John Fiske "Understanding Popular Culture". En Reading the

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John Fiske
"Understanding Popular Culture". En Reading the Popular, Londres y Nueva York, Routledge, 1995 (1º impresión
1989).
Traducción de María Graciela Rodríguez.
Capítulo 1: "Comprendiendo la Cultura Popular" (pp. 1 a 12)
Cultura popular
Este libro consiste en una serie de análisis de prácticas de la cultura popular. En varios sentidos, todas ellas, espero,
echarán luz sobre los significados y los placeres que generamos y hacemos circular en nuestro cotidiano vivir. Cultura
es el proceso constante de producción de significados acerca de y desde nuestra experiencia social y estos significados
necesariamente producen una identidad social en aquellos involucrados. Hacer sentido sobre algo implica la acción de
hacer sentido de aquella persona que es el agente en el proceso; la producción de sentido disuelve las diferencias entre
sujeto y objeto y construye cada uno en relación al otro. En la producción y circulación de estos significados descansa el
placer.
Producir cultura (y la cultura está siempre en proceso, nunca es acabada) es un proceso social: todos los significados
de sí (self), de las relaciones sociales, todos los discursos y textos que juegan roles culturales tan importantes, pueden
circular solamente en relación al sistema social, en nuestro caso el sistema capitalista blanco y patriarcal. Todo sistema
social necesita de un sistema cultural de significaciones que sirven tanto para sostenerlo en su lugar como para
desestabilizarlo, para hacerlo más o menos permeable al cambio. La cultura (y sus significados y placeres) es una
sucesión constante de prácticas sociales; es por lo tanto inherentemente política y está centralmente involucrada en la
distribución y posible redistribución de variadas formas de poder social. La cultura popular está hecha de varias
formaciones de sujetos subordinados o ilegítimos1, sin acceso a los recursos tanto discursivos como materiales que son
provistos por el sistema social que los deslegitima. Es por lo tanto contradictoria y conflictiva en su núcleo. Los
recursos -televisión, discos, ropa, video games, lenguaje- transportan los intereses de los económica e ideológicamente
dominantes; poseen líneas de fuerza dentro de las cuales son hegemónicos ya que trabajan en favor del status quo. Pero
el poder hegemónico es necesario, o aún posible, sólo en razón de la resistencia, por lo cual estos recursos deben
también transportar líneas de fuerza contradictorias que son asumidas y activadas de manera diferente por los sectores
populares2 situados diferencialmente dentro del sistema social. Si los bienes culturales o los textos no contienen
recursos a partir de los cuales los sectores populares pueden producir su propio significado de las relaciones e
identidades sociales, serán rechazados y fracasarán en el mercado. No serán populares.
La cultura popular está hecha por personas subordinadas, a favor de sus propios intereses y por fuera de los recursos
que también, contradictoriamente, sirven a los intereses económicos de los dominantes. La cultura popular está hecha
desde dentro y desde abajo, no impuesta desde fuera y desde arriba, como los teóricos de la cultura de masas aducen.
Siempre hay un elemento de la cultura popular que queda fuera del control social, que escapa o se opone a las fuerzas
hegemónicas. La cultura popular es siempre una cultura en conflicto, siempre implica la lucha por la producción de los
significados sociales que están en los intereses de los subordinados y que no son los preferidos por la ideología
dominante. Las victorias en esta lucha, aún cuando sean fugaces o limitadas, producen placer popular, porque el placer
popular es siempre político y social.
La cultura popular se hace en relación a las estructuras de dominación. Esta relación puede adoptar dos formas
principales: la de la resistencia o la de la evasión. Las fans de Madonna (capítulo 5) se resisten a los significados
patriarcales de la sexualidad femenina y construyen sus propios y oposicionales sentidos; de forma similar los chicos de
los locales de video games (capítulo 4) están produciendo sus propios significados de resistencia acerca de las
relaciones hombre-máquina y las estructuras de poder. Pero los surfistas (capítulo 3) están evadiendo la disciplina
social y el posicionamiento y control ideológico. Evasión y resistencia están interrelacionadas y ninguna es posible sin
la otra: ambas implican el interjuego del placer y el significado, sólo que la evasión es más placentera que significativa
mientras que la resistencia produce sentido antes que placer.
Producir cultura popular fuera de los noticieros televisivos, por ejemplo, es posible y placentero solamente si los
subordinados pueden hacer sentido fuera de ellos, de otro modo las noticias serían parte solamente de la cultura
dominante, hegemónica. Así, las noticias sobre una tormenta de nieve (capítulo 7) o de las tropas israelíes sofocando
1 Nota de la Traducción: el término original es "disempowered" al que corrrespondería algo así como "desautorizadas".
2 Nota de la Traducción: la palabra original es "people" que en inglés remite a "pueblo" o al más genérico "gente". A sabiendas de que ambos términos
presentan dificultades teóricas y de que toda traducción tiene sus límites, optamos por utilizar "sectores populares" en razón de sus implicancias políticas.
una revuelta sorpresiva de jóvenes árabes (capítulo 8), pueden ser populares solamente si ofrecen significados que sean
relevantes para las vidas cotidianas de los sectores populares subordinados, y esos significados serán placenteros
solamente si se hacen fuera de las noticias, no por ellas. Estos placeres productivos de hacer el propio sentido son
enfáticamente diferentes de los placeres corporales evasivos y ofensivos vivenciados por los surfistas o por los
jugadores de video games.
La cultura popular está siempre en proceso; sus significados nunca pueden ser identificados en un texto porque los
textos son activados, o convertidos en significativos, solamente en relaciones sociales e intertextuales. Esta activación
del sentido potencial de un texto puede ocurrir solamente en las relaciones sociales y culturales en las cuales ingresa.
Las relaciones sociales de los textos ocurren en sus momentos de lectura puesto que se insertan en las vidas cotidianas
de sus lectores. Los shoppings son textos bastante diferentes para mujeres que para jóvenes desempleados, porque sus
relaciones sociales difieren en cada caso (ver capítulo 2): para las mujeres, los shoppings son lugares públicos
legitimados y no amenazadores, opuestos tanto a la calle como al hogar; para los jóvenes desempleados son lugares
para hacerle trampas al "sistema", consumir sus imágenes y disfrutar de su calor y lugares para el consumismo, sin
comprar ninguno de sus bienes. El sentido de los shoppings se hace y circula en las prácticas sociales.
Pero también están hechos intertextualmente: desafiantes stickers que anuncian "El lugar de una mujer está en el
shopping", jarras de café con las palabras "ratas de shoppings" o remeras que proclaman la patología de los "shop-aholic", pueden ser usados con desafío, escepticismo, críticamente y de forma variada según los muchos usos que se les
den (un padre que le da una remera a su hija adolescente puede establecer una serie de sentidos que podrán variar
significativamente de aquellos generados por la remera si ésta fuera un regalo de sus amigos). La cultura del shopping,
así como la de Madonna o la de la playa, no puede ser analizada en la clausura de los propios textos sino que debe ser
leída en sus usos sociales y en su relación con otros textos. Las postales que mandamos son una parte del sentido de la
playa tanto como el uso que hacemos de exponernos al sol y a la vista de los demás; los posters de Madonna son tanto
una parte de su significado y sus placeres como su canciones y videos. La fan que decora su habitación con íconos de
Madonna, las imitadoras (las que se visten como ella) que se pasean por las veredas, son agentes de la "cultura
Madonna", sus textos (los dormitorios, sus cuerpos) son tan significativos como cualquier cosa de la propia Madonna.
El sentido de la cultura popular existe solamente en su circulación, no en sus textos; los textos, que son cruciales en
este proceso, necesitan ser comprendidos no por ellos mismos sino en sus interrelaciones con otros textos y con la vida
social, porque así es como su circulación está asegurada.
Productividad y discriminación popular
El arte de la cultura popular es "el arte del hacer". La subordinación de los sectores populares significa que ellos no
pueden producir sus propios recursos de la cultura popular pero sí que hacen su cultura con aquellos recursos. Los
bienes producen beneficios económicos para sus productores y distribuidores pero su función cultural no puede
explicarse adecuadamente por su función económica, por más dependiente que sean de ésta. Generalmente las
industrias culturales son pensadas como aquéllas que producen nuestras películas, música, televisión, publicaciones,
etc. pero todas las industrias son en mayor o menor medida industrias culturales: un par de jeans (ver el capítulo 1 de
Understanding Popular Culture) o un mueble es un texto cultural tanto como un disco de música pop. Todos los bienes
son consumidos tanto por sus significados, identidades y placeres como por su función material.
Nuestra cultura es una cultura de bienes y es infructuoso discutir esto con el argumento de que cultura y ganancias
son términos mutuamente excluyentes, que lo que es ganancia para algunos no puede ser cultural para otros. Debajo de
este argumento descansan dos fantasías románticas que se originaron en los extremos opuestos del espectro cultural:
por un lado, la de los artistas pobres, dedicados solamente a la pureza y a la estética de su arte (porque esta es una
visión patriarcal) y, por el otro, la del arte folk en la cual todos lo miembros de la tribu participan igualitariamente en
la producción y circulación de su cultura, libre de toda mácula comercial. Ninguna de estas fantasías tiene mucha base
histórica ni tampoco ayudan mucho a entender a la cultura popular de las sociedades capitalistas. Las dimensiones
culturales de las industrias se encuentran allí donde su dominio es más inestable: saben que los sectores populares
tienen que comer, usar ropa, transportarse, pero no están tan seguras en determinar qué o por qué quieren comer, vestir
o viajar. Las industrias culturales, término con el que nombro a todas a las industrias, deben producir un repertorio de
productos desde donde los sectores populares elijan. Y así lo hacen; las mayores estimaciones del promedio de fracasos
en nuevos productos -sean primariamente culturales, como películas o discos, o bienes más materiales- están en el
orden del 80-90% a pesar de la publicidad extensiva (y la función principal de nuestra enorme industria publicitaria es
tratar de asegurar la circulación cultural de los bienes para las ganancias económicas de sus productores). Pero, a pesar
de todas las presiones, son los sectores populares los que finalmente eligen cuáles bienes usarán en su cultura.
Estas presiones no son solamente económicas. La playa, por ejemplo, no es un bien a ser comprado y vendido, como
tampoco las áreas de descanso públicas de los shoppings o la vista de la Seas Tower desde la autopista. Pero la ausencia
de poder económico no significa la ausencia de poder social o hegemónico. Como lo demuestro en los capítulos 3 y 4,
los intentos de controlar los sentidos, los placeres y las conductas de los subordinados están siempre allí, y la cultura
popular tiene que acomodarlos en un constante interjuego de poder y resistencia, disciplina e indisciplina, orden y
desorden.
Esta lucha es mayormente una lucha por los significados, y los textos populares aseguran su popularidad solamente
por ser ellos mismos terrenos que invitan a esta lucha; los sectores populares improbablemente elijan un bien que sirva
solamente a intereses económicos e ideológicos de los dominantes. De modo que los textos populares están
estructurados en la tensión entre las fuerzas de clausura (o dominación) y apertura (o popularidad). En el capítulo 5 de
Understanding Popular Culture, teoricé acerca de algunas de las fuerzas de apertura; en ese libro traté de seguir sus
pista en el trabajo. De manera que la cultura popular está llena de juegos de palabras cuyos significados multiplican y
evaden las normas del orden social y desbordan su disciplina; su exceso ofrece oportunidades para la parodia, la
subversión, o la inversión; es obvio y superficial, se niega a producir textos profunda y complejamente armados que
reducen sus audiencias y sus significados sociales; es vulgar y sin gusto, porque el gusto es un control social y un
interés de clase enmascarado como fina sensibilidad natural; está cruzado por contradicciones, pues las contradicciones
requieren del lector la productividad de la acción de hacer su propio sentido fuera de ellas. Generalmente se centra en
el cuerpo y sus sensaciones antes que en la mente y su sentido, pues los placeres corporales ofrecen prácticas
carnivalescas, evasivas, liberadoras: ellas constituyen el terreno popular en el cual la hegemonía es más débil, un
terreno que posiblemente descanse más allá de su alcance.
Los textos populares son inadecuados en sí mismos: nunca son estructuras autosuficientes de significado, son
provocadores de significados y placeres, sólo se completan cuando son apropiados por los sectores populares y
colocados en la cultura de su vida cotidiana. Los sectores populares producen la cultura popular en la interfase entre la
vida cotidiana y el consumo de productos de las industrias culturales.
El objetivo de esta productividad es, por ende, producir significados relevantes para la vida cotidiana. La relevancia
es central a la cultura popular, pues minimiza la diferencia entre el texto y la vida, entre la estética y el día a día que es
central en un proceso y una cultura basados en las prácticas (como la popular) más que un proceso y una cultura
basados en el texto y la perfomance (como la burguesa-intelectual) (ver el capítulo 6 de Understanding Popular
Culture). La relevancia pueden producirla solamente los sectores populares, pues solamente ellos pueden saber cuáles
textos les permiten producir los significados que funcionarán en su vida cotidiana. la relevancia también significa que
la mayor parte de la cultura popular es efímera: así como las condiciones sociales de los sectores populares cambian,
también lo hacen los textos y los gustos desde los que la relevancia puede ser producida.
La relevancia es la intersección entre lo textual y lo social. Es por lo tanto, un lugar de lucha, pues las relevancias
están dispersas y son tan divergentes como las situaciones sociales de los sectores populares: de allí que los textos
populares tengan que trabajar contra sus diferencias para encontrar lo común entre grupos sociales divergentes en
función de maximizar sus consumos y las ganancias.
Existe también otra lucha sobre la relevancia misma, particularmente en la función de los noticieros en la cultura
popular. A pesar de que hay muchas similitudes entre entretenimiento e información y las distinciones rígidas entre
ellos son tan innecesarias como son de populares entre los programadores de TV, el poder no trabaja de modo diferente
en cada uno. Son pocos lo que hoy creen que es una cuestión de interés nacional controlar el entretenimiento de los
sectores populares para mejorar su gusto (lo que significa, en la práctica, eliminar los gustos populares y reducirlos a
los burgueses), pero hay argumentos mucho más sólidos que sostienen que hay información que los sectores populares
necesitan tener para hacer prosperar la democracia. Un electorado políticamente ignorante o apático será incapaz de
producir políticos lúcidos. Por lo que los noticieros televisivos, por ejemplo, se ven atrapados en la tensión entre la
necesidad de emitir información considerada de interés público y la necesidad de ser popular. Intentan conjugar estas
necesidades contradictorias siendo socialmente responsables en cuanto al contenido pero populares en la forma y la
presentación, y de ese modo corren el riesgo de ser juzgados aburridos e irrelevantes por un lado y superficiales y
precipitados por el otro. Están atrapados entre las relevancias que competen al nivel nacional (o global) y las de la vida
cotidiana del nivel local, y pueden ser juzgados como exitosos sólo cuando logran fusionar los dos niveles en uno. En
los capítulos 7 y 8, indago el interjuego de poder, saber, placer y popularidad en los noticieros en tanto la
responsabilidad social y la disciplina se encuentran con la productividad y la relevancia popular.
Políticas
La cultura popular es la cultura de los subordinados que resienten de su subordinación; no concierne a la búsqueda
de significados consensuados o a la producción de rituales sociales que armonicen las diferencias sociales, como los
pluralistas liberales aducirían. Sin embargo, y del mismo modo, tampoco es la cultura de la subordinación que masifica
o mercantiliza a los sectores populares convirtiéndolos en víctimas del capitalismo, como los teóricos de la cultura de
masas proponen. Aunque diferentes, ambos argumentos encuentran en la cultura popular solamente aquellas fuerzas
que trabajan en favor del status quo: los liberales pluralistas pueden definir esto en términos de consenso y los teóricos
de la cultura de masas en términos de poder de las clases dominantes pero ningún argumento habilita a la cultura
popular a trabajar como un agente de desestabilización o como un redistribuidor del balance de poder social hacia los
ilegítimos. Son, por lo tanto, inadecuados.
La cultura popular está estructurada dentro de lo que Stuart Hall (1981) llama la oposición entre el bloque de poder
y los sectores populares. El bloque de poder consiste en una alianza relativamente unificada y relativamente estable de
fuerzas sociales: económicas, legales, morales, estéticas; los sectores populares, por su parte, son una serie diversa y
dispersa de lealtades constantemente formadas y reformadas entre las formaciones de los subordinados. También puede
ser pensada como una oposición entre homogeneidad, en tanto el bloque de poder intenta controlar, estructurar y
minimizar las diferencias sociales en función de servir a sus intereses, y heterogeneidad, en tanto las formaciones de
los sectores populares mantienen de manera intransigente su sentido de la diferencia social lo que es también una
diferencia de intereses. Puede pensarse como la oposición entre el centro y la circunferencia, entre las fuerzas
centrípetas y centrífugas o, de modo más beligerante, como el conflicto entre un ejército de ocupación y los grupos
guerrilleros, como de Certeau (1984) y Eco (1986) la han caracterizado. Pero la relación es siempre una de conflicto o
confrontación; las fueras hegemónicas de la homogeneidad se encuentran siempre con las resistencias de la
heterogeneidad.
Estas resistencias toman varias formas que difieren en su visibilidad social, en sus posicionamientos sociales y en su
actividad. Podría argumentare que lo menos activo políticamente son los placeres corporales de la evasión, la tenaz
negación de la ideología dominante y su disciplina y la habilidad de construir una serie de experiencias más allá de su
alcance. Los surfistas y los jugadores de video games "pierden" sus identidades socialmente construidas y por lo tanto
la estructura dominación-subordinación en sus momentos de goce, cuando la intensidad de la concentración-placer
corporal se convierte en orgásmica (ver capítulos 3 y 4). Otros placeres evasivos y ofensivos son aquellos carnivalescos
de alegría exagerada y liberadora (ver en este volumen el capítulo 6 y los capítulos 3 y 4 en Understanding Popular
Culture) que invierten las normas sociales e interrumpen momentáneamente su poder.
Existen argumentos acerca de que estos placeres evasivos o carnivalescos no son más que válvulas de seguridad que
finalmente sirven para mantener la estructura de poder al proveer significados controlados, contenidos y autorizados
para la expresión de resentimiento. Existen argumentos similares en contra de la efectividad política de la resistencia
semiótica o interior que ocurre dentro del campo de la fantasía construida por fuera y en contra de las fuerzas de
sujeción ideológica (ver capítulo 5b). Estos argumentos sostienen que, como esta resistencia ocurre dentro del campo
de lo individual antes que en el de lo social , está desactivada, es segura y está contenida confortablemente por el
sistema. Pero lo que estos argumentos no tienen en cuenta son las políticas de la vida cotidiana que ocurren en el nivel
micro antes que en el macro; tampoco aciertan a dar cuenta de las diferencias y conexiones potenciales entre
resistencias interior, semiótica y sociopolítica, entre significados y comportamientos, entre progresismo y radicalismo,
entre tácticas evasivas y ofensivas. Estos son tópicos y relaciones centrales a la política de la cultura popular y las
teorías que fracasan en enfocarlos nunca pueden ofrecernos revelaciones adecuadas.
Las teorías de la ideología o de la hegemonía ponen en tensión el poder de los dominantes para construir las
subjetividades de los subordinados y el sentido común de la sociedad en favor de sus propios intereses. Su poder es el
poder de poseer el significado de sí mismos y de las relaciones sociales aceptado o consensuado por los sectores
populares. En el nivel más básico, evadir este poder o invertirlo es un acto de desafío, pues cualquier expresión de
sentido que establezca las conflictivas diferencias sociales mantiene y legitima esos significados y esas diferencias. La
amenaza al poder de los dominantes se evidencia en sus constantes intentos de controlar, deslegitimar y desacreditar
los placeres de los sectores populares. Pero a pesar de las centurias de represión legal, moral y estética (ver capítulo 4
de Understanding Popular Culture), la cultura de la vida cotidiana de los sectores populares, muchas veces transmitida
oralmente, ha mantenido estas fuerzas evasivas y de resistencia popular sin las cuales muchas resistencias activas no
habrían tenido base ni motivación. La evasión son los cimientos de la resistencia; evitar la captura, sea ideológica como
física, es la primera tarea de la guerrilla.
El poder básico de los dominantes en el capitalismo puede ser económico, pero este poder económico está tanto
apuntalado como excedido por el poder semiótico, es decir, el poder de hacer sentido. Por eso la resistencia semiótica
que no sólo rechaza el sentido dominante sino que también construye significados opuestos que sirvan a los intereses de
los subordinados, es tanto una base vital para la redistribución del poder como la evasión. La habilidad de pensar de
modo diferente, de construir significados propios de sí (self) y de las relaciones sociales, es el piso necesario sin el cual
ninguna acción política tiene chance de prosperar. La minoría que es activa en el nivel macro de la política puede
reclamar ser representativos de un movimiento social solamente si pueden tocar esta base de resistencia semiótica de
los sectores populares que constituye "el pensar diferente". Sin eso, ellos pueden ser fácilmente marginalizados como
extremistas o agitadores y su efectividad política ser neutralizada. La resistencia interior o fantasía es más que
ideológicamente evasiva, es una base necesaria para la acción social.
Esta acción no ocurre solamente en el organizado nivel macrosocial; esto ocurre, también, en la minucia de la vida
cotidiana. Por cierto, las políticas de la cultura popular son mucho más efectivas y visibles en el nivel micro que en el
macro, pues éste es su terreno más empático.
La resistencia semiótica resulta del deseo de los subordinados de ejercer control sobre los sentidos de sus vidas, un
control sistemáticamente denegado en sus condiciones materiales. Nuevamente, esto es políticamente crucial, pues sin
algún control sobre la propia existencia no puede haber legitimación o autoestima. Y sin sentido de legitimación o
autoestima no puede darse la confianza necesaria para la acción social, aún en el nivel micro. Por eso Radway (1984)
encontró una lectora de novelas románticas cuya lectura la legitimaba al punto de sentirse mejor preparada para resistir
las demandas patriarcales hechas sobre ella por su matrimonio y D'Acci (1988) encontró mujeres fanáticas de Cagney
& Lacey de todas las edades que reportaron que el sentido de auto-legitimación producido por su fanatismo les permitió
promover sus propios intereses más efectivamente en sus vidas cotidianas (ver capítulo 7 de Understanding Popular
Culture). De ese modo la provocación que les ofrece Madonna (capítulo 5a) a las jóvenes para tomar control de los
significados de su femineidad produce un sentido de legitimación en uno de los grupos sociales más ilegítimos y que
puede perfectamente resultar políticamente progresivo en sus vidas cotidianas: en sus relaciones con novios o parientes,
en su rechazo a dejar la calle como territorio de los hombres.
Estas políticas que sacan provecho en las especificidades de la vida cotidiana son más progresivas que radicales.
Ensanchan el espacio de acción de los subordinados; sus efectos actúan, aún de forma pequeña, en las relaciones
sociales de poder. Son las tácticas de los subordinados en actuar y producir dentro y contra el sistema, antes que
oponiéndose directamente; les interesa mejorar la suerte de los subordinados antes que cambiar el sistema que los
subordina.
Este es un territorio controversial, pues existen aquellos que podrían argumentar que esas tácticas sirven finalmente
para fortalecer el sistema y retrasar cualquier cambio radical. Si se sigue este argumento hasta el final, se debería
proponer que cuanto más subordinados mejor, porque es más probable que ese sufrimiento provoque las condiciones de
una reforma radical. Esto puede ser teóricamente correcto, pero difícilmente popular. También descansa en una
caricatura del capitalismo, esto es, que el sistema es no sólo injusto en su distribución de los recursos y del poder (lo
cual efectivamente es ), sino también totalmente inhumano en su explotación de los débiles (lo cual no es cierto, en
general, aunque el capitalismo de Estados Unidos efectivamente trata a algunos grupos como aquellos pobres y
mentalmente enfermos con algo parecido a una total inhumanidad).
El revés de las teorías que proponen que la cultura popular es, en el mejor de los casos, una válvula de seguridad y,
en el peor, un opiáceo, es la implicancia de que un tipo de cultura diferente podría provocar reformas sociales
radicales. Estos supuestos, no declarados pero muy frecuentes, son utópicos. Son las condiciones históricas materiales
las que producen reformas radicales; la evasión y la resistencia semiótica pueden mantener una conciencia popular que
puede fertilizar el desarrollo de aquellas condiciones y que puede estar lista para explotar, pero no pueden en sí mismas
producir esas condiciones. Pero las resistencias de la cultura popular no son sólo evasivas o semióticas: tienen una
dimensión social en el nivel micro. Y en este nivel micro pueden perfectamente actuar como una constante fuerza
erosiva sobre lo macro, debilitando el sistema desde dentro de modo que esté más permeable a cambiar en el nivel
estructural. Uno se pregunta, por ejemplo, cuán efectivos serían los intentos para mejorar el status legal de las mujeres
si no fuera por la constante erosión de millones de mujeres trabajadoras para mejorar las condiciones micropolíticas de
sus condiciones de vida cotidiana. Puede argumentarse que las necesidades de los sectores populares empalman mejor
con cambios sociales progresistas originados en resistencias evasivas o interiores que se mueven hacia acciones en el
nivel micropolítico y de allí a asaltos más organizados del mismo sistema, antes que con cambios radicales o
revolucionarios. El capitalismo occidental y patriarcal ha mostrado marcadamente que es capaz de prevenir las
condiciones sociales que provocan acciones radicales efectivas y de contener estos intentos radicales que se han hecho
en su contra. Parece ser mucho más vulnerable a ataques de guerrilla que a asaltos estratégicos, y aquí es donde
debemos buscar políticas de cultura popular.
Bibliografía citada:
D'Acci, J. (1988): Women,, "Woman" and Television: The Case of Cagney & Lacey, disertación inédita, University
of Wisconsin-Madison.
de Certeau, M. (1984): The Practice of Everyday Life, Berkeley, University of California Press.
Eco, U. (1986): Travels in Hyperreality, London, Picador.
Fiske, J. (1989): Understanding Popular Culture, Boston, Unwin Hyman..
Hall, S. (1981): ¨Notes on Deconstructing 'The Popular'", en R. Samuel (ed.) People's History and Socialist Theory
(pp. 227-240), London, Routledge & Kegan Paul.
Radway, J. (1984): Reading the Romance: Feminism and the Representation of Women in Popular Culture, Chapel
Hill, University of North Carolina Press.
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