El carbonero-alcalde - Biblioteca Virtual de Andalucía

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P E D R O A N T O N I O DE A L A R C O N
El carbonero - a l c a l d e
UNA
NOVELA
HISTÓRICA
COMPLETA
50
CÉNTIMOS
NOVELAS Y CUENTOS N O T A S
LITERARIAS
EDITADA
POR
E c o de Occidente", que escribía en colabo-
La condesa de Noailles publicó en l a "Rev i s t a de P a r í s " un largo e interesante relato con el título "El libro de má vida.
Adolescencia".
La historia comienza con la m a r c h a a
Montecarlo. L a s p r i m e r a s líneas dan el
tono de aquellos recuerdos, llenos de vida
y de sensibilidad.
"Iba
a cumplir quince años cuando el
desorden y l a libertad penetraron en mi
vida a l a s a l i d a de l a pleuresía g r a v e que
a c a b a b a de a f e c t a r la salud de mi hermana.
U n médico concienzudo afirmaba que
el invierno de P a r í s , que nos e r a habitual,
d a ñ a r í a a mi hermana; tal otro, a m i g o
leal, p r o c l a m a b a que únicamente el clima
templado del Mediodía podía remediar aquel
estado de consunción."
Y este otro comentario sobre la "Condenación de F a u s t o " , la obra m a e s t r a de Berlioz, "que hace entender el hielo de la vejez
humana, dispuesta a vender su a l m a p a r a
volver a encontrar el verdor de los años ligeros y triunfantes".
ración con su paisano y a m i g o el novelista
* * »
x&doJfoL A R R A , 6. - A p d o . 4.003. - M A D R I D
Direc. teléf. y teleg. J O S U R - M A D R I D - Teléf. 30906
Número
suelto,
50
céntimos
Pedro Antonio de Alarcón
Nació en la ciudad de Guadix, de la provincia de G r a n a d a , el 10 de m a r z o de 1833,
y e r a descendiente de una a n t i g u a y noble
familia que perdió casi toda su fortuna durante la g u e r r a de la Independencia.
Hizo sus estudios en Guadix y Granada,
donde se g r a d u ó de bachiller a los catorce
años y comenzó la c a r r e r a de Leyes. Por
entonces publicó una revista titulada "El
Torcuato T a r r a g o . A los veinte años abandonó l a c a s a p a t e r n a y m a r c h ó a Cádiz, y
*En
Newshead Abbey, residencia familiar
del poeta, h a sido inaugurado por Venizedonde presentó al editor de "El diablo mun- los el Museo Byron.
Newshead fué una de las tres a b a d í a s
do" dos mil versos, que no fueron a c e p t a fundadas por Enrique I I en expiación del
dos.
asesinato de T o m á s Beckett.
Dirigió un periódico satírico llamado "El
E s t a a b a d í a fué adquirida por Byron
Látigo", que le llevó a un duelo con el escri- cuando la disolución de las comunidades
tor G a r c í a de Quevedo, de cuyo lance salió religiosas bajo Enrique VIII.
con vida g r a c i a s a la caballerosidad de Gar-
un m e s m á s tarde se t r a s l a d ó a Madrid,
cía de Quevedo, que disparó su pistola al
aire. A partir de entonces se apaciguaron
s u s sentimientos exaltados, y s e trasladó a
S e g o v i a p a r a dedicarse exclusivamente a la
literatura. Colaboró en numerosos periódicos y revistas, donde eran m u y apreciados
s u s cuentos y sus crónicas, de brillante estilo. Cuando estalló la g u e r r a de África,
Alarcón sentó plaza de simple soldado p a r a
relatar la c a m p a ñ a . S u famoso libro "Diario de un testigo de la g u e r r a de África" lo
escribió durante l a s noches, en u n a serie ds
c a r t a s que coleccionó después.
Nuevamente volvió a l a política, y alternó la representación p a r l a m e n t a r i a con los
trabajos
literarios. Representó
a España
como ministro plenipotenciario en S u e c i a y
Noruega, y en 1875 se le nombró consejero
de E s t a d o .
Alarcón ocupa un l u g a r preeminente entre
los escritores españoles del siglo xix.
E n t r e sus obras pueden citarse, a d e m á s
de las mencionadas y a : "El sombrero de
tres picos", " L a Alpujarra", "El escándalo", " L a pródiga", "El final de Norma", "El
suspiro del moro",
"Amores y
amoríos",
"Cosas que fueron", "El capitán Veneno" y
"El
niño de la bola".
* **
En 1890, Stevenson y su familia se instalaron en una propiedad que habían adquirido recientemente en la montaña, detrás
de Apia, y que el novelista bautizó con el
nombre de V a i l i m a : "Cinco arroyos".
P o r aquella época escribía a sus parientes y a s u s amigos, especialmente a su tía,
m i s s J a n e Whyte Balfour, de la que habla
en "Child's Garden of Verses", p a r a darles
detalles sobre su existencia de colono.
E s t a s c a r t a s , a c o m p a ñ a d a s de dibujos
que habían sido cuidadosamente conservados,
fueron vendidas en Londres en pública s u b a s t a .
* * «
Cierto crítico francés, conocidísimo por
su virulencia en la censura, experimenta un
placer indecible atacando l a s obras de lo3
escritores a quienes conoce personalmente.
Se propone con ello reaccionar contra la
excesiva blandura de l a crítica contemporánea. Quisiera, sin embargo, que s u s víct i m a s no le g u a r d a s e n el m á s pequeño rencor.
D í a s antes de publicar un artículo que
había de debilitar la reputación de uno de
s u s "amigos", le escribió p a r a advertirle
de la noble finalidad que perseguía al a t a carle y p a r a esperar de él "que no por ello
se h a b r í a de interrumpir la cordialidad de
sus relaciones". Horas después recibía la siguiente respuesta:
"Muy querido a m i g o : L a primera vez que
le encuentre, es propósito mío tirarle al suelo de una bofetada. Confío plenamente en
que esto no comprometerá lo m á s mínimo
nuestra antigua y sincera amistad..."
* * »
Papiros valiosísimos han sido descubiertos en la Biblioteca Nacional de Viena. Dat a n del siglo II de nuestra era, y desde el
punto de vista religioso y erudito, poaeen
una importancia extraordinaria, y a que los
más
antiguos manuscritos conocidos proceden del siglo IV. El hallazgo comprende 190
hojas referentes a l Antiguo y el Nuevo Testamento. Otro manuscrito contiene textos
desconocidos de Teócrito. L a mayor parte
de este tesoro erudito ha sido adquirido por
el célebre coleccionista inglés S. Chester '
Beatty.
* « «
No hay una técnica propiamente dicha
de la novela. Existe una técnica propia a
c a d a novela, no transmisible. E l novelista
debe constantemente inventar su técnica, lo
que quiere decir que la obra que a c a b a de
escribir le enseña generalmente pocas cosas
sobre la manera como ha de ejecutar las
siguientes. El novelista es un poseso. Cuáles son los medios de hacer visibles los objetos de su obsesión es una cosa a la que
no puede responder nunca m á s que en función de esta obsesión y de su naturaleza.
Si hubiera una técnica de la novela, el arte
de escribir novelas sería una cosa que podría enseñarse.
* **
U n a señora americana residente en Berlín invita a cenar a un grupo de escritores
internacionales.
P o r casualidad, el único puntual es el señor B., escritor español.
—Es
extraño—dijo la señora de la c a s a
durante la comida—que, de todos loa invitados, haya sido puntual nuestro amigo español, del que menos se podía esperar.
—Señora—contestó el español a la señora americana—, aunque solemos ser impuntuales algunas veces, llegamos a tiempo p a r a descubrir América.
** *
El célebre matemático Hilbert era sumamente distraído. U n a noche en que el
matrimonio tenía invitados a cenar, se hallaban presentes todos a la hora indicada.
Todos menos Hilbert, que llegó una hora
más
tarde por haber olvidado el convite.
Inmediatamente se dirigió a su cuarto
p a r a cambiarse el cuello y la corbata.
Transcurrieron diez minutos, veinte, media
hora... H a s t a que subió la esposa a buscarle y lo encontró en la cama, durmiendo.
El distraído matemático había comenzado a desnudarse y siguiendo la costumbre
diaria lo hizo por completo y se metió en
la c a m a tranquilamente.
Illillillllllllllllllllllllllllllllllllllllllllll
lili lllüll
EL C A R B O N E R O - A L C A L D E
Por
I
PEDRO A N T O N I O DE A L A R C O N
haciendo e s p e r a r a los t r a n s p i r e n a i c o s
una pronta identificación de a m b o s pueb l o s ; y a bailaban n u e s t r a s abuelas... (es
decir, las abuelas de los n i e t o s de los
a f r a n c e s a d o s ; que no las m í a s , a Dios,
g r a c i a s ) , y a bailaban, digo, con los oficiales v e n c e d o r e s en Marengo, Austerlitz y W a g r a m , y aun había ejemplo de
que a l g u n a beldad despreocupada, con
peina de teja y v e s t i d o de medio paso,
que era la s u m a elegancia en aquel entonces, hubiese mirado con b u e n o s ojos
a e s t e o aquel granadero, dr^,_ n o húsar nacido en lejanas t i e r r a s ; y a extendían los curiales toda clase de documentos públicos en papel que había sido del
reinado de don F e r n a n d o VII, y al cual
se acababa de poner la s i g u i e n t e n o t a :
Valga para el reinado
del rey
nuestro
señor don José Napoleón I; y a se d i g n a b a n oír misa, los d o m i n g o s y fiestas da
guardar, aquellos hijos de Voltaire y de
R o u s s e a u , bien que los g e n e r a l e s y j e f e s
superiores la o y e s e n , como a t e o s de m á s
alta dignidad, arrellanados en los sillon e s del presbiterio y f u m a n d o en desc o m u n a l e s pipas... ( h i s t ó r i c o ) ; y a los
frailes de San A g u s t í n , San D i e g o , Santo D o m i n g o y San F r a n c i s c o habían consumido t o d a s las h o s t i a s c o n s a g r a d a s y
evacuado por fuerza sus c o n v e n t o s , para
que s i r v i e s e n de cuarteles a los g a l o s ;
ya, en fin, era todo paz v a r s o v i a n a , oficial a l e g r í a y e n t u s i a s m o bajo pena de
muerte en la a n t i g u a corte de aquellos
otros e n e m i g o s de Cristo que reinaron
en Guadix por la gracia de A l á y de su
P r o f e t a Mahoma.
Otro d a narraré los t r á g i c o s s u c e s o s
que precedieron a la e n t r a d a de los franceses en la morisca ciudad de Guadix,
para que se v e a de qué modo s u s irritados h a b i t a n t e s arrastraron y dieron
muerte al corregidor don F r a n c i s c o Trujillo, acusado de no haberse atrevido a
salir a hacer frente al ejército napoleónico con I03 trescientos p a i s a n o s ármal o s de e s c o p e t a s , sables, n a v a j a s y nonlas de que habría podido disponer para
lío...
Hoy, sin otro fin que indicar el estado
en que se hallaban las cosas cuando ocurrió el sublime episodio que v o y a referir, diré que y a era capitán general de
Granada el excelentísimo
señor
conde
don Horacio Sebastiani,
como le llamaban los a f r a n c e s a d o s , y gobernador de)
corregimiento de Guadix el general Godinot, sucesor del coronel de D r a g o n e s
de Caballería número 20, m o n s i e u r Corvineau, a quien h a b í a cabido la gloria
de ocupar la ciudad el 16 de febrero
de 1810.
D o s m e s e s habían p a s a d o desde esta
aborrecida fecha, y las t r o p a s de N a p o león s e g u í a n dominando en Guadix por
tal arte, que aquella tierra clásica de revoltosos y guerrilleros era y a u n a balsa
de aceite. A p e n a s se v e í a a l g ú n que otro
buen patriota ahorcado en los miradores
de las C a s a s Consistoriales, y y a iban
siendo m e n o s s o r p r e n d e n t e s ciertas misteriosas bajas del ejército i n v a s o r , ocasionadas, s e g ú n todo el mundo sabe, por
la manía en que dieron los g u a d i j e ñ o s ,
como otros m u c h o s e s p a ñ o l e s , de arrojar al pozo a s u s a l o j a d o s : comenzaba
II
ia plebe a chapurrear el francés, y h a s t a
los niños sabían y a decir didon
para
P u e s he aquí que, en tales circunstanllamar a los conquistadores, lo cual era cias, tuvo que cerrar s u s puertas el maclaro indicio de que la asimilación de es- tadero de Guadix por f a l t a de r e s e s que
pañoles y f r a n c e s e s adelantaba m u c h o . m a t a r . V a c a s , b u e y e s , terneras, carne-
/ ^ ^ \
ros, o v e j a s , cabras... ¡ t o d o s los g a n a d o s
del territorio habían sido y a devorados
por aquellas naciones, con m á s t o d o s los
j a m o n e s , espaldillas, pavos, pollos, gallinas, p a l o m a s y conejos caseros de la
ciudad, p u e s nunca se había v i s t o a seres
h u m a n o s comer t a n t a carnaza
a todas
horas!...
L a s g e n t e s del país, sobrias siempre a
fuer de s e m i a f r i c a n a s , s e g u í a n alimen-.
t á n d o s e con v e g e t a l e s crudos, cocidos o
fritos...; ¡pero el Conquistador n e c e s i t a ba carne, y carne fresca, y m u c h a , y
pronto!...
E n tal conflicto, recordó el general
f r a n c é s que el partido de Guadix se componía de v a r i o s pueblos, y que la m a y o r
parte de ellos se hallaban aún por conquistar.
— ¡ E s n e c e s a r i o — d i j o e n t o n c e s a sus
t r o p a s — q u e las á g u i l a s del Imperio se
e x t i e n d a n por t o d a s p a r t e s ! D e s p a r r a m a o s por c u a n t a s villas, l u g a r e s y cortijos comprende el territorio de mi m a n do; llevadles la buena n u e v a del advenimiento de don J o s é I al t r o n o de San
F e r n a n d o ; t o m a d p o s e s i ó n de ellos en su
nombre, y t r a e d m e a la v u e l t a cuanto ganado encontréis en s u s corrales y rediles. ¡ V i v a el e m p e r a d o r !
Y, en v i r t u d de e s t a orden del día, salieron diez o doce c o l u m n a s , cada una de
ciento a d o s c i e n t o s h o m b r e s , con dirección al m a r q u e s a d o de Zenet, a Gor, a
los m o n t e s y a los pueblos s i t u a d o s en
la falda s e p t e n t r i o n a l de Sierra N e v a d a .
E n t r e e s t o s ú l t i m o s — y h e n o s y a dentro del e p i s o d i o que n o s p r o p u s i m o s referir al c o g e r h o y la p l u m a — , entre los
pueblos que, i n d i f e r e n t e s a los a d e l a n t o s
de la civilización, v e g e t a n al pie del co«
losal y siempre nevado Mulhacen, es y
era renombrada en v e i n t e l e g u a s a la
redonda, por el carácter i n d ó m i t o de s u s
moradores, por su arábigo a s p e c t o , por
el e s t a d o casi s a l v a j e de las c o s t u m b r e s
108 — 4
y por o t r a s particularidades que y a Irán
s u r g i e n d o d e n u e s t r a relación, la antiq u í s i m a villa de Lapeza,
célebre en la
g u e r r a d e los Moriscos, y cuyo arruinado c a s t i l l e j o recuerda aún el nombre de
s u esforzado g o b e r n a d o r B e r n a r d i n o de
Villalta, digno adversario de l o s secuaces de A b e n - H u m e y a .
E r a e l día 15 de abril del m e n c i o n a d o
a ñ o de 1 8 1 0 .
. L a villa d e L a p e z a ofrecía u n espect á c u l o t a n risible como admirable, tan
g r o t e s c o como i m p o n e n t e , t a n ridículo
como aterrador. H a l l á b a n s e cortadas, tod a s s u s a v e n i d a s por u n a m u r a l l a de
t r o n c o s de encina y de o t r o s árboles gig a n t e s c o s , que la población en m a s a bajaba del m o n t e v e c i n o , y con los que form a b a n pilas no m u y f á c i l e s de superar.
Como la m a y o r p a r t e de aquel vecindario se c o m p o n e de carboneros, y el resto
de leñadores y p a s t o r e s , la operación indicada se llevaba a cabo con i n t e l i g e n c i a
y celeridad v e r d a d e r a m e n t e a s o m b r o s a s .
A q u e l recio m u r o de m a d e r a f o r m a b a
u n a especie de torre por el lado frontero al camino de Guadix, y e n c i m a de e s t a torre h a b í a n colocado los lapezeños
( ¡ a s ó m b r e n s e u s t e d e s ! ) cierto formidable cañón fabricado por ellos m i s m o s , y
de que h a quedado i m p e r e c e d e r a m e m o r i a ; el cual c o n s i s t í a en u n colosal tronco d e e n c i n a a h u e c a d o al f u e g o , ceñido
con recias c u e r d a s y redoblados alambres, y c a r g a d o h a s t a la boca con no s é
c u á n t a s libras de pólvora y u n a infinid a d de b a l a s , piedras, p e d a z o s de hierro
viejo y o t r o s p r o y e c t i l e s p o r el estilo...
C o n t á b a s e a d e m á s con t o d a s l a s arm a s b l a n c a s y n e g r a s del pueblo y del
m o n t e , r e s u l t a n d o disponibles u n a s doce
e s c o p e t a s , m á s d e v e i n t e b o e a c h a s y trab u c o s , u n cuchillo, puñal o n a v a j a por
persona, t r e s o cuatro d o c e n a s de hac h a s d e h a c e r leña, a l g u n o s pistolon^s
d e c h i s p a s , i n m e n s o s m o n t o n e s de pied r a s de r e s p e t a b l e calibre, t o d a s l a s h o n das necesarias para hacerlas volar y una
v e r d a d e r a s e l v a d e g a r r o t e s y p o r r a s de
variado gusto.
E n c u a n t o a la guarnición,
todos los
c o e t á n e o s del h e c h o e s t á n d e acuerdo en
que c o n s t a r í a de u n o s d o s c i e n t o s hombres, a q u i e n e s s ó l o se podía l l a m a r asi
por e x c e s o d e filantropía, p u e s m á s que
h o m b r e s parecían o r a n g u t a n e s ; e n t r e los
c u a l e s figuraba e n p r i m e r a fila, m e r e c e
especial m e n c i ó n y d a r á e x a c t a i d e a de
l o s d e m á s , el g e n e r a l de a q u e l ejército,
el g o b e r n a d o r de aquella plaza, el alcalde de Lapeza, Manuel Atienza,
e n fin,
¡ q u e s a n t a gloria h a y a !
E r a la p r i m e r a a u t o r i d a d d e la villa
u n m o r t a l de c u a r e n t a y cinco a cincuent a a ñ o s , alto como un ciprés, h u e s o s o o
nudoso (que é s t a e s la v e r d a d e r a palab r a ) como u n f r e s n o y f u e r t e como u n a
e n c i n a ; aunque, a d e c i r v e r d a d , s u l a r g o
ejercicio de carbonero h a b í a l e requemado y e n n e g r e c i d o de t a l m o d o , que, de
parecer u n a encina, parecía u n a e n c i n a
h e c h a carbón. S u s u ñ a s e r a n pedernal e s ; s u s d i e n t e s , de c a o b a ; s u s m a n o s , de
bronce p a v o n a d o por el s o l ; s u cabello,
por lo r e v u e l t o y empajado, c á ñ a m o s i n
a g r a m a r , y por la calidad y el color, el
cerro de u n j a b a l í ; s u pecho, q u e la
abierta c a m i s a dejaba v e r de h o m b r o a
hombro y del cuello h a s t a el e s t ó m a g o
inclusive,
parecía cubierto d e u n a piel
de caballo que s e h u b i e s e a r r u g a d o y
PEDRO ANTONIO D E A 1 A R C O N
endurecido a fuerza de e s t a r sobre a s cuas, y, e f e c t i v a m e n t e , el • cerdoso vello
que poblaba s u s a l i e n t e e s t e r n ó n hallábase c h a m u s c a d o , así como s u s pobladas
cejas... Y c o n s i s t í a e s t o en que el señor
alcalde era carbonero (o s e a ranchero
de
la sierra, s e g ú n que ellos se l l a m a n ) , y
había p a s a d o t o d a s u v i d a en medio de
u n incendio, como l a s á n i m a s del Purgatorio.
Con r e s p e c t o a l o s o j o s de Manuel
A t i e n z a , no podía n e g a r s e que
veían.
pero nadie hubiera a s e g u r a d o nunca que
miraban.
La advertida i g n o r a n c i a de su
merced, j u n t a a la m a l i c i a del m o n o y a
la p r e v e n c i ó n del h o m b r e entrado en
años, a c o n s e j á b a l e no fijar n u n c a la v i s ta en s u s i n t e r l o c u t o r e s , a fin de que no
descubriesen l a s m a r r a s de su i n t e l i g e n cia o de s u saber, y si la fijaba, era de
u n m o d o t a n v a g o , t a n receloso, t a n solapado, que parecía que aquellas pupilas
m i r a b a n hacia dentro, o que aquel hombre t e n í a o t r o s d o s o j o s d e t r á s de las
o r e j a s , como las l a g a r t i j a s . S u boca, en
fin, e r a la de un alano v i e j o ; s u f r e n t e
d e s a p a r e c í a debajo de las a v a n z a d a s del
p e l o ; s u cara relucía como el cordobán
curtido, y s u voz, ronca como u n trabucazo, t e n í a ciertas n o t a s á s p e r a s y bruscas como el g o l p e del h a c h a sobre la
leña.
D e s u traje no h a y que decir, por ser
cosa de cajón e n t r e la g e n t e rica de
aquellos pueblos, que c o n s i s t í a en u n a s
a b a r c a s de piel de toro, t o m i z a y pare11a; m e d i a s de l a n a ; calzón corto, de
paño burdo m u y o s c u r o ; c h a q u e t a de lo
m i s m o ; chaleco celeste, de raso, rameado de a m a r i l l o ; c a n a n a de cuero en vez
de f a j a , y u n e n o r m e sombrero, bajo cuy a ala, ribeteada de felpa, s e s t e a b a m u y
c ó m o d a m e n t e toda s u autoridad... Y , a
p r o p ó s i t o de autoridad, añadiré para
concluir, que la v a r a de alcalde le lleg a b a al hombro, y que s u s dos b o r l a s
n e g r a s , del t a m a ñ o de dos n a r a n j a s , den u n c i a b a n a tiro de bala a todo un hombre de orden, que d i r í a m o s ahora.
T a l e r a el alcalde de Lapeza, y a su
t e n o r t o d o s s u s s u b o r d i n a d o s . Si creéis
e x a g e r a d a la descripción, t e n e d p r e s e n t e
que la r a z a de los lapezeños no h a deg e n e r a d o ni s e ha modificado con los
a ñ o s t r a n s c u r r i d o s . ¡Id allá, y os asombraréis, c o m o y o , de que e n E s p a ñ a , y
a m e d i a d o s del siglo x i x , e x i s t a n todas
l a s m a r a v i l l a s del Á f r i c a m e r i d i o n a l !
m
P e r o l a s obras de fortificación se h a llan t e r m i n a d a s y el a r m a m e n t o distribuido c o n v e n i e n t e m e n t e .
A t i e n z a h a m a n d a d o a Jacinto
que
v a y a a s u c a s a por u n a n t i q u í s i m o t a m tor, que s i r v e p a r a l a s procesiones, p a r a
l o s t o r o s y p a r a p r e g o n a r los b a n d o s .
J a c i n t o — q u e , dicho s e a entre p a r é n t e sis, e r a el alguacil, y de a l g u a c i l ha
m u e r t o e n e l p r e s e n t e año de 1 8 5 9 — a c u de y a t o c a n d o generala.
— ¡ A la f o r m a c i ó n ! — g r i t a el síndico,
p e r s o n a m u y perita en el orden m i l i t a r ;
como que h a s e r v i d o al s e ñ o r r e y don
Carlos I V e n clase d e ranchero de u n a
c o m p a ñ í a de Cazadores...
L o s d o s c i e n t o s l a p e z e ñ o s t o m a n l a s arm a s y s e f o r m a n e n b a t a l l a e n f r e n t e del
Ayuntamiento.
,
, „ j
¡
A t i e n z a empuña entonces una larga y
negra espada antigua de ancha cazoleta
y e x t e n s o s g a v i l a n e s ; cuelga de s u can a n a una pistola de arzón; coge con la
mano izquierda la vara de alcalde, ni
m á s ni menos que haría con su bastón
un mariscal de Francia, y seguido de un
brillante E s t a d o Mayor, compuesto del
alguacil, del pregonero o peón público y
del Infrascrito,
que e s como, m u y ufana y orgullosa, llama su mujer al fiel de
f e c h o s , pasa revista a sus formidables
h u e s t e s , que le presentan las armas o
tiran por alto m o n t e r a s y sombreros.
— ¡ V i v a el señor a l c a l d e ! — g r i t a n o ladran aquellos futuros héroes.
A lo que Atienza replica:
— ¡ Q u é alcalde ni qué cuerno! ¡Viva
D i o s ! ¡ V i v a Lapeza! ¡ V i v a la independencia española!
Y. una vez cambiado e s t e saludo de
guerra, su merced ordena a Jacinto que
toque un largo redoble; llama a su lado
al pregonero, y, por boca de éste, que
repite una a una y hasta media a media
las palabras del caudillo, pronuncia la
s i g u i e n t e proclama, no escrita:
"Por—noticias—del tío P i o r n o — s e ha
sabido que—el enemigo de la patria—
viene hoy a L a p e z a — a conquistarnos—y
robarnos los b i e n e s ; — y nosotros,—con
la bendición dei señor c u r a — y el auxilio
— d e nuestra s a n t a p a t r o n a — l a Virgen
del R o s a r i o , — v a m o s — a defendernos—
como buenos e s p a ñ o l e s — y a m o s t r a r —
a la ciudad de Guadix—que—si ella—se
ha entregado al francés,—los—vecinos
de L a p e z a — s a b e n morir,—como murier o n — l o s vecinos de Madrid—el día Dos
de Mayo,—o—vencer,—como
vencieron
— l o s vecinos de Bailen—hace dos a ñ o s ;
— y , en su virtud,—el alcalde—hace saber—a estos v e c i n o s — q u e — e l que no perezca—en el presente día—defendiendo
s u casa,—será declarado—mal español—
y traidor a la patria,—y morirá,—como
corresponde,—colgado de una encina de
la sierra.—Y para que conste,—no sabiendo firmar,—lo hace su merced—con
la cruz que acostumbra,—de que certifica—el infrascrito.—¡ V i v a D i o s ! — ¡ Viva
la V i r g e n ! — ¡ V i v a E s p a ñ a ! — ¡ V i v a Fernando V I I ! — ¡ M u e r a Pepe
Botellas!—
¡Mueran los f r a n c e s e s ! — ¡ M u e r a Godin o t ! — ¡ M u e r a n los traidores!"
E s t a mezcla de proclama guerrera y
de actuación judicial produjo extraordinario efecto en los lapezeños.
Manuel Atienza hizo la cruz con~"los
dedos, y la besó al llegar a lo de la firm a ; el secretario certificó con un movim i e n t o de cabeza; el pregonero cumplim e n t ó al alcalde por lo bien que había
improvisado su discurso; Jacinto tocó
otro redoble de tambor, y los vivas, los
bailes y los himnos patrióticos dieron fin
a aquella cómica loa de una verdadera
tragedia.
— C a d a uno a su p u e s t o — e x c l a m ó entonces el síndico.
Y unos coronaron la fortaleza de madera; otros se montaron en el cañón, prov i s t o s de una larga m e c h a ; los gañanes
m á s diestros e n el manejo de la honda
subieron a la alcazaba m o r i s c a ; los tiradores o escopeteros salieron de descubierta al camino de Guadix, y el alcalde
s e colocó en un punto que dominaba todo
el futuro campo de batalla, teniendo a su
lado a Jacinto, a fin de que con un redoble de t a m b o r diese la señal de fuego.
5 — 109
E L CARBONERO-ALCALDE
E n t r e t a n t o , e l cura b e n d e c í a y absolvía una vez m á s a s u s a n i m o s o s feligreses, y se dedicaba, con el albéitar, el sacristán y el s e p u l t u r e r o , a preparar vendajes, el S a n t o Oleo y u n a s angarillas
para el socorro de heridos y m u e r t o s .
Casi t o d a s l a s m u j e r e s r e z a b a n en la
iglesia, y en c u a n t o a l o s niños, h a b í a s e
dispuesto aquella m a ñ a n a m a n d a r l o s todos a lo alto de Sierra N e v a d a , a fin de
que sus v i d a s nc corriesen peligro, y pudieran servir, andando los años, para rechazar o t r a i n v a s i ó n e x t r a n j e r a .
IV
L a s t r e s de l a t a r d e serían cuando
una nube de p o l v o indicó a los lapezeños la p r o x i m i d a d del e n e m i g o .
A l g u n o s t i r o s de l a s p r i m e r a s a v a n zadas corroboraron poco d e s p u é s aquella indicación.
L o s lapezeños s a l t a r o n de e n t u s i a s m o ,
y al m i s m o t i e m p o , por d i s p o s i c i ó n final
del señor alcalde, i z á r o n s e en la a n t i g u a
fortaleza de l o s m o r o s y en el parapeto
de e n c i n a dos o t r e s b a n d e r a s h e c h a s
con pañuelos n e g r o s .
L a s campanab t o c a r o n a r e b a t o ; m u chas v i e j a s e m p e z a r o n a gritar, y los
mozos a lanzar s i l b i d o s ; a l g u n a s piedras
zumbaron en el espacio, y los e s c o p e t a zos del camino o y é r o n s e m á s f r e c u e n t e s
y más próximos.
U n m o m e n t o d e s p u é s los t i r a d o r e s se
replegaron h a c i a la villa, c a r g a n d o nuev a m e n t e s u s a r m a s , y los p r i m e r o s c a s cos, c o r a z a s y b a y o n e t a s del e j é r c i t o i n v a s o r relucieron al a l c a n c e d e los trabucos.
— ¿ C u á n t o s v i e n e n ? — p r e g u n t ó Manuel A t i e n z a a u n o de los que m á s habían avanzado.
—Vendrán doscientos—respondió éste.
-r-Somos f u e r z a s i g u a l e s — e x c l a m ó el
carbonero con d e s d e ñ o s a a r r o g a n c i a , sin
considerar que d o s c i e n t o s r ú s t i c o s mal
armados no significan lo que d o s c i e n t o s
veteranos a v e z a d o s a l a s lides y a c o m e tiendo con e x c e l e n t e s a r m a s .
— P e r o t r a e n caballería...—añadió u r
segundo e s c o p e t e r o .
— R e p i t o que s o m o s f u e r z a s i g u a l e s
— v o l v i ó a decir Manuel A t i e n z a — . A
ver, Jacinto, que s u e n e e s e tambor...
¡España y a e l l o s ! ¡ V i v a la V i r g e n !
Jacinto dio la señal a n s i a d a , y u n a
nube de piedras y de b a l a s , c a y e n d o sobre los f r a n c e s e s , les obligó a h a c e r a l t o .
Un momento después contestaron éstos con u n a nutrida d e s c a r g a , que dejó
fuera de c o m b a t e a cinco l a p e z e ñ o s .
*— ¡ A l t o el f u e g o ! — g r i t ó e n t o n c e s el
alcalde—. E s t á n t o d a v í a m u y lejos y t e nemos p o c a pólvora. D e j é m o s l e s acercarse... Y a s a b é i s que el c a ñ ó n s e reserva para lo ú l t i m o , y que h a s t a que y o
tire el sombrero no s e le arrima la m e cha. U s t e d e s , señoras, a v e r si s e callan
y cuidan de l o s heridos.
— ¡ Y a se a c e r c a n o t r a v e z !
— ¡ N a d a ! . . . ¡Todo el m u n d o q u i e t o !
— ¡ Y a apuntan!...
— ¡ T o d o el m u n d o a t i e r r a !
U n a s e g u n d a d e s c a r g a v i n o a estrellarse en los t r o n c o s de encina, y los
franceses a v a n z a r o n h a s t a hallarse a
unos v e i n t e p a s o s del ejército sitiado.
Los p e o n e s se r e p l e g a r o n a l o s dos la-
d o s del camino, d e j a n d o p a s o a la caballería.
— ¡ F u e g o ! — ^ e x c l a m ó e n t o n c e s el alcalde con u n a v o z i g u a l a la de la pólvora, m i e n t r a s que arrojaba el sombrero
por alto y se p l a n t a b a en m e d i o del m a y o r peligro.
Allí f u é lo horrible. Allí f u é lo inenarrable.
Franceses y españoles dispararon sus
a r m a s a un m i s m o t i e m p o , s e m b r a n d o la
tierra de c a d á v e r e s ; la caballería aprov e c h ó e s t e m o m e n t o p a r a l l e g a r al pie
de la muralla, p r e s u m i e n d o sin duda poderla s a l t a r c o n s u s i m p e t u o s o b r i d o n e s ;
c e n t e n a r e s de p i e d r a s d e r r u m b a r o n a
caballos y j i n e t e s ; é s t o s e m p e z a r o n , por
su parte, a degollar a m a n s a l v a , y en
aquel s u p r e m o t u m u l t o , e n m e d i o de
aquel e s t r a g o , de aquel torbellino, de
aquella c o n f u s i ó n , h e aquí que estalla,
por ú l t i m o , el t r e m e n d o c a ñ o n a z o , produciendo u n e s t a m p i d o f r a g o r o s o y llev a n d o la m u e r t e a s i t i a d o s y s i t i a d o r e s .
Y e r a que el cañón había r e v e n t a d o al
t i e m p o de d i s p a r a r ; era que la encina,
h e c h a pedazos, v o m i t a b a la m e t r a l l a e n
t o d a s direcciones, lo m i s m o h a c i a a t r á s
que h a c i a a d e l a n t e y por l o s c o s t a d o s ,
revuelta con mil f r a g m e n t o s d e m a d e r a ,
que silbaban al h e n d e r el a i r e ; era que
la e x p a n s i ó n de t a n t a p ó l v o r a inflamada
h a b í a hecho rodar l o s t r o n c o s en que se
a p o y a b a el ca/ión, y e s t o s t r o n c o s aplast a r o n a e s p a ñ o l e s y f r a n c e s e s . F u é aquello, pues, u n c a o s de h u m o , de polvo, de
r u g i d o s , de l a m e n t o s , de r e l i n c h o s , de
llamas, de s a n g r e ; de c a d á v e r e s deshechos, c u y o s m i e m b r o s v o l a b a n t o d a v í a o
v o l v í a n a la tierra e n t r e b a l a s , p i e d r a s
y o t r o s p r o y e c t i l e s ; d e caballos s u e l t o s
que h u í a n c o c e a n d o , de p a l o s de ciego
dados sobre a m i g o s y e n e m i g o s por los
l a p e z e ñ o s que a ú n s e g u í a n en pie, y de
p u ñ a l a d a s , p i s t o l e t a z o s y p e d r a d a s , que
v e n í a n de abajo, de arriba, de t o d a s part e s , como si h u b i e s e l l e g a d o el fin del
mundo.
Y en e s t a t e m p e s t a d , en e s t e infierno,
percibíanse j u n t o s el toque de
retirada
de la c o r n e t a f r a n c e s a y el redoble del
t a m b o r lapezeño t o c a n d o a generala,
en
t a n t o que la v o z del formidable carbonero, del i n v e n c i b l e alcalde, del invulnerable A t i e n z a , s o b r e s a l í a entre el común
estruendo, g r i t a n d o d e s a f o r a d a m e n t e :
— ¡ D u r o con ellos, m u c h a c h o s ! ¡ H a s ta que no quede u n o ! ¡ Y a deben de quedar pocos.
Y era v e r d a d ; pero t a m b i é n era cierto
que queda ba n m e n o s e s p a ñ o l e s . E l cañón de encina h a b í a h e c h o m á s destroz o s entre los l a p e z e ñ o s que e n t r e los
franceses.
S i n e m b a r g o , como e s t o s ú l t i m o s i g n o r a b a n los m e d i o s de d e f e n s a que aún
podían t e n e r aquellos d e m o n i o s ; como
t a m p o c o s a b í a n su n ú m e r o , y como todo
lo t e m í a n y a de ellos, p e n s a r o n en salv a r s e a t o d a prisa, y d e s o r d e n a d o s , dispersos, atropellando la caballería a la inf a n t e r í a y d e s o y e n d o los s o l d a d o s las v o ces de s u s j e f e s , emprendieron una retirada m u y s e m e j a n t e a u n a f u g a , perseg u i d o s por los g a ñ a n e s , que aún t e n í a n
a su disposición t r e s l e g u a s cubiertas de
p r o y e c t i l e s para s u s h o n d a s , y por alg u n o s e s c o p e t e r o s a q u i e n e s quedaban
cartuchos.
A p e d r e a d o s , pues, f u s i l a d o s , ennegrecidos por la pólvora, cubiertos de s a n g r e ,
de sudor y polvo, y habiendo dejado cien
h o m b r e s en L a p e z a y en el c a m i n o , ent r a r o n en Guadix, a l a s ocho de la noche, los v e n c e d o r e s de E g i p t o , Italia y
A l e m a n i a , v e n c i d o s aquel día por u n a
fuerza inferior de p a s t o r e s y carboneros.
V
E l s a n g r i e n t o d r a m a que a c a b a m o s de
referir no podía m e n o s de t e n e r un t r e m e n d o epílogo.
I m a g í n e n s e n u e s t r o s l e c t o r e s la sorp r e s a y la i r a del g e n e r a l Godinot al saber lo acaecido e n Lapeza.
— ¡ N o dejaré e n ella piedra sobre p i e d r a ! — e x c l a m ó el v e n g a t i v o g a l o .
Y cuatro d í a s d e s p u é s s a l í a n con dirección a la villa g o b e r n a d a por A t i e n z a
d o s mil c u a t r o c i e n t o s h o m b r e s de t o d a s
a r m a s , al m a n d o de u n oficial general, y
con t a n t o s v í v e r e s y m u n i c i o n e s como si
se t r a t a r a de s i t i a r u n a plaza f u e r t e .
A q u e l n u m e r o s o ejército dio v i s t a a
L a p e z a a las n u e v e de ia m a ñ a n a .
A nadie e n c o n t r a r o n por el c a m i n o :
ni u n t i r o , ni u n a pedrada l o s recibió.
Todo era silencio y s o l e d a d e n la e n s a n g r e n t a d a villa.
L a d e s t r u i d a muralla de t r o n c o s no
había sido r e c o m p u e s t a , y l a s c a m p a n a s
no h a c í a n s e ñ a l de l a l l e g a d a del e n e migo...
A s í e n t r a r o n e n el pueblo l o s i r r i t a d o s
invasores.
Y allí debió de cruzar por s u m e n t e
u n a e s p e c i e de profecía de lo que m á s
tarde les a c o n t e c i ó en R u s i a . L a p e z a e s t a b a despoblada, ni m á s ni m e n o s que
M o s c ú cuando p e n e t r ó en ella N a p o l e ó n
el Grande.
L o s lobos, h a r t o s de carnicería, h a b í a n
v u e l t o a i n t e r n a r s e en la sierra.
Sólo a l g u n a s p o b r e s m u j e r e s , q u e h a bían b a j a d o aquel día a dar u n a v u e l t a
por s u s a b a n d o n a d o s h o g a r e s y en b u s c a
de v í v e r e s para los e m i g r a d o s , f u e r o n h a lladas e n los rincones de la i g l e s i a , adonde s e habían guarecido, creyendo q u e
allí l a s r e s p e t a r í a n l o s i l u s t r e s c o n q u i s tadores...
Mas, ¡ a y ! , no... Que a f a l t a de v a r o n e s
f u e r t e s que v e n c e r , o f r e c i ó l e s allí la pérfida f o r t u n a m í s e r a s doncellas q u e u l t r a jar, inocencia que esca rnecer, v i r t u d que
cubrir de oprobio y a m a r g u r a .
A p a r t e m o s los o j o s de a q u e l l a s i n f a m i a s , m u c h a s v e c e s r e p e t i d a s por l o s
v e n c e d o r e s de E u r o p a d u r a n t e s u o d i o s a
d o m i n a c i ó n en E s p a ñ a ! ¡Maldición y v e r g ü e n z a a los que e m p l e a n e n el c r i m e n
la v i c t o r i a ! ¡ H o r r o r e t e r n o a l a s a r m a s
extranjeras!
Ufanos y satisfechos volvían hacia
G u a d i x aquellos h é r o e s , llevando, c o m o
únicos prisioneros h e c h o s e n aquella ruidosa expedición, u n i n e r m e a n c i a n o , d e crépito y e n f e r m o , que e n c o n t r a r o n e n
una choza, y u n t í m i d o a d o l e s c e n t e que
lo cuidaba, cuando la n o t i c i a de lo que
sucedía en s u s h o g a r e s , d i v u l g a d a e n la
sierra por a l g u n a a t r i b u l a d a f u g i t i v a ,
precipitó sobre el camino a los e n f u r e c i dos padres, h e r m a n o s y n o v i o s , que b a jaban de las a l t u r a s c o m o d e s p e ñ a d o s t o rrentes.
E m p e z ó e n t o n c e s u n t r e m e n d o combat e a salto de mata ( é s t a e s s u gráfica calificación) entre l o s cien v e c i n o s que a ú n
110 — 9
h a b í a a l a s ó r d e n e s de A t i e n z a y l o s d o s
mil cuatrocientos expedicionarios franceses.
U n a v e z lanzado el r e t o y t r a b a d a la
lid, l o s l a p e z e ñ o s e m p e z a r o n a b a t i r s e
e n retirada, a la u s a n z a m o r a , c o n el fin
de i n t e r n a r a los e n e m i g o s e n l a s f r a g o s i d a d e s de la s i e r r a .
¡ E s t o s c o m e t i e r o n la i m p r u d e n c i a de
c a e r en el lazo, y si bien e s v e r d a d que
s u s t e r r i b l e s a r m a s casi c o n c l u y e r o n con
a q u e l p u ñ a d o de v a l i e n t e s , no lo e s m e n o s q u e c o m p r a r o n la v i d a de c a d a u n o
c o n diez b a j a s en s u s b a t a l l o n e s !
L a s á s p e r a s r o c a s , l o s v e r d e s barranc o s , los m a t o r r a l e s y l o s a b i s m o s qued a r o n s e m b r a d o s de c a d á v e r e s f ra nceses...
F u é u n a d e t a n t a s poco s a b i d a s pérd i d a s como t u v i e r o n en E s p a ñ a l o s ejérc i t o s n a p o l e ó n i c o s ; pérdidas que no const a b a n e n los b o l e t i n e s de l a s g r a n d e s bat a l l a s , pero que al c a b o de la g u e r r a da
l a I n d e p e n d e n c i a dieron la e n o r m e s u m a
d e medio millón d e s o l d a d o s i m p e r i a l e s
muertos o perdidos e n nuestra Península.
Concluyamos.
A t i e n z a — o Atencia,
que e s como el
s e ñ o r alcalde p r o n u n c i a s u apellido, aum e n t a n d o s u e n e r g í a con e s t a v a r i a n t e — , e l i n v i c t o carbonero, que h a pres e n t a d o d o s b a t a l l a s e n cuatro días a las
t r o p a s de B o n a p a r t e , h á l l a s e de pie s o b r e a l t í s i m a peña, rodeado de f ra nces e s , acorralado, perdido, c a r g a n d o s u
naranjero
con el último cartucho, con
l a c a b e z a v e n d a d a d e r e s u l t a s del c o m b a t e del día 15, r e c i e n t e m e n t e herido e n
el pecho, t o d o cubierto d e s a n g r e , llev a n d o al cinto la v a r a de s u jurisdicción, como h i c i e r a con la s u y a u n arriero, y respondiendo a las intimaciones
q u e le h a c e n de que s e rinda con r i s o t a d a s s a l v a j e s , c u y o s e c o s r e p i t e n los abism o s de la q u e b r a n t a d a sierra.
Cien b a l a s silban c o n t i n u a m e n t e en
torno s u y o ; pero él l a s e s q u i v a s a l t a n d o
d e u n lado a otro, i r g u i é n d o s e o agac h á n d o s e ágil, súbito, e l á s t i c o , c o m o tig r e q u e v a y v i e n e sin cesar, s e e n c o g e ,
brinca, a c u d e a t o d a s p a r t e s , y aterra
t a n t o e n l a d e f e n s a como e n la a c o m e tida.
D i s p a r a , por fin, el ú l t i m o t r a b u c a z o ,
t r a z a n d o e n t o r n o s u y o un s e m i c í r c u l o
con la t r e m e n d a a r m a como si q u i s i e s e
r o c i a r de b a l a s el m o n t e ; a l c á n z a l e en
e s t o otro tiro en el v i e n t r e , lo que ie
a r r a n c a u n rugido p a v o r o s o ; conoce que
v a a m o r i r ; a r r o j a el trabuco, no s i n mirarlo c o n e n o j o , al considerarlo y a i n o f e n s i v o ; s á c a s e del cinto el e n o r m e b a s t ó n que c o n o c e m o s , y d i r i g i é n d o s e a un
coronel que le i n s t a e n m a l e s p a ñ o l p a r a
que s e e n t r e g u e :
— ¡ Y o no m e r i n d o ! — d i c e — . ¡ Y o s o y
la villa de L a p e z a , que m u e r e a n t e s de
entregarse!
Y r o m p i e n d o el b a s t ó n entre s u s m a n o s , lo arroja a la faz de l o s f r a n c e s e s ,
y él s e precipita d e t r á s , c a y e n d o cont r a l a s p e ñ a s de u n hondo b a r r a n c o , donde s u s h u e s o s de bronce crujen al saltar hechos astillas.
¡ N i t a n siquiera de s u c a d á v e r logró
a p o d e r a r s e el e n e m i g o !
P E D R O ANTONIO D E AJLABCON
VI
L a p e z a e s y a de los f r a n c e s e s .
E l g e n e r a l Godinot recibe la f a u s t a
n u e v a de boca del jefe e x p e d i c i o n a r i o .
— ¿ C u á n t o s prisioneros t r a é i s ? — ie
p r e g u n t a — . ¡ N e c e s i t a m o s ahorcarlo?,
para que e s c a r m i e n t e n los d e m á s pueb l o s del p a r t i d o !
— ¡ Sólo t r a i g o d o s : un v i e j o y u n m u c h a c h o ! ¡ E n toda la villa no e n c o n t r é
m á s e n e m i g o s ! — r e s p o n d e el j e f e bajando l o s ojos.
E n t o n c e s Godinot no puede m e n o s de
admirar la a c t i t u d v e r d a d e r a m e n t e antigua, clásica, e s p a r t a n a , de aquellos
m o n t a ñ e s e s . Pero, con t o d o , i n s i s t e en
que s e a n a h o r c a d o s los d o s débiles prisioneros...
N u e s t r o s padres n o s h a n referido m u chas v e c e s los p o r m e n o r e s de aquella ejecución...
P e r o n o s o t r o s la c o n t a r e m o s rápidamente...
S o n de índole d e m a s i a d o feroz para
que la p l u m a s e d e t e n g a en su relato.
A t a r o n u n a s o g a al cuello del niño y
lo arrojaron desde un mirador de la c a s a
del A y u n t a m i e n t o a la plaza M a y o r de
Guadix.
R o m p i ó s e la s o g a , que s i n duda era
v i e j a , y el niño c a y ó contra el empedrado.
A n u d a r o n la p a r t e rota, t o r n a r o n a
subir a la pobre criatura, colgáronlo de
n u e v o , y la s o g a s e v o l v i ó a romper.
E l niño quedó en el s u e l o sin poder
m o v e r s e . N o h a b í a m u e r t o , pero t o d o s
s u s r e m o s s e h a b í a n roto.
E n t o n c e s , un oficial de d r a g o n e s , conm o v i d o al m i r a r que se p e n s a b a e n colg a r l o por tercera vez, l l e g ó s e al infeliz...
y le deshizo la cabeza de u n p i s t o l e t a z o .
S a c i a d a de e s t e m o d o , al m e n o s por
aquel día, la f e r o c i d a d de los v e n c e d o res, d i g n á r o n s e perdonar al a n c i a n o enf e r m o , el cual h a b í a p r e s e n c i a d o toda la
a n t e r i o r e s c e n a acurrucado al pie de u n a
columna, esperando a que le l l e g a s e su
v e z de s e r ahorcado...
Diéronle, p u e s , libertad, y el pobre
v i e j o salió de la plaza corriendo y t a m b a l e á n d o s e , y t o m ó el camino de su pueblo, donde m u r i ó de t r i s t e z a aquella misma noche.
¡ E l niño a s e s i n a d o e n Guadix... era su
hijo!
Guadix, 1859.
EL C O R O D E
ANGELES
i
U N ALMA A LA MODA
E r a n l a s siete m e n o s cuarto de u n a
m a ñ a n a de diciembre y aún no habían
llegado al horizonte de Madrid ni t a n siquiera n o t i c i a s de u n sol que debió pon e r s e l a tarde a n t e s a las cuatro y media, pero del cual h a c í a y a a l g u n a s sem a n a s sólo s e sabía e n la corte por e s crito, o s e a por el a l m a n a q u e , p u e s t o
que l a s n u b e s d e u n o b s t i n a d o t e m p o r a l
no permitían verlo cara a cara y en persona.
A eso de las siete y cinco m i n u t o s recibióse al fin un parte telegráfico, mojado por la lluvia e interrumpido por
la niebla, que venía a decir algo parecido a lo s i g u i e n t e :
"Palacio de la Aurora'.—Distrito de
Madrid.—Dios, a los hombres.
"Señores: A c a b a de amanecer un día
m á s . — E l de ayer quedó archivado por
el padre P e t a v i o en la página 347 del legajo 5.940 de los t i e m p o s . — E s t a m o s a
13, Santa L u c í a . — H a c e un frío de t o d o s
los demonios. Dejen u s t e d e s la cama.
Cada uno a su trabajo, y cuenten u s t e des conmigo.—Muy buenos días."
E x c u s a d o es decir que este parte telegráfico cundió con la velocidad del rayo
por los cuatro ángulos de la población.
Y, en efecto, pocos m o m e n t o s después
conocióse que e sol debía de andar por
el cielo, y dio principio en las calles y
en las c a s a s una de esas m a ñ a n a s frías,
infalibles, indiferentes a nuestros pesares, que llegan sin que nadie las llame,
quizás contra los deseos de alguno, a
finalizar una noche de amor o de escándalo, o a poner término a triste vigilia
pasada a la cabecera de un moribundo.
Mañanas súbitas, inesperadas, alevosas,
ni profetizadas por el lucero del alba,
ni coronadas por el rocío, ni arreboladas
por nubéculas crepusculares, y que, de
consiguiente, no hacen m a d r u g a r a las
flores ni a las niñas de trece años, ni obtienen saludos de las codornices enjauladas en los balcones ni son desperezadas por el viento perfumado de las selv a s . Mañanas, en fin, que se parecen al
Diario de Avisos
en que se meten en
v u e s t r a casa, por debajo de la puerta,
todos los días, irremisiblemente, diciénd o o s : "El m e s adelanta, y v u e s t r o s
acreedores lo cuentan con los dedos...";
lo cual os hace saltar de la cama, lamentando tener t a n buena salud, o deseando ardientemente ser empleado del
Gobierno, o pidiendo a Dios que resulten
ciertos los pronósticos de que se aproxima el fin del mundo.
1
D e c í a m o s que dio principio una de
esas mañanas.
E n aquel momento apareció en la puerta de cierta magnífica casa de la calle
del Barquillo un gallardo y elegante jov e n de veintidós a veintitrés años, el
cual miró a la calle como si temiera ser
visto por los t ra nseún tes y so deslizó
l e s p u é s , pegadito a la acera, como si
tampoco le acomodara ser divisado desde los balcones de la casa que acababa
de abandonar.
Todas e s t a s precauciones eran necesarias, puesto que su traje, nada propio
de la hora ni del estado del cielo y de la
tierra, daba a entender al m e n o s malicioso que el tal madrugador no v i v í a
allí, y que, sin embargo, allí había parado la noche...
N o s explicaremos. A c a b a m o s de decir
que e s t a b a amaneciendo y que llovía...
P u e s bien; Alejandro, que así He llamaba nuestro joven, iba v e s t i d o de baile,
a juzgar por su zapato de charol, su corbata blanca, s u gibus y su pantalón de
finísimo paño negro. E l frac no se veía,
gracias a un misericordioso paletot,
pero se adivinaba fácilmente. E r a indudable que la noche anterior había habido
baile e n aquella casa, y era indudable
EL CORO D E ANGELES
también que el baile se acabó hacía y a
algunas horas, a j u z g a r por el orden y
reposo que reinaban en el edificio, y dado
asimismo que en la calle no h a b í a ningún coche particular ni de alquiler...
Hecho, pues, u n a s o p a (y sin que le
importase m u c h o , s e g ú n la lentitud con
que m a r c h a b a ) , el a p u e s t o j o v e n salió a
la calle de A l c a l á , subióla perezosamente y p e n e t r ó e n el café Suizo, c u y a s
puertas s e abrían al público en aquel
instante.
E l j o v e n e s t a b a pálido y melancólico.
D e vez e n cuando dilataba s u s f a t i g a dos ojos, como para abarcar de u n a mirada todos los recuerdos de aquella noche. También h u b i é r a s e dicho que le hablaban al aído, al verlo sonreír súbitamente y m o v e r los labios como si contestase al eco de a l g u n a voz. N o t á b a s e ,
en fin, la presencia
de una m u j e r en el
espíritu y h a s t a e n el cuerpo de A l e jandro.
A esa hora, cuando no se ha dormido,
todo nuestro ser e s t á dominado por las
circunstancias del i n s o m n i o . E l que ha
pasado la noche en diligencia cree que
viaja t o d a v í a . E l que en un baile, o y e
la música e n su cerebro, y v e las p a r e j a s
y las luces, y s i e n t e los p i s o t o n e s y los
codazos. E l que ha e s t a d o solo, durante
cuatro horas de m i s t e r i o , en el g a b i n e te de una g r a n mujer, s i é n t e s e p e n e t r a do de su alma, de s u vida, de su voz, de
sus aromas, de su fuego... Y es de v e r
con qué aire de s o n a m b u l i s m o andan por
las calles e s t o s ú l t i m o s t r a s n o c h a d o r e s ,
con qué d e s d é n m i r a n a c u a n t o s se encuentran, cómo desafían las a r t e s de t o das las c o q u e t a s h a b i d a s y por haber...
Tal era la a c t i t u d de A l e j a n d r o , con
la sola diferencia de que su rostro e x presaba, m á s que amor, a s o m o s de melancolía, o quizás un principio de d i s g u s t o ; algo, en fin, que h a b í a sobrenadado aquella n o c h e en el r e v u e l t o m a r
le ajenas y propias c o m p l a c e n c i a s .
U n mozo del café, que limpiaba los esnejos, llegóse a él e n t o n c e s y lo a r r a n c ó
le sus f a n t a s m a g o r í a s e r ó t i c a s diciénlole m a q u i n a l m e n t e :
—¿Qué va a ser?
Alejandro pidió chocolate. Se lo sirvieron, y lo t o m ó con visible a p e t i t o .
D e s d e aquel m o m e n t o comenzó a desvanecerse la s o m b r a de la gran
mujer.
La boca del j o v e n s a b í a y a a chocolate,
que no a r e g a l a d o s b e s o s , y un cigarro
de la Vuelta de Abajo se e n c a r g ó de disipar en su nariz la ú l t i m a r á f a g a del
aroma querido...
Bostezó, p u e s , n u e s t r o d e s d e ñ o s o A d o nis con creciente mal humor, y s a l i ó del
café rápidamente, conociendo, sin duda,
que había perdido la noche, que t e n í a
mucho sueño y que, por t a n t o , perdería
también el día.
Seguía lloviendo, cada v e z con m á s
fuerza, por lo que se d e t u v o , y p e n s ó
mandar a la P u e r t a del Sol en b u s c a de
un coche de alquiler que le condujese a
su casa, calle de Isabel la C a t ó l i c a ; pero
arrepintióse luego, y, sin reparar en la
lluvia, dirigióse a pie a la calle del Príncipe, en m e d i o de la cual se paró d e l a n t e
de una c a s a no m u y grande, bien que de
graciosa y e l e g a n t e apariencia.
La puerta e s t a b a cerrada todavía, así
como todos l o s balcones. E l j o v e n fijó
=!us ojos en u n a de l a s rejas del entre-
suelo y p e r m a n e c i ó m á s de m e d i a hora
i n m ó v i l como una e s t a t u a .
Lo que allí p e n s ó fué m e n o s m a l o que
lo que p e n s ó en el café Suizo. Refiramos,
pues, s u s p e n s a m i e n t o s .
— E s a es la reja de su g a b i n e t e . . . — s e
dijo A l e j a n d r o — . E n f r e n t e e s t á la puerta de s u alcoba. Allí duerme en e s t e i n s t a n t e la niña de diecisiete a ñ o s . H a pasado la n o c h e en un solo s u e ñ o , m e c i d a
por s u inocencia. ¿ E n qué h a p e n s a d o ?
¿ Q u é ha s o ñ a d o ? ¿ S e ha acordado de
m í ? A n o c h e , en el baile, cuando v i o que
me quedaba,
a p e s a r de que se m a r c h a ban m i s a m i g o s , s o n r i ó con ironía, como
e c h á n d o m e en cara m i s relaciones con
la b a r o n e s a . ¿ E r a n c e l o s ? ¿ E r a o d i o ?
¿ E r a a m o r ? ¿ E r a d e s p r e c i o ? Y o n o sé...
¡ Y é s t e es mi m a y o r m a r t i r i o ! ¡Sólo s é
que s o y un m i s e r a b l e ! ¡Oh, niña sin cor a z ó n ! ¡Orgullosa h e r m o s u r a ! . . . Si es
v e r d a d que m e a m a s , ¿ p o r qué no m e lo
dices cuando te lo p r e g u n t o ? Y si no m e
a m a s , ¿ p o r qué m e m i r a s , por qué m e
e n l o q u e c e s , por qué m e q u i t a s el s u e ñ o ?
¡Oh, tesoro de perfecciones, e s c o n d i d o a
todas las m i r a d a s , en la s o l e d a d de u n
lecho virginal!... S a b e r que e s t á s a diez
p a s o s de mí..., ahí enfrente..., d e t r á s de
e s o s c r i s t a l e s , i n d i f e r e n t e a la p a s i ó n ,
a v a r a de t u s h e c h i z o s , sorda a la v o z de
tu j u v e n t u d , superior a la N a t u r a l e z a
que t e h a e n g e n d r a d o ; a d i v i n a r t e e n tu
i n d i f e r e n t e reposo, dormida sobre la
p a l m a de la m a n o derecha, con el brazo
izquierdo cruzado sobre el s e n o , con el
l u j o s o cabello recogido en u n a n c h o bucle, como y o s é que t ú d u e r m e s , como
u n a v e z te h e v i s t o d o r m i r ; i m a g i n a r m e el leve ruido de t u respiración, tu
v a g o c o n t o r n o en la colcha que te cubre,
el olvido de ti m i s m a e n que te hallas...:
todo e s t o m e h a c e aborrecer l a s caricias
de la b a r o n e s a , r e j u v e n e c e mi corazón
m a r c h i t o y m e infunde i d e a s y d e s e o s de
u n a felicidad t a n a b s o l u t a , que fueran
c o r t a s mil e x i s t e n c i a s para gozarla. ¡Y
t ú nada s i e n t e s , n a d a d e s e a s , n a d a sab e s ! ¡ T ú t e c a s a r á s e s t ú p i d a m e n t e con
el otro, y y o no tendré los cuidados de
tu vida, ni tú, mi confianza, ni y o t u s secretos, ni c a m i n a r e m o s j u n t o s por el
m u n d o , ni l l e v a r á s mi n o m b r e , ni m e llam a r á s t u y o , ni m e pedirás dinero, ni t u s
hijos s e r á n m í o s , ni t e pondrás luto
cuando m e m u e r a ! ¡ A h , E l i s a ! ¿ Q u é
haré y o para o l v i d a r t e ?
P o r aquí iba A l e j a n d r o e n s u s cavilaciones, cuando s e abrió la puerta de la
casa de E l i s a , dando p a s o a u n a criada
que salía y al a g u a d o r que entraba.
N u e s t r o j o v e n g i r ó sobre los t a c o n e s
y emprendió el camino de s u casa.
Al p a s a r por las Cuatro Calles fijaban
los carteles de los t e a t r o s , y l e y ó en u n o
de e l l o s :
Teatro
Real.—Saffo.
— ¡ M e a l e g r o ! — p e n s ó , o l v i d á n d o s e de
E l i s a — . ¡ E s función par! L e s t o c a a las
del e m b a j a d o r de T r e s E s t r e l l a s , y llevarán a Mariana.
A q u í miró el reloj. E r a n l a s ocho.
T o m ó un coche y se dirigió a su casa.
E n ella le a g u a r d a b a un billete m u y
perfumado que acababan de llevar...
E r a de la baronesa.
— ¿ Q u é habrá o c u r r i d o ? — p e n s ó A l e jandro con cierta a l a r m a — H a c e una
hora que n o s s e p a r a m o s . . .
7 — 111
Decía el billete:
-1
" A n t e s de a c o s t a r m e n e c e s i t o repetir»
te mil v e c e s que..."
— ¡ A d e l a n t e ! — e x c l a m ó el joven, volv i e n d o la h o j a .
"Esta noche v o y al teatro del Príncipe. F e d e r i c o t i e n e j u n t a , y n o m e a c o m paña. ¡ Que n o d e j e s de ir, y a s i t i o d o n de y o te e s t é v i e n d o t o d a l a n o c h e . D e s p u é s t o m a r e m o s el t e j u n t o s e n c a s a . . . "
— ¡ P u e s es una friolera!—murmuró
A l e j a n d r o , arrojando l a c a r t a y e m p e zando a desnudarse—. Oye, Bautista...
—dijo luego a un criado—, E s t a tarde,
a las tres, v a s en casa de la señora bar o n e s a y le notificas q u e e s t o y m a l o , y
si v i e n e a v e r m e e s t a n o c h e , q u e v e n d r á ,
dile, a fin d e que n o e n t r e , q u e m i t í o
está conmigo. Ahora manda por una but a c a al teatro
Real. Cierra e l b a l c ó n .
Que no m e d e s p i e r t e n . ¡ A h ! Si v i e n e m i
tío, dile q u e e s t o y e n A r a n j u e z . A l a s
dos m e e n t r a s el a l m u e r z o , y l u e g o m e
llamas a las seis. N o como e n casa. Buenas noches.
D i j o , y s e durmió, a b o r r e c i e n d o a l a
b a r o n e s a , balbuceando e l n o m b r e d e E l i sa y d e s e a n d o s o ñ a r con M a r i a n a .
N o acabaré, e m p e r o , e s t e p r i m e r c a p í tulo s i n a d v e r t i r a m i s l e c t o r e s q u e n i n g u n a de e s t a s t r e s m u j e r e s e s la h e r o í n a
de la p r e s e n t e h i s t o r i a .
n
COMPLOT
T e r m i n a b a el primer a c t o de Saffo.
E r a la n o c h e de S a n t a L u c í a de 1 8 5 2 .
La Novello estaba sublime.
A l e j a n d r o s e hallaba e n u n p a l c o d e
platea con s u s a m i g o s L u i s y Cipriano,
partidarios a c é r r i m o s de la D ' A n g r i , q u e
c a n t a b a la parte de F a o n .
— ¡ Q u i é n fuera a m a d o de esa m a n e r a !
— e x c l a m ó A l e j a n d r o d u r a n t e -aquella
magnífica e s c e n a e n que la p o e t i s a derriba el ídolo.
— ¡ Y a no s e a m a c o n t a n t o e m p u j e !
— d i j o Cipriano.
—¡Saffo
es un m i t o ! — r e p u s o el primero, r e c o s t á n d o s e e n u n sillón.
— ¡ A m a r h a s t a el s u i c i d i o ! ¡ E s o e s i m posible !
— ¡ E s o sólo lo h a c e u n a p o e t i s a !
— ¡ O h ! ¡Ser a m a d o de e s e m o d o !
—-continuó A l e j a n d r o — . ¡ S e r adorado,
idolatrado, canonizado, d i v i n i z a d o ! ¡ E s o
f u e r a el c i e l o ! N u e s t r a s m u j e r e s de h o y
no a m a n : a mí no m e h a n a m a d o nunca,
¡ N o bien he f a l t a d o en a l g o a una m u jer, cuando y a m e ha s u s t i t u i d o con o t r o
amante!... Por consiguiente, todas se
a m a b a n a sí m i s m a s , en l u g a r de amarm e a mí...
— P e r m í t e m e que t e interrumpa...—exclamó L u i s , que h a s t a e n t o n c e s había
c a l l a d o — . ¿ T e h a a m a d o a l g u n a mujer..,
de cierta e d a d ?
— Y a s a b e s . . . — d i j o A l e j a n d r o con cierto rubor.
— B i e n : la b a r o n e s a del C e d r o ; treinta y cinco a ñ o s . . . ; tipo fané... L a a c e p t o .
¿ Y no h a s encontrado en ella e s e amor
rabioso, encarnizado, indestructible, que
deseas ?
— ¡ Q u é d i s p a r a t e ! E n é s a m e n o s que
e n n i n g u n a . ¡ Y cuidado que s e m u e r e
por m í ! P e r o las m u j e r e s de cierta edad,
112 — 8
no lo dudéis..., no a m a n t a n t o como parece. E l ú l t i m o a m o r de las m u j e r e s , su
verano
de San Martín,
es un egoísmo,
de s u v a n i d a d o de s u t e m p e r a m e n t o ,
que no puede h a l a g a r a n i n g ú n hombre
bien o r g a n i z a d o . N o t a d , por de pronto,
que en e s o s a m o r e s v e s p e r t i n o s siempre
figura u n pollo, u n adolescente, u n colegial... ¿ Q u é significa e s t o , sino que lo
que ellas a m a n e s el a m o r que se va, la
belleza que se e x t i n g u e , la j u v e n t u d que
d e s a p a r e c e ? ¡ A h , n o ! . . . ¡ Y o quiero una
m u j e r que m e dé su alma para p a s t o de
m i vida, no un v a m p i r o que chupe la sangre de m i c o r a z ó n ! A n t e s que amar,
quiero s e r a m a d o . Quiero, en fin, ser lo
que F a o n para la p o e t i s a de Desbos, lo
que F e l i p e el H e r m o s o para doña Juana
la Loca, lo q u e E n d y m i o n fué para la
Luna.
— ¡ V a m o s , y a s é lo que n e c e s i t a s ! . . .
— d i j o L u i s — . Consuélate, mi buen Alejandro. U n a m u j e r c o m o la que b u s c a s
no e s difícil de encontrar. ¡ C a s u a l m e n t e ,
o, p o r m e j o r decir,
desgraciadamente,
e s el g é n e r o que m á s a b u n d a ! N i una
i d ó l a t r a de la m a t e r i a , como doña Juan a ; ni u n a p o e t i s a sin s u s c r i p t o r e s , com o S a f f o ; ni u n a v i r g e n clorótica c o m o
la L u n a , puede o f r e c e r t e el t e s o r o de
a m o r que e n c o n t r a r á s en una fea.
— ¡ E n una fea!
— ¡ S í ! ¡ A d o r a c i ó n , sacrificios, holoc a u s t o s , r a b i o s o s celos, h a m b r e s infinitas, apoteosis, canonizaciones y saltos
de L e u c a d e s , todo, todo te lo ofrece la
h i j a s t r a d e la N a t u r a l e z a ! F i g ú r a t e lo
que sería el m a r recibiendo t o d o s los ríos
de la tierra, si n o e m p l e a s e s u caudal en
a l i m e n t a r l a s nubes.
— ¡ O h , qué plétora de a g u a ! — d i j o Cipriano.
— ¡ U n o c é a n o p l e t ó r i c o ! E s o es una
f e a . A m a l a y v e r á s . ¡ T e n d r á s a m o r de
sobra, a m o r d e t o d a s clases, a m o r a toda
p r u e b a ! A ñ a d e a e s t a s v e n t a j a s la de
que nadie t e d i s p u t a r á s u corazón, la de
que, m u e r t o tú, no s e c a s a r á e n s e g u n d a s n u p c i a s y la de que, por el contrario, s e c o m e r á t u s h u e s o s , como A r t e m i s a los de s u marido...
— ¡ B a s t a ! ¡Basta!—gritó Alejandro,
r i é n d o s e a m á s no p o d e r — . ¡ E s t o y conv e n c i d o ! . . . M a ñ a n a emprendo la conquist a de... de...
— ¡ P r o c u r a que sea b a s t a n t e f e a !
— D e . . . de C a s i m i r a F e r n á n d e z .
— ¿ C ó m o ? ¿ D e la prima de M a t i l d e ?
— ¿ D e la que la a c o m p a ñ a a todas
partes ?
—¡ Precisamente!
— ¡ J e s ú s ! ¡Esa es demasiado!
— Y d e m a s i a d o recelosa...
— Y d e m a s i a d o discreta...
— ¡ N a d a ! Lo h e dicho.
— P u e s no s a b e s lo que h a s dicho...
—repuso Luis—. Casimira es inexpugnable.
— ¿ Cómo ?
— L o que e s t á s o y e n d o .
— ¡ H o m b r e ! Siendo t a n fea...
— ¡ P u e s por e s o m i s m o ! ¿Cuál crees
t ú que es la m u j e r m á s difícil de la
tierra ?
— ¿ C u á l h a de s e r ? ¡ E l i s a ! — s u s p i r ó
Alejandro melancólicamente.
— ¿ Q u i é n ? ¿ L a de la calle del Príncip e ? ¡ Qué d i s p a r a t e ! N i n g u n a m u j e r herm o s a e s i n e x p u g n a b l e . ¡Cuanto m á s bella, m á s cree en la v e r d a d del s e n t i m i e n t o que la p e r s i g u e , y la fe, como e s cie-
P E D R O ANTONIO D E ALARCON,
ga, s u e l e tropezar y r o m p e r s e la crism a ! N o , A l e j a n d r o : el S e b a s t o p o l de las
m u j e r e s no es, como se ha creído h a s t a
aquí, u n a de e s a s r e i n a s de la h e r m o s u ra, a c u y o corazón no llega ni el grito
de m u e r t e de s u s v í c t i m a s . L a verdadera
m u j e r inconquistable es aquella que nació y s e crió fea, que s a b e que lo e s y
v i v e e n c a s t i l l a d a e n s u propia d e s e s p e r a c i ó n ; que t i e n e el b a s t a n t e t a l e n t o para comprender que no puede inspirar des e o s y la b a s t a n t e dignidad para no mentirse a sí m i s m a fingiendo
creer la mentira a j e n a ; que a n s i a el v e r d a d e r o amor,
y y a que no s a c e r d o t i s a , a s p i r a a ser
mártir de ese s e n t i m i e n t o ; que, poseedora, en fin, de u n rico d i a m a n t e envuelt o en áspera corteza, prefiere encerrarlo
c o n s i g o en la t u m b a a verlo brillar e n el
p e c h o de u n libertino. Tal e s Casimira.
P o r eso creo que no la c o n q u i s t a r á s .
— ¡ T e d i g o que la c o n q u i s t a r é !
— C r e e r á que te b u r l a s de ella, y te
dará calabazas...
— ¡ C a l a b a z a s de C a s i m i r a !
— Y t u s a m i g o s t e silbarán cuando lo
sepan...
— Y l a s m u c h a c h a s t e pondrán la
cruz, c o m o a un e n e r g ú m e n o . . .
— ¡ R e p i t o que c o n q u i s t a r é a C a s i m i r a !
—replicó Alejandro.
— ¿ Cómo ?
—¡No sé!
— N e c e s i t a s c o n v e n c e r l a d e que te
gusta...
— ¡ L a convenceré!
— D e que la crees hermosa...
— ¡ S e convencerá!
— ¡ A p u e s t o a que n o !
•—Lo que t ú quieras.
-—Mira que tiene m u c h í s i m o talento...
— Y o t e n g o m u c h a práctica.
— P u e s a p o s t e m o s t u cochecillo contra mi caballo i n g l é s .
—Apostado.
— ¿ Qué t i e m p o t e t o m a s ?
-—Ocho días...—dijo A l e j a n d r o desp u é s de u n a p a u s a — . D e n t r o de ocho
días h a y baile en c a s a de la b a r o n e s a del
Cedro. ¡Allí os convenceré de que Casimira m e a m a ! . . .
— ¡ N o basta eso!
— ¡ D e que C a s i m i r a e s mi novia!...
¡ D e que cree e n mi amor!... ¡ D e que lo
acepta!
—Convenido.
— ¡ A h ! — e x c l a m ó n u e s t r o héroe, rest r e g á n d o s e las m a n o s — . ¡Cómo v o y a
humillar a la b a r o n e s a , a E l i s a y a Mar i a n a ! ¡Cuánto v o y a d i v e r t i r m e ! ¡"Y.
qué h e r m o s o caballo v o y a g a n a r !
Y, diciendo e s t o , se e n c a m i n ó al palco de Mariana, que e s t a b a con l a s hijas
del E m b a j a d o r de... Tres
Estrellas,
m
EL CAMPO DE BATALLA
H a n p a s a d o los ocho días del plazo
de la a p u e s t a .
E s t a m o s en c a s a de la b a r o n e s a del
Cedro.
S o n l a s o n c e de la n o c h e .
L o s s a l o n e s p u e d e n a p e n a s contener
t a n n u m e r o s a y a n i m a d a concurrencia.
P i é r d e s e la deslumbrada v i s t a en un
océano de luces, de flores, de cintas, de
d i a m a n t e s , d e g a s a s , de p l u m a s , de con-
decoraciones, de g u a n t e s blancos, de
hombros desnudos, de calvas relucientes,
de trenzas de oro, de azabache, de sonrisas, de g e s t o s , de miradas... Todo bulle,
gira, choca, centellea... La orquesta ha
comenzado una polka, y sus voluptuosas
cadencias inundan de lánguidos delirios
todas e s a s imaginaciones frivolas y ardientes como la locura... ¡Mirad, sobre
todo, a los que bailan! Parecen ramilletes de flores meciéndose al soplo del
v i e n t o ; parecen caprichosas nubes de
otoño amontonadas a la tarde en el ocas o ; parecen rizadas ondulaciones de un
m a r trasparente bajo un cielo arrebolado; parecen bosques de plumas tornasoladas que el aquilón a g i t a ; parecen...
¡qué sé yo lo que parecen!
A l g u i e n ha dicho, y muchos han repetido, que bailar es una tontería... ¡Yo
p r o t e s t o ! Bailar es u n verdadero placer;
e s t á en la naturaleza del hombre... ¡Hast a los salvajes bailan! ¡Napoleón y Luis
Felipe bailaban t a m b i é n ! ¿Y por qué no
habían de bailar? ¡ A h ! Lleváis en los
brazos a una esbelta andaluza de osadaí
y ardientes formas, dócil como un junco, rebelde como el acero, de- moribunda
mirada, pálida tez, provoca! ¡vos labios,
descubiertos hombros y perfumada cabellera... La estrecháis a vuestro corazón, oprimís su breve mano, apretáis su
flexible cintura, o s envolvéis en su hueca falda, nadáis en su aliento, ardéis en
sus ojos... La música os empuja, el torbellino os arrastra, la deidad os encadena... A l g u n a vez le decís balbuciente:
"¡Hermosa!", y la hermosa sonríe, y su
sonrisa os vuelve loco, y el corazón siente nueva vida, y las sienes laten, y alzáis la frente con desdén soberano, y le
decís al porvenir: "No te temo", y le
decís al p a s a d o : " ¡ N o t e conozco!..."
¡ A h ! ¡ E s t o es magnífico!
Verdad es que al salir del baile, mientras se a p a g a n las luces, los músicos se
marchan y se abren los balcones, s e n t í s
la cabeza pesada, los pies hinchados y el
corazón vacío, y os da sueño, y hambre,
y remordimiento, y vergüenza... Pero
¿qué e s la vida material, más que u n a
serie de acciones y reacciones por el
mismo estilo?
C o n v e n g a m o s , pues, cuando m e n o s ,
en que las danzas modernas (como el
vals, la polka y demás bailes en que las
parejas van abrazadas) no son i n d i g n a s
de la m a j e s t a d del hombre, aunque sí
del pudor de la mujer.
Y b a s t a por ahora de coreografía.
Sentados en un sofá del gabinete de
la baronesa e s t á n nuestros amigos Alejandro, Luis y Cipriano.
— ¡ O s digo que v e n d r á ! —exclama el
primero.
— ¿ Y dices que h a s triunfado?
— C o m p l e t a m e n t e . P o r lo cual m e debes el caballo...
— P e r o cuéntanos...
— N o t e n g o inconveniente. A n t e todo,
querido Luis, debo hacerte la justicia de
confesar que hablabas como un sabio al
sostener que Casimira era la verdadera
mujer inconquistable. ¡Tú no sabes lo
que he tenido que luchar! Básteos saber
que me vi obligado a inventar todo un
tratamiento
nuevo. L a s fórmulas usuales s o n ineficaces con las feas. E s menester otra literatura, otra táctica y
EL CORO D E ANGELES
otra l ó g i c a d i s t i n t a s de l a s que se emplean con las simples
mujeres.
¡Qué
mundo habéis descubierto a m i s mirad a s ! ¡Qué i n m e n s o abismo es el corazón h u m a n o ! E s c u c h a d mi h i s t o r i a de
estos s i e t e días, y reconoced que s o y un
gran p s i c ó l o g o .
IV
LOS HIJOS DE ADÁN Y EVA
E l primer día b u s q u é a Casimira en el
baile de la E m b a j a d a i n g l e s a .
E s t a b a sola, como de costumbre, arrinconada en u n g a b i n e t e , deseando marcharse y esperando a que s u h e r m o s a
prima a c a b a s e de bailar para v o l v e r a
decirle: " V a m o n o s . "
¡ N a d i e la había mirado en t o d a la noc h e ! ¡ N a d i e la h a b í a sacado a bailar!
¡Nadie le había d i c h o : "Los o j o s tienes
negros"!
Sentóme y o a su lado, a f e c t a n d o no
reparar en ella, y después de un prolongado b o s t e z o exclamé, como si estuviera
solo:
— ¡ J e s ú s , qué f a s t i d i o !
L u e g o , v o l v i é n d o m e a la beldad, cual
si la v i e s e e n aquel i n s t a n t e :
— ¡ A h ! C a s i m i r a . . . — m u r m u r é — . ¿Estaba u s t e d a h í ? P e r d o n e mi exclamación... P e r o es lo cierto que llevo un invierno de aburrirme s o b e r a n a m e n t e en
los bailes.
— ¡ O h ! P u e s y o lo v e o a u s t e d bailar,
y reír, y c o q u e t e a r con todas.
— ¡ E s o e s : con todas!... Lo cual quiere decir con ninguna.
¡Qué n i ñ a s tan
tontas y tan p r e s u m i d a s salen ahora al
mundo! D e s d e que e s t á de m o d a la educación i n g l e s a no h a y m u c h a c h a que
pueda s e n t i r el verdadero amor.
Casimira sonrió filosóficamente, como
quien d i c e : " ¡ D i o s e s j u s t o ! "
Habléle en s e g u i d a del e s t a d o de la
atmósfera, y para justificar mi extravagancia de permanecer a su l a d o — a fin
de no a l a r m a r l a — , m e quejé de cansancio y de dolor de cabeza.
P a s ó e n t o n c e s por el g a b i n e t e u n a m u jer h e r m o s í s i m a .
Y o e l o g i é su peinado...
— ¡ P e r o es t o n t a ! — a ñ a d í .
— T i e n e m u c h o partido...—dijo Casimira.
— ¡ N o m e g u s t a ! — r e p l i q u é — . S u belleza no habla al corazón.
L u e g o p a s ó otra de las m á s a f a m a d a s ,
y censuré... su carácter, añadiendo que
haría d e s g r a c i a d o al hombre que se casara con ella.
Por ú l t i m o , hablé de retirarme dei
mundo y dedicarme a la A s t r o n o m í a .
Aquí d i s e r t a m o s sobre la brevedad de
la j u v e n t u d y sobre la inestabilidad de
los a f e c t o s b a s a d o s en el a m o r p r o p i o Casimira hizo u n g e s t o que v e n í a a
significar: "¡Tienen o j o s y no v e n ! "
L e v á n t e m e e n t o n c e s , y dije con hipócrita l l a n e z a :
— M e alegro de haber dejado el salón.
Su conversación de u s t e d m e encanta.
Tiene u s t e d m u c h o t a l e n t o .
E r a lo único que podía e l o g i a r l e impunemente.
Casimira alzó los ojos al cielo, como
si dijera: " ¡ D i o s m í o ! ¿ P o r qué, en v e z
9 — 113
de t a n t o t a l e n t o , no m e d i s t e u n poco de servatorio, le p r e g u n t é con u n d i s i m u l o
h e r m o s u r a ?"
digno de T a i m a :
— ¿ P o r qué no b a i l a u s t e d n u n c a ?
E l l a no s e atrevió a d e c i r m e : "Porque
A l día s i g u i e n t e supe, por s u prima,
que la fea había hallado en mí u n fondo no m e sacan", y m e c o n t e s t ó :
— P o r q u e no m e g u s t a .
de g r a v e d a d que n u n c a hubiera i m a g i Y se quedó p e n s a t i v a .
nado.
P r e g u n t á b a s e , sin duda, e n aquel m o A la noche fui a saludarla e n el teatro, y le participé que había reñido con m e n t o si y o t e n d r í a conformada la rela baronesa, que m e m a r c h a b a de Ma- t i n a de tal modo que no reflejase su
fisonomía tal como e r a .
drid y que odiaba a las
mujeres.
E s t á b a m o s en el c u a r t o día.
E s t o era ofrecerle a l g u n a
probabilidad, s u p u e s t o que ella de t o d o tiene asY o m e aferré en creer, y casi s e lo
pecto m e n o s de mujer.
hice creer a Casimira, que su novio e s Califiqué de bonito
s u t r a j e (elogio taba a u s e n t e , y que por eso la v e í a t r i s en no bailar.
contra el cual no pudo p r o t e s t a r s u e s - te, sola y empeñada
cepticismo, pues, cuando lo llevaba, claN e g ó m e ligeramente
lo del n o v i o , y
ro era que le a g r a d a b a t a m b i é n ) , y pre- c a r g ó la m a n o en que no era é s t a la caug ú n t e l e el precio y la tienda en que lo s a por que no bailaba.
había comprado, añadiendo que pensaba
Prescindí, pues, del baile, y a p r e t é en
enviar u n o i g u a l a mi h e r m a n a Marga- lo del novio.
rita.
E n t o n c e s r e v e n t ó de s u p e c h o la treP o r c o n s i g u i e n t e , e n e s t a s e g u n d a se- m e n d a y a n h e l a d a f r a s e :
sión m e acredité de sincero e n el á n i m o
— ¡ A l e j a n d r o , u s t e d s e burla!... ¿ Q u i é n
de Casimira.
h a de quererme a m í ?
Y o no c o n t e s t é ; fingíme a g r a v i a d o y
D e la c o n v e r s a c i ó n del tercer día, en triste, y saqué otra conversación, apaque aparentaba
no haberla
la t e r t u l i a de Ortiz, quedó en la m e m o - rentando
ria de la j o v e n la frase s i g u i e n t e , c u y a oído.
Luego, bruscamente, exclamé:
diabólica eficacia r e c o n o c e r é i s :
— C a s i m i r a , a m b o s s o m o s m u y desgra— ¡ T i e n e u s t e d u n a cabeza m u y a r t í s ciados, y p a d e c e m o s el m i s m o m a l : ¡la
tica!
¡ U s t e d no cree en el amor,
V o s o t r o s habréis o b s e r v a d o que des- desconfianza!
de que se i n v e n t a r o n las cabezas
artís- ni y o t a m p o c o ! L o s dos h e m o s sido heticas y a h a n d i s p u e s t o las c u a r e n t o n a s ridos por el mundo e n n u e s t r a sensibilide un requiebro m u y cómodo, por lo dad e x q u i s i t a . ¡ D i g á m o s l o f r a n c a m e n t e !
elástico, que dirigir a s u s a m a n t e s , aun- E l hombre sólo a m a la estúpida belleza,
que é s t o s s e a n m á s f e o s que Picio. ¡Ar- y la belleza no a m a j a m á s . ¡ E s t o lo satístico
no quiere decir h e r m o s o , sino b e m o s a m b o s , y -de aquí el que no amabello, y la fealdad e s belleza m u c h a s ve- remos nunca! S e a m o s amigos... Consoléel u n o
c e s ! Recordad los cuadros de R i v e r a o m o n o s m u t u a m e n t e . . . Apoyémonos
en el otro.
las n o v e l a s de V í c t o r H u g o .
Y, e n efecto, para que lo del
apoyo
Casimira se t r a g ó el requiebro, y bendijo el arte, que le valía el primer piropo no quedase en conversación, aquella n o che la llevé del brazo a su casa.
en que había creído.
L u e g o h a b l a m o s de a m o r e s , y y o pinté m i s d e s e n g a ñ o s . L e conté h i s t o r i a s de
A l otro día le e n v i é el Rafael, de L a n o v i a s m u e r t a s , de n o v i a s traidoras, de m a r t i n e , y la Lelia, de J o r g e S a n d ; dos
n o v i a s que m e h a b í a n aburrido por no obras espiritualistas,
en que la m a t e r i a
saber de qué hablarles, y solté dos o t r e s no sirve para nada, con g r a n desesperaf r a s e s de e s t e j a e z :
ción de los lectores...
— L a constancia
e s un título de CastiA la noche, c o m e n t a n d o pérfidamenlla. T a m b i é n creo que hubo en Granada t e e s t o s libros, d i j e :
un periódico de e s t e nombre... Buscarla
— L a belleza y la j u v e n t u d p a s a n con
e n la m u j e r equivale a querer cuadrar los años. La virtud, el t a l e n t o , las cuael círculo.
lidades del alma, crecen y se fortifican
Cuando y a se m a r c h a b a le d i j e :
con la edad. E l cuerpo e s e n e m i g o del
— ¡ N o se v a y a u s t e d tan
pronto!... espíritu...
Son las doce...
Casimira l e v a n t ó la cabeza con or¡ E r a la u n a !
gullo.
E l o g i é su conversación, su bondad, el
— Y , sin e m b a r g o . . . — c o n t i n u é — , ¡qué
timbre de su voz, el aroma... de su padelicadeza de s e n t i m i e n t o h a y en e s o s
ñuelo, y, por ú l t i m o , m e quejé de su falojos, C a s i m i r a ! ¡Qué corazón t a n v e h e ta de franqueza c o n m i g o .
m e n t e m e revelan e s a s m i r a d a s ! E n v a n o
— U s t e d debe de haber sufrido m u c h o
quiere u s t e d ocultar la e n e r g í a de su pri— c o n c l u í — . E n su v i d a de u s t e d hay
v i l e g i a d a n a t u r a l e z a : los o j o s o s hacen
una gran pena. A u s t e d se le ha
muerto
traición a la sangre... U s t e d amaría h a s a l g u n a persona querida... Y o s e lo cuenta el delirio... ¡Feliz el h o m b r e a m a d o
to a u s t e d todo... ¡ y u s t e d no m e c u e n t a
por u s t e d ! ¡ O h ! ¿ P o r qué no la conocí
a mí nada!
a u s t e d a n t e s de perder m i s i l u s i o n e s ?
— ¡ L e juro a u s t e t d que no h e tenido ¿ P o r qué he prodigado los t e s o r o s de
a m o r e s con n a d i e ! — r e s p o n d i ó Casimira,
mi a l m a ? . . . ¡ A h ! Bailemos... N e c e s i t o
afectando que m e n t í a .
aturdirme... E s t a noche va usted a baiE l "juro a u s t e d " era un p l e o n a s m o en
lar... Y o se lo suplico... Sólo con usted
s u b o c a ; m a s , por lo m i s m o , probaba
bailaría y o en el e s t a d o en que m e enque iba olvidándose de s u fealdad cuancuentro... ¡ D e s d e que la t r a t o a usted
do h a b l a b a c o n m i g o .
de cerca t e n g o horror a la frivolidad de
e s a s n i ñ a s i n s u b s t a n c i a l e s que a p e n a s s<
A l día s i g u i e n t e , en el baile del Con- dan cuenta de que t i e n e n a l m a ! ¡Baile
114
10
m o s , C a s i m i r a ! ¡ U s t e d me comprende
como n a d i e !
Casimira bailó c o n m i g o .
D e aquí en adelante cambié completam e n t e de táctica. Y a no me dirigí al ent e n d i m i e n t o , sino al o r g a n i s m o . Su cabeza e s t a b a cargada de p ó l v o r a : sóio
m e f a l t a b a ponerle f u e g o por los sentid o s y fingir no v e r el incendio. Ella haría lo d e m á s .
D e c í a que bailamos. E r a un v a l s de
S t r a u s s , lánguido y v o l u p t u o s o como una
t e n t a c i ó n . T o d o lo que es indiferente
para u n a m u j e r h a b i t u a d a desde pequeña a ir en brazos de un hombre arrebatada por la m ú s i c a tenía s u m a import a n c i a t r a t á n d o s e de Casimira, que durante m u c h o s años había estado import a n d o m a g n e t i s m o , sin e x p o r t a r ninguno. A s í es que s u talle, nunca acariciado, temblaba y chispeaba al contacto de
mi brazo. S u corazón b r a m a b a al acercarse al mío. S u s s e n s a c i o n e s v í r g e n e s
la ahogaban... L a fuerza de su naturaleza, t a n t o t i e m p o comprimida, estallaba t u m u l t u o s a m e n t e . . . ¡ E r a mujer, era
j o v e n , era t i e r r a ! ¡Y y o la miraba..., la
miraba..., la miraba sin cesar, envolviéndola, s u b y u g á n d o l a , a r r e b a t á n d o l a ;
pero sin decir una palabra, sin darme
por entendido de lo que veía, como »i
siempre se b a i l a s e así..., como si aquello f u e s e b a i l a r !
— ¡ A h ! — e x c l a m é de pronto, cuando
y a la vi p e r d i d a — . ¿ S e m a r e a u s t e d ?
¿ Q u é m e dice e s a mirada atónita, desfallecida, a g o n i z a n t e ? . . . ¡ C a s i m i r a ! ¡U?Jt e d es de f u e g o ! . . . ¡ U s t e d e s d i v i n a !
¡Ahora comprendo todo lo que v a l e usted!
Casimira e s t a b a d e s m a y a d a en m i s
brazos.
S u prima la s a c ó del salón, d i c i e n d o :
— ¡ S e h a m a r e a d o ! ¡ F a l t a de
costumbre!
Y o m e m a r c h é a mi casa.
A l día s i g u i e n t e (que era el s e x t o ) fui
a v i s i t a r a Casimira.
E s t a b a pálida como la m u e r t e .
Q u e d a m o s solos, y quiso hablarme del
vals.
Y o m e hice el desentendido.
Para mí, aquello había sido... lo que
dijo su p r i m a : un mareo, hijo de la falta de costumbre...
E l l a bajó los ojos, como diciendo:
" ¡ I n g r a t o ! ¡ N o ha s o s p e c h a d o n a d a ! "
Y o m e despedí t r i s t e m e n t e , quedando
en ir a la noche al baile de la condesa.
Casimira, al ver que m e m a r c h a b a , se
puso m u y t r i s t e , y casi e s t u v o por decirme que la había e n g a ñ a d o ; pero reflexionaría, sin duda, que y o no le había prometido amarla (sino todo lo contrario, aborrecerla como a t o d a s las mujeres, s a l v a la parte de a m i s t a d ) , y cont e n t ó s e con p r e g u n t a r m e :
— ¿ E s t á u s t e d enfadado
conmigo?
— Y o . . . no... ¿ P o r q u é ?
— P o r nada... ¡ S o y t a n cavilosa!...
L e besé la m a n o y salí.
A q u e l l a noche b a i l a m o s otra vez.
C a s i m i r a no se d e s m a y ó , y pudo oír
p e r f e c t a m e n t e e s t a s m i s palabras subv e r s i v a s , dichas en aquel m o m e n t o de
delirio que todo lo d i s c u l p a :
—Casimira..., t u aliento h u e l e a á m bar. ¡ E s t e v a l s acabará por enloquecer-
P E D R O ANTONIO D E A L A R C O N
m e ! ¡ O h ! ¡ T u s ojos..., t u s o j o s! ... ¡Casimira!... ¿Me a m a s ? ¿Me a m a s ? ¿Me
amas?
Y tanto se le repetí, y en t a n t o s tonos, que, con sudores de m u e r t e y mirada de reo en capilla, t a r t a m u d e ó un .sí
m á s tierno, m á s apasionado, m á s rico de
p r o m e s a s que nunca ha sonado en mis
oídos.
E n t o n c e s , y sólo e n t o n c e s , solté e s t e
ú l t i m o requiebro, que y o t e n g o guardado para las f e a s :
— C a s i m i r a , t ú debes de ser m u y bien
formada.
A l otro día era el s é p t i m o .
Y al séptimo
descansó,
dice la Biblia.
Me ama, pues Casimira Fernández.
P a r a conseguirlo he invertido el orden
a c o s t u m b r a d o . Lo último que he hecho
ha sido declararme a ella. Cuando me
declaré y a no tenía libertad de raciocinar. N e c e s i t a b a creerme, y me creyó
Mi declaración fué pura fórmula. Sin
ella, todo hubiera sucedido lo m i s m o . Mi
habilidad c o n s i s t e en haber prejuzgado
la c u e s t i ó n con h e c h o s . A l g o que no era
s u v o l u n t a d ni la mía se había anticipado a la discusión que precede a todo
c o m p r o m i s o . El compromiso
fué anterior al deseo de c o m p r o m e t e r s e . H e aquí
la explicación de mi triunfo;
— M a ñ a n a te m a n d a r é el caballo...
— -dijo L u i s co'i verdadera a d m i r a c i ó n — .
Pero a n t e s n e c e s i t a m o s pruebas fehacientes.
— L a s tendréis. Allá aparece la diosa.
¡Observadnos!
V
DEDICATORIA ENTRE PARÉNTESIS
( J ó v e n e s i n o c e n t e s del s e x o f e m e n i n o ,
recién llegadas al 21 de marzo de v u e s tra v i d a ; puras y h e r m o s a s como flores
de i n v e r n a d e r o ; educadas en la m á s completa i g n o r a n c i a de la Medicina legal, y
t a n p i a d o s a s y t í m i d a s , que no podéis
p r e s e n c i a r sin l á g r i m a s los
gallinicidios
culinarios ni s o s p e c h a r sin miedo la existencia de t r o g l o d i t a r a t ó n ; a v o s o t r a s ,
i n o f e n s i v a s y dóciles como la p a l o m a y
el a n t i g u o p r o g r e s i s t a , que c o n f e s á i s al
señor cura p e c a d o s tan g o r d o s como no
haber b e s a d o el pan que r e c o g i s t e i s del
suelo, no haber dicho "Jesús, María y
J o s é " al e s t o r n u d a r v u e s t r o novio, o haberos f u m a d o algún cigarrillo de v u e s t r o
primo sólo por conocer el g u s t o d e l . t a b a c o ; a v o s o t r a s , tan s e n s i b l e s como bonitas, que os d e s m a y á i s en la ópera y en
los toros, y que, por t o d a s e s t a s r a z o n e s ,
m e r e c é i s que la b a r o n e s a del Cedro, a
c u y a casa v a i s de tertulia, os llame su
Coro de Angeles;
a v o s o t r a s , en fin,
E l e n a , Pura, Mariana,' Matilde, E l i s a ,
Consolación, reinas de aquellos s a l o n e s ,
e s dedico e s t a s h u m i l d e s p á g i n a s , un poco verdes en la forma, pero m u y maduras e n el fondo, y en que m e p r o p o n g o
d e m o s t r a r o s c l a r í s i m a m e n t e que, a pesar de v u e s t r o s c e l e s t i a l e s atributos,
sois t a n crueles y d e s a l m a d a s , que com e t é i s m u c h a s v e c e s los delitos de robo
en cuadrilla y de a s e s i n a t o con e n s a ñ a m i e n t o , a l e v o s í a y premeditación, sin
daros cuenta de lo que h a c é i s y sin sentir d e s p u é s r e m o r d i m i e n t o s , ni m á s ni
menos que si fueseis discípulas o compañeras de los más feroces bandidos que
suelen expiar sus crímenes en la horca.)
VI
LA CRUCIFIXIÓN
Conque v o l v a m o s al baile.
Decíamos que entró en él Casimira...
¡Casimira, que, por primera vez desdt
que cumplió doce años, creía en Dios, en
la vida, en el amor, en la felicidad...,
puesto que creía en A l e j a n d r o !
¡Casimira, cuyas pasiones, grandes y
pequeñas, habían despertado juntas en
violentísimo tumulto, y que iba aquella
noche al baile a ostentar su primera conquista y a vengarse de tantas otras noches de soledad, abandono y pena, pasadas en aquel mismo salón, delante de
aquellas m i s m a s afortunadas hermosuras!
¡Casimira, que quitaba un adorador a
Mariana, a Elisa, a Matilde, a Pura, a
Consolación, a la baronesa del Cedro...,
a la dueña de la casa!
¡Casimira, en fin, que, en virtud de
todo esto, se había emperejilado de ta!
manera, que no había dejado una blonda ni una cinta en sus cómodas y armarios, 'o cual quiere decir que iba muy
vistosa, demasiado vistosa, imprudentemente vistosa, con su vestido verde mar
recargado de adornos de mil clases, con
su prendido de rosas carmesíes y de plum a s blancas, con su chaqueta de tul, sus
lazos de color de canario, sus m a n g a s
bordadas, sus g u a n t e s de tres botones
su provocativo peinado y su deslumbrador aderezo de brillantes!...
E s t a b a horrible, épicamente fea, tan
ostensiblemente deforme, que todas las
miradas se fijaron e n ella, y m u y particularmente en su cara...
¡Su cara!... ¡ N o la describiremos!...
S o m o s más piadosos que el Coro de Angeles de la baronesa del Cedro.
Alejandro se acercó a Casimira...
Pero aquí necesitamos hacer una advertencia.
N o sé si habréis notado que Alejandro, en medio de sus defectos y de su
aparente crueldad, tenía un resto de corazón. Alejandro, pues, amaba y compadecía a Casinr.ra... hasta cierto punto.
La amaba porque, efectivii mente, había hallado en ella todo un océano de
amor, todo un mundo de sentimiento,
todo un cielo de abnegación, de ternura, de gratitud, de adoración fanática.
Lo que no había encontrado en el alma
de la baronesa, lo que le negaba el corazón de Elisa, lo que necesitaba Alejandro para vivir, lo que envidiaba al
oír los cantos de Saffo, todo lo había
logrado en Casimira Fernández.
Y la compadecía porque adivinaba que
su vanidad de Tenorio, sobreponiéndose
a su razón y a su conciencia, lo alejaría
de la infeliz no bien el mundo cruel se
riese de su elección... Y el mundo se reiría, porque el mundo no puede sufrir en
calma que una mujer tan fea como Casimira llegue a ser bienaventurada sobre la tierra.
Por ganar una apuesta, por satisfacer
una feroz curiosidad, habíase acercado
Alejandro a la j o v e n ; pero, no bien va-
E L CORO D E A N G E L E S
Iuó con la v i s t a aquel i g n o r a d o tesoro
de heroicas cualidades, quizá se le ocurrió ocultar s u aventura, amar a Casimira en secreto, a b i s m a r s e a s o l a s en
aquel piélago de generosidad, desconocido h a s t a e n t o n c e s para él... ¡Quizá se
le ocurrió h a c e r de ella s u madre, su
hermana, su a m i g a , su e s p o s a , la madre
de s u s hijos, la compañera de s u v e j e z !
Pero ¿ y la a p u e s t a ? ¿ Y su amor propio c o m p r o m e t i d o ? ¿ Y p a s a r a los ojos
de Luis y de Cipriano por pretendiente
desdeñado de C a s i m i r a ?
— ¡ B i e n ! — s e dijo A l e j a n d r o definitivamente-^—. Soportaré con paciencia una
silba la noche de la exhibición... ¡ Y o tengo crédito!... E s t e a m o r p a s a r á por una
excentricidad..., por una humorada... Luciré mi m o n s t r u o durante una hora, y
luego fingiré que lo abandono... P e r o no
lo abandonaré, sino que s e g u i r é visitándolo en secreto.
Con t a l e s p r o p ó s i t o s , y r e v e s t i d o del
valor de un mártir, s e n t ó s e al lado de
Casimira y le habló al oído.
La primera que sintió la herida fué la
baronesa del Cedro, olvidada por Alejandro casi c o m p l e t a m e n t e durante aquellos días, y que, con su i n s t i n t o de mujer enamorada, había s o s p e c h a d o la existencia de una n u e v a rival.
Llamó, pues, la atención de su Coro
de Angeles
hacia el e s t r a m b ó t i c o grupo
que f o r m a b a n A l e j a n d r o y Casimira hablándose de amor...
E l Coro de Angeles
se asombró... y
puso el grito en el cielo...
— ¡ N o s insulta!...
— ¡ N o s humilla!...
— ¡ N o s ofende!...
— ¡ E s menester vengarse!—dijeron a
una voz Zas
agraviadas.
— ¡ Y ella lo cree!...
— N o la hacía y o t a n tonta...
— ¿ S a b é i s si ha h e r e d a d o ?
Alejandro percibió e s t a m a r e a creciente de s a r c a s m o s que se acercaba hacia ellos, y s a c ó a bailar a Casimira.
Casimira e s t a b a loca de placer. El cielo que p r o m e t e el E v a n g e l i o a los m a n sos, a los pobres de espíritu, a los que
lloran, a los que han hambre y sed de
justicia; aquel cielo, única esperanza de
la pobre f e a durante l u e n g o s a ñ o s de soledad y pena, h a b í a s e l e acercado t a n súbita e i n e s p e r a d a m e n t e , que a p e n a s se
daba cuenta del m i l a g r o de su redención. ¡Cuánto a m a b a y bendecía a D i o s
aquella n o c h e ! ¡Qué lluvia de l á g r i m a s
ocultas y s i l e n c i o s a s refrescaba su corazón, p r e m a t u r a m e n t e a g o s t a d o ! ¡Qué
hermoso era e! mundo, y qué b u e n a la
especie h u m a n a , y qué bello y lisonjero
el porvenir!
El Coro de Angeles
andaba e n t r e t a n to por el salón, d i c i e n d o :
— ¡ Y la saca a bailar!...
{&-¡Y ella baila!...
— ¡ C o n q u e sabía y se lo callaba!...
— D e b e m o s dejarlos solos...
— ¡ E s o es!... ¡ U n a m a n i f e s t a c i ó n pacífica!...
— ¡ R e t r a i g á m o n o s . . . , como los obreros
catalanes cuando se cruzan de brazos y
se p a s e a n por la R a m b l a !
— ¡ D e c l a r é m o n o s en h u e l g a !
— P e r o , niñas, ¡eso va a ser una ruina para mi b a i l e ! — e x c l a m ó la dueña de
la casa.
— S e comprende el terror de e s t a s señoritas — dijo L u i s , penetrando en el
g r u p o — . A l v e r bailar a esa m u j e r no
he podido m e n o s de e x c l a m a r : "Vel (Motor naturae patitur,
vel mundi
machina
disolvitur."
Todo el mundo se rió de este latín, sin
comprenderlo, y e n t o n c e s L u i s y Cipriano contaron los a m o r e s de A l e j a n d r o y
Casimira tal como acababan de oírlos
de boca del m i s m í s i m o héroe.
L a s bromas, las burlas, los e p i g r a m a s ,
llegaron al e x t r e m o .
A l e j a n d r o lo veía, lo oía, lo adivinaba
todo.
Casimira reparó de pronto en que hacía un rato que sólo ella y A l e j a n d r o
bailaban y en que todo el mundo los seguía con la v i s t a , riendo y cuchicheando.
P a r e c i ó l e que un puñal le a t r a v e s a b a
el corazón. Miró a A l e j a n d r o , y viole
pálido y sudoroso, con la e x p r e s i ó n de
horribles a n g u s t i a s en el semblante. Det ú v o l e e n t o n c e s con un m o v i m i e n t o conv u l s i v o , y sonriendo t a n m a n s a m e n t e
que su r e s i g n a c i ó n habría d e s a r m a d o a
los v e r d u g o s de San B a r t o l o m é , pero que
no logró d e s a r m a r al Coro de
Angeles
de la baronesa, dijo al conturbado y comprometido j o v e n :
— ¡ G r a c i a s ! E s t o y cansada... Déjame...
D a una v u e l t a por ahí...
A l e j a n d r o aprovechó el permiso y se
dirigió en busca de L u i s , a fin de preg u n t a r l e si e s t a b a ya s a t i s f e c h o .
— ¡ Que sea e n h o r a b u e n a ! — l e dijo Matilde al paso.
— ¡ T i e n e u s t e d m u y buen g u s t o ! . . .
— m u r m u r ó E l e n a a su oído.
— ¿ C u á n d o es la b o d a ? — l e p r e g u n t ó
la b a r o n e s a sin mirarlo, después de lo
cual llamó con el abanico a un militar
m u y h e r m o s o que la solicitaba hacía
tiempo, y que inspiraba m á s odio v des-,
pecho que celos y envidia a la satánica
v a n i d a d de Alejandro...
— ¡ A l fin ha encontrado u s t e d quien
le q u i e r a ! — l e dijo Mariana, entregando
una flor al secretario de la E m b a j a d a de
Tres Estrellas.
— ¿ Q u i e r e u.ited bailar, E l i s a ? — b a l buceó Alejandro, dirigiéndose a la niña
de la calle del Príncipe, a la reina de su
corazón, a la esfinge de su vida.
—¡Líbreme Dios, Alejandro!—respondió la j o v e n — . ¡ A n t e s necesita usted que
lo p o n g a n en cuarentena, como a ios buques a p e s t a d o s !
E s t a ú l t i m a herida despertó su rabia,
y decidido a rechazar la fuerza con la
fuerza, volvióre al lado de Casimira
Comprendió que si denotaba debilidad
sería devorado por sus e n e m i g o s .
— ¡ B a i l a r é con ella toda la noche:
— p e n s ó — . ¡Yo f a t i g a r é a e s a s presumid a s ! ¡ Y o les haré v e r el temple de mi
alma!
Y dirigiéndose a la f e a :
— C a s i m i r a . . . — l e d i j o — . Se me había
olvidado advertirte que no te
comprometas a bailar con nadie... ¡Quiero ser tu
pareja toda la noche!...
¡Qué encargo t a n inútil y tan irrisorio !
P e r o Casimira dio las g r a c i a s al joven
con u n a sublime mirada.
— ¿ O y e s ? T o c a n el v a l s de S t r a u s s que
h e m o s bailado dos n o c h e s — prosiguió
A l e j a n d r o — . i B a i l é m o s l o , como brindis •
a n u e s t r o amor, que nació al c o m p á s de
e s a s cadencias!...
Casimira se resistió al principio...
Luego respondió:
11 — 115
— D e j a que s a l g a n otras parejas...
—Mira... Y a h a y tres. ¡ V a m o s ! . . . — r e plicó Alejandro, trémulo y febril.
— P e r o ¿ tú me a m a s ?—preguntó Casimira con voz a g o n i z a n t e .
— ¡ Q u e si te a m o ! — c o n t e s t ó el joven
con voz vibrante y n e r v i o s a — . ¡Como no
he a m a d o nunca!... ¡Como n i n g u n a mujer sino tú merece ser amada!... ¡Ven!...
¡Ven!... ¡ B a i l e m o s !
—¡Sí..., b a i l e m o s ! — r e p i t i ó la fea, cuya
alma era t e a t r o de la m á s e s p a n t o s a
lucha.
Toda e s t a c o n v e r s a c i ó n la e s c u c h ó
Elisa.
¡ E l i s a , que venía diputada por el Coro
de Angeles para separar a A l e j a n d r o de
Casimira!
¡ E l i s a , de quien, como s a b e m o s , Alejandro e s t a b a perdidamente e n a m o r a d o ,
sin saber si era correspondido, pero s o s pechándolo con a l g ú n f u n d a m e n t o !
¡ E l i s a , la reina del salón, la niña i m pasible, la de los l á n g u i d o s o j o s n e g r o s ,
la de la boca de púrpura, la del pecho de
diosa, la de m a n o s de m a g a , la de v o z de
sirena !...
E l i s a , pues, llamó a A l e j a n d r o sin mirarlo.
— P e r d o n a — d i j o é s t e a Casimira cuando la cuitada se disponía a lanzarse al
v a l s , cuando y a soltaba el abanico s o bre una silla—. Perdona... V u e l v o al momento...
Y se acercó a la imperturbable hermosura.
— T e n e m o s mucho que hablar, A l e j a n dro...—dijo E l i s a .
—¿Nosotros, Elisa?—exclamó Alejandro, trémulo de júbilo.
— S í , señor. Sea u s t e d mi pareja en
este vals...
— E s t e vals...—balbuceó Alejandro—lo
t e n g o comprometido...
— ¿ Con la baronesa ?—preguntó E l i s a ,
fingiendo, o no fingiendo (que esto no lo
ha sabido n u n c a n a d i e ) , u n o s celos devoradores.
— ¡ Y o no t e n g o compromiso a l g u n o
con la b a r o n e s a ! — m u r m u r ó Alejandro
valerosamente.
— ¡ A h ! Será con aquella joven... ¡con
C a s i m i r a ! Bien..., v a y a usted... Otro día
hablaremos... T e n g a la bondad de decir
a mi primo que lo espero. A h o r a caigo
en que le había ofrecido bailar con él
toda la noche...
— ¡ N o . . . , no se lo d i r é ! — e x c l a m ó Alejandro, recordando las c o s a s que pensó
ocho días ante.3 en la calle del Príncipe,
a las ocho de la m a ñ a n a .
Y, como siempre que s e acercaba a
E l i s a , todo desapareció ante ella: el orgullo, el honor, la conciencia, la cortesía, la caridad, y, por c o n s i g u i e n t e , desaparecieron también e s t a vez Luisa, Cipriana, la apuesta, la baronesa del Cedro y h a s t a la infortunada Casimira...
¡Oh, s í ! Aquella coqueta de diecisiete
años, aquella e n c a n t a d o r a E l i s a siempre
sonriente, aquella implacable t e n t a d o r a
era m u c h o m á s fuerte que el libertino.
¡Ella lo sabía..., y por hacer alarde de
esta fuerza quizá sacrificaba diariamente su v e n t u r a y la de él, en l u g a r de
arrancarlo, con una palabra de cariño,
de los brazos de la b a r o n e s a !
A l e j a n d r o empezó a decirle apasionadas frases... Ella se m a n i f e s t ó afable como nunca... N o s é cómo se enredaron
s u s brazos..., y ¡ h e l o s y a en el torbelli-
116 — 12
no del v a l s , olvidados del mundo y de sí
propios, sin m e m o r i a de s u s resentimient o s , sin p r o y e c t o s para el p o r v e n i r !
E l i s a era calculadora. L a solidez de su
t a l e n t o podía compararse con la de su
v o l u n t a d . ¿ Q u i é n sabe si al a c e p t a r en
b r o m a el papel de rival de Casimira, que
le había e n c o m e n d a d o toda la reunión,
satisfizo s u propio deseo de bailar con
A l e j a n d r o aquella n o c h e ?
E l l o e s que iba ufana, gallarda, v o luptuosa, en los brazos del a m a n t e de la
b a r o n e s a . E l l o e s que los dos se miraban
c o n f u e g o y se sonreían con dulzura. Elle
e s que f o r m a b a n un apareja encantadora, rica de j u v e n t u d y de gracia, propia
p a r a dar envidia a la i n v á l i d a vejez, a
la desheredada fealdad, al frío y m i s a n trópico d e s e n g a ñ o .
P r e c i s a m e n t e acabaron de bailar en
u n e x t r e m o del salón o p u e s t o al en que
s e e n c o n t r a b a Casimira.
Y allí permanecieron hablando media
hora.
Y A l e j a n d r o p r e g u n t ó a E l i s a , loco de
amor y miedo:
—¿Me quieres?
Y E l i s a respondió, con los labios secos
y la m i r a d a a t ó n i t a :
—No.
S u s ojos, e n t r e t a n t o , decían que si.
D e lo cual r e s u l t ó que A l e j a n d r o quedó para toda la noche a los pies de E l i s a .
— ¿ B a i l a r e m o s la primera p o l k a ? — l e
p r e g u n t ó el j o v e n , desfallecido de v e n tura.
— ¡ S í ! — contestó suavemente Elisa,
c u y a alma nadie hubiera podido sondeai
en aquel m o m e n t o .
— E l i s a . . . , ¿ t e a c u e r d a s de A r a n j u e z ?
— m u r m u r ó Alejandro a p a s i o n a d a m e n t e .
— D é j a m e ahora... — replicó ella con
u n a inexplicable mezcla de ternura, de
celos, de candidez y de p e r v e r s i d a d — .
¡ L a baronesa
nos m i r a !
E n e f e c t o , .la b a r o n e s a principiaba a
alarmarse, t e m i e n d o que E l i s a trabajase
y a por su propia cuenta.
L e v a n t ó s e , pues, la j o v e n y d i j o :
— B ú s c a m e cuando preludien la polka.
Y s e alejó en busca de s u s a m i g a s , a
procurar, sin duda, que le confirmasen
s u s poderes,
autorizándola a s e g u i r seduciendo al adorador de la fea.
— ¿ Q u i é n se acerca a h o r a a Casimir a ? — p e n s ó A l e j a n d r o al v e r s e s o l o — .
Me dará quejas..., llorará..., y, por otra
parte, E l i s a creerá que m e burlo de las
dos.
H í z o s e , pues, el distraído.
A ñ á d a s e a e s t o que Cipriano y L u i s
s e llegaron a él y le declararon vencedor, en v i s t a del cariño y de los celos,
de la pasión y de la a n g u s t i a que revelaba el rostro de Casimira.
¡ A h , s í ! Casimira e s t a b a pálida como
la m u e r t e ; sola, muda, abandonada, presa de la m á s horrible desesperación.
"Quiero ser tu pareja t o d a la noche..."
— l e había dicho A l e j a n d r o — . ¡ Y Alejandro la había dejado p l a n t a d a para
irse a bailar con E l i s a !
¡Qué burla t a n cruel! ¡Qué desencanto t a n d o l o r o s o ! ¡ Qué g r o s e r í a ! ¡ Qué infamia !
E l Coro de Angeles
cuchicheaba, la
s e ñ a l a b a con el dedo y reía despiadadamente.
P o r q u e e s lo cierto que el dolor le
s e n t a b a m u y m a l al rostro de Casimira.
£»EDRO ANTONIO D E A L A R C O N
E n e s t o , preludió la o r q u e s t a u n a
polka.
Casimira esperó..., no y a amor, sino
misericordia de parte de A l e j a n d r o .
P e r o A l e j a n d r o bailó la p o l k a c o n
Elisa.
Casimira lloró entonces...
E l Coro de Angeles
se burló de aquellas l á g r i m a s y halló ridículos aquellos
celos. ¡ E n u n baile no s e l l o r a !
E l i s a paró a A l e j a n d r o cerca de Casimira, sin que él lo notara.
— H a b í a m e de tu n u e v a conquista...
— l e dijo con v o z de sirena.
— ¡ Q u é cosas tienes!—replicó Alejand r o — . Lo de Casimira ha sido una a p u e s ta. P r e g ú n t a s e l o a L u i s y a Cipriano...
¿ C ó m o había y o de a m a r a esa d i o s a egipcia ?
Casimira o y ó e s t a s palabras y s e desmayó... ¡de v e r a s ! P u e d o a s e g u r a r l o .
P e r o la baronesa creyó que el d e s m a y o era fingido.
E n cuanto al Coro de Angeles,
excusado e s decir que halló g r o t e s c a la sensibilidad de Casimira.
S u p r i m a acudió a socorrerla, diciendo :
— ¡ N a d a ! . . . ¡ L o m i s m o p a s ó la otra
n o c h e ! Se ha empeñado en bailar..., y
¡ y a se v e ! . . . La f a l t a de costumbre...
A l e j a n d r o , c a u s a de t a n cómicos acont e c i m i e n t o s , fué adorado aquella noche.
La belleza e s t a b a v e n g a d a .
Casimira v o l v i ó en sí, y d e j ó el salón
sin merecer u n a mirada de A l e j a n d r o .
E l i s a le daba un dulce e n aquel mom e n t o y le e n s e ñ a b a s u s n a c a r a d o s dientes.
L u i s y Cipriano le ofrecían, a d e m á s
del caballo, un f e s t í n e n celebridad de su
triunfo.
E l Coro de Angeles
se contaba todas
e s t a s c o s a s entre i n o c e n t e s c a r c a j a d a s .
S i g u i ó el baile, y al poco tiempo se
m a r c h ó E l i s a , sin decir a A l e j a n d r o ni
que sí ni que no, pero dejándole máe
e n a m o r a d o que nunca.
A l e j a n d r o s e sintió e n t o n c e s inquieto,
sin darse cuenta de la c a u s a o no queriendo dársela tal vez. P o r lo v i s t o , el
remordimiento principiaba a a g i t a r su
conciencia. E l l o e s que s e p u s o m u y triste su alma, en t a n t o que s u rostro sonreía. Por consiguiente,
a p r o v e c h ó el rest o de la n o c h e en reconciliarse con la
baronesa... L o s criminales g u s t a n de estar juntos.
L a b a r o n e s a , que era m a t e r i a l i s t a ,
aunque s e fingía a sí m i s m a que lo i g n o raba, firmó l a s paces al m o m e n t o .
— Q u é d a t e el último...—le dijo, como
ocho días a n t e s .
Y A l e j a n d r o se quedó.
Ocho días después hubo t a m b i é n baile
en casa de la baronesa.
P e r o no a s i s t i ó Casimira.
E l Coro de Angeles
se rió de s u ausencia.
— ¡ L a aburrimos!—indicó Elisa.
— ¡ S e habrá mirado al e s p e j o ! — a ñ a dió Matilde.
— ¡ S e habrá retratado al daguerrotipo!—profirió Mariana.
— ¡ S e habrá casado con u n c i e g o !
— m u r m u r ó Consolación.
— ¡ O se habrá m e t i d o m o n j a ! — e x c l a mó Elena.
— ¡ O s e habrá m u e r t o ! — d i j o la baro-
nesa, sonriendo de u n a manera indefinible.
E n t o n c e s empezó un rigodón, dando
fin a e s t o s comentarios.
Alejandro lo bailó con la baronesa,
E l i s a se burlaba de Alejandro y de sí
propia bailando con un majadero.
Y nadie volvió a acordarse de Casimira.
vn
MORALEJA
¡Casimira! ¡ A h ! ¡Casimira!
N o habléis nunca de libertad al prisionero.
N o habléis de sus hijos a la madre
que los lloró difuntos y que por misericordia de D i o s sobrevivió al pesar.
N o habléis a los ciegos de la belleza
de la luz y de los colores.
Dejad tranquilo al que duerme. N o lo
despertéis j a m á s .
Respetad la s a n t a ignorancia de los
niños.
N o enteréis a los pobres de sus derechos sociales si no podéis satisfacerlos.
N o h a g á i s ostentación de vuestro lujo
delante de los miserables.
N o turbéis la dolorosa tranquilidad
del corazón de una fea.
¡Paz a los m u e r t o s !
¡Casimira! ¡ A h ! ¡Casimira!
E l Coro de Angeles la creyó digna de
ser feliz.
El Coro de Angeles le robó su felicidad.
El Coro de Angeles se rió de s u desdicha.
¡ Casimira ha m u e r t o !
Murió de una caída del cielo a la tierra. ¿ N o lo habíais s o s p e c h a d o ?
Ella peregrinaba tranquila por e s t e
valle de miserias.
Alejandro la levantó..., la sublimó al
empíreo.
E l Coro de Angeles;
v o s o t r a s , niñas,
a quienes me dirijo, la empujasteis, precipitándola otra vez contra la tierra.
Ha muerto, pues, asesinada.
" E s t o s delitos no se hallan penados
en ningún código"—diría Balzac.
¡Pero a bien que Dios e s t á en los ciel o s ! — d e c i m o s nosotros.
P o r de pronto, Alejandro y E l i s a han
sido bien castigados.
Nacieron tan idóneos para agradarse
y para ser el uno la ventura del otro
como si estuviesen destinados a vivir
perpetuamente u n i d o s ; pero una mujer
infernal se atravesó entre ellos, separándolos para siempre. ¡ L a baronesa no
sólo manchó con sus besos a Alejandro,
haciéndole indigno de la adoración de
Elisa, sino que acabó por rebajar el carácter de Elisa, induciéndola a casawse
con no sé qué pobre h o m b r e ! Desde entonces, E l i s a y Alejandro se huyen. S u
amor instintivo se ha convertido en rencor y soberbia, y su m u t u a predestinación, en adversidad. D e s e a n odiarse y
no pueden, y el tiempo que pasa los convence m á s y m á s de que ni la dicha ni
el olvido calmarán nunca la desesperación de sus divorciadas existencias.
La m i s m a baronesa ha encontrado su
merecido, pues reemplazó a Alejandro
con un capitán de Caballería que, al de-
EL CORO D E ANGELES
cír de p e r s o n a s autorizadas, suele p e g a r
prosaicas palizas a la pobre señora.
E n cuanto a Casimira, podéis e s t a r seg u r o s de que su cuerpo no es y a m á s
feo ni m á s bonito que cualquiera otro de
los que la tierra pudre y d e v o r a n los
gusanos, m i e n t r a s que s u alma, purificada por el martirio, luce en la gloria
su imperecedera h e r m o s u r a rodeada de
verdaderos Coros de
Angeles.
Madrid, 1858.
EL
CLAV
(Causa
célebre)
PROLOGO
*
a
F e l i p e e n c e n d i ó u n cigarro y h a b l ó de
esta manera:
F I N D E L PROLOGO
EL NÚMERO I
Lu que m á s a r d i e n t e m e n t e d e s e a todo
el que pone el pie e n el estribo de una
diligencia para e m p r e n d e r un largo viaje es que los c o m p a ñ e r o s de
departamento que le t o q u e n en s u e r t e s e a n de
amena c o n v e r s a c i ó n y t e n g a n s u s m i s mos gustos, sus mismos vicios, pocas
impertinencias, b u e n a educación y una
franqueza que no r a y e en familiaridad.
Porque, como y a h a n dicho y d e m o s trado Larra, K o c k , Soulié y o t r o s escritores de c o s t u m b r e s , e s a s u n t o m u y serio esa i m p r o v i s a d a e í n t i m a reunión de
dos o m á s p e r s o n a s que n u n c a se h a n
visto ni quizá h a n de v o l v e r a v e r s e sobre la tierra, y d e s t i n a d a s , sin e m b a r g o ,
por un capricho del azar, a c o d e a r s e dos
o t r e s días, a almorzar, comer y cenar
juntas, a dormir una e n c i m a de otra, a
manifestarse, en fin, r e c í p r o c a m e n t e con
ese abandono y confianza que no concedemos ni aun a n u e s t r o s m a y o r e s amig o s ; esto es, con los h á b i t o s y
flaquezas
de casa y de familia.
A l abrir la p o r t e z u e l a a c u d e n tumultuosos t e m o r e s a la i m a g i n a c i ó n . U n a
vieja con asma, un f u m a d o r de mal tabaco, una f e a que no tolere el h u m o del
bueno, una nodriza que se m a r e e de ir
en carruaje, a n g e l i t o s que lloren y demás, un hombre g r a v e que ronque, una
venerable m a t r o n a que ocupe a s i e n t o y
medio, un i n g l é s que no hable el español (supongo que v o s o t r o s no habláis e!
i n g l é s ) : tales son, e n t r e o t r o s , los t ipo s
que teméis encontrar.
A l g u n a v e z acariciáis la dulce e s p e r a n za de hallaros con u n a h e r m o s a compañera de v i a j e ; por ejemplo, con una v i u dita de v e i n t e a t r e i n t a a ñ o s (y a u n de
treinta y t r e s ) , con quien sobrellevar a
medias las m o l e s t i a s del c a m i n o ; pero
no bien os ha sonreído e s t a idea, cuando os apresuráis a desecharla m e l a n c ó licamente, considerando que tal v e n t u r a
sería d e m a s i a d a para un simple mortal
en e s t e valle de l á g r i m a s y despropósitos.
Con t a n a m a r g o s recelos ponía y o el
13 — 117
pie e n el estribo de la berlina de l a di | sueño que a p e n a s h a b í a osado concebir;
ligencia de Granada a M á l a g a , a las era el non plus ultra de m i s i l u s i o n e s de
once m e n o s cinco m i n u t o s de u n a noche viajero... ¡ E r a ella!
del otoño de 1844, noche o s c u r a y t e m
Quiero d e c i r : había de ser ella con el
p e s t u o s a , por m á s s e ñ a s .
tiempo.
A l p e n e t r a r en el coche, con el billete número
2 en el bolsillo, mi primer
n
p e n s a m i e n t o fué saludar a aquel i n c ó g
nito número 1 que me traía inquieto a n
ESCARAMUZAS
t e s de s e r m e conocido.
E s de advertir que el t e r c e r a s i e n t o
L u e g o que hube dado la m a n o a l a
de la berlina no e s t a b a t o m a d o , s e g ú n
desconocida para a y u d a r l a a subir, y
co nf esió n del m a y o r a l e n jefe.
que ella t o m ó a s i e n t o a mi lado, mur— ¡ B u e n a s n o c h e s ! — d i j e , no bien m e
m u r a n d o u n "Gracias... B u e n a s noches..."
senté, enfilando la voz h a c i a el rincón en
que m e llegó al corazón, ocurrióseme
que s u p o n í a a mi c o m p a ñ e r o de jaula.
e s t a idea t r i s t í s i m a y d e s g a r r a d o r a :
U n silencio t a n profundo como la o s — ¡ D e aquí a M á l a g a sólo h a y dieciocuridad r e i n a n t e s i g u i ó a m i s
buenas
cho l e g u a s ! ¡Que no f u é r a m o s a la pennoches.
í n s u l a de K a m t c h a t k a !
— ¡ D i a n t r e ! — p e n s é — . ¿ S i será sor
E n t r e t a n t o , se cerró la portezuela y
do... o s o r d a mi e p i c e n o c o f r a d e ?
quedamos a oscuras.
Y alzando la voz, r e p e t í :
E s t o significaba ¡no
verla!
—¡Buenas noches!
Y o pedía r e l á m p a g o s al cielo, c o m o el
I g u a l silencio s i g u i ó a mi s e g u n d a sa
A l f o n s o Munio de la s e ñ o r a A v e l l a n e d a ,
lutación.
cuando d i c e :
— ¿ S i será m u d o ? — m e dije e n t o n c e s
A todo e s t o , la diligencia h a b í a echa'
¡Horrible tempestad, mándame un rayo!
l o a andar, digo, a correr, a r r a s t r a d a
por diez b r i o s o s caballos.
P e r o , ¡ o h dolor!, la t o r m e n t a se retiMi perplejidad s u b í a de p u n t o .
raba y a hacia el Mediodía.
¿ Con quién iba ? ¿ Con u n v a r ó n ? ¿ Con
Y no era lo peor no verla, sino que el
u n a hembra ? ¿ Con u n a vieja ? ¿ Con u n a aire sev ero y triste de la g e n t i l señora
j o v e n ? . . . ¿ Q u i é n , quién era aquel silen m e había i m p u e s t o de tal m o d o , que no
cioso número
1?
me a t r e v í a a c o s a s ninguna...
Y, fuera quien fuese, ¿ p o r qué callaSin e m b a r g o , p a s a d o s a l g u n o s m i n u ba ? ¿ P o r qué no respondía a mi saludo ? t o s , le hice aquellas p r i m e r a s p r e g u n t a s
¿ E s t a r í a ebrio? ¿ S e habría d o r m i d o ? y o b s e r v a c i o n e s de cajón que establecen
¿ S e habría m u e r t o ? ¿ S e r í a un ladrón?... poco a poco cierta i n t i m i d a d entre los
E r a cosa de encender luz. P e r o y o no v i a j e r o s :
f u m a b a e n t o n c e s , y no t e n í a fósforos...
— ¿ V a usted bien?
¿Qué hacer?
— ¿ S e dirige u s t e d a M á l a g a ?
P o r aquí iba en m i s reflexiones, cuan— ¿ L e ha g u s t a d o a u s t e d la A l h a m do s e me ocurrió apelar al sentido del b r a ?
t a c t o , p u e s que t a n ineficaces eran el de
— ¿ V i e n e u s t e d de G r a n a d a ?
la v i s t a y el del oído...
— ¡ E s t á la noche h ú m e d a !
Con m á s tiento, pues, que emplea un
A lo que respondió ella:
pobre diablo p a r a robarnos el pañuelo
—Gracias.
en la P u e r t a del Sol extendí la m a n o de—Sí.
r e c h a hacia aquel á n g u l o del coche.
— N o , señor.
Mi dorado deseo era tropezar con una
—¡Oh!
f a l d a de seda, o de lana, y aun de per—¡Pchis!
cal...
S e g u r a m e n t e , mi c o m p a ñ e r a de v i a j e
A v a n c é , pues...
tenía poca g a n a de c o n v e r s a c i ó n .
¡Nada!
D e d i q u é m e , pues, a coordinar m e j o r e s
A v a n c é m á s ; e x t e n d í todo el brazo... p r e g u n t a s , y v i e n d o que no se m e ocu¡ Nada!
rrían, m e puse a reflexionar.
A v a n c é de n u e v o ; palpé con e n t e r a
¿ P o r qué había subido aquella m u j e r
resolución, en un lado, en otro, e n los en el primer relevo de tiro, y no desda
cuatro rincones, debajo de los a s i e n t o s , Granada ?
e n l a s correas del techo...
¿ P o r qué iba solat
¡Nada..., n a d a !
¿Era casada?
E n este m o m e n t o brilló u n r e l á m p a g o
¿Era viuda?
(ya he dicho que había t e m p e s t a d ) , y a
¿Era...?
s u luz sulfúrea vi... ¡que iba completa¿ Y su t r i s t e z a ? ¿Quare
causa?
mente solo!
Sin ser i n d i s c r e t o no podía hallar l a
Solté una carcajada, burlándome de mi solución de e s t a s c u e s t i o n e s , y la v i a j e m i s m o , y p r e c i s a m e n t e e n aquel i n s t a n - ra me g u s t a b a d e m a s i a d o para que y o
te s e detuvo la diligencia.
corriese el riesgo de parecerle un h o m E s t á b a m o s en el primer relevo.
bre v u l g a r dirigiéndole n e c i a s p r e g u n Y a m e disponía a p r e g u n t a r l e al ma- t a s .
yoral por el viajero que f a l t a b a , cuando
¡Cómo d e s e a b a que a m a n e c i e r a !
se abrió la portezuela, y a la luz de un
D e día se h a b l a con justificada liberfarol qife llevaba el z a g a l vi... ¡Me pare- tad..., m i e n t r a s que la c o n v e r s a c i ó n a o s ció un sueño lo que v i !
curas tiene algo de t a c t o , v a derecha al
Vi p o n e r el pie en el e s t r i b o de la ber- bulto, e s un abuso de confianza...
lina (¡de mi d e p a r t a m e n t o ! ) a u n a herLa desconocida no durmió en toda l a
m o s í s i m a mujer, joven, e l e g a n t e , pálida, noche, s e g ú n deduje de su respiración
sola, v e s t i d a de luto...
y de los s u s p i r o s que lanzaba de vez en
E r a el número 1; e r a mi a n t e s epice- cuando...
no compañero de v i a j e ; era la v i u d a de
Creo inútil decir que y o t a m p o c o pude
m i s e s p e r a n z a s ; era l a realización del c o g e r el s u e ñ o .
118 — 14
PEDRO ANTONIO D E A L A R C O N
A s í m e lo dijo u n a mirada indefinible
que cortó la voz en m i s labios.
— G r a c i a s , señor, g r a c i a s — m e dijo lueg o , al v e r que cambiaba de conversación.
— ¿ H e enojado a usted, señora?
— S í ; el a m o r m e horroriza. ¡Qué
t r i s t e e s inspirar lo que se s i e n t e ! ¿ Q u é
h a r í a y o para no a g r a d a r a n a d i e ?
— ¡ A l g o es m e n e s t e r que u s t e d h a g a ,
si no se complace en el daño a j e n o ! . . .
— r e p u s e m u y s e r i a m e n t e — . L a prueba
e s que aquí m e tiene p e s a r o s o de haberla conocido... ¡ Y a que no feliz, por lo
m e n o s y o v i v í a a y e r en paz..., y y a s o y
d e s g r a c i a d o , p u e s que la amo a u s t e d sin
esperanza!
— L e queda a u s t e d u n a s a t i s f a c c i ó n ,
a m i g o mío...—replicó ella sonriendo.
—¿Cuál?
— Q u e si no acojo su amor, no es por
ser s u y o , sino porque es amor. P u e d e
u s t e d , pues, e s t a r s e g u r o de que ni hoy,
ni m a ñ a n a , ni nunca... obtendrá otro
hombre la correspondencia que le niego.
¡ Y o no a m a r é j a m á s a n a d i e !
— P e r o ¿ p o r qué, s e ñ o r a ?
— ¡ P o r q u e el corazón no quiere, porque no puede, porque no debe luchar
m á s ! ¡ P o r q u e he amado h a s t a el delirio... y he sido e n g a ñ a d a ! E n fin, ¡porque aborrezco el a m o r !
¡Magnífico d i s c u r s o ! Y o no estaba
e n a m o r a d o de aquella mujer. Inspirábam e .curiosidad y deseo, por lo distinguida y por lo b e l l a ; pero de e s t o a una
pasión había todavía m u c h a distancia.
A s í , pues, ai e s c u c h a r aquellas dolor o s a s y t e r m i n a n t e s palabras, dejó la
c o n t i e n d a mi corazón de h o m b r e y entró en ejercicio mi i m a g i n a c i ó n de art i s t a . Quiere e s t o decir que c o m e n c é a
hablar a l a desconocida un l e n g u a j e filosófico y moral del m e j o r g u s t o , con el
que logré r e c o n q u i s t a r s u confianza, o
s e a que m e dijese a l g u n a s o t r a s generalidades m e l a n c ó l i c a s del g é n e r o Balzac.
Así llegamos a Málaga.
E r a el i n s t a n t e m á s o p o r t u n o para saber el n o m b r e de aquella singularísima
señora.
A l despedirme de ella e n la A d m i n i s tración, le dije cómo me llamaba, la casa
donde iba a parar y m i s s e ñ a s en Madrid.
E l l a m e c o n t e s t ó con u n tono que nunca o l v i d a r é :
— D o y a u s t e d mil g r a c i a s por las
a m a b l e s a t e n c i o n e s que le he merecido
durante el viaje, y le suplico que m e
dispense si le oculto mi nombre, en v e z
de darle uno fingido, que e s con el que
aparezco en la hoja...
— ¡ A h ! — respondí — . ¡ L u e g o n u n c a
volveremos a vernos!
— ¡ N u n c a ! . . . Lo cual no debe pesarle.
D i c h o e s t o , la j o v e n sonrió sin alegría, t e n d i ó m e una m a n o con exquisita
gracia y m u r m u r ó :
— P i d a u s t e d a D i o s por mí.
Y o e s t r e c h é su m a n o linda y delicam
da, y t e r m i n é con un saludo aquella escena, que empezaba a h a c e r m e m u c h o
CATÁSTROFE
daño.
E n esto llegó un e l e g a n t e coche al pa¡ D e s v e n t u r a d o ! N o bien dije u n a palabra g a l a n t e a la beldad, conocí que ha- rador.
U n lacayo con librea n e g r a a v i s ó a la
bía p u e s t o el dedo sobre u n a herida...
E n el m o m e n t o perdí todo lo que ha- desconocida.
Subió ella al carruaje, s a l u d ó m e de
bía g a n a d o en su opinión.
— ¿ E s t á u s t e d i n d i s p u e s t a ? — l e preg u n t é una de las v e c e s que s e quejó.
— N o , señor; gracias. Ruego a usted
que se duerma descuidado...—respondió
con seria afabilidad.
—¡ Dormirme!—exclamé.
Luego añadí:
—Creí que padecía usted...
— ¡ O h , no..., no p a d e z c o ! — m u r m u r ó
b l a n d a m e n t e , pero con un acento en que
llegué a percibir cierta a m a r g u r a .
E l resto de la noche no dio de sí m á s
que b r e v e s d i á l o g o s como el anterior.
A m a n e c i ó , al fin...
¡Qué h e r m o s a e r a !
P e r o ¡ qué sello de dolor sobre su frent e ! ¡Qué lúgubre oscuridad en s u s bellos o j o s ! ¡Qué t r á g i c a e x p r e s i ó n e n todo
s u s e m b l a n t e ! A l g o m u y triste había en
el fondo de su alma.
Y, sin e m b a r g o , no era u n a de aquellas m u j e r e s e x c e p c i o n a l e s , e x t r a v a g a n t e s , de corte r o m á n t i c o , que v i v c i fuera
del mundo devorando a l g ú n p e s a r o rep r e s e n t a n d o a l g u n a tragedia...
E r a una m u j e r a la moda, u n a e l e g a n te mujer, de porte d i s t i n g u i d o , c u y a menor palabra dejaba traslucir u n a de e s a s
reinas de la c o n v e r s a c i ó n y del buen g u s to, que t i e n e n por trono u n a b u t a c a de
s u g a b i n e t e , u n a carretela en el P r a d o
o un palco en la O p e r a ; pero que callan
f u e r a de s u e l e m e n t o , o sea f u e r a del
círculo de s u s i g u a l e s .
Con la llegada del día se a l e g r ó algo
la e n c a n t a d o r a v i a j e r a , y y a c o n s i s t i e s e
en que mi circunspección de toda la noche y la g r a v e d a d de mi fisonomía le insp i r a s e n b u e n a idea de mi persona, ya
en que quisiera r e c o m p e n s a r al hombre
a quien no h a b í a dejado dormir, fué el
c a s o que inició a s u v e z las c u e s t i o n e s
de o r d e n a n z a :
—¿Dónde va usted?
— ¡ V a a h a c e r buen d í a !
— ¡ Q u é hermoso paisaje!
A lo que y o c o n t e s t é m á s e x t e n s a m e n te que ella m e h a b í a c o n t e s t a d o a mí.
A l m o r z a m o s en Colmenar.
L o s v i a j e r o s del interior
y de la rotonda e r a n p e r s o n a s poco t r a t a b l e s .
Mi compañera s e redujo a hablar conmigo.
E x c u s a d o e s decir que y o e s t u v e ent e r a m e n t e c o n s a g r a d o a ella y que la
atendí e n la m e s a como a u n a persona
real.
D e v u e l t a en el coche, n o s t r a t á b a m o s
y a con a l g u n a confianza.
E n la m e s a h a b í a m o s hablado de Madrid, y hablar bien de Madrid a u n a madrileña que s e halla lejos de la corte e s
la m e j o r de l a s r e c o m e n d a c i o n e s .
¡ P o r q u e nada e s t a n s e d u c t o r como
Madrid p e r d i d o !
— ¡ A h o r a o nunca, F e l i p e ! — m e dije
e n t o n c e s — . Quedan ocho leguas... Abord e m o s la cuestión amorosa...
nuevo y desapareció por la Pu-.rta del
Mar.
D o s m e s e s después volví a encontrarla.
Sepamos dónde.
IV
OTRO VIAJE
A las dos de la tarde del 1.* de noviembre de aquel mismo año caminaba
y o sobre un mal rocín de alquiler por el
arrecife que conduce a ***, villa importante y cabeza de partido de la provincia de Córdoba.
Mi criado y el equipaje iban en otro
rocín mucho peor.
Dirigíame a *'** con objeto de arrendar unas tierras y permanecer tres o
cuatro semanas en casa del juez de primera instancia, íntimo amigo mío, a
quien conocí en la Universidad de Granada cuando'ambos estudiábamos Jurisprudencia, y donde simpatizamos, contrajimos estrecha amistad y fuimos inseparables. D e s p u é s no nos habíamos
visto en siete años.
Según iba aproximándome a la población término de mi viaje, llegaba m á s
distintamente a mis oídos el melancólico clamoreo de muchas campanas que
tocaban a muerto...
Maldita la gracia que me hizo tan lúgubre coicidencia...
Sin embargo, aquel doble no tenía
nada de casual, y y o debí contar con el,
en atención a ser víspera del día de Difuntos.
Llegué, con todo, m u y de mal humor
a los brazos de mi amigo, que me aguardaba en las afueras del pueblo.
El advirtió al m o m e n t o mi preocupación, y después de los primeros s a l u d o s :
— ¿ Q u é t i e n e s ? — m e dijo, dándome el
brazo, en tanto que sus criados y el mío
s e alejaban con las cabalgaduras.
— H o m b r e , seré franco...—le contest é — . N u n c a he merecido, ni pienso merecer, que me eleven arcos de triunfo;
nunca he experimentado ese inmenso júbilo que llenará el corazón de un grande hombre en el momento que un pueblo alborozado sale a recibirlo, mientras
que las campanas repican a v u e l o ; pero...
— ¿ A d o n d e v a s a parar?
— A la segunda parte de mi discurso.
Y e s : que si en este pueblo no he experimentado los honores de la entrada
triunfal, acabo de ser objeto de otros
m u y parecidos, aunque opuestos enteramente. ¡Confiesa, oh juez de palo- que
esos clamores funerales que solemnizar
mi entrada en *** hubieran contristado
al hombre m á s jovial daJ universo!
— ¡ B r a v o , Felipe!—replicó el juez, a
quien llamaremos Joaquín Zarco—. ¡Vie
nea m u y a mi g u s t o ! E s a melancolía
cuadra perfectamente a mi tristeza...
— ¡ T ú triste!... ¿ D e cuándo a c á ?
Joaquín se encogió de hombros, y no
sin trabajo retuvo un gemido...
Cuando dos amigos que se quieren de
verdad vuelven a verse después de larg a separación, parece como que resuci
tan todas las penas que no han llorad
juntos.
Y o me hice el desentendido por el m o
EL
mentó, y hablé a Zarco de cosas indiferentes.
E n esto p e n e t r a m o s en su e l e g a n t e
casa.
— ¡ D i a n t r e , a m i g o m í o ! — n o pude menos de e x c l a m a r — . ¡ V i v e s m u y bien alojado!... ¡Qué orden, qué g u s t o e n . t o d o !
¡Necio de mí!... Y a caigo... Te habrás
casado...
— N o me he casado...—respondió el
juez con la voz un poco t u r b a d a — . ¡ N o
me he casado, ni me casaré nunca!...
—Que no te h a s casado, lo creo, supuesto que no me lo h a s escrito... ¡ Y la
cosa valía la pena de ser c o n t a d a ! P e r o
eso de que no te c a s a r á s nunca, no me
parece tan fácil ni t a n creíble.
— ¡ P u e s te lo j u r o ! — r e p l i c ó Zarco solemnemente.
— ¡ Q u é rara m e t a m o r f o s i s ! — repuse
y o — . Tú, tan partidario siempre del séptimo s a c r a m e n t o ; tú, que hace dos añoo
me escribías a c o n s e j á n d o m e que me casara, ¡salir ahora con esa novedad!...
Amigo mío, ¡a ti te ha sucedido a l g o , y
algo m u y p e n o s o !
— ¿ A m í ? — dijo Zarco e s t r e m e c i é n dose.
— ¡ A t i ! — p r o s e g u í y o — . ¡ Y v a s a contármelo! T ú v i v e s aquí solo, encerrado
en la grave circunspección que e x i g e tu
destino, sin un a m i g o a quien referir t u s
debilidades de mortal... P u e s bien, cuéntamelo todo, y v e a m o s si puedo servirte
de algo.
E l juez m e e s t r e c h ó las m a n o s , diciendo:
—Sí..., sí... ¡Lo s a b r á s todo, a m i g o
mío! ¡Soy m u y d e s v e n t u r a d o !
Luego se serenó un poco, y añadió secamente :
— V í s t e t e . H o y v a todo el pueblo a visitar el cementerio, y parecería mal que
yo faltase. V e n d r á s c o n m i g o . La tarde
está buena, y te conviene andar a pie
para descansar del trote del rocín. El
cementerio se halla situado en medio de
un hermoso campo, y no te d i s g u s t a r á
el paseo. P o r el camino te contaré la historia que ha acibarado mi existencia, y
verás si t e n g o o no t e n g o m o t i v o s para
renegar de las m u j e r e s .
U n a hora después c a m i n á b a m o s Zarco
y yo en dirección al cementerio.
Mi pobre " ^ i g o m e habló de esta manera:
V
MEMORIAS DFJ UN JUEZ DE PRIMERA
INSTANCIA
1
Hace dos años que, estando de promotor fiscal en
obtuve licencia para
pasar un m e s en Sevilla.
E n la fonda en que m e hospedé vivía
hacía a l g u n a s s e m a n a s cierta e l e g a n t e y
hermosísima joven, que p a s a b a por viuda, cuya procedencia, así como el objeto
que la retenía en Sevilla, eran un misterio para los demás h u é s p e d e s .
Su soledad, su lujo, su falta de relaciones y el aire de tristeza que la envolvían daban pie a mil conjeturas, todo lo
cual, unido a su incomparable belleza y
a la inspiración y g u s t o con que tocaba
el piano y cantaba, no tardó en desper-
CLAVO
t a r en mi alma u n a invencible inclinación hacia aquella mujer.
S u s habitaciones e s t a b a n e x a c t a m e n t e
encima de las m í a s , de modo que la oía
cantar y tocar, ir y venir, y h a s t a conocía cuándo se acostaba, cuándo se lev a n t a b a y cuándo p a s a b a la noche en
vela—cosa muy frecuente—. Aunque, en
vez de comer en la m e s a redonda, se
hacía servir en su cuarto, y no iba n u n ca al teatro, tuve o c a s i ó n de saludarla
v a r i a s veces, ora en la escalera, ora en
a l g u n a tienda, ora de balcón a balcón,
y al poco t i e m p o los dos e s t á b a m o s seguros del placer con que nos v e í a m o s .
T ú lo sabes. Y o era grave, aunque no
triste, y e s t a circunspección mía cuadraba p e r f e c t a m e n t e a la retraída e x i s t e n cia de aquella mujer, p u e s ni n u n c a le
dirigí la palabra, ni procuré v i s i t a r l a en
en su cuarto, ni la perseguí c*n e n o j o s a
curiosidad, corno otros h a b i t a n t e s de la
fonda.
E s t e respeto a s u melancolía debió de
h a l a g a r s u orgullo de p a c i e n t e ; dígolo
porque no tardó en mirarme con cierta
deferencia, cual si y a nos h u b i é s e m o s revelado el uno al otro.
Quince días habían transcurrido de
e s t a manera, cuando la fatalidad..., nada m á s que la fatalidad..., m e introdujo
u n a noche en el cuarto de la desconocida.
Como n u e s t r a s h a b i t a c i o n e s ocupaban
i d é n t i c a situación en el edificio, salvo el
e s t a r en p i s o s diferentes, eran s u s ent r a d a s i g u a l e s . D i c h a noche, pues, al volv e r del teatro, subí distraído m á s escaleras de las que debía, y abrí la puerta
de su cuarto, creyendo que era la del
mío.
L a h e r m o s a e s t a b a leyendo, y se sobresaltó al v e r m e . Y o me aturdí de ta¡
modo, que a p e n a s pude d i s c u l p a r m e ; pero mi m i s m a turbación y la prisa con
que i n t e n t é irme la convencieron de que
aquella equivocación no era una farsa.
R e t ú v o m e , pues, con e x q u i s i t a amabilidad, para demostrarme—dijo—que
creía
en mi buena fe y que no estaba
incomod.ada conmigo, acabando por suplicarme
que me equivocara
otra vez
deliberadamente,
p u e s no podía tolerar que una
p e r s o n a de m i s condiciones de carácter
p a s a s e las n o c h e s en el balcón oyéndola
c a n t a r — c o m o ella me había
visto—,
cuando su pobre habilidad
se
honraría,
con que yo le prestase
atención más de
cerca.
A pesar de todo, creí de mi deber no
t o m a r asiento e n aquella noche, y salí.
P a s a r o n t r e s días, durante los cuales
t a m p o c o me atreví a a p r o v e c h a r el amable ofrecimiento de la bella cantora, aun
a r i e s g o de pasar por d e s c o r t é s a sus
ojos. ¡ Y era que estaba perdidamente
e n a m o r a d o de ella; era que conocía que
en u n o s a m o r e s con aquella m u j e r no podía haber término medio, sino delirio de
dolor o delirio de v e n t u r a ; era que le temía, en fin, a l a * a t m ó s f e r a de tristeza
que la r o d e a b a !
Sin embargo, después de aquellos tres
días subí al piso s e g u n d o .
P e r m a n e c í alli toda la v e l a d a ; la joven
me dijo llamarse Blanca y ser madrile
ña y v i u d a ; tocó el piano, cantó, hízome
mil p r e g u n t a s acerca de mi persona, profesión, e s t a d o , familia, etc., y todas sus
palabras y o b s e r v a c i o n e s m e complacie-
15 — 119
ron y enajenaron... Mi a l m a fué desde
aquella n o c h e e s c l a v a de la s u y a .
A la n o c h e s i g u i e n t e volví, y a la otra
n o c h e t a m b i é n , y d e s p u é s t o d a s l a s noc h e s y t o d o s los días.
N o s a m á b a m o s , y ni u n a palabra de
a m o r nos h a b í a m o s d i c h o .
P e r o , hablando del amor, habíale yo
encarecido v a r i a s v e c e s la i m p o r t a n c i a
que daba a e s t e s e n t i m i e n t o , la vehem e n c i a de m i s i d e a s y p a s i o n e s y todo lo
que n e c e s i t a b a mi corazón para ser feliz.
Ella, por s u parte, m e había m a n i f e s tado que p e n s a b a del m i s m o m o d o .
— Y o — d i j o una n o c h e — m e c a s é sin
a m o r a mi m a r i d o . P o c o t i e m p o des*
pues... lo odiaba. H o y ha m u e r t o . ¡Sólo
D i o s s a b e cuánto he s u f r i d o ! Y o comprendo el a m o r de e s t a s u e r t e : e s la gloria o e s el infierno. Y para mí, h a s t a
ahora, ¡ s i e m p r e ha sido el infierno!
A q u e l l a n o c h e no dormí.
La p a s é analizando las ú l t i m a s palabras de B l a n c a .
¡Qué s u p e r s t i c i ó n la m í a ! A q u e l l a m u
jer m e daba miedo. ¿ L l e g a r í a m o s a ser,
y o su gloria y ella mi
infierno?
E n t r e t a n t o , expiraba el m e s de licencia.
P o d í a pedir otro p r e t e x t a n d o una enfermedad... P e r o ¿debía h a c e r l o ?
Consulté a Blanca.
— ¿ P o r qué m e lo p r e g u n t a u s t e d ^
mí?—repuso
ella, c o g i é n d o m e una m a n o .
— M á s claro, B l a n c a . . . — r e s p o n d í — . Yo
la amo a usted... ¿ H a g o mal en a m a r l a ?
— ¡ N o ! — d i j o B l a n c a palideciendo.
Y sus ojos n e g r o s dejaron escapar dos
t o r r e n t e s de luz y de voluptuosidad...
II
Pedí, pues, dos m e s e s de licencia, y
m e los concedieron, g r a c i a s a ti. ¡ N u n c a
me hubieras hecho aquel f a v o r !
Mis relaciones con B l a n c a no fueron
a m o r : fuero delirio, locura, f a n a t i s m o .
L e j o s de a t e m p e r a r s e mi frenesí con
la p o s e s i ó n de aquella mujer extraordinaria, se exacerbó m á s y m á s : cada día
que p a s a b a descubría y o n u e v o s tesoro?
de v e n t u r a , n u e v o s m a n a n t i a l e s de felicidad...
P e r o en mi alma, como en la s u y a ,
b r o t a b a n al propio tiempo m i s t e r i o s o s
temores.
¡ T e m í a m o s perdernos!... E s t a era la
fórmula de n u e s t r a inquietud.
L o s a m o r e s v u l g a r e s n e c e s i t a n ei miedo para a l i m e n t a r s e , para no decaer. Por
e s o se ha dicho que toda relación ilegítima e s m á s v e h e m e n t e que el m a t r i m o nio. Pero un amor como el nuestro hallaba recónditos p e s a r e s en su precario
porvenir, en su inestabilidad, en su carencia de lazos indisolubles...
Blanca m e d e c í a :
-—Nunca esperé ser a m a d a por un
hombre como tú, y, d e s p u é s de ti, no veo
amor ni dicha posibles para mi corazón.
Joaquín, un amor como el t u y o era a
necesidad de mi v i d a : moría y a sin él;
sin él, moriría mañana... D i m e que nunca me olvidarás.
— ¡ C a s é m o m s, B l a n c a ! — r e s p o n d í a yo,
Y B l a n c a inclinaba la cabeza con angustia.
— ¡ S í , c a s é m o n o s ! — v o l v í a y o a decir.
T
120 — 16
s i n comprender aquella m u d a d e s e s p e r a ción.
— ¡ Cuánto m e a m a s ! — r e p l i c a b a ella—.
Otro h o m b r e en t u l u g a r rechazaría esa
i d e a si y o s e la p r o p u s i e s e . T ú , por el
contrario...
— Y o , B l a n c a , e s t o y o r g u l l o s o de t i ;
quiero o s t e n t a r t e a los o j o s del m u n d o ,
quiero perder toda zozobra acerca del
t i e m p o que v e n d r á , quiero s a b e r que
e r e s m í a p a r a siempre. A d e m á s , t ú con o c e s mi carácter, s a b e s que n u n c a t r a n sijo en m a t e r i a s d e honra... P u e s b i e n :
la sociedad en que v i v i m o s llama crimen
a n u e s t r a dicha... ¿ P o r qué n o h e m o s de
r e d i m i r n o s al pie del a l t a r ? ¡ T e quiero
pura, t e quiero noble, t e quiero s a n t a !
¡Te a m a r é e n t o n c e s m á s que h o y ! . . .
¡ A c e p t a mi m a n o !
— ¡ N o p u e d o ! — r e s p o n d í a aquella m u jer incomprensible.
Y e s t e debate se reprodujo mil vece3.
U n día que y o peroré largo rato cont r a el adulterio y contra toda inmoralidad, B l a n c a se c o n m o v i ó extraordinariam e n t e ; lloró, m e dio las g r a c i a s y repit i ó lo de c o s t u m b r e :
— ¡ C u á n t o m e a m a s ! ¡Qué b u e n o , qué
g r a n d e , qué noble e r e s !
A todo e s t o , expiraba la p r ó r r o g a de
m i licencia.
É r a m e n e c e s a r i o v o l v e r a mi destino,
y así se lo anuncié a B l a n c a .
— ¡ S e p a r a r n o s ! — g r i t ó c o n infinita an* gustia.
— ¡ T ú lo h a s q u e r i d o ! — c o n t e s t é .
— ¡ E s o e s imposible!... Y o t e idolatro,
Joaquín.
— B l a n c a , y o t e adoro.
— A b a n d o n a t u carrera... Y o s o y rica...
¡Viviremos juntos!—exclamó, tapándom e la boca para que no replicara.
L a b e s é la m a n o y r e s p o n d í :
— D e mi e s p o s a a c e p t a r í a e s a oferta,
h a c i e n d o t o d a v í a un sacrificio... P e r o
de ti...
— ¡ D e mí!—respondió llorando—. ¡De
la m a d r e de t u h i j o !
— ¿ Q u i é n ? ¡Tú! ¡Blanca!...
—Sí..., D i o s acaba de decirme que s o y
madre... ¡Madre por p r i m e r a v e z ! ¡Tú
h a s completado mi vida, Joaquín, y no
bien g u s t o la fruición de e s t a bienaventuranza absoluta, quieres d e s g a j a r el
árbol de mi d i c h a ! ¡Me das u n hijo y
me abandonas tú!...
— ¡ S é mi esposa, B l a n c a ! — f u é mi única c o n t e s t a c i ó n — . L a b r e m o s la felicidad
de ese á n g e l que l l a m a a las p u e r t a s de
la v i d a .
B l a n c a p e r ma neció m u c h o t i e m p o silenciosa.
L u e g o l e v a n t ó la cabeza con u n a t r a n quilidad indefinible y m u r m u r ó :
—Seré tu esposa.
— ¡ G r a c i a s ! ¡Gracias, B l a n c a m í a !
— E s c u c h a — d i j o al poco r a t o — ; no
quiero que a b a n d o n e s t u carrera...
— ¡ A h ! ¡Mujer s u b l i m e !
— V e t e a t u Juzgado... ¿ C u á n t o t i e m po t a r d a r á s en arreglar allí t u s a s u n t o s ,
solicitar del Gobierno m á s licencia y volver a S e v i l l a ?
— U n mes.
— U n mes...—repuso Blanca—. ¡Bien!
Aquí te e s p e r o . V u e l v e dentro de un
m e s , y seré t u e s p o s a . H o y s o m o s 15 de
abril... ¡ E l 15 de m a y o , s i n f a l t a !
—¡Sin falta!
— ¿ M e lo j u r a s ?
P E D R O ANTONIO D E A L A R C O *
a las demás mujeres... por la sencilla ra— T e lo juro.
zón de que no son ella...
— ¡ A ú n otra v e z ! — r e p l i c ó B l a n c a .
¿Te convences ahora de que nunca lle— T e lo juro.
garé a c a s a r m e ?
—¿Mé amas?
— C o n toda mi vida.
— P u e s v e t e , y ¡ v u e l v e ! Adiós...
VI
Dijo, y m e suplicó que la dejara y que
partiese sin perder m o m e n t o .
EL CUERPO DEL DELITO
D e s p e d í m e de ella y partí a * * * aquel
m i s m o día.
P o c o s s e g u n d o s después de terminar
mi amigo Zarco la relación de sus amoIII
res llegamos al cementerio.
E l cementerio de * * * no es otra cosa
Llegué a ***.
que un campe yermo y solitario, semP r e p a r é mi casa para recibir a mi es- brado de cruces de madera y rodeado
p o s a ; solicité y obtuve, como sabes, otro por una tapia. N i lápidas ni sepulcros
m e s de licencia, y arreglé t o d o s m i s turban la monotonía de aquella mansión.
a s u n t o s con tal eficacia, que al cabo de Allí descansan, en la fría tierra, pobres
quince días m e vi en libertad de v o l v e r y ricos, grandes y plebeyos, nivelados
a Sevilla.
por la muerte.
D e b o advertirte que durante aquel meE n e s t o s pobres cementerios, que tandio m e s no recibí ni u n a sola carta de to abundan en E s p a ñ a y que son acaso
B l a n c a , a pesar de haberle y o escrito los m á s poéticos y los m á s propios de
s e i s . E s t a circunstancia m e t e n í a v i v a - sus moradores
sucede con frecuencia
m e n t e contrariado. A s í fué que aunque que para sepultar un cuerpo es menessólo había transcurrido la m i t a d del pla- ter e x h u m a r otro, o, mejor dicho, que
zo que mi a m a d a m e concediera, salí cada dos años se echa una nueva capa
para Sevilla, adonde llegué el día 30 de de muertos sobre la tierra. Consiste esto
abril.
en la pequenez del recinto, y da por reI n m e d i a t a m e n t e m e dirigí a la fonda sultado que alrededor de cada nueva
que había sido nido de n u e s t r o s a m o r e s . zanja h a y mil blancos despojos q u e de
B l a n c a había desaparecido dos días tiempo en tiempo son conducidos al osad e s p u é s de mi partida, sin dejar razón rio
común.
del p u n t o a que se e n c a m i n a b a .
Yo he visto m á s de una vez estos osa¡ I m a g í n a t e el dolor de mi d e s e n g a ñ o ! rios... ¡ Y en verdad que merecen ser vis; N o escribirme que se m a r c h a b a ! ¡Mar- t o s ! F i g u r a o s , en un rincón del campocharse sin dejar dicho adonde s e diri- santo, una especie de pirámide de hueg í a ! ¡ H a c e r m o perder c o m p l e t a m e n t e su sos, una colina de multiforme marfil, un
r a s t r o ! ¡ E v a d i r s e , en fin, como u n a cri- cerro de cráneos, fémures, canillas, húminal cuyo delito se ha d e s c u b i e r t o !
meros, clavículas rotas, columnas espiN i por u n i n s t a n t e m e ocurrió per- nales desgranadas, dientes sembrados
m a n e c e r en Sevilla h a s t a el 15 de m a y o , acá y allá, costillas que fueron armadua g u a r d a n d o a v e r si r e g r e s a b a B l a n c a - ras de corazones, dedos diseminados..., y
L a v i o l e n c i a de mi dolor y de mi indig- todo ello seco, frío, muerto, árido... ¡Fin a c i ó n y el bochorno que s e n t í a por ha- guraos, figuraos aquel horror!
ber aspirado a la m a n o de s e m e j a n t e
Y ¡qué c o n t a c t o s ! L o s e n e m i g o s , los
a v e n t u r e r a no dejaban l u g a r a n i n g u n a rivales, los esposos, los padres y s u s hiesperanza, a n i n g u n a ilusión, a n i n g ú n jos, no sólo juntos, sino revueltos, mezconsuelo. Lo contrario h u b i e r a sido ofen- clados por pedazos, como trillada mies,
der mi propia conciencia, que y a v e í a en como rota paja... Y ¡ qué desapacible ruiB l a n c a el ser o d i o s o y r e p u g n a n t e que do cuando un cráneo choca con otro o
el a m o r o el deseo h a b í a n disfrazado has- cuando baja rodando desde la cumbre
t a entonces... ¡ I n d u d a b l e m e n t e , era una por aquellas huecas astillas de antiguos
m u j e r l i v i a n a e hipócrita, que m e a m ó h o m b r e s ! Y ; qué risa tan i n s u l t a n t e ties e n s u a l m e n t e , pero que, previendo la ha nen las calaveras!
bitual m u d a n z a de s u caprichoso coraPero v o l v a m o s a nuestra historia.
zón, no p e n s ó n u n c a e n que n o s casáAndábamos Joaquín y yo dando sacrir a m o s ! H o s t i g a d a , al fin, por mi a m o r y legamente con el pie a tantos restos inmi honradez, había e j e c u t a d o u n a t o r p e animados, ora pensando en el día que
comedia, a fin de e s c a p a r s e i m p u n e m e n - otros pies hollarían nuestros despojos,
te. ¡ Y en cuanto a aquel hijo a n u n c i a d o ora atribuyendo a cada hueso una hiscon t a n t o júbilo, t a m p o c o m e cabía y a toria; procurando hallar el secreto de la
duda de que era otra ficción, otro e n g a - vida en aquellos cráneos donde acaso
ño, otra s a n g r i e n t a burla!... ¡ A p e n a s se moró el genio o bramó la pasión, y y a
comprendía s e m e j a n t e perv ersi da d en vacíos como celda de difunto fraile, o
u n a criatura t a n bella y t a n i n t e l i g e n t e ! adivinando otras v e c e s (por la configuT r e s d í a s nada m á s e s t u v e en Sevilla, ración, por la dureza y por la dentaduy el 4 de m a y o m e m a r c h é a la corte, ra) si tal calavera perteneció a una murenunciando a mi destino, para v e r si mi jer, a un niño o a un anciano, cuando
f a m i l i a y el bullicio, del m u n d o m e ha- las miradas i e i juez quedaron fijas en
cían olvidar a aquella m u j e r , que suce- uno de aquellos globos de marfil...
s i v a m e n t e h a b í a sido para mí la gloria
—¿ Qué es esto ? — exclamó, retrocey el
infierno.
diendo un poco—. ¿Qué es e s t o , amigo
P o r último, h a c e cosa de quince me- m í o ? ¿ N o e s un clavo?
Y así hablando, daba v u e l t a s con el
s e s que t u v e que aceptar el J u z g a d o de
e s t e pueblo, donde, como h a s v i s t o , no bastón a un cráneo, bastante fresco tov i v o m u y c o n t e n t o que d i g a m o s , siendo davía, que conservaba algunos espesos
lo peor de todo que, en medio de mi abo- mechones de pelo negro.
Miré, y quedé tan asombrado come
rrecimiento a B l a n c a , d e t e s t o m u c h o m á s
EL
mi amigo... ¡ A q u e l l a c a l a v e r a e s t a b a
a t r a v e s a d a por u n clavo de h i e r r o !
La c h a t a cabeza de e s t e clavo a s o m a
ba por la parte superior del h u e s o coronal, m i e n t r a s que la p u n t a salía por el
que fué cielo de la boca.
¿Qué podía significar a q u e l l o ?
D e la e x t r a ñ e z a p a s a m o s a l a s conjeturas, ¡ y de las c o n j e t u r a s al horror!...
— ¡ R e c o n o z c o la P r o v i d e n c i a ! — e x c l a mó finalmente Z a r c o — . ¡ H e aquí u n espantoso crimen que iba a quedar i m p u n e
y que se delata por sí m i s m o a la justicia! ¡Cumpliré con mi deber, t a n t o
m á s cuanto que p a r e c e que el m i s m o
Dios m e lo o r d e n a d i r e c t a m e n t e al poner ante m i s o j o s la t a l a d r a d a cabeza
de la v í c t i m a ! ¡ A h , sí!... ¡Juro no descansar h a s t a que el autor de e s t e horrible delito expíe s u m a l d a d e n el c a d a l s o !
r
vn
PRIMERAS DILIGENCIAS
Mi a m i g o Zarco era u n m o d e l o de jueces.
Recto, i n f a t i g a b l e , aficionado, t a n t o
como obligado, a la a d m i n i s t r a c i ó n de
justicia, vio en aquel a s u n t o un campo
v a s t í s i m o en que emplear toda s u inteligencia, todo s u celo, todo su f a n a t i s mo (perdonad la p a l a b r a ) por e l cumplimiento de la ley.
I n m e d i a t a m e n t e hizo b u s c a r a u n e s cribano, y dic principio al proceso.
D e s p u é s de e x t e n d i d o t e s t i m o n i o de
aquel hallazgo, llamó al enterrador.
E l lúgubre p e r s o n a j e se p r e s e n t ó a n t e
la ley pálido y t e m b l o r o s o . ¡ A la verdad, entre aquellos dos h o m b r e s , cualquier e s c e n a t e n í a que s e r horrible! R e cuerdo l i t e r a l m e n t e s u d i á l o g o :
El juez.—¿ D e quién puede s e r e s t a calavera ?
El sepulturero.—¿Dónde
la h a encontrado v u e s t r a s e ñ o r í a ?
El juez.—En
este m i s m o sitio.
El sepulturero.—Pues
e n t o n c e s , pertenece a u n c a d á v e r que, por e s t a r y a algo
pasado, d e s e n t e r r é a y e r para s e p u l t a r a
una v i e j a que m u r i ó a n t e a n o c h e .
El juez.—¿Y
por qué e x h u m ó u s t e d
ese cadáver, y no otro m á s a n t i g u o ?
El sepulturero.—Ya
lo h e dicho a v u e s tra s e ñ o r í a : para p o n e r a la v i e j a en su
lugar. ¡ E l A y u n t a m i e n t o no quiere convencerse de que e s t e c e m e n t e r i o es m u y
chico para t a n t a g e n t e c o m o se muere
ahora! ¡ A s í e s que no s e deja a los
muertos s e c a r s e e n la tierra, y t e n g o
que t r a s l a d a r l o s m e d i o v i v o s al osario
común!
El juez.—¿Y
podrá saberse de quién
e s el c a d á v e r a que corresponde e s t a cabeza?
El sepulturero.—No
es m u y fácil, señor.
El juez.—Sin
e m b a r g o , ¡ello ha de s e r !
Conque piénselo u s t e d despacio.
El sepulturero.—Encuentro
u n medio
de saberlo...
El juez.—Dígalo
usted.
El sepulturero.
— L a caja de aquel
muerto se hallaba e n r e g u l a r e s t a d o
cuando la saqué de la tierra, y m e la
llevé a mi h a b i t a c i ó n para a p r o v e c h a r
las t a b l a s de la t a p a . A c a s o c o n s e r v e n
alguna s e ñ a l , como iniciales, g a l o n e s o
CLAVO
cualquiera otra de e s a s c o s a s que se e s t i l a n a h o r a para adornar los ataúdes...
El juez.—Veamos
esas tablas.
E n t a n t o que e l sepulturero traía los
f r a g m e n t o s del ataúd, Zarco m a n d ó a un
alguacil que e n v o l v i e s e el m i s t e r i o s o
cráneo en u n pañuelo, a fin de llevárselo
a su casa.
E l e n t e r r a d o r l l e g ó con l a s t a b l a s .
Como e s p e r á b a m o s , e n c o n t r á r o n s e en
u n a de e l l a s a l g u n o s jirones de g a l ó n
dorado, que, s u j e t o s a la m a d e r a con tac h u e l a s de metal, h a b r í a n f o r m a d o let r a s y números...
Pero el g a l ó n e s t a b a r o t o , y era imposible r e s t a b l e c e r aquellos c a r a c t e r e s .
N o d e s m a y ó , con t o d o , mi a m i g o , sino
que hizo arrancar c o m p l e t a m e n t e el g a lón, y por las t a c h u e l a s , o por las punt u r a s de o t r a s que había habido en la
tabla, r e c o m p u s o las s i g u i e n t e s c i f r a s :
*
A. G. R.
1843
R. I. P.
17 — 121
vm
DECLARACIONES
U n vecino dijo:
\
Que d o n A l f o n s o Gutiérrez del R o m e ral, j o v e n y rico propietario de aquella
población, residió a l g u n o s a ñ o s e n Madrid, de donde volvió en 1840 c a s a d o c o n
u n a bellísima s e ñ o r a l l a m a d a d o ñ a Gabriela Z a h a r a :
Que el d e c l a r a n t e había ido a l g u n a s
n o h e s de t e r t u l i a a casa de los recién
c a s a d o s , y t u v o o c a s i ó n de observar la
paz y v e n t u r a que reinaban e n el m a t r i monio :
Que cuatro m e s e s a n t e s de la m u e r t e
de don A l f o n s o h a b í a m a r c h a d o s u e s p o s a a p a s a r u n a t e m p o r a d a en Madrid c o n
s u familia, s e g ú n e x p l i c a c i ó n del m i s m o
marido:
Que la j o v e n r e g r e s ó e n l o s ú l t i m o s
d í a s de abril, o s e a t r e s m e s e s y m e d i o
d e s p u é s de s u p a r t i d a :
Que a los ocho d í a s de s u l l e g a d a ocurrió la m u e r t e de don A l f o n s o :
Que habiendo e n f e r m a d o l a v i u d a a
consecuencia del s e n t i m i e n t o que le causó e s t a pérdida, m a n i f e s t ó a s u s a m i g o s
que le era i n s o p o r t a b l e vivir en un pueblo donde todo le h a b l a b a de s u querido
y m a l o g r a d o esposo, y s e m a r c h ó para
s i e m p r e a m e d i a d o s de m a y o , diez o doce
días d e s p u é s de la m u e r t e de s u e s p o s o :
Que e r a c u a n t o podía declarar, y la
verdad, a c a r g o del j u r a m e n t o que había
prestado, etc.
Zarco radió e n e n t u s i a s m o al hacer
este descubrimiento.
— ¡ E s bastante! ¡Es demasiado!—exclamó g o z o s a m e n t e — . ¡ A s i d o de esta
hebra, recorreré el laberinto y lo descubriré t o d o !
Cargó el a l g u a c i l con la tabla, como
h a b í a cargado con la calavera, y regres a m o s a la población.
Sin d e s c a n s a r un m o m e n t o n o s dirigim o s a la parroquia m á s p r ó x i m a .
Zarco pidió al cura el libro de sepelios de 1 8 4 3 .
Recorriólo el escribano h o j a por hoja,
Otros vecinos p r e s t a r o n d e c l a r a c i o n e s
partida por partida...
casi i d é n t i c a s a la anterior.
A q u e l l a s iniciales, A. G. R., no coL o s criados del difunto Gutiérrez dirrespondían a n i n g ú n difunto.
jeron :
P a s a m o s a otra parroquia.
D e s p u é s de repetir los d a t o s d e la v e Cinco t i e n e la v i l l a : a la cuarta que c i n d a d :
v i s i t a m o s halló el escribano e s t a partida
Que la paz del m a t r i m o n i o no e r a t a n de s e p e l i o :
t a como s e decía de p ú b l i c o :
Que la s e p a r a c i ó n d e t r e s m e s e s y me"En la i g l e s i a parroquial de S a n
dio que precedió a los ú l t i m o s ocho días
de la villa d e * * * , a 4 de m a y o de 1843, que vivieron j u n t o s los e s p o s o s fué un
se hicieron los oficios de funeral, cont á c i t o rompimiento, consecuencia de prof o r m e s a entierro m a y o r , y s e dio sepulf u n d o s y m i s t e r i o s o s d i s g u s t o s que m e tura en el cementerio común a D. Alfondiaban entre a m b o s j ó v e n e s desde el
so Gutiérrez
del Romeral,
natural y , v e principio de su m a t r i m o n i o :
cino que f u é de e s t a población, el cual
Que la noche en que m u r i ó su a m o s e
no recibió l o s S a n t o s S a c r a m e n t o s ni
t e s t ó , por h a b e r m u e r t o de apoplejía ful- reunieron los e s p o s o s en la alcoba nupm i n a n t e , en la n o c h e anterior, a la edad cial, como lo verificaban desde la v u e l t a
de t r e i n t a y u n años. E s t u v o c a s a d o cou de la señora, contra s u a n t i g u a c o s t u m doña Gabriela Zahara del Valle, natural bre de dormir cada uno e n s u r e s p e c t i v o
de Madrid, y no deja hijos. Y para que c u a r t o :
Que a m e d i a noche los criados oyeron
conste, e t c . . "
s o n a r v i o l e n t a m e n t e la campanilla, a cuT o m ó Zarco u n certificado de e s t a y o repiqueteo se u n í a n los d e s a f o r a d o s
partida, autorizado por el cura, y re- g r i t o s de la s e ñ o r a :
Que acudieron, y vieron salir a é s t a
g r e s a m o s a n u e s t r a casa.
de la c á m a r a nupcial con el cabello en
P o r el camino dijo el j u e z :
— T o d o lo v e o claro. A n t e s de ocho desorden, pálida y convulsa, g r i t a n d o ,
días habrá terminado e s t e proceso, que entre a m a r g u í s i m o s s o l l o z o s :
—-¡Una a p o p l e j í a ! ¡ U n m é d i c o ! ¡ A l t a n oscuro se p r e s e n t a b a hace dos horas.
A h í l l e v a m o s u n a apoplejía
fulminante f o n s o m í o ! ¡ E l s e ñ o r se muere!...
Que p e n e t r a r o n en la alcoba, y vieron
de hierro, que t i e n e cabeza y punta, y
que dio m u e r t e repentina a un don Al- a su a m o tendido sobre el lecho y y a cafonso Gutiérrez
del Romeral.
E s decir: dáver, y que habiendo acudido un mét e n e m o s el clavo... A h o r a sólo m e f a l t a dico, confirmó que don A l f o n s o había
e n c o n t r a r el
martillo,
m u e r t o de u n a c o n g e s t i ó n cerebral.
El médico. P r e g u n t a d o al t e n o r de la
cita que precede, d i j o : Que era cierta en
todas sus partes.
P E D R O ANTONIO D E A LAlt CON
122 — 18
• E l m i s m o médico y o t r o s dos f a c u l t a tivos:
H a b i é n d o s e l e s p u e s t o de manifiesto la
calavera de don A l f o n s o , y p r e g u n t a d o s
sobre si la m u e r t e recibida de aquel m o do podía aparecer a los ojos de la ciencia como apoplejía, dijeron que sí.
E n t o n c e s dictó m i a m i g o el s i g u i e n t e
auto:
"Considerando q u e la m u e r t e de don
A l f o n s o Gutiérrez dsl R o m e r a l debió ser
i n s t a n t á n e a y s u b s i g u i e n t e a la introducción del clavo en s u c a b e z a :
"Considerando que c u a n d o murió e s taba solo con s u e s p o s a e n la alcoba nupcial:
"Considerando que es imposible atribuir a suicidio u n a m u e r t e s e m e j a n t e ,
por l a s dificultades m a t e r i a l e s que ofrece s u perpetración con m a n o propia.
"Se declara reo de e s t a causa, y a u t o ra de la m u e r t e de don A l f o n s o , a s u e s p o s a , d o ñ a Gabriela Z a h a r a del Valle,
para c u y a c a p t u r a se e x p e d i r á n los oport u n o s e x h o r t o s , etc., etc."
— D i m e , Joaquín... — p r e g u n t é y o al
j u e z — , ¿ c r e e s que s e c a p t u r a r á a Gabriela Z a h a r a ?
—¡ Indudablemente!
— ¿ Y por qué lo a s e g u r a s ?
— P o r q u e , en medio de e s t a s r u t i n a s
judiciales, h a y cierta f a t a l i d a d d r a m á tica que no perdona nunca. M á s c l a r o :
cuando l o s h u e s o s s a l e n de la t u m b a a
declarar, poco l e s queda que h a c e r a los
tribunales.
IX
EL HOMBRE PROPONE...
A p e s a r de l a s e s p e r a n z a s de mi amig o Zarco, Gabriela Zahara no pareció.
E x h o r t o s , r e q u i s i t o r i a s : todo fué inútil.
Pasaron tres meses.
L a c a u s a se s e n t e n c i ó en rebeldía.
Y o abandoné la villa de ***, no sin
p r o m e t e r l e a Zarco v o l v e r al año siguiente.
X
UN DÚO EN "MI" MAYOR
A q u e l invierno lo p a s é en Granada.
E r a s e una noche en que h a b í a g r a n
baile en c a s a de la riquísima señora de
X..., la cual h a b í a tenido la bondad de
c o n v i d a r m e a la fiesta.
A poco de llegar a aquella magnífica
m o r a d a , donde e s t a b a n r e u n i d a s t o d a s
l a s célebres h e r m o s u r a s de la aristocracia g r a n a d i n a , reparé en una bellísima
mujer, c u y o r o s t r o habría d i s t i n g u i d o
entre mil otros s e m e j a n t e s , suponiendo
que D i o s h u b i e s e f o r m a d o a l g u n o que se
le pareciera.
¡ E r a mi desconocida, mi m u j e r m i s t e riosa, mi d e s e n g a ñ a d a de la diligencia,
mi compañera de viaje, el n ú m e r o 1 de
que o s hablé ai principio de e s t a relación!
Corrí a saludarla, y ella m e reconoció
en el a c t o .
— S e ñ o r a — l e d i j e — , h e cumplido a u s ted mi palabra de no buscarla. H a s t a ig-
noraba que podía e n c o n t r a r a u s t e d aquí.
A saberlo, a c a s o no hubiera venido, por
t e m o r a ser a u s t e d enojoso. U n a vez y a
delante de usted, espero que m e d i g a si
puedo reconocerla, si m e es dado hablarle, si ha cesado el entredicho que m e alealejaba de usted.
— V e o que e s u s t e d v e n g a t i v o . . . — m e
c o n t e s t ó g r a c i o s a m e n t e , a l a r g á n d o m e la
m a n o — . P e r o y o le perdono. ¿ Cómo e s t á
usted?
— ¡ E n verdad que lo i g n o r o ! — r e s p o n dí—. Mi salud, la s a l u d de mi a l m a
— p u e s no otra cosa m e p r e g u n t a r á u s ted e n m e d i o de un b a i l e — d e p e n d e de
la salud de su a l m a de usted. E s t o quiere decir que mi dicha no puede ser s i n o
un reflejo d e la s u y a . ¿ H a s a n a d o e s e
pobre c o r a z ó n ?
— A u n q u e la g a l a n t e r í a le prescribía a
usted desearlo—contestó la dama—, y
mi a p a r e n t e jovialidad h a g a suponerlo,
u s t e d sabe..., lo m i s m o que y o — , que las
h e r i d a s del corazón n o se curan.
— P e r o s e tratan,
señora, como dicen
los f a c u l t a t i v o s ; s e h a c e n l l e v a d e r a s ; s e
tiende una piel rosada sobre la roja cic a t r i z ; s e edifica una ilusión sobre un
desengaño...
— P e r o e s a edificación es falsa...
— ¡ C o m o la primera, s e ñ o r a ; c o m o tod a s ! Querer
creer, querer
gozar...,
he
aquí la dicha. Mirabeau, m o r i b u n d o , no
a c e p t ó el g e n e r o s o ofrecimiento de un
j o v e n que quiso t r a n s f u n d i r toda s u s a n g r e en l a s e m p o b r e c i d a s a r t e r i a s del
g r a n d e hombre... ¡ N o s e a u s t e d como
M i r a b e a u ! ¡ B e b a u s t e d n u e v a vida e n ei
primer corazón v i r g e n que le ofrezca s u
rica s a v i a ! Y p u e s no g u s t a u s t e d de g a l a n t e r í a s , le añadiré, en abono de mi cons e j o , que al h a b l a r así no defiendo m i s
intereses.
— ¿ P o r qué dice u s t e d e s o ú l t i m o ?
— P o r q u e y o t a m b i é n t e n g o a l g o de
Mirabeau, no en la cabeza, s i n o e n la
s a n g r e . N e c e s i t o lo que usted... ¡ U n a prim a v e r a que m e vivifique!!
— ¡ S o m o s m u y d e s d i c h a d o s ! E n fin...,
u s t e d tendrá la bondad de no huir de mí
e n adelante...
— S e ñ o r a , iba a pedirle a u s t e d permis o para v i s i t a r l a .
N o s despedimos.
—¿Quién es esta mujer?—pregunté a
un a m i g o .
— U n a a m e r i c a n a que s e llama Mercedes de Méridanueva — m e c o n t e s t ó — .
E s todo lo que sé, y m u c h o m á s de lo
que s e s a b e g e n e r a l m e n t e .
XI
FATALIDAD
tarle la historia de los amores de mi
a m i g o Zarco.
E l l a la oyó m u y atentamente, y cuando terminé se echó a reír y m e dijo:
— S e ñ o r don Felipe, sírvale a usted eso
de lección para no enamorarse nunca de
m u j e r e s a quienes no conozca...
— ¡ N o v a y a usted a creer—respondí
con viveza—que he inventado esa historia o se la he referido por que me figure
que todas las damas misteriosas que se
encuentra uno en viaje son como la que
e n g a ñ ó a mi condiscípulo!...
— M u c h a s gracias... Pero ho s i g a usted—replicó, levantándose de pronto—.
¿ Q u i é n duda de que en la Fonda de los
Siete Suelos, de Granada, pueden alojars e mujeres que en nada se parezcan a
e s a que tan fácilmente s e enamoró de su
a m i g o de usted en la fonda de Sevilla?
E n cuanto a mí, no h a y riesgo de que me
enamore de nadie, puesto que nunca hablo tres veces con un m i s m o hombre...
— ¡ S e ñ o r a ! ¡ E s o e s decirme que no
vuelva!
— N o ; esto es anunciar a usted que
mañana, al s e r de día, me mancharé de
Granada, y que probablemente no volver e m o s a vernos nunca.
—¡Nunca!
Lo m i s m o rae dijo usted
e n Málaga, después de nuestro famoso
viaje..., y, sin embargo, nos h e m o s visto de nuevo...
— E n fin, dejemos libre el campo a la
fatalidad. P o r mi parte, repito que é s t a
e s nuestra despedida... eterna...
D i c h a s tan solemnes palabras, Merced e s me alargó la mano y m e hizo un
profundo saludo.
Y o me alejé vivamente conmovido, no
sólo por las frías y desdeñosas frases
con que aquella mujer había vuelto a
descartarme de su vida (como cuando
n o s separamos en M á l a g a ) , sino ante el
incurable dolor que vi pintarse e n su
rostro, mientras que procuraba sonreírse, al decirme adiós por última vez...
¡Por última vez!... ¡ A y ! ¡Ojalá hubiera sido la ú l t i m a !
Pero la fatalidad lo tenía dispuesto de
otro modo.
XH
TRAVESURAS DEL DESTINO
P o c o s días después llamáronme de nuev o mis a s u n t o s al lado de Joaquín Zarco.
Llegué a la villa de ***.
Mi amigo s e g u í a triste y solo, y se
alegró mucho de verme.
N a d a había vuelto a saber de Blanca,
pero tampoco había podido olvidarla ni
siquiera un momento...
Indudablemente, aquella mujer era su
predestinación... ¡Su gloria o su infier~
no, como el desgraciado solía d t e i r !
Pronto v e r e m o s que no se equivocaba
en este supersticioso juicio.
La noche del m i s m o día de mi llegada
e s t á b a m o s en s u despacho leyendo las
ú l t i m a s diligencias practicadas para la
captura de Gabriela Zahara del Valle,
todas ellas inútiles, por cierto, cuando
entró un alguacil y entregó al joven juez
u n billete que decía de e s t e m o d o :
A l día s i g u i e n t e fui a v i s i t a r a m i nuev a a m i g a a la Fonda de los Siete
Suelos,
de la A l h a m b r a .
L a e n c a n t a d o r a Mercedes m e t r a t ó com o a un a m i g o í n t i m o y m e i n v i t ó a pas e a r con ella por aquel edén d e la N a t u raleza y templo del arte y a acompañarla l u e g o a comer.
D e m u c h a s c o s a s h a b l a m o s durante las
seis h o r a s que e s t u v i m o s j u n t o s , y como
"En la fonda del León h a y u n a señoel t e m a a q u e siempre v o l v í a m o s e r a el
de los d e s e n g a ñ o s a m o r o s o s , hube de con- r a que desea hablar con el señor Zarco."
EL
— ¿ Q u i é n h a traído e s t o ? — p r e g u n t ó
Joaquín.
— U n criado.
— ¿ D e parte de q u i é n ?
— N o m e h a dicho nombre a l g u n o .
— ¿ Y e s e criado ?
— S e fué al m o m e n t o .
Joaquín m e d i t ó , y dijo luego lúgubremente :
—-¡Una s e ñ o r a ! ¡ A mí!... ¡ N o s é por
qué m e da m i e d o e s t a cita!... ¿ Q u é te
parece, F e l i p e ?
— Q u e tu deber de j u e z e s a s i s t i r a
ella. ¡ P u e d e t r a t a r s e de Gabriela Zallara !
— T i e n e s razón... ¡ I r é ! — d i j o Zarco,
p a s á n d o s e u n a m a n o por la frente.
Y cogiendo un par de p i s t o l a s envolvióse en la capa y p a r t i ó , sin p e r m i t i r
que le a c o m p a ñ a s e .
D o s horas d e s p u é s volvió.
V e n í a a g i t a d o , trémulo, balbuciente...
P r o n t o conocí que una v i v í s i m a aleg r í a era la c a u s a de aquella a g i t a c i ó n .
Zarco m e e s t r e c h ó c o n v u l s i v a m e n t e
entre s u s brazos, e x c l a m a n d o a g r i t o s ,
entrecortados por el j ú b i l o :
— ¡ A h ! ¡Si s u p i e r a s ! . . . ¡Si s u p i e r a s ,
amigo mío!
— ¡ N a d a sé!—respondí—. ¿Qué te ha
pasado ?
— ¡ Y a s o y d i c h o s o ! ¡ Y a s o y el m á s f e liz de los h o m b r e s !
— ¿ P u e s qué o c u r r e ?
— L a e s q u e l a en que m e l l a m a b a n a la
fonda...
—Continúa.
— ¡ E r a de e l l a !
.—¿De q u i é n ? ¿ D e Gabriela Z a h a r a ?
— ¡ Q u i t a allá, h o m b r e ! ¿ Q u i é n p i e n s a
ahora e n d e s v e n t u r a s ? ¡ E r a de e l l a ! ¡ D e
la o t r a !
— P e r o ¿ q u i é n e s la o t r a ?
— ¿ Q u i é n ha de s e r ? ¡ B l a n c a ! ¡Mi
a m o r ! ¡Mi v i d a ! ¡ L a m a d r e de mi h i j o !
— ¿ B l a n c a ? — r e p l i q u é con a s o m b r o — .
¿ P u e s no decías que te había e n g a ñ a d o ?
— ¡ A h ! ¡ N o ! ¡ F u é alucinación mía!...
— ¿ La que p a d e c e s a h o r a ?
— N o , la que e n t o n c e s padecí.
—Explícate.
— E s c u c h a : B l a n c a m e adora...
— A d e l a n t e . E l que t ú lo d i g a s no
prueba nada.
—Cuando nos separamos Blanca y yo
el día 15 de abril, q u e d a m o s en reunirn o s en Sevilla p a r a el 1 5 d e m a y o . A
poco tiempo de mi m a r c h a recibió ella
u n a carta en que le decían que su presencia era n e c e s a r i a e n Madrid para
a s u n t o s de familia, y como podía disponer de un m e s h a s t a mi v u e l t a , f u é a la
corte, y volvió a Sevilla m u c h o s d í a s ant e s del 15 de m a y o . P e r o , y o , m á s i m p a ciente que ella, acudí a la cita con quince d í a s de a n t i c i p a c i ó n de la f e c h a e s t i pulada, y no hallando a B l a n c a en la
fonda, m e creí engañado..., y no e s p e ré. E n fin..., ¡he p a s a d o d o s a ñ o s de torm e n t o por u n a ligereza m í a !
— P e r o u n a carta lo e v i t a b a todo...
— D i c e que había olvidado el n o m b r e
de aquel pueblo, cuya p r o m o t o r í a s a b e
que dejé i n m e d i a t a m e n t e , y é n d o m e a Madrid...
— ¡ A h ! ¡ P o b r e a m i g o m í o ! — exclamé^—. ¡ V e o que quieres convencerte, que
te e m p e ñ a s e n c o n s o l a r t e ! ¡ Más v a l e a s í !
Conque v e a m o s . ¿ C u á n d o te c a s a s ? ¡Por-
CLAVO
que s u p o n g o que, una vez d e s h e c h a s las
nieblas de l o s celos, lucirá radiante el
sol del m a t r i m o n i o ! . . .
— ¡ N o te r í a s ! — e x c l a m ó Z a r c o — . T ú
s e r á s mi padrino.
— C o n m u c h o g u s t o . ¡ A h ! ¿ Y el niño ?
¿ Y vuestro hijo!
— ¡ Murió!
— ¡ T a m b i é n e s o ! P u e s , señor...—dije
a t u r d i d a m e n t e — . ¡ D i o s h a g a un milagro!
—¡ Cómo!
— D i g o . . . ¡que D i o s te h a g a f e l i z !
XIII
DIOS DISPONE
P o r aquí í b a m o s e n n u e s t r a conversación, cuando o í m o s f u e r t e s aldabonazos
en la p u e r t a de la calle.
E r a n l a s dos de la m a d r u g a d a .
J o a q u í n y y o n o s e s t r e m e c i m o s , sin
saber por qué...
Abrieron, y a los pocos s e g u n d o s entró e n el d e s p a c h o un hombre que apen a s podía respirar, y que e x c l a m a b a ent r e c o r t a d a m e n t e con indescriptible j ú bilo:
— ¡ A l b r i c i a s ! ¡ Albricias, c o m p a ñ e r o !
¡Hemos vencido!
E r a el p r o m o t o r fiscal del J u z g a d o .
— E x p l i q ú e s e usted, c o m p a ñ e r o — d i j o
Zarco, a l a r g á n d o l e una s i l l a — . ¿ Qué ocurre para que v e n g a u s t e d t a n a d e s h o r a
y tan contento ?
—Ocurre... ¡ A p e n a s e s i m p o r t a n t e lo
que ocurre!... Ocurre que Gabriela Zahara...
— ¿ Cómo ?... ¿ Qué ?...—interrumpimos
a un m i s m o t i e m p o Zarco y y o .
— ¡ A c a b a de s e r p r e s a !
— ¡ P r e s a ! — g r i t ó el juez lleno de alegría.
— S í , señor, ¡ p r e s a ! — r e p i t i ó el fiscal—.
L a g u a r d i a civil le s e g u í a la p i s t a hace
un m e s , y, s e g ú n acaba de decirme el sereno, que suele a c o m p a ñ a r m e desde el
c a s i n o h a s t a mi casa, y a la t e n e m o s a
buen r e c a u d o e n la cárcel de e s t a m u y
noble villa...
— P u e s v a m o s allá...—replicó el j u e z — .
E s t a m i s m a n o c h e le t o m a r e m o s declaración. H á g a m e el f a v o r de a v i s a r al e s cribano de la causa. U s t e d m i s m o pres e n c i a r á las a c t u a c i o n e s , a t e n d i d a la g r a v e d a d del caso... D i g a u s t e d que m a n d e n
a llamar t a m b i é n al sepulturero, a fin de
que p r e s e n t e por sí propio la cabeza de
don A l f o n s o Gutiérrez, la cual obra en
poder del alguacil. H a c e t i e m p o que teng o e x c o g i t a d o e s t e horrible careo de los
dos e s p o s o s , e n la s e g u r i d a d de que la
parricida no podrá n e g a r s u crimen al
v e r aquel c l a v o d e hierro que, e n la boca
de la calavera, parece u n a l e n g u a acusadora. E n c u a n t o a t i — d í j o m e luego
Z a r c o — , h a r á s el papel d e
escribiente,
para que p u e d a s presenciar, s i n quebrant a m i e n t o d e la ley, e s c e n a s t a n i n t e r e santes...
N a d a le c o n t e s t é . E n t r e g a d o m i infeliz a m i g o a su alegría de
juez—permít a s e m e la f r a s e — , no h a b í a concebido
la horrible s o s p e c h a que, sin duda, o s
a g i t a y a a v o s o t r o s . . . ; s o s p e c h o que pen e t r ó d e s d e l u e g o e n m i corazón, taladrándolo con s u s u ñ a s de hierro... ¡Ga-
19 — 123
briela y B l a n c a , l l e g a d a s a aquella villa
en una m i s m a n o c h e , podían ser una s o l a
persona!
— D í g a m e u s t e d — p r e g u n t é al promotor, m i e n t r a s que Zarco s e preparaba
para s a l i r — , ¿ e n dónde e s t a b a Gabriela
cuando la prendieron los g u a r d i a s ?
— E n la f o n d a del L e ó n — m e respondió
el fiscal.
¡Mi a n g u s t i a no tuVb l í m i t e s !
S i n e m b a r g o , n a d a podía hacer, n a d a
podía decir s i n c o m p r o m e t e r a Zarco,
como t a m p o c o debía e n v e n e n a r el a l m a
de mi a m i g o c o m u n i c á n d o l e aquella l ú gubre conjetura, que a c a s o iban a desm e n t i r los h e c h o s . A d e m á s , suponiendo
que Gabriela y B l a n c a f u e r a n u n a m i s m a p e r s o n a , ¿ d e qué le valdría al d e s g r a c i a d o el que y o s e lo indicase a n t i c i p a d a m e n t e ? ¿ Q u é p o d í a h a c e r en t a n
t r e m e n d o conflicto? ¿ H u i r ? ¡ Y o debía
evitarlo, p u e s era declararse r e o ! ¿ D e l e gar, fingiendo u n a indisposición repentina? Equivaldría a desamparar a Blanca, en c u y a d e f e n s a t a n t o podría hacer,
si s u c a u s a le p a r e c í a defendible. ¡Mi
obligación, por t a n t o , e r a g u a r d a r silencio y dejar p a s o a la j u s t i c i a de D i o s !
Tal discurrí p o r lo m e n o s e n aquel s ú bito l a n c e cuando no h a b í a t i e m p o ni e s pacio para s o l u c i o n e s i n m e d i a t a s . . . ¡ L a
c a t á s t r o f e s e v e n í a e n c i m a con t r á g i c a
premura!... E l fiscal h a b í a dado y a las
ó r d e n e s de Zarco a los a l g u a c i l e s , y u n o
de é s t o s h a b í a ido a la cárcel, a fin d e
que d i s p u s i e s e n la sala d e audiencia para recibir al J u z g a d o . E l c o m a n d a n t e d e
la g u a r d i a civil e n t r a b a e n aquel m o m e n t o a dar p a r t e en p e r s o n a — c o m o
m u y s a t i s f e c h o que e s t a b a del c a s o — d e
la prisión d e Gabriela Zahara... Y a l g u n o s t r a s n o c h a d o r e s , socios d e l c a s i n o y
a m i g o s del juez, n o t i c i o s o s de la ocurrencia, i b a n acudiendo t a m b i é n allí, como a
o l f a t e a r y p r e s e n t i r l a s e m o c i o n e s del t e rrible día e n q u e d a m a t a n principal y
t a n bella subiese al cadalso... E n fin, n o
h a b í a m á s remedio que ir h a s t a el borde
del a b i s m o , pidiendo a D i o s que Gabriela
no f u e s e B l a n c a .
;
D i s i m u l é , p u e s , m i i n q u i e t u d y callé
m i s recelos, y a e s o de las cuatro de la
m a ñ a n a s e g u í al juez, al promotor, al e s cribano, al c o m a n d a n t e d e la Guardia civil y a un p e l o t ó n d e c u r i o s o s y de a l g u a ciles, que se t r a s l a d a r o n a la cárcel r e gocijadamente.
XIV
EL
TRIBUNAL
Allí a g u a r d a b a y a el s e p u l t u r e r o .
L a sala de la audiencia e s t a b a p r o f u s a m e n t e iluminada.
Sobre la m e s a v e í a s e una caja d e m a dera p i n t a d a de n e g r o , que c o n t e n í a l a
c a l a v e r a de d o n A l f o n s o Gutiérrez del
Romeral.
E l juez o c u p ó s u s i l l ó n ; el p r o m o t o r
s e s e n t ó a s u derecha, y el c o m a n d a n t e
de la Guardia, por r e s p e t o s s u p e r i o r e s
a las p r á c t i c a s f o r e n s e s , f u é i n v i t a d o a
p r e s e n c i a r t a m b i é n la i n d a g a t o r i a , v i s t o
el i n t e r é s que, como a todos, le inspiraba
aquel ruidoso proceso. E l e s c r i b a n o y y o
n o s s e n t a m o s j u n t o s , a la izquierda del
juez, y el alcaide y l o s a l g u a c i l e s s e
a g r u p a r o n a la puerta, n o s i n que s e co-
JA
P E D R O ANTONIO D E A L A R C O N
— 20
iumbrasen d e t r á s de ellos a l g u n o s curios o s a quienes s u a l t a c a t e g o r í a pecuniaria había f r a n q u e a d o para tal solemnidad la e n t r a d a en el temido establecim i e n t o , y que h a b r í a n de c o n t e n t a r s e
con ver a la a c u s a d a , por no consentir
otra c o s a el secreto del s u m a r i o .
C o n s t i t u i d a en e s t a f o r m a la audiencia, el juez tocó la campanilla y dijo al
alcaide:
— Q u e entre doña Gabriela Zahara.
Y o m e s e n t í a morir, y en vez d e mirar
a la p u e r t a m i r a b a á Zarco, para leer
e n s u r o s t r o la solución del p a v o r o s o
p r o b l e m a q u e m e agitaba...
P r o n t o vi a mi a m i g o ponerse lívido,
l l e v a r s e la m a n o a l a g a r g a n t a , como
para a h o g a r un rugido de dolor, y volv e r s e h a c i a mí e n d e m a n d a de socorro..
— ¡ C a l l a ! — l e dije, l l e v á n d o m e el índic e a los labios.
Y l u e g o añadí con la m a y o r naturalidad, c o m o respondiendo a a l g u n a observación suya:
— L o sabía...
E l d e s v e n t u r a d o quiso levantarse...
— ¡ S e ñ o r j u e z ! . . . — l e dije e n t o n c e s con
tal voz y con tal cara, que comprendió
t o d a la e n o r m i d a d de s u s d e b e r e s y de
l o s p e l i g r o s que corría. Contrájose, pues,
h o r r i b l e m e n t e , como quien t r a t a de sop o r t a r un p e s o e x t r a o r d i n a r i o , y domin á n d o s e al fin por m e d i o de aquel esfuerzo, s u cara o s t e n t ó la i n m o v i l i d a d d e una
piedra. A no ser p o r la c a l e n t u r a de s u s
ojos, h u b i é r a s e d i c h o que aquel hombre
estaba muerto.
¡ Y m u e r t o e s t a b a el h o m b r e ! ¡ Y a no
v i v í a en él m á s que el m a g i s t r a d o !
Cuando m e h u b e convencido d e ello
miré, c o m o t o d o s , a la a c u s a d a .
F i g u r a o s a h o r a mi s o r p r e s a y mi esp a n t o , casi i g u a l e s a l o s del i n f o r t u n a d o
juez... ¡Gabriela Zahara no era s o l a m e n t e l a Blanca de mi a m i g o , s u querida de
Sevilla, la m u j e r con quien acababa de
reconciliarse e n la f o n d a del León, s i n o
t a m b i é n mi d e s c o n o c i d a de Málaga, mi
a m i g a de Granada, l a h e r m o s í s i m a amer i c a n a Mercedes
de
Méridanueva!
T o d a s aquellas f a n t á s t i c a s m u j e r e s s e
r e s u m í a n en u n a sola, e n u n a indudable,
e n u n a real y p o s i t i v a , e n u n a sobre
quien p e s a b a la a c u s a c i ó n de h a b e r mat a d o a s u marido, e n u n a que e s t a b a
condenada a m u e r t e en rebeldía...
A h o r a b i e n : e s t a a c u s a d a , e s t a sentenciada, ¿ sería i n o c e n t e ? ¿ L o g r a r í a sinc e r a r s e ? ¿ S e vería a b s u e l t a ?
Tal era m i única y s u p r e m a e s p e r a n za, tal debía s e r t a m b i é n la de mi pobre amigo.
XV
EL
JUICIO
El juez es una ley que habla, y
la ley, un juez mudo.
La ley debe ser como la muerte, que no perdona a nadie.
(Montesquieu.)
G a b r i e l a — l l a m é m o s l a , al fin, por su
verdadero nombre — e s t a b a s u m a m e n t e
pálida, pero t a m b i é n m u y tranquila.
A q u e l l a calma, ¿ e r a señal de su inocencia, o c o m p r o b a b a la insensibilidad propia d e l o s g r a n d e s c r i m i n a l e s ? ¿Confia-
b a la v i u d a de d o n A l f o n s o e n la fuerza
de s u d e r e c h o o e n la debilidad d e s u
juez?
P r o n t o salí de d u d a s .
L a a c u s a d a no h a b í a mirado h a s t a e n tonces m á s que a Zarco, no s é si p a r a
infundirle valor y e n s e ñ a r l e a disimular,
si para a m e n a z a r l e con p e l i g r o s a s revel a c i o n e s o si para darle m u d o t e s t i m o n i o
d e que s u Blanca no podía h a b e r cometido u n a s e s i n a t o . . . P e r o , o b s e r v a n d o sin
duda la t r e m e n d a i m p a s i b i l i d a d del juez,
debió de s e n t i r miedo, y m i r ó a l o s dem á s concurrentes, cual si b u s c a s e e n
o t r a s s i m p a t í a s auxilio m o r a l p a r a s u
buena o m a l a causa.
E n t o n c e s m e v i o a mí, y una llamarada de rubor, que m e pareció d e buen
a g ü e r o , tiñó de e s c a r l a t a s u s e m b l a n t e .
P e r o m u y l u e g o s e r e p u s o , y tornó a
s u palidez y tranquilidad.
Zarco salió al fin del e s t u p o r e n que
e s t a b a s u m i d o , y c o n voz d u r a y á s p e r a
como la v a r a de l a j u s t i c i a p r e g u n t ó a
su antigua amada y prometida esposa:
•—¿Cómo se l l a m a u s t e d ?
— G a b r i e l a Z a h a r a del Valle d e Gutiérrez del R o m e r a l — c o n t e s t ó l a a c u s a d a
con dulce y r e p o s a d o a c e n t o .
Zarco tembló l i g e r a m e n t e . ¡ A c a b a b a de
oír que s u Blanca no había e x i s t i d o n u n ca, y e s t o s e lo decía ella m i s m a ! ¡Ella,
con quien t r e s h o r a s a n t e s h a b í a concertado de n u e v o el a n t i g u o p r o y e c t o de
matrimonio!
P o r f o r t u n a , nadie m i r a b a al juez, sino
que t o d o s t e n í a n fija la v i s t a e n Gabriela,
c u y a s i n g u l a r h e r m o s u r a y s u a v e y apacible voz c o n s i d e r á b a n s e como i n d i c i o s
de inculpabilidad. ¡ H a s t a el sencillo traj e n e g r o que llevaba parecía d e c l a r a r en
su defensa!
R e p u e s t o Zarco d e s u turbación, dijo
con formidable a c e n t o , y como quien j u e g a de u n a vez t o d a s s u s e s p e r a n z a s :
—Sepulturero, venga usted y haga su
oficio, abriendo ese ataúd...
Y le s e ñ a l a b a la c a j a n e g r a en que e s t a b a encerrado el cráneo de d o n A l f o n s o .
—Usted, señora...—continuó, mirando
a la a c u s a d a con o j o s d e f u e g o — , ¡ acerqúese y d i g a si reconoce e s a c a b e z a !
E l sepulturero d e s t a p ó la caja y se la
p r e s e n t ó abierta a la e n l u t a d a viuda.
E s t a , que h a b í a dado d o s p a s o s adel a n t e , fijó l o s o j o s en el i n t e r i o r del llam a d o ataúd, y lo primero que v i o fué la
cabeza del clavo, d e s t a c á n d o s e sobre el
marfil de la calavera...
U n g r i t o d e s g a r r a d o r , a g u d o , mortal,
como los que arranca un miedo repentino o c o m o l o s que preceden a la locura,
salió de l a s e n t r a ñ a s de Gabriela, la cual
retrocedió e s p a n t a d a , m e s á n d o s e los cabellos y t a r t a m u d e a n d o a m e d i a v o z :
—¡Alfonso! ¡Alfonso!
• Y l u e g o s e quedó como e s t ú p i d a .
—-¡Ella e s ! — m u r m u r a m o s t o d o s , volv i é n d o n o s h a c i a Joaquín.
— ¿ R e c o n o c e usted, pues, el clavo que
dio m u e r t e a s u marido ?—añadió el juez,
l e v a n t á n d o s e con terrible a d e m á n , como
si él m i s m o s a l i e s e de la sepultura...
— S í , señor...—respondió Gabriela m a quinalmente, con e n t o n a c i ó n y g e s t o prop i o s de la imbecilidad.
— ¿ E s decir, que declara u s t e d haberl o a s e s i n a d o ? — p r e g u n t ó el juez con tal
a n g u s t i a , que l a a c u s a d a vototo ss^tí, estremeciéndose
violentamente.
—Señor...—respondió entonces—». ¡ N o
quiero vivir m á s ! P e r o a n t e s de morir
quiero s e r oída...
Zarco se dejó caer e n el sillón como
anonadado, y miróme cual si m e pregunt a r a : "¿Qué v a a decir?"
Y o e s t a b a también lleno de terror*
• Gabriela arrojó un profundo suspiro y
continuó hablando de e s t e m o d o :
— V o y a confesar, y en mi propia conf e s i ó n consistirá mi defensa, bien que no
s e a b a s t a n t e a librarme del patíbulo. E s cuchad todos. ¿ A qué n e g a r lo evidente ?
Y o e s t a b a s o l a con mi marido cuando
murió. L o s criados y el médico lo habrán
declarado así. P o r tanto, sólo y o pude '
darle muerte del modo que h a venido a
revelar s u cabeza, saliendo para «dio de
la sepultura... ¡Me declaro, pues, autora
d e tan horrendo crimen!... Pero sabed
que un hombre m e obligó a cometerlo.
Zarco tembló al escuchar están palab r a s ; dominó, sin embargo, s u miedo,
como había dominado s u c o m p e l e n , y
exclamó valerosamente:
— ¡ S u nombre, señora! ¡ D í g a m e pronto el nombre de e s e d e s g r a c i a d o !
Gabriela miró al juez con f a n á t i c a adoración, como una madre a su atribulado
hijo, y añadió con melancólico a c e n t o :
— ¡ Podría, con una sola palabra, arrastrarlo al abismo e n que m e ha hecho
c a e r ! ¡Podría arrastrarlo al cadalso, a
fin de que no se quedase e n el mundo,
para maldecirme tal vez al casarse con
otra!... ¡Pero no quiero! ¡Callaré m nombre, porque me ha amado y le a m o ! ¡ Y
le amo, aunque sé que no hará nada para
impedir mi m u e r t e !
E l juez extendió la m a n o derecha, cual
si fuera a adelantarse...
E l l a le reprendió con una mirada cariñosa, como diciéndole: "¡Ve que te pierdes!"
Zarco bajó la cabeza,
Gabriela continuó:
— C a s a d a a la fuerza con un hombre a
quien aborrecía, con un hombre que se
m e hizo a ú n m á s aborrecible deapués de
ser mi esposo, por s u mal corazón y por
s u vergonzoso estado..., pasé tros a ñ o s
de martirio, sin amor, sin felicidad, pero
resignada. U n día que daba vutdtas por
el purgatorio de mi existencia, buscando,
a fuer de inocente, una salida, vi pasar,
a través de los hierros que me encarcelaban, a uno de e s o s á n g e l e s que libertan
a las a l m a s y a merecedoras dH cielo...
A s í m e a su túnica, diciéndole: "Dame la
felicidad"... Y el ángel m e respondió:
"¡Tú y a no puedes ser d i c h o s a ! ¿ P o r
qué? Porque no lo e r e s ! " ¡ E s decir, que
el infame que h a s t a entonces ine había
martirizado me impedía volar con aquel
ángel al cielo del amor y de la v e n t u r a !
¿Concebís absurdo m a y o r que el de este
razonamiento de mi destino ? Lo diré m á s
claramente. ¡Había encontrado un hombre digno de mí y de quien yo era d i g n a ;
nos amábamos, nos adorábamos; pero él,
que ignoraba la e x i s t e n c i a de mi mal llamado e s p o s o ; él, que desde luego pensó
e n casarse c o n m i g o ; él, que no t r a n s i g í a
con nada que fuese ilegal o impuro, m e
amenazaba con abandonarme MÍ no n o s
c a s á b a m o s ! E r a s e un hombre excepcional, un dechado d e honradez, un carácter
EL
severo y nobilísimo, c u y a única f a l t a en
la v i d a consistía en h a b e r m e querido demasiado... Verdad es que í b a m o s a tener
un hijo i l e g í t i m o ; pero también e s cierto que ni por un s o l o i n s t a n t e había dejado de exigirme el cómplice de mi d e s honra que n o s u n i é r a m o s a n t e D i o s Tengo la seguridad de que si y o le hubiese dicho: "Te he e n g a ñ a d o : no s o y
viuda; mi esposo vive...", s e h a b r í a alejado de mí, odiándome y ma ldiciéndo me.
Inventé mil e x c u s a s , mil sofismas, y a
todo m e respondía: "¡Sé mi e s p o s a ! " Y o
no podía s e n o ; c r e y ó que no quería, y comenzó a odiarme. ¿ Q u é h a c e r ? R e s i s t í ,
lloré, supliqué; pero él, a u n d e s p u é s de
saber que t e n í a m o s un hijo, m e repitió
que no volvería a varme h a s t a que le
otorgase mi m a n o . A h o r a b i e n : mi m a n o
e s t a b a vinculada a la vida de un h o m b r e
ruin, y entre m a t a r l o a él o c a u s a r la
desventura de mi hijo, la del h o m b r e que
adoraba y la m í a propia, opté por arrancar s u inútil y miserable vida al que e r a
nuestro verdugo. Maté, p u e s , a mi m a r i do..., creyendo e j e c u t a r un acto de j u s ticia e n el criminal que m e h a b í a e n g a ñado i n f a m e m e n t e al c a s a r s e c o n m i g o , y
— ¡ c a s t i g o de D i o s ! — m e a b a n d o n ó mi
amante... D e s p u é s h e m o s v u e l t o a e n c o n trarnos... ¿ P a r a qué, D i o s m í o ? ¡ A h !
¡Que y o m u e r a pronto!... ¡ S í ! ¡Que y o
muera p r o n t o !
Gabriela calló u n m o m e n t o , a h o g a d a
por el llanto.
Zarco había dejado caer la cabeza sobre las m a n o s , cual si m e d i t a s e ; pero y o
veía que temblaba como un epiléptico.
— ¡ S e ñ o r j u e z ! — r e p i t i ó Gabriela con
renovada e n e r g í a — . ¡ Que y o m u e r a
pronto! ¡ Que y o m u e r a p r o n t o !
Zarco hizo una seña p a r a que s e llevasen a la acusada.
Gabriela s e alejó con p a s o firme, no
sin dirigirme a n t e s una mirada e s p a n t o sa, en que había m á s orgullo que arrepentimiento.
XVI.
LA SENTENCIA
E x c u s o referir la formidable lucha que
se entabló en el corazón de Zarco, y que
duró h a s t a el día en que volvió a fallar
la causa. N o tendría p a l a b r a s con que
haceros comprender a q u e l l o s horribles
combates... Sólo diré que el m a g i s t r a d o
venció al hombre, y que J o a q u í n Zarco
volvió a condenar a m u e r t e a Gabriela
Zahara.
Al día s i g u i e n t e fué remitido el proceso en consulta a la A u d i e n c i a de Sevilla, y al propio t i e m p o Zarco se d e s pidió de mí, diciéndome e s t a s p a l a b r a s :
— A g u á r d a m e a c á h a s t a que y o vuelva... Cuida de la infeliz, pero no la visites, pues tu presencia la humillaría e n
vez de consolarla. N o m e p r e g u n t e s adonde voy ni t e m a s que c o m e t a el f eo delito
de suicidarme. A d i ó s , y p e r d ó n a m e las
aflicciones que te he causado.
Veinte días d e s p u é s , la A u d i e n c i a
del territorio confirmó la s e n t e n c i a de
muerte.
Gabriela Z a h a r a fué p u e s t a e n capilla.
21 — 125
CLAVO
XVH
ÚLTIMO VIAJE
L l e g ó la m a ñ a n a de la e j e c u c i ó n sin
que Zarco hubiese r e g r e s a d o ni s e tuvies e n n o t i c i a s de él.
U n i n m e n s o g e n t í o a g u a r d a b a a la
puerta de la cárcel la salida de la sentenciada.
. Y o e s t a b a entre la multitud, p u e s si
bien h a b í a a c a t a d o la v o l u n t a d de mi
a m i g o no v i s i t a n d o a Gabriela en su prisión, creía de mi deber r e p r e s e n t a r a
Zarco e n aquel s u p r e m o trance, acompañando a s u a n t i g u a a m a d a h a s t a el pie
del cadalso.
A l verla aparecer c o s t ó m e trabajo reconocerla. H a b í a enflaquecido horriblem e n t e , y a p e n a s tenía f u e r z a s para llevar a s u s labios el Crucifijo, que besaba
a cada m o m e n t o .
— A q u í e s t o y , señora... ¿ P u e d o servir
& u s t e d de a l g o ? — l e p r e g u n t e cuando
pasó cerca de mí.
Clavó e n mi f a z s u s m a r c h i t o s ojos, y
cuando m e hubo reconocido e x c l a m ó :
— ¡ O h ! ¡ G r a c i a s ! ¡ G r a c i a s ! ¡Qué consuelo t a n g r a n d e m e proporciona u s t e d
en mi ú l t i m a h o r a ! ¡ P a d r e ! — a ñ a d i ó , volv i é n d o s e a s u c o n f e s o r — . ¿ P u e d o hablar
al p a s o a l g u n a s p a l a b r a s con e s t e g e n e roso amigo?
— S í , hija mía...—le respondió el sacerd o t e — ; pero no deje u s t e d de p e n s a r en
Dios...
Gabriela m e p r e g u n t ó e n t o n c e s .
— ¿ Y él?
— E s t á ausente...
— ¡ H á g a l o Dios muy feliz! Dígale
cuando lo v e a que m e . p e r d o n e , para que
m e perdone D i o s . D í g a l e que todavía le
amo..., aunque el a m a r l e e s c a u s a de mi
muerte...
— Q u i e r o v e r a u s t e d resignada...
— ¡ L o e s t o y ! ¡ Cuánto deseo llegar a la
presencia de mi 'Eterno P a d r e ! ¡ C u á n t o s
s i g l o s pienso p a s a r llorando a s u s pies,
h a s t a c o n s e g u i r que m e reconozca como
hija s u y a y m e perdone m i s m u c h o s pecados !
L l e g a m o s al pie de la escalera fatal...
Allí fué preciso s e p a r a r n o s .
U n a lágrima, tal vez la única que aún
quedaba en aquel corazón, h u m e d e c i ó los
o j o s de Gabriela, m i e n t r a s que s u s labios balbucieron e s t a f r a s e :
— D í g a l e u s t e d que m u e r o bendiciéndole...
E n aquel m o m e n t o s i n t i ó s e viva algaz a r a entre el gentío..., h a s t a que al cabo
percibiéronse c l a r a m e n t e las v o c e s d e :
—¡Perdón! ¡Perdón!
Y por la a n c h a calle que abría la m u chedumbre v i ó s e a v a n z a r a un hombre a
caballo, con un papel en una m a n o y un
pañuelo blanco en la otra...
¡Era Zarco!
— ¡ P e r d ó n ! ¡Perdón!—venía gritando
t a m b i é n él.
E c h ó al fin' pie a tierra, y a c o m p a ñ a d o
del jefe del cuadro a d e l a n t ó s e hacia el
patíbulo.
Gabriela, que había y a subido a l g u n a s
g r a d a s , s e detuvo, miró i n t e n s a m e n t e a
su a m a n t e y m u r m u r ó :
—¡Bendito seas!
E n s e g u i d a perdió el conocimiento.
Leído el perdón y legalizado el a c t o ,
el sacerdote y J o a q u í n corrieron a d e s a t a r las m a n o s de la i n d u l t a d a P e r o toda piedad era y a inútil... Gabriela Z a h a r a e s t a b a m u e r t a .
XVIII
MORALEJA
Zarco e s h o y uno de l o s m e j o r e s m a g i s t r a d o s de L a H a b a n a .
Se h a casado, y puede c o n s i d e r a r s e f e liz, porque la t r i s t e z a no e s d e s v e n t u r a
cuando no s e ha h e c h o a s a b i e n d a s d a ñ o
a nadie.
E l hijo que a c a b a de darle s u a m a n t í s i m a e s p o s a disipará la v a g a nube de m e lancolía que oscurece a r a t o s la f r e n t e de
mi a m i g o .
Cádiz, 1853.
EL A F R A N C E i
E n la pequeña villa del P a d r ó n , s i t a en
territorio g a l l e g o , y allá por el a ñ o d e
1808, v e n d í a s a p o s y culebras y a g u a llovediza, a f u e r de l e g í t i m o boticario, u n
tal García de Paredes,
m i s á n t r o p o solterón, d e s c e n d i e n t e a c a s o , y sin a c a s o , d e
aquel v a r ó n i l u s t r e que m a t a b a a u n
toro de una puñada.
E r a una fría y t r i s t e noche de o t o ñ o .
E l cielo e s t a b a e n c a p o t a d o por d e n s a s
nubes, y la total carencia de a l u m b r a d o
t e r r e s t r e d e j a b a a las t i n i e b l a s c a m p a r
por s u s r e s p e t o s e n t o d a s l a s calles y
p l a z a s de la población.
A e s o d e las diez de aquella p a v o r o s a
noche, que las l ú g u b r e s c i r c u n s t a n c i a s de
la patria h a c í a n m u c h o m á s s i n i e s t r a ,
d e s e m b o c ó e n la plaza que h o y se llamará ds la Constitución
un silencioso grupo de s o m b r a s , a ú n m á s n e g r a s que la
oscuridad de cielo y tierra, las c u a l e s
a v a n z a r o n hacia la botica de García de
P a r e d e s , cerrada c o m p l e t a m e n t e desde
Zas Animas,
o sea desde l a s ocho y m e dia e n punto.
— ¿ Qué h a c e m o s ? — dijo u n a de l a s
s o m b r a s en correctísimo g a l l e g o .
— N a d i e n o s ha v i s t o . . . — o b s e r v ó o t r a .
— ¡ D e r r i b a r la p u e r t a ! — p r o p u s o u n a
mujer.
—¡ Y matarlos! — murmuraron hasta
quince v o c e s .
— ¡ Y o m e e n c a r g o del b o t i c a r i o ! — e x clamó un chico.
— ¡ D e ése n o s e n c a r g a m o s t o d o s !
—¡Por judío!
—¡Por
afrancesado!
— D i c e n que h o y cenan con él m á s de
v e i n t e franceses...
— ¡ Y a lo c r e o ! ¡Como s a b e n que ahí
e s t á n s e g u r o s , h a n acudido e n m o n t ó n !
— ¡ A h ! ¡Si fuera en mi c a s a ! ¡ T r e s
alojados llevo e c h a d o s al p o z o !
— ¡ M i m u j e r degolló a y e r a u n o ! . . .
— ¡ Y yo...—dijo un fraile con voz d e
figle—he
asfixiado a d o s c a p i t a n e s d e -
126 — 22
PEDRO ANTONIO D E A L A R C O N
j a n d o carbón encendido en su celda, que
a n t e s era m í a !
— ¡ Y e s e i n f a m e boticario los p r o t e g e !
— ¡ Q u é e x p r e s i v o e s t u v o ayer e n pas e o con e s o s viles e x c o m u l g a d o s !
— ¡ Q u i é n lo había de e s p e r a r de García de P a r e d e s ! ¡ N o hace un m e s que
era el m á s valiente, el m á s patriota, el
m á s realista del p u e b l o !
— ¡ T o m a ! ¡ Como que vendía en la botica r e t r a t o s del príncipe F e r n a n d o !
— ¡ Y ahora los vende de N a p o l e ó n !
— A n t e s nos e x c i t a b a a la d e f e n s a cont r a los invasores...
— Y desde que vinieron al P a d r ó n se
p a s ó a ellos...
— ¡ Y e s t a noche d a de cenar a t o d o s
los jefes!
— ¡ O í d qué a l g a z a r a t r a e n ! ¡ P u e s no
g r i t a n " ¡ V i v a el E m p e r a d o r ! " !
— P a c i e n c i a . . . — m u r m u r ó el fraile — .
Todavía es muy temprano.
—Dejémoslos emborracharse...—expus o una v i e j a — . D e s p u é s entramos... ¡ y ni
uno h a de quedar v i v o !
— ¡ P i d o que se h a g a c u a r t o s al boticario !
— ¡ S e le h a r á o c h a v o s , si q u e r é i s ! U n
afrancesado
e s m á s odioso que un francés. E l f r a n c é s atrepella a un pueblo e x t r a ñ o : el a f r a n c e s a d o vende y d e s h o n r a
a s u patria. E l f r a n c é s comete un asesin a t o : el afrancesado, ¡ u n parricidio!
II
M i e n t r a s ocurría la anterior e s c e n a en
la puerta de la botica, García de
Paredes
y s u s c o n v i d a d o s corrían la francachela
m á s alegre y d e s a f o r a d a que o s podáis
imaginar.
V e i n t e eran, e n efecto, los f r a n c e s e s
que el boticario tenía a la m e s a , todos
ellos j e f e s y oficiales.
García de Paredes
contaría cuarenta
y cinco a ñ o s ; era alto y seco y m á s amarillo que una m o m i a ; dijérase que su piel
e s t a b a m u e r t a hacía m u c h o t i e m p o ; llegábale la frente a la nuca, g r a c i a s a una
calva limpia y reluciente, cuyo brillo tenía algo de f o s f ó r i c o ; s u s ojos, n e g r o s y
a p a g a d o s , hundidos e n l a s d e s c a r n a d a s
cuencas, se parecían a e s a s l a g u n a s encerradas entre m o n t a ñ a s , que sólo ofrecen oscuridad, v é r t i g o s y m u e r t e al que
las m i r a ; l a g u n a s que nada reflejan; que
rugen s o r d a m e n t e a l g u n a vez, pero sin
a l t e r a r s e ; que devoran todo lo que cae
en su superficie; que n a d a d e v u e l v e n ;
que nadie ha podido s o n d e a r ; que no se
a l i m e n t a n de n i n g ú n río, y cuyo fondo
busca la i m a g i n a c i ó n en los m a r e s antípodas.
L a cena era a b u n d a n t e ; el vino, buen o ; la conversación, alegre y animada.
L o s f r a n c e s e s reían, juraban, blasfef a m a n , cantaban, f u m a b a n , comían y bebían a un m i s m o tiempo.
Quién había contado los a m o r e s secret o s de N a p o l e ó n ; quién, la noche del 2
de m a y o en Madrid; cuál, la batalla de
las P i r á m i d e s ; cuál otro, la ejecución de
Luis XVI.
García de Paredes bebía, reía y charlaba como los demás, o quizá m á s que
n i n g u n o , y tan elocuente había estado en
f a v o r de la c a u s a imperial, que los soldados del César lo h a b í a n abrazado, lo
h a b í a n vitoreado, le habían i m p r o v i s a d o
himnos.
— ¡ S e ñ o r e s ! — había dicho el boticar i o — . L a guerra que os h a c e m o s los españoles e s t a n necia como inmotivada.
V o s o t r o s , hijos de la Revolución, v e n í s
a s a c a r a E s p a ñ a de su tradicional abatimiento, a despreocuparla, a disipar las
tinieblas religiosas, a mejorar s u s anticuadas costumbres, a enseñarnos esas
ú t i l í s i m a s e i n c o n c u s a s v e r d a d e s "de que
no h a y D i o s , de que no h a y otra vida, de
que la penitencia, el a y u n o , la c a s t i d a d
y d e m á s v i r t u d e s católicas son quijotescas locuras, impropias de un pueblo civilizado, y de que N a p o l e ó n e s el verdadero Mesías, el redentor de los pueblos, el
a m i g o de la e s p e c i e humana... ¡ S e ñ o r e s !
¡ V i v a el E m p e r a d o r c u a n t o y o deseo que
viva!
— ¡ B r a v o , v í t o r ! — e x c l a m a r o n los homb r e s del 2 de m a y o .
E l boticario inclinó la frente con indecible a n g u s t i a .
P r o n t o volvió a alzarla, t a n firme y
tan sereno como a n t e s .
B e b i ó s e un v a s o de v i n o y c o n t i n u ó :
•—Un abuelo mío, un García de Paredes, un bárbaro, u n Sansón, un Hércules, un Milón de Crotona, m a t ó doscientos f r a n c e s e s en un día... Creo que fué
en Italia. ¡ Y a v e i s que no era t a n afrancesado como y o ! ¡ A d i e s t r ó s e en l a s lides
contra los m o r o s del reino de G r a n a d a ;
a r m ó l e caballero el m i s m o R e y Católico,
y m o n t ó m á s de u n a vez la g u a r d i a en el
Quirinal, siendo P a p a nuestro
tío A l e jandro Borja! ¡Eh, e h ! ¡No me hacíais
t a n l i n a j u d o ! P u e s e s t e Diego García de
Paredes,
e s t e a s c e n d i e n t e mío..., que ha
tenido un d e s c e n d i e n t e boticario, t o m ó a
Cosenza y Manfredonia, entró por a s a l t o
en Cerinola y peleó como bueno e n la
batalla de P a v í a ! ¡ Allí hicimos prisionero a un r e y de F r a n c i a , cuya e s p a d a ha
e s t a d o en Madrid cerca de tres s i g l o s ,
h a s t a que nos la robó hace t r e s m e s e s
ese hijo de un posadero que viene a vuestra cabeza, y a quien llaman M u r a t !
Aquí hizo otra p a u s a el boticario. Alg u n o s f r a n c e s e s d e m o s t r a r o n querer cont e s t a r l e ; pero él, l e v a n t á n d o s e e imponiendo a todos silencio con su actitud,
e m p u ñ ó un v a s o y e x c l a m ó con voz atronadora :
— ¡ B r i n d o , señores, por que maldito
sea mi abuelo, que era un animal, y por
que se halle ahora m i s m o en los profund e s infiernos! ¡ V i v a n los f r a n c e s e s de
F r a n c i s c o I y de N a p o l e ó n B o n a p a r t e !
— ¡ V i v a n ! . . . — r e s p o n d i e r o n los i n v a s o res, dándose por s a t i s f e c h o s .
Y t o d o s apuraron su v a s o .
Oyóse en esto rumor en la calle, o, mejor dicho, a la puerta de la botica.
— ¿ H a b é i s oído ? — p r e g u n t a r o n los
franceses.
García de Paredes
se sonrió.
—¡Vendrán a matarme!—dijo.
— ¿ Quién ?
— L o s v e c i n o s del P a d r ó n .
— ¿ P o r qué?
— ¡ P o r afrancesado!
H a c e a l g u n a s noches que rondan mi casa... P e r o ¿qué o s
i m p o r t a ? C o n t i n u e m o s n u e s t r a fiesta.
—Sí..., ¡ c o n t i n u e m o s ! — e x c l a m a r o n los
c o n v i d a d o s — . ¡ E s t a m o s aquí para defenderos !
Y chocando y a botellas contra botellas, qi:e no vasos contra v a s o s :
— ¡ V i v a N a p o l e ó n ! ¡Muera F e r n a n d o !
¡Muera Galicia!—gritaron a una voz.
García de Paredes esperó a que se acallase el brindis, y murmuró con acento
lúgubre:
— ¡ Celedonio!
El mancebo de la botica a s o m ó por
una puerta su cabeza pálida y demudada, S i n atreverse a penetrar en aquella
caverna.
—Celedonio, trae papel y tintero—dijo
tranquilamente el boticario.
El mancebo volvió con recado de escribir.
— ¡ S i é n t a t e ! — c o n t i n u ó su amo
Ahora, escribe las cantidades que yo te vaya
diciendo. Divídelas en dos columnas. E n cima de la columna de la derecha pon:
Deuda, y encima de la o t r a : Crédito.
—Señor...—balbuceó el mancebo—, en
la puerta hay una especie de motín...
Gritan "¡Muera el boticario!"... ¡Y quieren entrar!
—¡Cállate y d é j a l o s ! Escribe lo que te
h e dicho.
Los franceses se rieron de admiración
al ver al farmacéutico ocupado en ajusfar cuentas cuando le rodeaban hi muerte y la ruina.
Celedonio alzó la cabeza y enristró la
pluma, esperando cantidades que anotar.
— ¡ V a m o s a ver, señores!—dijo entonces García de Paredes, dirigiéndone a sus
comensales—. Se trata de resumir nuestra fiesta en un solo brindis. Empecemos
por orden de colocación. Vos, capitán,
decidme: ¿ c u á n t o s españoles habréis
matado desde que pasateis los Pirineos?
— ¡ B r a v o ! ¡Magnífica idea!—exclamaron los franceses.
—Yo...—dijo el interrogado, trepándose en la silla y retorciéndose el bigote
con petulancia—, yo... habré matado...
personalmente... con mi espada... ¡poned
unos diez o d o c e !
— ¡ O n c e a la d e r e c h a ! — g r i t ó el boticario, dirigiéndose al mancebo.
E l mancebo repitió, después de escribir:
—Deuda...,
once.
— ¡ C o r r i e n t e ! — p r o s i g u i ó el anfitrión—
¿ Y vos?... Con vos hablo, señor Julio...
—Yo..., seis.
— ¿ Y vos, mi comandante?
—Yo..., veinte.
—Yo..., ocho.
—Yo..., catorce.
—Yo...,
ninguno.
— ¡ Y o no sé!... He tirado a ciegas...
—respondía cada cual, según le llegaba
s u turno.
Y el mancebo s e g u í a anotando cantidades a la derecha.
— ¡ V e a m o s ahora, capitán!—continuó
García de Paredes—.
V o l v a m o s a empezar por vos. ¿Cuántps españoles esperáis matar en el resto de la guerra, suponiendo que dure todavía... tres a ñ o s ?
— ¡ E h ! . . . — r e s p o n d i ó el capitán—. ¿ Y
quién calcula e s o ?
—Calculadlo..., o s lo suplico...
— P o n e d otros once.
—Once a la izquierda...—dictó García
de
Paredes.
Y Celedonio repitió:
—Crédito,
once.
— ¿ Y v o s ? — i n t e r r o g ó el farmacéutico
E L AFRANCESADO
por el m i s m o orden s e g u i d o a n t e r i o r mente.
—Yo..., quince.
—Yo..., v e i n t e .
—Yo..., c i e n t o .
—Yo..., m i l — r e s p o n d í a n los f r a n c e s e s .
— ¡ P o n l o s t o d o s a diez, Celedonio!...
— m u r m u r ó i r ó n i c a m e n t e el b o t i c a r i o — .
Ahora, s u m a por s e p a r a d o l a s d o s columnas.
E l pobre j o v e n , q u e h a b í a a n o t a d o l a s
cantidades con s u d o r e s de m u e r t e , v i ó s e
obligado a h a c e r el r e s u m e n con l o s dedos, c o m o l a s v i e j a s . Tal e r a s u terror.
A l cabo d e u n r a t o de horrible silencio e x c l a m ó , d i r i g i é n d o s e a s u a m o :
—Deuda...,
2 8 5 ; crédito...,
200.
— E s d e c i r . . . — a ñ a d i ó García de Paredes—, ¡ d o s c i e n t o s o c h e n t a y cinco muertos y d o s c i e n t o s sentenciados!
¡¡Total,
c u a t r o c i e n t a s o c h e n t a y cinco
víctimas!!
Y p r o n u n c i ó e s t a s p a l a b r a s c o n voz
tan h o n d a y sepulcral, que los f r a n c e s e s
se m i r a r o n a l a r m a d o s .
E n t a n t o , el b o t i c a r i o a j u s t a b a u n a
nueva cuenta.
— ¡ S o m o s u n o s h é r o e s ! — e x c l a m ó al
t e r m i n a r l a — . N o s h e m o s bebido s e t e n t a
botellas, o s e a n c i e n t o cinco l i b r a s y m e dia de v i n o , que, r e p a r t i d a s e n t r e v e i n tiuno, p u e s t o d o s h e m o s bebido con igual
bizarría, d a n cinco libras de líquido por
cabeza. ¡ R e p i t o que s o m o s u n o s h é r o e s !
Crujieron e n e s t o l a s t a b l a s de la puerta de la botica, y el m a n c e b o balbuceó,
tambaleándose:
— ¡ Y a entran!...
— ¿ Q u é h o r a e s ? — p r e g u n t ó el boticario con s u m a tranquilidad.
— L a s once. P e r o ¿ n o o y e u s t e d que
entran?
— ¡ D é j a l o s ! Ya es hora.
— ¡ H o r a ! . . . ¿ d e q u é ? — m u r m u r a r o n los
franceses, p r o c u r a n d o l e v a n t a r s e .
P e r o e s t a b a n t a n ebrios,
que no podían m o v e r s e de s u s sillas.
— ¡ Q u e e n t r e n ! ¡Que e n t r e n ! . . . — e x c l a maban, s i n e m b a r g o , con v o z v i n o s a , s a cando los s a b l e s con m u c h a dificultad y
sin c o n s e g u i r p o n e r s e de p i e — . ¡ Que entren e s o s c a n a l l a s ! ¡ N o s o t r o s l o s recibiremos !
E n esto, s o n a b a y a abajo, en la botica,
el e s t r é p i t o de l o s b o t e s y r e d o m a s q u e
los v e c i n o s del P a d r ó n h a c í a n p e d a z o s ,
y oíase r e s o n a r e n la e s c a l e r a e s t e g r i t o
unánime y t e r r i b l e :
— ¡ M u e r a el
afrancesado!
m
L e v a n t ó s e García de Paredes c o m o imp u l s a d o por u n r e s o r t e al oír s e m e j a n t e
c l a m o r d e n t r o de s u c a s a , y a p o y ó s e en la
m e s a p a r a n o caer de n u e v o sobre la silla.
T e n d i ó e n t o r n o s u y o u n a m i r a d a de ine x p l i c a b l e r e g o c i j o , dejó v e r en s u s l a b i o s
la i n m o r t a l s o n r i s a del t r i u n f a d o r , y así,
transfigurado y h e r m o s o , con el doble
t e m b l o r de la m u e r t e y el e n t u s i a s m o ,
p r o n u n c i ó las s i g u i e n t e s p a l a b r a s , e n t r e cortadas y solemnes como las campanad a s del t o q u e d e a g o n í a :
— ¡ F r a n c e s e s ! . . . Si cualquiera de v o s otros, o todos juntos, hallarais ocasión
propicia de v e n g a r la m u e r t e de d o s c i e n t o s o c h e n t a y cinco p a t r i o t a s y de s a l v a r
la v i d a a o t r o s d o s c i e n t o s m á s ; si sacrificando v u e s t r a e x i s t e n c i a p u d i e s e i s d e s e n o j a r la i n d i g n a d a s o m b r a de v u e s t r o s
a n t e p a s a d o s , c a s t i g a r a los v e r d u g o s de
d o s c i e n t o s o c h e n t a y cinco h é r o e s y librar de la m u e r t e a d o s c i e n t o s c o m p a ñ e ros, a d o s c i e n t o s h e r m a n o s , a u m e n t a n d o
así l a s h u e s t e s del e j é r c i t o p a t r i o con
d o s c i e n t o s c a m p e o n e s de la i n d e p e n d e n cia nacional, ¿ r e p a r a r í a i s ni u n m o m e n t o
en vuestra miserable vida? ¿Dudaríais
ni u n p u n t o en a b r a z a r o s , c o m o S a n s ó n ,
a la c o l u m n a del t e m p l o , y morir, a precio de m a t a r a los e n e m i g o s de D i o s ?
— ¿ Qué dice ? — s e p r e g u n t a r o n los
franceses.
— S e ñ o r . . . , ¡ los a s e s i n o s e s t á n en la ant e s a l a ! — e x c l a m ó Celedonio.
— ¡ Q u e e n t r e n ! . . . — g r i t ó García de Paredes—.
Á b r e l e s la p u e r t a de la sala...
¡Que v e n g a n todos... a v e r c ó m o m u e r e
el d e s c e n d i e n t e de un s o l d a d o de P a v í a !
Los franceses, aterrados, estúpidos,
c l a v a d o s e n s u s s i l l a s por i n s o p o r t a b l e let a r g o , c r e y e n d o que la m u e r t e de que
h a b l a b a el e s p a ñ o l iba a e n t r a r en aquel
a p o s e n t o e n p o s de l o s a m o t i n a d o s , hac í a n p e n o s o s e s f u e r z o s por l e v a n t a r los
s a b l e s , q u e y a c í a n s o b r e la m e s a , pero
ni s i q u i e r a c o n s e g u í a n que s u s flojos ded o s a s i e s e n las e m p u ñ a d u r a s ; parecía
que los h i e r r o s e s t a b a n a d h e r i d o s a la
t a b l a por i n s u p e r a b l e fuerza de a t r a c ción.
E n e s t o i n u n d a r o n la e s t a n c i a m á s de
cincuenta hombres y mujeres, armados
c o n palos, p u ñ a l e s y p i s t o l a s , d a n d o trem e n d o s a l a r i d o s y l a n z a n d o f u e g o por
los o j o s .
FIN
38
—¡Mueran todos!—exclamaron algunas mujeres, lanzándose las primeras.
— ¡ D e t e n e o s ! — g r i t ó García de
Paredes con tal voz, con tal a c t i t u d , con t a l
fisonomía, que, u n i d o e s t e g r i t o a la inm o v i l i d a d y s i l e n c i o de los v e i n t e f r a n c e s e s , i m p u s o frío t e r r o r a la m u c h e d u m bre, la cual n o s e e s p e r a b a aquel t r a n quilo y l ú g u b r e r e c i b i m i e n t o .
— N o t e n é i s p a r a qué b l a n d i r l o s puñ a l e s . . . — c o n t i p u ó el b o t i c a r i o c o n v o z
desfallecida—. He hecho m á s que todos
v o s o t r o s por la i n d e p e n d e n c i a de la patria... ¡Me h e fingido afrancesado!...
Y
¡ y a v e i s ! . . . , los v e i n t e j e f e s y oficiales inv a s o r e s . . . , ¡ l o s v e i n t e ! , n o los toquéis...,
¡están envenenados!...
U n g r i t o s i m u l t á n e o de t e r r o r y admir a c i ó n s a l i ó del p e c h o de l o s e s p a ñ o l e s .
D i e r o n é s t o s u n p a s o m á s h a c i a los conv i d a d o s , y h a l l a r o n que la m a y o r parte
e s t a b a n y a m u e r t o s , con la c a b e z a caída
hacia adelante, los brazos extendidos sobre la m e s a y la m a n o c r i s p a d a e n la e m p u ñ a d u r a de los s a b l e s . L o s d e m á s a g o nizaban silenciosamente.
— ¡ V i v a García de Paredes! — e x c l a maron entonces los españoles, rodeando
al h é r o e m o r i b u n d o .
— C e l e d o n i o . . . — m u r m u r ó el f a r m a c é u t i c o — , el opio s e h a concluido... Manda
por opio a L a Coruña...
Y c a y ó de rodillas.
Sólo e n t o n c e s c o m p r e n d i e r o n los vecin o s del P a d r ó n que el b o t i c a r i o e s t a b a
también envenenado.
V i e r a i s e n t o n c e s u n cuadro t a n sublime como espantoso. Varias mujeres, sent a d a s e n el suelo, s o s t e n í a n en s u s f a l d a s
y e n s u s b r a z o s al e x p i r a n t e patriota,
s i e n d o l a s p r i m e r a s en c o l m a r l o de caricias y bendiciones, como antes fueron
l a s p r i m e r a s e n pedir s u m u e r t e . L o s
hombres habían cogido todas las luces
de la m e s a y a l u m b r a b a n a r r o d i l l a d o s
aquel g r u p o de p a t r i o t i s m o y c a r i d a d Quedaban, finalmente, en l a s o m b r a v e i n te m u e r t o s o m o r i b u n d o s , de los c u a l e s
a l g u n o s iban d e s p l o m á n d o s e c o n t r a el
s u e l o con p a v o r o s a pesadez.
Y a c a d a s u s p i r o de m u e r t e que se
oía, a c a d a f r a n c é s que v e n í a a tierra,
u n a s o n r i s a g l o r i o s a i l u m i n a b a la f a z de
García de Paredes,
el cual de allí a p o c o
d e v o l v i ó s u e s p í r i t u al cielo, b e n d e c i d o
por u n m i n i s t r o del S e ñ o r y llorado de
s u s h e r m a n o s en la patria.
Madrid, 1866.
sonaje lo metía en un cajón, p a r a que no
volviera a aparecer. Sin embargo, alguna
vez s e lo olvidó hacerlo, y el personaje,
después d muerto, volvía a la novela.
Francia Careo, antes de ponerse a escriE D I T A D A POR
bir una novela, necesita contársela a su
amigo Pierre Mac-Orlan.
Se sabe» que Schiller necesitaba tener en
el cajón de la m e s a manzanas podridas,
cuyo olor le excitaba. También se dice que
L A R R A , 6. - A p d o . 4.0©3. - MADRID necesitaba hielo a los pies. Buí'fon se ponía
de toda etiqueta p a r a escribir.
Direc. ialef. y teleg. J O S U R - M A D R I D - Teléf. 30906
NOVELAS Y CUENTOS
e
N ti m » r o
s u e l t o ,
50
cíatlaioi
NOTAS
LITERARIAS
Durante toda su vida Ronsard no había
reclamado nunca ningún p a g o a sus libreros. Solamente un año antes de morir reclamó sus primeros derechos de autor con
motivo de la g r a n edición de sus obras, la
última que a p a r e c i ó en vida s u y a y en la
cual h a b í a puesto todo su cuidado.
R o n s a r d pidió a su editor, Gabriel Buon,
la s u m a de sesenta escudos "para tener m a d e r a — d e c í a — , y por ir a calentarme
este invierno con mi amigo Galland". L a
leña, porque e s t a b a siempre helado, y las
adormideras fueron, en efecto, los últimos
g a s t o s de R o n s a r d y sobrepasaron, naturalmente, a los s e s e n t a escudos que Euon tuvo
que mandarle.
V i a j a b a en un transatlántico uno de
nuestros m á s conocidos escritores con su
esposa, camino de América.
P o r u n a minucia comenzaron a discutir, y la mujer, según costumbre, lo hacía a g r a n d e s voces.
El escritor, olvidado, sin duda, del lug a r en que se hallaba, exclamó:
— ¡ C a l l a , mujer, que nos van a echar a
la calle!
E n un viaje que hiro Chesterton al Canadá fué interrogado por los periodistas acerca de sus antepasados. Chesterton dijo que
era ingle*, con una ascendencia escocesa, y
que por la línea materna tenía un antecesor
de origen francés apellidado Drogent. E s t a
* * *
familia s había establecido hacía mucho
tiempo en Inglaterra, y s u s miembros haCuando Julio C a m b a estuvo en A l e m a blaban el inglés. El inconveniente p a r a un nia, hace b a s t a n t e s años, encontraba g r a n
francés que habla el inglés es el de dar a dificultad en aplicar con exactitud el a r todas las silabas de una p a l a b r a el mismo tículo masculino o femenino a los subsvalor. L a lengua inglesa impone el acento taativos. Como en alemán todos los dimisobre una Bílaba en particular, siguiendo re- nutivos son neutros, C a m b a h a b l a b a siemg l a s bastante precisas "Pero—añade el es- pre en diminutivo:
"Vamos a t o m a r un cafetito; quiero un
critor—, como todas las reglas, éstas han
sido hechas p a r a ser violadas. E n realidad, vasito; v a m o s a dar un paseíto "
muy poco,-» inglese*.* colocan el acento en el
sitio que debe estar."
e
Cuando t r a b a j a a en su novela "Cleopatra" la conocida novelista Myrian Harry,
quiso sabor dónde s e encontraba la momia
de la reina de Egipto, y se enteró que había sido llevada a P a r í s con otras momias
U n a revista f r a n c e s a h a preguntado a
por la mlnión científica f o r m a d a por N a los novelistas cómo escriben s u s obras. He
poleón. Depositada en la Biblioteca Nacioaquí lo que contestan algunos de ellos:
nal, fué olvidada después y b a j a d a durante
M a r c e l Allain, el autor de "Fantomas", el sitio do "París a los sótanos. L a momia
confiesa que "es incapaz de encontrar una de Cleopatra fué descubierta por loa g u a r idea con la p l u m a en la mano". Pero tiene dias munie.lpale.; que se instalaron allí en
el "parlógrafo", donde todas l a s mañanas 1871, y que, sin ningún respeto p a r a la
recita un capítulo, que queda registrado en soberana tgípcía, enterraron en el jardín
el disco de c e r a y la m e c a n ó g r a f a transcri- que rodea la galería Mazarlno, entre dos
be después.
castaños que dan s o m b r a a la calle ViDuhamel dice, en cambio, que es indis- vienne.
pensable al escritor encontrarse solo en
contacto con la cuartilla blanca, "como
con l a m u j e r en el amor".
Maurice Bedel tiene necesidad de oír ruiDe tiempo en tiempo aparece alguna perdos. Germaine B e a u m o n t necesita una tae- sona que cree poseer la clave del "Quijote",
ea llena de "bibelots" y papel color rosa, aceptando, naturalmente, que el "Quijote"
Lucien D e s c a v e s escribe de pie en un alto esté escrito con clave. Recientemente, en
pupitre, como Víctor Hugo. Alexandre A T - F r a n c i a muchas personas han creído ver
noux y J a c q u e s Cardonne componen sus una novela r j clave en l a reciente obra de
f r a s e s paseando.
J . H. Rosny "Los arrivistas... y los otros".
Julien B e n d a escribe con grandes letras E s t a novóla es un cuadro de las costumla idea, principal de su libro en un cartón bres literarias de l a postguerra. Algunos
que tiene sobre s u m e s a , p a r a no desviarse ponen nombres propios de personajes litede ella. R o g é Martin du Gard dibuja la rarios conocidos a los dos arrivistas Morfigura de s u s personajes, las recorta y pega gelannes y Gorgerin.
en cartón y l a s tiene sobre l a m e s a . Lo
mismo se decía de Ponson tlu Terrail, que
introducía en sus libros tal número de personajes, que necesitaba verlos p a r a no ol- ' S e habla estrenado, con gran éxito, " L a
vidarse de ninguno. Cuandto m a t a b a al per- corte de Faraón", y £i primer actor y die
£1 c a r b o n e r o - a l c a l d e
rector de una compañía provincana la pidió p a r a ponerla en escena.
E l s a s t r e e n c a r g a d o de vestir la obra le
preguntó:
— ¿ D e qué época e s ?
El director quedó un momento pensativo y respondió:
- ¡ É p o c a de la Biblia!
Contaba Valéry:
"Un día me encargó el m a r q u é s Boni de
Castellane que escribiera algunos versos
sobre " L a Niche a Fidèle", m o r a d a de
Moray en los C a m p o s Elíseos, donde pens a b a abrir u n a ti'enda de antigüedades
p a r a millonarios. E n el silencio de la noche cuatro versos vinieron a ordenarse espontáneamente en mi cabeza, y a la m a ñ a n a siguiente se los envié a Castellane.
E n s e g u i d a me envió cuatro billetes de mil
f r a n c o s completamente nuevos. Mi acuse
de recibo decía: "He recibido s u s cuatro
bellos g r a b a d o s , que he unido en seguida
a mi modesta colección."
Don Benito Pérez Galdós e r a diputado a
Cortes, pero e s t a b a siempre tan ocupado
en su labor literaria que le molestaba recibir invitaciones p a r a concurrir a reuu'ontá y actos políticos, que perturbaban su
trabajo.
E n u n a ocasión en que recibió una de
e s t a s invitaciones le preguntó a su secretario:
— ¿ A mí? ¿Por qué?
— P o r q u e es usted diputado.
— P u e s devuélvales usted el acta— replicó don Benito.
Un aplaudido autor tenía la costumbre
do refundir en un acto las operetas que
otros habían a r r e g l a d o en tres actos.
Hablando de él dijo Antonio P a s o un
día:
— E s el recuelo de l a s operetas.
DIANA. A r t e s Gráfica*.—Lana,
8.—MADRID
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