La verdad acerca de la grandeza

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Sermón expositivo
Lecciones para andar como Jesús anduvo
La verdad acerca de
la grandeza
(Marcos 9.30–50)
Joe Schubert
A todos nos gustaría ser conocidos, o por lo
menos recordados, como grandes personas. La
grandeza produce diferentes ideas en cada uno de
nosotros. Todos tenemos en nuestras mentes una
idea de qué es la grandeza para nosotros, y
estamos tratando desesperadamente por hacer
realidad esa idea. Puede que esa idea sea un deseo
del subconsciente, sin embargo se mantiene allí. La
grandeza es para nosotros una combinación de
nuestros valores, esperanzas, ilusiones y más
profundas aspiraciones.
El cristiano se forma su idea de grandeza en
relación con las enseñanzas de Jesús, nuestro
Señor. Dejamos que sea Él quien defina nuestra
idea de grandeza. A Jesús no le impresionaban las
medidas de grandeza de los seres humanos, pues
Su idea de grandeza tomó una dirección
totalmente diferente. A los discípulos de Jesús les
costó aceptar esa verdad. No podían entender la
clase de reino que Jesús había venido a
establecer. Todavía estaban pensando en términos
de un reino terrenal que se establecería en Jerusalén,
del cual Jesús sería el gran gobernante mundial
que dirigiría a la nación de Israel en campaña
triunfante y victoriosa sobre todos los adversarios
y enemigos de ella. El único asunto que parecía
preocuparles era la posición que ocuparían dentro
de ese reino. Una y otra vez Jesús trató de decirles
que Él sería un Mesías en una cruz, y que Su
victoria sería una victoria sobre la muerte. En
Marcos 9, les habló de Su muerte y resurrección.
Dice Marcos:
Habiendo salido de allí, caminaron por
Galilea; y no quería que nadie lo supiese. Porque
enseñaba a sus discípulos, y les decía: El Hijo
del Hombre será entregado en manos de
hombres, y le matarán; pero después de muerto,
resucitará al tercer día. Pero ellos no entendían
esta palabra, y tenían miedo de preguntarle
(vers.os 30–32).
Se desprende claramente de este relato que
Jesús eligió deliberadamente evitar las muchedumbres cuando pasó por Galilea de regreso
a Capernaum. La razón por la cual evitó las
muchedumbres es porque deseaba estar a solas
con Sus discípulos: «[…] no quería que nadie
lo supiese. Porque enseñaba a sus discípulos
[…]». En todos los evangelios se observa que las
enseñanzas de Jesús estaban dirigidas a estos doce
hombres. Deseaba, ante todo, impartirles la verdad
a ellos.
En el anuncio que hace en Marcos 9 acerca de la
cruz, se agrega un nuevo elemento que no se había
mencionado anteriormente en las palabras que
Jesús dijo a los discípulos. Esto fue lo que dijo al
final del versículo 31: «El Hijo del Hombre será
entregado en manos de hombres, y le matarán;
pero después de muerto, resucitará al tercer día».
La anterior fue para los apóstoles una clara
insinuación en el sentido de que la manera como
Jesús sería entregado en manos de Sus enemigos
constituiría un acto de traición humana. No sé lo
que esto significó para Judas, que oyó lo que se
dijo, pues la Biblia no lo dice. Pero lo que sí sabemos
es que Jesús sabía desde el comienzo mismo lo que
sucedería.
Marcos recoge la reacción de los apóstoles:
«Pero ellos no entendían esta palabra, y tenían
miedo de preguntarle» (vers.o 32). Cuando uno lee
por primera vez ese versículo, tiene la tendencia a
interpretar que la razón por la que los apóstoles
tenían miedo de preguntarle a Jesús acerca del
asunto, era que tenían temor de ser reprendidos y
castigados por hacer una pregunta. Sin embargo,
llama la atención que Jesús jamás reprendió a
persona alguna por hacer una pregunta. Fue por su
falta de fe que Jesús reprendió a los discípulos.
Los reprendió una y otra vez por seguir siendo
incrédulos a pesar de todas las cosas que habían
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visto y experimentado. Sin embargo, ni una sola
vez se menciona en los evangelios que Cristo
reprendiera a alguien por hacer sinceramente una
pregunta. Ese no pudo haber sido el temor que los
apóstoles tenían en su corazón.
Una mejor manera de entender este versículo
es comprender que los discípulos no le preguntaron
más a Jesús acerca de la traición y muerte de que
sería objeto en Jerusalén, porque no deseaban saber más de ello. Tenían temor de lo que podrían
descubrir sobre este anuncio que consideraban tan
desagradable para sus pensamientos.
A menudo somos como los apóstoles, ¿verdad
que sí? Cuando alguien toca un tema que no nos
gusta, a veces decimos: «Mejor hablemos de otra
cosa». Hay momentos en los que seguimos la
táctica del avestruz, que entierra su cabeza en la
arena, y creemos que si evitamos mirar algo y no
hablamos de ello, de algún modo desaparecerá.
Pero Jesús confrontó a los apóstoles continuamente con la ineludible realidad de la cruz, aun
cuando no la entendían, aun cuando no
deseaban verla y aun cuando tenían temor de
preguntarle más acerca de lo que estaba tratando
de decir.
La razón por la que los apóstoles no deseaban
analizar con mayor detenimiento lo que Jesús estaba
diciendo residía en la actitud que ya ellos, a estas
alturas, abrigaban en sus corazones, actitud que
Marcos nos revela:
Y llegó a Capernaum; y cuando estuvo en casa,
les preguntó: ¿Qué disputabais entre vosotros
en el camino? Mas ellos callaron; porque en el
camino habían disputado entre sí, quién había
de ser el mayor.
Este pasaje nos muestra cuán lejos estaban los
apóstoles de entender qué clase de Mesías había
venido a ser Jesús. En el mismo momento que Jesús
se encontraba en camino a la cruz, ellos estaban
disputando quién había de ser el mayor en el
nuevo y glorioso reino de Dios. Cuando les
preguntó qué disputaban no dijeron nada. Su
silencio era el silencio de la vergüenza. No tenían
defensa.
Jesús tomó muy en serio esta conversación.
Dice Marcos que llamó a los doce aparte, se sentó
y comenzó a enseñarles la verdad acerca de la
grandeza. En todos los versículos que restan de
Marcos 9, Jesús explicó muy claramente mediante
un ejemplo, a Sus discípulos (y a nosotros), cómo
podían llegar a ser grandes personas.
Puedo detectar por lo menos cinco distintas
dimensiones de grandeza que menciona Jesús.
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Analicemos cada una de éstas y apliquémoslas a
nuestras propias vidas.
I. LA DIMENSIÓN DE SERVIDOR
En primer lugar, Jesús dijo que una gran persona es la que sirve a los demás: «Entonces él se
sentó y llamó a los doce, y les dijo: Si alguno quiere
ser el primero, será el postrero de todos, y el servidor de
todos» (vers.o 35; énfasis nuestro). Ya alguien lo
dijo: «Las prioridades de la vida de una gran persona son fijadas por las necesidades de los demás».
Piense en la anterior afirmación un momento.
Alguien dijo que nuestro servicio a los demás es el
interés que pagamos por la vida que Dios nos ha
prestado. Lo que les suceda a los demás por medio
de nosotros constituye para Cristo una evaluación
para medir la grandeza.
Jesús respaldó con una ilustración la anterior
verdad. Pasó a darnos en los versículos que
siguen una parábola viviente para dar a entender
claramente lo que quiso decir. Dice el texto que
tomó a un niño (vers.o 36), lo cual sugiere que se
encontraba en ese momento en la casa que Pedro
tenía en Capernaum. Jesús tomó a un niño y lo
puso en medio de ellos y les dijo en el versículo 37:
«El que reciba en mi nombre a un niño como este,
me recibe a mí; y el que a mí me recibe, no me recibe
a mí sino al que me envió».
Al escoger a un niño para ilustrar el punto de lo
que estaba diciendo, Jesús escogió a alguien
bastante insignificante, a alguien que no tiene título,
ni prominencia, ni riquezas, ni influencia, ni peso
en el mundo. Allí estaba el niño, solo, en medio de
ellos, y Jesús les dijo intencionadamente al tiempo
que los ojos de ellos se fijaban en el niño: «El que
reciba a este niño, me recibe a mí».
La anterior es una penetrante e inquietante
verdad. Jesús, como ya usted lo sabe, a menudo
usó niños como ejemplo de lo que una persona
debía ser para entrar en el reino de los cielos. Usó
a los niños pequeños para ilustrar lo que sucede a
los valores y normas por los que nos regimos
cuando comenzamos a tomar en serio el reino de
Dios. Este niño simbolizaba a todas las personas
indefensas del mundo que nos necesitan y que no
nos pueden retribuir absolutamente nada, excepto
la promesa de que lo que hagamos por ellas, lo
hacemos por Cristo. Cuando uno se pone a pensar
en ello, ésta es una promesa bastante buena,
¿verdad que sí?
En ese momento, Marcos dice que Juan interrumpe a Jesús. Podríamos pensar que es Pedro el
que se adelantaría con tal interrupción. Sin embargo, en esta ocasión no lo es. Aunque usted no lo
crea, es Juan —el emotivo y contemplativo Juan.
En Marcos 9.38–40 se nos da a conocer la índole de
la interrupción:
Juan le respondió diciendo: Maestro, hemos
visto a uno que en tu nombre echaba fuera
demonios, pero él no nos sigue; y se lo prohibimos, porque no nos seguía. Pero Jesús dijo:
No se lo prohibáis; porque ninguno hay que
haga milagro en mi nombre, que luego pueda
decir mal de mí. Porque el que no es contra
nosotros, por nosotros es.
Es difícil precisar con exactitud lo que Jesús
haya dicho y que provocara que Juan saliera con
tal interrupción y que mencionara un incidente
que había ocurrido anteriormente. Algunos han
sugerido que fue la mención que hizo Jesús
en el sentido de recibir a un niño en Su nombre.
Pero, lo que sea que haya dicho, lo cierto es
que Juan interrumpió a Jesús y le habló de este
incidente. Dijo: «Maestro, cuando vimos a ese
hombre echando fuera demonios en Tu nombre, le
dijimos que no lo hiciera, porque no pertenecía a
nuestro grupo. No era uno de nosotros. No era uno
de los que andaban viajando con el grupo de los
apóstoles. Era parte de algún grupo o movimiento
del que no sabemos nada. Le dijimos que dejara de
hacerlo».
Podemos percibir que en cierta medida hay
celos de parte de los apóstoles. Aparentemente,
Jesús no sabía nada acerca de este hombre, sin
embargo Él no se mostró celoso. No llamó a los
discípulos a una sesión especial de planeamiento
en la que se aprobara alguna estrategia para
detener a este hombre. No manifestó preocupación alguna porque a esas alturas este
hombre pudiera haber ganado mayor popularidad
y haber obtenido mayor cantidad de seguidores
que Él. En lugar de lo anterior, dijo: «No se lo
prohibáis; porque ninguno hay que haga milagro
en mi nombre, que luego pueda decir mal de mí.
Porque el que no es contra nosotros, por nosotros
es» (vers.os 39–40).
Los apóstoles estaban tratando de que todo el
bien se encauzara a través de ellos. Pero Jesús, en
Su respuesta, insistió en que no nos corresponde a
nosotros controlar la obra de los demás. Eso le
corresponde a Dios, y Dios velará por ello de la
manera como Él lo sabe hacer.
Después de responder a la interrupción, Jesús
volvió al punto principal de lo que estaba diciendo,
en el sentido de que se considera grande al que es
servidor de la gente. En el versículo 41 añadió: «Y
cualquiera que os diere un vaso de agua en mi
nombre, porque sois de Cristo, de cierto os digo
que no perderá su recompensa». Una gran
persona sabe que toda bondad que se haga al
pueblo de Dios no perderá su recompensa. No
pasa desapercibida para Dios.
Note cuán sencillo el regalo puede ser. Éste es
un vaso de agua. No se nos pide que hagamos a
otro un favor grande, para el cual tal vez no
tengamos capacidad. No se nos pide que demos
nada difícil sino algo sencillo: un vaso de agua. La
primera característica de grandeza es, entonces,
que una gran persona es servidora de los demás.
II. LA DIMENSIÓN DE LA INFLUENCIA
La segunda característica de la grandeza es
presentada de seguido en el versículo 42. Jesús
dijo: «Cualquiera que haga tropezar a uno de
estos pequeñitos que creen en mí, mejor le fuera si
se le atase una piedra de molino al cuello, y se le
arrojase en el mar». La frase «estos pequeñitos que
creen en mí», incluye no sólo a los niños, sino
también a todos los que son principiantes en la fe.
Así, la segunda cualidad de una gran persona
es su amabilidad para con los principiantes. Es
de suma importancia para el Maestro lo que
nosotros hagamos para ayudarles o estorbarles
a los cristianos novatos. Nuestra grandeza se
expresará en la capacidad que tengamos para
alimentar tiernamente a los que están dando sus
primeros pasos en la fe. Cuando uno no da aliento
a un principiante, o le hace pecar, incurre en la más
severa condena de Cristo. Dice Él que lo mejor
sería que se le atara una piedra de molino al cuello,
y se ahogara en el mar, antes que hacer pecar a un
principiante en la fe.
Esta referencia nos recuerda un método de
ejecución que precisamente usaban los romanos
en el siglo I. Ellos tomaban al criminal y le ataban
una enorme piedra de molino al cuello y lo
arrojaban de un barco a las profundidades del
mar. Captemos todo el impacto del mensaje de Jesús.
«Mejor le fuera —dice Él—, si muriera trágicamente, ejecutado como un criminal ordinario, que
si maltratara o indujera por mal camino a un
principiante en la fe».
Esto me dice que es un asunto sumamente serio
que una persona en Cristo maltrate a un discípulo
débil, que ande flaqueando y sea inexperto. Todo
el celo, fervor o dedicación que se puedan tener, no
justificarán ni superarán la actitud descuidada y el
espíritu de crítica del que pone tropiezos en el
camino del cristiano novato. La seria advertencia
que se hace en este pasaje debería hacer que cada
uno de nosotros trate con cuidado y con amabilidad
la inmadurez de los cristianos novatos. No se quiere
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decir con esto que no debemos enseñarle al creyente
novato todo lo que necesita saber para ser agradable
a Dios. Se le debe enseñar la voluntad de Dios en
todos los campos. Si no se la enseñamos, no
habremos cumplido nuestra responsabilidad para
con él. El punto de lo que Jesús está diciendo es que
tal cristiano es débil, inexperto, inmaduro, y que
cuando le enseñamos, debemos enseñarle con
amabilidad y cuidado. Debemos principalmente
darle un buen ejemplo, para no hacer que tropiece
por la vida que vivimos. Una gran persona es la
que trata correctamente a los principiantes.
III. LA DIMENSIÓN DE LA CONCIENCIA
Jesús siguió hablando para aplicar el mismo
punto a nosotros mismos. Así como nos debe
preocupar el crecimiento espiritual de los recién
convertidos a Cristo, también nos debe preocupar
nuestro propio crecimiento espiritual. Si en el
camino que nos lleva a la madurez espiritual se
encuentra algún estorbo, éste debe ser quitado
para que podamos crecer y llegar a ser la persona
que Dios se propuso que fuéramos al crearnos. Así,
la tercera característica de una gran persona es que
debe aprender a discernir el pecado en su propia
vida.
Dice Marcos que esto fue lo que Jesús dijo:
Si tu mano te fuere ocasión de caer, córtala;
mejor te es entrar en la vida manco, que teniendo
dos manos ir al infierno, al fuego que no puede
ser apagado, donde el gusano de ellos no muere,
y el fuego nunca se apaga. Y si tu pie te fuere
ocasión de caer, córtalo; mejor te es entrar a la
vida cojo, que teniendo dos pies ser echado
en el infierno, al fuego que no puede ser
apagado, donde el gusano de ellos no muere, y
el fuego nunca se apaga. Y si tu ojo te fuere
ocasión de caer, sácalo; mejor te es entrar en el
reino de Dios con un ojo, que teniendo dos ojos ser
echado al infierno, donde el gusano de ellos no
muere, y el fuego nunca se apaga (vers.os 43–48).
La grandeza es, entonces, resolución. Es darle
prioridad a nuestra relación con Dios por encima
de todo hábito, costumbre o peculiaridad de
nuestras vidas. Si hay algo que nos resta eficacia en
nuestro servicio para Él, debemos cortarlo, dijo Él,
y deshacernos de ello.
Cuando leemos tales palabras, decimos: «¿Está
diciendo Jesús que literalmente he de cortar la
mano, el pie o he de sacar el ojo?». Nos causa
espanto tal idea. El punto de lo que el Señor está
diciendo es simplemente este: Por más trágico que
pueda parecer el perder una mano, un pie o un ojo
del cuerpo físico, tal tragedia es absolutamente
nada en comparación con la pérdida de mi alma en
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el infierno. Lo que sea que a nuestro alrededor esté
haciéndonos ineficaces en nuestro servicio para Él,
debemos desecharlo, suprimirlo de nuestra vida, y
tomar en serio el deshacernos del pecado en nuestra
propia vida.
Estas palabras me obligan a hacer un
inventario de mi vida. ¿Qué es lo que continúo
diciendo o haciendo que me impide ser fiel y
humilde a la voluntad del Señor? ¿Qué pecados
estoy permitiendo que sigan sin ser restringidos en
mi vida? ¿Cuán serio soy? ¿Cuán sincero soy en la
manera como manejo el pecado en mi vida? Una
gran persona es la que juzga el pecado en su vida
y le da prioridad a su relación con Dios por encima
de todo lo demás.
IV. LA DIMENSIÓN DE LA PERSEVERANCIA
En cuarto lugar, una gran persona persevera
ante la dificultad. Esta cuarta característica de la
grandeza está contenida en una de las afirmaciones
más difíciles que Jesús haya hecho. Se trata de
unas breves palabras que se encuentran en el
versículo 49: «Porque todos serán salados con
fuego». En las Escrituras el fuego representa a
menudo la persecución. Pareciera que es la mejor
interpretación de lo que Jesús está diciendo
aquí, especialmente a la luz del contexto. Se está
refiriendo a las persecuciones y problemas que
invariablemente enfrenta el discípulo cristiano.
«Porque todos serán salados con fuego», dijo Él.
Cuando tomamos con seriedad el seguir a Jesús,
ciertas persecuciones, dificultades y problemas van
a venir. Puede contar con ello. Fue el apóstol Pablo
el que declaró en 2a Timoteo 3.12: «Y también todos
los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús
padecerán persecución». En vista de que todos la
padecerán, bien podríamos esperarla y prepararnos
para ella. Pareciera como si Jesús estuviera diciendo
que Sus seguidores serían perseguidos. La grandeza
es, entonces, a menudo atemperada por los fuegos
de la dificultad.
Cuando pensamos en la persecución, nos
imaginamos la persecución violenta. Esa es una
clase de persecución que la mayoría de nosotros no
conoceremos. Espero que ya hayan pasado en su
mayor parte los tiempos de la persecución violenta
para las personas cristianas. Puede que vuelvan.
Ya volvieron en ciertos países, pero para los
creyentes estadounidenses, por lo menos, tales
tiempos parecen haber quedado en el pasado. Pero
hay otras clases de persecución que podemos
padecer. A menudo se nos presentan problemas, y
muchas veces esto sucede cuando nuestros valores,
normas y nuestra fidelidad a Jesús entran en
conflicto con los valores y normas del mundo.
Esa clase de conflicto es tan genuino como la
persecución, aunque no tan violento, como la
clase de problemas que los cristianos del siglo I
experimentaban. Pero una gran persona, dice Jesús,
sabe cómo manejar los problemas porque ya ha
resuelto el asunto más importante que tiene que
ver con ser un varón o una mujer de Dios, y se
mantiene firme en ese compromiso cuando el fuego
de los problemas sobreviene.
V. LA DIMENSIÓN CONSERVANTE
La última descripción de la grandeza tiene que
ver con la sal. Los últimos dos versículos del
capítulo 9 dicen: «Buena es la sal; mas si la sal se
hace insípida, ¿con qué la sazonaréis? Tened sal en
vosotros mismos; y tened paz los unos con los
otros». Una gran persona tiene una influencia
ennoblecedora en los demás. Jesús les dijo a los
discípulos anteriormente: «Vosotros sois la sal de
la tierra». Así como la sal era un conservante
y un purificante de toda sustancia a la que se le
aplicara, el discípulo cristiano es el purificante
moral del mundo. Impide que la vida en el
mundo se corrompa totalmente. También purifica
en el sentido de que ennoblece, por medio de su
influencia, las vidas de los demás. Así como la sal
conserva y purifica, la influencia cristiana conserva
y purifica nuestra sociedad. Una gran persona se
conoce, entonces, por la noble e inspiradora
influencia que ejerce en el mundo.
CONCLUSIÓN
La anterior es, entonces, la receta de Cristo
para la grandeza. En primer lugar, una gran
persona será servidora de la gente. En segundo
lugar será amable con los principiantes. En tercer
lugar será capaz de juzgar el pecado en su propia
vida y sabrá qué hacer con éste. En cuarto lugar,
perseverará cuando se encuentre ante la dificultad.
Y en quinto lugar, una gran persona tendrá una
influencia ennoblecedora e inspiradora en las
demás personas.
No suena mucho como los valores del mundo,
¿verdad que no? Pero, ¿por qué debería? El mundo
nunca ha entendido las verdaderas cuestiones de
la vida.
Jesús bosquejó un enfoque de la grandeza, que
se encuentra dentro del alcance de todos nosotros.
Si Dios puede decir al final de la vida de uno en la
tierra: «Esta fue una gran persona», entonces
recibirá la recompensa de las recompensas: la vida
eterna con todos los grandes del cielo.
Yo creo que usted desea pertenecer a ese grupo.
Usted puede pertenecer a ellos si hace del camino
de Dios el camino de Su vida.
©Copyright 2003, 2006 por La Verdad para Hoy
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