes los depositaron por centenares en las
calles de la ciudad.
A pesar de lo grande que era el salón de sesiones, aquel
mundo de sabios no cabía allí. Ocuparon las salas vecinas,
los pasillos y hasta los patios exteriores, tambaleándose,
empujándose, estrujándose por ocupar las primeras filas a
fin de escuchar la importante comunicación del presidente
Barbicane.
La inmensa sala de sesiones ofrecía a la vista un curioso espectáculo: las altas columnas estaban formadas por
cañones superpuestos, a los que servían de base grandes
morteros. El gas salía a plena llama de un millar de revólveres agrupados en forma de lámpara, y varios candelabros hechos con fusiles reunidos en haz completaban la
espléndida iluminación. Toda clase de piezas procedentes
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Julio Verne
de cañones y armas de fuego sorprendían a la vista por su
asombrosa disposición, haciendo pensar que su destino
era más bien decorativo que bélico.
En un extremo de la sala, el presidente, asistido por
cuatro secretarios, ocupaba un ingenioso sillón formado
por las piezas de un poderoso mortero del 32, asentado
sobre unas piezas giratorias de tal forma que incluso podía
imprimírsele un agradable balanceo de mecedora durante
los calores agobiantes. Sobre la mesa se veía un tintero
de gusto exquisito hecho de un casco de metralla deliciosamente cincelado. Como campanilla para apaciguar los
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De la Tierra a la Luna
ánimos de los artilleros excitados, el presidente usaba un
revólver de detonación, artísticamente sostenido sobre la
mesa.
Delante de ésta, banquetas colocadas en zigzag, como
si se tratase de trincheras, formaban una sucesión de bastiones y murallas donde se sentaban los miembros del
club.
El presidente Barbicane era un hombre de cuarenta
años, tranquilo y austero, de espíritu serio y concentrado, exacto como un cronómetro y de un temperamento a
toda prueba. Tenía un carácter aventurero, pero siempre
aportaba soluciones prácticas aun en sus empresas más
temerarias. Implacable enemigo de los señores del Sur,
era, en una palabra, un yanqui de una pieza.
Barbicane había amasado una gran fortuna en el comercio de la madera, y durante la guerra contribuyó poderosamente al progreso de la artillería, dando un gran
impulso a las actividades experimentales. Como rara excepción en el Gun Club, poseía todos los miembros intactos, y sus acentuados rasgos, que denotaban audacia y
sangre fría, parecían estar trazados con tiralíneas.
Mientras sus colegas hablaban estrepitosamente, él permanecía sentado, absorto en sus pensamientos. Cuando
sonaron las ocho en el reloj del gran salón se puso en
pie súbitamente, como movido por un resorte. Se hizo un
silencio general.
—¡Sí! ¡La guerra! —gritó impetuoso J. T. Maston.
—Pero la guerra —siguió Barbicane— es imposible en las
actuales circunstancias. Es preciso, pues, tomar de otro
orden de ideas el alimento para nuestra actividad. Desde
hace algunos meses me pregunto si, aun permaneciendo
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Julio Verne
Valientes colegas. Hace
ya demasiado tiempo que
una paz infecunda ha
sumido al Gun Club en
una lamentable ociosidad.
Toda guerra que volviese
a ponernos las armas en la
mano sería bien recibida...
dentro de nuestra especialidad, podríamos emprender
algún experimento digno del siglo xix. Por lo tanto, he
buscado, he trabajado, he calculado para llevar a cabo
un proyecto digno de ustedes, del pasado del club, y sólo
posible en este país. Algo que causará ruido en todo el
mundo.
—¿Mucho ruido? —preguntó un apasionado artillero.
—Mucho ruido en el verdadero sentido de la palabra —
respondió Barbicane. Y siguió a continuación—: No existe
ninguno de ustedes que no haya visto la Luna. Nuestro
satélite se ha estudiado desde todos los puntos de vista:
su peso, su volumen, su constitución... Se han levantado
mapas del mismo y se le ha fotografiado. Se sabe sobre la
Luna todo cuanto la matemática, la astronomía, la geología y la óptica puede enseñarnos, pero hasta ahora no
se ha tomado contacto con ella...
Un movimiento de sorpresa e interés acogió estas palabras.
—Muchos escritores de todos los tiempos imaginaron
viajes a la Luna que eran pura fantasía. Pero ahora es dis-
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De la Tierra a la Luna
tinto. Todos ustedes conocen los progresos que ha hecho
la balística en los últimos años. Tampoco ignoran que, de
forma general, la resistencia de los cañones y la potencia
expansiva de la pólvora son ilimitadas. Pues bien, partien-
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Julio Verne
do de este principio, me he preguntado si, por medio de
un aparato adecuado, con las condiciones de resistencia
necesarios, no sería posible enviar un proyectil a la Luna...
Ante estas palabras, un «oh» de estupefacción escapó
de todas las gargantas. Después hubo un momento de silencio, y a continuación estalló un trueno de gritos, aplausos y clamores que hizo temblar el salón de la asamblea.
—Déjenme hablar —continuó fríamente Barbicane—. He
abordado la cuestión en todas sus fases, y de mis cálculos
indiscutibles resulta que todo proyectil dotado de una velocidad inicial de diez mil metros por segundo y dirigido
hacia la Luna, tiene que llegar necesariamente a ella. Así
pues, tengo el honor de proponer a mis valientes colegas
la tentativa de este pequeño experimento.
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3
Observatorio de Cambridge
L
os gritos, los hurras, los «hip, hip, hip» acogieron
las últimas palabras del honorable Barbicane. Era
un desorden indescriptible: las bocas gritaban, las manos
palmoteaban y los pies pataleaban en el suelo del salón.
Barbicane fue pronto arrancado de su asiento y llevado en volandas al exterior. El paseo triunfal duró toda la
noche, en una verdadera marcha de antorchas. El magistrado, el negociante, el mercader, el mozo de cuerda, el
inteligente y el más torpe, todos se sentían conmovidos. Se
trataba de una empresa de importancia nacional.
La emoción se calmó hacia las dos, hora en que Barbicane, roto, aplastado y molido, regresó a su casa. No sólo
en Baltimore había cundido la emoción; en las principales ciudades de la Unión: Nueva York, Boston, Albany,
Washington, Richmond... de Texas a Massachussetts y de
Michigan a Florida, todos tomaron parte en aquel delirio.
Al día siguiente, 1.500 periódicos hablaron sobre el
tema y ninguno puso en duda que fuese posible realizar
el proyecto. Las principales sociedades científicas del país
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Julio Verne
dirigieron, por su parte, miles de cartas de felicitación al
Gun Club, con ofrecimientos inmediatos de servicios y
dinero.
Barbicane, pese a los elogios y aplausos generales, no
perdió un instante. Reunió a sus colegas en los despachos
del Gun Club y se convino en consultar a los científicos sobre los aspectos astronómicos de la empresa. Así
pues, se dirigió una nota al Observatorio de Cambridge,
en Massachussetts, que contenía preguntas muy precisas
sobre la empresa. El Observatorio de la Universidad de
Cambridge era justamente famoso. Su junta estaba for-
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De la Tierra a la Luna
mada por los sabios de más mérito, y en él se hallaba el
telescopio que había hecho posible descubrir la nebulosa
de Andrómeda y el satélite de Sirio.
Dos días después llegó la respuesta, que contestaba
en los siguientes términos a las preguntas hechas por los
miembros del Gun Club:
«1.ª ¿Es posible enviar un proyectil a la Luna?
»—Sí, siempre que se consiga imprimirle una velocidad
inicial de diez mil metros por segundo. Esto le permitirá
escapar de la atracción terrestre para caer en la gravitación lunar.
2.ª ¿Cuál es la
distancia exacta
que separa a
la Tierra de
su satélite?
»—La Luna describe alrededor de la Tierra una elipse. En su apogeo está a 99.640 leguas, y en su perigeo a
88.010 leguas. El perigeo de la Luna es el que debe servir
de base para los cálculos.
»3.ª ¿Cuánto durará el trayecto del proyectil y en qué
momento deberá ser lanzado para que encuentre a la Luna
en un punto determinado?
»—Teniendo en cuenta la progresiva disminución de
la velocidad, el proyectil tardará ochenta y tres horas y
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Julio Verne
veinte minutos en alcanzar el punto en que las atracciones
terrestres y lunar se equilibran. Después tardará trece horas, cincuenta y tres minutos y veinte segundos en caer en
la Luna. Por lo tanto, convendrá lanzarlo noventa y siete
horas, trece minutos y veinte segundos antes de la llegada
de la Luna al lugar apuntado.
»4.ª ¿En qué momento exacto se presentará la Luna en
la posición más favorable para que la alcance el proyectil?
»—Cuando coincida su paso por el perigeo y por el cenit, instante en el que se halla a menor distancia de la
Tierra. Esto sucederá el 4 de diciembre del año próximo,
a las doce de la noche.
»5.ª ¿A qué punto del cielo deberá apuntarse el ca ñón
destinado a lanzar el proyectil?
»—Deberá situarse vertical, apuntando al cenit en un
lugar comprendido entre los 0 y los 28 grados de latitud
norte o sur. De otra forma el tiro resultaría oblicuo, lo que
supondría mayor dificultad para escapar a la gravitación
terrestre.
»6.ª ¿Cuál será la posición que ocupará la Luna en el
cielo cuando parta el proyectil?
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De la Tierra a la Luna
»—En el momento del tiro, el ángulo visual que lleva a
la Luna coincidirá con la vertical del lugar donde se efectúe el disparo un ángulo de 64 grados.»
Tras ponerse a disposición del Gun Club para cuanto
fuese necesario y recomendar que se iniciasen los trabajos
con celeridad, para que todo estuviese a punto el 4 de diciembre del próximo año (ya que las mismas condiciones
de perigeo y cenit no se repetirían hasta dieciocho años
después), terminaba la carta, firmada por el director del
observatorio.
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Julio Verne
Para un conocimiento más exacto del objetivo que
pretendían alcanzar, los miembros del Gun Club pusieron al día sus conocimientos sobre nuestro satélite, y se
proponían completarlos desde todos los puntos de vista:
cosmológico, geográfico, político e, incluso, moral.
Estudiaron el origen del universo, de nuestra galaxia,
del sistema solar, de la Tierra y, naturalmente, todos cuantos datos se conocían hasta la fecha sobre su satélite, la
Luna.
Desde las referencias de los sabios antiguos hasta las
teorías de los más célebres astrónomos del momento, sin
olvidar cuanto opinaron y descubrieron mentes tan preclaras como Ptolomeo, Aristóteles, Copérnico, Ticho Brahe
o Galileo.
La Luna se puso de moda, y el país no tuvo ya otra ambición que tomar posesión de este nuevo continente aéreo,
para enarbolar en su cima más alta la bandera estrellada
de los Estados Unidos de América.
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El proyectil
E
n la carta del Observatorio de Cambridge se había tratado la cuestión desde el punto de vista
astronómico. Se imponía ahora resolver los aspectos mecánicos.
Sin perder el menor tiempo, el presidente Barbicane había nombrado, dentro del club, un Comité Ejecutivo, que
debería resolver los tres grandes problemas de la empresa:
el cañón, el proyectil y la pólvora.
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