in duda alguna, don Pedro Calderón de la Barca es uno de los

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Revista destiempos n° 29 I Publicación bimestral I
JESÚS PÉREZ-MAGALLÓN, CALDERÓN. ICONO CULTURAL E IDENTITARIO DEL
CONSERVADURISMO POLÍTICO, MADRID: CÁTEDRA, 2010 (CRÍTICA Y ESTUDIOS
LITERARIOS)
Carlos Enrique Mackenzie Rebollo
Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa
S
in duda alguna, don Pedro Calderón de la Barca es uno de los
dramaturgos más icónicos y perennes del
Siglo de Oro español; la presencia de su figura y
obra dramática ha sido constante hasta nuestras fechas, y lo seguirá siendo no sólo en
España, sino en diversos puntos de nuestro
planeta —esto se ve reflejado en la impresionante lista de estudiosos que aún en el siglo
XXI
siguen encontrando puntos interesantes que
abordar respecto a su obra—. Al igual que otros
autores clásicos de la litera-tura universal —
como Shakespeare, Racine, Molière, por mencionar
algunos
fuera
de
España—
que
han
permanecido constantes en los círculos intelectuales, lo mismo que
mantienen una amplia difusión editorial, su figura y obra ha cruzado a
través de los siglos un camino sinuoso, contradictorio y en ocasiones hasta
negativo. Seguir paso a paso esta evolución a lo largo de los poco más de
madrileño.
El autor del libro da un repaso, y usa como base la teoría de
recepción, en el que declara que “más allá del «texto» y de su acogida
Página
Magallón nos ofrece en este volumen monográfico dedicado al dramaturgo
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tres siglos desde la muerte de Calderón es el rastro que Jesús Pérez-
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contemporánea, tiene lugar un proceso de apropiación diacrónica
que implica nuevas lecturas siempre condicionadas por la posición
del sujeto” (72), advertencia que deja en claro que el enfoque de su rastreo
no es indagar la forma e ideología de la dramaturgia calderoniana
enmarcada en su época, en los comediógrafos coetáneos o los registros de
representaciones de sus obras; busca, sin embargo, una larga cadena de
percepciones críticas e ideológicas que inician después de su muerte —a
partir de 1681 para precisar—, y que se desarrolla en nueve capítulos que
describen la manera en que los más emblemáticos pensadores de la
historia de España —y durante el siglo
XIX,
algunos alemanes como los
hermanos Schlegel— se apropian y cargan de significaciones en ocasiones
contradictorias, en otras complementarias o reelaboradas —con sus
respectivos matices—, hasta la época del franquismo.
La última década del siglo
XVII
y todo el siglo
XVIII
se
desarrollan en cuatro capítulos, en los que Pérez-Magallón revisa diversos
comentarios acerca de Calderón y su teatro. El primero está enfocado en
Bances Candamo y Manuel Guerra, los primeros en recuperar el teatro y la
figura calderoniana; el segundo personaje que menciono, quien da la
“Aprobación” de la Verdadera quinta parte de las comedias de Calderón
publicada en 1682, se convierte en el primer apologista del dramaturgo de
manera póstuma; Bances, mediante la exaltación de su amigo y maestro,
es quien lo canoniza, es decir, lo convierte en el autor de comedias
barrocas por excelencia, usando como argumentos lo que él considera
aciertos en las obras de Calderón, y justificando algunos aspectos que no
encajaban con el pensamiento progresista de los “novatores”, pero sin
dejar de notar algunos aspectos que para él resultan negativos, no sólo en
Si bien el trabajo por la defensa de la dramaturgia calderoniana por
parte de Bances y Guerra, matizado también por algunos otros detractores
como los “novatores”, no resulta tan diverso en cuestiones ideológicas,
Página
renovar las convenciones ya gastadas de la “fórmula” de la Comedia nueva.
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el teatro de Calderón, sino en la comedia barroca en general, buscando
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durante el siglo de la Ilustración, la apropiación ideológica de don
Pedro Calderón comienza a diferenciarse de manera más marcada.
Es a partir de los aportes críticos de Luzán —una mezcla entre “la
nostalgia del ingenio y la crítica de lo «imperfecto»” (108) —, en que se pone
en tela de juicio si el teatro barroco en general y el de Calderón en
particular, es un genuino reflejo de la sociedad del siglo
XVII,
una sociedad
monárquica y altamente católica, cuyo esplendor político como potencia
europea se ha perdido, a la luz de otros territorios —Francia sobre todo—
cuyos avances científicos han sido ejemplo y motivo de crítica sobre los
escasos avances que ha tenido la península Ibérica en ese mismo campo
de estudio para muchos pensadores; entre estos últimos se encuentra
Nasarre, quien afirma que la excelencia teatral se le debe conceder a obras
más perfectas, o para mejor decir, las obras que siguen de manera más
cabal los preceptos aristotélicos.
Estas posiciones son las que predominarán a lo largo de todo el siglo
de la Ilustración, convirtiendo a Calderón sin duda alguna en el ícono de lo
“español” para unos, mientras para otros, representa todo lo que ha estado
mal: la ignorancia, el retraso científico y filosófico, el rechazo, en fin, de las
ideas ilustradas que venían de Francia. Las posturas ya indicadas
implican el traslado de la figura del dramaturgo madrileño al campo
político, dejando de lado las discusiones de naturaleza teatral —aunque no
completamente—; y de manera ideológica, reprobar el teatro barroco (el de
Calderón en particular) se convierte de manera gradual en sinónimo de lo
“antiespañol”, de personas “afrancesadas” —en un sentido despectivo y
xenofóbico—. Estas posturas, a inicios del siglo
XIX
—que se ocupa desde
el capítulo quinto hasta el octavo—, marcan la diferencia de ideologías de
barroca bajo el discurso identitario de lo español —hermético y nacional—
, reivindicada de nuevo gracias a las lecturas de los hermanos Schlegel y
de Böhl de Faber; éste último traduce y reproduce —mejor sería decir que
Página
extranjero—, y los conservadores, defensores de la tradición teatral
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los liberales, de raigambre reformadora con vistas hacia lo universal —
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se apropia y reinterpreta— las ideas de los alemanes románticos
con vista hacia la ultraderecha católica y reaccionaria. Es hasta el
centenario de la muerte de don Pedro Calderón de la Barca cuando su
recuperación es inminente, y su vinculación a la derecha conservadora —
católicos excesivamente conservadores que están a favor de la monarquía
absoluta como la de la dinastía de los Austrias— se vuelve indisoluble con
el discurso que Marcelino Menéndez Pelayo pronuncia durante la
celebración, apropiándose para él y su grupo a un autor cuya importancia
es ya innegable, sólo para negarle a los liberales el derecho a usar al
dramaturgo como figura central de su pensamiento, pese a que realmente
Menéndez Pelayo no considera a don Pedro y a su teatro como la máxima
muestra de la dramaturgia clásica, puesto que para él, Lope de Vega es el
que mejor la representa.
La manera que los integrantes de la Generación del 98 (Unamuno,
Ortega y Gasset y Azorín son los que menciona Pérez-Magallón, pero se
puede igual incluir a Antonio Machado) retoman el teatro calderoniano
resulta negativa, volviendo a ver en él y su obra opresión, absolutismo y
extremo catolicismo; por citar un ejemplo, Unamuno ubica el teatro
calderoniano dentro de la intrahistoria, es decir, una historia hermética y
propia de España, que no logra hacer contacto con el desarrollo externo, o
para mejor decir, no contribuye a la historia universal ni se puede
identificar con territorios externos a la península Ibérica. Es hasta el
trabajo que desarrolla Ángel Valbuena Prat donde se aprecia una visión
más
amable
—hablando
de
manera
particular—
de
los
autos
calderonianos; gracias a su labor crítica y de investigación el trabajo del
dramaturgo se retoma en los tablados y no en los discursos; es decir, se
atención que a partir de Federico García Lorca (el primero que menciona
Pérez-Magallón, y con base en la edición de Valbuena publicada por
Espasa-Calpe), el valor del teatro calderoniano se retoma en el tablado.
Página
padeciendo una fuerte carga ideológica y política, no deja de llamar la
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rescata su teatro para puestas en escena, y aunque su figura sigue
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Para finalizar el libro, sólo hace mención del tercer centenario
luctuoso como la apertura crítica de la recepción del teatro de don
Pedro Calderón a través de distintas posturas y pensamientos.
Este panorama, complejo, seseante y hasta contradictorio en sí
mismo que ofrece Jesús Pérez-Magallón sobre la apropiación de la figura
de Calderón de la Barca de forma ideológica y política, no sólo es una
investigación que sirve para la comprensión del transcurso histórico y las
transiciones del enfoque con que el dramaturgo ha sido leído y apropiado
en el pensamiento español, también es una herramienta de reflexión sobre
la manera en que pensamos el teatro clásico de la península Ibérica —en
particular el calderoniano—, y su apropiación para el estudio de este tipo
de textos, que ha alcanzado niveles que trascienden sólo lo español, pues
las obras del dramaturgo madrileño también son estudiadas por
numerosos críticos alrededor del mundo, aunque su lengua materna no
sea el español.
Esto último resulta un fenómeno interesante, sin embargo no
reciente, sobre la recepción de la dramaturgia calderoniana, pues aunque
resulte un teatro meramente español —es decir hermético, cuyo lenguaje y
convenciones sociales que en ocasiones retrata necesitan por fuerza un
conocimiento de la época—, la recepción fuera de España es enorme, lo
que lleva a preguntarse si en realidad Calderón carece de universalidad, si
sólo es realmente un retrato de la sociedad española coetánea del
dramaturgo, y si él no supo plasmar los problemas y las pasiones vitales
inherentes al género humano, como se han preguntado —y en ocasiones
negado— algunos pensadores y estudiosos en cada época que describe
Pérez-Magallón.
por supuesto, también nos lleva a contemplar y pensar nuestra postura
como críticos e investigadores —sea de origen español o extranjero—, esto
es, de qué manera estamos viendo el teatro de Calderón. Me refiero a la
Página
histórica de la figura de uno de los más grandes autores del Siglo de Oro, y
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Para terminar, este libro nos ayuda a comprender la evolución
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apropiación diacrónica de la que parte la investigación de PérezMagallón —no hablo de los estudios sincrónicos con que diversos
críticos han hecho aportes interesantes al entendimiento del teatro
áureo—, la percepción que transmitimos y que quedará acerca de Calderón
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y otros dramaturgos en general.
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