En base a «La celebración del sacramento de la reconciliación» del Centro Nacional de Pastoral Litúrgica (Francia) Vivir y proponer la 1 Si uno es cristiano, es una criatura nueva. Lo antiguo pasó, ha llegado lo nuevo. Y todo es obra de Dios, que nos reconcilió con él por medio de Cristo y nos encomendó el ministerio de la reconciliación. Es decir, Dios estaba, por medio de Cristo, reconciliando el mundo consigo, sin tener en cuenta los pecados de los hombres, y confiándonos el mensaje de la reconciliación. Somos embajadores de Cristo y es como si Dios hablase por nosotros. Por Cristo les suplicamos: Déjense reconciliar con Dios. A aquel que no conoció el pecado, Dios lo trató por nosotros como un pecador, para que nosotros, por su medio, fuéramos inocentes ante Dios. (2 Corintios 5,17-21) Reconciliacion HACER RENACER LA NECESIDAD DE LA RECONCILIACIÓN Muchos se preguntan sobre la necesidad del sacramento de la penitencia y la reconciliación y de su oportunidad. Muchos también lo han ido dejando por negligencia, sin darse cuenta de lo que perdían. Sin duda, detrás de estas actitudes hay problemas de fe y fidelidad a Dios, a Cristo y a la Iglesia. Pero hay también una debilidad (antropológica) de la condición humana y de su comportamiento, y esta debilidad se refiere al signo (parte visible del sacramento) y a la gracia (su parte invisible). En efecto, descuidar su importancia, incluso la necesidad del signo sacramental, es también descuidar algo de lo humano. Llevamos en el corazón la conciencia de que ciertos actos ofensivos reclaman una acusación, una petición de perdón (o al menos de excusas) y de reconciliación con el ofendido. ¡Hay tantas parejas y familias que lo dicen y viven así! Y qué tristeza, incluso que amenaza, cuando uno de los interesados quiere siempre tener razón y no reconoce sus equivocaciones. El sacramento de la penitencia y la reconciliación es de otro orden, pues concierne a la Alianza de los hombres con Dios. ¡Razón de más! «Si alguno dice que ama a Dios y aborrece a su hermano, es un mentiroso, pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve» (1 Juan 4,20). Humana y cristianamente, la ofensa pide una reconciliación, y no hay reconciliación sin intentarla, sin una reconciliación significativa. Déjate reconciliar con Dios El sacramento de la reconciliación es un don de Dios y un invento de su gracia. Sin él, no sabríamos plenamente lo que es la Buena Noticia de Cristo «entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación» (Rom. 4,15). Contribuye a revelar la originalidad de la fe cristiana. Olvidarlo o no acudir a él, nos lleva, poco a poco, a perder el sentido de lo que es el cristianismo, la vida cristiana y la Iglesia. Todos los grandes maestros de la vida espiritual vivieron y propusieron, de acuerdo a las tradiciones de sus épocas, el camino de la conversión y celebración del sacramento de la reconciliación (recordemos lo fundamental que era para Don Bosco). El deseo de reconciliación y paz vive en el corazón del hombre. ¿Por qué es tan difícil transformar este deseo en realidad con el signo visible del sacramento? ¿Qué es lo que más dificulta para los adolescentes y jóvenes cristianos encontrarse con Cristo en este sacramento? ¿Encontrarán testigos de esto? Propongamos una línea de acción para trabajar esto con los jóvenes de nuestra comunidad.