[Cuadros de costumbres / Rafael Eliseo Santander, Juan Francisco

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VARIOS
DE
COLOMBIA
CUENTISTAS
ANTIOOUEÑOS
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ALDEANA
DE C'OtOMBIA
DE
RAFAEL ELlSEO SANTANDER, JUAN FRANCISCO
ORTIZ y jOSE CAICEDO ROJAS
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SELECCION SAMPER ORTEGA DE
LITERATURA COLOMBIANA
PUBLICACIONES DEL
MINISTERIO DE EDUCACION NACIONAL
Edirorial
Minerva,
1936
S. A.
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COLOQUIO DE LOS TRES AUTORES QUE
FIGURAN EN ESTE VOLUMEN
Juan Francisco Ortiz.-No
por haber gozado en mis
días fama de conversador inicio esta plática; sino porque,
según enseña el padre Astete, la edad es antes que la
dignidad y el gobierno, y yo nací antes que ustedes.
Rafael E. Santander.-Despacio,
Juan Francisco, despacio. No alargue tanto sus cuentas pues no aventaja mu'
cho su edad a la mía: diferencia de meses, en una vida
dilatada, no es gran diferencia.
José Caicedo Rojas.-¿Dilatada
ha dicho usted? Pido
entonces mi prelación. ¡Cuál de ustedes llegó a mis 82
años? Que yo recuerde, Ortiz murió a los 67, y usted pagó
con la mortal sus otras deudas a los 74.
Santander.-¿Quiere
eso decir que hE~mosde hablar de
nuestra muerte antes que de nuestra vida? Pues con em.
plazar al lector o curioso de nosotros para el día del .il';
cio estamos despachados.
Ortiz.-Bueno:
si ha de hablar antes quien nació prime.o, no <:stuvú iiia.l lla.Lt:l cUIll~IlZaJo yo, pero si es
quien murió último, Caicedo Rojas tiene la palabra.
Caicedo.-Devuelvo
el cumplido, y que hable el mayor, ya que no el más viejo.
Ortiz.-Gracias,
querido Celta. Y ¿qué diré yo de mi
que no parezca repetición? ¿No andan escritas mis "Reminiscencias", o sea J.quel opúsculo autobiográfico que,
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habiendo quedado inédito a mi muerte, se publicó, aunque incompleto, treinta y dos años después de ella?
Caicedo.-Razón
tuvo, pues, don Miguel Antonio Caro para llamar ese opúsculo "testamento cerrado que el
autor guardó para que se abriese y publicase después de
su muerte" ..
San tan der.-Mi
testamento literario. en cambio, fue
tcstamento abierto. Yo también, com~ Ortiz, quise dcjar una obra póstuma que diera cuenta de mis recuerdos;
pero contra mi propósito se interpuso Alberto Urdanc'
ta, quien logró 10 que no había conseguido ni el propio
Vergara, es decir, que la "Historia de unas viruelas" f"publicase cuando aún vivía este tuso que les habla a u.<,
tedes. Así, mis apuntes autobiográficos v';eron la luz en el
"Papel Periódico Ilustrado", diecisiete meses antes de ".
entierro, con esta nota que puse al margen' "El autor de
estas líneas tenía el deseo de que ellas no fueran publica'
das hasta después de su muerte. poniendo esta volunt:Hl
al cuidado de una mano filial. Hoy, que ese sér amado ~r'
ha hundido en el sepulcro, ha accedido a los ruegos df'
los amigos, pidiendo la benevolencia pública sin que pUf"
da narecer ~'anidacl. pues estando m~s cerc;:¡de la tum1->a
Que del mundo, ésta es planta que ya no fructifica en el
alma". ¡Bien?
Ortiz.-Muy
bien. Pero antes de continuar quiero hacer a ustedes una pregunta que me interesa. ,-qué más dijo de mí el señor Caro?
Caicedo.-Dijo,
en una biografía de don Joaquín Masquera. que al téstimonio de usted, como al de persona
ecuánime. apelaba para reforzar alguna parte de la semblanza del prócer.
Ortiz-Gracias
a usted por el recuerdo -Y al señor Caro por el elogio. Alguna vez, cierto, conversé con el se
ñor don Joaquín, y el palique anda escrito en mis "Remi·
niscencias". Ahí 10 debió de leer don Miguel Antonio.
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Santander.-Si
tales cosas se dicen del amigo Juan
Francisco, ¿cuáles se predican de nosotros?
Caicedo.-No
por disímiles nos habrá colocado en un
mismo grupo de autores nacionales este sobrino de José
María Samper, que al publicar nuestros escritos, como
que nos arranca del olvido, o de la indifercncIa, que es
peor cosa. Pues les digo yo a ustedes que hay en nos·
otros una virtud común, superior a nuestras aficiones literarias y acaso origen de ellas, algo que nos cobija por
igual a los tres, y es nuestro raizalismo, vindicado por el
tuso en un escrito encantador. Sí, amigos míos: raizales
somos, y raizales de Bogotá, aun cuando yo naciera en
Tunja y aunque nuestras familias viniespn de otras partes;
porque cada uno de nosotros cantó a Santafé o escribió
sus glorias, y ella nos atrajo y congregó. y tal es la causa, creo, por que el coleccionista de estas páginas, acordándose de su tío y mi tocayo, nos llama ahora, como en
otro tiempo nos llamaba el señor de la Calle de Bolivia,
para que vengamos a mosaico.
Ortiz.- Interrumpo. con perdón de u.<>tedes.En la memoria tengo aquel billete de Santander para que una noche del 58 fuéramos a su casa con pretexto de "tomar
chocolate de media canela, y fumar y mentir, de cuatro
a seis horas, como decía el canónigo Saavedra", y esa velada, cuya fecha precisa se me escapa, fue la de nuestro
primer mosaico.
Santander.-Cierto.
y antes, y entor1ces, y después,
cuántas veces anduvimos juntos, como ahora. Así figuramos en el "Museo de cuadros de costumbres" que publicaron les !'ed~ctcreG del U'~y1a~<dco" y ~ii el propio perlú..
dico. De "El Trovador" hubiera podido decirse que fue
la hoja de los tres Pepes, desde que nuestro tocayo Sam'
per nos llamó a Caicedo y a mí a la dirección de ella. Es
decir, que cuando no todos juntos, al menos dos de nos·
otros dimos que hacer a unas mismas prensas. ¡No recuerda usted, Caicedo, dónde hice yo mis segundas, por
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no decir mis primeras armas? ¿No fue en "El Duende",
ese periódico retozón y entremetido, que tan pronto st>
colaba a los bailes como a los conventos y cuarteles, y qut>
por los años de 47 dirigían usted y Maldonado, donde vieron la luz mis "Artesanos"?
Recuerdo que' la gente ml'
preguntaba entonces cuál era el nombre oculto tras de la
"C" con que usted firmaba sus escritos, que luégo se cam·
hió por "Celta" o por "Yarilpa", y yo me ¿¡yema haciéndome el de mwvas. Si::-amos. ¿Cuántas veces no frecuentamos usted V yo las oficinas de "El Neogranadino", "El
Pasatiempo" v "El Museo"? ¡A las de "L, Caridad" y "El
Conservador" no concurrían ustedes diariamente, mientras
yo. representante del partido opuesto, me iba con los tertulias y redactores de "El Tiempo"? "El Conservador".
"El Tiempo" ... ¡no le recuerdan a usted algo estos nom·
bres?
Caicedo.-"Veieces
de mi iuventud" fut>ron ésas, si la
:11uoión va por mis discursos 'en la logia llam:1da la "Estrella dd Tequendama" ;Ay, amigo V toravo, qué memo'
ria tan traviesa la suya! No sé si aún exista cierta hoia
mI('
renmcluio un editorial de "El Tiemno" r1n'1d('se rrloq},~n hs causas 011(' determinaron mi retirada de la Venerable. pormenorizadas en una carta que escribí en "El Con.~ervador". "V('ieces de mi iuventud", r('nito. Pero r1oh!l'mos, si le place, esta hoja, cuyo recuerrIo me conturba
Santander.-Dohlémosla.
Todo ha sidC' por una asada·
(';(;11
d(' ideas. Hahláhamos de ah!o que ('11' nuestras vida,q
fue común e hizo Que muchas veces an:1l'viéramos juntos.
aunque ideolóqicamente discrepáramos. Sí. Pepe amir'o,
cuántas afinidades exn1ican nuestra presencia en estas páginas. Redactores de unos mismos periódicos y con
idénticos gustos literarios, al escrito de usted sohr('
"Las Casas", resnondo yo con mi "Jiménez de Quesada";
su "Don Alvaro" recuerda aquello mío Eobre "La justicia
v el delito en el Nuevo Reino", y forma con "Teresa", de
Orti:!;, una bonita trilogía; cerca a "La cho2;a de mis abue-
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los" o junto a "Una taza de chocolate", qué bien suenan
las notas de su "Tiple'; en sus "Recuerdos y apuntamientos" hay historias de viruelas y en los "Apuntes de Ran-;
chería ", noticias autobiográficas. Y pasando del país de
las letras a otros campos, aparece que Celta y yo fuimos
alcaldes; y también diputados al congrp.80; y a Ortiz y a
mí nos decían doctores, porque lo éramos en derecho; y
todos tres fuimos colegiales de San Bartolomé, y a todos
por igual nos cobijó el manto de nuestro raizalismo.
Ortiz.-Por' igual no. señor colej!a. Su raizalismo y el
nuéstro son diferentes. El suyo era una eqpecie de quietud
que no h~ deió salir a u8ted de los límite8 de Bo¡:rotá. ~pgun lo dijeron, entre otros testigos, Emiro Kastos y Ricardo Carrasquilla: por eso es acabada la semblanza qw
el último de ellos, sin querer, hizn de usted, C1iciéndoIe:
-Díme hasta dónde has viajado,
porque tu aire es de extranjero.
-Por el norte a Chapinero,
por oeste a Fontibón,
y por los otros dos puntos
el oriente y mediodía.
estuve en la Peña un día
y en Tunjuelo una ocasión.
Pues hien, algo más leios que las suvas fueron mJs andanzas. Nacido en Bogotá, en aquella casa que hace frente a la iglesia de Santa Inés, el vendaval de la reconquista sopló tan recio sobre mi padre y su familla. que a él 10
lievó desterrado a Venezueia, y a nosotrr.s a Boyacá, donde mis correrías de niño fueron por las cañadas y los ceo
rros que baña el Sogamoso, y mis empresas las de un campesinito rematado. Nadie como yo para correr a caballo.
las más veces "en pelo", y a esa mi hahilidad debí el
palique con Bolívar, que todos conocen; y al palique el
honor de hallarme ahora con ustedes.
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Caicedo.-Explique usted el porqué.
Ortiz.-Porque
Bolívar, "en su tránsito para la villa del
Rosario de Cúcuta, se hospedó en Paipa (no recuerdo la
fecha) en casa del señor Tomás Monroy", quien me lo
comunicó, invitándome al propio tiempo a formar parte
de la comitiva que debía acompañar al héroe hasta las
afueras del poblado, el día si~uiente al de su llegada. Pero resultó Bolívar o más madrugador () menos amigo de
cahalgatas que nosotros, pues se marchó sin decir palabra,
caballero en el "Palomo blanco", su caballo favorito, que
conocía la ruta como el que más, por ser oriundo de esos
IUQ'ares.En cuanto yo lo supe monté en mi potro, un "Tragaleguas" genuino que, acicateado hriosamente,
salió
como la ira mala y no paró hasta "El Arenal", en donde dimos alcance al Libertador; y allí, como éste me preguntara mi nombre. le respondí que era hijo del Dr. Ortiz, preso
entonces por insurgente en Puerto C;¡bello. El general
me pidió algunos datos más relativamente a mis condiciones y empresas. Resultado del palique fue que Bolívar le escribiera al señor vicepresidente. recomendánd<"'me
para una beca de bartolino, que pronto se consi¡zuió. v
así. me trajeron al colegio, adonde en brevc debía llcgar, por instancias de mi padre, el are había sido su
maestro de latín en Popaván. don Félix de Restre1'10, quien abrió cátedra de filosofía, a la que asistimos con
Pepe Santander. y aauí tomo el hilo que deié atrás. porC1uevo, amigos, que lloré al despedirme de "mi" potro y
"mis" terneros de "El Salitre": yo, que sobre cazar gorriones y saltar vallados no sabía más, llegado a Bogotá
comencé a adquirir hábitos urbanos, hice amistad con gente!' (J1]e<e llevaron mi afecto. v paré al cabo en escritor. a
lo raizal !'antafereño. v raizal fui siemore. no obstante ha,",""me ;¡.mentado mnchas veces de la ciudad. ya en misión
del l?'obiemo o por propia iniciativa, y recorrido bue"~
parte del territorio de la Nueva Gran;¡da. 'Por In r"a I ":¡;,...n
yo que si mi vida representa, como la de todo hombre,
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una cruz, el tronco de la mía, o sea la ca15ezay el corazón,
estuvo hincado en Santafé, sin perjuicio de que mis viaies
me llevaran hacia el Valle del Cauca y Boyacá, o hacia
Pamplona y Neiva, o más lejos aún, hasta el Istmo y la
ciudad de Lima.
Santander.-Como
al principio de este diálogo, vuelvo
a decir a usted: despacio. Creo verdad que su cabeza estuvo apeQ'ada a Santafé; pero no me C0!1VenCeque lo estuviera siempre su corazón. Rivera y Garrido,
discípulo
suyo, en cuya casa de Buga murió usted, le escribió a non
José Joaquín Orth una carta que este anciano me leyó v
que saca verdaderas mis dudas. Pues hablando don Luciano de "La venganza de una mujer", novela inédita de la
que usted le hizo leQ'ado, entresaca un aoarte. eSOf'rip df'
canto al Valle del Cauca, que termina con estas nalanras7
"i Bendita tierra. Allá se meció la cuna de mi padre ...
"Allá Quisiera yo morir!" jOué dice mted?
Ortiz.-Que
hay una circunstancia que todo 10 explica
y compagina y que fue como la clave de mis empresas'
la veneración que tuve por mi padre, cuya vida anhpl~
imitar hasta en las cosas más triviales. 511 figura estuvo
nresente en todos mis actos, y para d,"cirIo de una vez,
"quise yo ser como mi padre era". Si nI) alcancé ni siempre ni nunca, a ponerme a la par de sernei::mte hombre, sí
estudié leves porque mi padre lo había hecho: sus maestros lo fUf'Tf\n míos: la literatura. nue.~tra "ficiAn rnn'llín.
y porque él había nac'ido en Buga, quise morir yo allí. Eso
es todo.
Caicedo.-La
conversación que ustecles acaban de te'
ner, originada de haber hablado yo de raizalismo, me desoierta una duda torturante que quiero €'xponerles. Casi ni
al "tusa" cedo va la palma en esto del amor por Bogotá.
v. sin embarp'o, hube de separarme varia~ veces de ella. no
sin la congoia de ver que se perdían a 10 leías las faldaq
maternales de Monserrate y GuadaIupe. Pues bien, am;-
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gas míos: en tales circunstancias, ¿pude o no llamarme yo
raízal?
Ortiz.-Púdolo,
señor, y a boca llena, por cuanto ser
raízal no significa ser inmóvil. Las Escrituras dicen que
"donde está tu tesoro allí está tu corazón". o sea que allí
echamos raíces donde está el ser am1do. Y el suyo
se guardaba en una casita del Puente Nuevo, que era en
ese entonces el nombre de una de nuestras calles. Tran·
quilícese, mi buen Celta: bogotanos raizales fueron ese
hogar, y su dueño y señor.
Caicedo.-Respiro.
La casa a que usted alude fue la
que:formámos con Paulina, la amante cOI:lpañera que dulcifi·
có todas mis hor~s. v adonde se volvían mis ojos siempre
que me aparté de Bogotá. Y ello sucedió algunas veces.
Yo formé con los cachacos de la Compañía de la Unión
Que, al mando del general Herrán. hicimos la campaña del
año 40, por tierras de Santander, habiendo sido compañeros míos. en nrimer lugar Fé1ix, novio de: Pastora. nom·
f-,res éstos Que:viven en mis "Amantes dE' Us~qupn". v los
Caros. José Eusebio y Antonio, el último de los cuales
murió en la campaña. De él escribí una noticia biográfica.
Ortiz.-:Qué
me dice usted a mí. querido Pene! Uste:d
me ha dado en lo hondo. Nombrar a Antonio Tasé Caro
y a los miembros de esa familia. es nombrarm'e amigos.
;No fue con ellos con Cluienes pubHcámos Joaquín mi her·
mano y yo "La Estrella Nacional", el primer periódico
exclusivamente literario Que hubo en G)lombia? Cuando
Antonio Caro pereció en las aguas del río San Gil, ¡no publiqué va en una hoja suelta unas estrof;>.sa su memori~?
¡O será que en el recuerdo de Antonio también volvemos
a encontrarnos?
Santander.-No
en eso únicamente, según lo advertí
yo más arriba. También en Apolo y en Clío y en Marte.
Caicedo.-En Marte, sí. iCuántos recuerdos no me trae
a la memoria la campaña del norte! Ibamos los de la
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Unión al mando inmediato del general Urdaneta, mientras
aquí se quedaron algunos cachacos, entre ellos, señor don
Juan Francisco, su hermano de usted, Joaqum, apodado
por nosotros el "Cabe~ón", los cuales formaron una guardia especial para la defensa de la ciudad, que resistió heroicamente a - las fuer~as de Gon~ále.4. bntonces murió
Neira, bien que su recuerdo vive en mí y acaso viva en
una página de mis escritos. ¡Y qué contrastes! Junto a estos cuadros de desolación y muerte, los chistes de Bernar·
do Pardo y las compasivas actitudes del general Herrán
Casi dijera yo como Vergara: "¡Pasad, memorias; pasad,
recuerdos!"
,
Santander.-"jNo
paséis nunca, dulces recuerdos!", di,
ga usted más bien, querido Celta; o al menos no paséis
ahora, que es preciso tener bien abierto el ojo de la memoria, a fin de que nada se quede entre el tintero. Y con'
tinuando en la charla, como que ninguno de ustedes ha'
bía parado mientes en lo que yo llamé hace un instante
nuestra hermandad en Marte, y los tres tenemos, parece,
ejecutorias en dicha hermandad.
Ortiz.-¡Ya
lo creo! Si el dios de la guerra como que
presidió los destinos de nuestras vidas y arrulló nuestras
cunas. Cuando yo desperté a la vida, mi p:iJre, ya lo dije, es,
taba preso por insurgente, o sea por haber sido de los del
Veinte de julio.
Caicedo.- y yo nací al ruido de laE: descargas en la
época del terror.
Santander.-Ser
hijos de héroes, o serlo nosotros mis,\
mos, es lo que constituye nuestra hermandad en la gue,
¡-¡-a; y BU ~ul;allUo la segunda parte sino con Caicedo Rojas, la primera nos cobija a luan Francisco y a mí.
Caicedo.-¿Héroe yo? No, sino apenas soldado y no de
los muy valientes, querido tuso.
Santander.-¡Tuso! ... "¡Cuántos recuerdos dolorosos
y también cuántas dulces memorias han suscitado esas pin,
.
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tas o señales", que llev-é más que con ptciencia con or~u'
110,y puedo decir que con carIño, y cuya lustoria conside'
ro la mejor de mis páginas porque me la dictó el corazón
como un homenaje de amor filial a aquella mujer, viuda
de un héroe y heroína ella misma, que se llamó Mand,
habiendo debido llamarse
más propiamente Comelia o
Policarpa.
_. _ ,
Ortiz.-¿Por
qué?
Santander.-Por
el temple de su alma y su amor a
la libertad que· dieron con ella y conmigo en la cárcel,
donde prendió la enfermedad que me dejó señalado de
manera indeleble, y por otros muchos motivos, como el
que voy a contarles. Cuando el vlcepresidente ::iantander
hi:z;ofusilar a Barreiro y los otros oficiales de Boyacá, mI
madre me condujo hasta frente del b:mqw1lo, para que
presenciara la ejecución; y como yo llorando me ocultase, al
estrépito de la descarga, debajo de su mantilla, ella la apar,
tó violentamente, diciéndome: "No llores, hijo, que por
culpa de "ellos" soy yo viuda y tú huérfano". Así era mi
madre.
Caicedo.-Digna
esposa ella del teniente don Narciso,
por lo cual podría decirse en este caso aquello de que
Dios los crió y ellos se juntaron.
Santander.-Cierto.
En mi padre se dieron cita la gra'
titud y el heroísmo; abra usted, si no, la "Historia de
unas viruelas", que confirma la primera cualidad; hojée
usted, para verificar la segunda, el "Diccionano" de Scarpetta, y verá que no miento. Durante la dominación es'
pañola mi padre llegó a ocupar el puesto de • síndico pro
curador de la real audiencia de Santafé; pero, nacido pa,
ra defender la libertad, se enroló con los que la proclama'
ron el veinte de julio en su ciudad natal, y fue de los
que el día 21 atacaron y tomaron el parque del virreina'
to", Después figuró al lado de Nariño, en nuestra prime'
ra guerra civil, y más tarde en el sur, habiéndose cubierto
de gloria en Tasines y Calibío, pero sobre todo en el Al,
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to Palacé y en Pasto. en cuyas cercanías murió luchando
junto a su jefe y "dejando un nombre Heno de gLoria pa,
ra su patria y una memoria imperecedera como s1lllpánco.
modesto, Leal y entendido republicano". y no legandome
"otra rique~a que sus servicios abnegados a su pama •. que
no fue poco' '. dicen los señores ticarpetta y Vergara que
di~ que supe imitar con esmerada reugiosIdad el ejemp!O
de sus virtudes. opinión que agrade~co. sin wmpamrla. nI
mucho menos.'
.
Caicedo.-~ué
mundo de memorias ha despertaoo en
mí el recuerdo biográfico que usted acaba de hacer sobre
su padre. Al arrullo del reLato daba yo suelta a la ima'
ginación y volvía. a vivir aquellas tardes transcurrIdas en
mi casa de Bogotá. oyendo al inolVIdable aIJande.ccl.dode
Nariño la relación de sus campañas. ayudado él de los
apuntes que guardaba en un cuaderno y de su memona ex'
cepcional. mientras yo escribía lo que el anciano iba
contando. En poco estuvo que el libro se perdiera. por
la confiscación de la imprenta de "m TradIcionlSta'.
donde se editaba. el año de 76. y a causa j~ mL<;tribula'
ciones y mis viajes. al regreso de uno de los cuales halle
ya a la venta las "Memonas" de Espinosa, aunque no enteramente conformes a la primera redar:,'ión, por haberse
extravía.do algunos de los originales en el secuestro susodicho. Y como era "notorio a muchas perSOlld.Sque el señor Espinosa me había encargado bondadosamente de este
trabajo", quise deslindar el alcance de mi r~ptlnsab1id'-td,
y escribí, al efecto, una nota en "El Zip:l." de Filemón Bui,
trago. Igualmente emprendí la enmIenda y composición
de otro manuscrito, los "Recuerdos
de la Tierr;:¡
Santa "", de Duque Góme~, los cuales arreglé cuidado,
samente. habiendo sido recompensado mi trabajo con una
carta de don Pedro Fernánde~ Madrid, la m(.jor quizá de
cuantas salieron de aquella pluma privilegiada.
Ortiz.-¿Por
qué tan callado el herm;)no tuso?
Santander.-Pensando
estaba en nUl'stra hermandad,
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cabalmante, que así nos juntó en aficiones y empresas co'
mo nos señaló en el rostro con una que otra cosilla, her'
mano tuerto.
Ortiz.-.Protesto en nombre de Celta, a quien no cobi,
Jan sw¡ alusiones..
Santander.-Las cuales en ningún caso fueron por él
sino por nosotros dos, cosa que 111 a usted ni a ml dá)c
molestamos; a mí no, por 10 que antes dije, y a ustea
tampoco, puesto que a su fealdad aphcó algUlell"lo que
dijeron los herma'hosMargueritte de la de no &é qué' pc'
riodista"; que "era una fealdad mtehgente". Y para que
usted se acabe:,de' consolar, sepa que usted go~ó un don
que vale por muchos: el de la poesía.
Ortiz.-¡ Vuelvo a protestar en nombre de Caicedo Ro-.;
jas, ese sí poeta de veras!
Caicedo.-¡Por Dios, Juan Francisco... !
Ortiz.-Bueno, algo hice yo en estrofas que han gus,
tado y hasta merecIdo honores de reimpresión, y fue el
canto "Al río Buga", que con gusto cambiada por "La
Fuente de Torca" y también por 'El primer baño", don'
de campean las dotes de buen gusto y (!dicade~aque tan'
to admiraba Marroquín en usted.
Caicedo.-Cuando José María Verg1ra emprendió la
edición del "Pamaso Colombiano", dispuso que el primer
volumen contuviera los versos de Marroquín
de quien
es asimismoel prólogo del tercero, donde van los míos. En
esas líneas preliminares de mis estrofas vertió Manuel to'
do el afecto que me tuvo y que debió ser muy grande, SI
se mide por el que yo le profesé y por lo bondadoso de
su juicio acerca de mi obra.
Santander.-Modesto está el ex presidente de la So'
ciedad Filarmónica".
Caicedo.-¿Olvida el ex regidor munícipe el sitio en
que ahora nos encontramos?Advlecta que eu nuestro co'
loquio hay voces de eternidad y que la tumba es alqwta-
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CUADROS DE COSTUMBRES
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ra que todo lo depura y rectifica. No es modestia lo que
he dicho, ni vanidad lo que ahora van a oír, o sea, que
entre mis versos hay algunos que amo y pongo sobre lo"
restantes, como son los que historié en la segunda edición
de mis "Apuntes de ranchería", publicada precisamente
el año en que Santander me dio el abra40 definitivo.
Santander.-¡Caigo!
¿Se refiere usted a "La F\1ente de
Torea"?
Caicedo.-Justo.
Regresaba yo de un viaje al "Desierto de la Candelaria", que es lugar comparable con la
lengua de Castilla, la de los Luises sobre todo porque parece hecho para conversar con el cielo. Regresaba, digo, de
aquel lugar, adonde me llevaron aficiones de historia,
dar y poeta, cuando en un recodo salió a mi encuentro la
fuente de Torea, ofrciéndome el arrullo de- sus aguas. Qui,
4á el acopio de poesía que mi imaginación 1:.abía acumulado
a la vista de los cuadrQ..sque acababa d'~ dejar, mis que el
cansancio y la sed, y uno como anhele de desahogo me
obligaron a detenerme a la sombra de 10< (.rboles de aquel
sitio encantador. Y se.ltado allí, "ensa,.é dar rienda a h
inspiración del momento, y, mirando el ~orrer del agua, CO'
mencé a decir, no en tono de apóstrofe sino hablando conmigo mismo y con las pausas y silencios del caso:
Fuente undosa y cristalina,
que por las rocas murmuras,
buscando a tus aguas puras
entre la arena vecina
blando lecho,
¿a dónde Vd:) tdll Jt:r~cho?
"Como la cerilla en que se enciende el cIgarro", oca'
mo vela que parpadea, así mi numen por momentos se en'
cendía y apagaba al viento de la inspiración. Pero hubo
un intervalo en que pareció que la esquiva musa huía de
mod~ definitivo, y entonces monté a caballo, resuelto a
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lllBLlOTECA
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no perseguirla. De pronto volvió el parpadeo y el levantarse de la llama o numen, y así fueron saliendo mis estrofas, entre llamarada y llamarada. Con lo que al arribar
a Bogotá, llegó mi canto al final, que dic..::
Imagen fiel de mi vida,
fuente clara y apacible,
j oh, si me fuera posible,
junto a tu corriente pura,
en la maleza escondida
cavara mi sepultura!
Ortiz.--¡Ah, mi don Pepe! Si le dijera yo a usted que
la fuente de Torea ha desaparecido casi, pOI mano de la
civilización, Y que apenas si se reconoce ~hora aquel lugar
donde la vista y el pensamiento se recrea.ban viendo correr
el ~gua por <::ntreriscos y malezas, ¿qué diría usted?
Caieedo.--Diría:
¡Torea humilde, quién creyera,
que tan presto
ése tu destino fuera!
y agregara: ¡qué similitud entre la historia de esa fuente y nuestra vida! Primero, el retozo y el bullicio y las
flores; los tambres y malezas después; pOI ultimo, la muerte.
Santander.-Falta
algo en su comparación. Porque así
como la fuente de Torea, cegada que ~ea, vivirá en sus
verso~ de usted, asimismo, muertos nosotros, nuestras obras, segúf1 la frase del Evangelio, darán testimonio de
nuestras vidas y empresas, desde estas página< de la 8elección Samper.
Ortiz.-Bien
dicho.
Ricardo Pardo A.
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RAFAEL ELISEO
SANT ANDER
CUADROS DE COSTUMBRES
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LAS FIESTAS EN MI PARROQUIA
Esta sociedad que se bulle, que hace esfuerzos para sacu'
dir el ropaje viejo y echarse a volar vestida de lo nuc'
va, se siente, sin embargo, con ataduras, con hábitos que
pareciera ya haber perdido y que de repente como que
los recobra y se ostenta más aferrada a ellos.
Cuando de estas rancias costumbres bonadas casi de
la fisonomía de un pueblo, se presentan nuevamente al·
gunos rasgos, producen en las masas 10 que los gratos
recuerdos sobre el ánimo. Hay entonces alborozo, rego'
cijo y entusiasmo, originados por el rear;¡recimiento de es'
cenas que despiertan con perdidas memorias sensaciones
que acaso se refieren a la mejor época de la vida.
Ni más ni menos habría juzgado de mí el filósofo ob,
servador al reparar que yo, hom hre entnc1n ya en mis se'
senta y cinco años, con todos los recuerdos del antiguo
régimen y con una tintura innegable del colorido de est<'
siglo, bajaba por la calle de San Juan de Dios, ágil y
despierto, vivo y alegre como un muchacho, a plantarm<'
en la plaza de San Victorinoa· esperar desde las doce de
la mafia!1a el c:1ci~::'rode les torc~ que cc di~p'U3icran pa'
r~ la corrida de la tarde.
Era un día de esos del mes de julio, sin lloviznas
brisas, y en que el sol brilla al tra~és de una atmósfer;>
trasDarente que deja ver los cerros acortando la diMan'
cia,' y el cielo puro como la radiante fisonomía de la hP],
dad. Era preciso dar a mi figura una expresión análogo
!'.
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de fiesta, y tempranito, echando a un lado la capa-escla,
vina y el sombrero de paja de murrapo, muebles de cons'
tante servicio, comencé a dejar el rostro expurgado de la
más tenue cana que pudiera denunCIar mis trece lustros;
una peluca a la Luis Felipe cubrió la calva, ocultando en'
teramente los restos de una cabellera gris; la corbata sub,
yugó cierta deformidad que traigo en la garg1hta, y (
chaleco blanco, dejando entrever la ~cl_a sujeta con un
camafeo netamente inglés, se realzaba sobre un pantalón
azul sin trabíllas, cayendo sobre los suizos y en pugna con
una levita mona de dudosa hechura y de época incierta,
coronado el todo por un sombrero a la bombé, la gala de
1824, y que el tiempo y la polilla más que el uso lo tie,
nen a mal traer.
Héme aquí en la plaza ostentando mi rubicunda cara,
placentera y jovial, expresando el contento, remedando
la juventud y dirigiendo hacia todas partes apasionadas
miradas con aspiraciones de seductor. l. Qué corazón mar'
chito ya, cansado por los sufrimientos, no ha palpitar!'
con la emoción que el espectáculo del lugar de las fies,
tas inspirar suele hasta a la yerta vejez? Aquel cercado
coronado de tablados, vacíos aún de gente pero llenos de
taburetes, canapés, cortinas, que bien pronto estarán en
orden ocupados por sus dueños deiando ver la más va'
riada compostura; la afluencia de la gente que se agol,
pa hacia la puerta y recibe toda la que desemboca por
el puente, regada entre las barracas. las mesitas de lotería.
blancas y coloradas, la rueda de la fortuna: aquel ir y ve'
nir. aquel ruido incesante producido por la botiUera que
cobra el precio del mazato vendido. el 11aie cargado de
tra.stns que pide nasa para llel'!ar al tahlado, los iinetes
011"
despacitn conducen el corcel, gritando: ia un lado!
y l::tvoz aguda y penetrante que entona el cantar tan Cl""
nncido el árbol verde v coposo. las ti;('1";1Sde :lqud S:lStre. V más detrasito viene, etc.; todo esto baio la in'
fluencia de un sol abrasador, respirando polvo en vez dI'
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CUADROS DE COSTUMBRES
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aire, y el alfata atarmentada por las exhalaciones que ema'
na el peón que en aquel momento lleva una múcura
de la buena, o los preparativos de la cena, o las viandas,
que trascienden de apetitosa sazón, destinadas para los
fiesteros de asiento que no pueden abandanar el campo m
aun para ir a comer a su competente domicilio; todo pre,
senta un cuadro animado, compuesta de una masa de gen'
te que ondula como las aguas de un mar bonancible.
De repente los gritos y carreras de les muchachos, el
bullicio en los tablados y una nube de polvO' que se di,
visa por el camino que del lado de occidente forma la en'
trada a la ciudad, anuncian el encierro. Seis toros bravíos
en campañía de perezosos bueyes vienen' escoltados por
un número céntuplo de jinetes enlazadores, armados los
unos de púas y los más de retorcidos rejas en actitud de
plantarle un lazo que peine por los mi~mos cachos a la
fiera más arisca que intente la fuga. Es de ver esta co'
mitiva, compuesta en su base de legítimos jinetes diestros
en el arte de domeñar un toro con el lazo o con la púa,
otros aficionados, que se avanzan sabre las fieras en ac'
titud provocadora, fingiendo destreza e impavidez, y las
más que, a respetuosa distancia, cubriéndose el rostro pa,
ra evitar la polvareda, cierran la cabalgata que entra al
cercado entre silbas y gritos desafarado!'. La escena que
sigue es un preludio de animación. No h;1V una fisona'
mía inerte, una mirada tibia, una boca silenciosa, llnas
manos ociosas: la sorpresa y la alegría se· pintan en todos
los rostros, convertidos en aquel momE'nto hacia los to'
ros, dirigiendo miradas escrutadoras,
califiándolos por
sus pelos y señales.
-¿Qué te parece aquel josco que no es posibie rectuC1r'
lo al coso? Mira aquel barcino que se desmancha en pos
de aquel chino que está provocándolo. Qué cogote! Qu~
carrera!
-Pero más me gusta aquel pintado de las verrugas en
la frente, que está escarbandO' de puro matrero.
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BIBLIOTECA ALDEANA· DE COLOMBIA
y a este tenor crúzanse diálogos y se emiten opiniones
y presagios sobre el éxito de la ya ansiada corrida.
Renunciaba a presenciar las escena~ subsecuentes al
cncierro, cuando de un tablado oí una voz que me gritaba: ¡tío Juancho, tío Juancho! Era m: sobrino Pericles
que a nombre de su mamá me invitaba a subir.
-¿Qué
quieres, Petronila?; le dije.
-No
se vaya usted, me repuso, que hoy hemos dispuesto que la familia se divierta; y para evitamos el ir
hasta casa, tan lejos como es, y volver, comeremos aquí,
en e! tablado como si estuviéramos de p~l"eo en el Boquerón o en Fucha.
-Pero
niña, va a ser la una, y mi costumbre de co'
mer a esta hora no puedo alterarla sin que e! cólico ...
-- "No, tío, venga usted", me gritaron en coro los cil1'
eo sobrinos que Dios me ha dado; y Lu<Í0, el mayor, con
sus pretensiones de abogado y petime.tre, me tendió la
nHl10 para levantarme en el aire.
Primera bestialidad, dije para mis adentros, y procuré
g?113r una frágil y estrecha escalera por la cual con su·
1m dificultad pude subir al tablado. Viejo ya y solterón,
no pude resistir a las caricias de mis sobrinitos, y por lo
pronto sufrí en paz la pedantería de Lucio, resignándú·
me a pasar el rato e instalándome convenientemente j')d.'
ra C'sperar la comida.
Entre tanto seguía el encierl"O, reducido a corretear de
aquí para allá en separadns grupos los cachacos de bucll
(<,no, que a las doce y media cierran la tienda o abando·
11;!I1la oficina, embridan el corcel y se pavonean lué¡.;.)
en la plaza, ))3sando y repasando a la vista del adol'ado
tom1('l1to
o de la Filís que está de guardia aquel día, o en
pos de una limonaria que buscan come, ser indispensable
t';l¡-a enardecer un corazón de veintitrés
años, que ti",:
r~ I'or comunicar chispas de! amor en que rebosa. Allá
cftin unos artesanos que desde temprano se afanan disponiéndose para el encierro y han tenidr: que alquilar ea'
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CUADROS DE COSTUMBRES
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bailo, emprestar silla de montar, las espuelas y todo el
tren de caballería, que los más son gente Je infant~ría,
pero que una vez a caballo, corre y mis corre hasta fatigar las bestias, sin perjuicio de más de un porrazo, amén
de las peladuras y refregones. En otro término están les
orejones con sus rejas y zamarras, su apostura de diestros
jinetes, haciendo ostentación de su habilidad para en!azar, para tenerse a caballo y para cometer una barbaridad por vía de regocija miento, saltan d.) sendas carcajadas
si han ahorcado un perro o procurado una caída a un compañero. Fatigados de la tarea de conducir y encerrar los
toros, esperan el momento en que los orejones aficionados, que se atavían remedando el tren d~ 105 orig~;lalt's,
los inviten a tomar un trago de brande, como ellos dicen.
A esta sazón ya el presidente de la repúl.lica, so pena de
pasar por impopular, por déspota y tirano, Ú;¡ dc.j.i.do su
caballo y, rodeado de la comitiva de buen tono, se f' 11]1>
a la mesa en que el coñac y el brandi, el madera y el lerez han reemplazado a la mistela y al ~mís, quedando los
bizcochitos y arepitas como monumentos de que antcs
acompañaran a la olvidada horchata, a la desusada limonada, declarada notoriamente nociva en las irritaciones de
estómago. De aquella mesa todo ciudadano tiene Jel'e,hn
a tomar 10 que más le cuadre, y puedE' tomar hasta una
mona, si quiere, e incurrir en todos los desmanes y des'
acatos que la chispa le sugiera, que psta es alegría en'
tre los caballeros, y en tiempo de fiestas no se repara. Si.
guense a esto los brindis más o menos fervorosos e in'
teresantes en que cada uno se desahoga ;"egún por donde
le inspiran los tragos, que a los mustios suclen h;¡;:er l':!'
hiadores, a éstos desaforados. a otros tlernns y derretíoos, y a los más, patriotas, liberales, generosos y magníficos; que para conocer a los hombres no hay cosa como que
se alumbren un poquito. Un intrépido de éstos se erige
P11 anunciador
del próximo encierro v proclama pror al·
féreces a los que le indican o cree que han de hacer el gas'
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1HBLlOTECA ALDEANA DE COLOMBiA
to; nombramiento que recae en el presidente de la repú'
blica, en los secretarios de Estado, hacendados y comer'
ciantes, gente rica y acomodada, de la que unos aguan'
tan la banderilla, de miedo de pasar p0l" pichicatos, otros
se defienden con denuedo y no aflojan; para no dar gus,
to, dicen, a los fiesteros que quieren divertirse y comer a
costa ajena. Ello es que esta bárbara costumbre de procla'
mar alféreces de encierro, ha retraído a muchos de concu'
rrir a tan sabroso rato de diversión; y no es para menos oír'
se aclamar por bando, y en medio de vítores y cantares sen'
tir que se le dirige un crudo golpe a la bolsa. Si es pres'
ta a hacer el gasto y no hay regalo y abundancia, el al,
férez se desluce y lo critican y censuran sin compasión.
Si no se presta, la cosa es más amarga, porque lo confir,
man de miserable, ruin, cicatero. ¿Qué hacer? Hay quien
piense que se dejaría pillar, soportando un escote que le
saliera costando entre música, cohetes y azadones, cien
millones, antes que pasar por apretado. Y aquéllos que
dicen ;qué se me da a mí de eso? no se afanan; soportan
las críticas, las burla;; y se refugian en su filosofía: "yo no
mantengo cachorros ...
Pero han sonado las dos de la tarde, hora en que ('I~O;1
todo negocio en Bogotá, hasta el curso de una revolu,
ción política: todo el mundo endereza para su casa, antes
que, como dicen los del bronce, se enfde el hígado o críc
nata la mazamorra.
Por este día no tuve
para qué abandonar la. nla:~_
puesto que mi complaciente hermana V mi dichoso cu'
rlado, que es un empleado vieio en la Moneda, quisier[11'\
agasajarme con su comida de fiesta. El puchero, tirando
bien a la olla podrida, un estofado aue descuidó la coci,
I~"-raun tanto en el fuego, un pavigallo que no hacía mu'
cho daha vueltas a mi vista en el asador manejado por
una frel'!onaen la improvisada cocina del próximo toldo,
formó el hanquete de familia que tantos prefieren al sun'
tuoso ambigú. Bien previsto tenía que LUCiO no faltaría
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CUADROS DE COSTUMBRES
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a suscitar la eterna disputa que entre manos traemos,
para ponderarme los tiempos que hoy corren de civilización, elegancia y buen gusto, sobre los que iay de mí! no
volverán jamás y fueron de dorada magia, de alegre paz.,
de goces sin acíbar para el que como yo los paladea en
copas de oro.
-Tío
Juancho, me pareció que ahora poco usted estaba alegre como una sensitiva reanimada por la frescura
de la mañana, sin esa murria y mal humor que lo retraen
de la sociedad.
-Sí, sobrino, el aspecto de una ciudad que está de
fiestas ¿a quién no comunica su alegría aunque sea de
rechazo? Y además, los recuerdos todos de la juventud,
las desvanecidas ilusiones, los perdidos placeres, me reanimaron un instante; pero esas mismas rnt:morias han vuelto a sumirme en el excentricismo que sabes me es habitual.
-Según
eso, usted no halla que nuestras actuales diversiones han superado infinitamente a los groseros entretenimientos de su época, y que hoy ....
-j Ya vienes tú a provocarme con el incesante propósito de refutar las costumbres que no has conocido! Este
es refrán de cuatro noveles que 10 pretenden todo a
fuerza de figuritas e imágenes como la (¡'le me acabas de
espetar, como una sensitiva reanimada por la frescura! y
frescos nos han dejado en todas materias.
-Pero,
tío, convenga usted alguna vez en que tengo
razón.
--No siempre, sobrino, principalmente cuando se trata
de fiestas. j Esas sí que eran fiestas y lo demás patarata!
Pan demostrártelo no necesitaría remontarme a 108 tipm'
t'0S del eei'íor Ezpe1eta, ni a los del señor Mendinueta,
nue va n;Jdie me comprendería. Pero yo que he visto las
f;E':st~s de la coronación de Carlos IV v Fernando VII las
del Príncipe de la Paz, a quien aquí c~lebrábamos tod~vía,
cm.ncio el pobre, a la sazón perseguido y acosado <:011'0
un gato, yacía en un desván del palacio de Aranjuez, en-
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BIBLiOTECA
ALDEANA
DE COLOMBIA
cuentro que todo 10 que hoy pasa es miferable y pequeño, raquítico y consunta, como tú dijeras con esa afecL<lción de insoportable gravedad. Eres, sobrino, un atrevIdo
y vano por demás al titular de groseros los entretenimien- •
tos en que la juventud de mi tiempo cifraba sus recreaciones. Para confundirte me basta y sobra recordar 10 que
por mis ojos he visto y la nada que hoy tengo por delante. La gravedad y gentileza, la decencia y compoEtura,
el lujo y magnificencia que reinaban en aquellos b¡lenOS
tiempos, ¿qué se han hecho? Ruido y desorden, desverguenza y osadía, oropeles y zarandajas de ningún valor,
es sólo lo que veo, porque 10 positivo todo ha desaparecido. No me vengas ahora con tus fiestas populares y con
que un encierro sea cosa de diversión. En mi tiempo nada de esto había, que su invención es de ayer, cuando
don Francisco de Paula en la lozanía d~ la juventud, con
su faz placentera y franca, cubierto de laureles y bordados, rodeado de gente entusiasta y generosa, aflojaba las
riendas de un poder casi discrecional, p3ra ser el señor de
la fiesta, acatado por una multitud que respondía a sus vítores a la Independencia y libertad COI~ aclamaciones de
júbilo verdadero. Es cierto que los ciudadanos animaban
con sus dádivas el festín, costeando bal1r1uetes regalados,
derramando el dinero con mano blanda; y había expansión
v cordialidad y confianza sin licencia, generosidad más
hien que ostentación; que la discordia no había rela¡ado los vínculos de la sociedad, ni el egoísmo penetrado
en los corazones, ni se hacía gala de la voraz coelicia quc
de día en día va reeluciendo a guarismos hasta hs :,C,I':','
ciones. Así es que de esta época sólo ha queJado IJI, .'1",:'
to recuerdo, inseparable del hombre que hasta en esto su'
PO eternizar RU memoria haciéndola
tan querida de los
buenos granadinos. Y si no, díme, Pel'ides de la tierra,
; qué ves hov que indique en estas funciones contento y
satisfacción. largueza y garbo, fraternidad v lo aue no~otros llamábamos buen humor? Figúrate, hijo mío, reco-
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CUADROS DE COSTUMBRES
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rriendo a paso mesurado esta pla4a en medio de una ca'
balgata presidida por Santander, oyendo una música mar'
cial y el eco de mil voces entonando hlmnos a la Libertad,
a la belleza y a nuestros héroes; celebrando los prodigios
de Bolívar, las mil batallas de la lucha por la Independencia, y
"¡Viva Colombia ceñida
De laureles y de oliva,
Viva su Libertador,
Viva el inmortal Bolívar!
y todo esto a la vista de las bellas, que con sus demo&'
traciones aprobaban los vuelos de un puro patriotjo'r:-u,
recibían los homenajes de amor y de admiración por sus
encantos y eran servidas y respetadas por sus caballeros,
con la discreción y rendimiento de los tiempos de los trú'
vadores. Entonces este tu tío, que mlras hoy viejo e indi'
ferente a todo, también sintió su cora4ón palpitar de amor
por una ingrata, de contento
por esta patria inde'
pendiente ... Pero dejemos a un lado tristes memorias,
que el tiempo corre, la comida buena o mala está ya en
el jergón, el clarín ha sonado remedando un que saquen
el toro, y no hay criatura impasible pn este momento;
qUe unos corren a la barrera, otros toman sus respectiv;Js
asientos, aquéllos se quedan dentro del cercado y todos
alegi'es se disponen a divertirse con la corrida.
-Ay,
tío! que por estar usted regañando no ha visto
el despejo tan bien ejecutado, me dijo con su vo~ caden,
ciosa y afectadita mi sobrina Lastenia, joven de diez y ocho
años, y esto para que la oyese un capitán de artillería que
no la perdía de vista, como prendado de sus atractivos.
-y luégo, continuó, dirá usted que en su tiempo tam'
bién había despejos y evoluciones militares en que tra'
.zaran sobre la arena estrellas e inscripciones y alegorías_
-Vamos,
sobrina, ¿conque mucho te ha interesado el
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despejo? Lo entiendo! Y lo peor es que nadie le ha puesto atención, que o no conocen su mento o los que circu·
yen la tropa no permiten ver las maniobras. ¿Y para qué
sirve el despejo, si no es para aumentar la confusión,
atrayendo una multitud al fondo de la plaza? También he
visto despejos, pero que sí hacían despejar la plaza de cu·
riosos e imprudentes, y no como hoy que de nada sirven.
En esto ya el toro había recorrido dos veces la plaza,
más bien ansioso de buscar salida que de habérselas CL.
los toreadores.
-¡Qué
es esto! exclamé, ya no hay chuceros, ni jinetes
de púa y rejón, ni toreadores propiamente dichos: todo es
desorden, gentío, gritos y silbas. Allá cae uno, más allá
tres, aquí atrapa el toro a aquel que no pudo alcan:;ar
el cercado; entre dos vigas de éste ahogan a una mujer
que, desapercibida, metió la cabeza para no ver, y -¡que
se hunde un tablado!- ¡que suena una banderilla! ¡que se
salió el toro ... ! j Y esto llaman juego de toros! Yo diría
más bien de imbéciles, de locos, de atolondrados que todo
lo han pervertido, todo lo han degenerado en vez de
sostener un entretenimiento tan humano, iJar lo menos,
como el pugilato.
-Tío Juancho!, gritan a una mis sobrino.." cst,) ,~s muy
alegre y divertido.
-Ya se conoce, repuse, que no habéis visto otra cosa.
No hay término de comparación entre lo que veo y lo
que en mis tiempos se hacía. ¡Aquéllas Sl que eran fiestas!
Al punto de las tres de la tarde, presente el señor Virrey en su balcón y el ilustre cabildo en su puesto; dc'
sierta la plaz.a y libres las barreras, entraban ,;a ~q\lt:lla
los toreadores y chucheros precedidos por los de a caballo,
todos vestidos con trajes adecuados y umforrr,¡;s, c}n .:i.1tas y perendengues, con capitas de colores, h:.cie11lio la
envidia de los chicos. Esta tropa daba vudtas en derredor
de la plaza, y en seguida Pichico, gorra "n mano y rodilla
en tierra, imploraba la real licencia y reCibía del ':-,lbÚ·
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CUADROS
DE COSTUMBRES
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do la llave de! toril. Salía la fiera afamada de la dehesa de
Canoas, Fute o La Conejera, afiladas las astas en ve:z; de
recortadas, y daba al diablo con la tropa de chuceros destinados a provocarla; en seguida los puyadores ejercían su
oficio, enardeciendo al animal para que el toreador pudiese lucir su destre:z;a clavando con maestría y liga¡>z,a, banderillas preñadas de palomas encintadas que, al reventar
aquéllas, abrían su vuelo sobrecogidas y espantadas. Llegado el momento fatal, e! hombre de! rejón, afirmándose
en los estribos, bien sentado en la silla, llama la fiera, espérala a pie firme, y jzas! aciértale en el cerviguillo y
queda tendida a los pies de su caballo. En el caso malogrado, un toreador de a pie acudía ve!o¡, desafiaba al animal y, a la embestida, dábale el golpe de ,gracia. Entonces se oía un grito de sorpresa y de admiración, y miel!tras se hacían comentarios, el toro muerto era arrastrado por enjae:z;adas mu!itas y sacado de la f1a1.4, y •.utn::
tanto e! otro ya estaba listo para saltr a jugar. Así se de~'
!izaba la tarde, y para que nada faltase, a las cuatro y media la noble:z;a, e! señorío y e! buen pueblo de _Santafé tornaban e! refresco o colación, a la vista de todos y con
singular confianza, aquéllos haciéndola
en rico servicio
de oro y plata, cuanto en bordadas toallas y servilleta"
comen:z;ando por tomar el dulce y luégo el aromático chocolate; y e! pueblo, siempre humilde, se contentaba CO~
su merienda, es decir, con las indispensables papas cubiertas de hilachoso queso y de sabroso guiso, provocando con su fragancia e! apetito, recreándose el gusto al
masticar un rostro de cordero sazonado delicadamente y
tostado al calor de un fuego lento, desengrasando luégo
con ricos tragos de la que Dios crió tan amarilla y sabrosa.
Decidme ahora ¿qué tenéis que oponerme a estas sencillas y modestas costumbres, cuasi regl¡¡mentadas por un
ceremonial de corte, que hacían de! espectáculo de los te
ros un verdadero recreo en que sobres:lH¡¡n la destreza y
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habilidad y orden y compostura, todo a propósito para
inspirar interés y entretener la atenciór.? Hoy, con un
gentío inmenso que se introduce por todas partes, se con
vierte un lugar de diversión en babilonia que nada ofrece
de grato, si no fuera el natural impulso de reunirse lo
hombres para ver y las mujeres para su vistas. Despojad
vuestras fiestas de esta segunda parte, y una plaza de to'
ros entre nosotros quedaría con la positiva barbaridad que
le atribuyen los que han sido en París, para aprender a
despreciar las costumbres que no han conocido.
-Tío, tío, que se cae el tablado! Así era la verdad.
Alarma terrible, gritos de desesperación, afanes, convulsio'
nes. ¡Que se salió el toro! ¡Que nos coge' _A.y!Ay!. ..
y yo, molido y escarmentado, huí de la plaza para nun·
ca volver a toros, prefiriendo molestar a mis lectores con
cuadros tan pálidos como éste que aquí finahza.
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LA CALLE HONDA
Recuerdo de 1816
Contando con la complacencia del editor, prinetp1a'
remos por decir que cuando en voluntad nos viene escribir alguna cosa, por cierto que no hemos de hallar materia fuera de los límites de la parroquia. Ella es la pa'
tria, la cuna, nuestro universo. Allí vimos la primera lU4,
allí se desli4aron los primeros días de la niñe4; allí, en
medio de bulliciosos camaradas, ávidos de emociones, de
ruido y alg~ara, pasaron los primeros años, entre el
trompo y la pelota, las cabalgatas en burras y las guerri'
llas a pedradas, el juego de toros y las carreras, amén de
la férula del maestro Vicente, q. d. D. g. Allí, en fin,
pasaron escenas de otro orden, graves, solemnes yaterradoras, de las que la edad no permite distinguir ni di,
ferenciar las víctimas de los verdugos, la razón de los unos,
la causa de los otros. En la edad de la niñe4 se ansía
un espectáculo, sea cual fuere, con tal que hiera la ima,
ginación, con tal que produ4ca impresiones, ron tal que
el placer o el asombro que inspire venp'~ a ser materia
de -ponderadas relaciones- o de creaciones tétricas para
consejas y cuentos de espantos y aparecidos.
Ya entrado en años, cuando la mente se lan:;a a penetrar entre las nieblas del pasado; cU<J.ndo,formadas ya
las ideas a esfuer40s de verídicas relaciones y de recuer'
dos, si bien confusos, por otro lado inr!elebles, entoncel
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aparecen los hechos a la vista del hombre y los comprende en todos sus pormenores. Reconoce con pesar
que a la vista del niño pasaron los martrrios de los próceres de la independencia; que a unos los vio marchar al
suplicio y en él exhalar el postrer SUSpIro;a otros, ma'
niatados, formando una cadena, tomar el camino del des'
tierra; y en pos de ellos las viudas y los huérfanos seguir
también aquella senda dolorosa. Más tarde el hombre
quiere recoger sus recuerdos, representarse las tragedias
de que fue testigo, dar a los actores fi&onomía, cuerpo y
aun palabras; hay más, señala con precisión los sitios, de'
marca el campo, relata el acto y j es en vano que quiera
figurarse los personajes que vio en tan sangriento dra'
ma, y cuyos nombres ha conocIdo despuésl
Tal es la fatigosa historia de los recuerdos. Así tam'
bién los anales de las naciones ofrecen hechos cubiertos
con sombras de un claroscuro que no permiten descifrar
los objetos. En este estado se ama la cavilación, el áni'
mo gusta de entretenerse solo y sin guía en aquella épo'
ca de la vida de la que apenas quedan memorias inde'
finibles. Y si por acaso un día paseamos los lugares en
donde vimos la tremenda ejecución, súbito 10s tecuerdvs
vienen en confuso tropelennubleciendo
el pasado, y de
él no podemos sacar ni personajes ni pormenores.
Pero la memoria despierta reanimada a la vista de los
lugares que fueron el teatro de escenas que yaci".n en el
olvido. Quizá no retenemos la fisonomia de un padre, de
un compañero de la infancia, del guerrero a quien vimos
decorado con coronas de laurel; mientras que al través de
los años y la distancia mantenemos viva la idea de la mo'
rada paterna, del templo donde una madre cariñosa nos
enseñó las primeras oraciones; de la inmensa plaza donde
se levantara un patíbulo. De esta suerte los sitios públi,
cos de la parroquia están siempre presentes a nuestra me'
moria; y ya dl!berá comprenderse que en ellos buscamos
el lugar de tristes meditaciones, o de infantiles placeres
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CUADROS DE COSTl.j;\iBRES
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inocentes y los únicos que no dejan pesares ni remordimientos.
y con todo, estos lugares ya no son lo que eran; que
la mano del hombre va transformándolos a su placer. El
crecimiento de la población ha ido llevando a ellos las
gentes que no caben en los cuarteles populosos de la ca'
tedral. La tendencia visible de la ciudad es a explayarse
por el lado de la parroquia. Mas antes que lus embellez.'
can casas elegantes,. quizá palacios soberbios, calle" CIT.baldosadas; antes que de nuestra caduca cabeza desapa~can antiguas reminiscencias, consignémoslas a los tipo~,
junto con escenas que un día presenciamos, que luégo
solicitará algo la historia, el drama o el romance, y aquí
encontrará tal vez alguna luz.
Siguiendo la piadosa práctica del institutor que enseñaba en aquellos tiempos las primeras letras, debhn los
niños dejar la escuela a buena hora para ir a presenciar
la ejecución de la pena de muerte, que en aquel día iban
a sufrir los que habían sido condenados por traidores a
S. M. don Fernando VII, de feliz olvido.
Hénos allí al lado del puente de San Victorino, formando parte de esa falange de chicueios que preside en
cualquiera pública función, anhelando el momento en
que desembocara en la plazuela el fúnebre cortejo.
Los españoles, aparte de sus crueldades, se han hecho
célebres por la gravedad e imponente aparato con que
han sabido revestir las escenas de terror, desJ e el
auto de fe hasta una simple ejecución.
Ocho batidores blandiendo relucientes espadas abrían
paso ahuyentando a la multitud, que por todas partes se
apiñaba a reconocer a ios ajusticiados.
La comitiva rompía precedida por un crucifijo sostenido
a regular altura. Dos faroles de singular construcción a
los lados alumbraban con dudosa luz la imagen del HOlnbre- Dips. La voz de la piedad se anuncIaba por el tañido de esa campana que hoy mismo oímos resonar para
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advertir a los hermanos de la venerable orden tercera.
que uno de ellos ha dejado de existir.
La seráficacomunidad
de franciscanos, con su sayal
destinado para servir luégo de sudario, calada la capilb
y salmodiando a compás el oficio de los agonlzantes, for,
maba las filas que cerraban atrás los destinados al supli,
cio, sostenidos cada uno por dos ministros del altar, y
rodeados de sayones y de verdugos. Piquetes por todas
partes, cubriendo las avenidas, corriendo la multitud, da'
ban a conocer la importancia de las víctimas y el recelo
de sus sacrificadores. En este orden entraba la comitiva
por la vía dolorosa, es decir, por la calle honda que COLlduce a la Huerta de Jaime.
El nombre de esta calle, si nos remontamos a su origen,
es verdaderamente etimológico. El lector que como nos'
otros vaya para viejo recordará que bajo el nivel que hoy
tiene abríase una senda profunda,
de piso gredoso y
desigual, de penosa travesía, remedando una trocha for'
mada por la mera acción del paso del hombre. Diríase
que era una calle enclavada en otra superior, desapacible,
solitaria y aterradora como toda encrucijada. Al lado i~'
quierdo, así como entramos, veíase una serie de casitas
de pobre apariencia. El empedrado se extendía como va·
ra y media e iba a dar sobre la hondonada, y dominaba a
ésta, semejando un balcón. La eminenci~·.del lado derecho
era mayor, y la coronaba una cerca casi derruída, entre'
mezclada de borracheras (datura arborca) cuya sombra
ocultaba la choza de un hortelano. SePl1ía luégo un solar
inculto; a su frente unas tenduchas ~¡)negre~idas, como
sus moradores. por el humo v la miseria. El pasajero, al
cruzar esta calle funesta, aceleraba el paso, como el que
teme una asechanza. En su término descarnase el panora,
ma estrecho de la Huerta de Jaime.
El español escogió adrede esta plaza, abierta por el
frente v circunvalada de paredes de tierra, como un lugar
propio de expiación. Vese dominada por la ciudad, ptlel
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CUADROS DE COSTUMBRES
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queda a su extremo central, y adonde de todas partes pue'
de mirársela, y cuanto en ella pasa. Hacia el fondo se le'
vantaba el suplicio, como para que se ostentase má.s vi,
sible. A las die~ de la mañana ya estaba formado el cua'
dro a su rededor por algunos cuerpos de guarnición, la
multitud ocupaba el resto de la pla~a y ganaba las pare'
des, para presenciar con más comodidad el espectáculo.
Los sitios se tomaban a buen tiempo, se esperaba en si
lencio el momento; y cuando un rumor confuso anunciaba
la llegada de las víctimas, todos se disponían con afanoso
cuidado para no perder el rasgo más insignificante de la
sangrienta tragedia. ¿Cómo habremos de exphcar esta cu'
riosidad? ¿Es barbarie, ferocidad o estupidez? A veces
hemos pensado que el día en que no haya espectadores pa'
ra la ejecución de la pena de muerte, ese día ella vendrá
a ser ineficaz. Estamos seguros de que espectadores no fal,
tarán, porque la barbarie, la ferocidad y la estupidez pa,
recen ser el limo de que estamos formados.
Nosotros también acudíamos al espectáculo; pero una
curiosidad de niño nos llevaba a presencIado. Acaso la
vanidad tenía ya parte en esta determinacIón. Seguíamos
paso a paso a los que iban a ser ajusticiados; observába,
mas sus movimientos, sus vestidos, su andar. Todo cuan'
to de ellos se ofrecía a nuestra vista era objeto de inex'
plicable emoción. Sus miradas, siempre fijas í'n el cruci'
fijo, el rostro pálido y descompuesto, la. vo~ insegura;
aquél se mostraba fervoroso, ese otro, resignado; pero todos
con vida; y, sin embargo, marchando a la muerte, en me'
dio de todo un aparato!
Aquel día la fiesta, como entonces se decía, tenía algo
de nuevo y sorprendente. No era sólo el número de los
ajusticiados, ni su categoría 10 que llamaba la atención. ¡Era
un ahorcado!. ...
En efecto, al pie de la máquina mostrábase un ser hu'
mano, con rostro feroz y atraidorado, ave~ado al crimen
y diestro en dar la muerte. Llevaba vestido colorado ri,
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beteadO de blanco, las piernas desnudas, cubierta la cabe'
~a con un sombrerillo apuntado: parecía el bufón del dra,
ma, y no era sino el verdugo!
Ya se dejará entender que nuestro puesto favorito pa,
ra examinar más de cerca los destinados al suplicio era en
la "Calle Honda", allí donde formaba como un balcón
que dominaba sobre la parte baja. Allí ejercitábamos la
observación de que ya hemos hablado; y merced a ella
tuvimos ocasión para notar un anciano que caminaba pe'
nosamente, porque cojeaba; pero cuya fisonomía revela'
ba entereza y serenidad; otro nos dirigió una mirada que
nunca olvidaremos; y para colmo de espanto, un hombre
del pueblo a quien se le escapó esta palabra ¡POBRES
CABALLEROS!, cae a nuestro lado, herido por la mano
de un expedicionario pacificador.
Renunciamos a describir el momento en que, desembo'
cando la comitiva en la Huerta de Jaime, se encaminaba
al suplicio. El redoble de los tambores, el movimiento de
las tropas, las voces de mando, el ruido y tropel de las
gentes; todo anunciaba que había llegado el instante su'
premo. Para los que hayan apurado aquella agonía que
acompaña a los aprestos del martirio, tendría que ser pá,
lido 10 que de ella intentásemos decir. Aquella ansiedad
de muerte mientras toma su puesto la víctima, se la ata y
sujeta al fatal banquillo; aquel combate glorioso que sos'
tiene el apóstol de Jesucristo para separarse del que va a
morir; aquellas palabras de fortaleza y consuelo, de va'
lor y paciencia con que sin cesar exhorta al que va a de'
jar en brazos de la muerte ... irenunciewos a describir es'
ta escena! La descarga de fusiles suena, el humo se re'
monta en torbellino, todo se consuma; y el niño crédulo
sueña que las almas de los ajusticiados han alzado su vue'
10 hacia el cielo envueltas en aquella nube de humo.
El rigor de los años va emblanqueciendo nuestros ca'
bellos, entibiando el ardor de nuestra sangre; pel"Onun'
ca, lo juramos, alcanzará a debilitar el menor de 105 re'
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CUADROS DE COSTUlvIBRES
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cuerdos de nuestra niñez sobre los mártires que la barbarie española sacrificó a su brutal pacificación. La vista de una localidad, la apariencia del cielo, la hora, no
son medios menos poderosos que los caracteres y los ti·
pos para producir el pleno recuerdo de un suceso infausto, acaecido a nuestra vista en la edad de la infancia.
Anselmo Pineda está llamado a recibir de la posteridad la merecida alabanza por la incontrastable laboriosidad con que ha venido preservando de la destrucción
multitud de documentos singulares destinados a ilustrar
nuestra historia.
Un día leíamos, alIado de aquel amigo dE-tantos años,
un impreso cuyo sentido prodUjO en nosotros los más
vivos y contrarios efectos. Hé aquí su título:
"Relación de las principales cabezas dt' la rebelión de
este Nuevo Reino de Granada, que despOJaron las autoridades legítimas del mando, y fueron .ausa de todos los
trastornos y males sufridos en estas provincias: los cuales (?). después de haber visto detenidamente sus procesos en el consejo de guerra permanente. han sufrido la pena capital!!
¡Antonio Villavicencio, José María Carbonell, José Ra·
món de Leiva, Ignacio Vargas!. .. "
Estos nombres venerandos, que aprendimos en el enlutado hogar materno, en los días mismos en que fueron
inmolados, al leerlos en la relación, hicieron saltar en nuestra memoria el cuadro que acabamos de bosquejar.
Los contemporáneos, y los deudos mismos de aquellos
~enerosos patricios nos han explicado Que el anciano, de
quien hemos dicho que caminaba con pena era JOSE RAMON DE LEIV A, teniente coronel y secretario del Virrey, en el antiguo régimen; que luégo ilustró su nombre
en los primeros combates de la guerra santa, dirigidos por
N~RI~O; y dejó una viuda e hijos en quienes arde inextinguIble el fuego del patriotismo.
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La relación habla de un ahorcado: ése lo vimos pendiente del fatal suplido, despidiendohumo de sus vestidos.
El verdugo, o inhábil o incapaz;,no pudo rematado, y hu.•
hieran de fusilarlo a quemarropa. Ese ahorcado fue ]OSE
MARIA CARBONELL, presidente d<>la junta tumultuaria, principal autor y cabez;a del ~otín, acérrimo
perseguidor de los españoles americanoe y europeos.
El pacificador quiso ennegrecer el nombre de CARBONELL hasta apellidarlo el más perverso y cruel
entre los traidores, como para justificar a la vez;la ignominia de su suplicio. Pero el cielo deparaba a CARBO,
NELL la corona de la inmortalidad que, tarde o temprano,
tienen que conquistar los que dan su sangre y su vida
por las grandes causas que los designios providenciales
santifican y hacen inevitables para la consumación de los
fines de la humanidad.
Más de cuarenta años han transcurrido de cuando vimos la representación de este drama sangriento. Hemos
tratado de copiarlo con los colores que entonces nos eran
familiares, y bajo la misma impresión que nos dominara.
El recuerdo de aquellos tiempos de asombro y amargura
hoy sería para nosotrOs de profundo rencor, si de otro
lado no pudiéramos decir: al menos somos independientes.
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HISTORIA DE UNAS VIRUELAS
1
En 1808 la ciudad de Santafé de Bogotá hacía eco a los
mil vítores con que, de todas las coloniasbispanoamericana&
saludaban el advenimiento de Fernando al trono de sus
mayores. Llamábanle el amado, el deseado, el reparador
de las miserias que traían agobiada la monarquía, en cuyos dominios nunca se ponía el sol. Mas, 01 las colonias
ni la misma corte, habían alca11.4ado
a sospechar que sobre
aquel Fernando gravitaba la :naldición de su padre. "Tu
le había dicho en Aranjue~, has arrebatado la corona de
mis sienes y has deslustrado mis canas; pero yo te aseguro
que la llevarás sin gloria ni reposo".
La ciudad, decíamos, quiso dar pruebas de su antigua
noble~a y de su lealtad hacia su Monarca, entre otras co'
sas, con las indispensables fiestas reales. iQuién le hubiera podido predecir a la realista C1udad,que ocho años después llegaría a verse cubierta de luto y sangre, en nom"
bre de ese mismo Pernando, digno de perdurable olvido!
La!! f'-~~~!I;l"P.lllesdicen por sí solas lo bastante para
comprender que el obsequio iba dirigido al monarca y lo
recibían inmediatamente el Virrey y la Real Audiencia,
el Tribunal de cuentas y demás empleados superiores. En
ellas tomaba parte activa la noble~a. La costosa etiqueta,
por una parte, la ostentación y la fanfarronería, por otra
provocaban a que apareciese el lujo, grave y riguroso, a
y
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la par que en las calles, en juegos y saraos, en que se consumían cuantiosas sumas. Todo se hacía con orden y re'
gularidad, mesura Y continente. Santafé, como Lima, Mé,
jico, Santiago y demás capitales de colonias, no tenía
otro punto de mira sino la corte de Madrid, para reme'
darIa en sus evoluciones estiradas y etiqueteras.
Por aquellos tiempos ocupaba una silla en la Audiencia
de Santafé el doctor Juan Hernández de Alba. Teníasele
por íntegro, severo e inflexible; cualidades que no le iban
mal con una figura importante y digna. Agregaban que
así como tronaba en el Acuerdo sosteniendo sus pareceres,
paraba en lo mejor del discurso al letrado que se entraba
en ociosas digresiones, o plantaba en la cárcel de corte
al procurador moroso, así se tornaba en afable y complaciente y decorosamente popular, cuando se trataba de un
público festejo.
A grande honra debieron tener los mozos de aquella
época el verse agasajados por todo un Qidor. Bajo un
régimen aristocrático semejantes civilidades para con los
de la clase media, debían estimarse como la señal más
propicia de entrar en favor. Y entrar en favor suponía
estar un tanto a salvo de los desmanes de un poder arbi,
trario.
Convengamos en que, si hoy todavía no faltan
aduladores y quitapelos que se agachan servilmente para
recoger las migajas del rico, algo hemos ganado en altivez
republicana; lo que no quita que en nuestras épocas de
revueltas haya muchos que suelen pecar de payasos, de
tiranuelos, o de acomodarse al ruin oficio de esbirros y
sicofantes .
n
Los que no hemos tenido abuelos carecemos de la tan
socorrida muletilla para formular esta frase: "Nuestros
abuelos nos contaban ...•• En su lugar si alguna vez se nos
ocurre sacar a la plaza algún asunto, siquiera íntimo, nos
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CUADROS DE COSTUMBRES
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remitimos a lo que hemos aprendido de personas que han
solido hablamos de lo que en otro tiempo ejecutaron nuestros mayores. De esas historias aceptamos como corriente la parte que nos es personal. Si en 10 demás de ellas
resultare que hayan sido inventadas, la suposición no debe imputársenos: ésta debe recaer sobre los que han que'
rido honrar a nuestros mayores con rasgos que de buena
gana recogeríamos como si fueren verdaderos.
Hechas estas salvedades, decíamos que el oidor Alba
se mostraba accesible y bondadoso en medio de una fiesta pública. Con tal ocasión les era fácil a los de la clase
media hombrearse con los golillas y demás encopetados de
la colonia ..
El cuarto día de estas fiestas memorables había estado
él- pedir de boca. El encierro había enloquecido a la gente: toros que no harían echar de menos los ponderados
del Jarama, por cuanto la Conejera y Fute proveyeron con
los más engatillados que apacentaban en sus ricas praderas: los más diestros toreros de Fun.za, los esfor.zados picadores de Fontibón compitieron en agilidad y maestría.
Para colmo de contento el señor oídor Alba dispuso que,
en seguida del encierro, se tuvieran carreraE de caballos
allí en la pla.za mayor. Este antojo cesárc(".fue acogido con
alegría, y los mo.zos pasaron a colocarse en la respectiva
fila según el color de los caballos ..
-;,Quién es ese mo.zo?, preguntó el oidor al que tenía
más cerca, y señalaba a un apuesto jinete que montaba
con garbo un potro blanco.
-Es Narciso, contestó el preguntado; mo.zo apreciable
y que tiene fama de conocer ei ofiC1o a ia jmeta.
-Por cierto que cabalga con desembara.zo, y no irá mal
al frente de h. cuadrilla ,.le los blancos.
Narciso rectbió de boca del oidor la insinuación de dirigir la cuadrilla de los blancos. Esta marcada predilección hacia un ,~ollo, hu!'o de lisonjear al agraciado,
echando en su antmo los germenes del reconocimiento; que
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no pocas veces una acción cariñosa llega a dominar cora,zanes difíciles de atraer, ni aun con serviclOS pOSitIVOS.
Narciso iue en aquel día el sobresaliente entre cua~,i:oa
pugnaron por lucir su habilidad .. Más de ~ m07,c. l;uho
de envidiado; y sabemos que Cierto corazon palpito de
amor, orgullo y envanecimiento al vedo caracolear en la
ancha plaza, sojuzgando con mano maestra los ananques
de su corcel.
III
Dos años después, en esta misma plaza, teatro de la escena que hemos diseñado, se levantaba una grita inmensa.: "¡A la cárcel el oidor Alba! ¡La cabeza del tirano Al-
ba!"
Era que comenzaba ese drama perdurable, que llamamos "la revolución del 20 de julio de 1810".
Estamos seguros de que, entre los sacudimientos que
casi a un tiempo conmovieron de un extremo a otro esta
América del Sur en aquel año, ninguno se hallará que,
como el de Santafé, corriera exento de las atrocidades
con que suelen mancillarse las conmociones populares. Y
con todo, los agitadores de aquel movimiento no pudieron refrenar a la multitud en sus impetus contra los españoles europeos, que en esos mismos días se habían esmerado en atraerse el odio del pueblo, irritando a los criollos con amenazas e invectivas.
También, a vueltas del sentimiento que arrastraba los
ánimos elevados en solicitud de un orden de cosas que les
permitiera intervenir en el gobierno del país, sacudiendo
de una vez el tutelaje del Virrey y la Audiencia, no dejaban de asomar pasiones puramente personales, los resentimientos de la vanidad y el deseo de vengar ofensas reales o supuestas. A esto se agrega que la multitud siem'
pre se ladea en contra del que se imagina poderoso; y
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CUADROS DE CCSTC;VIERES
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cuando los de más valía le derriban, ella se lanza a PlSO'
tearle.
El Cabildo abierto, genuino representante del pueblo,
estrenó su autoridad revolucionaria haciendo comparecer
ante sí, ahora sumisos, a los que, poco antes, eran los señores de la tierra, no tanto para humillados, cuanto para
salvarlos de la ira popular. No entraba por poco esta.
demostración, a los ojos de la multitud, que veía en ella
que en el Cabildo residía el nuevo poder supremo.
El vocal más conocido y acatado por el pueblo, apareció en la galería de las casas consistoriales a anunciar que
el oidor Alba quedaría allí en segura guarda.
"¡A la cárcel, a la cárcel el oidor Alba!"
El estruendo de miles de voces llevó este grito a todas
partes. Otro y otro se perdió, al parecel' como desvanecido, pero fue para elevarse después como un clamor prolongado que provocaban los azuzadores 4iseminados entre
la gran concurrencia.
El Cabildo cedió prudentemente a esta exigencia y resolvió que el oidor fuera trasladado a la "cárcel grande"
y asegurado con una barra de grillos.
El paso desde las casas del Cabildo hasta la cárcel, por
entre la apretada multitud, era sobradO' riesgoso. No bien
había el oidor puesto el pie en la plaza, cuando el oleaje
de la gente amenazó cubrirlo. Sobre él se precipitaron
los que más saña parecían abrigar: los rasgos de la ira en
el semblante, rostros lívidos, ojos saltados, ademanes furiosos y palabras de maldición.
Todo hacía presentir
que habría lugar a escenas sangrientas.
Los que rodeaban al oidor y le conducían se agotaban
en esfuerzos animosos pala der~i1d€.rle_ El paso era, po::"'
lo apiñado de la gente, lento y angustioso: por momentos
se sucedían las avenidas de la exaltada multitud que parecía iba a avasallado todo: los ímpetus se sucedían a los
fmpetus con grande algazara, empujándose 108 unos a los
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otros para vencer la resistencia que oponían los guardias
del caído magistrado.
Mas, al cruzar la acequia para entrar en la cárcel, cuan'
do un paso más iba a poner al atribuladc oidor a cubierto
de tanta agonía y humillación, la multitud, viendo que el
objeto de su encono se le escapaba, redobló la grita., 108
empellones y las amenazas. Por enClma de todos se levantó un brazo, armado de puñal, que buscaba con ahinco
cómo hundirlo en la persona del oidor.
De pronto un joven alto, membrudo, de facciones varoniles, entre pálido y sonrosado, ojos negrm y animados,
y en postura de cubrir con su cuerpo al oidor, y de re'
volver sus acerados puños sobre el que le amenazaba, ese joven paró el golpe, precipitó el paso de la guardia, y con
ésta y el oidor, ganó la puerta de la cárcel, que se cerró al
punto tras ellos.
Ese joven era Narciso, el jincte del caballo blanco, el
que en las fiestas reales fue designado por Alba para guiar
la cuadrilla de los caballos de aquel colo!.
IV
La revolución acababa de rendir su primera jornada.
El Virrey, su esposa, los oidores y algunos españoles
acaudalados y de fundamento habían pasado po:." esas
persecuciones de uso y costumbre contra los personajes
que ocupan los primeros puestos en el momento de una
transformación
social y política . Otr,\~ eran ahora los
jefes, los magistrados, los hombres de valer y de impar'
tancia, otras las doctrinas públicas ... otros los ídolos del
dia!
Los nu~?,s principios de gobierno proclamados exigían
la desapanClon de todo lo que les era contrario. La majes'
tad del pueblo debía sustituírse a la majestad del rey: la
justicia debía administrarse en nombre del primero: todos
los atributos del poder real debían venir a tierra. En no m'
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CUADROS DE Cu~ÚG~vlBRES
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bre la filosofía, que es la ciencia de la humanidad para
civilizada y ennoblecerla, debían desaparecer también
la morda4a, la cama de tormento, el potro, la cadena de
Montaña, instrumentos de la tiranía y la barbarie ..
En cuanto a las personas de los proscntob, blen qUlsiéramos correr un velo sobre los padecimientos inútiles
que se les impusieron, mayormente si ellos fueron de calidad propia para sacamos los colores a la cara. A larga distancia de aquellos sucesos, y extraños a las pasiones
que les dieron ser, fácil es vituperar esas acciones vilipendiosas, tristes desahogos de un pueblo inculto, para
quien viene a ser diverslón el ultrajar al caído. ¿Hoy
mismo, al cabo de medio siglo de independencia, el escándalo de nuestras disensíones civiles no hace brotar, del
cieno antiguo, miserables delatores, embusteros oficiales,
insultadores públicos, carceleros despiadados'(
...
'lmt;J
SUUlcma había echado sobre sus hombros el
peso del gobierilo del reino. Entre las medidas que la necesidad, la prudencia y la contempomación la obligaron
a adoptar, fue una la de echar del país a las autoridades
españolas.
Hay cierta. grandeza y dignidad propias que convidan a
tratar con miramientos al que en las luchas políticas queda vencido.
Estaría por demás aquí el entrar a escudriñar si con aquellos personajes se guardaron las reglas
del decoro, en el trance de sahr expulsas de esta capital.
Sin embargo, muy menguado debió ser el auto! de la idea
de que los oidores saliesen caballeros en rocrnes de carga
con jaeces de carboneros, destinando los más raídos alargulloso Alba y su compañero Frías, que iban confinados
al Socorro. Alba se negó a montar, diciendo a sus conductores con altivez castellana: "Al que se ha sentado
bajo e! dosel de la Audiencla, le está mejor tomar camino a pie". Así lo hizo.
A la espalda del convento de recoletos de San Diego,
estaba apostado un criado, que tenía por el cabestro un
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caballo blanco, de ojo inquieto, oreja enhiesta. y fina CO'
mo cortada adrede, hermosas crines, y tales alientos. que
con los cascos tenía ya trillado el suelo que pisaba. El
criado al divisar la gente de partida, le salió al encuentro. :Et de Alba reparó en el caballo }- quedosek mirándo,
como si aquel hermoso anUIlal, enjaezaoo con esmero,
le despertase ideas de otro tiempo. Luégo, volviéndose
a uno de los acompañantes:
.
-Ese caballo, dijo, me trae a la memoria el grato
día en que ahora dos años celebramos las fiestas reales,
y hubo de improviso unas carreras.
Montábalo, si mal no me acuerdo ... ¡Ah, sí! un jo'
ven que 10 manejaba con garbo; Narcl!>o, que estuvo a
mi lado en aquel día terrible ...
_y se 10 manda a sumercé, dijo el criado, para que
haga el viaje.
_ Díle que, exclamó el oidor conmovido, díle que ••••
iDios bendiga su posteridad!
v
Al desembocar el puente de San Victorino, sobre la
alegre plazuela de este nombre, hacia ía mano izquierda,
había ahora cuarenta y cinco años una casucha con pre'
tensiones de romántica. Entrábase en ella por una tienda, y los balcones y ventanas daban al rio. En esa redu·
cida vivienda moraba una mujer, una de esas criaturas
boca de risa y facciones irregulares, pero animadas por
aquella indefinible expresión que comunica al rostro un
atractivo irresistible.
Figuraos una cara oval, franca y
abierta, de color perlino, nariz medio arremangada, la·
bias llenos que, por instantes, dejan ver unos dientes en·
vidiables; imaginaos que de esa boca sale una voz clara y
suave, que da más dulzura a las palabras de amor y a las
efusiones de patriotismo. Sin embargo, por el semblante
de esa mujer pasaba de ve~ en cuando una sombra de pro'
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CUADROS DE COSTUMBRES
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fundo pesar, un algo que venía a al~erar su slmpática expresión. Y con razón ¡ay! con razon,. puesto que como
v1Uda vestía el traje de la época, traje de pancho azul, del
mismo color que vistió más tarde POUCARPA SALAV ARRIET A el día en que fue inmolada.
No brillaban en la mujer de quien hablamos rasgos
aparentes que revelaran una fina educación. Si su. lenguaje a veces era culto, si sus modales eran a.fables, Sl su trato era cortés, todo ello era fruto de las dotes del corazón
con que la Providencia quiso regalada, iluminadas por
una sólida y pronta razón natural. Esta luz del alma la
m.zo comprender que el movimiento de 1810 era regenerador del' pueblo, por cuanto destruiría las desigualdades
artificiales, abriría campo para todas las aspiraciones honradas, y sustituiría "una nobleza democrática que a nadie puede hacer sombra imperecedera, la del patriotismo
y el talento" ..
María era madre de un chicuelo que, en la época que
vamos a tocar, rayaría en los siete años. Las facciones de
la madre estaban retratadas en la fisonomía del hijo, menos el donaire y la gracia; por 10 cual era notablemente
feo, si los hay. Nos consta que el rapaz era vivaracho, juguetón, desaliñado, y en perfecta desavenencia con la escuela. Por 10 demás, Pepe se hallaba virtual y precisamente incorporado en la falange de los muchachos activos
del barrio, y cumplía con fidelidad su misión sobre la pla.za de San Victorino y partes adyacentes.
El 6 de mayo de 1816, Pepe !le encontraba a la salida
del puente, poseído de asombro y alegría, viendo la entrada del ejército expedicionario pacificador. V resoondiendo
como un atolondrado a los vivas a Fernando el ~amado el
desea~o. iPobre .mu~hacho! M~s tarde comprendió que' en
e~e dIa, los t:artidanos d.e! ~eahsmo, los aficionados al gobIerno colomal, los pusIlammes e indiferentes dieron la
bie~~enida a, a.que~ ejército, persuadidos d~ q~e la dominaClOn.borboOlca Iba a afianzarse irrevocablemente.
y
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BiBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA
más de un patriota, hostigado con seis años de tormentosos ensayos, debió descorazonarse al aspecto de tanta
iuerz.a, de tanto poder.
No así Nlaria, que, con el rostro encendido por el despecho de ver postradas las esperanzas de libertad, permanecía detrá.s del mostrador de su tienda en actitud altlva,
repnmiendo las lágrimas y disimulándolas con una risa
desdei1osa, dirigida a los que, al pasar por allí, lanzaban
maldlciones a la patna, y a ella la apostrofaban de insurgente.
Dos días después de hallarse en esta ciudad, el pacificador MorilIo comenzó a llenar las cárceles con cuantos
ilusos creyeron en las promesas de 01vi:::10
de lo pasado.
Se vieron en pocos días los calabozos colmados de cuanto
americano criollo se llegó a saber que hubiese ejecutado
el más leve hecho en servicio de la revolución. Los ambiciosos de gracias y favores acudieron apresurados a presentar al nuevo amo largas listas de insurgentes. No pocos
americanos incurrieron en esta villanía y en el desprecio
de los mismos españoles, que veían en tan infame conducta la degradación de su raza. Y sea dicho en honra de
los españoles arraigados en este suelo, raros ejercieron
aquella infame venganZa, y sí muchos se empeñaron en
aliviar la suerte de los colonos aherroj'ldos.
La proscripción se hacía sentir en todos los hogares;
se veía en la zozobra, en el desasosiego que se pinta en'
todos los semblantes, en el andar, en las precauciones; se
hacía sentir hasta en la atmósfera y en ef:\easpecto sombrío que la imaginación presta a cuante nos rodea en
esos congojosos días de persecución. Ent..:·ncesel peligro se
mide por la clase y calidad de las nersonas que son
aprehendidas: así puede Ú110 calcular cu'ándo le llegará su
vez. j Ah! juzgando por lo que después nos ha pasado,
es como podemos damos razón de los sobresaltos de aquella época.
Mediaba el mes de junio, cuando una mañana fresca y-
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CUADROS
DE COSTlji\lBR.i:.:S
51
risueña, coloreada por los primeros rayos del sol naciente.
andaba Pepe solaÚndose por la plaza consabida, en competencia con su perro Risitas, que entendía muy bien el
jugar al toro. Las voces de María lo trajeron a la casa, y
aquí recibió orden de partir para la escuela. Al despedirse Pepe imprimiendo un beso en aquella mano que
acababa de bendecido y que le había de tener para las do'
ce la golosina de costumbre, sobrevinieron dos húsares de
Fernando VII, que hicieron alto a uno y otro lado de la
puerta de la tienda. Pepe se asió de las faldas de María
en actitud de pasmo: ella volvió la cara hacia los soldados
mirándolos serenamente.
-¿Vive aquí, dijo el uno, M. b. A.?
-Servidora de ustedes.
-Pue paizana, ziga osté con nosotro, que venimo con
orden del generá Morillo, pa que se le presente ozté.
-Ahora
mismo, contestó María, sin que su semblante
diera el menor asomo de sorpresa ni apocami~nto"
VI
La cárcel de mujeres ocupaba entonces la misma área en
donde hoy está la cárcel de hombres (] )": en cuanto al
edificio, tenemos que confesar que el de la monarquía le
llevaba ventajas al de la república, y punto en boca.
En un salón de la parte alta, espacioso y ventilado, se
hallaban reunidas las esposas y viudas de varios patriotas.
Estampemos aquí con efusión y lágrimas los nombres de
las Gaitán, Barriga, Robledo, Olaya. En la lista de estos
nombres se inscribió ei de María. Sus gracias naturales, su
respetuosa deferencia y el atractivo magnético que ejerce
la mancoJ?unidad de la opinión, le valieron una acogida
que semejaba a la que se hace a una p<>l'sonaa quien se
espera para dar principio a' un festín.
~:2f~tot_,:.'\
~U::-/~I'::":~
Cf~~~:~i
~:''J).'.~
..
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52
BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA
En los primeros días de prisión el ánimo se encuentra
firme y levantado, segúr. ,ea la causa que aliente al cau'
tivo. Cuando esta causa e'3 la de la independencia de la
patria, la defensa de las 'ibertades públicas, la de la fe
:de los mayores, entonce:\ ••1 preso halla en los calabo2;OS
el valor que inspira la convicción, la entere~a que hace
desdeñar los sufrimientos y al que los impone. Con todo,
la pérdida de la libertad se hace sentir más cada día que
pasa. Entonces se comprende el valor ¿P. aquel d'"lr¡ in'
estimable. Cuando hay sujeción en nues':ros movimientos,
cuando la voluntad no es dueña de SU'l caprichos, cuan'
do por todas partes chocamos con la mino de hierro que
nos contiene y avasalla, entonces comienz:a la labor de ese
hondo pesar que da en tierra con la lozanía, y doblega
el alma más bien templada.
María había pasado ya esos días que conducen al aba·
timiento. Además, la relación de los suplicios, de los des·
tierros, de las persecuciones incesantes, todo llegaba a SUI
oídos para decirle que la causa que tánto amaba quedaba
perdida sin remedio. ¡Ah! muy amargos son esos días en
que el propio infortunio llega a ser leve al lado del in·
menso pesar que produce el naufragio de h causa que se
ha abrazado y seguido con ardor!
Hay infortunios que la mujer sabe nevar ccn inimita·
ble resignación. María era de esas criaturas que cuentan
horas enteras de un silencio al parecer sombrío, y en las
que no puede asegurarse si el alma go~a o padece. A c;
taciturna y resignada se encontró una mañana, a la 1m:
del sol naciente, con su hijo en el regazo. discurriendo probablemente sobre la triste suerte del pobre huérfano. p~ra quien poco antes se complacía en labrar un porvenir
el" l;nertad y ventura.
Pepe se había dormido bajo la mano rtf'rtsajadora de su
madre. En aquella hora tal sueño en un fJiño retozón no
dejó de inquietarla. Una hora después la ternble e~ide-
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CUADROS DE COSTUMBRES
53
mia se manifestaba en el niño con todas las señales que
la hacen destructora y funesta.
Por aquellos tiempos la viruela no había perdido aún
su prestigio aterrador. Las poblaciones conservaban me'
drosas tradiciones acerca de las veces en que la voraz
plaga había asolado comarcas enteras El ejército pacificador importaba a Santafé aquel funesto presente, como
para que· concurriera a fijar más y más la época de su
mayor desventura; la rigidez española desplegaba un celo
sultánico en el establecimiento de lazaretos, y colocar:,
celadores en los distritos de la ciudad, encargados de des'
cubrir a todos los que se hallasen acometidos del horri'
ble contagio, para recogerlos irremisiblemente en aquellos
asilos.
María, luégo que se persuadió de que !-:uhijo se encon'
traba contagiado, sólo pensó en ocultar esta desgracia, para evitar que lo quitasen de su lado y 10 llevasen al laza'
reto. Aquel pensamiento era irrealizable en la reducida prisión y en medio de tantas personas. Bien pronto el esta'
do del niño dejó de ser un misterio para las demás cau'
tivas, las cuales se concertaron generosamente y cuidaron
de que el espantable secreto no trasminase a los demás
que se hallaban en la cárcel.
Demasiado se había conseguido con que las compañe'
ras de prisión de María se hicieran superiores a la cruel
aprehensión que inspira el miedo del contagio, pero todas a porfía se esmeraban en idear y aconsejar medios para sacar de aquel local al desventurado virolento, sin que
fuese notado el piadoso fraude .
. Ihei uil lunes. La cGsttlmbi."'c que GCg'.J.:1.rd~ba en ese df2.
de enviar la ropa al lavadero, sugirió a las atribuladas señoras el ardid de que echaron mano. Preparan un costal
y .~n él acomod,an al enfermo entre pie73.Sde ropa, cu'
~endolo
con. sabanas. ~l chicuelo yada privado por la
fleb¡e: U?a. cnada se echo a cuestas la Hgera carga y atra'
veso lmpaV1dalos umbrales de la prisión.
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l.HBLIOTECA ALDEAI\A DE COLOMBIA
VII
Cuando varios y encontrados sentimIentos se apoderan
del corazón, parece que ofuscan el alma o se neutralizan,
si no es ya que agotan las fuerzas para sentir. Mucho de'
bió María padecer al desprenderse de su moribundo hijo
para dejado a merced de otros cuidados, y con todo ha'
bía en ella pesares que sobrepujaban a los de la separa'
ción del hijo. La propia suerte, la de la causa que se ha
sustentado, la de los copartidarios y amigos, tienen voces
imperiosas que, por momentos, no nos dejan oír las de la
sangre y la naturaleza.
Pepe fue llevado a la modestísima y no observada casa
de una su tía, en las afueras de San Victorino. Aquella
mujer bondadosa y en extremo afable, se resentía del de'
fecto común a las tías: amaba a su sobrino con ese amor de
tía, más vivo en ella cuanto que su matrimonio había si,
do estéril. Si nos entretenemos en estas minuciosidades,
es para decir que las contemplaciones quP. la inmejorable
tía guardaba por el sobrino cedieron en gran parte en da..
ño de éste. La enfermedad se había desarrollado en él con
una intensidad cruel, maligna. Habría sido preciso ama'
rrar al enfermo para que no se desgarrase en fuerza de la
comezón, y a ese paso la buena de la tía se contentaba
con ruegos, agasajos y contemporizaciones.
A duras penas el paciente salvó la vida. En cambio de
esto, el infeliz Pepe presentaba en la cara principalmente
los horribles estragos del mal, y esas huellas, esas marcas
indelebles del contagio quedaron allí grabadas para toda
la vida. iCuántos recuerdos dolorosos y también cuánt~;
dulces memorias han suscitado esas pintas o señales!
Desde entonces Pepe se hizo cargo del apodo de Tuso,
con todas sus ventajas y percances; cont:mdo entre aqué'
llas la no corta de evitar que lo bautizasen con otro u otros
más, salvo los derivados por analogía de aquella célebre
palabrita.
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CUADROS DE COSTUMBRES
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En la dificultad de computar el tiempo que el futuro
Tuso estuvo en cama, nos contentamos con decir que, no
se sabe si antes o después, su curiosidad de niño y la ocasión 10 llevaron a presenciar el suplicio de muerte impuesto a Carbonell, y la muerte del bizarro general Leíva . Voluntarioso y mimado, un día se hizo sacar dé la
cama, movido del deseo de ver a Baraya que 10 entraban
preso. Otro día atisbó desde la ventanilla a los Grillos,
padre e hijo, que los sacaban maniatados, para fusilados
en Facatativá. Y semana por semana llegaban a sus oídos
las detonaciones de las descargas, y el sonido de los clarines, y el redoble de los tambores al terminar las ejecuciones en la Huerta de Jaime.
Llegó por fin el día en que Pepe, ya convaleciente, se
encaminó a la cárcel con paso vacilante a ver a su madre.
Al aspecto de aquella criatura horribklI1ente desfigurada
por la enfermedad, y, por consiguiente, asquerosa y repug'
nante, las compañeras de María, poseída& de pavor, le rehusaron la entrada. Ella ¡ella era madre!. lo atrajo sobre
su corazón, 10 acarició e inundó con su llanto, 10 contempló con un dolor mudo que sólo las madres comprenderán, y lo apartó de su seno con redoblamiento de lágrimas.
VIII
Las nuevas de la ocupación de Santafé por las tropas
pacificadoras. llegaron a la Habana. El oidor Alba, cargado de años, mantenía en 10 profundo de su corazón la
memoria del insulto hecho a su dignidad. Su imponente
org,_,110 1", ni",n rl~nl1¡;ar las instancias aue: su hiio don Ignacio empleó para moverlo a que ju~tos se r~stituyesen
a Santafé. El altivo regente no debía pisar más una tierra
que los desacatos y las amenazas de muerte le habían hecho odiosa.
Padre e hijo esperaban en la Habana el desenlace de
los acontecimientos de 1810, que no podía dilatar por mu-
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cho tiempo. Las contÍ<:ndas intestinas habrían apresur«"
do el descrédito y.la caída de la república, si la monarquía de Fernando VII no se hubiese adelantad.o a enviar
a América, para unirla de nuevo al yug0 pemnsular, las
mismas huestes que poco hacía habían arrojado al intruso
francés del suelo ibero.
Los de Alba, en sus repetidas conversaciones sobre el
Nuevo Reino, repasaban la funesta historia de los sucesos
que de él los habían lanzado. La tragedia del 20 de julio
se representaba a la memoria del Regente cargada de esas
tintas sombrías, propias para agregar el encono y la pesadumbre del que en ella fue el blanco de las iras populares. Entre los recuerdos que anublaban la frente del
austero magistrado, uno había que siempre lo desenojaba. Ese recuerdo era el de aquel joven que había contribuído a salvarle la vida en el inminente trance que corrió el día del oprobioso insulto hecho a su persona.
Sería una ingratitud y una ofensa a la memoria del Regente, un ultraje imperdonable a su elevado carácter, si
no fu.dicásemos que, entre las recomendaciones que hizo
a su hijo, la más encarecida fue la de que averiguara por
Narciso y lo protegiera, y a los suyos, ccn todo el poder
de su brazo.
Al cabo de meses, don Ignacio arribó a esta ciudad, patria de su esposa e hijos. No bien pasaron los abra~s y plácemes de la familia, cuando ya el recién llegado andaba en pasos de llenar el preciado encargo que
le había encomendado su padre.
Los repetidos informes que pidió y recibió don Ignacio, le instruyeron de que Narciso, el apuesto joven que
por insinuación del oidor había presidido la cuadrilla de
los caballos blancos en las renombradas fiestas de 1808,
no existía ya. Por insignificantes que hubiesen sido los
compromisos que Narciso contrajo en el gran día de la
independencia, no titubeó en seguir la suerte de las armas
tan luégo como fue preciso salir a la defensa de ella.
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CUADROS DE COSTUMBRES
57
EllO de mayo de 1814, el ínclito Narifío libraba el úl,
timo combate, en tierra granadina, para despejada de rea'
listas por el lado del Sur . Las relaciones de esos tiempos
nos dicen que en ese día, Narciso, mouesto oficial, llenó
su deber al lado de Vicente de la Maza. Cayó como bue~
no y su nombre se ha inscrito en ese inmenso cuadro de
heroicos soldados que rindieron la vida por damos una
patria independiente. Los deudos de Narciso recibieron
en santa herencia aquella inmolación y la guardan como
preciada ejecutoria de nobleza republicana.
IX
María era la viuda de aquel sencillo oficial, la misma cu'
yo corazón palpitó de amor, orgullo y cp.v.mecimiento al
ver a su esposo dominando el brioso corcel en la ancha
plaza. La prisión nada había podido ¡;on ella: mantenía
sus gracias, su lozanía y, más que todo, la había arraigado
en su causa. Esa mujer de pobre origen nada pretendía:
los bárbaros pacificadores le dieron la celebridad de la per'
secución .
El de Alba 10 había allanado todo pata devolver la li,
bertad a María, dejando cumplido el mandato del noble
oidor, de corresponder en algún tiempo a la fineza que
con él había usado Narciso. Aun no habían transcurrido
veinte horas cuando María se despedía de sus compañe'
ras de prisión, y por calles excusadas gan<tba el camino de
su casa. Su presencia volvió a reanimar este lugar frío,
triste y solitario por tanto tiempo; y tomó la actividad y
el trabajo. y el ánimo y la esperanza de mpjores días.
x
. ,En cuanto a Pepe, sólo diremos que, desde que cono'
el precio de sus tosas, ha vivido h~tciendo gala del
sambenito. Semejante a Saint Preux, qUt: amaba tánto las
ctO
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suyas, por provenirle del contagio de la espiritual EloÍsa, Pepe no ama menos las que usa y acostumbra, r;:uando
piensa que el recuerdo de ellas va a perderse con los padecimientos de su madre. Y es que tambi,~n lo han llama'
do tuso las personas que lo han distinguido con. su cariño; y no pocos labios de rosa y seductora sonrisa le han dicho tuso, y quién sabe qué más ....
y ese tuso, tan ufano de su achaque, como feliz en su
oscuridad; que campa por sus respetos, y al rey no le debe
nada, es el autor de estas líneas que devotamente cansa'
gra a la buena memoria de los que, bajo los auspicios de
la Providencia, son los autores de sus días, y de todo bien
acá en la tierra.
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EL RAIZALISMO VINDICADO
Díme hasta dónde has viajado
porque tu aire es de extranjc •.o.
-Por el Norte a Chapinero,
por Oeste a Fontibón;
y por los otros dos puntos,
el Oriente y Mediodía,
estuve en la Peña un día.
y en Tunjuelo una ocasión.
Ricardo Carrasquilla
Ha dado usted en la flor, señor Restrero. de andar buscando camorras con todo el mundo; se- entiende, camorras de éstas en que a peor andar perderá úno la negra
honrilla de escritor. ¡Allí me las den tod<l~!que al ser usted uno de tántos matasietes, que a la ~egunda palabra
envían a pedir explicaciones con acompar¡,¡miento de amenazas y terríficas baladronadas, ya me guardaría de recoger el guante que usted me ha arrojado, así al desgaire,
poniéndome en el dudoso predicamento de campeón capaz de sacar en palmas 10 que usted y otros profesores de
paleontología han ¡¡amado ralzaiismo.
Ya en cierta ocasión tuve ímpetus dl' salirle al paso
cuando, enardecido usted contra el quieto y reposado raizalismo, se complació en representado con rasgos que cuadran a mi pergeño. "Ese soy yo", estuve a punto de gritar en tal ocasión; pero, enemigo de engalanarme con
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adornos que otros saben llevar fundamentalmente, guardé
silencio, que al fin en boca cerrada no entra mosca.
Pero está visto que con usted no vale longanimidad.
Ahora mismo, sin saber por qué, se da por ofendido de
que Manuel Pombo le descubriera propensiones al raizalis..
mo, y respinga como :;i le hubiese picad;) un tábano. Mas
luégo, como volviendo en sí, recapacita. que el rai¡uilismo
debe ser una cosa de tomo y lomo, cuando me cuenta,
dice, entre sus sacerdotes y admiradores. Y a renglón se'
guido me festejan con aquello de genio artístico, sabrosa
conversación y distinguido talento. ¿A mí con leoncitos?
¿A mí con floreos hijos del miedo? Tiempo perdido.
Cepos quedos, señor Emiro, y repare usted que aunque
ya soy hombre que está de vuelta, tengo todavía la den'
tadura intacta, para esto de no pasar entero. Cierto es
que en mis mocedades cultivé un tanto la música, y casi,
casi estoy por decir, al revés del príncipe de la Paz, que
10 tengo por desgracia. Y no 10 diría por mal, puesto que
a aquel arte divino debo instantes de arrobamiento, de
transportes dulcísimos; instantes acaso comparables con esos
fugitivos en que se aspira nueva vida, cuando la ven'
tolina de Ubaque sopla fresca en una risueña mañana de
Santafé. Pero el cultivo de las artes, en una época bien
cercana a los tiempos de la colonia, como dijera el patrón
Murillo, hacía perder en gravedad y compostura al que
aspirara a otra carrera. Vea usted 10 que me ha costado
seguir, aunque de lejos, las huellas de Franco y Salas,
Londoño y Guarín, genios positivamente artísticos a quie'
nes yo agraviaría si así, de buenas a primeras, hubiera de
consentir en poseer las cualidades artísticas que usted me atribuye.
No sé si mi afición a las artes, en vez de infundirle ese
desenfado de que adolecen en general los artistas, me hi,
,~o soltar la lengua, y de aquí me venga también que eche
mi cuarto a espadas, cuando en pláticas amenas, y con hu'
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CUADROS DE COSTUMBRES
61
millos del jere1" me suelo engolfar en reÓtaciones que ~ó'
10 tendrán de sabroso lo que de heroico )' portentoso be'
nen las ha1,añas de nuestros padres en la magna guerra, el
recuerdo de hechos y dichos de hombres que han desapa.'
recido, dejándonos memorias muy gratas. A ser un V~'
cente Lombana, un Vicente Piñeres,· créame que no dec1i,
naría aquello de la "sabrosa conversación", que a ellos sí
les viene de molde.
Al llegar al punto de lo del talento, querría que mi pro'
testa estuviese autori1,ada por ante notario. Esto del ta,
lento es un destello de la Providencia, c.b:pensado con ma'
no avara a señalados mortales. En nuestro país, por poco
que usted adelgace, creo que no encontraría media doce'
na de hombres poseedores de este privilegio. No estamos
muy distantes de aquellos días en que nos concedíamos ta,
lento en todo y para todo; y ya es tiempo de que nos
vayamos corrigiendo de este defecto, de que los discretos
se han aprovechado para calumniamos suponiendo que de
él hemos hecho una galantería con que nos obsequiamos
recíprocamente.
No crea usted por eso que yo trate de achicar mi pro'
pio valer, resabio muy común en los santafereños, con el
que suelen paliar su natural desidia. Es porque así lo
siento, es porque si en mejores días borroneé tal cual ar'
ticulejo de costumbres, hoy la brocha pintamonas ha sol,
tado bri1,nas que todo 10 ensucian, a fuer1,a de ejercitar,
se en 10 del pido y suplico; o en tal cual necrología, que
viene a salir lo mismo.
Ya podrá usted imaginarse por esto cuál vendrá a ser
mi defensa del raizalismo. Dicen aue no hav neor dp.fen,
sor de sus propias cosas que el dueño mi¿m~. De esta
8Ue~e: y si no tuviera la seguridad de que usted y don
]avlento Sema han procedido con la mejor intención del
'
J
mun do, cree~~ que me hubiesen tendido un la1,o para
hcfjacermeescnblr, nada menos que el sermón de la Borda.
ta.
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tl;¿
lHULlOTEC-\.
ALDEANA
DE COLOMBIA
Bien he podido, por vía de excepción dilatoria, dar l~gas a esta contestación, exigiendo que usted aclare su libelo. Usted que metamorfosea su pluma, ora dejándola
correr tierna y armoniosa, ora festiva y ligera, la convierte luégo en un pincho, y lastima y hiere usando de vocablos que no se ha tomado la pena de definir. Rai.z;aly rai~alismo significan para usted algo de añejo y vetusto, por
aquello de la inmovilidad santafereña, ) es cuanto he
sacado en limpio, por el uso que usted hace de aquellas palabras.
iA mí, los que han visto la lu~ primera en los cuatro
vientos de esta hija de Quesada! ¡A mí los que no han
visto el humo de las chozas del extranjero, ni han bebido
otras aguas que las de los Cristales o el Boquerón ! Vos'
otros, más dignos que yo para tan alta empresa, acorredme
para que pueda dejar mal parado al musulmán Emiro, de'
mostrándole arreo que en la inmovilidad santafereña hay
más encantos que delicias en Capua, más ensueños mágicos que en las pálidas noches de Venecia, más fruiciones
y gozos que en la renombrada Lutecia!
La noble y leal Santafé, la ciudad del águila negra y
granada de oro, no bien salió de la mente de Quesada,
armada como la hija de ]úpiter, cuando ya ostentaba las
eminentes prendas de grave matrona. R.:costada sobre las
faldas del Guadalupe dejó descorrer de un golpe majestuoso ropaje, y en un día se enseñoreó de cuantas comar'
cas la dio en dote el Prudente Felipe, de inmarcesible gloria. En su seno alimentó cuanto de más i'ustre se desprendió de las "encantadas riberas del Betis": y para que nada faltase a su imperial continente, también tuvo su fuente de Cibeles, reproducida en nuestra pila de la plaza, cuyas aguas, una vez bebidas, adormecían en el regazo de la
ínclita ciudad a los acuitados peregrinos que le pedían
hospedaje.
Cuerdo y sesudo el español de aquelk,s tiempos, hubo
de trasplantar a esta tierra sus lares y sus queridos pe'
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CLAD1,-OS DE COSTUMBRES
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nates, y con ellos el intenso amor que lo ARRAIGA ~~nóteme usted la palabrita) al suelo en donde se meclO la
cuna. El español tuvo ánimo para dejar ese suelo; pero
luégo le faltó el valor para arrancarse de aquí, en donde
ya había echadQ raíces.
Tenemos, pues, que nosotros derivamos del español ese
apego al terruño. Es sabido que en la escala de los pueblos que tienen más propensión a abandonar la patria, el
español ocupa el penúlt~mo grado. Si a esto se agrega
que el indio tiene en aquella escala el último lugar, y que
en nuestra revuelta sociedad, cuál más, cuál menos, de
indio algo se nos ha ido entre vena y vena ¿qué tiene de
extraño, al fin, que el iantafereño sea entre los nacidos
el más adherido a este pedacito de tierra?
y ¿por qué habría de huir de ella? Ni el hambre, ni
la peste, ni una nobleza insolente, ni una plebe revoltosa,
ni el mismo despotismo colonial se hicieron sentir como
en otras regiones desafortunadas, que han lanzado millares
de hijos que no pueden sustentar, que ne ofrecen pábulo
a la industria, en donde son perseguidos de muerte por
sus opiniones políticas o religiosas. Ninguno de estos
motivos obró en la antigua colonia para hacer que sus
hijos la abandonaran. Trescientos años de una vida cuyas graves ocupaciones consistían en comer y dormir, apenas alarmada por la3 contiendas de la madre patria, o
apasionada a ratos por las demasías de un presidente o
los amoríos de un oidor, hubieron de crear hábitos de so'
siego, blandura y bienaventuranza, a cuva sombra la vida
se desli4aba como la humilde barquilla ré~bala sin vaivenes
sohrp: 1;:¡~ ondas manS:lC de un Hn1pido l..tl!u.
Imagínese usted cómo sería aquel par~íso, del que una
-abuela que yo tuve me hacía una pilJtura que no me
atrevería ni aun a bosquejar, de mied{l de trastrocar los
colores, a causa de hallarse mi paleta un sí es no es impregnada con otros vívidos y gayos, que han venido confundiéndose en ella de 1810 para acá. Mas, cumple a mi
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intento el que usted me haya comprendido q,;e ~ay hon'
das raíces en el pasado, de donde parte e!'E'r~mo
que
los mozalbetes oligarquistas aparentan mE'nOSpreclar,has'
ta que les llegue la hora de sentirse enraizados.
Bueno es que de paso apunte que en Santafé debe de
haber algo que enamore Y seduzca; algo en su cielo, algo
en sus días de espléndido sol, de atmósfera diáfana y re'
animadora; algo en sus días de grandes lluvias, cuando el
padre Monserrate se echa a cuestas su manto de nieblas
y bruma. ¿No cree usted conmigo que t'tmbién haya algo
en la acogida cariñosa, en el trato jovial, a la par que cor'
tés y decente, de esas chicas que hieren con los ojos, se'
ducen con la sonrisa, hacen enloquecer con ese conjunto
que forma el todo de un palmito que rinde y esclaviza al
más rabioso y espetado spleen? Y atienda que si le hago
esta pregunta no es porque yo acepte que usted se haya
quedado de mirón en el patio, asistien.dr¡ a lo que usted
llama la comedia del amor. El que una vez ha hecho como
usted de primer galán en el drama, bien puede reír luégo
en la comedia; pero nunca olvidará que su primer papel
fue lucido; y que le ha dejado caros recuerdos de ternura
infinita, de acrisolada fe, que la risa de Momo no alcan'
~ará nunca a borrar de un corazón bien puesto. Y vol,
viendo a mi asunto ¿no hay atractivos que encadenan en
esa sociedad partera, cuentera, bufona, en esa cachaquería
que de todo se ríe, menos del infortunio?
Ello es que si no acierto a explicarme, sí me habrá us'
ted comprendido que trato de darme razón por qué San'
tafé es patria común, tierra de amigos. Me remito a usted, seña: ~rovinciano. ¿Cuál es de ustedes el que no halle ~n mI tierra sabroso hogar, afectos, ronsideraciones y
cammos francos que los conduzcan a la fortuna o al po'
der? Y es la gracia que apenas han transcurrido algunos
años de esta~a .en Santafé, cuando los dI>.Qtra parte se ha'
cen a los habItas, a las propensiones de los raizales y
aceptan, casi por completo, la manera de ser del más c~n'
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CUADROS DE COSTUMBRES
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sumado raizalismo. Así aclimatados, van produciendo esos
retoñitos del corazón, nacidos ya en Santafé, y crecen
y toman todo el aire y continente de raizalitos; y a la postre ninguno, si no es por el árbol genealógico, que todavía se guarda algo de esto, podría sacar en limpio de dónde fueron sus abuelos, si españoles, socorranos, neivanos o
marquetanos. De aquí es que, platicando sobre estas ni,
ñadas con el fráter Plata, concluía con esa su lógica aristotélica, que a la larga resulta que todos somos parvellus,
o si usted gusta santafereños hechizos.
Convenga, pues, por Dios, que en Sdntafé hay ese no
sé qué, que en una criatura no acertamos a definir; porque decir gracia y sandunga, todavía es poco para decir
en qué consista. Si usted conviene, como lo espero de su
docilidad antioqueña, en cuanto llevo expuesto, no queda
duda que le he ganado el pleito.
Haga usted la experiencia, si ya no ef'. que, trabajado
de andar a salto de mata, llevado del ami fames, percciendo de hambre entre los farallones, (>1] lúbrico S barlOs
con las ondinas chocoanas, o cazando lagartos, le ha tocado Dios el corazón y ha dicho, como otros tantos: "A
Santafé me vuelvo más que sea en una pata". Tan luégo como usted tome esta cuerda reso!,lción, le prometo
iniciarlo en la vidorria santafereña, segt:.ro de que a pocas
vueltas llegará a COJlVertlrseen mi ba(~uiano. Consulte
usted este punto CUll sus paisanos, que tan atrás están de'
jando a los nativos, o si quiere ir a la fuente, consúltelo
con Ricardo C<lrrasquilla, sujeto que, en esto de raizalismo, le daría lecciones a mi maestro don Victorino García.
·8L~ Y L:u5.ri~-O cicr~.tc na poder e!l".7ic1';~rlp' hOY 1~ inolvi ..
dable capa española! El santafereño ha perdido con este
traje la mitad y el tercio y quinto de su gala más soco'
rrida, desde que la recortaron y le dieron la forma me;:quina en que al presente se gasta. Imagínese usted si no,
que en una fresca mañana, a eso de las siete, abrigado lo
ílltimo con una jícara del bueno de Nei'v'a, salía usted de
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su casa y echaba, por esa de San Diego, el embozo hasta
las narices; y por entre las sombras de los sauces, halaga'
uo por el canto de los pajarillos, desperezado por el am'
biente vivificador del claro día, daba su vueltecita, y tor'
naba a la casa como nuevecito. No me atrevo a provo'
cado describiéndole un desayuno de ajiaco, frito, y más
del bueno, y para coronar la obra un va.~ de agua, si de
los Molanos, del chorro de María Teresa o de la Manita;
esto no importa, que las aguas de Santafé manan de un
bra:o de las del paraíso, que subt:erráneamente la atravie'
sa. En seguida 'iba usted, con achaques de quehaceres, a
la calle real; una palabra al uno, a otro le hablaba de ne'
gocios, a todos de la crónica escandalosa, hasta que a las
dos dadas tomaba el camino de su casa, a hacer por la
vida. La tarde se desli:aba entre la siesta, el obligado pa'
seo, y la noche ... a pedir de boca. La tertulia, ese eter'
no charlas con la mamá, con las muchachas, de todo y so'
bre todo; luégo un valsecito; luégo el "Corsario" o la
"Extranjera"; y derretido de amor, o aplacado por el frío
de la noche, tomaba la cama. ¡Qué he dicho! ¡La cama!
Usted que las echa de andariego ¿puedr decirme si en
alguna parte del mundo hay cosa comparable con la cama
de Santafé? Cuenta un viajero que Mr. de Boussingault,
en Guayaquil, se tendió a la bartola en una hamaca y
pasó quince días enteros fumando y meciéndose; con esto
decía que esos quince días habían sido les únicos de ven'
tura que el cielo le había dispensado. ¡El ingrato! así ha'
bía olvidado la cama de Santafé!
Cuando usted, señor Emiro, se hace acaso de las nue'
vas y ~con sorna dubitativa supone que la inmovilidad santaferena debe tener sus encantos, da a conocer que no ha
pasado en esta ciudad una semana santa, un corpus, una
noche-buena; y que no ha encontrado quién lo conduzca
po;- la mano para que usted pudiera llegar a comprender
cuanto de majestuoso e imponente, de profundamente conmovedor, de tierno y edificante a la vez hay en aquellas
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CUADROS DE COSTUMBRES
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solemnidades, si usted asiste a ellas con el respeto de la
tradición, con los recuerdos de la infancl:J, con las emociones volubles de la juventud. Referir a usted uno por uno
tantos encantos como los que el santahrcño paladea en
cada una de aquellas grandes ocasione!', sería perder mI
tiempo; porque usted, hombre culebrero y desasosegado,
no me comprendería jamás.
Nos pasa a los santafereños que cuando alguno de los
nuéstros torna al hogar, después de haber visitado a Londres y París y corrídose hasta Madrid, nos mantenemOi;
colgados de sus labios mientras nos está mntando de los
boulevares, de los cafés, el ferrocarril y los vapores. N"
se admire usted si luégo de oírlo le levantamos que estuvo (el viajero) en las Tullerías, que bailó con la Eugenia, y que la casaca o el chaleco más ruidoso que haya importado lo debió a la munificencia napoleónica. Pase usted por estas chanz;onetas que, en verd~d sea dicho, forman la delicia de la parlotería de Santafé. Mas la gente
machucha se pregunta, ¿qué es la vida íntima cn ,."
pa? El vapor y la electricidad, acortandn distancias y 1110vilizándolo todo, ha d~struído costumbres. ha trastrocado
hábitos, ha borrado todas las tradiciones domésticas. l.Qué>
es entonces la vida sin el inmóvil asiento a cuyo rededor
giran la esposa, los hijos, ese comercio generoso de afectos que sólo el tiempo y el sepulcro PUf:(:e-nacabar?
Recoia l!Eted, como Dios le dé a entender, de entre las
especies que en cste artículo-carta, desgreñado y despergeñado he zurcido, las que puedan encarr.inarlo a esta conclusión: "el raizalismo es un profundo amor, un amor sin
térrr.iiio al ¡J",Jdl:iLude tierra en que a ia Providencia le
vino en voluntad mandamos crecer y multiplicamos".
C;onsiderado el raizalismo desde este punto de vista, es
claro que si los santafereños lo poseemos en alto grado,
somos muy dignos de elogio.
Pero el rai~alismo es a manera de un lago tranquilo en
el que se dejase caer un cuerpo que conmoviese sus on-
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l:HBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA
das; éstas se extenderían en círculos concéntricos hasta sus
mas apartados lindes. Así el santafereño ama primero su
clUdao, sin que esto le estorbe esparcir su amor hasta Ir
a derramar su sangre, en bien de sus prójimos, desde las
plateadas ondas del Orinoco hasta las heladas cimas del
t'otosí.
:ti rai¡;alismo es relativo, y no he de concluír con us'
ted sin referirle los cachitos que le darán la más cumpll"'"
idea de cómo comprendemos aquel sentimiento los fijos
e inmobles santafereños.
Usted es patriota y sabe como yo que d ilustre religioso Padilla tuvo que ir a dar con su hUn'.3nidad hasta Koma, echado de esta su tierra por envidias y calumnias con
que se quiso vengar en él su decisión por la causa de la
lndependencia. El sabio agustiniano llevó consigo nada
menos que un chibcha neto de Fontibón. Días después
de estar en Roma, el expatriado Padilla mtablaba con su
indio uno de esos diálogos que tan gratos {leben ser en tierra extraña, aunque se tengan con un iudio.
-y bien, Juancho, mucho has paseado en esta ciudad
de Roma?
-Sí, mi amo, mucho.
-¿Has recorrido las plazas, los monumentos, sus grandiosas ruinas, has visto sus innumerables palacios?
-Sí, mi amo, casi todito.
-Díme ahora; qué tal te ha parecido la soberbia Roma?
-Poro
mucho bonita, mi amo, lo q ole es Fontibón f '.
más mejor!
¿Qué le pide usted ahora a este ra8go de raizalismo?
¿,No le dice a usted que en aquel corazón de indio había
más amor a su tierra que en muchos de !os que vociferan
patriotismo?
Pero. ?ay otro linaje de raizalismo, f}ue con todas veras qUlsIera yo que predominara entre nosotros. Conozco a un cierto inglés, y digo que lo conozco, para diferen'
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CUADROS DE COSTUMBRES
ciarlo de tantos amigos como tengo. Departíamos en estos
días, como ya debe usted suponerlo, sobre la obra de fortificación de Cherburgo y la del cable submarino; aquélla, debida a los cálculos de un hombre ambicioso, y ésta
a la tenacidad y pertinacia de John Bull y del hermano
Jonathan . Yo sostenía con todas las fuerzas de mi alma,
y fingiendo sublime admiración hacia aquel hombre prodigioso, encanto y adoración de los colonos de Cayena,
que los siglos pasados y futuros no ofrecerían al asombro
del viajero una obra más fructuosa par::>la dicha del g,~nero humano que la de Cherburgo. }"1i contrincante no
anduvo escaso de razones en su vano empeño de pr0r-ar
Que la obra del cable submarino, al fin ••ha de la prrfida
Albión, multiplicaría, estrecharía las rel::>ciones entre los
dos mundos; que el comercio y la civilización en todas nI'
relaciones tomarían tal vuelo, que hasta nosotros habrí::>.mas de participar ampliamente de sus nelleficios.
-Inglaterra,
me di.io, es muy R'rande para qUf' Fr;¡r¡cia pueda igualada nunca en esa clase ck onras: ella snla
ha hecho más por la ilustración v la libertan el!'1 tT11mr1n
que cuanto han intentado y cuanto har:an todas las otras
n;¡ciones unidas.
- Ya se ve, le repuse; pero, dígame ¿qué tan gran+c
es Inglaterra?
-Es dos veces y media más grande qlle el mundo!
Fsto sí Que es raizalismo, y de patente.
Provocado. en fin, por usted y mi m:>lQueriente hv;prito Serna. he escrito este sermón de La Bordad;t:>. a saL
tn.~ y brincos. v sólo E'n cumnl;mientn dE' un el,,''''p!" rmp
rn:i~ de uno de mis naisanos habría desempeñado m'p;" •..
V
.c::; nnr
"TPnt1Tr~
"'t"'h"~",
llCOi-Orl
.,
,..f..,('t,...!"\ .•.••.~t"'.:
..• 1~
~ ...•_...1...••...•........
;;~h~;})¡~;e
d"este -~scri~~,-';ot~-'~~~~d-;;~; ~
';n;;~~;;~~;
a m",canearIo. mis paisanos me habrían vituperado t'l~ ('ulr~ble presteza, como aiena de su carkter; y como contran;¡ a los fueros del raizalismo. He dicho.
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LOS ARTESANOS
i
No hay que alarmarse, queridos compatriotas míos. si
el "Duende" os toma hoy en boca, y con su brocha descompuesta trata de presentar la parte d•..! rostro de esta
nuestra madre, que vosotros representái.~ dignamente, y
que forma uno de sus rasgos fisonómicos que más la distlnguen, y que bajo muchos aspectos más la hermosean.
Ocúpense otros, enhorabuena, en describÍ! las demás clases de la sociedad bogotana, y sobre el~:t~compongan ;t'
tículos de costumbres, que compitan con los más aventajados en el arte; pero cuando de vosotros se hable, esta
tarea corresponde al "Duende", que así en opiniones e ;ntereses como en esperanzas y en porvellir, está identificado con vuestro destino, desde que en 1810 hizo de sus
eíecutorias un solemne auto de fe. perteneciendo desde
entonces al pueblo, viviendo con el pueblo, y muriendo
por él, probablemente.
H':'c1>~ ¡>~t~rr¡>v¡>nC'ión,que los entendidos llamarán prefacio. nada tiene de particular que el sér que tan de cerc:t m pertenece. quiera sorprenderos, intrntando bOWHCiar al2"Uno.~de los rasgos que más caracterizan h ch or
industrial de Bogotá, puesto que entre vosotros vive, v
ha participado de vuestros limitad~s contentamientos, como de las penas y sinsabores que constantemente os afli-
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gen; que os ha acompañado, desde la ruidosa ,francache:
la, hasta la fiesta de San Jose y el mes dI? MarIa; y d~sde
que en 1830 selIásteis en el Santuario con sangre preclO~a
vuestra decisión por los príncipiosliberales,
hast.a. el dla
que en Tescua sofocásteis la hidra de la 9:uerra CIvIl. Tal
~ez alguno tachará al "Duende" de pródigo e~ elogio~ ?a,
cia sus compatriotas, y de apasionado y parcIal lo Cr1tl~a'
rá; mas a vosotros toca justificar cuanto de bueno se dIga
pn este artículo, mostrando con hechos h verdad; y t
hién debéis perdonarle si, al lado de vu('~tras virtudes, de'
jan~ entrever vicios o defectos que, si lastiman vuestra re'
putación, por desgracia son comunes a todos los huma'
nos.
Sin querer, va ese otro prólogo, v no faltará quien diga
qur; es porque el "Duende" no halla c,smo entrar en ma'
teria. No, señores: 10 menos sería decir, romo pudiera de'
cirJo cualquiera otro, que estamos ya bien distantes de
aquellos felicísimos tiempos en que lo,s p:remios v cofradías
fUl?ron un plantel I?xquisito, dondebah
la influencia de
un riQuroso aprendizaje se formaban m;estros art~sanos.
" "rc\,io el noviciado y competente eX2cmen, raro en r'
aspirante que alcanzaba el glorioso título de maestro mavor, Que 10 autorizaba para abrir un taller. eiercer Dor sí.
v poder
enseñar su industria. Tal pro,:erlimiento forma'
ha entre los artesanos cierta aristocracia que frecuentc'
1ncpte rasaba a ~er hereditaria, en 10 que no pOC0 influÍ1n
l~ {"rrna de p'obierno. el fluío de las costumbres v sus Da'
t\mdes tendencias a la imitación. No es de nuestrn resor'
t" f'Tltqr en el examen de si semeiant¿: régimpll fuera a
nrnTl0<ito par;>. formar excelentes mapsfrm v QfiÓales en
h< artes. a favor de un sistema que e~tahlecía la nOfln:l!
('n<"ñ?nza de un precentor, por a]Qún t;pmlX>. v 1'1 pmh'l'
ra zo Que un examen ofreciera a los que ron decisión y ta'
1...,,·,.., n(,rlsaran vpncer la ri"'llidad. la envidia"
,,1 orrr'111,..,
Que les opusieron los maestros; ni nos toca tamooco encomiar o vituperar el sistema de libert,d actual en que,
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CUADROS DE COSTUMBRES
sin aq\lellas trabas, hemos visto improvisar talleres, inau'
gurarse maestros, y pulular oficiales, que es una maraV1'
lla. Ouede para otros decidir si de estas novedades la so'
ciedad' ha reportado algún provecho, obteniendo mejores
obreros, que trabajen con perfección y más barato; o si
hemos caído en las manos de mil chapuceros, farfulladrv
res, que así lo hacen de mal como piden de caro por sus
hechuras. Los límites de este bosquejo son tan circunscri,
tos, que de nuestra pluma no hay que esperar sino bre'
,"es y toscas pince!adas, que apenas revelan la existcnr!'
de un artesano, existencia que hoy se desHz.aentre las fugaces ilusiones que se desvanecen con 1" realidad tempra'
:1amente.
Si tan preciso no fuera, prescindiríamm. de remontari10~
hast?, inquirir la cuna de! artesano; pero es fuerza comen'
z.ar por hallada en esta clase numerosa que en el an'
tiguo régimen se llamaba el pueblo bajo, la plebe, la ea"
nalla, destinada siempre a formar el'pedestal de la W'+'
dad. sin aspiraciones, sin esperanzas, sin porveQir, De allá
germinaban los que sin tener más expectativa se dedic;¡hm
a eiercer los oficios mecánicos que por {,ó'carniose titul~,
h,n oficios viles, porque hacían incapaceó' de obtener nin'
s:rÚn puesto de distinción o carga honorífica al que a ellos
fe consagraha. Así que los oficios de sa,;tres, carpinteros,
zapateros, albañiles, etc., estaban corno vinculados en la
f~milia cuyo iefe 10 eiercía. quien por afecto o mecanis'
1110 rtuiaba a sus hi ios por el mismo sen¿ero.
Aquí entra'
ha la aristocracia de que hemos hablado, y constituía la
c1ist~ncia que había entre maestros mayores, i'impl¡>m~'"
m~¡>stms. v oficiales o iornaleros. Aparte de los años de
~nr{'ndizaie y demás requisito,~ que eran necesarios n~q
venir a ser maestros. e! vestido mismo hacía una disti'l'
ción de estas cate¡!orí?s, que el menos avisado pocí::t com'
orenOer. Fi"úrese f'l ledor amigo, que ,~eencontrab~. flO"
{'s~~cal1e~con un hombre frescachón aún. a pesar de los
sesenta anos, de formas abultadas, rostrr lleno, barba en'
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teramente rapada, el cabello recogido atrá&, sujeto en apretada trenza,' camisa con cuello desmedido y prolongada gola, enorme chaleco a la Luis XV, gran chaquetón de
cuero de venado curtido (y curtido por el uso), calzón
corto id., con su botonadura de muletilla a la rodilla, y
la charnela a veces, media blanca aborlonada y zapato de
oreja recogida por una hebilla de plata: si a todo esto se'
añadía la capa magna de paño azul o blanco, y el sombrero chato de vicuña, no había que dudar1o, este personaje era un maestro mayor, con voz y votO en el gremio
y cofradía, taller abierto para recibir discípulos, y perito
nato en todo avalúo judicial. Seguíase a esta categoría,
la de los oficiales con opción al maestrazgu. y no menos reconocidos por su vestimenta. que consi.~tía en chaquetón
y calzones tirando a zaraguelles, como los que se han descrito ya, gruesas botas de lana azul, la~ competentes alpargatas, sombrerón de lana pardo, gran ruana guasqueña
y el indispensable pañuelo rabo de gallo atado en la obe·
~a. Por este estilo, aunque en inferior p.!lcala,se ataviaban
los demás oficiales y aprendices que a un arte se dedica·
han, dejando siempre traslucir un algo que lo~ ident;fir'"
bao a no dudar, con su oficio, de manera que el ~astre por
aseado, el zapatero trascendiendo a cuero, el herrero por
10 mugriento, el albañil por 10 embarrado, y así de los
demás, todos revelaban en su grotesca y genial figura el
¡:rrp.mioa que pertenecían ..
No nos atrevemos. de miedo de pa~':1rpor d;fno"o .
llegar hasta el ho!!ar doméstico de los buenos artesan(1.~
df' aquel dichoso tiempo. en aue todo representaba 1lna hu·
milde cu"nto pacífica situación. Un" c".~ita pequpih. ca~;
a extramuros o en aoartada calle. v en ella una ~a1ita ouc
servía de salón de recibo. de comedor, de oratorio. adnr·
na~a la ~"~tera 1'01" crucifiío de cobre. un" Vircren rle ChiOll'!">ml;n. lno cr'''r;''.n~ "'atriarras " 0tr. o pp'ronna;cs cl" 1"
I'Ort::.celest;,,!. distribuídos en 10 demás de ella: una mes;]
hablhtada para altar, para comer y aplanchar la ropa, y
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CUADROS DE COSTUMBRES
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pesadas sillas hacia los lados; y en ~~guida la alcoba, donde de noche se recogía toda la famlha, los amos en la ancha cama, cubierta del pabellón socorran~, circundada del
labrado rodapié; y los chiquillos y los cnados, y el perro
y los gatos aquí y allí en sabrosa confusión. El patio no
era más animado, a pesar de los borracheros, la rosa blanca, el romero y el curubo enredador, y el corredorcillo en
forma de ángulo recto, adornado con las estampas del
hijo pródigo o la entrada triunfal de Felipe V en Madrid; antes bien, venían a aumentar la p.ravedad, la seria
pobreza; así como en las casas de los grandes reinaba la
misma gravedad, pero rica en muebles sin gusto, en toscos
servicios de plata y adornos que infundían recogimiento y
tri steza .
No descendamos más, y quédese a \ln lado la tienda,
este asilo del jornalero, que le sirve como de antesala para
pasar al hospital, y de allí a la fosa. La pluma se detiene
a delinear este cuadro, no porque inspirp horror, sino por·
que en una extensión de seis pies cuadrados estaba, y continúa encerrada, la familia del jornalero, compuesta de la
esposa, cinco hijos, tres hembras y dos varones, aquéllas
creciendo en cuerpo V en gracias, para· pasto de lobos. y
aquéllos para el oficio, para ganar el jornal. Allí anida
también otro matrimonio sin hijos, y hay perro que aúlla
a la luna, v gato que se torna en vagabundo dañino, y en
ocasiones frecuentes los huéspedes apuran por demás el
guatumillo, se arma una zagarrera en que dan· al traste con
la tabla colgada a la pared, a guisa de aparador, y sucumben las pocas vasijas del preciso uso, despedazan la cortina de crudo que forma la alcoba; y una desvencijada cama, una ruin mesita, y quién sabe qué más, todo en espantoso desbarajuste, remeda el encontrón de los homtambién otro matrimonio sin hijos, y hay pe~ro que aÚlla
das melenas, y los chicos que gritan y lloran sin misericordia, acompañados por el cacareo de las gallinas. Todo se
ha perdido, los hombres, las ruanas, las mujeres, las ena-
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g1,1as,el común aparador; y no quedan sino harapos y cacharros una cabeza rota, un brazo del otro descompuesto,
mordis~os y solución de continuidad, como dijera un médico novel.
y ya que se atravesó este toque, que comprende, hasta
hayal menos, a todos los jornaleros pasados y presentes,
y probablemente a los futuros, mientras que, como dice el
actual secretario de las finanzas, no cOllcluyamos con la
ruana y la frisa, volvamos a nuestros pasados artesanos,
que no conocieron sino paz y serenidad, sanas costumbres,
debidas en parte al celo y rigidez con que el oidor de se'
mana. sin trámites ni enredos corregía a fuerza de azotes,
aplicados en público por la mano del verdugo, al pobre
diablo que se aficionaba a lo ajeno, o que de cualquier
otro modo quebrantaba los bandos del buen gobierno, que
hoy se llaman reglamentos de policía dt' orden (que no
tenemos), de aseo (que no se conoce), de ornato" (que
no se"entiende), y de salubridad (que nos hace vivir caeÍ
apestados). Entonces, el artesano qué reñía o injuriaba a
otro, que maltrataba a la mujer o la abandonaba, que era
sorprendido en culpable contubernio o en un oscuro garito, no tenía más que poner su alma con Dios, y las posaderas a disposición del verdugo, quien 10 maniataba a
la rejilla de la cárcel chiquita, y al grito de
Quien tal hizo que tal pague,
le acomodaba desde veinticinco azotes para arriba, hasta
doscientos, según 10 mandaba la gravedad del caso, y ncgocio concluído. A pesar de tan amable~ correcciones, aJgunos, hoy que se sufre un dilatado proceso, la detención
en la cárcel por largos meses, y luégo por pena seis de
arresto, diez de prisión y dos años de presidio, preferirían el ver su ... en fiestas; la subordinación, decimos, y
el respeto, como cierta pureza de costumbres y algún tanto de moralidad que se nota de menos, eran cualidades
que distinguían al artesano y 10 mantenían en su ignorada
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CUADROS DE COSTUMBRES
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condición, que si no era la servidumble, no dejaban de
tener sus parecidos que con ella la identificaran. Así sus
entretenimientos, sus diversiones y pasatiempos eran tan
limitados, que aparte de unas fiestas reales, motivadas
allá por faustos acontecimientos para el Rey nuestro señor, y en las que el artesano no gozaba sino del espectáculo de los toros, jugados con todo el ceremonial y gravedad española, para él sólo había la sustanciosa merienda, servida en despoblado, bien por Fucha o el Boquerón,
San Diego o San Victorino, en la qUé' se desplegaba el
gusto y la abundancia: enormes cazue12s de pescado sudao, de lomo atomatao, de arroz de mf'nudo, flanqueadas
por colmadas bandejas de papas guisadas cubiertas de derretido queso, con la indispensable ens~l"da y la afamada
chicha del Cedro o de Cuatro-Esquinas, rebosando en labradas totumas de Timaná; y todo esto en una hermosa
~arde de verano a la caída del sol, cuando
Es púrpura el horizonte
y el firmamento una hoguera,
es oro la ancha pradera,
la ciudad, el río, el monte;
y al son del guitarrillo y el pandero, los ánimos se habían
desahogado de las fatigas de la semana. con un rato de
solaz y de confianza, coronado por el alegre torbellino,
alternado con la manta redonda, y de ve,2;en cuando una
endecha popular que algún cuitado amante no dejaba de
dirigir a la n.ifi~ Eetef:lni~, 12. hija de! ffi2estra el M!.!e!6!!7
por quien estaba perdido de ternura.
Tal era la vida de los artesanos de aq1lellos buenos tiempos; así corría monótona y tranquila, sin que ningún
:Jcontecimiento viniera a perturbar su serenidad, ni ella
misma osara traspasar los límites que k impusieron los
hábitos, las preocupaciones y la educ¡,ción consiguiente
a la forma monárquica que regía. El sastre, el carpintero,
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el albai'úl. dejaban a su larga' sucesión los cortos bienes que
su industria y economía les proporcionaban, y descendían
al sepulcro con el consuelo de haber enlazado a sus hijas
con sus iguales, y cuando mucho, con haber dado un hl'
jo a la iglesia, bien de clérigo de misa y olla, o bIen de
religioso en alguna de las órdenes monásticas. La crónica
regIstrará con veneración los nOlnbres de los Leones, de
los Cortázares, Ortegas, Garayes, Torres y otros mil arte'
sanos que en esta tierra ejercieron su humilde profesión,
porque supieron honrarla y embellecerla con el ejercicio
de todas las virtudes.
Tocamos ya al grande acontecimiento que vino a conmover nuestra sociedad, que la sacó de sus cimientos, que
la ha traído en perpetuas agitaciones y que la ha transformado en todas sus clases. Seguiremos a este mismo artesano desde 1810, en que, como era Batural, los principios y las ideas que entonces se proclamaron y no acaban
de desenvolverse aún, debieron encontrar en su corazón
gratai¡.$ll\patías. Trataremos de describirlo tal cual hoy se
ofrece a nuestra contemplación, con el temor de que no
alcancemos a hacerla con propiedad y maf'stría, porque, lo
confesamos, no siempre está el palo para cucharas. ¿Acep'
ta el lector el partido? ¿Sí? Pues ya verá la segunda parte.
II
Creíase que la clase de estos benerr-,';ritos ciudadanos
quedara extinguida en la ardiente lucha aue trabámos con
los godos, desd~ 1810 hasta 1826, segú~ que su sangre
generosa fue prodigada en Bárbula y San Mateo como
en. Tasines y ]uanambú, Vargas y Boyacá, como 'en Pich~ncha y ~yacucho. Y recuérdese que el patíbulo espanal tamblen fue marcado con ella, y no poca tiñó las
aguas del Magdalena y salpicó los m'lros de la heroica
Calamar.
De esta hueste de artesanos iqué raros fueron los que
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CUADROS 0L COSTUMBRES
volvieron a pisar las riberas del San Francisco! Era de verlos tornar a la patria, cubiertos de cicatrices, adornados
con gloriosas preseas y afectando en su porte y maneras
los modales cultos de un hijo de la capltal, que en todas
partes se distinguiera por su valor y moderación, por su
gracia y galantería, y siempre echándola. de fino y esmerado en su comportamiento. Pero llegaba a Santafé, abandonaba el servicio militar, o pedía su tercio; y pasado un
año o dos cuando más, ya había reconocido el pelo de la
dehesa, y esta fuer~a de la primitiva inclinación le hacía.
tornar a sus antiguos hábitos. La ruana, o cuando más
la capa, volvía a reempla~ar la casaca de dos colores, el
enorme cuello de la camisa, al apretado corbatín, los suizos
amarillos a las botas, y el sombrero enfundado al morrión.
Tras de una vida de a~ares y agitaciones, olvidado ya el
oficio, y más que todo, acostumbrado al ocio y distracción de un viejo soldado, imposible fuera volver al trabajo apacible del taller. Así que (no quisiéramos decido),
con muy cortas excepciones, el artesano, militar retirado,
ha pasado el resto de una vida gloriosa alimentando los
vicios adquiridos en las campañas. Parroquiano celoso del
bodegón de la niña Serafina, allí permanece desde que por
la mañana va a enjuagarse la boca con el anisado, para
quitarse el mal sabor, hasta las once ea que ya ha almor¡ado; de.-allí a la tesorería, si es que no ha vendido la pen'
sión a algún desalmado de estos vampiros que se han re·
pletado con la sangre del inválido o del empleado calavera; y si alguna cosa logra, vuelve a la taberna, se entiende a t~mar la~ onces, a. plati~r con los otros camaradas
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que le dlO ClllCOpesos por los veintisiete que percibiera
al fin del mes. Mientras tanto, llega la consorte diciendo
9ue aun no se. ha desayunado la familia. ni tiene con qué
lr ~ la pla~a, y que ya fueron a cobrar el alquiler de la
caslta; y se arma una de los diablos, en que ella le increpa
que es un vagabundo, que se está malgastando el tiempo
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BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA
y el monis, jugando y bebiendo, mientras que la pobre
lo pasa hacienda tabacos y bregando con los. ChICOS,q~e
la tienen sin vida. Si a esto se agrega una ChIspIta de, ce'
los, provoca Y desafía el enojo det veterano, que llegara al
punto de descargarle buenos muletaz,05, SI en aquel mo'
mento no lo contuviera el tel11ente RoncanclO, que lo to'
ma por el brazo y se, 10 lleva. ¿A dó~dd Nada menos .que
a otro ventorrillo, frecuentado tambien por otros camara'
dz..s,y allí se pasa el resto del día entre U:l trago, una ma'
nita de dado y la relación de una batalla; y por la nocht:
baile, se entiende torbellino y :r:arandé, hasta quedar rendidos con el peso de la culebra.
Quién sabe si este toque habrá estado por demás en el
cuadro que nos hemos propuesto trazar; y si lo estuviere,
quede en descuento por los que nos faltaren, atendidas
las variedades que en nuestra tierra ofrece el tipo arte'
sano, a tal punto, que no nos es posible comprenderlas en'
un pobre articu1ejo como el presente; hIta que será cuan'
do más un baldón de nuestra insuficiencia, y como en cas'
tigo de nuestro atrevimiento. Puede ser que alguno más
indulgente haya encontrado que de este modo nos ha sido preciso entrelazar la casi fenecida generación de arte'
sanos, con la actual, que comprende la que se ha formado
en estos Últimos treinta años.
¡Lindo cuadro, por cierto, tenemos a la vista! Mas, com'
parándolo con el que hemos ofrecido en nuestra primera
parte, cuántas degradaciones de luz, cu~ntas alteraciones,
cuántas pérdidas; y qué inmensa variedad en todos los
representantes de esta fantasmagoría qm. llamamos vidi\!
Sin. mayores conocimientos sobre las artes liberales y me'
camcas, como sobre las nobles artes, gracias sean dadas
por esto a la ignorancia misma de los EE'ñores esnaño1cs,
l
o a su desidia, o si se quiere, política mañosa, para mante'
ner a sus colonos e?: el mayor estado de brutalidad posible,
nosotros no conOCimosni un pintor, ni un arquitecto, ni
un escultor; no tenemos que echar de menos al reloiero-,
)
.
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CUADROS DE COSTUMBRES
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al maquinista, al carpintero en fino. Y sin embargo, han
desaparecido de la lista de los industriales, el que fabricaba
sombreros de lana, el que torcía pita, el que hacía pajue'
las y cuerdas de chivo; el que engarzaba rosarios, y el fue'
llero, como el que sacaba hormillas de totuma, y el badhoja. ¿Qué es hoy un platero? Estupebcto se ha queda'
do a la vista de las piezas fabricadas en estranjis, que si
bien no es oro todo lo que reluce, ya no es aquel tiem'
po en que él hiciera cálices y custodias, gargantillas y pen'
dientes, y otros adornos y muebles en que, disponiendo
con abundancia del oro y la plata, y de preciosas esme'
raldas y rubíes, componía, es verdad, un todo bronco, or'
dinario, sin finura, sin elegancia. Nada diremos del bar'
bero, que se ha quedado estacionado al través de su rejilla, limitada su industria a rapar a alguros perezosos pa'
rroquianos, y a jornaleros y campesinos, que ya no hay
pelucas que empolvar ni cabelleras que rizar, desde que
una inmensa mayoría ha encontrado se! m[¡s c6mndn C'J
afeitarse cada uno por sí misrno, en su (;>sa, bien que In'
ya otros barb~ros que nos afeitan. a .teclos, y esto de b s
pelucas haya venido a ser negocio purarr.ente de los peluqueros franceses.
Vengan, pues, bajo nuestra pluma, los restantes arte'
sanos, de todos los gremios antes conocidos, que así en
confusa mezcla habremos de considerados, ya que por tan'
tos motivos se hallan entre sí relacion<'nos. Sastres, car'
pinteros (hoy también ebanistas), herreros, silleros, que
nosotros llamamos inocentemente talaharteros, Zapateros,
albañiles, etc.j forman esta cohorte de maestros, oficiales
y rirrp.ndi(",?,~, as! di~. "ld{d~, mientras qUe ~J urden y ia na ...
tural dependencia de otro subsistan; porque esta desigual,
dad existe en todas partes; mientras que t'xistan unos hom,
bres más inteligentes, laboriosos y emprendedores que
otros, más ricos y afortunados
que otros, y has,
ta más apuestos y hermosos que tantísimos feos,
que son los más. Pero en estas clases de obreros no es la
adulación ni la lisonja o el valimiento y el favor, lo que los
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eleva en su carrera, sino sus talentos y los medios con que
pueda contar el hijo del pueblo para hacerse notable en
la sociedad. Como de un manantial e$condido, brotaron
de repente ·maestros en todas las artes, rompiendo las trabas que tuvieran encadenada la industria, y comen~aron
a llenar la ciudad de talleres. Hemos visto reempla~ar los
pobres obrajes, donde no había más que los precisos mue'
bles para trabajar, por espaciosos y aseados almacenes, surtidos de todos los elementos para la obra, a pedir de boca
para eL consumidor, quien encuentra en ellos cuanto le
sugiera su deseo .El nombre del maestro, inscrito sobre la
puerta en pulida muestra, provoca al elegante o al necesitado a acudir allí, que será bien servido, conforme a la
última moda de París, es decir, la de ahora dos años, un
tanto reformada y adaptada al gusto del país, que en .esto
no vamos tan de carrera. Se nota cierta novedad por to'
das partes, que revela el ingenio, gustr, y elegancia en ,la
obra; pero sea la experiencia o la propensión a ponderar
lo de otras edades, todo parece superficial, débil y de es'
casa duración. Si es en el vestido, ya no hay aquellos afa'
mados paños que desafiaban los siglos, y que, convertidos
en capas o casaconesinmensos, formaban un artículo con'
siderable del patrimonio de la familia: en punto a mue'
bles, todo es frágil, los asientos, las mesas, la camas, todo
cede al menor esfuer~o, mientras que nuestros antiguos
muebles, sobre ser macizos y corpulentos, ofrecían una
completa comodidad. Hasta las casas hemos dado en ha.'
lladas hechas al vapor, montadas al aire. divididas y sub,
divididas en cuarticos, y donde el común está junto al
fogón, la caballeriza debajo de la alcoha, y eliminado el
patio como superfluo. Nosotros felizmente marchamos a
la par con estas· novelas, .y las alabamo!' a despecho de
ciertos vejetes, y de ellas nos complacemos más, cuando
han venido a alterar los hábitos, genio o índole de nues'
,tros artesanos, para hacedos mejores b:l jo muchos aspec,
tos.
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CUADROS DE COSTUMBRES
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Como resto de las más ruines preocupaciones, quedó
sentado el que la ruana y las alpargatas fueran el vestido
y calzado de las gentes del pueblo; de l'~ta usanza no era
permitido salir, ya por el ridículo con que la gente noble
lastimaba al que se metía a novelero, ya porque en virtud de órdenes suntuarias el corchete tenía el cargo de
advertir al que se desmandaba, que la capa era peculiar
a los Dones, como el tapete a las damas. Pero el flujo por
que nos hagan caso es el agente más poderoso para movemos a dejar el puesto en donde plugo a la Providencia
colocamos. Bien que estos remonta mientas repentinos,
sin brújula ni remos, ni lastre ni armad mas, traigan consigo unas caídas ruidosas; a pesar de esto el anhelo es el
de subir y brillar. El que no puede más se engalana, trata de parecer, que es lo que le sucede al artesano; y véase cómo nos los refiere ño Chepito, sal'tre remendón de
viejo, que ha conocido a todos maestros presentes, porque él mismo fue oficial en el oficio del maestro El Mue.
lón, y los vio criaturitas, cuando comem<iron el aprendizaje.
El dice, por ejemplo, que Facundo era un muchacho
travieso, alborotador, que apandillaba a sus compañeros
de oficio en los juegos de toros, cometas y guerrillas; que
a su madre, que vivía por Belén, le COf'tó amargas lágrimas hacer que el patojo no destrozara la ruanita de lana,
los pantalones de manta azul y el sombrero de paja; con
el bien entendido que cada infracción, cada falta, le costaba una docena de lapos, aplicados por el maestro, suspendido el paciente sobre las espaldas del mayor de los
compaiieros, y estirado de ios pies por los chicuelos, lo
que a veces les servía de escarmiento, y de causa de burla
las más. Poco a poco Facundo fue entrándose al oficio, y
comenzó a obrarse en él la metamorfosis, viéndoseIe ya más
aseado. Elevado al rango de oficial y entrado ya en la
edad de la juventud, ganando por semana en proporción
de su trabajo, adoptó la roana guasqueña o de cúbica,
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cuidadosamente cosida, abierta por anchG cuello, que deja ver el del dormán y parte del de la camisa; la corbata
anudada con desdén; pantalones a la m·)da y l;apatos oe
cuero inglés, para los domingos, y amarÚlos de soche par-a
los demás días. El sombrero, de ordinario pajil;o o imi,
tanda el jipijapa, adornado con cinta negra, o bien cu'
bierto con tunda transparente, lo lleva pic.arescamente cal"'
gado hacia· un lado, afectando en todo Sll porte el de Ull
tunante enamorado, que desde la tienda (hoy almilcén)
dirige chicoleos a las criaditas que van al mandado, o a
verse con ellas a la puerta de la casa donde sirven. Otros,
en las alturas de Facundo, después de haberla corrido en
bailecitos de confianza, paseos al Boquerón, jugarreta y
pasatiempos, se cansan al fin, Dios sabe cómo, y entregall
la pelleja, dándose a rel;ar, cUldándose trabajosamente de la
familia y despidiéndose de las milicias, en donde dragoneabande sargentos segundos; otros se acreditan de calaveras, y de este· número son los que trClen un porte más
elegante y pasan por ser de entre ellos los más cortejantes
con las ... señoritas. Son los que están al frente de toda
parranda cuando se trata de divertirse, y conocen por sus
pelos y señales, y saben dónde vive cad•• una de las ....
señoritas, y tienen relaciones con los cachacos del bronce,
cuentan con éstos para todas las partidas de placer y se
dejan llamar cariñosamente los guachecitos. Si se trata de
un baile, por supuesto a escote, ellos son los que solicitan
la sala y los músicos, los que invitan a las .... señoritas y
compran el refresco; y se toman todos estos cuidados, por
bailar a la noche un valse con misiá Vlaria, y tener el se'
gundo puesto en la contradanza que dirige don Pepe, la
que baila con misiá Encarna; tratando cen toda delicadeza
y finura a las que con cierta socarronería llaman señoritas;
lo que no impide que, por un desdén, desaire u otra casi,
lla, las manejen luégo a los puros trompis y les regalen
ciertos dictadillos que. " ya usted me entiende. Por an'
dar en estos picos pardos, resulta que los tales oficiales no
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CUADROS DE COSTUMBRES
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han ido al taller a trabajar, han quedado malísimamente
con el maestro, que por lo mismo los despide. Como el
monis no se deja gan;tr de otro modo, hay que tomarIo
emprestado a rédito, para poder pagar el escote y lo que
se ha tomado fiado; de aquí resulta que el día menos pen,
sado, el alguacil los anda buscando con una boleta para
que vayan a contestar demanda sobre lo que deben y les
cobran; y para mayor desgracia, los saqentos del cuadro
de la guardia nacional, que son su pepa negra, tamb;én
los andan persiguiendo, porque hace cuatro domingos que
no van al ejercicio. Por esta enlbrolla, romo dicen ellos,
han perdido su ropa, sus trastos, deben el alquiler· de la
tienda, no tienen para semana, y a punto de dar el alma
al diablo, los reclutan para un cuerpo veterano y van a
engrosar las filas del 70., que está en Pasto. ¡Oh, dolor ...!
Queda para otra pluma elocuente y patética describir E'!
rostro angustiado por momentos, grosero y burlón por
otros, que pone el guachecito el día en que, confundido
en una partida de voluntarios. sale de Eo¡;!otá, dirigiendo
sus adioses a los compañeros de capuchinadas. que se ;l<0'
man a vedo partir, entre condolidos, escarmentados y bu'
fones .
Pero volvamos a Facundo, que si bierl no ha dejado de
participar de estas francachelas, ha tenido en cambio me'
jor conducta, ha sido más sobrio y económico, y la fortu'
na junto con la gubernata que ha observ"do le han so'
plado a su contentamiento; de suerte que se ha encamina'
do por la senda que conduce al maestra? sro. Después d•..
haber economizado algunos realitos, y recibido algum ');]xte de la herencia que le tocaba nor el ir~tcstarl() rlP. lln ~ll
tío, siguió por po~erse medias
sombrerito castor; corri,
dos algunos días, abrió una tienda, puso una gran mues'
tra, y se anunció en "El Día", y para el corpus inmediato
se presentó con capa magna, corbata verde, chaleco de
terciopelo colorado, calzón de casimir hIanco, y quedo
inaugurado 'el maestro N .... Esta feliz citcu'nstancia, 'lo h1.
y
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puesto en contacto con los intrigantes en política, que se
aprovechan de su ignorancia y palurdería para hacerlo un
fanático o un demagogo y enredarlo t'n todas las cues'
tiones de partidos y elecciones, y hacerlo que trabaje, ¡PO'
brecito! en beneficio de otros. Así es que-se le ve dejar
el taller, quizá en un momento precioso, para ir a alum'
brar en la procesión de Jesús Nazareno, y renegar de los
faiciosos; o se esconde y encierra a referir las noticias que
tiene del catire Obando, y a exhalarse en votos por que
este pajarraco vuelva algún día a su po.ís, que al fin es
granadino como todo hijo de vecino, de éstos que también
han sido facciosos, y han matado ... y ho)' están en grande. Esta circunstancia, decimos, lo ha colocado en situa'
ción de que si sus compromisos' no han sido muy explícitos,
no sea molestado para el servício en la guardia nacional, y
de hecho quede eximido de ser cívico; pnes no parece sino
que la Capa es circunstancia para dado de baja en aquel
cuerpo, o' para no ser alistado; como si sólo fuera carga
que hubiera de gravitar sobre los granadinos de alparga'
ta y ruana, el ser guardias nacionales. Ya lo veremos.
Aquí parece que vamos a poner térmÍtl0 a este trabajo.
No queremos engolfarnos en las consig')ieTltes reflexiones
acerca de si nuestros artesanos han ganado con la transfor'
mación política, y han meiorado su condición, como su
porvenir, adelantando un algo con el común progreso 011('
ha hecho avanzar nuestra sociedad. Si dijéramos que los
artesanos de hoy tienen mejores modales, son más cultos,
más atentos; que tratan de imitar los modos, el tono y la
cortesanía de la fina sociedad; que se consagran con más
esmero, no sólo a su oficio, sino al cultive de las otras ar'
tes liberales; creerían algunos Que les adulábamos para
granjeamos sus votos en las próximas elecciones para la
Presidencia, a la que indudablemente aspiramos. O bien,
no querríamos que nos contestasen que nuestros artesa'
nos. de cuenta de haher leíao el Contrato Social, han com'
prendido que la igualdad que allí se encomia ha de enten'
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CUADROS DE COSTUMBRES
B7
derse pelo a pelo, sin contar con que de otro lado la ma'
dre común nos ha hecho tan desiguales. que es una nece'
dad pretender que el que no ha recibido una buena edu'
cación, haya de tratar y alternar con otro que sí la ha
recibido o que tiene otros motivos para que se le conside'
re de otro rango; así es que la cosa más salada de este
mundo, y que veríamos con placer, seria un billete de de'
safío dirigido por un ~apatero a un diputado, pidiéndole
explicaciones por las ofensas que le irrogara en el· mo'
mento en que. probándose unas botas y resultándole an'
gostas. ha maldecido de todos los ~apatcros del mll11do
Chocaríanos también el que a nuestros (.ídos llegase qt1~
una parte de nuestros artesanos que se entretiene en
prácticas religiosas, en confesarse y comulgar, es aca~f) m~o
intolerante y grosera, hipócrita e inmoral; al paso
aue otra narte, que ha leído las Ruinas de Pal,
mira y el .Citador. sin entenderlo$. vociferara que
no hay tal Dios, ni tal religión cri.~tiana. v se bur'
lara de estos objetos santos y respetable¡:;. Semeiantes con'
trastes nos afligirían demasiado. al pa.so que sólo desea'
mos que nuestros artesanos sean piadosos, creyentes sin'
ceros, sin fanatismo ni hipocresía: que se ilustren sin al,
canzar a entrever el impiísmo, que todo lo nerviertp• v nl1<'
sean tan exigentes como quieran en CUJnto por derecho
le¡:; toque, mas sin propasarse con grooera.~ vulrr:>ridades.
con inepcias de taberna, ni con mandos weces. Para n.1'
eta de e¡:;to,aquí concluimos, jurando no proceder de ma'
licia, etc,
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LA NOCHE-BUENA
Profunda noctis otia
Celestis abrumpit chorus
Natumque festo carmine
Annuntiat terris Deum.
Los preceptos y enseñamientos que nuestros padres nos
imbuyen en la edad de la niñez y de la pubertad; las prácticas religiosas, y principalmente las grandes solemnidades
de la Iglesia, a las cuales nos preparaban con un aditamento de aseo y compostura; las faenas de la casa en aquellos
días, un manjar .señalado, un regalo en la mesa, y la satisfacción y el contento en el rostro de los mayores, el bullicio infantil y el regocijo de los domésticos; todo esto semeja un tesoro escondido de tiernas memorias, que en la
edad madura vienen a pasar, una por una, por nuestra
mente abrumada, con todo el sentimiento que causa el recuerdo de aquellos días de incomparable felicidad.
Estamos seguros de que cualquiera que haya recibido
una educaCión cristiana, empapada en aquellas costumbres,
que subsisten aún a pesar de las inevitables mutaciones
que consigo traen los tiempos, no habrá dejado de vbiver
los oios a lo pasado y evocar los recuerdos de la casa paterna. en más de una ocasión en que una fiesta o la solemnidad del día reaviV¡>filas escenas de aquel lugar dulcísimo en donde se deslizaron los días de gozo que nunca
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DE COLOMBIA
volverán. De estos días, ningunos halagan tanto nuestra
fantasía como los de aguinaldos y noche-buena.
No sabemos cómo pasan hoy estas cosas en la sociedad en que vivimos, ni si los adultos de ahora guardarán para amenizar sus pensamientos el caudal de memo'
rias que, al declinar hacia el ocaso de la vida, nosotros nos
deleitamos en saborear. No sabemos, ni nos atrevemos a
predecir, si la uS\olra,la partida doble, con el ajuar del
lechuguino imberbe, despierten luégo en el hombre otros
recuerdos que no sean los del egoísmo, la tirantez de la
etiqueta mercantil y el frío y desabrido sentimiento de la
posesión de la m;tteria. En cuanto a nosotros, podemos
asegurar que si no del todo nos son indiferentes los bienes de fortuna, damos cierto valor a las costumbres en
que fuimos criados, y su recuerdo nos embelesa y tras'
porta sin poderlo remediar.
'
Necesitamos, pues, hablar de aguina!clos y Nochebuená, ora por afecto, ora por solaz a las cotidianas tareas
que nos inquietan y desazonan de ordinario, Demos rienda suelta a 'las efusiones en que brota nuestro religioso
corazón; que a DiO! gracias lo haremos poseídos de la
convicción de que la causa de la libertad, a la rua 1 h··
mas servido con todas nuestras fuerzas, es también la
causa del cristianismo. Hablar de redenCión, de salvación,
de regeneración, es ser fieles a las ideas con que nos hemos amamantado desde la cuna.
El mes de noviembre ha tocado a su término. y con él
sus lluvias. el veranito de San Martín y el dude, por k·s
difuntos. Desde el 29 en adelante principia~l a brillar (Ea,
más despeiados. precursores de los espléndidos e incomparables de diciembre, en los que el cielo de purísimo
azul no deia por qué envidiar el tan decantado dé· h bella Italia. Los campanarios de la ciudad despiden sanes
alegres. las ig-Iesias reciben adornos destinados al prdilecto altar de la Virgen de la Concepción, y 1'11 11.5 casas
se apresta el altarcico, o algún aparato que pueda reme-
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CUADROS DE COSTUMBRES
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darlo," en donde se coloca la santa imagen. Los niños que
tienen la dicha de poder armar un pesebre, empiezan por
desembrollar los empolvados cajones y petacas, funda'
mentas del tinglado que ha de figurar el lugar en que
nació el Niño. La calle del comercio gana cierta anIma'
ción producida por las bellas que pasan allí hora tras ho'
ra, de tienda en tienda, como inqU1etas y vistus;..~ tomi'
nejas, comprando aquí una gala, allílln
adorno, más
allá ... un corazón íbamos a decir; pero esto no es esen'
cial en lo que ellas acopian para hechizar en 103 bailecitos
de la novena, si es que no los hay de gran parada; o bien
en el teatro si la cosa vale la pena. En los má& de los ca'
sos Villeta, Fusagasugá o Ubaque vienen a ser los sitios
de recreo en donde los felices de Bogotá van a sacudir el
polvo de los once meses del año que está de marcha.
Es preciso ser parcos en todo y por' todo. e imos con su'
mo tiento para no incurrir en la siinp1en de ofrecer al
lector un complicadísimo cuadro, que tal sería el que le
ofreceríamos si intentásemos describirle' este bendito mes
de diciembre y lo que en él acontece, i Pata qué necesi'
taría el susodicho lector de que trataramos de bosquejar'
le el tono primaveral y la alegría de coloreE con que en
estos días se halla revestida la naturale7,¡1. si le sobran sus
propios oios para abarcado todo, V su pecho para sen'
tirJo v gozarlo? ¿Es que no basta la vista para admirar
la venida de la aurora, entonces más festiva, más gaya y
más rosada, cuanto que el padre de la luz como que apreI'Ut,,- !:t! venida y se presenta sin tocas ni arambeles? Es'
naciese el lector por donde quiera; trepe a Egipto en una
fresca mañana a oír la misd de aguinaldo costeada por
el más mmboso de los vecinos de aquci aúfite:ttro: que !lO
se detenga mayormente en lo de la misa si, como lo Cice'
mos. aquel acto no debe sufrir la ocurrencia de bufone
rías. ni n:tda que tenga semejanza con profanidades d....
nrocedencia pagana o salvaje. Al sahr de Egipto encatr':
nese por el paseo de la Agua'Nueva; no dé un paso sin
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dirigir una amplía mirada, que con ella pueda abarcar una
llanura de die~ leguas de Norte a Sur y poco menos de
Oriente a Occidente; o bien contar los pueblos, las haciendas, las quintas, cuanto el panorama de esta risueña
Sabana ofrece de un solo golpe a la vista contemplativa
de un paseante que mira estos cuadrit08 acabados del Sumo Hacedor, y concluye por decir, si tiene chispa y guo'
to, que no hay en todo el mundo cosa parecida a esto.
Sin saber cómo nos metimos a describir lo que de su'
yo no admite descripción. Menos difícil nos parecería
conducir al lector a que se entretuvien. con una de esas
diversiones caseras, en las que, si el Niño y su novena son
el pretexto, con todo, no les falta cierto sabor tradicional
que remonta a las edades primitivas y nos deja entrever
las fiestas, los cantos, los loores, con que todos los pueblos han venido desde entonces saludando el natalicio· dd
Hombre-bios. Mientras menos se ha alejado de su infancia un pueblo, se hallará en él más ingenuo y jovial.
más sencillo y expresivo el modo corr,(, celebra aquella
buena nueva. La cultura y las tendencias de otro género,
que las revoluciones políticas y sociales han desenvuelto
("n los pueblos, no han podido arrancar de entre ellos loq
usos más o menos modificados que de ~eneración en generación guardan para conmemorar aquel acontecimiento.
La historia santa, y el genio luégo, han l!rabado en
nuestra mente el humilde pajar en que vino al mundo el
deseado de las gentes . Vemos aquel rústico aposento re'
presentado en nuestros pesebres. ora con el más ~encilJ()
aoarato, ora con la más recargada compostura. Allí E'i\t;Í.
el Niño en los brazos de la hiia de Nazaret; los Reves llevan a presentarle sus ofrendas, los pastores se inclinan y
le adoran. y coros de ángeles entonan "Gloria a Dios y
paz a los hombres de buena voluntad". El pinÓ,l ,l¡>Vá~ouez supo dar a este asunto tal expresión de verdad v sentimiento, que al contemplar el cuadro en que 10 representa,
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CUADROS DE COSTUMBRES
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el cora;:ón más helado se conmueve y el pensamiento más
escéptico medita.
j Oh1 no es posible encontrarse, sin emoción, en el seno de una familia cristiana; cuando, armado ya el pesebre,
encendidas las bujías, y los concurrente!' de hinojos ante aquel misterio, una vo;: de creyente dice:
Dulce Jesús mío,
Mi niño adorado.
y el coro de otras voces, que también vibran por la fe,
responde:
Vén a nUestras ¡lImas,
V én, no tardes tánto.
Entonces el.hombre de espíritu distraído que allí se encuentre, pero que lleve en su cora;:ón la memoria de lUS
venturosos días de su niñe4 inocente, o que se haga cal
go de que aquella escena representa el reconocimiento de
un hecho que data de siglos atrás, e inauguró la regeneración del hombre en espíritu y en verdad, sustituyendo la
caridad al egoísmo, la fraternidad a la tiranía y el culto
de un solo Dios a la torpe idolatría, comprende todo lo
que ha y de tierna poesía en aquella. escena
¿Y qué es lo que pasa en efecto? El hombre que las
echa de entendido presume que es un aniversario cualquiera que acaso por hábito, y nada más, el pueblo ha per-.
severado en reverenciarlo. No tal: Que ese aniversario_
acatado por el pueblo, por el pueblo pobre, tiene una má~
alta significación. La historia no trae un solo ejemplo de
un pueblo en el que profundizara tan hondamente el sent imiento de un hecho como el que en ese día conmemoran los
pueblos cristianos. Así, divididos y subdivididos como se
hallan sobre la ha4 de la tierra, por la variedad en las
creencias, no lo están en todo 10 que tiene relación con
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Y4
BIBLIOTECA ALDEANA Dt: COLOMBIA
las tradiciones acerca del nacimiento de Jesús. No existe
un solo pueblo, cualquiera que sea su c.lenommación cristlana, que no guarde una Pladosa costumbre, un símbolo, una tradición íntima de familia, dedicada al recuerdo
del Niño Dios.
y ya es mucho que todos los pueblos, en medio de la
deplorable ignoranCla que los cubre, ten~an pertecta conclencia de aquel punto de partida, que también lo es de
la rehabilitación de la humanidad. No sabemos si los políticos hallen de mediana importancia esa especie de
identificación
que los desvalidos establecen allá en
sus adentros cuando piensan: "También el Niño fue
pobre, puesto que nació en un pesebre "; o bien
cuando dicen: "La casa de Dios es de todos, y tan
bueno es en ella el rico como el pobre", Nosotros, que
en estas materias nos hemos quedado al pie del Gólgota,
sí tenemos la mayor confianza de que aquellas demostraciones son hijas del espíritu del Cristianismo, germen n:generador arraigado en el corazón de las muchedumbres.
Por esto ha sido por lo que de años atrás hemos fijado nuestra atención sobre lo que pasa en el pueblo pre'
cisamente el día del natalicio del Salvador.
Ya hemos apuntado que el mes de diciembre tiene un
semblante que le es peculiar. Ora provenga de que es el
último del año, ora de la propensión a dar al tráfago de
la vida unos breves días de vagar, ello es que las transacciones en general se resienten de flojedad y el hombre más laborioso tropieza a cada paso '7on la inercia de
los muchos que van dando de mano a los negocios, remitiéndolos para el año nuevo. Así siguen llevándose las
cosas, como a remolque, hasta el día de la Nochebuena.
En este día la tendencia al ocio gana por completo a toda la gente: el comerciante,
el empleado, el obrero, a
buena hora se retiran a sus moradas, satisfechos de que
van a encontrar, como si dijéramos, un garbanzo más en
la olla. Porque es de saberse que en este día la casa an-
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CUADROS DE COSTUMBRES
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da toda revuelta con los aprestos de una comida que has'
ta el más infeliz; halla preparada con un bocado que es
peculiar a la fiesta. Criadas solícitas y afanadas cruz;an
por las calles llevando y trayendo el obsequio de cos,
tumbre, que por sabido no lo nombramos, o un plato
delicado, siempre en consonancia con los manjares que en
tal ocasión se sirven. En fin, señálase este día con el obse,
quio que en las casas acomodadas reciben los niños y los
criados, siquiera sea una copa de vmo, que en tiempos
más felices era de consagrar.
Cuando el desgraciado Larra figuraba en el asturiClro
la síntesis del pueblo, que come y come doble, tan sólo
¡:orque se le ha dicho que se celebra un aniversario, dan
do con esto a entender que, tratándose de la Navidad,
el pueblo español no tiene nociones precisas acerca dI::
ese aniversario, se nos antoja que Larra expresó en aque,
110un arranque de despecho, que los tétricos de oca,
sión y moda solemos repetir en tono declamatorio; pero
no dijo verdad en lo que dijo. La única noción clara que
los pueblos cristianos tienen de su destino les proviene de
la tradición de la venida de un Mesías, Redentor de la
humanidad, cuyo hecho 10 ven realizado en el nacimien,
to de Jesús. Esta es la noción que rema por completo en
la mente del pueblo, y consiguiente a ella es que, Sl el día
de Nochebuena come un bocado más, sabe por qué 10 ha'
ce; sabe qué es 10 que conmemora, y sabe darse raz;ón del
grande acontecimiento.
Para cerciorarse de esto basta seguirle aquel día en sus
dichos, en sus comidas, en sus cantos, en sus oraciones.
Véase al infeliz; ganapán, la aguadora, el doméstico, al
encontrarse con los suyos o con las penonas de quienes
esperan algo, la salutación es una demanda en nombre de
la gran noche que va a llegar. Si a alguno se le ocurre
ponderar la desdicha que en aquel día 10 haya persegui'
do, estad seguros que le oiréis decir q'lt' se habrá encon'
trado tan de malas, que no habrá comido ni un buñuelito.
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BiBLlOTECA ALDEANA DE COLOMBiA
Si de estas últimas capas del pueblo nos vamos remontando por grados, el conocimiento del aniversario irá. apa·
reciendo más despejado, hasta. tocar con las supenores,
en que el sentimiento cristiano será más ilustrado pero no
más significativo.
Sigamos a ese pueblo al que el buen Lana no concc·
día la racionalidad sino por un efecto de la bondad de
los naturalistas, y 10 veremos encaminarse alegre, quia
venit hora. Si se nos dijese que esa multitud, que desde
las primeras horas de la noche viene abocándose a la
plaza mayor, formando grupos de donde parten voces y
risas, dichos alusivos a la función que va a tener lugar,
o conversaciones que ruedan sobre este mismo tema; s:
se nos dijese que esas gentes, que así de broma y jarana
se encaminaban hacia un festín u hol~orio, nada de insólito significaría su contento; pero esas gent~s r~g"'..:i·
Jadas vienen de todos los barrios de la ciudad, rodean
por la plaza y las calles adyacentes, ocupan la escalinata
y el ancho altozano, y esperan con cierta emoción a que
las altas puertas de la Catedral les den paso franco. Ese
pueblo no es ¡vive Dios! el pueblo ~lotón que se está
trasnochando a las puertas de la taberna. En SI.S Ónti·
gas vulgares va a decimos si hay en él algún sentimiento
que lo anime a esperar, algo que lo eleve en aquellos mo·
mentas sobre la común ignorancia que 10 ciega respecto
de los demás acontecimientos seculares que marcan las
edades del mundo. Oigámoslo:
Esta noche es Nochebuena,
y no es noche de dormir,
Que está _de parto la Virgen,
y esta noche ha de parir.
Bien pudiéramos agregar centenares de cantos de este
jaez, que nada, importa la forma que re\'lstan si en el fono
do de ellos hay sentimiento, ternura y verdad Y pstl'S
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CUADROS DE COSTUMBRES
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cantos no hay duda que no desmienten su procedencia,
que es originaria del ¡:,ueblo, o conservada por él desde
una remota antigi.iedad El pueblo que en $U3 canta.-es
ha llegado a fijar la memoria de un I'uceso y lo repite
en la ocasión, cree en la verdad de ese suceso.
Al llegar a este punto de nuestras reflexiones o cavi.
laciones, nos sacó de ellas el rumor confuso de la mul.
titud que cual ondas de lava penetraba por las elevadas
puertas de nuestra basílica, llenando sus naves y capi.
Ilas. En un momento la plaza quedó desahogada, y diría.
se que casi en silencio, si unas pocas personas no se mantuvieron aquí y aIlá entretenidos en cantos o paseos.
Es la noche sagrada del nacimiento de Jesús: el lugdl",
la hora y lo que nos rodea, y cuanto la vista alcanza a
percibir, todo conmueve y previene el ánimo para pero
Jerse en contemplaciones que bajo su peso doblegan el
alma.
El cielo con 'su innúmera hueste de espkndentes es.
treIlas, denota en el horizonte emblanqcecido que la luna
va a asomar abriéndose paso por entre Monserrate y Gua.
dalupe, y su luz crepuscular permite que el observador
note la majestuosa mole de la Catedral interrumpiendo
lo vacío del espacio. Los edificios circunvecinos aparecen
como más agigantados, como· moles informes y desorde.
nadas echadas acá y aIlá entre los términos som~ados
del cuadro. Oyense las voces sonoras, grave~, y acompa'
sadas del órgano, que forman ese canto primitivo, caden'
cioso y tierno, que remeda la voz llena del hombre en
us entonaciones patéticas. Entonces se :umln;¡n ,,_ la !!le!!'
re los trances sucesivos por los que ha pas;do el Intmdo,
desde la venida del Cristo hasta nuestros días, y se re.
cuerda que allí mismo, en donde ahora se eleva majes'
tuoso el templo cristiano, estaba el sitio Je recreo de un
potentado que dominaba como señor absoluto a un pue,
blo numeroso y pagano, del cual no quedan sino los úl.
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l31BLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA
timos vestigios de su raza, embrutecida y degradada por
la maldición de la conquista. j Qué cuadro y cuánta,s ':OI~templaciones para animarlo bajo el pincel de Espinosa o
de Torres!
A la distancia a que nos hallábamos llegaban a nuestros
oídos frases de esos cánticos proféticos cuyo cumplimiento parece que debiera realizarse en nuestro siglo:
"El juzgará a los pobres de entre el pueblo: él salvará a
los hijos del pobre.
"Porque él arrancará al pobre de entre las manos del poderoso; a ese pobre que antes no contaba con apoyo."
Los maitines han terminado, y va a tener lugar el sacrificio.
Aquí terminamos también nuestras reflexiones. No presumimos de su originalidad, ni de que seamos los primeros en la arrogancia de darlas a la estampa. De esto estamos enterados por propia convicción, pues si algo nos
faltara, aquel inglés nuestro conocido, que en los momentos de nuestra meditación acertó a tropezar con nosotros,
nos habría sacado de la ilusión. Luégo, luégo pusimos al
corriente de lo que meditábamos en aquella alta hora de la
Nochebuena.
-Es lástima, nos dijo, que ustedes no conozcan Christmas Day, de Washington Irving: cuanto ustedes sientan y
escriban respecto de este asunto, quedará eclipsado por
estos conceptos que voy a recitarles:
"Solemniza el festín de Navidad cierto sentimiento sublime que levanta nuestro espíritu llenándolo de un saw
to regocijo. El servicio que para esta ocasión tiene reservado la Iglesia, infunde singular ternura en los ánimos
sobrecogidos de inspirada piedad. Nunca la música es ea·
paz de producir mayor ni más profunda impresión, que
cuando rompen el aire las armonías de un gran coro de
voces acompañadas por el órgano poderoso, haciendo vi
brar las bóvedas de una basílica con las triunfadoras notas del himno de Navidad".
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CUADROS DE COSTUMBRES
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-Sea enhorabuena, contestamos al empecinado inglés,
que parece ser hombre de calzas atacadas; y así y todo
siempre nos quedarán los humillas de haber tratado de
espigar en el mismo campo en que el autor de la vida
de Colón recogió tan opima cosecha.
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JUAN FRANCISCO ORTIZ
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MOTIVO POR EL COA":'
Cuentecillo
al galope y al paso.
Al saberse por ahí que vivo soltero, en un país en que
los hombres y las mujeres están en proporción como (i,
uno a siete, pensará :ualquiera que soy un hombre sin
corazón y sin pasiones, un misántropo abuuido de la ex's'
tencia, o un para-poco, que no he tenido valor de deelararle a alguna beldad mi atrevido pensamiento; pero ¡VOto a bríos! el que lo piense se equivoca de medio a me'
dio.
Verdad es que dejé .pasar mis moced~des sin pensar en
el mammo!,)io, como 10 hacen mucho'), pero luégo, habiendo sentado los cascos, volví a mirar a mi alrededor, y
púseme a escoger .-la mujer que p\ldiera convenirme, teniendo en cuenta mi posIción social, mi genio y sobre to'
do mi gusto.
Ofrecióse desde luégo a mi "ista la romántica J,lia; pero Julia, la de breve y donosa cintura, sabía más que yo.
¡Tate! dije, ¿cómo podré sufrir a mi lado una mujercita
bachillera? Eso no en mis días, y salté COl: la música a otra
parte.
En pos de Julia vino DeHina; Delfina, la encantadora
De]fina, la de los brazos de nieve, la c1e1 mirar atrevido,
la de la boca de rosa; pero Delfina era muy rica, y ]0 (l11~
para otro hubiera sido un atractivo, p(ira mí era un inconveniente; Delfina hubiera podido ('omprarme, a no
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BIBUOTECA
ALDEANA
DE COLOl\1BL\
estar ya rendido mi cora~ón a sus mimos y a sus caricias.
Esta mujer me hechiza, dije, pero no me conviene, porque me dominaría completaménte, y lo que yo apete~co
es mandar en mis calzones, en mi casa, en mi mujer, y
Non bene pro tato libertas venditur aura.
Pasaron mis amoríos con Delfina, cual dorada nubccí,
Ha por encima dell1ori~ont~. En pos.:cle la tarde vino la
noche. No sé si me explico: en pos de Delfina vino una
morena con un lunar asombroso, y con ella la pasé malísimamente. No me podía ver, meaborrrría de muerte, y
yo seguía porfiando, cuando salió a)a palestra un tercero
en discordia, un iayaná~o de las sabanas de Bogotá. Me
insultó, púsome de vuelta y media, y al fin y al éabo me
desafió! Admití el duelo, porque no· sur;ieraPaulita
que
me había escurrido, lo cual hubiera sido dar Un nuevo triunfo a mi rival.
El de~afío que me prClpuso el sabanero era en esta fo!
ma: vea usted qué bárbaro! dijo que tanto él como yo y
nuestros segundos montaríamos en los mejores caballos que
tuviéramos: Que saldríamos al llano de Fucha; que a la
primera señal. desatando nuestrosre.io~
de enlazar, le
echaría yo a él y él. a .mí bonitamente una lazada al pescuezo;. que a la segunda señal amarraríamos los rejas. a
las cabezas de las sillas; y a la tercera meteríamos espuelas a
los caballos, y echaríamos una carrera abierta que diera
rninto a nuestro comhate. y debo dechrar aquí, para descar(!o de mi conciencia, que admití tan M rbaro duelo con
la dañada intención de desnucar al sabanero. No se me
ocultaba que yo moriría sin remedio; pero ¿qué le importa morir al hombre que se ve desprechdo de su bella, y
011" est~ clE'vorado T'nT la rabia de los· ceJos?
Los padrinos Que habíamos nombrado se opusieron a kl
nllf' ellos apellidaban
un doble asesinato, v. viéndonos firmes en el propósito de llevado a efecto, dieron parte a la
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CUADROS
DE COSTUMBRES
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autoridad. Temiendo las persecuciones de la justicia, el
sabanero se fue para el Perú, y yo para San Francisco de
California •.
'~-::"'- r
Al cabo de tres años regresé ..a la Nueva Granada con
algunas águilas am"ericanas en mis baúle;1, (on no poca experiencia y tan soltero como me había embarcado en Panamá.
Pasados algunos días después de mi llegada a Bogotá,
y así que hube contado cien veces a mis ••migas cuán hermosa es la bahía de San Francisco, en la que estaban andados a mi arribo más de ochocientos huques; después de
haberles pintado la Laguna del Pájaro, en el centro de la
cual se eleva una gran pirámide de granito, que parece
obra de los Genios. y en cuyo alrededor vuelan grandes
bandadas de alcatraces; después de haberles descrito las
costumbres y los placeres del Sacramento y del San Joaquín, etcétera, volví al cuento empezado, volví a pens?.r
en la mujer que pudiera acompañarme en la difícil send'l
de la vida. Vi cien jóvenes bogotanas a cual más donosas, a cual más apuestas; pero la una, que era 'muy linda,
sabía más que yo, la ~tra era muy rica. la de más allá un
h~rhPcí, y la que manifestaba buen g8·\iO tenía- una parentela con la cual sólo Satanás se hubiera atrevido a emparentar: en fin, todas tenían sus gracia!.', y sin embargo,
todas tenían sus peros, y peros de más de la marca. Así
fue que al encontrar una niña gorda, blanca, colorada, en
.la flor de la edad, sin pizca de coquetería, pues era' el
mismo candor y la inocencia misma, me figuré que hahía
encontrado un grano de oro, más prec¡""~o que el que ví
en San Francisco, que pesaba ciento s?-senta libras, cosa
asomnrosal
Mi rnrazón se hahía fijado en la hii? de un labrador
de la Saban;¡. que tiene una hacienda inmediata a CiM('ón. Mi futura no sabh sino leer y m('(Ho escribir. PM
ese l:>do no no día dominarme. Era pobre., porque, aunque
su padre tenía unos v~inte mil fuertes, ¿Qué podría tocar-
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BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA
le a Rosa, que era la penúltima de los veintidós hijos que ale'
graban el hogar de don Braulio Ramírn;? Por ese Iac'!
tampoco podría darme la. ley .. Rosa no era modista, niro·
mántica, ni coqueta; era la que me convE':1Ía,era mujer de
mi gusto por todos cuatro costados. Su cuerpo era bellísimo,
sus carnes fírmes como el mármol, sus dientes blancos co'
mo la leche, sus cabellos lustnsos del color del carey y
sus ojos ¡ay! hablaban al alma.
Yendo días y viniendo días enloquecí de amor por <lql;C'
11aserrana: no pensaba sino en Rosa" n(' hablaba, no fr'
ñaba sino con la linda sabanera; y el fuego Que me d("~'-',
raba el alma, crecía en proporción a las dj{;cultades que se
me presentaban para verla, porque su p;l.dre era un 1,·
bre adusto que no la permitía hablar con alma vivicnt?, .me dejaba llegar a su casa. Don Braulio era un sabanero
recachamudo, capaz de hacerle perder la paciencia al ~;1I1'
to Job, y por fin me sacó de mis casillas.
Una vieja fue la tabla de mi salvación. en tan apuradas
circunstancias. La primera misiva que llevó a RORa 1'1"
costó cuatro duros. ¡Oh, pesos de Calif')rnia bien emplea'
dos! La respuesta que me trajo valía IJP. millón. Lan:!':lR
horas gasté en descifrar las patitas de mosca de que se
valía la hermosa sabanera para decirme, en sustancia, que
ya había reparado en mi persona, tanto en el mercado de
Funza como en la puerta de la iglesia de Cipacón: y Que
si, como de un caballero debía esperarI,J, eran honradl)~
mis intentos, no perdiera las esperanzas
Nuestra correspondencia se hizo periódica. v no .,h,
tante el trabajo que me costaba traducir o adivinar las ,lf'R
terceras partes de lo que Rosa me escribía, exoerimenta,
ha sumo nlacer al de,,-:;jfrar aquel l!UiriP':lv. aauellf'1s oali,
tos. aquellas patitas de mosca, aquellas barrabasachs 0111'
usaba la infeliz en vez de la escritura castellana. Fn tina
de mis cartas me atreví a decirle que pa~(.ría a )-,anlar ,0'1
don Braulio; pero me contestó que no hiciera tal: que no
fuera á precipitarme; que era preciso aprovechar un m0'
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CUADROS DE COSTUl\'IBRES
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mento favorable en que don Braulio estuviese de buen
humor, y que ella me avisaría.
El tiempo volaba entretanto y mis ansias crecían, cuan'
do hé aquí que una mañana me trajo la buena vieja carta
de Rosa, en que me decía que ya era! tiempo de hablar con
don Braulio; pero que antes deseaba tener una entrevista
conmigo, y me indicaba el sitio en que podría verta, sin
más' testigo que su tía Catalina.
Esto· fue el 16 de diciembre, día de la primera misa de
Aguinaldo.
Debía hallarme, pues, en la quebrada de Los Arraya'
nes. cerca de los grandes sauces que sombrean el lavadero
de la ropa, el 17 de diciembre d(' 1855, t'ptr(' dos y tres de
la tarde, precisamente a la hora en que don Braulio ech;J'
ba su siesta acostumbrada.
El que no haya estado enamorado debe suspender aquí
la lectura de esta relación, que no podrá interesarle: el
que lo haya estado alguna vez, puede continuar.
Mi primera diligencia fue buscar desde la víspera una
cabalgadura, y don Tímoteo me alquiló un macho retinto.
granCle, gordo, fuerte, a:segurándome qu€' era alha ia de
príncipe. Apenas aclaró emprendí mi \·j;,je por la plazue'
la de San Victorino abajo, con mi ruana pintada, sombre'
ro enfundado. zamarras de león, grande~ espuelas y la zu'
rriaga de ordenanza. A la cabeza de 1;) silla llevaba el
caudio, y en los cojinetes una pistolá, 11n paquete ñe ci'
garros y media botella de brandy. por si ~€'ofreci('ra hacer
algunas libaciones a los buenos Genios (1U€'acompañarían
mi marcha solitaria.
El macho tenía buen paso. ciertament€'. y el garbo con
que empezó a andar prometía que llegaríamos yo v f! ;1
la fuente de Los Arrayanes, antes de la hora señ:lhcl:,.
¡Ah' no J,av (111<':
fiar ('n las apariencias'
Hasta Fontihón no hubo novedad. Más allá el€' FC'"t;,
bón el macho metió la cabeza, y se fue derecho a una
casa, y no valieron a contenerlo ni el fn~:lo, ni las espue'
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BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMB[A
las, ni la zurriaga. En el patio de la casa había una cuerda
con ropa que estaba secándose al sol; me hizo pasar por
allí; la cuerda se reventó, cayó la ropa al suelo, mi som'
brero también, el gallo y las gallinas se t'Fpantaron, salió
una manada de perros que quería trag:lrme, y yo me defendí con la zurriaga; la ventera y su hija se presentaron
a insultarme, los indios que bebían chicha en la tienda se
reían a carcajadas, y el macho de la trampa a todas estas
se había arrimado a la pared, y seestabo. quieto, mientras
caía sobre mí aquella granizada de insultos, en parte merecidos. Yo callaba y sufría. Así que 1,llbopasado el chubasco, metí ',espuelas al retinto para coger el camino; pero
j qué! mientras más lo espoleaba más se fronda
y más se
arrimaba a la pared.
Tuve que desmontarme, que desatar el cabestro y pagarle a un indio de los que había en la venta para que me
arreara el macho. A fuerza de látigo lo Racamos al camino,
Monté y seguí sin mayor novedad. Paradas como aquélla
hizo el bendito macho unas cuantas antes de llegar a la
puerta de Zipaquirá. Esa fue la más considerable. Dos
calentanos de Anolaima acudieron a fa'-'orecerme: el uno
cabestreó el macho, en tanto que el otro descargaba sobre
éste una docena de zurriagazos que le hicieron muy buen
provecho, porque tomó un trotecillo muy suave, tanto,
que yo me prometía que aquella sería su Última parada
cuando de repente, sin más ni más, se paró de redondo el
perverso animal en medio del camino.
Se quedó plantado allí como una columna, y no huho
fuerzas humanas que le hicieran cambiar de resolucióri.
Desastillóse la, vara de la zurriaga, se volvió pedazos de
tantos palos como le di. le gritaba con todo mi aliento,
¡arriba so gran demonio! ¡arriba so macho! ¡arr;ha so
diablo! rasgándole los ijares con las espuelas; pero el macho no se movía, cuando mucho reculaba, como qupr;endo echarse nara atr~s: V fue tanta la hre2:a, tantá la ira
que me infundió el perverso animal, que, habiéndome
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1O~
acordado de que venía cargada la pistola, lo condené a
muerte, resolví hacer con la alimaña un lynch law, a se'
mejam;a de los que vi ejecutar a los yanqUIs en L.,¡Ulío.f'
nia. Allá, cuando en despoblado se cameLe un robo ;) u; \
asesinato, los circunstantes, en nombre del pueblo, impro·
visan un jurado, cuya sentencia es ejecutaoa sm ¡;arUdll
2;a, irremisiblemente. ¿Qué otra cosa era el macho en IIlIS
circunstancias, sino el ladrón de mi dicna y el asesino de
mi felicidad? Yo seré el jUf:2;que te cOHcene, dije, y el
verdugo que ejecute la sentencia.
Eché pie a tierra, le quité la silla, y babiéndole 2;afado
el freno, lo dejé sólo con el ron2;al para bujetarlo. bay'u,.
la pistola, le apunté alojo, a boca de jarro, y ... 4as! L,a
pistola negó, porque el fósforo se había humedecido. Cie'
go de cólera, le tiré el arma a los hocicos; y entonce~
macho se espantó y echó a correr; me cargué al rejo de
la jáquima, pero no pude contenerlo; me arrastró, me
revolcó en el polvo y siguió corriendo al galope; y el camino estaba desierto, sin alma viviente que lo pudiera atajar.
Renegando de mi suerte, del macho, del mulero y de
todo el género humano, saqué el reloj y vi ... la una y
veintisiete! Era imposible llegar a Cipacón oportunamente.
Cargué a las espaldas la silla, que me pareció que pesaba quintales, y me volví triste, sudando, y dado a todos
los santos del cielo por no decir otra cosa.
Al primer indio con quien encontré le endosé la car'
ga y seguí con él a pie, hasta que un labriego, compadecido de mi desdicha, me alquiló una ye~ua de cargar leña, en la cual regresé a Bogotá. t:l indio quedó encargado
de buscar el macho, que al cabo de tr~s días pareció y
fue devuelto a don Timoteo con un millón de gracias.
El 18 recibí una carta de Rosa, en que ponía en duda mI
amor, por haber faltado a la cita. La contesté al instante
pintándole el suceso, y pidiéndole por quien ella era, que
me disculpara; puesto que la falta no haHa consistido en
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bl11L1U'l'.tCA
ALVLANA
D1:; COLOJ.\lJJ!A
mí, sino en el macho de don Timoteo. Sin embargu, la
sabanera me castlgó privándome por ocho días del ¡;U_ •..
de ver sus patitas de mosca; pues en áquella temporalla
recibía pero no contestaba mis cartas .
.El dommgo de pascua la vIeja me trajo carta de la env
jada sabanera, en que me decía: "Creo í.,¡ue ya. estará u~·
ted un poco castigado, y pongo ésta deseándoselas mUi
felices"; y terminaba así: "Si puede usted conseguir una.
bestia que no se le canse en el camino, lo espero mañana a la misma hora y en el sitio que le indique, para tratar de cosas que qui~á le interesen".
Bendito sea Dios! exclamé, ¿puede daJ me mejores pascuas la linda sabanera?
Un amigo tenía un macho pardo faro oso . Contra mi
propósito de no pedir prestado nada a nadie, lo quebranté esa vez, me humillé, y se lo pedí. Inmediatamente estuvo en casa un muchacho trayendo a(p:el soberbio animal, apellidado el Tragaleguas por buen caminador.
El lunes de pascua, muy temprano, mI'; puse en marcha
para concurrir a la segunda cita.
En el mes de diciembre sonríen los cidos con la hermosísima Sabana de Bogotá; entonces d color del firmamento es del más puro azul turquí; la di'.atada llanura presenta a la vista el encendido verde de la esmeralda; el aire
fresco y perfumado restaura las perdidas fuerzas; se siente la vida y se respira el aura del placer y de la felicidad.
¿Cuál sería el contento del que, en una de esas mañanas,
iba caballero en un arrogante macho a tma cita amorosa?
Ese era yo que tarareaba unos versos y formaba castillos
en el aire: mí corazón estaba de pascua, de gd.udeamus, al
ver ese cielo tan puro y esas verdes denr.sas llenas de innumerables vacadas.
El tiempo corría sin dejarse sentir el fastidio, y cuando
menos lo pensé el reloj señalaba las dos de la tarde, y el
Tragaleguas estaba muy cerca de la quebrada de Los Arrayanes.
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CUADROS DE COSTUMBRES
111
Al torcer un recodo del camino vi a le lejos en la falda
del monte la casa de don Braulio.
Más lejos, dos colinas cubiertas de arboleda formaban
la rambla, por donde baja murmurando la fuentecilla de
Los Arrayanes, que discurre de un bello prado a otro más
bello todavía, cruzando e! camino parroquial. Vi por fin
los sauces, y sentadas sobre la grama, 3. veinte varas de!
camino, dos mujeres: una de ellas era Rosa, que se paró
al verme pasar.
Estaba vestida de blanco; sus trenzas hermosísimas caían
por sus espaldas y casi rozaban e! césped de la pradería.
Llevaba puesto un sombrero de anchas alas, ajustado con
dos cintas de color de fuego, que flotab.m al aire como los
gallardetes de las naves ancladas en la bahía de San Francisco. ¡Qué embeleso! ¡Qué bella aparición! El corazón se
me salía del pecho de puro regocijo.
Sofrené el macho para hacer a Rosita una cortesía con
mi sombrero; pero e! animal siguió sin hacer caso de la
brida ni del bocado. ¡Adiós, caballero! me gritó la muchacha. Al ir a responderle, piqué al mado con las espuelas. ¡No hiciera tal en mi vida! El soberbio animal arrancó a corcovear. Me tuve en la silla como jinete de la
Sabana; de modo que no consiguió sembrarme en e! suelo, pero no pude contenerlo, porque metiendo la cabeza
siguió caminando a un pasitrote que igualaba a la carrera tendida. El viento unas veces levantaba y otras
aplastaba contra mi rostro el ala de mi sombrero, que hubiera volado sin duda a no tener tan apretado el barboquejo .
TlC.galt:guas bufaba y seguía caminalJdo como un desesperado; de modo que cuando volví la cabe~a y miré
atrás había traspuesto un montecillo, y no vi ni el humo de
la casa de don Braulio.
No tenía a mano la consabida pistola, que a tenerla
hubiera dejado en el sitio al macho de Satanás. No me
atreví a arrojarme al suelo, temiendo que hiciera conmi-
m
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go alguna diablura, y me resigné a esperar que llegaran
algunos pasajeros que me ayudasen a dttenerlo; pero el
camino estaba desierto y el macho me akjaba más y más
de la casa de Ramíre::.
Con todo, debo confesar aquí que la vista de la sabanera me había confortado, y aunque iba hecho una furia contra el perverso macho, mi cólera H: templó reflexionando que tántas dificultades para vernOF aumentarían el
incendio en el pecho de Rosa, y que habl2.0do inmediatamente con su padre acerca de nuestro enlace, no dilataría
en poner remedio a nuestros males.
Cualquiera pensará que el macho se pélró rendido de la
jornada: no, siguió incansable hasta dar con mi persona
en mitad de la plaza de Anolaim¡l a las cinco de la tarde.
Allí me contaron primores del animal, a$egurándome que
si no tuviera el resabio de ser volvedor, no habría dinero
con qué pagado.
Torné a Bogotá, de donde escribí a Rosa con la indiacorreo, explicándole extensamente que me había sido imposibla contener el macho; motivo por el cual había faltado a la segunda cita. La respuesta no se hizo esperar,
vino al día siguiente concebida en estos términos:
"Si ha creído usted, caballero, que soy alguna de ésas
que parecen nacidas para ser juguete de los hombres, usted se ha equivocado.
"¿Conque unas veces su macho no alcanza a rendir la
jornada, y otras no puede contenerlo? j Vaya! me río de
sus disculpas!
"Confieso que usted tiene muy buenos modales, y sabe
escribir cartas muy bellas y capaces de alucinar a una
campesina.
"No me enojo, y en prueba de mi estimación, le remito
con la portadora esas flores de mi jardín".
-A ver ¿dónde están las flores qUE' venían con esta
carta? pregunté a la india.
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CUADROS DE COSTUMBRES
113
-Aquí, señor amo, me contestó, sacándolas de debajo
de su mantilla.
¡Eran unas flores de calabaza!
Desde aquella época Rosa no ha vuelto a saludarme;
si la encuentro en alguna parte clava los ojos en el suelo
por no verme, motivo por el cual...
Hé aquí el relato que me hizo el señor vV. vV. en
abono de su soltería, no hace muchas tardes.
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UNA TAZA DE CHOCOLATE
Extraño título, por vida mía! me decía don Dieguito.
Don Dieguito es una segunda edición de El mozo de buen
humor que no pena por nada, gastrónomo por excelencia,
y que tiene como de veintiocho a treinta años de edad.
-Sí, por cierto, extraño título, le contesté.
-¿Y verdadero?
-Verdadero,
como usted puede cerciorarse leyéndolo.
¡-Hombre!
una taza de chocolate! ¡Qué podrá decirnos usted de una taza de chocolate?
-Ya lo verá usted. ¿Y si son muchas taz.as? ¿Le pare'
ce estéril el asunto?
-¡Toma! sí me parece.
-y lo será talvez; convengamos, sin embargo, en qu~
una taza de chocolate es bebida muy confortable.
-y un manantial de recuerdos, añada usted.
-Cabalmente
bajo ese punto de vista es que la COil'
sidero.
Tales palabras se trocaban entre don Dieguito y un
umilissimo servitore, como dicen en Venecia, hallándonos,
los dos solos, P.11 1111 pstrprho f1.posento perfumada (¡re·
niego de sus perfumes!) por el humo del cigarro, en una
de las tardes del pasado octubre.
Don Dieguito había venido a verme, como lo acostumbraba, y sobre mi mesa, enteramente demócrata en lo de
estar todo en desorden, vio por casualidad un pliego es·
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crito con el título que lleva este artículo, y de ahí pro'
vino su extrañeza.
Quiso satisfacer su curiosidad, y con previo permiso,
comenzó a leer lo que sigue:
.
"'Apártense de aquí todos los bebedores de té: háganse a un lado los tomador es de café; retírense los que POIl'
deran el punch; vayan lejos los que acostumbran desayu'
narse COIl agua de azúcar o de panda, y los que ensalzan
las virtudes de la coca. Salgan, he dicho y vuelvo a re'
petir, y déjenme solo con el lector, o siquier lectora de
este artículo, que vaya desahogar el corazón trayendo a
cstrecho juicio algunas reminiscencias ya casi borradas de
la memoria. Quiero recordar los favores que he debido a
algunas tazas de chocolate.
1
"En 1810, cuando no había ni asomos de transforma'
ción política, era yo umilissimo servitore, un gallardo ra'
paz, de calzón de tripe, charretera de oro, media blanca
y zapato de hebilla. Usaba chaleco de brocado y casaca
sin cuello, de anchos faldones, y camisa de olán batista,
pañuelito de lino envuelto en el pescuezo a manera de
corbata; gran capa de grana y sombrero de París comple'
taban mi adorno. Blancos dientes, negros ojos animados
por una alma de fuego, largas trenzas de negros cabellos,
y las mejillas rosadas como un durazno y como él pobla'
das de un ligero vello, me daban tal preponderancia en
las tertulias (entonces no eran círculos como ahora), que
las mamás aplaudían los donaires de mi conversación, y
las niñas, inocentes como la Galatea que le tiraba man'
zanas a Virgilio y corría a esconderse detrás de los sau'
ces, me dirigían miradas convencionales (palabra france,
s~) que tr":.du~ía yo sin equivocarme en corredores y jar'
dmes. ¡Que tIempos los de antaño! joh recuerdos de mis
juveniles victorias! Ahora, si me miro al espejo, no me
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CUADROS DE COSTUMBRES
117
con04co. ¡Tan mudado estoy! La cabe4a se me ha pelado y parece un melocotón; los dientes se los llevó la trampa; la espalda se ha encorvado; los colores se han perdido;
la V04 suena ronca y el fuego de la juventud duerme en
mi pecho entre las ceni4as. Sólo conservo la memoria, y
por eso me consuelo con hacer reminiscencias, viendo
cuán mudado estoy.
Que ayer maravilla fui,
y hoy sombra de mí no soy.
"¿han visto ustedes en Bogotá, por la Alameda Vle¡a,
una casita de piso alto, que hace poco era del señor Gual?
Pues C\;acasita con su corredor alto, esa casita que parece
de baraja, pertenecía en lo antiguo a una hermosa quinta.
El dueño de ella era un canónigo que, después de cantar
vísperas en la Catedral, salía infaliblemente todas las tardes, no a pasearse porque estaba gotoso, sino a ver el
paseo del Virrey; y al efecto se instalaba en aquel balcón
en medio de tres o cuatro señoras viejas, tan gruesas cada una como un confesonario, y de cinco o más doncellas
de su parentela, muchachonas frescas, coloradas y rohu~taso El paseo del Virrey, dé los Oidores, Oficiales reales y
demás notabilidades (dispénsenme ustedes esta otra palabra que tampoco se usaba entonces), era en coche, con
acompañamiento de lacayos y de alabarderos. Aquellos
buenos viejos se daban toda la importancia posible, sabían
gastar sus reales dándose gusto; y aunaue muchos eran
hijos de las favoritas o sobrinos de los Grandes dé España de primera ciase, pasando a Indias representaban su
papel principal: porque en aquella época no había elecciones de Presidente, ni sueldos retenidos. ni deuda pÚblica, ni revoluciones periódicas, ni libertad de imprenta para decimos unos a otros pícaros, ladrones. norrarho< v
asesinos, finezas que son ya moneda corriente, pero que
no dejan de perturbar el espíritu. Entonces los ladrones
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no robaban con la ley en la mano, ni los usureros daban
dinero al seis por ciento, ni los Congresos ... Entonces
eran comedidos los amantes y gastaban algunos rodeos y
circunloquios: ahora van al grano, con bayoneta calada,
entonando el marchons! marchons! de la Marsellesa.
"Pero mientras me salgo de la cuestión, como si fuera
ya diputado, el señor Virrey pasa en su coche con toda la
Corte para volver a Palacio a refrescar (que entonces se
comía a la hora de comer) y para asistir más tarde a oír
a la' Cebollino o a la Nicolasa. El Can0nigo tenía dadas
órdenes perentorias, y era obedecido, pnes los 'criados de
aquel tiempo ¡ésos sí que llame usted criados! sin haber
estudiado el Contrato Social ni Los Mi~terios de París.
Apenas el séquito de su excelencia había regresado, cuan'
do se oía en el corredor del Canónigo, como un redoble
guerrero, el sonoro batir de los molinillos, y dos negras,
como dos gallinazas, muy prensadas y cubierto el pecho
con sus blancas líquiras, salían trayendo los humeantes
pozuelos de plata con exquisito chocolate, molido en las
monjas (vea usted si las monjas sabrán moler o no), ser'
vidas en platillos de plata, y a veces en cocos con pie del
mismo metal. La jícara se alzaba orond" al lado del que'
so del Rabanal, o de las sabrosas tostadas de pan con man'
tequilla, y todo sobre sus respectivas sE'rvilletas. Venían
después los ricos bocadillos de Vélez y pJ dulce de duraz'
nos, y encima un jarro de agua de la queBrada del A.r'
:wbispo.
_.~
"Daban las seis, V al toque de Oraciones, Angelus Domini, dccía el Canónigo, y toda su familia rezaba devo'
tamente, 10 que ahora no se reza, y rodt"ado de dueñas y
de doncellas regresaba a su casa. Entre aquellas jóvenes
hahía una que interesaba mis afectos, y cuando al descui'
dito podía darle una ros::!.,o estrecharle una mano ¡arre
vicjo! me contemplaba más feliz que el Canónigo con toda
su renta, y que el señor Virrey con toda su pompa. Al,
gunas veces comí con ella el dulce en un mismo plato,
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CUADROS DE COSTUMBRES
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oh! qué dulce tan dulce! y bebí el agua en un mismo va'
~o, tocado antes por sus labios, más lindos que las flores!
¡Oh chocolate del señor Canónigo, enlaz.ado con los rc'
cuerdos de mi amor! ¿Cómo es posible qUE'yo te olvide?
11
"Vino la patria (mal dicho, la patria estaba en casa,
como una cosa perdida), vino la libertad, vino Nariño,
vino Baraya, vinieron los venez.olanos el año 14, vinieron
los godos el año 16, en fin, vino la rE'volución, que es
como decir que vinieron todos los diablos juntos; y yo
que me hallaba metido en la danz.a escapé, por un prodi,
gio, de que me hiciera arcabucear en la Huerta de Jai'
me don Pablo Morillo, teniendo que asilarme en laciu'
dad de los barrancos, quiero decir, en la. ciudad de Tun'
ja . Tun ja no es una bella ciudad; pero es hospitalaria,
abundante en víveres, y ciudad donde saben moler muy
bien el chocolate y preparado con primor. Era mocetón,
con la sangre caliente, y no podía sufrir el encierro a que
estaba reducido. Corría el año 19, y ya se barruntaba al,
go de la venida del viejo Bolívar. Así e~ que bonitamen'
te me salía!de mi escondite para ir donde una tía que Dios
me dio en aquella ciudad, que tenía und hija, tun jana al
fin, don osa en extremo. Mis visitas eran por la tarde y
siempre a horas de chocolate. Mi tía se confesaba con un
fraile de San Francisco, que la visitaba con frecuencia pa'
ra hablar de la Patria, pues en aquel tiempo todos éramos
r:atriotas prácticos: ahora es cuando se usan los especulat;.vc.:;.
"Me parece que estoy viendo el cU<lrtito donde tomá,
bamos el chocolate. Fray Pedro, gordo v corpulento, est;¡'
ba sentado en una butaca; mi tía sobre un cojín, tenía
delante una mesita en la que hacía cigarros. Los que usa'
ba fray Pedro eran descomunales, de cuatro pulgadas de
largo y una de diámetro. Clarita, en el hueco de la ven'
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tana, escarmenaba algodón con sus manos más blancas que
el algodón mismo, y sus ojos picarísimos mantenían con
los míos un diálogo continuado. El viento de Runta
bIaba los tallos de los flores que había en e! balcón y ~'
da temblar las hojas de una pasionaria (curuba) que fe'
verberaban con el sol de la tarde ..
"Después que fray Pedro nos habh. referido al,gunos
cuentos de duendes y aparecimientos de! enemigo· malo,
decía mi tía con su voz ronquilla, que me parece que es'
toy oyendo (Dios la tenga en descanso): niña, andá a la
dispensa y trenos el chocolate, que me quieren dar estas
morideras. Bajaba Clarita y volvía en breve a servimos ella
misma el refresco. Al religioso se le olvidaban los duen.
des y los diablos en presencia de una gran taza de loza
rebosando de chocolate, que se encajaba su paternidad
muy reverenda con una torta y dos almojábanas de Tun'
ja, que es cuanto puede decirse (cuanto puede caber en
un almofrej); ración cumplida para seis prelados benedic,
tinos, hubiera dicho Moratín. Después se metía con una
C'llcharita de naranio un platillo de melado en el cual ha'
bía desmoronado, con el índíce y pulgar de su mano con'
.~ag'rada,media libra de queso de Ocu~~; behíase un jarro
de agua de La Fuente, y empezaba a chupar uno de aque'
llos cigarros mon~truos. nue ni más ni meno~ parecía
que tuviese un tizón cogido con los lahios; y mientras su
paternidad conversaba con mi tía de que Bolívar estaba
en Paya, y que venía con Rondón, Carvajat, Anzoátegui
v los otros héroes de Boyacá a matar a esos pícaros gO'
dos. yo aprovechaba los momentos con Clara. ¡Clara! cu'
va imagen hace palpitar todavía mi corazón, después de
t~ntas navidades; sí, me acuerdo de las tazas de choco,
late!
?r
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CUADROS DE COSTUMBRES
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III
"Pasaron los años y Clara se casó, como se había ca'
sado la sobrina del Canónigo, por aquella regla general
que dice: no hay real que no pase, ni mujer que no se
case; y quien las vea hoy y recuerde lo que fueron, no
las conocerá ni por el forro. Yo, servitore umilissimo, como la hormiga siempre cargada con su hojita, he ido an'
dando, abrumudo con e! peso de mis recuerdos.
"Siempre me ha gustado cultivar la sociedad de los Ii,
teratos y de los artistas. En 1840, año que no deja qué
desear en punto a revoluciones, contraje: amistad en Bo'
gotá con mi caro Manuel, oriundo de Zipaquirá, a quien
arrastró el viento de la revolución a playas extranjeras
desde su tierna infancia. Manuel es hombre de orden,
metódico como un jesuíta y patriota como un lluritano.
Ama las artes con delirio, y como hijo de vizcaíno, tiene
una probidad y una buena fe a la anti~ua, que no le sien'
t;l. Mal con IOF ;¡nteoios. el peinacl0 a la moda v levit;¡ enrtada por los últimos figurines de París. Manuel es un sol,
teró~ apreciable, si los hav, y nuestra amistad se estrc,
chó con algunas tazas de chocolate.
"Mis visitas eran nocturnas; Manue! escribía para 105
periódicos; me leía a veces sus trabajos, y quería que yo
le leyese los míos, que no están escritos. En una pieza sen'
cillampnte ;¡mllehlada. CE'rcade una mesa cle m~rMol bl;¡n'
('0, dos mullidas poltronas
nos recibían en sus brazos, a
H con su levita y sus anteojos, y a m1 E'mbozado en mi
C;lr;!. Una I~mflara encima de la mesa con ,ql vpl;1rtor n"
papei a ía chinesca. como una gasa ,;util , disminuía los re'
flejos de la luz haciéndola más suave. Allí nos agarrába'
mas a pico. como suele decirse, v Manue! me hacía oedir
cacao, hablándome en italiano y levéndoTTl" en inglés in'
tE'rp~antes artículos de los diarios que acababa de rer::il--;,..
Allí me leyó las Silvas a la luz, y emhelesado, extasiado,
gozaba un placer interior tan vivo que no sé cómo expre'
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sarlo. La poesía es una lengua aparte, que no todos en'
tienden. Yo deletreaba apenas algunas voces.
"Manuel se levantaba, y apretando el resorte de una
campanilla de sobremesa, resonaban tres martillazcs has'
ta los últimos aposentos. Al instante se presentaba un
criado trayendo una mesita, cuya tabla. pintada al óleo
entretenía la vista con un paisaje muy lindo. Dicha mesa
se cubría con dos tazas de chocolate, queso salado, pan
francés, riquísimo dulce de almíbar y copas elegantes con
agua cristalina; servido todo con una coquetería, 'como de'
cía }v1'anuelburlando, o con una delicadeza extremada, co'
mo digo yo. Cada sorbo de chocolate iba alternando con
un chiste, con una ocurrencia feliz, con algún recuerdo de
la hermosa Cuba o de la bella Caracas, ciudades en que
Manuel ha residido por mucho tiempo. Debo, pues, a
las tazas de chocolate que nos embaulamos, a las ocho de
la noche en punto, mucha parte de 1(1. <'mistad de Ma'
nuel.
IV
"No hace mucho que estaba yo, umilissimo servitore,
haciendo de enfermero. Rosana estaba convaleciendo de
una grave enfermedad. Ya habían vuelto las rosas a her'
mosear su cara; ya sus ojos, lánguidos siempre, habían
recobrado su antigua brillantez, ya no cst:J.ba flaca ni ex'
tenuada cual la vimos un día. Rosana tiene el cabello
corto, todo rizado, primorosamente rizado. Su cancza no
tiene más adorno que los manojos de cn'~pos cabellos que
le caen por el cuello y por las espaldas; los cabellos ne'
gros como el azabache, y las espaldas y tos hombros blan'
cos que parecen de mármol exquisito .. Ojalá no fuera
también de mármol su pecho! La luz de una esperma,
puesta sobre una consola, se reflejaba de un espejo tan
grande como la joven que en él se miraba, esparciendo
su benigna claridad en un dormitorio perfumado con la
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CUADROS
DE COSTUMBRES
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esencia de los jazmines, puestos en grandes jarras de Chi,
na sobre la mesa. Ona cama de caoba, cubierta con un pa,
bellón de raso color de rosa, que la envolvía toda como
con una gran capa de seda, era la de la enferma. Al lado,
sentadas en taburetes de paja, estaban varias amigas, y un
joven cerca de la cabecera estaba leyendo unos versos
compuestos exprofeso para la habitadora de este retrete,
quien los oía con gusto y a veces interf11mpía con una es'
trepitosa carcajada. A las once se tomaba el chocolate d~
la despedida, a la catalana. Una jícara muy pequeña, y
muy espesa, oliendo a canela, y dos rebanaditas de pan
tostado; encima un vaso de' agua; y la escena se cerraba
con decir:
-Que
mañana la encuentre a usted mejor, Rosanita.
--Gracias, Santiago, gracias ..
-Que
duerma usted mucho.
-y usted también.
"La viveza, la gracia, el talento natural de Rosana, sus
infortunios mismos, me interesan por ella, y aunque es
planta muy rara la amistad sin interés, soy su amigo sin
más aspiraciones. Es tan chistosa como una andaluza, y
tan despreocupada como una francesa. Muchas veces, al
dar las once de la noche, me acuerdo del chocolate que
tomaba en casa de Rosana.
"Así es que a esta exquisita y deliciosa bebida debo
buenos ratos, varias 2.mistades, muchos consuelos y algunas inspiraciones. Los botánicos llaman al cacao Theobroma. que en griego quiere decir bebida de los dioses,
como lo saben mis lectores perfectamE'nte. El de Cara'
La:> :>t;: UfdIl<l. cun su 110mbraóía. En nuestro país, el de
los valles de Cúcuta, el de los nano~ eE' Neiva, el del
Cauca y el del Magdalena, obtienen la preferencia. j Qué
ac:radable es pasear a la sombra de esos cacaotal('.~ tan
frflndosos (porque el cacao se siembra a la sombra de las
(CihaS y de otros árboles que lo protegen con sus exten'
didas ramas) y ver los montones de mazorcas (bayas) que
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son el patrimonio y la riqueza agrícola de tantas familias!
"El cp'ocolate es bueno para los enfermos y para los
~::tnos:niños y viejos lo toman a porfía. El viajero en la
Nueva Granada siempre lleva algunas pastillas en el cojinete. El fraile piensa en el chocolate clando canta vís'
peras, los empleados se refocilan de vez en cuando con
una tacita; y para la jaqueca, para el constipado, para el
dolor de muelas, para. todo mal, el chocolate es lo primero. El chocolate es una panacea universal, es el consolador de los afligidos. Al fin de un baile l, quién apetece
otra cosa sino un pocillo de chocolate? ;,Y al fin de una
partida de juego? Chocolate. Y despuÉ's de un temblor,
el hombre aterrado y sin saber dónde está, lo primero
que- hace es pedir chocolate. Con una taza de chocolate el escritor público toma fuerza; el orador que toma una
jícara, antes de subir a la tribuna, es elocuente, sus pen'
samientos adquieren cuerpo y vida. iInfeliz el que bus'
que sus inspiraciones en el licor! Perderá los estribos. El
poeta, el músico, el pintl'lr, cantan, tocan y pintan con
más gusto si se han saboreado con un<t taza de choco'
late: sí, del chocolate celebrado por el Metastasio y por
nuestros paisanos Marroquín y GUtiéFP.Z. El señor Aiguals de Izco ha propuesto recientemente el gran proble'
ma de huevos o chocolate, y tuvo qm; decidirse al fin
porque se deben tomar ambas cosas, d<lndo a conocer así
su buen gusto.
"Pero así como el buen chocolate merfce todos los elo'
gios, hablo de aquel que es molido con at,eo, y al que se
le ha puesto su proporcionada cantidad de azúcar bien
blanco, y su poco de canela, clavos, vai.1illa o nuez mas'
cada; hay una purga malísima que se usurpa el mismo
nombre, y es una bebida insípida y malsana. Hay perso'
nas que primero se levantarían de la ca:na sin persignar'
se, ¡cosa horrenda! que sin tomar una iícílra de chocola'
te; y provincias en que se toma much~s veces al día, a
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CUADROS DE COSTUMBRES
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pique de que empalague; pero no haya cuidado que tal
suceda con una bebida tan nutritiva y agradable.
"j Fel~ aquel a quien no le falta una jícara de buen
chocolate! ¡Feli4 el pueblo donde ha} una chocolatería
bien establecida!y más feli4 yo, si. ..••
Don Dieguito interrumpió aquí su lectura para decirme que le habían entrado ya ganas de sorberse una ta4a
de chocolate. Fue servido inmediatamente, y me pidió este artículo para publicarlo. Yo 10 dejé hacer, seguro de
que en toda sociedad de tono el chocolate es bien recibido, y que este artículo de costumbres tendrá muchos lectores; y me atrevo a decir de costumbres. pues sin disputa
la mejor, la más general y la más inocente de todas es la
de tomar chocolate.
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]OSE CAICEDO
RO] AS
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EL .fIPLE .
La música, tomada en su sentido más lato, es casi coe'
tánea con la creación del mundo; a lo menos así debemos
suponerlo. Dotado el hombre por su Creador de ese ór,
gano que después han llamado laringe. {.rgano que, aunque de una sola flauta, había de servirle para expresar
todos sus sentimientos y todos los af~('tos de su alma,
nuestro primer padre por una inclinación instintiva debió
hacer algún uso de' él. Cuál fuera ese uso es cosa que nadie podrá decir; a lo menos nosotros no podremos asegu,
rar a punto fijo si los primeros cantos de Adán serían uul.
ces modulaciones, o graznidos desapacihJes como los del
cuervo. De seguro no eran arias, ni cavatinas, porque Cil'
tonces no había Lucías, ni Julietas, ni Normas, ni mucho
menos Barberos: quizá esos cantos prirr.itivos se parecían
algo a los modernos recitados de nuestra~ óperas, que, co'
mo todo el mundo sabe, son cantos ad Jibitum, sin medi,
da ni ajuste. Nada, pues, se puede asegurar en el particu,
lar; pero si alguno preguntase con formalidad si nuestro
padre Adán cantaba la AtaJa o el Corsario, yo le diría re'
dondamente que no, sin temor de equivocarme. Si algu,
no otro, algo más iniciado en los misterios musicales, me
preguntase si la v07¡ de _A.din serl:l de bti.jo, de t¿f1UL u Jt:
barítono, le respondería francamente que ignoraba el con'
tenido de la pregunta; y que por lo mismo tampoco po'
dría decir si la voz de Eva era de soprano o de contral,
to; si resonaba en las selvas encantadas del paraíso como
el canto del jilguero o como ;lullidos del mono; pero
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"
que sería más dulce que la de su amal'te, eso no admite
duda; y que los dos cantarían a dúo, casi, casi se pudiera
asegurar.
Mas para un simple artículo de periódico hemos toma'
do el asunto de muy atrás; ni más ni menos como si pa,
ra cantar la guerra de Troya nos hubiéramos remontado
al nacimiento de Elena, cosa que no le habría gustado mu'
cho al viejo Horado.
Pero, una cosa hay cierta, y es que desde la más remo'
ta antigi.iedad la música existe: desde los tiempos fabulo'
sos hallamos este elemento de la vida' espiritual: desde Or'
feo, desde Tracio, desde Mercurio, desde Tubal, desde
Cadmo. y si salimos de la historia y del mundo visible
para remontarnos al mundo de los espíritus celestiales, la
hallaremos desde que Dios habita en el cido.
"Todos los pueblos, aun los más bárbaros e incultos, han
tenido su canto y sus instrumentos pecuEares que han inventado desde los primeros tiempos, y Id mayor parte de
los cuales han quedado sin perfeccionarse a pesar del
transcurso de los siglos. Los israelitas, para no ir tan le'
jos, conocieron la lira o arpa, mencionada, en el capítulo
V del Génesis con el nombre de Kinnor: el hagub o flauta de Pan (vulgo capador). Los egipcios conocieron la
flauta sencilla, el photinx o flauta curva. Los frigios, el
trigone o arpa triangular, y el psalterium para las ceremo'
nias del culto. Los griegos tuvieron, además de algunos
de éstos, el cistro. Los romanos el heptacorde, la buccina o
bocina, y la cítara de que cinto han hablado los historia,
dores. En el lndostán se inventó el vina. Los mejicanos
usa?an el huehuetl, el teponaztli y el ajacaztli. Los cafres,
lichaka. En ,fin, par~ no cansar con antiguallas, los espa,
noles han temdo la VIhuela o guitarra; y entre los galle'
gos la gaita. Los escoceses una especie rie gaita también,
cuyo nombre particular no recordamos ahora. Los chinos
tienen el bi~en,. el kin, el gong y el ching. Los turcos, el
keman, el aJakl1-keman, el sine-keman, el rebab, el ghirif
:1
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CUADROS DE COSTUMBRES
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y otros varios. Todos estos instrumentos nacionales, aun
más que e! carácter y el dialecto de los pueblos, han pasado intactos de generación en generación y al través de
las vicisitudes de los tiempos.
En América, y particularmente
en la Nueva Granada,
tenemos el tiple o bandola, que es una degenración de la
vihuela española, importada en estas regiones por sus primeros pobladores, entre los cuales no dejaría de haber algunos barberos, contrabandistas y demás gente de! bronce, de aquella que en las calles de Málaga, Cádiz o Sevilla se solaza con su bandurria, sus castañuelas y pande-
ros.
El tiple, decíamos, es una degeneración grosera de la
española guitarra, lo mismo que nuestros bailes lo son de
los bailes de la Península. Para nosotro,:> es evidente, es
fuera de toda duda, que nuestros bailes populares no son
sino una parodia salvaje de aquéllos.
Comparemos nuestro bambuco, nuestro torbellino, nuestra caña, con e! fandango, las boleras }' otros, y hallaremos muchos puntos de semejanza entre ellos; elegantes y
poéticos éstos, groseros y prosaicos aquéllos; pero hermanos legítimos y descendientes de un común tronco. ¿Que
es, en efecto, e! bolero español sino e! baile de una o dos
parejas que al son de una ronca guitarra y al compás de
un pandero, mueven el cuerpo con elegancia y gracia y
ejecutan pasos verdaderamente
airosos y pintorescos? ¿Y
qué le falta a nuestro bambuco o torbellino (que bien merece tal nombre) para imitar grotescamente este baile?
Una o dos parejas salen a bailar en medio de un corro de
candidatos terpsicorianos: un alegre tiple suple la lZuitaUd: UlI
panóero sude acompañarle: el canto afinado y
cornpasado de los mismos músicos tiene todos los caracteres de las alegres seguidillas y de las picantes malagueñas;
y en fin, para que nada falte a la semejanza de esta caricatura, el alfandoque o chuchas con su mido áspero y seco, hace las veces de las castañuelas, qne en vano inten'
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tarían manejar nuestras ninfas vestidas d~ frisa, bayeta o
fula, para las cuales el arte de la crotalcgía es enteramen'
te desconocido. Ni en conciencia podrían ellas atender al
redoble y repiqueteo de las castañuelas, siéndoles for4oso
emplear ambas manos en remangar las largas enaguas, in'
conveniente que no tiene el corto z;agal~jo de las manolas
y bailarinas de teatro. Hasta el zapateo que hacen con
las quimbas nuestros calentanos, tiene no sé qué olorcillo
a jota aragonesa, o al zapateado español. La diferencia, pues,
que hay entre unos y otros bailes está en el modo y no
en la cosa: las formas lo hacen todo. Los majos del bolero
visten rica y elegantemente: el raso, la seda, el oro y la
plata campean profusamente en sus lindos vestidos: sus
movimientos son suaves y voluptuosos, y no respiran sino
amor y deleite. Nuestras parejas campestres, vestidas gro'
sera y toscamente, dejan a un lado la mochila, la coyabra
y los plátanos; y arremangándose la ruana al hombro, em'
prenden al compás de la música sus estúpidas vueltas y
sus extravagantes contorsiones, con las cuales más pare'
ce que van a darse de mojicones que a J:.ailar. En nada se
parece una camiseta a la chaquetilla de terciopelo con ala'
mares de plata de un majo; en nada se semeja una camisa
calentana de tira bordada, al jubón ajustado que ciñe el
talle flexible y esbelto de una manola; en nada, unas ena'
guas de fula azul con tripas de pollo y arandelas, al pica'
resco zagalejo que, bajando dos pulgadas de la liga, deja
ver una pantorrilla torncada y cubierta por una fina mc'
dia de seda; en nada, finalmente, el aliento aguardientoso
o el tufo de la chicha, a los perfumes con que se peinan
y acicalan los majos del bolero.
Volvamos al tema que hemos enunciado: nuestro tiple
es una degeneración informe de la vihuela: un vestigio de
las antiguas costumbres peninsulares mal aclimatadas en
nuestro suelo, vestidas casi siempre con el traje indíge'
n.a, y car~c.terizadas c?n el sello agreste de nuestra Amé,
CIca, vestlglOs que estan connaturalizados con la índole y
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genio de nuestros pueblos, como ha su~edido con el dia'
lecto o habla corrompida del vulgo, y fon mil otras co,
sas. ¿Qué es 10 que no degenera y se corrompe en nues'
tro continente?
El tiple es un instrumento pequeño y sencillo; tan pe'
queño como dulce y agradable al oído. En vano intenta'
ríamos definir las sensaciones que experimenta el senci,
llo habitante del interior de la Repúblic.,- al oír el rasguea'
do de una mano diestra en las cuatro C11crdasde un acor'
dado tiple. Placer intenso, alegría, excitación nerviosa,
recuerdos indescifrables de épocas pa~a(!as y de lugares
lejanos, melancolía, ternura, propensión al baile y al bu,
llicio; todo esto, pero no se sabe a pUfLtOfijo qué, des'
pierta el alegre són de un tiple. En la ciudad recuerda el
campo y sus placeres: en el campo recuerda la algazara de
las poblaciones. Oído· de lejos en una noche despejada y
tranquila, cuando el viento duerme o ¡:,ólo nos trae sus
p-ratos sonidos una aura tímida. nos da la idea pprfpcta
de la grandeza de la soledad, nos transporta, como el can'
to de la rana, a regiones extrañas y solitarias, nos hace sa'
horear algo tan apacible v tan dulce como un amor n11'·0.
Cuando se halla úno en fiestas en algúr. pueblo de tierra
caliente, y al acercarse va la aurora se retira a descansrtr.
si alcanza a oír a 10 lejos el canto triste' y expresivo de
un hamhuco femenil acompañado de un par de tiples, cree
uno ver entreabiertas las puertas del cielo y oír en medio
del ~iJencio y de la calma de la natuf;lln:a los preludios
de algún coro de serafines. ¡Extraño poder el del tiple!
,Orll1t;¡ m;¡~i;¡ la de ese canto sentido. aunaue monótono!
No sin razón se priva al pobre soldado que' sale acampa'
ña. de llevar v acariciar este fiel comn:1ñero de sus neo
nas y fatigas. '1"ues se ha observado c~si comtantemente
aue el sonido de un tiple ocasiona alguna deserción en
nnestras tropas. iRecuerdos de la tierra. inevitables y poderosos!. ..
El tiple, hecho toscamente de madera rle pino, sin pu'
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limcnto ni barniz, no excede en su mayor longitud de dos
tercios de vara; los :11ás pequeños tienen poco más de
uno. El mástil o cuelo ocupa, por 10 regular, más de la
rrÚ,,-d dE' esta extensión, y en él se hallan incrustados los
trastes de metal o hueso, cuyo número varía mucho; pe'
ro no siendo de uso sino los dos o tres más cercanos a la
cejuela, en los demás poco se curan los fabricantes de ea'
locadas a distancias convenientes y sep-'Jn las reglas de
la guitarra. Por 10 regular llevan cuatro cuerdas de las
(lUf> se fabric<ln en el país;
algunos suelen tener encord;¡do
doble, pero es más común el sencillo, estas cuatro cuerdas,
tan altas o agudas como 10 permite la extensión del ins'
trumento, están templadas como las cuatro primeras de la
guitarra: mi, si, sol, re; pero siendo demasiado grave esta
última para que pueda distinguirse con claridad su sonido,
se requinta ordinariamente,
bien subiéndola una octava
hasta re agudo, o bien agregándole otra cuerda unísona
con ella. Suele templarse de alguna útra manéra, pero
ésta· es la más común y usada.
El Torbellino, más comúnmente conocido en las pro'
vincias del interior de la Nueva Gran::lda, tanto en los
países fríos como en los cálidos, es un aire en tres movi,
mientos rápidos, de suerte Que es tanto o m(¡s allee:ro Que
los valses alemanes; y puede muy bien valsarse 'éon él.
Cada uno de los tres tiempos consta de dos notas de
igual valor, y cada una de ellas es el acorde completo de
una octava, ya en la tónica, ya en la cuarta. alternando
con la quinta. Los tonos más comunes del torbellino, que
siempre es en el modo mayor, son do, re, sol, la. El juego
de la mano derecha consiste en rasguear alternativamente
con cuatro dedos para abajo, y con el pulgar para arriba.
Pero hasta aquí sólo hemos hablado del torbellino ea'
mún, que no es otra cosa que un verdadero acompaña'
miento del ale~re canto de este nombre. I!;mal cosa suce'
de con el bambuco que se rasguea en el tiple, el cual, con
el mismo aire y la misma construcción y compás, se toca
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CUADROS DE COSTUMBRES
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siempre por tono menor, siendo los más comunes
mi, re, la. En el canto, que es mucho más melodioso, tiene regularmente una parte en mayor, siempre
en el relativo, la cual, contrastando con la parte menor, lo
hace más triste y melancólico de lo que en sí es. La impresión que causa en el ánimo la música del bambuco está
ya perfectamente definida: es una alegría triste; o tam'
bién pudiera decirse, una tristeza alegre, y la cuestión se'
ría de colocación de las palabras. El torbellino, por el contrario, es todo alegría, todo animación, todo vida; es una
especie de tarantela que incita a bailar y cantar, con un
poder mágico irresistible. Si en tiempo de Homero hu,
bieran existido el tiple y el torbellino, €"lpoeta griego sin
duda habría representado a sus dioses en bullicioso co'
rro, riendo y cantando en rededor de dos tiples bien ras'
gueados.
Es muy común que se junten una bandola y un tiple:
la primera puntea, o lleva el canto obligado, mientras que
el tiple la acompaña de la manera que hemos dicho. Si
a esto se agregan dos buenas voces de hombre y mujer
bien entonadas, queda completo el rústico concierto. La
bandola es un tiple algo más ilustrado: la diferencia con'
siste en que aquélla suele tener el buque, o parte posterior de la caja, formado de la concha de un armadillo atar'
tuga, y en que las cuerdas, en vez de tocarse con los dedos, se puntean con un pedacillo de c::J.ñónde pluma, de
cuerno u otra sustancia semejante, a manera de uña lar,
ga (1).
(1) En los diez y siete años que han transcurrido desde que se publicó este artículo el). El Museo hasta hoy,
el uso de la bandola se ha generalizado mucho en los estados del interior, entre todas las clases de la sociedad. Es,
te pequeño instrumento se ha civilizado, no sólo-en la for,
ma, sino también en el empleo que de él se hace: tandas
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Los tiples más acreditados son los que se fabrican en
Chiquinquirá y en Guaduas, de donde suelen sacados por
cargas, como las papas, para expenderlos en los pueblos
principales. Suelen hacer algunos con más esmero y lujo
que los comunes, de madera de granadillo u otra más fi,
na, con embutidos y otros adornos. Aun se ven en algunas
casas antiguas de Bogotá tiples de estos que llamaremos
aristocráticos, y que en tiempos más felic.et han sido pun'
teados por blancas y delicadas manos.
Para ciertos hombres del campo que llevan una vida
errante de pueblo en pueblo, el tiple es un compañero in'
separable; en los caminos, en las poblaciones y aun en las
calles mismas de la capital se les encuentra departiendo
alegremente, con la mochila a la espalda v el tiple por de'
lante. Estos rústicos dilettanti primero se proveen de cuer'
das que de ninguna otra cosa. En las ventas y posadas
se buscan y se juntan para templar acordes sus tiples, y
dando la vueltá a la totuma colorada de Timaná, ento'
nan con sus voces broncas aquello de
Hay ojos que
hay ojos que
hay ojos que
consiguen lo
dan enojos,
congracean,
con mirar
que desean.
Fn todos los pueblos de alguna consideración, y par'
ticu!;¡rmente en los de tierra caliente, es muy comÚn ha'
llar los domingos por la noche grupos d(' personas de am'
bos sexos, que, sostenidos por e! guarapo, y alentados por
enteras de valses alemanes, polkas, mazurkas y demás ai,
res al orden de! día se puntean en la bandola, acompañada
de un tiple o guitarra; y no es raro que se haga uso de
él para bailar, aun en salones de buena sociedad. No pue,
den negarse los grandes progresos de la civilización ban'
dolera en nuestro país. ¿Serán ellos un indicante de otra
clase de progresos?
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CUADROS DE COSTUMBRES
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los humos del anisado, se disputan la palma, como los
pastores de Virgilio y de Teócrito, apostando a cuál dice
más coplas; aunque sin jueces como Palemón, que les digan: non nostrum inter vos tantas componore lites; ni disciernen como premio del vencedor en pl certamen un cayado o una copa de encina tallada. Estos alegres corros
se forman por lo regular en cierta calle que hay en casi
todos los pueblos de tierra caliente, a la cual por un instinto popular se llama en todas partes la calle caliente:
nombre significativo que dice más de 10 que nosotros pudiéramos explicar. Esta es la calle de las orgías dominicales, y la que primero se habría de quemar si lloviese fuego del cielo, como llovió sobre Sodoma y Gomorra.
La única monotonía agradable que conocemos es la de
estos cantos; y tanto, que al oyente o espectador, como
sea un poco aficionado a la música, se le pasan las horas
insensiblemente, y también las noches. deleitado con los
encantos del tiple y de las voces argentinas de nuestras
calentanitas. Muchas veces el día sorprende a estos cantores infatigables, que a la luz de la aurora se dispersan y
retiran a sus estancias o casas, después de haberse dicho
y contestado innumerables coplas, acordes en su sentido y felicísimas en sus conceptos: muchas de ellas son improvisadas, pues no es raro hallar entr~ estos músicos
agrestes, destellos de un genio verdaderamente poético.
Así es como, sin saberlo apreciar, halhmos realizado· entre nosotros aquello de los improvisadores napolitanos.
Como este artículo es escrito especialmente para nuestros lectores de las orovincias leianas. v Quizá del extr::l.njero, que no conocen bien las c~stu~bres' del interior, les
damos a continuación algunas muestras, no de las mejores, de esta poesía verdaderamente_ naciunal, belb. por su
sencillez, por sus conceptos finos a: vecer. y por el sentimiento que encierran muchas de esas cuartetas. En estas
inspiraciones fugitivas, hijas de la naturaleza y de difícil
imitación para las personas civilizadas, y aun para los que
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se llaman poetas, es donde debemos buscar nuestra verdadera poesía· nacional y el genio de nuestro pueblo.
Los habitantes de los llanos de San Martín y Casanare son admirables en el género jocoso, y por rareza se encuentra nada sentimental en sus coplas y jicaras. En otra
oportunidad reuniremos una colección escogida de todas
estas cantinelas, para darlas a luz. Hé aquí algunas de las
que recordamos en este momento:
Ojos en cuya hermosura
descifrado mi amor veo,
negros como mi ventura,
grandes como mi deseo!
Desde que te vi te amé,
y todo fue de improviso:
yo no sé qué fue primero,
si amarte o haberte visto.
j Qué
alta que va la luna,
y un lucero la acompaña;
qué triste se pone un hombre
cuando una mujer 10 engaña!
Tus ojos son dos luceros,
tus labios son de coral,
tus dientes son perlas finas
sacadas del hondo mar.
Me quisiste, me olvidaste
y me volviste a querer;
y me hallaste tan constante
como la primera vez.
Esta calle está mojada,
como que hubiera llovido,
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CUADROS DE COSTU~IBRES
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de lágrimas de un amante
que anda por aquí perdido.
Ayer pasé por tu puerta
y me tiraste un limón;
el agrio me dio en los ojos,
y el golpe en el corazón.
El árbol de mis amores
era coposo y lozano:
la indiferencia 10 heló,
los celos lo deshojaron.
Mi mujer '1 mi mulita
se me murieron a un tiempo:
¡qué mujer ni qué demonios!
Mi mulita es lo que siento.
El amor que te tenía
era poco y se acabó:
10 puse en una lomita
y el aire se lo llevó.
El
no
es
de
perder una bonita
es perder ninguna joya:
lo mismo que perder
la jáquima la argolla.
Decís que no me querés
porque ~uy un prooe moz;o:
yo soy como el espinazo,
pelado, pero sabroso.
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EL DUENDE EN UN BAILE (1)
1
Celebraba don Antonio
el' santo de doña Pepa,
y al efecto preparaba
una alegre francachela;
pues que, a fuer de caballero,
juró, cuando era soltera,
que aun después de casada
había de hacerle fiestas.
Don Antonio no es hermoso,
doña Pepa es algo fea;
él es brusco hasta el extremo,
ella, en verdad, poco diestra
en esto de cumplimientos,
de sociedad y etiquetas;
pero se quieren y basta
para su dicha perfecta.
Gastan plata y buen hU1l:Ol
y cuando el día se acerca
del Patriarca San José.
entonces es que comienzan
los recaudos y las compras,
(1) O<::betcnerse -en cuenta que este artículo fue publicado'
por primera vez en el periódico titulado -El Duende •. L. E.
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los afanes y carreras
para dar un baílecito
y preparar una cena;
y, aunque una ve2: en el año,
esto siempre lisonjea
a la chusma. de pipiolos
que a costa de la pareja
bailan, comen, se trasnochan,
se divierten y recrean,
y de los cuales no hay miedL
que ninguno 10 agrade2:ca.
Uno de éstos soy yo mismo.
yo, que de la amable Pepa
soy amigo desde el año
mil ochocientos cuarenta,
en que un su primo halló en casa
buena acogida y franque~a,
cuando andaba perseguido
por causa de las revueltas.
Mas esto no viene al caso:
sigamos con doña Pepa.
En semejante ocasión,
como lo dice ella mesma,
será don Pacho el primer
chicharrón de la cazuela.
Me preparaba a salir,
pues urgentes diligencias
me llamaban a la calle,
cuando tocan a la puerta.
11
-¿Quién es?-Soy yo-¿Qué decía?
-Que si estay mi amo don Pacho.
-Ai está; dijo el muchacho
-¿Cómo le va? ¿Qué quería?
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CUADROS DE COSTUMBRES
143
-Que
le espachaba a decir
mi señora doña Juana
que es su :::eñor, que mañana
tenga la bondad de ir,
porque tiene una riunión:
que es una cosa casera,
y que sin falta lo espera
al punto de la oración.
-Hay
aquí algún escondite:
doña Juana o doña Pepa ....
-No,
señor, mi señá Chepa
le ha encargado del convite,
porque como está ocupada
con el horno y amasijo,
sobre el convite esque dijo
que no podía hacer nada.
-Decile que bien está;
que si no hay inconvenientt"
a su mandato obediente
sin falta allá me tendrá.
111
A la mañana siguiente
volvió a casa Magdalena,
que así llamaba la criada
(aunque no hace penitencia)
con recaditos de su ama,
que dispense la franqueza
que va a tomarse conmigo:
Que lp.~ nrp,qtp lln"Q h""rlp¡"Q
----J ....
-)
cuatro azafates pequeños,
un convoy y una docena
de cubiertos que le faltan:
que perdone la molestia;
y que tan sólo me ocupa
-L
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-
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••••
-
••••
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144·
BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA
por lo mucho que me aprecia.
Entreguéla 10 que dijo,
aunque con cierta sospecha
de que aquella despedida
había de ser la postrera
que le daba a mi convoy,
a mis platos y bandejas;
mas no omití el cumplimiento
(aunque de dientes afuera)
de encargarla que dijese
que en lo demás que se ofrezca
mi placer será servirles,
pues que mi pobre despensa
está a su disposición
con todo 10 que ella encierra.
Llegó al fin aquella noche
en que, de grado o por fuerl:a,
tenía que divertirme
y hacer cara placentera.
A las cinco, poco menos,
arremetí la tarea
de acicalarme y prenderme
como la mejor coqueta;
afeitéme con desgano,
puse en orden la melena,
mudéme otra vez camisa
con perel:a o no pereza,
me puse el chaleco blanco,
la casaca dominguera,
los guantes de cabritilla,
el reloj con la cadena;
y tomando la cachucha
y una capa más que vieja,
salí pisando blandito
como gato por las tejas,
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CUADROS DE COSTUMBRES
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pues llevaba por desgracia
zapato y media de seda.
Atravesé veinte calles,
pasé por cincuenta iglesias,
y al fin cansado y molido
sin farol y sin linterna,
maldiciendo las tertulias
llegué a la casa de Pepa.
Para éolmo de desdichas
cerrada estaba la puerta,
que hay personas que dan b¡;ile
y con cerrojo se encierran.
IV
. No faltarían algunos lectores que aguardasen que este
artículo continuase en verso, como comenzó; y a fe que
tenían razón, porque aunque no es lo más común continuar y acabar las cosas como se comienzan, siguiendo
siempre un mismo camino, sino variarlas todos los días, a
cada instante; sostener una opinión al principio y otra al
fin; presentar un proyecto hoy y combatirlo mañana; romper un discurso en estilo sublime, con énfasis, con elación,
y concluir como la mula de alquiler; ofrecer el oro y el
moro en un periódico y no cumplir nada, no obstante todo esto, el Duende siempre ha sido formal en esto de
cumplir sus promesas, y ha tenido punto en pasar por
hombre de bien, perseverante, fijo e inmóvil.
Para evitar, pues, los cargos que sobre el oarticular
pudiera hacerle algún lector poco indulgente o algún enemigo gratuito, anticipará y desvanecerá todas las suposiciones que es natural se hayan aventurado.
Que no es intención de engañar, parece que está demostrado. Tampoco es que al Duende se le haya extinguido la vena y no pueda continuar escribiendo en verso,
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porque sobre sostener él que 10 que es~ribió en el núme'
ro anterior no es verso, sino prosa en renglones cortos,
ha de saber el lector que de esta clase de versos puede
hacer tántos el Duende en una semana que unidos unos
a otros podrían atravesar el Atlántico, porque le chorrean
por la pluma en términos de no saber por dónde ataj~r'
los (tosecilla general). Tampoco es que el Duende qUle'
ra introducir modas románticas, porque ni el Duende sa'
be introducir nada, ni las modas son proyectos de leyes,
ni jenngas para introducírselas a los representantes o ál
lector . ¿Quiere usted saber en definitiva lo que es, lec'
tor mío? .. Es ... es que la prosa es más económica de papel, por cuanto no quedan anchas márgenes, y al mismo
tiempo más rica, más abundosa de palabras; es que los ver'
sos son malos colores para pintar, y deben hallarse pocas
veces en la paleta del escritor de costumbres. ¿Está usted
satisfecho? Pues continuemos con nuestro baile: siga us'
ted conmigo y se divertirá un poco; pero advierta que no
vamos a entrar en un baile de aquellos en que se distin,
gue la sociedad escogida de la capital, sino en un baile de
aquellos que un administrador de aduana llamaría entrefinos: es decir, ni baile de buen gusto, ni baile de candil;
ni baile de buen tono, ni baile capuchinesco de aquellos
en que la última contradanza se baila como el miserere en
tinieblas y cantando la polisona.
Se acordará usted que yo me había queoado en la puerta de la casa de Pepa, que es en Mortiños Street, aguardando a que me abriesen; abrióme al fin una criada hedionda y entré por un zaguán angosto y oscuro, cuya di,
rección no podía seguir sino abriendo los brazos, como
quien reza la estación. Subí por una escalera nedionda
también y alumbrada por un farol que cuando nuevo
sería de vidrio, pero que hoyes de sebo; esta escalera des'
embocaba en un corredor oscuro en dcmde se hallaban
varios hombres, unos con capas, otros con capotes, otros
en cuerpo, casi todos fumando tabaco y conversando
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CUADROS DE CO.STUMBRES
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sotto voce, pero todos de buen humor. No he visto cosa
que haga más amables a las gentes que la expectativa de
un baile; el hombre más adusto se hac~ un caramelo en
el corredor de una casa donde hay baile; el más estirado
y finchado se vuelve una gelatina al primer registro de los
clarinetes; personas que no conoce usted, a quienes no ha
saludado jamás, vienen a darle la mano, y se la estrechan
tan cordialmente que le hacen brincar a usted como caucho, Cuando usted vaya a baile tenga cuidado de quitarse los anillos que lleve (si es que usted es hombre de cargar anillos), pues de otro modo corre gran riesgo de que
le hagan en los dedos una herida, Un grupo de cachacos
estaba en la puerta de la sala atisbando ~o que había dentro, pero sin atreverse a entrar. Yo, para no hacerme singular, me quedé también en el corredor después de haber
sido introducido a la alcoba por la puertn falsa, para que
allí dejase mi capa y demás adminícu10s, y me acerqué
a la puerta de la sala, en donde más parer.ía que se estaba
velando un muerto que disponiéndose a hilar.
Había una
docena de señoras, parte de ellas en servicio activo, parte
en disponibilidad, y otra docena retiradas con pensión;
el comandante de este depósito de retirados parecía ser
una vieja majísima que miraba con ávi;1ps ojos a los hombres que había en la puerta, y que estaba empeñada en
dar de alta en su depósito a varias j{.venes de las que
todavía pueden hacer el ejercicio.
Como yo había ido con intención de dlvertirme de cuantos modos acostumbro yo a divertirmo:: en un baile, me
puse a examinar escrupulosamente cuanto a la vista se me
presentaba, y ct!3.!ltc·:l mis cldcG l!cgab«.. La sala e.ra ¿::> •.
paciosa, y la estera, aunque vieja y remendada, la habían
barrido aquel día. Los muebles no representaban ninguna época, 0, por mejor decir, las representaban todas, desde el siglo XVIII hasta el año de 1846, Había cinco canapés o sofás, de los cuales sólo dos eran iguales, fabricados por el maestro Garay en 1832; los demás eran de dis·
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tintas figuras, tamaños, colores y maderas, 10 que provenía de que para aquella func~6n había sido necesario
traer a la sala los muebles del cuarto dr; costura, los del
estudio de don Antonio y los taburetes de guadamaCll
del comedor. Por esta misma razón se ',reían reunidas en
la mejor paz y armonía cuatro silletas de paja desvencijadas, cinco forradas en damasco azul de lana y barnizadas
de negro; y seis de guadamacil. El ropero de pino, que
ordinariamente estaba en la sala como mueble de lujo,
haciendo juego con una cómoda sin tiraderas, había marchado de frente para el cuarto de Pepa, y dejado un
buen espacio desocupado en la sala para la contradanza.
El cajón del Niño Dios había quedado sobre una mesa;
pero los platos Y vasos de cristal que 10 rodeaban habían
marchado para la despensa destinados por el poder ejecutivo a servir la horchata y bizcochos de ordenanza. En
lugar de colgadura de papel había un friso pintado con
brocha gorda, haciendo unas guirnaldas y flores que mostraban la risueña imaginación del pintor. De las vigas atra'
vesadas que ocupaban el lugar del cielo raso pendían dos
bombas de vidrio desiguales y una guardabrisa, en cada
una de las cuales había una vela de sebo. Sobre la Có'
moda había pomadas, frascos de aguas de olor y copas de
champaña, que habían quedado francas aquella noche,
porque no habiendo champaña qué beber, no podían estar
de facción en la despensa. Enfrente de la puerta de la al,
coba, que estaba adornada con unas cortinas zanconas de
muselina blanca lisa con fleco de pelotitas, se presentaba,
como un monumento histórico y venuable, la cama ma'
trimonial, no ciertamente tan antigua como sus actuales
dueños, pues databa del año de 25, pCt'li sí de una cons'
trucción maciza y pesada, con gruesas columnas amarillas,
talladas bestialmente; parecía un gran sl'pulcro del orden
toscano. Aquel día la cama estaba limpia y cubierta con
una gran colcha de damasco de lana; junto a aquel dicho'
so tálamo y a la cabecera de él, una imagen de los Dolores,
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CUADROS DE COSTUMBRES
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tan dolorosamente mal hecha que daba compasión. Por último, y a retaguardia, los baúles, percha., y demás muebles, que sin duda hacían parte de b función, pues se
habían quedado allí a la vista de todo el mundo.
Cuando yo asomé las narices por la puerta de la sala, no
vi en ella sino mujeres que, por 10 inmóviles y silenciosas,
me recordaron la colección de estatms de los Barreras;
todas estaban sentadas en fila como un h3tallón, todas calladas, todas mirando oblicua mente a SllS compañeras de
barlovento y sotavento, todas con las manos sobre las rodillas o con los brazos cruzados; a ninguna se le ocurría
hablar a su compañera una palabra, decirla que vivía
muy lejos, que la noche estaba muy hl'nnosa, que en Bogotá hay pocos bailes; nada, estaban CO'tlO peleadas: cualquiera hubiera dicho que era un certamen del colegio de
La Merced, y que las alumnas aguardaban a los examinadores. Pero a la vista, aquel grupo era muy alegre, demasiado alegre; una tenía traje rosado con adornos verdes,
otra traje azul con adornos blancos, otra amarillo, otra
verde, otra negro, otra blanco, otra pintado, otra listado,
cuál vestía seda, cuál muselina, cuál zaraza; ésta llevaba
manga corta con guante también cor.-o: aquélla, manga
larga; la de mas aCá, cotilla; la de más allá corpiño de
cuello; una peinaba sencillamente; otra llevaba un jardín
en la cabeza y se había metido las flore,· y los ramos hasta
detrás de las orejas. A ninguna se le lú~~ía ocurrido que
la sencillez y buen gU3to constituyen la elE'gancia: que un
traje blanco ligero, sobre ser poco costoso, da a la mujer
un aire angelical, un aspecto aéreo y f'lgaz; que un ligero adorno en la cabe;,a, puesto con gri;lt:ia, valt: 111.1.1; qu¿
todos los ricos aderezos y brillantes pedrerías; que una
mórbida garganta desnuda es más enc;¡ntadora que todas
las cruces, esmeraldas y cuentas de oro, que sólo usan las
placeras y las indias entre nosotros, y las negras en otras
partes.
En este punto iba yo de mis observ'3.ci(nes cuando Ult
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fuerte redoble de tambor me sacó de mi distracción, y por
el pronto me trasladó a un campo de batalla. Como yo
estaba preocupado con la idea de qu.:: aquella hilera fe'
menil era un cuerpo de línea que estaba aguardando la
voz de mando de su comandante, la ilusión vino a ser
completa, y decididamente creí que eSI;,ba presenciando
una revista de tropas ..
Todo en mi país se hace al revés, decía yo después del
baile: los trastos que debían estar en la despensa y come'
dar están en la sala de recibo; 10 mismo los que debieran
estar en la iglesia u oratorio. iUn Santo Cristo en baile
es la anomalía más atroz! Los trajes de entrecasa, o el
desabillé, se escogen para una reunión nocturna; las ca'
pas que deberían usar las señoras en la calle para preca'
verse del frío, se usan como adorno en una sala de baile
y en el teatro; las niñas se quitan los guantes para bai'
lar y se los ponen para comer; finalmente, la música que
debiera estar en una plaza de armas a la cabeza de un
ejército, tocando piezas marciales, está en una tertulia,
en un corredor estrecho, en una casa p<c:queña,atronando
a los danzantes y al barrio entero . Es ~erdad que esta.
música estruendosa favorece a los amantes y es para ellos
mis suave que el arrullo de la mansa hrisa en fa fJorpsta.
porque al amparo de su ruido tremend0 pueden hablar
libremente sin ser oídos, como pudieran hacerla al pie de
la cascada del Tequendama; pero para el que no está ena·
morado. para el que llegó ya a los cuaIPnta, para el en.
fcr:...,n 0" la vecindad. para el que vela en la casa conti·
f'''" ccría más JQTadahle una tempestad, que al fin y al
cabo cede de su furor.
Al oír el redoble del tambor, que incEcaba que se iba
;l romper
el fuego de taconazos y brincos en el primer
valse, todos aquellos corazoncitos que ue ocultaban bajo
12s cotilla s y corsés comenzaron a saltar con más o menos
p-rr:ip;tac:ión; y si aquellos p.cchos se hubieran vuelto trans'
parentes en aquel instante, cualquiera hubiera creído es'
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CUADROS DE COSTUMBRES
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tar viendo los martinetes de un piano que suben y bajan
con velocidad; pudiendo muy bien compararse a los ba'
jos o graves, que suben rara vez, los cutazones de las se'
ñoras mayores que allí estaban. Esto nu quiere decir que
a algunas' señoras de edad no les palpite también el cucharón cuando oyen el redoblante ... Neo por ellas ... por
sus hijas: el pavo que come la hija se le indigesta a la ma'
dre; el pecado que comete una muchacha con ser fea, o
con no tener oreja para el baile, se extiende a la madre,
y su castigo recae sobre ella. Esta no es injusticia de la
sociedad, sino de la naturaleza.
Comenzaron, pues, los corazones a bailar capuchinada
y valenciana y polka, como los títeres de octava, y los ca'
chacos a atravesarse, a darse encontropeb, a ponerse los
guantes, a levantarse el pelo que les cae por las narices,
a echar carretitas menuditas. -Señorita,
¿tiene usted pa'
reja? Señorita, ¿tendrá usted la bondad de bailar este val,
se conmigo? -Señorita,
¿está usted citada? -Señorita,
¿está usted comprometida? -Señorita,
¿~e acuerda usted
de su promesa? -Señorita, si usted me hiciera el favor ...
--Señorita, si usted tuviera la bondad ..
Este es el mo'
mento solemne, la crisis, que talvez decide de la suerte de
una joven en todo el resto de la noche; porque es muy ra'
ro que la que se queda sentada en la primera pieza no
coma pavo hasta el fin, si es que tiene paciencia para
aguardarse a ver el fín.
Este es el momento de las sonrisas, de las miradas cam'
biadas, de los ojos abiertos, de los pescuezos estirados, de
los colores idos y venidos, de 108 sustos, de las congojas,
de las i.ribulaciulH:::ti, ti\: lus teil10res, de las espera.nza.s; por··
que este redoble y este registro por mi bemol producen
el mismo efecto que la llamada de cazadores y el toque de
atención cuando el enemigo está enfrente y se va a entrar
en batalla. Razón tienen las mujeres cuando dicen que nos'
otros los hombres no sabemos lo que es ser muier, ni te'
nemos idea de lo que ellas sufren y padecen. Razón les
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sobra cuando dicen que la mujer es más infeliz que el
hombre y arman sobre esto disputas y peloteras y escándalos, y hacen gavilla contra un pobre que tuvo la imprudencia de aventurar la contraria opinión, y le manotean, y hasta le citan libros. La razón les arrastra cuando
dicen que darían cuanto poseen en este mundo por tener
cahones (con trabillas, se entiende) y por montar cuando les diese la gana, y bailar, y salir de noche y entrar a
los cafés, y al teatro, y visitar, y quién sabe cuántas .cosas
más. Sí, señor; pero dejémoslas a ellas con su esclavitud
y cus faldas, y quedémonos nosotros con nuestros calzones
y nuestra libertad; cada uno como Dios 10 hizo; y vamos
a sacar pareja, que ya se enfría el valse y se cansan los
músicos.
Yo, que siempre me quedo a los rezagas, por moderación O por simpleza, como lo dirían otros, me acerqué a
una joven de 27, que se había quedado recostada sobre el
brazo de un sofá, haciendo lámina, y la apostrofé en los
términos acostumbrados; aceptó, se puso en pie y comenzó a dar vueltas conmigo de un modo no muy desagradable. Se conoce (dije para mí, que a ella no se lo hubiera
dicho), se conoce que ésta pertenece a 1<1 generación que
declina, y que se ha criado con el valse del país y educado con la capuch:nada; si fuera algu'u saltona de quince,
seguro está que se conformaría con baiJ:tr despacio, como
nosotros los del tiempo de Colombia. El valse duró diez
minutos ... ¡qué diez minutos! ¡Dios mío! Diez siglos de
purgatorio (confianza en Dios) nos van a valer a todos los
que bailamos aquel anárquico valse. Una pareja tumbaba cuanto encontraba por delante; otra tiraba coces como
los muletas cuando salen del corral, y al infeliz que cogí~n con el tacón le dejaban un carde;¡al más grande y
m~s colorado que el cardenal Lambruschini; otra se llevaba de un resbalón media sala y seis muchachos; porque en medio de aquel tumulto había cuatro o cinco parejas de arte menor, que servían como de ('uñas en los hue-
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CUADROS DE COSTUMBRES
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cos que dejaban los grandes, o como el cascajo en los empedrados, y que brincaban como quienes eran. Aquí que
no peco, decían estas abreviaturas o apoyaturas humanas,
estos pedazos de gente que deberían estar durmiendo en
vez de estar bailando, y brinca que brinca, que no había
más que ver; y aunque las patitas de estos danzantes microscópicos no fuesen tan grandes ni pesadas como las de
cualquier animal que baila, no dejaban por eso de hacer
todo el daño que podían, 10 mismo que los coditos que
nos andaban urgando a todos por las corvas, pues se ponían la mano en la cintura. ¡Que bailen los muchachos
entre los viejos!, decía yo; pero qué' tiene de extraño, si
esos viejos se vuelven muchachos!, ¡si bailan capuchinada!!
En los bailes distinguidos, decía yo, en los bailes de buena sociedad está proscrito ese resbalón il'decente y de mal
gusto, y una señorita bien educada no baila ya de 'esa manera.
En fin, se acabó el valse. Un rumor general se extendió por la sala, proveniente de las galanterías, agradecimientos y contestaciones de las respectivas parejas. Cuál
era el hombre más feliz, cuál había pasado el rato más
agradable de su vida, cuál esperaba tenEr el gusto de volver a bailar con la que conducía a su asiento; en seguida
los hombres se reunían en corro en el centro de' la .sala,
como los soldados para hacer el rancho en campaña, más
;¡nimaclo¡:;,más d"cidores, más espirituales; mientras que
las señoritas volvían a reunirse y apIñarse en los sofás
cnmo las ()veia.~,que buscan siempre a las de su especie.
En estos bailes no sucede como en los de buen tono, en
que íos Jóvenes, finos, gaiantes, y bien ectlJcados como son,
se acercan a las señoritas, se sientan i1mto a ella~. con·versan de cosas indiferentes, en voz alta o inteligible, las
llevan de brazo de un lado a otro, las ofrecen lo que pue
dan necesitar; y ellas los reciben con afaJ,ilidad, con semblante risueño, pero sin coquetería; responden a sus preguntas, hablan con ellos amistosament(·:, y nadie condena
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DE CULOMBIA
semejante conducta, como que ella es inocente. Pero en
estos bailes, no, señor: se va por bailar, y nada más que
por bailar, por conversar en el baile, por el placer brutal
de brincar, estropearse la figura y entrar en calor; no se
va a buscar los placeres de la sociedad, los goces de la
civilización; se va a beber brandy, -se va a ostentar una
educación poco culta y poco esmerada, y a hacer alarde de
una ordinariez inaguantable.
En este primer entreacto tuve ocasión de examinar despacio las varias figuras masculinas que se presentaban en
aquella farsa, así como en los entreactos del teatro se pone
uno a mirar las fantásticas figuras del telón, después que
ya sabe de memoria las de los palcos. La mayor parte de
aquellos sacerdotes de Terpsícore eran jóvenes imberbes,
que no pasaban de los veinte, y viejos que por sus modales y su figura a cualquiera hacían creer que también eran
ióvenes, siendo así que pasaban de los cuarenta, que muchos de ellos eran casados, y que algut1)s tenían hijas que
estaban bailando.
Nuevo motivo para adherirse a la opinión de las mujeres acerca de su Infelicidad .
. Los vestidos que llevaban eran tan variados y caprichosos como sus dueños. La mayor parte iban de frac
negro o azul, pero no faltaban algunos verdes, morados,
etc. ; y tampoco faltab,l una u otra levita, uno u otro pa·
letot que también bailaban contradanza. Uno llevaba chaleco blanco, otro lo llevaba negro, otro colorado, otro verde, otro de cien colores; éste de seda, aquél de lana, el
de acá de marsella, el de allá de terciopelo; cuál recto,
cuál de solapa, cuál a la Luis XV. Otro tanto sucedía en
el ramo de corbatas. Los guantes eralJ un assortiment
com••lct; veíanse blancos (aunoue pocos), amarillos. acanelados, ¡negros! Sí, señor, guantes negrds en un baile ...
en do~c1~hay traies blancos. encaies y cintas delicadas que
se manchan; en cuanto a la calidad. veíanse también de
mouton, de ante, de hilo de Escocia, de lana, de seda,
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CUADROS DE COSTUMBRES
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etc ... , Qué calzado llevaban, no hay que preguntar;
bota fuerte, por supuesto, la mayor parte sin barnizar, y
con unos tacones que más parecían zuecos.
El segundo acto fue de contradanza. Después del redo'
ble de ordenanza, que es, como si diipramos, el primer
pito, comenzaron a tocar La Puñalada, y puedo asegurar
que me cosieron a puñaladas aquellos rr>alditos clarinetes
y aquella infernal trompa, que estaba medio punto más
alta, y aquel flautín que era un térmiv,o medio entre los
clarinetes y la trompa; en cuanto al rdoblante, 10 único
que puedo decir es que, aunque yo jamá~ he padecido tucutuco, ni 10 permita Dios, aquella noche supe 10 que
era tal enfermedad, pues parecía que tfnía en el estóma,
go una fábrica de tejidos, o un molino ele agua.
Al rrrrrrr del tambor los soldados que estaban deseanpanda corrieron a formarse y alinearse en la mitad de la
saJa; pero es el caso que todos querían ~t:Orlos primeros y
est;¡1'a la. cabeza de la compañía; y para conseguirlo atro'
pellahan cuanto encontraban por delante. pisaban, codea'
r,an y alegaban por su puesto como pudieran hacerla en
el patio de un colegio. -Yo estaba aquí. -No, señor, que
era yo. -Que
Fernando me seguía . -Yo estaba arriba
de Fernando . -Yo era segunda pareja . -Yo era teree'
n. -Nn.
~eñf)r. Que era yo. - No hay tal, que a mí me
hahía. ('prlido el f'uesto Garch ..
A todo esto, en la ea'
beza se había armado otra disputa entre un joven quc
1:'11 todos los bailes quería poner todas las contradanzas,
y la echaba de un b;tilarín consumado, a<: como de un es'
p;¡dachín temible; y un casado que tenía pretensiones de
,:',-,~tf;~·-'.v F':: (J¿;d llll AJunis. v a tndo trance auería fin...
1'1'1'l::t flfimera contradanza con Tulia, y lucirse hacif'nr1n
mil piruetas con los pies. Estas disputas ocasionaron gritos, palabras descompuestas, amenazas y por último un de'
safío para después de la contradanza. :Bravo!, dije yo;
el córligo de los bailes de Bogotá es el código más liberal,
porque cada uno hace en ellos lo que le da la gana. Por
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BIl3LlOTECA
ALDLANA
DE COLOMBIA
fortuna yo me disponja a ver los toros desde lejos, pues
aunque me había acercado a una niña d" traje acanelado,
para citada, creyendo que no tenía p~reja, me contestó
ella con mucho desenfado: "Voy a b'lilar con mi primo
Antoñito". Hola, exclamé para mis adentros, con que ésta baila con sus primos! y bailará con sus hermanos!, por
supuesto. iQué tiene esto de extraño! ¿No conozco yo
maridos que bailan con sus mujeres, hijas que bailan con
sus padres? Don Atanasio nunca baila silla con su querida mitad, como él dice; don Frutos no baila sino con sus
dos chicas. En fin, me resigné a comer pavo, porque ya
otras jóvenes a quienes me había dirigido me habían dicho: "Tengo pareja hasta para la sexta contradanza", "¿y
para los valses?" "tengo hasta para el octavo".
Muy bien. Me senté junto a una mamá, a quien todos
venían a preguntar: ¿por qué no baila usted? .. Infeliz
mujer! Qué había de responder!. .. Porque no me sacan, o porque soy vieja ... Los que hacen semejantes preguntas son bárbaros que no saben 10 que hacen; a una
mujer jamás se le pregunta por qué no baila; se la saca a
bailar.
Me instalé, pues, junto a mi mamá (es decir, no era
mía) y, tijeretazo por allí, tijeretazo por allá, nos dimos
forma de pasar el rato, departiendo en sabrosa plática,
haciendo un corte de mangas a cada p'ójimo que pasaba
por delante de nosotros. ¡Qué lengua tan brava, Virgen
Santísima!, yo mismo tenía miedo de ~quella mamá, que
donde clavaba la sin hueso levantaba ampolla.
Al cabo de una hora mortal y un cuarto, concluyó la
dichosa contradanza, verdadera contra d:mza que, contra
todas las reglas del buen gusto, se componía de figuras tan
arrevesadas y difíciles, que a la segunda vuelta ya todas
las señoras estaban despeinadas, los broches reventados
las iaretas flojas; a una se le torcía un brazo, a la otra s~
le caía una peineta, a otra se le enredaban los rizos con
los botones de las casacas, a otra se le zafaba el zapato con
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CUADROS DE COSTUMBRES
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los taconeos. j Cuándo se bailarán contradan:<;as sencillas
y elegantes! decía yo ... ¡Cuándo dejarán de obligar a
una joven a que pase su linda cara por debajo del sobaco
de un hombre, y que éste se vea precisado a tocar cosas
que no debiera tocar!
Después del segundo intermedio vino la primera copa,
y en seguida otras dos, y acto continuo, otra docena; todo
esto en la bodega, como llaman el comedor los cacha·
cos o el lugar donde está el brandy. No hay lugar más
delicioso en estos casos que el comedor; allí son los brin·
dis, por allí se atraviesan las niñas de la casa con sus ami·
gas, por allí andan las criadas propias y las ajenas; allí se
explayan los ánimos, se excita el númen, se estrechan las
amistades, se luce el ingenio.
Acto 3.0 Polka por alto, polka por bajo, polka de pero
fil, polka en escor:<;o, polka en perspectiva, polka en re·
lieve, polka de bulto, polka romántica, polka clásica, poI·
ka de Paquita, polka nieblina ... El lector perdonará, o
más bien, agradecerá que no le hable más de polka.
Las once y media serían cuando sentí ruido en el ea·
rredor de la casa, y altercado de voces; acerquéme a ver
lo que aquello podía ser, y me dijeron que era un desa'
fío; por lo pronto me acordé del de la contradan:<;a; pero
me dijeron que era uno nuevo, originad(l de una equivoca·
ción. En efecto, un joven de los que ya habían matado
la culebra con veinte o treinta lapos, estaba hecho una
verdadera culebra contra otro de patilla recortada, y el
motivo era éste: el de las patillas había ido a sacar para
la última contradan:<;a a una joven; ésta se había compro'
metido con él, sin acordarse de que ya tcnía pareja; lle'
gó la hora, vino el primero y al tiempo de salir llegó el
segundo: ¿qué hacer en este caso? ¿,Con quién bailar? con
el primer citador; así se hizo; pero éste era primo de la
niña, y el otro creyó que era cubilete para deshacerse de
él, por 10 que, para vengar su agravio, resolvió decide en
su cara con la mayor franqueza: señorita, usted es una mal·
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criada. El primo, que lo oyó, saltó a la arenaj trabáronse de palabras, se amena2;aron, el desairado se sostuvo en
10 dicho, y se citaron para después dé; la contradanza.
Cuando yo salí al corredor estaban arr<c>gIandoeste negocio; o por mejor decir, no eran ellos: era ... el brandy
el que 10 arreglaba.
Inmediatainente
tomé mi sombrero y mi capa y sin des·
pedirme de nadie bajé la escaleraj porque me aprecio demasiado a mí mismo para consentir en ser testigo de semejantes escenas. La: puerta estaba cerrada y no podía
salir ... j Viva la libertad! exclamé; esto se llama buena
sociedad, buenas costumbres, amabilidad para festejado a
úno: beba usted; emborráchese usted; tra,snóchese usted;
no haga usted su gusto, sino el nuéstro: enférmese usted;
muérase usted ... Al fin pareció la llave después de mil
vueltas, y de haberme enseriado yo formalmente y dicho
cuatro frescas a mi amigo don Antonio, que así me convidaba para encerrarme comi a un criminal; y salí renegando de estos bailes que no son bailes ni tertulias; adonde va tanto joven sin cultura, tanto viejo sin delicadeza;
adonde las casas se convierten en cárcelei' y los convidados en cubas; donde hay más niños que eentej donde la
señora de la casa se atraviesa cada momento con el niño
de pechos que llora, con el más grandecito que grita, con
las criadas que apestan, y en fin, adonde no va un hombre racional a divertirse sino a padecer y sufrir.
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LAS CRIADAS DE BOGOTA
Para un observador alegre y desocupado ¡qué campo
tan extenso ofrece esta familia sui géneris ,en nuestro país!
¡Cuántos y cuántos tiempos diferentes! ¡Cuántas variedades y medias tintas, en cuya distribución y clasificación
podría lucirse un talento analítico y nomenclaturista! Nosotros, simples aficionados a estudiar y observar todas las
clases de la sociedad, aunque sin las dotes necesarias para
escritores de costumbres, apenas podremos ensayar en esta, como en otras materias, tal cual pincelada, a la ligera y
con brocha gorda, que pueda servir siquiera "para llamar
la atención de los que con justicia pueden llamar.se tales,
hacia una clase tan notable de la sociedad en que vivimos,
tan íntimamente ligada con las demás, y tan digna de una
reforma radical, como lo es de las mirad~s y galanteos de
una buena parte de los cachacos.
Con el temor, pues, que naturalmente inspira una materia, de suyo y de ajeno tan delicada y seria, que tiene,
tantas espinas, tantas entradas y salidas, tanta servidumbre, y en fin, tantas muelas, como dice el vulgo, ponemos
el Die. o meior dicho. h mano, en el terreno, pan. hacer
coñ ~ucha desconfian'za alguna pálida descripción, aunque
lo pálido no sea lo más común en el tipo que hemos elegido por hoy.
No se enojen las señoras porque hablemos de las criadas, que ellas también hablan, y mucho, !labre este tema;
además de que su tiempo les llegará d.; que las tomemos
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también en baca (o en pluma) y las mandemas a la pren,
sa; siempre can el respeta y acatamiento. que se merece
el sexo. delicado y bello; si damos la preferencia a aquéllas
es porque en buena ley de cartesía, y en toda ceremanial
los últimos lugares correspanden a las personas más carac'
teri~adas .
Dejemas a un lada el tipo de las criadas antiguas, aque,
llas criadas esclavas o libertadas por la generosa humani'
dad de sus amas; campañeras obligadas y vitalicias de la
familia; finca's rakes que nacían, vivían y marían en el ha,
gar daméstico de sus protectores, y apegadas a él cama el
bejuco a la encina, a como la vid al olmo.: especie ya casi
extinguida, de que no queda sino uno que otro individuo
en determinadas casas. Prescindamas por ahara de esas
semi, señoras ancianas, que hacían juego con las braseras
de plata, las coquitos con patas y orejas del m11smometal,
los tapetes quiteñas, las pabellones de manta sacorrana;
que casían sentadas en una gran tarima, remedando los
estrados de lals antiguas damas, y tomaban chocolate en
pozuelos timanejas o de loza de Talavera. De esas que
en tiempo de las privilegias los go~aban ellas también pro'
porcianados a su catesaría, y en virtud de tales privile'
gias podían salir al balcón can sus amaó al punto de las
dos de la tarde, para reposar la camida, y las domingos
hasta las seis, si bien guardando una distancia respetuosa!
en el extremo opuesta de la larga gale1.Ía de madera, es'
pecie de secretarios, encargadas del triple portafolio de
ayas, camareras y amas de llaves, y atras cosas que pare'
cían parmenares domésticos de poco interés. Por esta
especie de criadas de jubón y tren~a suspiran hay J;¡.sfa'
milias de antigua arigen que no las tierlcn, y par ser una
cosa imposible de canseguirse; dejémaslas con sus deseos
y suspiras, para acupamas de lo que en realidad existe.
Las criadas madernas pueden dividirsE' en cuatro clases
principales, a saber: copulativas, disYU!1ttvas, condiciona,
les y causales (y casi todas adversativas), ni más ni menos
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CUADROS DE COSTUMBRES
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que las conjunciones en la lengua castellana. Pero para
no entrar en clasificaciones las designaremos como el ta'
baca de Ambalema, o como los vales ¿p deuda pública;
en criadas de la., 2a., 3a. y 4a., con sus correspondientes
intermedios o intersticios de que el perspicaz lector se ha'
rá cargo allá en sus adentros.
La criada de la. tiene cierto aire distinguido y de des.enfado adquirido con el roce de la buena sociedad; es
aseada y pulcra, y no se distingue de las señoras sino en
la falta de ciertas prendas del vestido. como los guantes
y la gorra. Por lo demás, su traje es muy bien armado,
siempre limpio y de buenas telas, el peinado elegante y
esmerado, el porte airoso y coqueta. Su lenguaje tira a
culto, saluda con buenas y corteses pahbras, a todos da
el tratamiento republicano de usted, y a los inferiores el
presidencia'! de vos, equivalente de tú. Si se ofreec. habla
de Europa, aunque al oído, como dicen los músicos, y
agrega que el señorito había ido entre el paquete y entre
el vapor hasta Santo Tomás; que había escrito de Animalia, y que pasa.ría de París a Francia y de Inglatf't'r3 a Londres. para embarcar~·p en Tautánton, y que volvería por
los Estados Unidos de Nu Yoro
Esta, si sale buena de cuerpo y alma, es criada de des'
empeño, y la señora descansa en ella como en su brazo
derecho. o su alter ego, para hablar más claro y de modo
que todos nos entiendan. Su ministerio doméstico le im'
pide llevar recados, ir a misa con la señora, o al mercado
los viernes: eso se queda para las de ef:caleras abajo, y
ella se reputa como la subsecretaria, procuradora y dele'
gataria; en una oalabra el fac totum de la cit~ one dice el
Barbero de Sevilia, y que yo agarro po,- In" cabellos, y en'
sarta o inserto aquí, para que los aficion:Jdos no se quejen
de falta de latines; hablo de los' aficionados a los textos
y a la música, no de los aficionados y la sujeta materia de
este artículo.
Las de segunda clase son flotantes, y a falta de intere,
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ses que acumular, acumulan un buen c::ludal de noticias y
conocimientos prácticos que se comunican unaISa otras, y
que circulan de casa en casa en forma de historias, anéc'
dotas y relaciones. Lo de flotantes les viene de que no
tienen asiento ni estabilidad en parte alguna, ni más ca'
riño por sus amos que el interés de ganar el mes, y de
escamotear todo lo que pueden. Esta es la regla general;
pero haríamos grave injuria a algunas de estas mercurias
si no las presentásemos como honrosas excepciones. An,
dan, pues, como digo, de casa en casa, en continua alter'
nabilidad y perpetuo rambio, ni más ni menos que en el
juego de ¿hay candela? de suerte que algunas tienen di,
ficultad para hallar colocación; y en esto asemejan mucho
a los empleados públicos. Esta clase es la ']1.10' lleva, o
debía llevar, el peso de la casa; ellas son las que hacen
mandados, y por una vía suelen hacer nos o más, es de'
cir, ver al amante, a la comadre y dar el recado. También
rocin::m. h;¡rr~n. ~lmiclon;¡n v ~phnrh"'n
)'"
'rnp(l.
'1
",n .fin,
tienen a su cargo la generalidad de lo~ oficios. Los do'
mingos salen a paseo, y no es raro que de éste pasen, sin
cambiar de traje ni decoración, a algún bailecito de ba'
rrio, donde lucen las habilidades que han aprendido de
las señoritas de la casa, echando sus m:lnos de polka, re'
dowa, mazurka y otros bailes modernos que han penetra'
clo v;¡ pn lo~ Sllhl1rhi()~V ~ h;¡n cl¡>morr;¡tiz;¡do-
En lo general son descalzas de pie y nif'rna, llevan mantiHa de paño, y los domingos sombrero de jipijapa con
vistosas y anchas cintas de colores. Se esponjan como las
señoras, y al caminar hacen un ruido como el del huracán. Tienen sus fórmulas para los recados, y estropean pa'
sablemente la lengua castellana:
-Mi
señora la manda saludar a sllmercé; que desea
que no haya novedad, cte., y sigue ei diálogo por este
estilo:
-¡Y cómo están por allá?
-La señorita ha estado bastante mala. casi de muerte.
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CUADROS DE COSTUMBRES
163
-Oiga!, no sabía; ¿y qué ha tenidn?
-Una especie de afectación al pulmón, que se ha vis,
to malísima. Ha estado disputando sangre.
-¿Y los niños?
-El chiquito también ha estado enfermo con una ilusión que le ha salido en las corvas.
Esta jerga entre culta y bárbara, en que mezclan los
resabios de la primera edad con las palabras cogidas al
vuelo a las gentes que entran a la casa, y a los mismos
dueños de ella, es el lenguaje propio d¡> las criadas que
antiguamente se llamaban filáticas, pa1"bra que significa mucho, y que probablemente se ha slIstituído a filatera.
Esta clase asciende un grado cuando de una casa acomodada pasa a otra que no 10 es tanto, y en ésta viene a
hacer el papel de premiére, como llaman al ministro principal de las monarquías.
Por 10 regular tienen algún cernícalo que las persigue,
es a saber alguna enemiga gratuita (criada de otra casa),
que las acosa y atormenta, y dondequiera que se encuentran hay alguna escena serio-jocosa de insultos y amenazas, apodos y dicharachos. Esta enemiga es la que las
desacredita y la,s deshonra y tizna su reputación de criadas honradas, aunque les pese el decido, que han servido
en buenas casas.
Suelen despedirse a la francesa de las casas donde sirven, y entonces dejan la cama, la ropa y todos los demás
corotos. qne redaman I1n;:ln :-1o~ ~p.m;:ln;:l,"
:-1f',~Pll';,". 'Entre
el ajuar va por supuesto lo que la señora les ha regalado
en los dos o tres meses que han estado en la casa, porque
la tal criada se presentó como el paje de San luan (palabras textuales de las señoras, que sabrán quién eri ese
paje) .
las de 3a. son por lo general, una especie de atachées
o suplentes de las otras. En sus costumbres y en SU!! ocupaciones participan de la clase superior y de la inferior:
así llevan el tapete y van al mercado, como aprietan r1
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corsé a la señora, en un caso apurado, y por falta tem'
poral o absoluta de la propietaria en el. destino. Siempre
están llenas de mugre; el delantal es de cañama40, y las
enaguas, aunque de 4ara4a, no revelan el color ni la pinta
que tuvieron en un tiempo .. De esta clase y de la 2a. sue'
len salir las amas de bra40s y las ama <; de leche, cuando
para este ministerio no se buscan expresamente en el cam'
po. Casi siempre son coadjutoras o secr~tarias de las co'
cineras, y las alivian no poco en las faenas de encender
el horno, limpiar las papas, moler y fcegar.
Vienen, por último, las que, en las casas de larga fami,
lia y numerosa servidumbre ocupan el más bajo escalón
en la jerarquía servil, o sean las oe 4a. clase. Estas salen
de la ínfima del pueblo, con perdón de la igualdad de la
democraCia, Y son el non plus ultra de la mugre, desaseo
y estupide4' Visten de frisa oscura y lien40 del Socorro;
la cabeza, semejante a la de Medusa, causa espanto y ho~
rror; tal es su desgreño. Aquel enredo inextricable de cri,
nes negras e indomables, sólo puede compararse a alguno
de esos pleitos que en los juzgados y not(lrías dan ocupa'
ción y alimento a la larga familia de abogados, leguleyos,
jueces, gendarmes y aficionados. Empuñando en una ma'
no la caña con un cuerno despuntado en la extremidad
y sosteniendo con la otra el cargador en que va la múcura,
este ente, medio racional, medio bestia dE>carga, va y vie'
ne a la fuente pública die4 veces al día, y en cambio re'
cibe algunos cuartillos y un bocado de pan; o bien trae a
las costillas los canastos y costales del mercado a la casa,
si es que no se va con ellos para la suya, que algunas ve'
ces suele equivocar la dirección, y en ',E>Zde tomar para
el Norte toma para el Sur, y deja a la spñora, o a la que
hace sus veces, mirando para todos lados
Estas son las que sacan la basura de la casa deshierban
la calle y hacen todos los oficios más hUlI1ildes'y viles. En
fin, digámoslo con dolor de nuestro corazón, o más bien
de nuestra estómago, de entre estas prójImas de los calca'
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CUADROS DE COSTUMBRES
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ñares rajados, salen las panaderas y las que venden colación, carne, manteca, salchichas y otras muchas cosas de
la factura y conocimiento culinario.
Hasta aquí hemos considerado la criada pedestre; si hu,
biéramos de considerar la ecuestre, sería necesario capítu,
lo aparte y un lienzo por separado para pintar este cua'
dro. Omito por lo mismo hablar del antiguo sillón con
cabos de plata, l'elegado a la historia y a uno que otro
caso excepcional que se encuentra en d camino de Chi,
quinquirá. Sólo las criadas viejas y alguna campesina rica
usan de esta montura, muy cómoda para las que ven con
las orejas y no con los ojos, y reducida ya a la mayor sen,
cillez r~publicana posible. Estas equitadoras de la escue,
la antigua, con su gran ruana pastusa, su sombrero de hu'
le, colorado o negro, y su látigo en 1a mano derecha, ase'
gurado a la muñeca con un hiladillo, hacen con los brazos
un ejercicio muy saludable, alternando una sofrenada con
la mano izquierda y un latigazo con la derecha, y llevan
el compás como el mejor músico.
Las demás criadas son todas de galápago; y da gloria
vedas a caballo. En las excursiones y paseos (y qué fami,
lia no los hace cada año!), el procedimiento es éste: se
toma un rocinante de cualquier color y hechura, y si es
tuerto, mejor, porque entonces las probabilidades de que se
espante disminuyen un cincuenta por ciento; se les echa
encima un fuste o momia, llamado galápago, que más pa,
rece un jamón curado al humo, teniend(\ cuidado de colo,
car un manojo de tamo sobre una almohadilla que tiene el
mocho en el lomo; y encima de ambos ¡;e coloca la criada,
entre risueña y temblorosa, dando un salto desde el pre'
til, porque el pie no le cabe en el estribo, que fue de una
de hs señoritas. Hé aquí un todo compuesto de tres pie'
zas homogéneas. iQué grupo tan interesante ... ! Al quinto Jati!ZdZocomienza a moverse el caballo lentamente, y
como un huque que ha levado el ancla; v. como si tuviera
niguas en las patas, va saliendo con mucho tiento y cuida'
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do hasta dar con piso blando. A un nuevo reclamo de la
jineta salen los tres camellón abajo, con un movimiento
de trepidación tan suave que bien pudiera ir tocando el
chinesco sin .esfuerzo de ninguna clase.
Sería interminable decir cuantas paradas y detenciones
hacen en el camino, a cuantas c3.lSasse meten sin ser con'
vidadas, y aun sin anunciarse, sólo porque el acongojado
rocinante busca un poco de sombra, o por hábito que ha
contraído. No acabaría si quisiera enumerar las veces que
es preciso apretar la cincha, coser la grupera, asegurar la
barbada, acortar el freno, recoger del suelo los atillos y
envoltorios que van bailando, el sombrero, d foete o el
sudadero; y en fin, los gritos y aspavientos, y las recon'
venciones de las compañe~' ..ge viaje porque cuando corre
el caballo suelta las riendas, y cuando salta un vallado las
atiranta. Ni sería fácil decir cuál de 105 dos, caballo o ji,
nete, llegan más molidos y matados a la posada, en donde
dejaremos al lector para que averigiie este punto, encar,
gándole que madruge si ha de seguir el viaje con nuestra
heroína.
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INDICE
Págs.
Coloquio de los wes auto~es que figuran en este volumen
5
Cuadros de costumbres
Rafael Eliseo Santander:
Las fiestas de mi parroquia
La Calle Honda .....
Historia de unas viruelas .
El raizalismo vindicado .
Los artesanos
.
La Nochebuena
.
19
33
41
59
71
89
Juan Francisco "Ortiz:
Motivo por el cual
Una taza de chocolate
103
115
José Caicedo Rojas:
El tiple
.
El Duende en un baile .
Las criadas de Bogotá .
129
141
159
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158
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criada. El primo, que 10 oy6, salt6 a la arena; trabaronse de palabras, se amenazaron, el desairado se sostuvo en
10 dicho, y se citaron para despues dz la contradanza ,
Cuando yo sali al corredor estaban arreglando este negocio; 0 por mejor decir, no eran ellos: era ... el brandy
el que 10 arreglaba.
Inmediatainente tome mi sombrero y mi capa y sin des'
pedirme de nadie baje la escalera; porque me aprecio demasiado a mi mismo para consentir en ser testigo de semejantes escenas. La: puerta estaba cerrada y no podia
salir. .. iViva la libertad! exclame; esto se llama buena
sociedad, buenas costumbres, amabilidad para festejarlo a.
uno: beba usted; ernborrachese usted; trasnochese usted;
no haga usted su gusto, sino el nuestro; enfermese usted;
muerase usted ... Al fin pareci6 la llave despues de mil
vueltas, y de haberme enseriado yo formal mente y dicho
cuatro frescas a mi amigo don Antonio, que asi me can'
vidaba para encerrarrne comi a un criminal; y sali renegando de estos bailes que no son bailes ni tertulias; adonde va tanto joven sin cultura, tanto viejo sin delicadeza;
adonde las casas se convierten en carceles y los convidados en cubas; donde hay mas nifios que gente; donde 1a
senora de la casa se atraviesa cad a momento con el nino
de pechos que llora, can e1 mas grandecito que grita, con
las criadas que apestan, y en fin, adonde no va un hombre raciona1 a divertirse sino a padecer y sufrir.
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LAS CRIADAS DE BOGOTA
Para un observador alegre y desocupado ¡qué campo
tan extenso ofrece esta familia sui géneris ,en nuestro país!
¡Cuántos y cuántos tiempos diferentes! ¡Cuántas variedades y medias tintas, en cuya distribución y clasificación
podría lucirse un talento analítico y nomenclaturista! Nosotros, simples aficionados a estudiar y observar todas las
clases de la sociedad, aunque sin las dotes necesarias para
escritores de costumbres, apenas podremos ensayar en esta, como en otras materias, tal cual pincelada, a la ligera y
con brocha gorda, que pueda servir siquiera "para llamar
la atención de los que con justicia pueden llamar.se tales,
hacia una clase tan notable de la sociedad en que vivimos,
tan íntimamente ligada con las demás, y tan digna de una
reforma radical, como lo es de las mirad~s y galanteos de
una buena parte de los cachacos.
Con el temor, pues, que naturalmente inspira una materia, de suyo y de ajeno tan delicada y seria, que tiene,
tantas espinas, tantas entradas y salidas, tanta servidumbre, y en fin, tantas muelas, como dice el vulgo, ponemos
el Die. o meior dicho. h mano, en el terreno, pan. hacer
coñ ~ucha desconfian'za alguna pálida descripción, aunque
lo pálido no sea lo más común en el tipo que hemos elegido por hoy.
No se enojen las señoras porque hablemos de las criadas, que ellas también hablan, y mucho, !labre este tema;
además de que su tiempo les llegará d.; que las tomemos
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tambien en boca (0 en pluma) y las mandemos a la prensa; siempre con e1 respeto y acatamiento que se merece
el sexo de1icado y bello; si damos la preferencia a aquellas
es porque en buena ley de cortesia, y en todo ceremonial
los ultimos lugares correspond en a las personas mas caracterizadas ,
Dejemos a un lado el tipo de las criadas antiguas, aquelIas criadas escIavas 0 libertadas por la generosa humanidad de sus amos; compafieras obligadas y vitalicias de la
familia; fincas raices que nacian, vivian y morian en e1 hogar domestico de sus protectores, y apegadas a el como el
bejuco a la encina, 0 como la vid al olrno: especie ya casi
extinguida, de que no queda sino uno que otro individuo
en determinadas casas. Prescindamos por ahora de esas
semi, senoras ancianas, que hacian juego con los braseros
de plata, los coquitos con patas y orejas del mismo metal,
los tapetes quitefios, los pabellones de manta socorrana;
que cosian sentadas en una gran tarima, remedando los
estrados de las antiguas damas, y tomabanchocolate
en
pozuelos timanejos 0 de loza de Talavera. De esas que
en tiempo de los privilegios los gozaban ellas tambien pro'
porcionados a su categoria, y en virtud de tales privilegios pod ian salir al baIc6n can sus amae al punto de las
dos de la tarde, para reposar la comida, y los domingos
hasta las seis, si bien guardando una distancia respetuosel
en e1 extremo opuesto de la larga galevia de madera, especie de secretarios, encargados del triple portafolio de
ayas, camareras y amas de Haves, y otras cosas que pare'
dan pormenores domesticos de poco interes, Por esta
especie de criadas de jub6n y trenza suspiran hoy I;l.s fa'
milias de antiguo origen que no las tienen, y par ser una
cosa imposible de conseguirse; dejemoslas con sus deseos
y suspiros,para ocuparnos de 10 que en realidad existe.
Las criadas modernas pueden dividirse en cuatro clases
principales, a saber: copulativas, disyuntivas, condicionales y causales (y casi todas adversativas), ni mas ni menos
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CUADROS DE COSTUMBRES
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que las conjunciones en la lengua castellana. Pero para
no entrar en clasificaciones las designaremos como el ta'
baca de Ambalema, o como los vales ¿p deuda pública;
en criadas de la., 2a., 3a. y 4a., con sus correspondientes
intermedios o intersticios de que el perspicaz lector se ha'
rá cargo allá en sus adentros.
La criada de la. tiene cierto aire distinguido y de des.enfado adquirido con el roce de la buena sociedad; es
aseada y pulcra, y no se distingue de las señoras sino en
la falta de ciertas prendas del vestido. como los guantes
y la gorra. Por lo demás, su traje es muy bien armado,
siempre limpio y de buenas telas, el peinado elegante y
esmerado, el porte airoso y coqueta. Su lenguaje tira a
culto, saluda con buenas y corteses pahbras, a todos da
el tratamiento republicano de usted, y a los inferiores el
presidencia'! de vos, equivalente de tú. Si se ofreec. habla
de Europa, aunque al oído, como dicen los músicos, y
agrega que el señorito había ido entre el paquete y entre
el vapor hasta Santo Tomás; que había escrito de Animalia, y que pasa.ría de París a Francia y de Inglatf't'r3 a Londres. para embarcar~·p en Tautánton, y que volvería por
los Estados Unidos de Nu Yoro
Esta, si sale buena de cuerpo y alma, es criada de des'
empeño, y la señora descansa en ella como en su brazo
derecho. o su alter ego, para hablar más claro y de modo
que todos nos entiendan. Su ministerio doméstico le im'
pide llevar recados, ir a misa con la señora, o al mercado
los viernes: eso se queda para las de ef:caleras abajo, y
ella se reputa como la subsecretaria, procuradora y dele'
gataria; en una oalabra el fac totum de la cit~ one dice el
Barbero de Sevilia, y que yo agarro po,- In" cabellos, y en'
sarta o inserto aquí, para que los aficion:Jdos no se quejen
de falta de latines; hablo de los' aficionados a los textos
y a la música, no de los aficionados y la sujeta materia de
este artículo.
Las de segunda clase son flotantes, y a falta de intere,
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ses que acumular, acumulan un buen caudal de noticias y'
conocimientos practices que se comunican unas a otras, y
que circulan de casa en casa en forma de historias, anecdotas y relaciones. Lo de flotantes les viene de que no
tienen asiento ni estabilidad en parte alguna, ni mas carifio por sus amos que el interes de ganar el mes, y de
escamotear todo 10 que pueden. Esta es la regia general;
pero hariamos grave injuria a algunas de estas mercurias
si no las presentasemos como honrosas excepciones , An'
dan, pues, como digo, de casa en casa, en continua alter'
nabilidad y perpetuo cambio, ni mas ni menos que en e1
juego de l.hay candela? de suerte que algunas tienen dificultad para ha!lar colocaci6n; y en esto asemejan mucho
a los empleados publicos. Esta clase es la que lleva, 0
debia llevar, el peso de la casa; ellas son las que hacen
mandados, y por una via suelen hacer nos 0 mas, es de'
cir, ver al amante, a la comadre y dar e1recado. Tambien
r-orinan , ha.rren . ~Jminon;ln
v ~phnrh",n
j;l ,roPf!.
V
<i'n fin,
tienen a su cargo la generalidad de los oficios. Los do'
mingos salen a paseo, y no es raro que de este pasen, sin
cambiar de traje ni decoracion, a algun bailecito de barrio, donde lucen las habilidades que han aprendido de
las senoritas de la casa, echando sus manes de polka, redowa, mazurka y otros bailes modernos que han penetrano V;l en lns suhurhios
V Sf' h",nnf'morT;lth;lClo_
En 10 general son descalzas de pie y nierna, !levan man'
tilla de pafio, y los domingos sombrero de jipijapa con
vistosas y anchas cintas de colores. Se esponjan como las
senoras, y al caminar hacen un ruido como el del huracan. Tienen sus f6rmulas para los recados, y estropean pasablemente la lengua castellana:
-Mi
senora la manda saludar a sumerce; que desea
que no haya novedad, etc., y sigue el dialogo por este
estilo:
-iY como estan par alla?
-La senorita ha estado bastante mala. casi de muerte,
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-Oiga!, no sabía; ¿y qué ha tenidn?
-Una especie de afectación al pulmón, que se ha vis,
to malísima. Ha estado disputando sangre.
-¿Y los niños?
-El chiquito también ha estado enfermo con una ilusión que le ha salido en las corvas.
Esta jerga entre culta y bárbara, en que mezclan los
resabios de la primera edad con las palabras cogidas al
vuelo a las gentes que entran a la casa, y a los mismos
dueños de ella, es el lenguaje propio d¡> las criadas que
antiguamente se llamaban filáticas, pa1"bra que significa mucho, y que probablemente se ha slIstituído a filatera.
Esta clase asciende un grado cuando de una casa acomodada pasa a otra que no 10 es tanto, y en ésta viene a
hacer el papel de premiére, como llaman al ministro principal de las monarquías.
Por 10 regular tienen algún cernícalo que las persigue,
es a saber alguna enemiga gratuita (criada de otra casa),
que las acosa y atormenta, y dondequiera que se encuentran hay alguna escena serio-jocosa de insultos y amenazas, apodos y dicharachos. Esta enemiga es la que las
desacredita y la,s deshonra y tizna su reputación de criadas honradas, aunque les pese el decido, que han servido
en buenas casas.
Suelen despedirse a la francesa de las casas donde sirven, y entonces dejan la cama, la ropa y todos los demás
corotos. qne redaman I1n;:ln :-1o~ ~p.m;:ln;:l,"
:-1f',~Pll';,". 'Entre
el ajuar va por supuesto lo que la señora les ha regalado
en los dos o tres meses que han estado en la casa, porque
la tal criada se presentó como el paje de San luan (palabras textuales de las señoras, que sabrán quién eri ese
paje) .
las de 3a. son por lo general, una especie de atachées
o suplentes de las otras. En sus costumbres y en SU!! ocupaciones participan de la clase superior y de la inferior:
así llevan el tapete y van al mercado, como aprietan r1
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corse a la senora, en un caso apurado, y por falta ternporal 0 absoluta de la propietaria en el destino. Siempre
estan llenas de mugre; el delantal es de cafiarnazo, y las
enaguas, aunque de zaraza, no revelan e1 color ni 1a pinta
que tuvieronen un tiempo, De esta clase y de la 2a. sue'
len salir las amas de brazos y las amas de leche, cuando
para este ministerio no se buscan expresamente en el cam'
po. Casi siempre son coadjutoras 0 secretarias de las co'
cineras, y las alivian no poco en las faenas de encender
el homo, limpiar las papas, moler y fregar ,
Vienen, por ultimo, las que en las casas de larga familia y numerosa servidumbre ocupan el mas bajo escal6n
en la jerarquia servil, 0 sean las ete 4a. clase. Estas salen
de la infima del pueblo, con perd6n de la igualdad de la
democracia, y son el non plus ultra de la mugre, desaseo
y estupidez , Visten de frisa oscura y Iienzo del Socorro;
la cabeza, semejante a la de Medusa, causa espanto y horror; tal es su desgrefio , Aquel enredo inextricable de crines negras e indomables, s6lo puede compararse a alguno
de esos pleitos que en los juzgados y notarias dan ocupacion y alimento a la larga familia de abogados, leguleyos,
jueces, gendarmes y aficionados. Empufiando en una mano la cafia con un cuerno despuntado en la extremidad
y sosteniendo con la otra el cargador en que va la mucura,
este ente, medio racional, medio bestia de carga, va y vie'
ne a la fuente publica diez veces al dia, y en cambio recibe algunos cuartillos y un bocado de pan; 0 bien trae a
las costillas los canastos y costales del mercado a la casa,
si es que no se va con ellos para la suya, que algunas veces sue1e equivocar la direcci6n, y en vez de tomar para
e1 Norte toma para el Sur, y deja a la senora, 0 a la que
hace sus veces, mirando para todos lados
Estas son las que sacan la basura de la casa, deshierban
la calle y hac en todos los oficios mas humildes y viles. En
fin, digamoslo con dolor de nuestro corazon, 0 mas bien
de nuestro estomago, de entre estas projrmas de los, calca-
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ñares rajados, salen las panaderas y las que venden colación, carne, manteca, salchichas y otras muchas cosas de
la factura y conocimiento culinario.
Hasta aquí hemos considerado la criada pedestre; si hu,
biéramos de considerar la ecuestre, sería necesario capítu,
lo aparte y un lienzo por separado para pintar este cua'
dro. Omito por lo mismo hablar del antiguo sillón con
cabos de plata, l'elegado a la historia y a uno que otro
caso excepcional que se encuentra en d camino de Chi,
quinquirá. Sólo las criadas viejas y alguna campesina rica
usan de esta montura, muy cómoda para las que ven con
las orejas y no con los ojos, y reducida ya a la mayor sen,
cillez r~publicana posible. Estas equitadoras de la escue,
la antigua, con su gran ruana pastusa, su sombrero de hu'
le, colorado o negro, y su látigo en 1a mano derecha, ase'
gurado a la muñeca con un hiladillo, hacen con los brazos
un ejercicio muy saludable, alternando una sofrenada con
la mano izquierda y un latigazo con la derecha, y llevan
el compás como el mejor músico.
Las demás criadas son todas de galápago; y da gloria
vedas a caballo. En las excursiones y paseos (y qué fami,
lia no los hace cada año!), el procedimiento es éste: se
toma un rocinante de cualquier color y hechura, y si es
tuerto, mejor, porque entonces las probabilidades de que se
espante disminuyen un cincuenta por ciento; se les echa
encima un fuste o momia, llamado galápago, que más pa,
rece un jamón curado al humo, teniend(\ cuidado de colo,
car un manojo de tamo sobre una almohadilla que tiene el
mocho en el lomo; y encima de ambos ¡;e coloca la criada,
entre risueña y temblorosa, dando un salto desde el pre'
til, porque el pie no le cabe en el estribo, que fue de una
de hs señoritas. Hé aquí un todo compuesto de tres pie'
zas homogéneas. iQué grupo tan interesante ... ! Al quinto Jati!ZdZocomienza a moverse el caballo lentamente, y
como un huque que ha levado el ancla; v. como si tuviera
niguas en las patas, va saliendo con mucho tiento y cuida'
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BIBLIOTECA ALDEANA DE COLOMBIA
do hasta dar con piso blando. A un nuevo rec1amo de la
jineta salen los tres came1l6n abajo, con un movimiento
de trepidaci6n tan suave que bien pudiera ir tocando e1
chinesco sin .esfuerzo de ninguna clase.
Seria interminable decir cuantas paradas y detenciones
hacen en el camino, a cuantas casas se meten sin ser con'
vidadas, y aun sin anunciarse, s610 porque e1 acongojado
rocinante busca un poco de sombra, 0 por habito que ha
contraido , No acabaria si quisiera enumerar las veces que
es preciso apretar la cincha, coser la grupera, asegurar la
barbada, acortar e1 freno, recoger del suelo los atillos y
envoltoriosque
van bailando, el sombrero, el foete 0 el
sudadero; y en fin, los gritos y aspavientos, y las reconvenciones de las compafieras de viaje porque cuando corre
el caballo suelta las riendas, y cuando salta un vallado las
atiranta., Niseria facil decir cual de des dos, caballo 0 jinete, llegan mas molidos y matados a la posada, en donde
dejaremos al lector para que averigiie este punto, encargandole que madruge si ha de seguir el viaje con nuestra
heroina.
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INDICE
Págs.
Coloquio de los wes auto~es que figuran en este volumen
5
Cuadros de costumbres
Rafael Eliseo Santander:
Las fiestas de mi parroquia
La Calle Honda .....
Historia de unas viruelas .
El raizalismo vindicado .
Los artesanos
.
La Nochebuena
.
19
33
41
59
71
89
Juan Francisco "Ortiz:
Motivo por el cual
Una taza de chocolate
103
115
José Caicedo Rojas:
El tiple
.
El Duende en un baile .
Las criadas de Bogotá .
129
141
159
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