HOSPITALIDAD EXCESIVA. SEMIOPRAXIS CRÍTICA Y JUSTICIA POSCOLONIAL. 1 José Luis Grosso Centro Internacional de Investigación PIRKA – Políticas, Culturas y Artes de Hacer Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Catamarca, Argentina Instituto de Estudos de Literatura Tradicional – IELT, Faculdade de Ciências Sociais e Humanas, Universidade Nova de Lisboa, Portugal Centro de Investigación y Estudios Sociológicos – CIES, Buenos Aires, Argentina CORPUS – International Group for the Cultural Studies of Body Tumba-apacheta ch’allada de Rodolfo Kusch en el cementerio cristiano de Maimará, Quebrada de Humahuaca, Jujuy, norte de Argentina. El sospechoso topos de la hospitalidad. “Europa ha transportado por el mundo entero, junto con sus discursos, compulsivamente, su voluntad imperativa de fundar: fundar-se a Sí Misma y fundar su ‘otro’ contextual; fundar (antes que nada) los términos de esa relación” (Grosso, 2005: 42). Esta frase tomada de mi texto Las labores nocturnas. Hacia una semiología de las prácticas en contextos interculturales poscoloniales, enuncia el miembro falogotrópico del discurso de la “hospitalidad” con el que Occidente se ha abierto espacio para ser acogido por todos aquellos 1 Una primera versión de este texto ha sido publicada bajo el título Excess of Hospitality. Critical Semiopraxis and Theoretical Risks in Post-colonial Justice, in A. Haber & N. Shepherd. After Ethics. Ancestral voices and post-disciplinary worlds in archaeology. New York: Springer Press, 2014. 1 pueblos de los cuales lo ha requerido. Tales fueron los argumentos de Francisco de Vitoria en la corte española en el siglo XVI. Anthony Pagden destaca el papel de Vitoria en su actividad académica vinculada al Consejo del Rey (Pagden 1982). La evaluación que Vitoria hace del “estado de civilización” de las poblaciones indígenas establece como criterion la "ciudad" en su tradición mediterránea. Ésta es reconocible por la siembra de distancias: entre los distintos estados y castas sociales, entre los mesurados interactuantes en la palabra y la escucha, entre los ámbitos de lo sagrado y de lo profano, entre las familias monogámicamente constituidas. En los protocolos de la hospitalidad, que era considerada el régimen de interacción adecuado para la relación entre representantes de diferentes ciudades, el extranjero (que en este sentido ya se volvía, al menos, no-extraño), haciendo ostentación de su respeto de las distancias “civiles” (dentro de su propio grupo y ante los ojos vigilantes de sus anfitriones), distinguía su inquietante presencia de la amenaza y de la siempre temida invasión, o de atentar contra la corrupción por la inoculación de valores o anti-valores foráneos, y se hacía merecedor, de ese modo, de una recepción amistosa (Pagden 1982: 77). Las suertes corridas por los europeos entre los “indios” se transformaron en un gran tema de los encuentros coloniales para la discusión y justificación de las políticas consecuentemente implementadas (Hulme, 1986: 249). El maltrato de los recién llegados, con el que se violaba las leyes ("universales") de la “hospitalidad”, era un signo claro de "pueblos bárbaros" para el acendrado sentido común europeo (Pagden, 1982: 25). De hecho, en la argumentación de Francisco de Vitoria era el único motivo racional que tornaba la toma violenta de las nuevas tierras en legítima defensa propia (!!) y para garantizar el libre acceso de los "hombres de ciudad" a todas las vías y a todos los sitios del mundo (Pagden, 1982: 77). La “hospitalidad” requerida y negada habilitaba racional y jurídicamente el “derecho de conquista”. Junto con la “civilización” y el “evangelio” venían la toma de posesión territorial, la extracción del oro que financiaba aquellas empresas y el “comercio”. La “hospitalidad” estaba así tramada argumentativamente con el intercambio de la lógica mercantil, aún antes de la moralizante operación maussiana que desliza imperceptiblemente el don ritual –potlatch, kula– como fundamento arcaico conmensurable con la pretendida universalidad de la lógica moderna del mercado (Mauss, 2012). La negativa a esclavizar al indígena forma parte del discurso de la “hospitalidad” en la medida en que el “indio”, sometido a la tiranía de la sensibilidad, de las pasiones y del cuerpo, es la base material sobre la que el español europeo va a edificar (como ya lo ha hecho sobre sí y 2 sobre otros con antelación) su dominio “ciudadano-civilizado” de las distancias. Sobre el “indio” tiene que triunfar la "forma" europea, y, gracias a esa empresa, Europa se reconstituirá a sí misma, tomando nuevas fuerzas desde sus raíces griegas y hebreas: políticas (de la pólis) y edénicas. Si el Paraíso y la Barbarie son nuevamente encontrados, frente a frente, no es más que para poner en marcha con nuevo vigor la tarea auto-constructiva. Esclavizar al “indio” sería disponer de él (como del “negro”), irredento en su mera fuerza instrumental, y eso mismo privaría al español de tener el espejo donde poder mirar la propia obra. La “humanización” del indígena interesa como europeización renovada de la totalidad (planetaria y universal). Especialmente en el caso de España, que hallaba en el dominio sobre las gentes (tal como enfatiza Patricia Seed; Seed, 1992) la indubitable bendición de la incertidumbre moral y mala conciencia con que venía realizando la Reconquista peninsular expulsando a los moros, que no parecían en absoluto menos “bárbaros” que los cristianos peninsulares (Bennassar, 1976). El discurso colonial de la "hospitalidad", dispositivo omnipresente en la relación europea con los "otros", esconde una imagen previa del Sí Mismo frente a / por sobre el "otro", naturalizada y universalizada. El discurso de la "hospitalidad", cuerpo-del-lenguaje que anima las prácticas de “civilización” y “modernidad”, no es más que la tácita justificación de una “presencia” europea universal, exclusiva en su necesariedad, excluyente en la pretendida necesidad mundial que satisface. Todos los pueblos deben abrirle paso y acogerla, pero no sólo por sus respectivas carencias e incompletitud, sino sobre todo y en primer lugar porque en realidad ella no es nada sin ellos. Europa vive para su misión de "alterizarlos" y se alimenta de la percepción de que ellos no son “tan absolutamente” diferentes, sino, en el fondo, tan solamente, y sin embargo, sus "otros", sus siempre meros inversamente “otros”: esos que no tienen en ningún caso más "Sí Mismo" que (providencialmente) la referencialidad europea fundante. Monoteísmo que aplasta la relación que habita: un Otro creador ex nihilo que no puede ser sino acogido en su don único y monolítico, absoluto. Todo es a “su imagen y (des)semejanza”. “Europa” ciertamente es una creación retórica y mito-lógica que amalgama diversos, conflictivos y complejos procesos históricos que la constituyen. Igualmente lo es su reducción a dos “vertientes culturales”: “hebrea” y “griega”; así mismo, su “Oriente” (Clifford, 1988: Cap. 11. On “Orientalism”). Pero estos constructos retóricos tampoco pueden ser negados ni desconocidos en cuanto que constituyen ficciones operativas de gran efectividad en la 3 construcción identitaria de las naciones europeas occidentales durante los siglos que siguieron a la caída del Imperio Romano de Occidente, a las invasiones de los pueblos del Norte y a la expansión islámica sobre el Mediterráneo, es decir, a lo largo de la Edad Media, especialmente a partir de los siglos VIII y IX. La ideología tiene su fuerza específica. Su crítica es necesaria para descomponer la formación ideológica en sus elementos heteróclitos silenciados, pero ello no puede llevarnos a desconocer su poder simbólico en la estructuración de la acción social y de las representaciones colectivas, porque, por ser hipercríticos, podemos terminar siendo ingenuos. La metáfora de la “hospitalidad” es el t(r)ópos colonial fundante de la conciencia europea moderna, discursivamente constituida en cuanto tal (White, 1978). En ella, el gesto-lenguaje fundacional pone la relación con un "otro" representada como una superioridad desplazable sobre una inferioridad absorbible. Metáforas que hacen parte no sólo ni en primer lugar de una poética, sino de una dramática: "representación" que no sólo lo es en su carácter estricta(estrecha)mente lingüístico, eidético-referencial, sino en sentido discursivo lato sensu 2, en el despliegue escénico de su teatralidad literaria (Said 1979: 55), y aún en la teatralidad lúdica estética radical, constitutiva del lenguaje y del conocimiento mismos (Gadamer, 1984: 154-222). 3 "Poética del otro" (analogada a las fenomenológicas "poéticas" bachelardianas por Said) que, en su enraizamiento práctico, va siempre unida a la "dramática del otro" que la envuelve e intensifica. El así llamado, eurocéntricamente, “descubrimiento de América” puso en marcha (proveyéndole del combustible permanente) el motor conquistador-colonizador europeo que cruzó el Atlántico como por un "Nuevo Mediterráneo". La "invención de América" sería, de este modo, una empresa peculiar del expansionismo europeo del siglo XVl en adelante, fundada, para O’Gorman, en el complejo de una conciencia excedida y su defensivo poderío técnico sobre el espacio, vencedor de distancias y transportable (O’Gorman, 1984). Europa coloniza el (su) “Resto del Mundo” (Pratt, 1992). 2 Señalado por Foucault en Las palabras y las cosas como “episteme” arqueológica de los siglos XVI y XVII (Foucault 1996). 3 Representación dramática como el “desplegarse de un volumen”, “espaciamiento”, “que ninguna palabra podría resumir o comprender”, irreductiblemente escénica, tal como Derrida la encuentra en Artaud (Derrida, 1989a: 325). Borrando su innoble origen y su compromiso con la historicidad, “Occidente –y esa sería la energía de su esencia– no habría trabajado nunca sino para borrar la escena (su drama, su dialogicidad, su trama de diversos “lenguajes”)” (Derrida, 1989a: 323). 4 Hayden White propone, como metáforas fundacionales del "otro", según las dos tradiciones europeas ideológicamente auto-percibidas como constitutivas: por un lado, en el horizonte hebreo, la distinción de la fe “propia” respecto de los "paganos", dramatizando una progresiva "diversificación" física y cultural: podría decirse que la multiplicación babélica de las lenguas y la lejanía -lingüística, geográfica, religiosa- respecto de los antecesores y de los lugares de la Revelación otorgan al "otro" el rol secundario del "perdido", que, de permanecer en su obcecado paganismo, en todo caso es siempre, además, “necio”; y por otro lado, en el horizonte griego, la distinción de la civilización “propia” respecto de los "bárbaros", dramatizando una marcada "división" moral y metafísica: podría decirse que la argumentación política griega, frente a la tiranía natural de las pasiones en la exterioridad no-griega, otorga al "otro" el rol secundario del "acrático", que, por exceso o por defecto, en todo caso es siempre, además, novirtuoso (White, 1978). El "otro" y el "sí mismo" imaginados son una carencia mutua constitutiva, un monadismo de opuestos simétricos, congruentes y complementarios: como para Platón, en El Banquete, la mítica del inquieto Eros, hijo de Poros y Penía, del Recurso y la Necesidad, es sometida a la reflexión filosófica en procura de definiciones esenciales en la coherencia lógico-lingüística; como en la mítica hebrea, la soledad adánica en el Paraíso ante el Único Dios encuentra su contra-parte reproductora. En ambos casos, un "sí mismo" próximo, masculino, central, hombre piadoso o ciudadano libre; una insatisfacción de ese "sí mismo" en su incompletitud; carencia convertida en abrazo del “otro”, en un nuevo poder resentido de conquista y misión. Esa tarea sobre el "otro" surge de percibir valorativamente la diferencia como incompletitud, es decir, como cerrada complementariedad. El “otro” está incompleto porque su parte en el Sí Mismo es la que el Sí Mismo resiente en Sí: su ser sobrevenido, secundario, alterizado, puesto 5 originariamente en relación, desde-el-otro 4, pero que, defensivamente, no puede ser ya cualquier otro, sino otro concebido como monoteístico, un Otro-SíMismo, monológico, monolingüe, único, aplastante, colonizador, que no deja respiro (Derrida, 1997b). Un Otro Único, dominante en la complementariedad que encierra. La conciencia europea combate la “diferencia” porque la sufre en menoscabo, no la goza: le pesa el rigor de una única apreciación sobre Sí. La complementariedad es el reino de su dogmatismo escénico, la episteme ignota de su axiomática histórica. Sería necesario destacar en el texto de Derrida el peso de este único Dios en el “monoligüismo del Otro” constitutivo, en cuanto experiencia específicamente judaica. En la experiencia religiosa popular de nuestros diversos contextos regionales latinoamericanos (y tal vez popular poscolonial, e incluso popular europea), el monoteísmo cristiano-católico sobrevenido con la Conquista y la Colonia hasta nuestros días nunca ha sido tan totalizante: tal vez por la teología trinitaria en que éste se inscribe y que se desborda a su vez en infinidad de santos; tal vez por la compleja conjunción de dioses cristianos y autóctonos en que dicha experiencia se reconfigura y re-constela, y que establece una política de agenciamientos relacionalesterritoriales en el contexto ritual (Grosso 1994; 2007; 2008a; 2009; Kusch, 1975; 1978). La deconstrucción del monoteísmo en nuestras ciencias sociales es una tarea pendiente. Asimismo el estudio del fenómeno religioso en nuestra interculturalidad poscolonial muestra una compleja multiangulación práctica que implica rupturas de espacio-tiempos, de economías emotivas y de matrices de creación (Grosso, 2009; 2010; 2011; 2012b; 2012d), y que es el motivo principal de este texto que escribo. Espacio-tiempos otros, que alteran el espacio-tiempo único, lineal, continuo, vacío y homogéneo del Estado-Nación, el espacio-tiempo del “progreso” y del “desarrollo” (Benjamin, 2010; Comaroff & Comaroff, 1991; Guha, 2002; Chatterjee, 2010; Grosso, 2010b; 2012b), naturalizados como mero “sentido de realidad” en el “estado-de-ser” que opera su imposición como violencia simbólica (Bourdieu, 1997). Economías emotivas otras que la que domina en la ecuación Razón/sensibilidad, Razón/emociones, Razón/pasiones, bajo el rigor y la vigilancia disciplinarios del “dominio de Sí”, del constreñimiento de la “agresión” y del control de los 4 “En la categoría del otro”, decía Bajtin en Autor y personaje en la actividad estética (Bajtin, 1999b). 6 “desbordes” (Elias, 1993); economías emotivas que hacen otro juego de sentidos (Marx, 1985) en el elemento de gestos, movimientos y desplazamientos corporales, proxemia, olores, sabores, colores, cantos y música, mitos y otros relatos, estilos de hablar, de vestir, de hacer y de estar, en maneras de conocer interculturales (Grosso, 2006; 2008b). Otras “estructuras del sentir” (Williams, 2000) hacen su gesta allí (Grosso, 2010a). Matrices de creación otras como aprendizajes colectivos de los sometidos en las condiciones sociales más desfavorables y que han ido sedimentando en la experiencia histórica, “corriendo todos los riesgos teóricos” (Benjamin, 2010), dando lugar a las llamadas “malicia indígena”, “cimarronería negra”, “ladinería mestiza” y “viveza criolla” (Grosso, 2009; 2010a; 2012b; 2012d), todas ellas desviaciones y fuerzas de estilo. La deconstrucción ha quedado más atrás. Pertenece a la historia que critica como el revés de su trama. La deconstrucción, que abre el territorio proscripto de la "diferencia", más que dejar en claro los múltiples procesos de la "mismidad", lo que hace es demorarse en la primera "diferencia", generadora de la propia fijeza e impotencia, a la vez como margen y anuncio de su perversión. Los gestos del don y la acogida se descomponen en fuerzas de sentido en este nivel primario, cumpliendo y transformando a la vez la relación (Derrida, 1997b). Una "rebelión triunfante de esclavos" (Nietzsche, 1986) sólo puede ser revertida por el triunfo de la rebelión de los esclavizados 5: ésta es la intuición histórica del pensamiento crítico poshegeliano, que crece de Marx a Gramsci y a Bataille. Derrida piensa más en márgenes que en “revolución”; o tal vez piensa en “revolución” en términos de “márgenes” de lo Mismo: la “revolución” nunca sobrepasa la amenaza de un espectro, que no es poco en nada, pero a la vez conserva el tiempo de la Historia (Derrida, 2003). ¿Cuánto de estos tropos totalizantes, contra(-para-)hegemónicos, tiene que ver con el Dios monoteísta? ¿Por qué deberíamos estar condenados a lidiar eternamente con la “hegemonía” (con la formación “hegemónica”, cualquiera fuere la figuración que ella tome; Laclau, 2002; 2006), si hay matrices de creación que alteran e irrumpen abruptamente desde la exterioridad indomesticable/indomable, resabiada, resentida, tenebrosa, barroca (Grosso, 2010a; 2010b; 5 Es la diferencia que hago entre “violencia simbólica”, en el sentido de Bourdieu, y “violentación simbólica” como ejercicio exterior de la fuerza, más abrupta aún que toda “lucha simbólica” (también en sentido de Bourdieu) (Grosso, 2010a; 2010b). 7 2012a)? Matrices que dan lugar a otras relaciones de poder, no necesariamente “hegemónicas”: más específicamente, otro agenciamiento de la “hospitalidad” que no es ni el requerido a los otros para su “providencial” salvación vía integración (a lo que ya me he referido arriba), ni el que se reserva en los esquematismos a priori del “desencuentro” simétrico reproduciendo ad extra la mismísima historia intra-europea con sus tiempos de antes y de ahora, auto-percibida bajo el monismo de la dialéctica superadora-conservadora. Es decir, otra relación de hospitalidad que no sea aquella Historia de lo Mismo a la que Tzvetan Todorov, en La Conquista de América. La cuestión del Otro (Todorov, 1985), somete los primeros encuentros con las comunidades americanas en cuanto “hecho comunicativo”. Porque así, aquel mundo de equívocos y paradojas queda rápidamente encerrado en las antípodas “pre-moderno” y “moderno” de la propia historia europea. Tan es así: tanto se parece Moctezuma a Colón y se distingue de Cortés, que, tal vez, si Colón hubiere llegado a Tenochtitlán en lugar de Cortés, podría sospecharse que hasta se hubieren entendido, intercambiando símbolos y dioses. En verdad, la contraposición todoroviana Moctezuma/Cortés es un desplazamiento analógico vía semejanzas de la contraposición Colón/Cortés. Todorov no está sino hablando siempre de lo Mismo. Lo apremia el sistema estructural de las diferencias. Moctezuma y los grupos de poder de su entorno son conceptualmente encerrados en un sistema de comunicación que dirige sus signos al "mundo" como gran área nebulosa de los dioses, de lo "sobrenatural", mientras Cortés, como avanzada de los europeos modernos (incluso en España), había ya secularizado los signos frente a un "otro" de carne y hueso, entendible y manipulable. No entiende nada Todorov sobre el sentido de hospitalidad de Moctezuma y su pueblo; como no lo entiende tampoco Cortés, quien no es capaz de leer conjuntamente hospitalidad, combate y sacrificio. Inga Clendinnen, a través de una lectura oblicua de las narrativas de la "segunda fase" de la conquista de México (desde la Noche Triste hasta la caída de Tenochtitlán), tales como: las Cartas de Cortés, la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo, la Historia general de las Cosas de Nueva España (Códice Florentino) de Bernardino de Sahagún y las fuentes pictográficas nativas, puede entrever aquella heterodoxa conjunción intercultural en “los contornos generales de la conducta de los nativos en el campo de batalla” (Clendinnen, 1991: 78). Las notas principales de dicha conducta son: 8 el lugar central del campo de batalla en la imaginación de las sociedades guerreras del México Central; el carácter sagrado de los enfrentamientos; la igualdad de fuerzas requerida en los oponentes; la simbolización de la conquista en el incendio del templo de los vencidos y en la captura de la imagen de su dios tutelar, que era trasladada a la "casa del dios cautivo" en Tenochtitlán; un corto período de saqueo y destrucción antes de la imposición del tributo al vencido; el carácter singular del guerrero: su preparación por medio de cantos, de la pintura y el atavío de su cuerpo, el carácter uno-a-uno de la lucha, cuerpo a cuerpo, la potenciación dramática de ese encuentro; y, finalmente, la captura de algunos prisioneros significativos del bando enemigo (Clendinnen, 1991: 78-79). En la “comunicación fallida” entre españoles y mexicanos, señala Clendinnen, los españoles no entendían por qué (dignamente) los sitiados más bien no se rendían; mientras los mexicanos, con sus guerreros individuales, creían que los españoles, atacando en masa y refugiados (vergonzosamente) tras el cañón, eran el signo, no de una derrota, sino de la destrucción total, definitiva e inevitable de la era del Imperio Azteca: la humillación final de su derrumbe. La arremetida devastadora de los tlaxcalas, antes sometidos al dominio azteca y, al momento de la Conquista, aliados de los españoles, su "ferocidad e innatural crueldad" contra los sitiados y su ciudad (tal como lo percibe y expresa Cortés en su relato), excedía con mucho la expectativa española y los enrostraba a éstos con la más absoluta "otredad". Cortés queda perplejo ante el fracaso, en definitiva, de sus previsiones estratégicas (aunque haya triunfado militarmente): la "innatural" indiferencia ante el sufrimiento y frente a la muerte distancian a los nativos (tanto tlaxcalas cuanto aztecas) de todo sentido “español” de “humanidad”: “una aterradora y definitiva demostración de ‘otredad’”, dice Clendinnen (Clendinnen, 1991: 94). Más ampliamente, y aún en el contexto explícitamente ritual, la nueva “alteridad” ya había venido siendo incluída/invertida en la tradición greco-europea del "salvaje" desde el escéptico y paradójico De Cannibales de Michel de Montaigne. "Arqueológicamente" remitida a través de la cita del Libro IV de las Historias de Heródoto, en una acrobacia hiperbólica descomunal (dice Michel de Certeau en Heterologies), 9 "lo que la más refinada tradición dorada del Mediterráneo tiene para ofrecer es usado por de Montaigne para forjar un halo sobre los caníbales” (de Certeau, 1986). De este modo, antiguos héroes guerreros alteran la valoración cristiana “moderna” del "canibalismo" americano, ya que es el poder del cuerpo arrojado a la muerte con valentía y arrojo lo en verdad incorporado en la ingestión. 6 Pero sólo se realiza esta inversión escéptica recurriendo (otra vez y de otro modo) a las propias fuentes europeas. Michel de Certeau marca cómo la mediación del propio mundo europeo en la construcción del "otro" deja en definitiva en una radical extrañeza incomunicada la ritualidad nativa, porque la interpretación crítica y su sentido sólo hablan del Mismo. En este sentido, Peter Hulme (1986) ha mostrado cómo el paradójico "diálogo" de las narrativas coloniales con el "otro" se cumple, ya sea en el acuerdo o en el conflicto, siempre al interior de las propias tradiciones europeas: una inter-textualidad colonizadora, “monológica”. Esta discusión interior que sucede en el texto acerca del "otro" acalla y se alza imperativamente, como lo señalaba de Certeau, sobre las confusas voces y oscuras señales indígenas. Y en las diversas figuras que reconstruye Hulme se dice de varias maneras el sospechoso t(r)ópos colonial de la “hospitalidad”. Marcando el cierre ensimismado ante la exterioridad del "otro", Hulme muestra, navegando en aquella inter-textualidad monológica, la diferenciación “en bloque” de la escritura colonial frente a, y por encima de, la germinalidad nativa de sentidos. Extraigo dos ejemplos: En el caso de The Tempest de Shakespeare, esto se evidencia en la contraposición de la "narrativa de Próspero" con la potencial "historia propia de Calibán" (Hulme, 1986: 124-125). En el caso del "relato de Pocahontas” (en sus diversas fuentes y versiones), la réplica prepotente de un discurso de privilegios socio-políticos (Pocahontas convertida en "(Royal) princess") se impone sobre prácticas y palabras incomprendidas emitidas dentro del contexto algonquino de "reciprocidad". Desde las lógicas y los intereses nativos algonquinos, 6 Ver asimismo sobre esta cuestión, in extenso, Métraux, 2011. 10 "los ingleses eran demasiado peligrosos para ser alejados: una alianza con ellos debía ser establecida, quizás con vistas a absorberlos en la confederación” (Hulme, 1986: 150). Los reproches de Pocahontas a John Smith, en Inglaterra, años después, sólo serían comprensibles al ser remitidos a aquellas prácticas indígenas (Hulme, 1986: 152). Finalmente, Anthony Pagden también señala el recurso a "loci communes" de la tradición europeo-mediterránea en el "discurso colonial" español, que operan al modo de "sub-textos" en la construcción de la "alteridad" (Pagden, 1982: 7). La teoría aristotélico-escolástica de la esclavitud y de la barbarie fue reformulada en la medida de las necesidades para someter a los indígenas, potenciando a la vez (y en proporción inversa) los ideales propios. América, en el siglo XVI, fue vista como “una extensión, en un nuevo espacio geográfico, con las dimensiones familiares y fantásticas del mundo atlántico… (así,) lo nuevo podía ser siempre satisfactoriamente descripto por medio de alguna analogía simple y directa con lo viejo” (Pagden, 1982: 11). Todas estas miméticas prácticas retóricas reiteran una y otra vez, infinitamente, la autopotenciación de Europa ante América. Y entre ellas, específicamente, la mala consciencia española del “ganar honor" encuentra (como señalaba arriba), en la evitada declaración de la "esclavitud natural" de los indios y en la inclinación más bien por su inerme "infancia", una poderosa cualificación del ámbito del auto-reconocimiento (Bennassar, 1976). “Europa” (re)inventa su propia misión mundial: ésa es la única y devastadora “hospitalidad” que ella requiere y reconoce. Hospitalidad excesiva: don, gasto y sacrificio. Marcel Mauss, en su clásico Ensayo sobre el don, señala cómo, en el estudio de las formas de intercambio y contrato en sociedades “primitivas” o “arcaicas”, se mezclan instituciones económicas, religiosas, jurídicas y morales, fenómenos estéticos y morfológicos, constituyendo “fenómenos sociales totales” (Mauss, 1991: 147 y 274-275). Dentro de esa temática omniabarcadora, Mauss específicamente estudiará la cuestión sobre 11 “cuál es la regla del derecho y del interés que, en las sociedades de tipo atrasado o arcaico, hace que el presente recibido sea obligatoriamente retribuido … qué fuerza hay en la cosa que se da que hace que el donatario la retribuya” (148). Se trata, enfatiza Mauss, a los fines morales que persigue, de devolver el capitalismo a las fuentes originales del “don”; y eso, no a través de una ausencia del mercado en las sociedades “primitivas”, sino de otro tipo de “mercado”, con su economía y su moral, que son las subyacentes en las formas contemporáneas de economía y sociedad (148). En aquel otro “mercado”, no son individuos los que se obligan mutuamente, intercambian y contratan, sino colectividades (ya sea directamente, o por intermediarios) (150); e intercambian no sólo bienes económicos, sino fiestas, ayudas militares, rituales, etc.; haciéndolo de forma voluntaria y obligatoria a la vez como “dones contractuales”. Todo esto constituye el “sistema de prestaciones totales” (151), colectivas y de múltiples bienes. Esta reciprocidad del “don” no es algo meramente “primitivo”, sino “arcaico”: está en la base de toda economía y de toda vida social. Generaliza Mauss: “Es sobre un sistema de obsequios ofrecidos y retribuidos en plazos que son edificados, por un lado, el trueque (acercando los tiempos del don y la retribución) … y, por otro, la compra y venta (a través de la moneda) … y también el precio (199). Mauss destaca, entonces, en la expresión chinook: “potlatch” (cuyo significado sería, también según su propio énfasis -traduttore: traditore- “alimentar” = dar, y “lugar donde uno se sacia” = recibir 7) el principio de rivalidad y antagonismo, que alcanza dimensiones hiperbólicas en la destrucción suntuaria para eclipsar al rival. De allí concluye Mauss que el potlatch constituye una forma de “prestaciones totales de tipo agonístico” (152-153). Lo que estaría en juego en estas prestaciones es el extrapolado “mana”, o fuerza de autoridad y respeto (155): el “espíritu” (en maorí “hau”: “viento-de-reciprocidad”, traduce una vez más Mauss) que circula en las prestaciones, intensificando los gestos mutuos y los objetos intercambiados, fuerzaintencionalidad-sentido que “viene de la selva” y está en la cosa misma, en su relacionalidad, en su originariedad de “don” (158-160). El énfasis que Mauss impone allí está en el carácter espiritual-sustitutivo del “mana” respecto de la mera “cosa”. En la materialidad de esa fuerza cósmica, ese viento opera la fuerza relacional originaria del don: su fuerza de pliegue, de 7 Franz Boas, quien hace los primeros registros del potlatch, señala, por su parte, que en la polisemia chinook el término refiere a “lo consumido por el fuego” (Boas, 1966). 12 vuelta-sobre, de torsión plástica constitutiva de toda “cosa”. En verdad no hay tal “cosa”, sino “don”8, siempre sacrificial: nunca unilateral, monológico, pues no sería en ese caso “don”, sino negligencia: acto realizado en la indiferencia. Así, los tres momentos del potlatch serían para Mauss: 1. dar; 2. recibir; 3. retribuir lo recibido, los cuales ejercen su fuerza uno sobre otro en ambas direcciones. El potlatch, por tanto, no actúa sólo desde/sobre comunidades humanas y cosas (lo que sería un sociologismo reductivo: el que ha devenido por la racionalización que hecho la semiología moderna de todo “animismo” a meras proyecciones sociales), sino también desde/sobre la “naturaleza” (164-165), porque son los dioses quienes hacen el don original (166-168). Pero el interés de Mauss no va a estar en estas relaciones extra-sociológicas, sino en la evolución antrópica que ha llevado al comercio, a la paz social, a la equidad (bajo la metáfora de la Mesa Redonda del Rey Arturo), a la civilidad, al civismo, los cuales fundan una “sociedad” y una “sociología” modernas (278-279). Le preocupa la reducción de la vida social al individualismo de lo “útil”: es necesario, como conclusión de moral y contra el “utilitarismo” de la economía moderna (266), volver a una nueva “solidaridad” (sicut Durkheim), no tradicional, pero arcaica, como “roca” de toda vida social: la “solidaridad del don(-recepción-retribución)” (263-264). Pero el precio de esa “fundamentación” es la proyección del “sentido de realidad” único (moderno capitalista) que aplana el “don” contra el “intercambio”. 9 Veamos algunas críticas a esta disolución del don en el intercambio. Dice Georges Bataille en El gasto (1933): “La actividad humana no puede reducirse íntegramente a procesos de producción y conservación…” (Bataille, 2008: 113) “Por terrible que fuera, la miseria humana nunca tuvo una influencia suficiente sobre las sociedades para que la preocupación por la conservación, que le da a la producción la apariencia de un fin, prevaleciera sobre la del gasto improductivo. … y los miserables no tienen 8 Como no hay “cosa sin voz” para Bajtin (Bajtin, 1999a: 383, énfasis en cursiva en el original); o no hay “cosas” sin palabras, o sin significación, para Appadurai (Appadurai, 1991: 19). 9 Lévi-Strauss hará lo mismo con la lógica binaria que opera ya en El pensamiento salvaje (Lévi-Strauss, 1975). Son (los de Mauss, Durkheim, Lévi-Strauss) pensamientos más preocupados por salvar la arbitrariedad de la imposición (económica, cultural, epistémica) con una mitología historizante, arcaizante. Lo que, más acá de sus declaradas intenciones críticas, les impide abrirse a las rupturas interculturales y fortalece su eurocentrismo. 13 otros medios para entrar en el círculo del poder que la destrucción revolucionaria de las clases que lo ocupan, es decir, un gasto social sangriento y absolutamente ilimitado” (118). Es así que acríticamente (o tal vez más bien a contrario, en actitud defensiva), “La economía clásica imaginó que el intercambio primitivo se efectuaba en forma de trueque: en efecto, no había razón alguna para suponer que un medio de adquisición como el intercambio no tuviera origen en la necesidad de adquirir que actualmente satisface, sino en la necesidad contraria de la destrucción y la pérdida” (119). Y así, “en tanto juego, el potlatch es lo contrario a un principio de conservación: pone fin a la estabilidad de las fortunas tal como existía dentro de la economía totémica, en la que la posesión era hereditaria” 10 (122). Desde aquella perspectiva popular, Bataille reinterpreta el materialismo histórico, rascando la cáscara del “capital” y dejando aparecer debajo el don (no integrado al “intercambio”), el gasto, el sacrificio: “… la conciencia popular se reduce a mantener en el fondo el principio del gasto… (126) Es una “concepción del gasto social agonístico” en la que “la lucha de clases se vuelve la forma más grandiosa del gasto social cuando es asumida y desplegada, esta vez por parte de los obreros, con una amplitud que amenaza la existencia misma de los amos” (129). “En la agitación histórica, sólo la palabra Revolución domina la confusión habitual y trae consigo unas promesas que responden a las exigencias ilimitadas de las masas … Esa es la sangrienta esperanza que cada día se confunde con la existencia popular y que resume el contenido insubordinado de la lucha de clases” (131). 10 La fijación “estatal” de un único “sentido de realidad” y un “estado-de-ser”, con su espacio-tiempo, sus identidades y sus epistemes, parece fundarse en afinidad electiva con la economía acumulativa del capital (Grosso, 2012b; 2013; 2014), que racionaliza el gasto (lo restringe) o lo excluye de la “razón” (el cálculo y la medida “racionales”): “una razón que lleva cuentas”, dice Bataille. 14 En su Teoría de la religión, Bataille afirmará que el sacrificio es “abandonar y dar” (Bataille, 1998: 52): “el sacrificio es la antítesis de la producción”, de su acumulación y su duración en un tiempo previsible; “es el consumo que no tiene interés más que por el instante mismo”, y por eso suele metaforizarse en la combustión del fuego (53).11 El sacrificio cuestiona la acumulación capitalista y la lógica militar de la guerra como instrumentación de la violencia, que tienen lugar tanto en la dominación como en la “revolución” domesticada. Jean Baudrillard, en las páginas introductorias a El intercambio simbólico y la muerte, expresa la salida del encierro acumulativo del don y del contra-don por el hueco que abre una “violencia simbólica”, ejercida como extremación de la violencia estructural que “revoluciona” la reversibilidad del término volviéndolo contra sí mismo. Es una operación de nihilismo nietzscheano como extremación hiperbólica que encuentra una apertura en la extenuación, el absurdo y la contradicción. Fuga de todo sistema de diferencias a un afuera negativo: “… hay que interpretar a Mauss contra Mauss, a Saussure contra Saussure y a Freud contra Freud. … Reversibilidad del don en el contra-don 12 , reversibilidad del intercambio en el sacrificio, reversibilidad del tiempo en el ciclo, reversibilidad de la producción en la destrucción, reversibilidad de la vida en la muerte, reversibilidad de cada término y valor de lengua en el anagrama: una sola gran forma –la misma en todos los dominios– de la reversibilidad, de la reversión cíclica, de la anulación; la que en todas partes pone fin a la linealidad del tiempo, a la 11 La guerra, en cambio, diferente al sacrificio, “subordina la violencia a la más completa reducción de la humanidad al orden de las cosas” (Bataille, 1998: 62); violencia-cálculo, medio en relación con un fin. Aunque aquella red colonial de “hospitalidad” y guerra indique, más bien (podría decirse, incluyéndolo cristianamente al sacrificio en el lógos) una lógica (incluso) del sacrificio, o el sacrificio sometido a la continuidad argumentativa del lógos. La tecnología racionalizadora del sacrificio, por un lado, y el sometimiento a la instrumentalidad en la esclavitud, por otro, han operado la reducción a “cosa”. Así se ha hecho del don una “cosa”: “sin la esclavitud (es decir, sin la reducción a propiedad e intercambio), el mundo de las cosas no habría alcanzado su plenitud (de “cosa”)” (62). En consonancia con ello, la moral estableció el dualismo “sagrado/profano” en términos de “puro/impuro”, y la “razón” permitió la duración y la operacionalidad estableciendo el “orden de las cosas” a través de la determinación de la forma universal –siempre idéntica a sí misma– de la cosa y de la acción (73-75). De este modo, “lo divino se hace racional y moral y rechaza lo sagrado nefasto (“negro”; que en la intimidad sacrificial arcaica estaba en polaridad con lo sagrado fasto, “blanco”) del lado profano” (76). La “cosa”, la “guerra”, la “lógica”, el “intercambio”, la “esclavitud”, el sentido cristiano del “sacrificio”, la “pureza de lo sagrado”, la “razón”, conjugan una misma lengua eurocéntrica que domina el mundo. 12 No debe entenderse aquí el “contra-don” en el sentido maussiano de “retribución”, sino como contraposición a la lógica entera del “don” maussiano: dar – recibir – retribuir. Un “contra-don” como gratuidad en cada caso de un nuevo “don”. 15 del lenguaje, a la de los intercambios económicos y de la acumulación, a la del poder” (Baudrillard, 1993: 6). 13 Por eso, y en este sentido de exterioridad, para Baudrillard, “la única estrategia es catastrófica, y en absoluto dialéctica. Hay que llevar las cosas al límite, donde naturalmente se invierten y se derrumban. … tal es la única violencia simbólica equivalente y triunfante de la violencia estructural del código” (9, énfasis en cursiva en el original). “No nos queda más que la violencia teórica. La especulación a muerte, cuyo único método es la radicalización de todas las hipótesis” (10). En el artículo La economía política y la muerte, Baudrillard llama “inhumana” a esta exclusión “catastrófica”, no (lógico-)dialéctica, que escapa de la relación recíproca. Hay una secreta vinculación entre sacrificio y comunidad ampliada de seres (el clásicamente denominado “animismo”): ambos abren un medio “inhumano”. El sacrificio implica una relación dialógica, o tal vez mejor conversacional (por lo que de lógos cabría aún en aquel “dia-logo”), con animales, dioses, elementos cósmicos (paradigmáticamente, el fuego) y objetos; mientras que el “intercambio” aplana la relación a una topografía social de humanos-con-humanos: “Y no solamente para con los niños y los caníbales; nuestra cultura, al profundizar su racionalidad, ha extraído a lo inhumano sucesivamente a la naturaleza inanimada, a los animales, a las razas inferiores” (Baudrillard, 1993: 144). “Los salvajes, que no hipostasían el alma ni la especie, reconocen la tierra, el animal y los muertos como socius” (144, nota 1). “(Para aquellos “salvajes”, los espíritus y los dioses) son también otros seres reales, vivos y diferentes, y no una esencia idealizada” (163). 13 14 Asimismo Arjun Appadurai señala que “sociologizar excesivamente las transacciones en cosas” es una tendencia adjudicada a Mauss (Appadurai, 1991: 19). 14 Así radicaliza Baudrillard su crítica del capitalismo, que descansa en el habitus (en sentido bourdieuano) del “intercambio”: “lo „social‟ mismo no existe en las „sociedades primitivas‟. El término de „primitivo‟ está hoy día eliminado, pero habría que eliminar el término igualmente etnocéntrico de „sociedad‟” (Baudrillard, 1993: 158, nota 13). 16 Esta ruptura o restricción de la extensa conversación cósmica que opera en aquella praxis sacrificial lleva a la comprensión en otro modo y en otro estado, desplazándola a una nueva trama de creencias, donde la muerte es final fuera-de-la-vida y donde la unilateralidad acumulativa de la “verdad” e imperativa del deber (incluso para con los muertos y la muerte) domina en la soledad de la vida de humanos-entre-humanos. Una de las obsesiones de esta episteme es la muerte, tal vez por su inquietante proximidad con la comunidad humana de los vivos que se aparta y cancela. Para Baudrillard, lo muerto como lo no-vivo, separado de toda vida, y la vida separada de todos los cuerpos muertos, es decir, la distinción “vivo / no-vivo (muerto = no-vivo, donde impera la lógica de “la vida es la vida –la muerte es siempre la muerte”, 170, nota 20), consolida una oposición que sólo nosotros (modernos) hacemos, y en la que fundamos nuestra ‘ciencia’ y nuestra violencia operacional. Ciencia, técnica, producción, suponen ese corte de lo vivo y lo no-vivo (muerto = no-vivo), con privilegio de lo no-vivo, que es lo que funda la ciencia en todo su rigor. … no hay objeto (científico) real sino muerto, es decir, relegado a la objetividad inerte e indiferente” (153, nota 7). 15 El “doble primitivo”, “sombra, espectro, reflejo, imagen, espíritu material casi visible aún”, es sometido, en la episteme de la vida-sin-muerte: “la vida es la vida – la muerte es siempre la muerte”, a una reducción de pretensión total, unilateral y unificante: “el Dios único tiene que ver en todo con la forma de un poder político unificado, y para nada con los dioses primitivos. Igualmente, el alma y la conciencia tienen que ver en todo con un principio de unificación del sujeto, y para nada con el doble primitivo” (162). El “principio de subjetividad ideal que es el alma” remite la primaria y resabiada proliferación de los dobles y de los espíritus a los “corredores espectrales, larvarios, del folklore inconsciente, como los dioses antiguos transformados en demonios por el cristianismo … sombra asesina, imagen de todos los muertos rechazados y olvidados y quienes, es muy normal, no aceptan nunca no ser nada para los vivos” (164); 15 También Bajtin, en Hacia una metodología de las ciencias humanas, señala que las ciencias naturales, haciendo la diferencia con las ciencias humanas, tratan con “cosas” y no conversan con ellas (Bajtin, 1999a: 383). 17 “el doble hostil, el muerto hostil no encarna otra cosa que el fracaso del grupo en preservar su material de intercambio simbólico” (165, nota 16). Lo peligroso-poderoso se incentiva y desata fuera del ritual que pretende clausurar las reciprocidades calculadas y con cierre de balance (“duelo”) pero que no logran consumir y fijar en la memoria de la sempiterna y alejada Gloria fijada en lo alto las fuerzas de los espectros barrosos y ambulantes de vida-muerte (Arteaga, 2013). Como señala Baudrillard, “en la forma acabada de lo universal religioso, como en la de lo universal económico –el capital– cada cual vuelve a encontrarse solo” (Baudrillard, 1993: 168). Ambos universales (religioso y económico) destruyen las “comunidades arcaicas” e interiorizan la angustia de la muerte. Lo universal único: Dios, Capital, Razón, Estado, Sujeto, cada uno en su encaje sobre el otro, individualiza, moviliza a cada uno con lo suyo, reflexivamente, a través de una “interpelación práctica cotidiana” (Althusser, 2005: 141 y 146-147) 16 saca de las refracciones infinitas de los otros (Bajtin, 1999b) y de la conversación cósmica extensa. Allí “La muerte real/imaginaria –la nuestra (moderna, desde el siglo XVI)– no puede sino rescatarse en un trabajo individual de duelo, que el sujeto cumple por la muerte de los otros y por él mismo desde su propia vida” (171). La muerte-fuera-de-la-vida, individual, desvinculada, se anticipa como amenaza de pérdida de lo acumulado y como angustia por sí. No hay ya allí fiesta, derroche, despilfarro, gasto, don, sacrificio, que en ningún caso son pérdida angustiada y defensiva de lo acumulado: el sacrificio festivo que despilfarra/gasta el “capital” es semiopraxis crítica en manos de la comunidad local de seres (Grosso, 2012a). Contra ello se instaura la economía política de la reciprocidad calculada y ajustada de los intercambios y el colonialismo del intercambio unilateralmente acumulativo. 16 Louis Althusser ha enfatizado en que la ideología constituye sujetos (Althusser, 2005: 138-140) y éste es el “efecto ideológico elemental” (140). La ideología opera con su “sentido de realidad” entre el “reconocimiento” (de lo evidente), que es el que opera en cada caso y “eternamente” la categoría de “sujeto”, y el “desconocimiento” (de lo oculto, la “negación práctica del carácter ideológico de la ideología por la –misma– ideología”, 142) (140). El “reconocimiento” que constituye “sujetos” los “recluta” a éstos a través de la “interpelación práctica cotidiana”: un genérico invocar a alguien allí (141), que es “especular”, de Sujeto a sujeto y viceversa, y de sujetos a sujetos (146-147). 18 Un sentido común del “intercambio” homogeneiza todo el amplio espectro de las relaciones, hace del “don” y el “sacrificio” meras contrapartes de un comercio universal. Como revela Baudrillard, la distorsión a que somete el psicoanálisis a las sociedades primitivas es del mismo orden –pero en sentido inverso– a la que las somete el análisis marxista. Del modo siguiente: Para los antropomarxistas, la instancia de lo económico está presente y es determinante también en este tipo de sociedades, pero simplemente está escondida, latente, mientras que entre nosotros es manifiesta; pero esta diferencia se considera secundaria y el análisis no se detiene en ella, sino que pasa sin ninguna dificultad a su discurso materialista universal. Para los antropopsicoanalistas, la instancia del inconsciente está presente y es determinante también en este tipo de sociedades, manifestada y exteriorizada simple y espontáneamente, mientras que entre nosotros está latente, reprimida; pero esta diferencia no afecta lo esencial, y el análisis continúa imperturbable su discurso universal en términos de inconsciente (Baudrillard, 1993: 161-162). Entonces, “Si los hay que sobreestiman sus propios procesos psíquicos –al punto de exportar su teoría, como lo hemos hecho con nuestra moral y con nuestra técnica, al corazón de todas las culturas–, ése es Freud y toda nuestra cultura psicologista. La jurisdicción del discurso psicológico sobre todas la prácticas simbólicas –aquellas, deslumbrantes, de los salvajes, la muerte, el doble, la magia, pero también en las nuestras actuales– es más peligrosa aún que la del discurso economista; es del mismo orden que la jurisdicción represiva del alma o de la conciencia sobre todas las virtualidades simbólicas del cuerpo. La reinterpretación de lo simbólico por lo psicoanalítico es una operación reductora” (165). Lo cómico, la risa, conspiran contra la seriedad cotidiana de este sentido común de todo “don” reducido a “intercambio” y sus instituciones (entre las que se cuentan las propias Ciencias Sociales y Humanas). Jacques Derrida, en De la economía restringida a la economía general. Un hegelianismo sin reserva, retoma en este sentido la crítica de Bataille a la dialéctica hegeliana (Derrida, 1989b). El epígrafe inicial del texto, tomado del texto de Bataille Hegel, la muerte y el sacrificio: “Él (Hegel) no sabía hasta qué punto tenía razón” (Derrida, 1989b: 344), 19 somete la seriedad de los alcances a la comicidad de sus límites. El nihilismo, en el martilleo Nietzsche-Bataille-Derrida, lleva por su pendiente a la risa, desbarranca por exacerbación del sentido en el ridículo, el absurdo, la carcajada. Dice Derrida: “Únicamente la risa excede la dialéctica y al dialéctico: sólo estalla a partir de la renuncia absoluta al sentido, a partir del riesgo absoluto de la muerte, a partir de lo que Hegel llama negatividad abstracta (es decir, irreductible a positividad por cualquier “trabajo” serio de la negación)” (351). 17 “Lo cómico absoluto es la angustia ante el gasto a fondo perdido, ante el sacrificio absoluto del sentido, sin retorno y sin reserva” (352). Bataille, enfatiza Derrida, “no se toma en serio lo negativo”: “Llegar ‘hasta el fondo’ del ‘desgarramiento absoluto’ y de lo negativo, sin ‘medida’, sin reserva, no es proseguir su lógica consecuentemente hasta el punto en que, en el discurso, la Aufhebung –el discurso mismo– la haga colaborar en la constitución y en la memoria interiorizada del sentido, (es decir) en la Erinnerung” (356, énfasis en cursiva en el original). He aquí lo serio de Hegel, que tapa toda risa, todo azar, toda suerte: “La necesidad de la continuidad lógica es la decisión o el medio de interpretación de todas las interpretaciones hegelianas” (356, énfasis en cursiva en el original). Es el sentido común general mismo asumido. La lógica, la lógica dialéctica, la Aufhebung, están en la consciencia vulgar, y en ese sentido, en el “tejido” social de pertenencia, como dice Bataille en Método de meditación. 18 Por lo tanto, “Lo que (el “nosotros” de la Fenomenología del espíritu de Hegel) no ve es el juego sin fondo en el que se levanta la historia –del sentido. En esta medida, la filosofía, la especulación hegeliana, el saber absoluto y todo lo que estos dominan y dominarán interminablemente en su clausura, siguen siendo determinaciones de la (así denominada y no obstante despreciada por Hegel) consciencia natural, servil y vulgar” (Derrida, 1989b: 381). 17 Notar el tono asimismo kierkegaardiano de esta crítica al hegelianismo, más allá de la “seriedad ética”. Como la “necesidad social” que invade las categorías del lenguaje, en Norbert Elias (Elias, 2000), y las condiciones materiales (sociales) del pretendido a priori de la subjetividad trascendental, en Alfred SohnRethel (ver Žižek, 2003). 18 20 La “economía general” del gasto es sometida a la “economía restringida” de la conservación, la acumulación y el intercambio. También Jean Duvignaud, en El sacrificio inútil, cuestiona la reducción del don a la reciprocidad calculada, al intercambio: el don ha sido sometido al mercado, mientras el sacrificio va más allá, es “don de nada”, “sacrificio inútil”: “… dar para que se devuelva, he ahí un término que huele a su economía de mercado y a su negociante. … ¿No hemos, con los términos de cambio, de ‘derroche’, de don y de contra-don, y de obligación de devolver, proyectado nuestra imagen del valor?” (Duvignaud, 1997: 139, énfasis en cursiva en el original) Una semiología homologadora pasa por encima de alteridades y rupturas interculturales, impunemente, por el afán hermeneútico que homogeneiza la diversidad (y diferensia 19) del sentido a “lógica”. Esto campea en las Ciencias Sociales y Humanas, y en la Antropología traductora. “Se ha hecho de Dios un contador para invertir mejor el don en el sistema de los cambios, como se ha hecho del cambio una premeditación salvaje de la economía de mercado” (156). El don abre el suelo / otro suelo, no es apenas el gesto suelto; es lo que nos abre la tierra en la intercorporalidad intercultural. ¿Cuál es el sentido en juego allí y cómo? ¿Qué sentido? ¿Qué “está-siendo” (Kusch, 1978) sentido? Allí opera un universal-popular-intercultural como 19 Marco la oportunidad de esta “diferensia” con “s” y su pertinaz fuerza de sentido incorregible, que se desplaza de la gramática a la política. Recurro a esta escritura análoga a la “différance” derridaniana en nuestro español latinoamericano, pues es en escrituras diversas, por debajo de la voz-conscienciapresencia dominante, donde se mueven críticamente las relaciones interculturales que nos constituyen. He aquí la arena de una lucha cultural y simbólica y de violentación simbólica (Grosso, 2010a; 2011) en las traducciones de las obras de Derrida al español. (Im)Precisamente en nuestra diferensia poscolonial de las maneras de hablar, escribir, hacer y pensar está aquello que no logra decir y mucho menos señalar el castizo “diferenzia” (tal vez sí para las subversiones interculturales poscoloniales intra-hispánicas), que es la opción de José Martín Arancibia (Derrida, 1997a: 9), asumida también por María Luisa Rodríguez Tapia y Manuel Garrido (Derrida y Bennington, 1994: 16, nota 2). Tampoco se logra ciertamente en la mera “diferencia”, como traducen-escriben Oscar del Barco y Conrado Ceretti (Derrida, 2000); mucho menos en la “diferancia” de Carmen González-Marín (Derrida, 1989c: 39). Patricio Peñalver (Derrida, 1995; 1989d) y Cristina de Peretti (Derrida, 1997c; de Peretti, 1989), en sus traducciones, copian directamente “différance”, en lo que podría señalarse, más que una pereza traductora, una fidelidad momificante o un fetichismo autorizante, ante todo un franco-centrismo, y una colonización escrituraria muy paradójica, tomando en cuenta la intencionalidad silenciosamente subversiva de la (y específicamente esta) escritura para Derrida. 21 irrupción antagónica, quebrada y relacional; un universal conversacional, crítico, dislocante (Grosso, 2012a). “Luchas culturales” (sensu Gramsci), que son “luchas simbólicas” (sensu Bourdieu) y “violentación simbólica” (Grosso, 2010a; 2011): las distintas figuras del “don” luchan por hacer valer su apreciación de las cosas y la red de relaciones que trae consigo. “Contiendas de valor”, las llama Appadurai (Appadurai, 1991: 37 ss.). 20 20 Un motivo semejante, calcado sobre Mauss, es el que mueve a Appadurai: En el origen del capitalismo hay una “narración cultural” en la que las “cosas” son usadas con un sentido retórico y político de diferenciación y distinción social (Appadurai, 1991: 56), intensificando su “virtuosismo semiótico” (el de la pimienta en la cocina, el de la seda en la moda, el de las joyas en la presentación de sí; como lo había sido el de las reliquias en el culto cristiano antiguo y medieval) (57). El capitalismo es un “sistema cultural complejo” (68), que, en la especulación financiera como “metafetichización de las mercancías” (porque no sólo las mercancías ocultan las relaciones sociales que las sustentan y producen, sino que el movimiento de los precios oculta las mercancías mismas al representarlas), se muestra en todo su esplendor agonístico, dramático y lúdico, retórico y semiótico: como en el kula y el potlatch, la bolsa, la riña de gallos, el hipódromo, el casino... donde valen la apariencia, la confianza, el rumor… (70-71) Aún así, las “contiendas de valor” no llegan a ser enunciadas como “luchas simbólicas” (Bourdieu), y menos aún como “violentación simbólica” (Grosso), que serían pugnas más radicales, de rupturas interculturales. Algo, no obstante lo arriba dicho, análogo ocurre con el concepto de “campo” en Bourdieu, que resulta (cuasi)determinante. Bourdieu percibe en el campo económico del “management” la generación performativa de su propia “realidad”, teoría entre positiva y normativa, que encara con brutalidad la lucha entre intereses comerciales y financieros, con un cinismo “opuesto en todo a la denegación y sublimación que tienden a imponerse dentro de los universos de producción simbólica” (Bourdieu, 2001a: 228). El “objetivismo” en el campo científico fue denunciado por Bourdieu como aquella posición sumamente interesada en mostrar el mayor desinterés, interesada en el propio desinterés, tal como lo muestra en El sentido práctico (Bourdieu, 1991). Aquí, en Principios de una antropología económica, hay un “objetivismo” pragmático operando en el “campo económico”. Pero Bourdieu suaviza aquí la torsión simbólica en el campo económico y fortalece la fuerza determinante de las grandes empresas y first movers (primeros jugadores en la producción y el mercado) en la definición performativa de la “realidad”; así como simultáneamente, en el campo científico, irá garantizando cada vez más explícitamente la “verdad” Ilustrada de la crítica mutua entre científicos como realismo de la Razón (ver Bourdieu, 2001b). De este modo, se pierde aquello que Bourdieu había señalado como propio de la distorsión simbólica (su simultánea transfiguración y desfiguración): que las apuestas y las luchas, la inversión originaria y la creencia en el valor dominante en el campo se naturalizan en el interés en el desinterés (ver Bourdieu, 1998). La “estructura” económica es precisamente simbólica: impuesta como “realidad”, y es lo que hace aparecer la competencia entre los agentes del mercado como “conflicto indirecto” (según la expresión de Simmel, citada por Bourdieu; Bourdieu, 2001a: 232). En el campo económico (y en el campo científico socioanalizado), ¿no operaría ya la distorsión simbólica; o estaríamos más bien ante sus operaciones más consumadas como “violencia simbólica”? El hecho de que Bourdieu vea como “exteriores” factores de cambio introducidos en el campo económico tales como: los descubrimientos petrolíferos del siglo XIX, las alteraciones demográficas (como la baja de natalidad o la prolongación en la duración de la vida) o en los estilos de vida (como el trabajo femenino y sus nuevos mercados) (Bourdieu, 2001a: 232), es indicativo de la estabilidad con que Bourdieu ha investido el “campo económico”, indica cuán estrecha se ha vuelto la perspicacia de Bourdieu para (no) dar cuenta del biopoder como política del capitalismo de consumo; como si estos cambios no hubiesen sido generados por los propios agentes económicos, por sus propias fuerzas internas en pugna competitiva, saliendo al cruce a las luchas simbólicas y ahogándolas en el realismo capitalista de la “modernidad” y el “desarrollo”, en su afán hegemónico que siempre se desboca respecto de los mínimos de las instituciones “estructurales”, porque si no se des-actualiza y 22 Pero, una cosa es tensionar el mercado desde el “grado cero” del “cálculo”, en contraposición con la pregnante valoración simbólica de la “cultura” (como lo hace Appadurai) 21; otra cosa es tensionarlo desde el triple movimiento sistémico y funcionalista del don / recepción / retribución (como lo hace Mauss; donde se enfatiza el “valor de uso social” radicalmente para-otro, que es la prenda social de toda “mercancía”, con un propósito que algunos podrían pensar “humanista” que la saca de su “fetichismo” de mera acumulación, denunciando desigualdad en la economía política del capitalismo y anunciando una complementariedad universal igualitaria por fuera de ella, como lo propuso Marx); otra cosa aún, es tensionarlo desde los conceptos etnográficos del “don”, el “gasto” y el “sacrificio” (como lo hace Bataille); perece. Lo económico es cultural hasta donde no parece, hasta donde no muestra serlo para una crítica sociológica, porque, más que descansar en “estructuras” firmes, descansa en la sólida roca de la confianza, en “la granítica solidez fanática de las „creencias populares‟, que poseen la misma energía que las „fuerzas materiales‟”, según la expresión de Gramsci (Gramsci, 1998: 82). Y esto no debe (o, mejor, puede no) confundirse, a pesar de toda la rigidez de su “realismo”, con el objetivismo de las “estructuras”. Estamos ante otro sentido común general asumido, como el que Bataille encuentra en la lógica dialéctica hegeliana, Elias en el lenguaje y en la categoría kantiana de “causa”, y Sohn-Rethel en las condiciones materiales (sociales) del a priori trascendental (ver nota 17). En esas creencias, las “luchas simbólicas” son incancelables bajo cualquier formación de “violencia simbólica”, porque no dependen de las voluntades conscientes ni de las fuerzas objetivas. (En este sentido, las opciones no son, como en la vieja disputa entre fenomenología y estructuralismo, o el interaccionismo o las estructuras, ver Bourdieu, 2001a: 235, que el mismo Bourdieu dijo haber superado ya hace tiempo, de un modo explícito y programado, en El sentido práctico; Bourdieu, 1991.) Sino que las “luchas simbólicas” en abrupta “violentación simbólica” están activas en la semiopraxis oblicua de los descontentos, en esa heteroglosia infinita del discurso de los cuerpos, siempre ya iniciada y de nunca acabar en sus réplicas (ant)agónicas. Retomo el concepto de “luchas simbólicas”, en todo caso, y, parafraseando a Baudrillard (1993), lo hago poniendo a Bourdieu contra Bourdieu. 21 Si todo es mercancía, de hecho o potencialmente, dicho en términos de Appadurai: si todo puede pasar por una fase de su trayectoria social como “mercancía” (Appadurai, 1991: 33), y si “mercancía” significa una sola cosa, opuesta a “cultura” y asociada al “cálculo”: “el tipo de intercambio calculado que, en mi opinión, se halla en el centro del intercambio mercantil” (35), entonces ya no hay luchas simbólicas en torno a un mercado que se ha autonomizado. El “mercado” de Appadurai queda preso del realismo capitalista: la reificación capitalista de la “realidad” hegemónica que vuelve, a sus propios términos, la regla que mide todo y un universal hermenéutico transcultural. 23 y otra cosa, finalmente, es tensionarlo desde la “gestualidad ritual” que opera en matrices de creación sedimentadas en la “seminalidad” colectiva del “estar” (como lo hace Kusch). La crítica del intercambio y de la acumulación por el don, el gasto y el sacrificio se sustenta en la experiencia existencial de sus críticos y los mapas conceptuales que producen. Pero lo que en justicia poscolonial opera como política intercultural y semiopraxis crítica es un hacersentido relacional y colectivo que envuelve en las matrices locales de creación a través de la gestualidad ritual (Kusch, 1976) y la economía emotiva que la anima: sus pausas, sus afectos, sus intuiciones, sus sensibilidades, sus estados de conciencia. No constituye una estrategia de interpretación, un esquema analítico nacido de una inmersión fenomenológico-hermenéutica, una traducción “intelectual”, sino un saber semiopráctico en medio del estar, en el elemento comunitario de “nuestro modo de estar juntos” (Acosta, 2000:47)22, que hace devenir imperceptible (Deleuze y Guattari, 1994) al desfondar todo anclaje en el sujeto separado, conjugación de muerte-en-vida y vida-en-la-muerte esquivamente “cristiana” que recrea así cada vez el conocimiento cósmico material en el que sedimenta 23, pero que siempre se realiza en la masa de una deíctica discursiva determinada, con sus narrativas de seres-en-relación localmente orientados, que sólo tardía y suplementariamente vienen a tener (propia/estricta/estrechamente) “lenguas” (o que saben ya en otras lenguas). Es allí donde el don y la hospitalidad hacen otro sentido. Matrices de creación y justicia poscolonial. El pensar popular evidentemente no tiene interés en concentrar entonces la verdad en la proposición, sino de referir a una verdad que se instala en el existir mismo, con la cual se juega la ubicación en el estar no más. Rodolfo Kusch. La negación en el pensamiento popular. p. 32. 22 Dice Alejandro Acosta en Bohórquez, o la seducción, recreando las revueltas calchaquíes del siglo XVII en lo que hoy es el noroeste argentino, en el poema “Huérfanas de líderes que las conduzcan a la ansiada libertad”: Qué cuidada sucesión / de ásperos distintos / escalonan mejor / que los caprichos. // Cierra los ojos. / Siente en la mazorca / el corazón único de cada grano. // Escucha nuestro modo de estar juntos (Acosta, 2000: 47). 23 Figura intercultural poscolonial del “eterno retorno” nietzscheano: de ese volver de eternidad antiplatónico siempre nuevo y en cada caso, aquí y ahora. 24 Siento que hemos sido tocados, con Alejandro Haber, por esas matrices locales de creación y su comunidad de seres. Y esa vieja amistad nos volvió a unir ahora desde los lazos en que nos envolvieron las gentes de Antofalla (Haber, 2010), de Bombori (Grosso, 1994), de la mesopotamia santiagueña (Grosso, 2008a), con quienes decidimos hacer de la “investigación” un estar-nomás, una “no-metodología” (Haber, 2011). Hay palabras, gestos, maneras, que quedan dando vueltas en torno nuestro mucho tiempo. Hace algunos años que percibo el giro narrativo (tanto en la escritura como en la expresión oral) de Alejandro. Había comprendido ya, tiempo atrás, lo que conlleva la semiopraxis del narrar en diálogo con Michel de Certeau (de Certeau, 2000; Grosso, 2005b; 2007; 2008a; 2010b) y ha sido el elemento mismo en que he elaborado el concepto de “semiopraxis”. Pero lo he sentido al escuchar y leer a Alejandro. Tomado por la narración, entonces, termino este texto llegando a lo que, al fin y al cabo de tanta hospitalidad, quiero decir: En abril de 1993 subí por primera vez, caminando desde Macha, en el Norte de Potosí, hasta Santiago de Bombori, que se encuentra en el altiplano boliviano a 3.800 metros de altura. El tránsito vehicular automotor era, entre Macha y K’ulta, muy esporádico, y ascendiendo hacia Bombori, nulo. Sólo en el mes de julio, fiesta del santo, patrono de los yatiris (shamanes), el flujo automotor se vuelve intenso, transportando contingentes de peregrinos que llegan (muchos de ellos acompañados de sus yatiris) del amplio entorno, en un radio que va desde el Lago Titicaca y el norte de Chile a Santa Cruz de la Sierra y la zona limítrofe norte de Argentina. Caminé solo aquella vez desde las 6 de la mañana, hasta que, pasado el mediodía, al iniciar el ascenso del macizo donde se encuentra Bombori, me encontré en el camino con Teófilo Cabezas Estrada, que volvía a su comunidad, Kayni, vecina de Bombori, con su rebaño de llamas cargadas con arroz, papa, condimentos, maíz, lana, que había recibido en los valles de Sucre, a una semana de distancia, y donde había entregado las habas y ch’uño (papa disecada) que había ido llevando. Dos veces al año hacía ese viaje de 15 ó 20 días. De ahí en más caminamos juntos el camino de Bombori, y fue su casa mi lugar de llegada a la zona todo ese año. Teófilo asimismo me acompañó en varios trechos de la investigación. Yo estaba allí invitado por Tristan Platt (quien llevaba largos años de estancia investigativa en la zona) para 25 realizar el proyecto de mi tesis de maestría en historia andina, sobre adivinación y mestizaje en torno a la imagen y al culto de Santiago de Bombori. 24 Teófilo era un muchacho de unos 20 años, hablaba quechua y algo de aymara como lengua materna, y había aprendido español en la escuela, donde había hecho el ciclo primario. Desde aquel momento pasamos horas conversando. Él se interesó mucho en el tema de la tesis y yo encontré en él una mano que me guiara, unos pasos a seguir y una voz que traducía lo que con mi incipiente quechua apenas entresacaba en palabras sueltas del habla aymara-quechua de la región. Fui introducido de este modo en la hospitalidad local desde que llegamos esa tarde a su casa, donde vivía con sus padres y hermanos. Me recibieron para pasar la noche, cediéndome Teófilo su cuarto, a unos 20 metros de la casa de sus padres, junto a los corrales de llamas, donde él dormía habitualmente sobre un colchón de pajas entramadas. Como en todas las casas de la región, la vida diaria pasa entre las tareas en el campo, el patio donde están los corrales, y el cuarto de estar y comer donde se guarda un gran cesto con granos. Comimos maíz molido y papa con algunas habas. En las paredes colgaban un gran mapamundi, que ocupaba gran parte de la pared frente a la puerta, y dos fotos: una de la ciudad de Frankfurt y otra de un paisaje con montañas, lagos y bosque. El padre de Teófilo me decía que les gustaba mucho saber de otros lugares, y me preguntaron aquel atardecer muchas cosas de Argentina y de Colombia (de donde yo venía en ese momento, donde conocí a Tristan y donde cursaba mis estudios de maestría). La apertura cotidiana al mundo que me manifestaban chocaba con mis prejuicios y expectativas, y no salía yo del asombro de hallar, en aquella pequeña pieza, en medio de la aplastante extensión altiplánica, a 3.800 metros de altura, aquellas imágenes, aquellas personas, aquel interés, aquella conversación. Fui acogido sencillamente desde aquel pequeño lugar en el mundo, que se abría y me daba un sitio en cada gesto de hospitalidad: la mano estrechada, el asiento, el diálogo, la comida, el cuarto para dormir, el lecho… Teófilo era el hermano mayor y por tanto quien colaboraba todo el tiempo con su padre. En las seis horas de camino que habíamos compartido el día anterior, mientras le comentaba a Teófilo sobre lo que me interesaba estudiar en Bombori, le pregunté si podría acompañarme en los días siguientes. Me dijo que le gustaría y que debía hablar de eso con su padre. A la 24 Vide in extenso Grosso, 1994. 26 mañana siguiente habló con su padre, quien le dio permiso para que durante todo ese día anduviera conmigo. Le hacía gracia a Teófilo que cosas tan cotidianas para él pudieran interesarme tanto y las bordeara de preguntas, y tanto más que me hubiesen llevado a viajar tan lejos y a estar con él en Kayni y en Bombori. Yo llevaba conmigo una máquina de fotos y una grabadora pequeña. Entonces me dijo: “yo te acompaño y tú me sacas algunas fotos de mi familia y me grabas cantando algunas canciones con el charango”. Así acordamos: algo que no era un intercambio sino un encuentro de dones, inconmensurables, valiosos para ambos, pero sin moneda ni cálculo mediador. Entraba yo así con lo que llevaba en mí en una matriz ritual, sacrificial por el gasto sin medida que lo contuviera ni con el que pudiera reemplazarse o trocarse los bienes. Anduvimos ese día por Bombori, recorriendo, mirando los lugares, tocando piedras y el agua del río, conversando (a través de su quechua y su escaso aymara) con la gente del lugar. Teófilo me preguntaba sobre la investigación porque quería saber qué era lo que me interesaba, intervenía con sus opiniones y armaba las preguntas que le haría a sus vecinos. Luego, cuando conversábamos nuevamente entre casa y casa, me comentaba sorprendido aquellas cosas que él no sabía y que la gente le iba contando. En algunas ocasiones nos encontramos con viejos que sólo hablaban aymara, y alguien de la familia traducía al quechua para Teófilo, y él para mí al español. Las lenguas eran parte de los dones inconmensurables que se vertían en la conversación, con sus equívocos y ambigüedades. Subimos esa tarde a uno de los cerros que rodean Bombori, luego bajamos nuevamente y visitamos un ingenio de mineral abandonado, así llamado “de los españoles”, y levantamos cerámicas rotas en ese lugar. Nos sentamos luego en la falda, alejándonos de las casas, a escuchar las historias que habíamos registrado. Conversamos. Una historia hablaba de Bolívar cuando había pasado por Bombori. Otra, del Tata Bombori (como llaman al patrono Santiago) y del Tanka Tanka (cerro dominante en la región, “jorobado”), de una lucha entre Tata Bombori y los diablus que había ocurrido en la cima de ese cerro. Luego Teófilo tomó su charango y me pidió que lo grabara cantando. Las canciones eran de él, sobre cuestiones de amor. Grabamos una hora y me pidió escucharse cantar. Le resultaba muy divertido oírse cantar: nunca había tenido esa experiencia. 27 En los días siguientes se dedicó a las tareas del campo con su padre y yo anduve solo por Bombori. Me quedé una semana, como estaba previsto, y al regresar dejé al costado la comunidad de Kayni por no apartarme del camino, siendo que debía llegar en aquel día caminando hasta Macha, a unas 14 horas de marcha. Casi al mes volví para quedarme otra semana en Bombori. Llegué primero a Kayni, a casa de Teófilo y sus padres. Yo llevaba impresas las fotografías que les había sacado un mes atrás: en el patio, con las llamas en los corrales, a toda la familia. Fue inmensa la alegría. Ese día seguí camino a Bombori, a menos de una hora, cruzando el río. Quedamos con Teófilo en vernos allí al día siguiente, una vez que conversara con su padre para que le permitiera acompañarme. En la mañana llegó a la comunidad de Bombori, donde yo había alquilado un cuarto. Anduvimos recorriendo juntos la zona todo aquel día. Yo llevaba los registros de audio de la visita anterior, que volvimos a escuchar y recolectamos otros nuevos. Al final de la tarde, Teófilo me pidió escuchar otra vez sus canciones. Se reía inconteniblemente al oírse. Al llegar la noche, nos tiramos boca arriba sobre el pasto y hablamos un rato sobre las estrellas. De donde hace apenas un año me surgió este macerado relato: “Fue a 3.800 metros de altura, en el altiplano del norte del Potosí, cuando giró una idea de la tierra al cielo hace diecinueve años, en una noche tachonada de estrellas encima de las narices, que cubría con su manto la ancestral potencia del cerro tutelar, rebautizado ‘San Cosme’, dormido en la vecindad de Bombori. Y pensé, como un programa aún no cumplido pero largamente realizado por los seres que lo pueblan, en hacer la topografía nocturna trazando aquellas tramas de señales aéreas en la piedra viva, o, al revés, alzar los caminos y relaciones gestuales del suelo sobre el oscuro fondo del cielo, de donde llega el don inconmensurable y sacrificial del rayo. Así los circuitos rituales de Tata Bombori inundan de vida los ayllus en una agricultura invertida. Y entonces no cupe de saber junto a Teófilo, que imaginaba risueño la locura de decirlo, cuando era habitual para los seres del lugar contar con ello sin precisar el número ni la figura ni la cartografía: sólo líneas cruzadas en la comunidad de amores y desencuentros. Pero en mí produjo un temblor… y aún siento en los pies esa desazón con la que traspasó y cavó allí su suspenso la esperanza incontenible de lo que viene a guardarnos en su olvido, pleno de silencios y gratitudes. Y quedó en mí esa promesa segura, al tener su cumplimiento en quienes hacen día a día, noche a noche, esos pases, y quedo en ellos” (Grosso, 2012c). 28 Ese temblor bajo los pies, ese abrirse el suelo en hueco de olvido y esperanza me hicieron de otra hospitalidad, me dieron vuelta el mundo, la vida y la muerte, quedé allí en otra comprensión que no alcanza lengua traductora: al tocarme esos dones me hicieron otro, otro entre otros. Entrada la noche, Teófilo volvió a Kayni y yo seguí solo toda esa semana en Bombori. Muchas veces volví ese año, cada dos o tres semanas, a Kayni y a Bombori. En noviembre llegué a la casa y Teófilo estaba recién casado, hacía unos 12 días, con una muchacha de la comunidad de K’ulta. Igualmente me ofreció su cuarto para quedarse, y él se trasladó a otro con su reciente esposa. Mis negativas no pudieron vencer su insistencia. Esa vez llevé más fotografías y algunos comestibles que escasean en el altiplano: yo venía desde Sucre, de los valles, donde estaba residiendo. Entonces hicimos una visita a un yatiri de Bombori que “hacía hablar a los cerros” en un ritual llamado “kawiltu” (“cabildo”), la práctica adivinatoria y de consulta más poderosa en la región, que muy pocos saben hacer. Fuimos Teófilo, su hermano, Virginie Royer de Véricourt (colega investigadora con quien coincidimos esa vez) y yo. Aporté los cigarrillos, el alcohol y la coca necesarios para el ritual. Teófilo traducía, porque el yatiri hablaba quechua y casi nada de español. Estábamos encerrados en una total oscuridad a pleno día en la casa del yatiri: la puerta sellada con mantas. Se avecinaba una tormenta, el cielo estaba cubierto y resonaban poderosos truenos. “El Tanka Tanka está enojado”, dijo el yatiri. Y comenzó con sumo cuidado y prudencia el “kawiltu”. Teófilo consultó sobre sus “llamitas”, porque algunas se le estaban muriendo, y recibió unas indicaciones de Santa Wara Wara (Santa Bárbara), quien llegó con sus llamitas y ovejitas. Teófilo debía traer guano de K’ulta y arrojar en su corral; es que Santa Wara Wara, patrona de K’ulta, estaba enojada porque no había casado con su mujer en K’ulta, sino en Bombori, y entonces la fiesta se había hecho en Kayni, olvidando las ch’allas para ella. Nosotros, con Virginia, preguntamos si Tata Bombori estaba contento con nosotros, con nuestro estudio, y el turri mallk’u (la torre-cerro de la iglesia de Santiago de Bombori) respondió que debíamos “estudiar con respeto”, haciendo las ch’allas y “pidiendo permiso”, que así íbamos bien. “Siempre con respeto”, dijo el turri mallk’u, es decir: dejándonos tocar por la relación con esa fuente poderosa que nos abría paso. 29 En diciembre fue la última vez que nos encontramos con Teófilo. Pasé por su casa, yo estaba con poco tiempo. Fue un viaje rápido que armamos con Virginie, en su jeep, desde Sucre. Ella revisaba por última vez algunos tramos de su investigación en la región de Macha y yo hacía lo propio en Bombori. Era diciembre, estaba próxima la Navidad y viajábamos a nuestros países de origen. Mi padre estaba muy enfermo en Argentina, en la fase ya muy avanzada de una enfermedad terminal. Tenía varias consultas que hacer a Teófilo sobre las entrevistas que habíamos realizado, incluso algunas faltaba traducir. Teófilo habló con su padre y quedamos en que esa vez debía darle dinero (sin definir cuánto) por ese día de trabajo. Fue una jornada de apenas unas horas de mucha presión. No se parecía en nada a las anteriores estadías. En un momento la comunicación se volvió tensa, Teófilo se esforzaba por responder a mis preguntas que volvían sobre las mismas partes de las entrevistas o sobre un mismo tema. La violencia y el sacrificio se tornaron instrumentales, para sacar información. Pero siento que en ese momento yo no entendía nada y que todos los aprendizajes ya se habían dado antes, en las anteriores estancias. Con Virginie teníamos prisa por regresar a Sucre ese mismo día. Hicimos la tarea y le di a Teófilo un dinero del cual tomó sólo una parte, en billetes y monedas; no quiso recibir más. Nos despedimos con tristeza. Aún queda allá una parte de mí que no sé cuánto es y que ha sido tomada en encuentro de dones y sacrificio por las matrices de creación de Kayni y Santiago de Bombori. Es lo que aún me ata a aquellas fuerzas. Es también para mí fuente de poder y protección. Me debo a aquellos lazos locales, pero no en el narcisismo de la deuda (es aquello que no pude pagar con dinero en el último encuentro), sino por la disruptiva imantación relacional de sus dones. Supe desde entonces que una tesis, como cualquier investigación, es un aprendizaje existencial que me/nos toca “en terreno” y que, por los protocolos de la academia, se escribe en páginas en blanco. Pero, como todo en la vida, lo que vale es lo que queda, lo que sigue estando. §§§ Para quien llega, las personas y comunidades americanas oscilan entre el silencio críptico y la recepción ingenua: al lado del silencio lúgubre, el gesto amable. Pero el extranjero vagamente percibe que en el acto de recepción esa gente le abre un sitio y le da un nuevo lugar que recrean a lo largo y ancho la constelación entera de relaciones. Allí, arcaicas matrices epistémico-prácticas de creación muestran su mayor flexibilidad a través y a lo largo de las 30 adversidades del colonialismo. Estas lenguas silenciosas son la semiopraxis del sacrificio en el que un don extremo desde otros espacio-tiempos introduce nuevos seres en relaciones rituales. En medio de ellos, nos transformamos, nos convertimos en otros: la trama práctica nos hace otros. Así la ética colonial es invertida/investida por una excesiva hospitalidad. Silencio, demora y afecto abruptamente tocan los bordes del orden dominante, dislocándolo. Nosotros, en un primer momento (y tal vez permanentes) extraños, arrogantes, blindados advenedizos, hemos ignorado y despreciado esta justicia que proviene de los otros que no dominan, siendo, sin embargo, y a pesar de ello, que esta justicia intercultural postcolonial, en su praxis crítica, toma los más grandes riesgos teóricos en una revolución no-ilustrada. No hay, en todo el pensamiento crítico occidental, tal volumen y densidad transformadoras: en las culturas no-letradas (sacha-culturas25; atque etiam analfabetas) están, in praxi, las más radicales e innovadoras fuerzas críticas de las maneras de conocer, de vivir, de convivir y de morir, aquellas que presionan y salen al encuentro en la exterioridad del sentido común colonialista. Una vez más: otro don, otra hospitalidad. BIBLIOGRAFIA ACOSTA, Alejandro 2000 Bohórquez o la seducción. Buenos Aires: Edición del autor. ALTHUSSER, Louis 2005 “Ideología y aparatos ideológicos del Estado. 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