Hugo Chávez, ese niño disposicionero que fue tras sus sueños por

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Hugo Chávez, ese niño disposicionero que fue tras sus
sueños por las calles de Sabaneta
Caracas, 27 Jul. AVN.- En Sabaneta de Barinas, capital del municipio Alberto Arvelo Torrealba, hubo
una vez un niño que era muy popular entre los demás por su carácter jocoso, que le gustaba jugar
chapitas con sus amigos y contemplar los atardeceres desde la altura de naranjos, topochales y
matas de mangos sembrados en su pequeña casa de palma y paredes de tierra, justo al lado de uno
de los más grandes semerucos que generosamente dejaba caer sus frutos para el festival del
pueblo.
El niño llamado Hugo Rafael, segundo en la fila de seis hermanos, hijos de la unión entre Hugo de los
Reyes Chávez y Elena Frías, nació el 28 de julio de 1954. Pasó su infancia al cuidado de su abuela
materna Rosa Inés, a quien todos llamaban en el llano como la Negra Inés, y a quien Hugo llamaba
simplemente Mamá Rosa.
"Yo tuve una abuela que le decían la Negra Inés. Una negra despampanante, famosa en todo el
llano. Han pasado casi cien años y todavía la recuerdan poetas del llano: la Negra Inés, la de la casa
del semeruco, cerca de la iglesia. Eso suena a recuerdo bonito, profundo y lejano" contó una vez
Hugo Chávez, el niño que recorrió las calles de su tierra natal persiguiendo los sueños que consolidó
en la adultez, cuando se convirtiera en el principal impulsor de la Revolución Bolivariana en
Venezuela, y promotor de la integración entre América Latina y el Caribe.
En la casita vieja de Rosa Inés Chávez, el niño Hugo aprendió a cultivar rubros como el maíz —que
luego molía y transformaba en ricas cachapas para él y sus hermanos— y la lechosa, fruta con que la
familia preparaba los tradicionales dulces de arañas que Hugo vendía en el pueblo como pan
caliente, y que con los años le signaran el apodo de "El arañero de Sabaneta".
De casa de la abuela Rosa, dijo una vez el comandante: "salía con mi carretilla llena de lechosa y de
naranjas a venderlas en la barquillería —así se llamaba la heladería— y me daban de ñapa una
barquilla. Era mi premio, y una locha para que comprara qué se yo qué cosas", contó el líder
socialista, de acuerdo con las historias compiladas en el libro Cuentos del arañero, por Orlando
Oramas León y Jorge Legañoa Alonso.
Pero fue la abuela Rosa quien también le enseñó al niño a leer y escribir las primeras letras, las
cuales debían quedar siempre perfectas, redonditas como explicaría luego el mismo Hugo Chávez,
quien heredó de la Negra Inés la devoción por la lectura y la escritura, valores que llevó al pueblo
venezolano que lo eligió presidente de la República Bolivariana de Venezuela en el año 1999 y hasta
2013.
“Mi abuela Rosa Inés nos enseñó a Adán —Adán Chávez, hermano del comandante— y a mí a leer y
a escribir antes de ir a la escuela. Fue nuestra primera maestra. Ella decía: ‘Tienes que aprender,
Huguito’. ¡Las letras redonditas que ella hacía! Quizás de ahí viene mi pasión por la escritura, por la
buena ortografía, no cometer ni un error”, contó.
Recordaba con amor, además, los regaños y consejos que recibió de la abuela, quien al verlo
encaramado en las matas de fruta de la casa de barro, le advertía que tuviera cuidado, porque el
Diablo andaba suelto.
“Uno se lanzaba barúuu, barúuu. El hombre de la selva. Yo prefería ser Barú que Tarzán. Barú era
africano. Uno caía, se “espatillaba” contra los topochales y mi abuelita, pobrecita, que en paz
descanse, salía con las manos en la cabeza. ‘¡Muchacho, te vas a matar. Bájate de ahí, mira que el
Diablo anda suelto!’. A veces a mí me daba miedo porque uno pensaba que el Diablo andaba suelto
de verdad. Claro, Cristo anda suelto también y Cristo siempre le gana al Diablo, como Florentino
venció al Diablo”, expreso el líder de la revolución.
Sin embargo, no hubo caída de naranjal alguna que pudiera frenar los sueños ni la energía del
comandante, que desde los primeros meses de vida ya sorteaba difíciles obstáculos, como aquella
noche en que casi fue devorado por una serpiente tragavenado mientras dormía en un chinchorro, o
cuando su hermano Adán, apenas un año mayor que él, lo dejó caer al piso estando recién nacido
cuando intentaba mecerlo.
Rosa Inés Chávez decía que su nieto Hugo era muy "disposicionero", y que por eso su decisión de
alistarse en la Academia Militar no era la más correcta. "Huguito, usted sálgase de ahí. Usted no
sirve para eso", le decía la abuela, que por muchos años consoló el llanto del niño, que cuando no
sacaba 20 en un examen de la escuela se quedaba sin ver Tin Tan, Chucho, El roto y El Águila Negra,
películas que proyectaban los fines de semana en la única sala de cine de Sabaneta.
Cuando la abuela enfermó, Hugo Chávez, con mucho pesar, acudió en seguida a su lado, y lloraba
ante la pronta ausencia de quien era "su madre vieja". "Hay Huguito, no llores, que quizás con tanta
pastilla me voy a curar", le decía la Negra Inés, quien partió a otros senderos de luz un 1° de enero.
"La sembramos al día siguiente. Ya yo estaba comprometido con la Revolución, por eso le escribí
estas letras: Quizás un día, mi vieja querida, dirija tus pasos hacia tu recinto, con los brazos en alto y
como alborozo, colocar en tu tumba una gran corona de verdes laureles: sería mi victoria y sería tu
victoria y la de tu pueblo, y la de tu historia; y entonces por la madrevieja volverán las aguas del río
Boconó, como en otros tiempos tus campos regó; y por sus riberos se oirá el canto alegre de tu
cristofué y el suave trinar de tus azulejos, y la clara risa de tu loro viejo; y entonces en tu casa vieja
tus blancas palomas el vuelo alzarán y bajo el matapalo ladrará 'Guardián', y crecerá el almendro
junto al naranjal, también el ciruelo junto al topochal, y los mandarinos junto a tu piñal, y enrojecerá
el semeruco junto a tu rosal, y crecerá la paja bajo tu maizal, y entonces la sonrisa alegre de tu
rostro ausente llenará de luces este llano caliente (...) al fin de mi vida yo vendría a buscarte, Rosa
mía, llegaría a tu tumba y la regaría con sudor y sangre, y hallaría consuelo en tu amor de madre, y
te contaría de mi desengaño entre los mortales, y entonces tu abrirías tus brazos y me abrazarías
cual tiempos de infante, y me arrullarías con tu tierno canto, y me llevarías por otros lugares",
escribió el comandante.
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