Vida y Obra - hermanas Franciscanas Misioneras de María

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VIDA Y OBRA DE SANTA MARÍA BERNARDA
CAPÍTULO 1.
¡LLAMADO A LA VIDA!
Queremos llegar a cada uno de sus hogares a través de este Medio, para darles a conocer algunos aspectos de la
vida de nuestra querida Hermana María Bernarda Bütler canonizada el 12 de Octubre de 2008 en la ciudad de Roma.
También le queremos decir que esta gran mujer de Dios, es la Fundadora de la Congregación de Hermanas
Franciscanas Misioneras de María Auxiliadora.
Vamos a relatar a lo largo de los mensajes su vida, iniciamos con:
La Infancia y Juventud de Verena Bütler:
Poblado de AUW – Suiza
Es Suiza el bello país donde el Creador hizo el derroche de adornarlo con todas las bellezas naturales, el que tiene el
privilegio de ver crecer en su seno la familia Bütler.
Incrustado en los Alpes Suizos se encuentra el poblado de Auw, en el Cantón de Argau, en donde vio la luz del
mundo cuando el calendario marcaba el 28 de mayo de 1848, una niña, cuarto retono del hogar de la familia Bütler.
Sintieron que su hija era una bendición para su hogar.
Sus Padres Enrique y Catalina Bütler eran gente sencilla, humildes campesinos, pero con mucha sabiduría cristiana,
y su primera preocupación era la de engendrarla en la Fe y el mismo día de su nacimiento, la conducen a la pila
Bautismal, allí recibió el nombre de “Verena”, nombre muy apreciado y santo para todo católico del pueblo donde
nació, convirtiéndose así la pequeña Verena en templo de la Augusta Trinidad. Sus padrinos la llevaron al altar mayor
para consagrarla según su piadosa costumbre, a la Santísima Virgen María.
La niña Verena gozó del privilegio de unos padres buenos, cuya imagen estaba grabada con caracteres indelebles en
su mente y en su corazón. Su padre era justo y fiel cumplidor de sus obligaciones cristianas. Celebraba la Eucaristía
con mucha unción, recibía los Sacramentos y oía la Palabra de Dios. Por las noches, a la hora determinada, reunía a
sus hijos para rezar el santo rosario.
¿Y qué decir de la madre de Verena? Era mujer bondadosa, enérgica y seria en su modo de ser y de trabajar,
consciente de los detalles más mínimos, vigilante e incansable en el cumplimiento de sus deberes, pero sobre todo
era muy dada a la oración. Su grande devoción a la Santísima Virgen la hacía peregrinar anualmente al célebre
Santuario de “María Einsiedeln”. Llevada del mejor deseo de perfeción, se hizo inscribir en la Venerable Orden
Tercera de San Francisco. A la virtud que no le ponía límite era la caridad para con el prójimo, así que no había pobre
o mendigo que ignorase su nombre; y todo el que alguna vez tocara a su puerta pidiendo alguna limosna,
experimentó los efectos de su corazón compasivo y mano dadivosa.
Muchas veces dio hospedaje a vendedores ambulantes, suministrándole además lo necesario en vestido y alimento.
En una ocasión se prestó para ser madrina de bautismo de la niña de una familia de mendigos hospedados en su
casa. Mostraba especial predilección hacia los más pobres, los que sufren y las ánimas del purgatorio.
Es interesante destacar que el espíritu que animaba a los padres de Verena envolvía todo el hogar en una atmósfera
de unción religiosa. Toda su preocupación consistía en hacer de sus hijos buenos cristianos y conducirlos al cielo, a
pesar de los peligros de la vida. La educación que daban a sus hijos respiraba sólo amor y bondad.
Contemplando ese ambiente de paz hogareño, crece la Niña Verena, bajo la tutela de sus padres quienes le prodigan
una formación integral. Era alegre y juguetona, ella misma refiere sus travesuras, como aquella cuando jugaba con un
trineo a la edad de 3 ó 4 años, en el que se deslizó rápidamente y creyó que en la carrera se moría porque su boca y
nariz sangraban, por lo que empezó a gritar con todas sus fuerza: ¡Madre, Madre, se me está escapando el alma! Es
de saber que su pueblo era de las cuatro estaciones y en época de invierno la naturaleza se llenaba de nieve, así que
era una diversión sana montar en trineos y deslizarse por ella.
Sólo contaba con cuatro años y mostraba mucho amor al trabajo, sobre todo al aire libre en los campos y praderas.
Cuando se le mandaba hacer algo en la casa, lo hacía de mala gana y hasta con torpeza.
Como toda niña también hizo picardías que la acompañaron hasta la misma iglesia: en una ocasión ató de las trenzas
a dos señoras, y gozó lo indecible al salir éstas de la iglesia, mientras deshacían con un poco de trabajo los nudos
entre las risas estruendosas de los feligreses. Su madre lo supo porque una mendiga se lo contó, por lo que le llamó
la atención fuertemente. Verena como es natural, le gaurdó al principio rencor a la mendiga, pero pronto venció esta
tentación y le devolvió bien por mal, llevándole frecuentemente limosna a su casa.
También refiere en su autobiografía la ocasión en que dijo su primera mentira. Era tiempo de cosecha de cerezas, no
pudiendo resistir el deseo de comer tan deliciosas frutas, se dirigió a casa de un hacendado con su amiga para pedir
cerezas dizque para su hermanita enferma, pero éstas pasaron al estómago de las dos golosas. El segundo episodio
no fue tan divertido como el primero, por el juicio severísimo de su madre; peor que éste le pareció la confesión
sacramental del hecho en el que se consideró la pecadora más grande del mundo.
Al cumplir los siete años, Verena debía ir a la Escuela. El estudio para ella no fue su mayor inclinación. Sus
compañeras de clase la describen como una niña capaz, con grandes talentos, muy formal, aplicada, obediente y
atenta, esto lo logró gracias al dominio heroico, pues las cuatro paredes del salón de clase no le pudieron reemplazar
las amplias y risueñas praderas ni el misterioso encanto de los bosques de su tierra natal.
Fue una niña apasionada por la naturaleza; en sus redacciones le dio mayor importancia al tema de la “naturaleza”, a
través de ella describe la belleza de las flores, la riqueza y variedad del campo. Mientras lo hacía su espíritu rebosaba
de gozo, entonces sus ideas y pensamientos tomaban figura y parecían convertir su pluma en el pincel de un experto
artista. Su Maestro al leer sus composiciones decía: “Verena tiene la mejor redacción, pero la peor letra.”
Pero qué decir de las Secretas alegrías que albergaba el corazón de Verena? Oigamos lo siguiente: Antes que esta
hermosa florecilla abriera del todo sus pétalos ya fue objeto de las divinas complacencias del Jardinero Celestial:
Jesús.
En medio de este torbellino infantil se sentía más y más arrastrada por la gracia hecha soledad y el trato con Dios;
pensaba en Él y le conversaba con simpleza infantil… así alternaba con los juegos el ansia silenciosa de Dios, pero le
quedó infundida una convicción tal de la presencia del Dios Divino, que desde entonces ya Dios constituía su todo.
Cuando en las tibias tardes de verano jugaba con los otros niños y repicaban las campanas de la Iglesia para el rezo
del Rosario, era Verena la primera en interrumpir el juego y se dirigía apresurada para tributar honores a la Reina del
Cielo.
También profesó una tierna compasión por las Almas del Purgatorio, a quienes invocaba en sus apuros. A la hora de
rezar el Ángelus debía estar en su casa para rezarlo junto con sus padres; a veces se demoraba porque el juego la
absorbía demasiado, le prometía a las Ánimas del purgatorio rezarle cinco o más padrenuestros si la dejaban entrar a
su casa sin que se dieran cuenta sus padres, y muchas veces encontró alguna puerta abierta o no la veían entrar.
Como todo niña tenía también sus momentos difíciles, pero también de salvación de pequeños castigos.
Casa Paterna de Verena Bütler
Adolescencia de Verena:
En su adolescencia, cuando Verena contaba unos catorce a quince años se despertó en ella un fuerte amor hacia un
joven. Este primer amor fue puro. Cuando pensó en el matrimonio, le parecía sólo un medio para guardar fidelidad al
amor. Ninguna influencia ejercía sobre este afecto ni la riqueza ni la hermosura. Esta época fue de lucha y victorias,
sabía que el amor que la atraía hacia Dios no podía coexistir con el de la criatura.
Verena luchaba, rezaba, lloraba y guardaba todo en su corazón, la gracia la amonestaba para que le sacrificara a Dios
enteramente ese amor. Fue en esta forma como se dio en Verena su primer amor – su primer sacrificio -. Ni la riqueza,
ni la hermosura ejercían influencia alguna en ese amor; sólo deseaba que el objeto de él la ganara en espíritu,
nobleza de sentimientos y otras cualidades por el estilo. Verena, la sencilla joven del campo, no sabía lo que le
pasaba…
Ninguna mirada ni palabra que le dirigía el joven dejaban vislumbrar su agitación interior, pues a pesar de tener que
frecuentar hasta diariamente, la casa donde vivía el joven, no manifestó jamás ni en lo más mínimo ese afecto,
mientras en su alma se realizaba una lucha tremenda en su interior. Verena luchaba y oraba constantemente porque
sentía a la vez una fuerza interior la atraía hacia Dios. Durante dos largos años duró esta lucha: el amor terrenal que
llamaba con toda vehemencia a las puertas de su corazón tratando de conquistarlo, sintió de repente en espíritu que
Jesús estaba cerca.
Verena sintió el toque de la gracia divina y con toda claridad comprendió que era necesario sacrificar totalmente ese
amor humano y prometerle a Dios perpetua virginidad. Desde ese momento comenzó a evitar los encuentros con el
joven pero sin lastimarlo en sus sentimientos.
En esta época de juventud, Verena gozó de un profundo espíritu de oración; miraba durante largas horas el Sagrario,
en él encontró el amor que buscaba; voluntad enérgica de aprovechar el tiempo y alcanzar un fin; también gozó de
alegría por el trabajo al aire libre y el movimiento; gozó también de fantasía vivísima; de humildad, mortificación,
caridad, sencillez, fidelidad a la gracia, son estas las estelas luminosas de los primeros años de la vida de Verena.
Estas virtudes se acrecentaron cada vez más hasta llegar a vivirlas en grado heroico.
No sólo esto podemos hablar de estas virtudes, Verena, ella aprendió de su madre el gran amor y solidaridad para
con los menos favorecidos; se sintió impulsada para llegar hacia éstos de mil maneras. Ella misma nos narra:
“Los sábados en la comida de la tarde cortaba un buen pedazo de pan, lo escondía y lo daba a los pobres, hasta
cuando casualmente fui descubierta por mi hermana. Yo había convenido con dos pobres vergonzantes en llevarles
el pan sigilosamente una o dos veces por semana.
Yo mantenía el pan escondido en el escaparate donde mi hermana y yo guardábamos la ropa limpia. Allí quedó la
provisión segura hasta el día que mi hermana buscó algo perdido. Dio con el pedazo de pan y contó a mi mamá. Yo
sabía muy bien que desde entonces estaría vigilada por todas partes, pues también había sustraído de la despensa
harina, mantequilla y algunas veces hasta ropa con la misma finalidad. Yo juzgaba mi proceder totalmente correcto
apoyada en que mi madre despachaba conmigo limosna a los pobres que vivían lejos de la casa”.
De verdad que hay personas que mantienen su alma encendida que nunca debieran morir, son aquellas que como
Verena Bütler, hoy Santa María Bernarda Bütler, las que gastaron su vida haciendo a los otros felices
Esto lo vemos reflejado en la tercera estrofa del Canto “Hay existencias”
Hay existencias que tienen
el alma encendida,
que nunca debieran morir,
son las que gastan su vida,
con la luz de sabiduría
haciendo el otro feliz.
El cielo tiene que existir
porque tú te lo mereces. (bis).
CAPÍTULO 2.
LA PRIMERA ENTRADA EN EL CONVENTO
En el capítulo anterior tratamos el tema cómo fue el nacimiento, niñez, adolescencia de Verena Bútler, ahora vamos a
relatarles cúales fueron los sueños e ideales de esta joven.
Nos dice ella misma en su autobiografía que al renunciar a su primer amor se prendió en ella la semilla de la Vocación
Religiosa, pero sin ser estimulada desde fuera. “No sabía lo que era un convento, sólo recuerda que de niña vio una
religiosa recogiendo limosna. La observó muy bien y luego en casa con una pañoleta simuló un velo que colocó en
su cabeza y dijo: “Seré Monja”.
Un día, charlando con su amiguita más cercana, se le ocurrió la idea de que cuando recibieran la herencia, buscarían
un lugar solitario y allí el hermano de su amiga les construiría un conventico, vivirían una vida austera y se turnarían
en los quehaceres de la casa”. De esta manera iba germinando en Verena la semilla de la vocación religiosa. Verena
ya desde pequeña empezó a sentir el llamado de Dios, deseaba sumergirse en el amor a Dios, navegar en el mar de la
misericordia.
Verena sabía en quien había puesto su confianza: en Dios, porque sentía una gran atracción hacia Él.
Al llegar Verena al pleno desarrollo de la juventud, tenía ya 17 años y después de una primavera de gracias, como
llamó más tarde la época de sus primeros años, fue el tiempo en que Dios la atrajo a su divino corazón con las
dulzuras de su amor, logra cristalizar el pensamiento y deseo de entrar en algún convento. Ya desde pequeña, sentía
suavemente la inclinación a la vida religiosa, que fue aumentando hasta convertirse en un ansia creciente,
cristalizada en la firme resolución de realizarla.
De inmediato lo comunica a sus padres. Un Sacerdote de nombre Beda Kühne, quien había ayudado a varios jóvenes
para ir al convento, facilita y ayuda a superar las protestas y dificultades con las que se le opusieron sus padres a la
realización de sus planes. Su tío y padrino Burkhard Bütler quiso disualirla diciéndole: “Tú no tienes que entrar en
ningún convento, también en el mundo puedes practicar el recogimiento”. Estas palabras de su tío, no influyeron en
nada para la fuerza de la gracia del llamado que Dios le hacía.
Entonces acompañada de su hermana mayor, Catalina, llena de optimismo y lista para partir cruzó el umbral de su
casa a principios de marzo de 1866 y se dirigió a Menzingen, al convento de las Religiosas de la Santa Cruz, a donde
la orientó su párroco. Estas Hermanas estaban dedicadas a la educación cristiana de la juventud femenina.
Llena de confianza en sí misma, Verena le dio un resuelto adiós a su hermana y recibida con gran alegría por la
Maestra de Novicias, Sor Verónica Müller, penetró en este deseado recinto. Aquí permaneció escasas dos semanas.
Aquí todo para ella era hermoso y agradable en un principio, pero no tardó en despertarse en su corazón una
tremenda nostalgia. Deseosa de otra vida, con sinceridad confía inmediatamente a sus superiores este estado de
ánimo; ellos tratan de ayudarla a superar sus dificultades, pero todo fue en vano, la nostalgia crecía día a día. Una de
las citas Bíblicas que la fortalecía en esta lucha era: “Sé en manos de quien he puesto mi confianza…”2 Tim 1, 12.
Veamos qué pasó a las pocas dos semanas…
Pero un día estando en comunicación con Dios nos dice la joven Verena: “se despertó en mi corazón una terrible
nostalgia y unas ansias ardientes de otra vida, este sufrimiento se lo comunicó a una de las religiosas. La nostalgia
crecía cada vez más. Un día estando en la Misa puse en las manos de Jesús mi sufrimiento y estando en
comunicación profunda con Él, percibí una voz en lo más íntimo de mi corazón: “Yo no te he llamado acá, vuélvete a
tu casa, hasta que te conduzca a aquel lugar donde quiero tenerte”. Una vez terminó la Misa, desapareció toda
nostalgia y llena de seguridad se presentó nuevamente donde su superiora y confesó abiertamente: “Quiero irme a
casa”; acto seguido pide permiso para dar aviso a sus padres y pedirles que vengan en su búsqueda.
No habían transcurrido ocho días cuando se presentaron sus padres. Verena, segura de que estaba en lo verdadero,
regresó alegremente a su hogar. Allí “crecía y se fortalecía en el espíritu”. Se entregó nuevamente a ayudar a su
padre en las labores del campo y a participar activamente de la vida del hogar.
El nuevo párroco de su Parroquia en el pueblo de Auw, notó en Verena la devoción fuerte a la Eucaristía, quien
participaba todos los días de la Santa Misa, aún teniendo que realizar labores fuertes en el campo. Un día le preguntó,
si sus padres estaban de acuerdo que asistiera todos los días a la Santa Misa y ella le contestó: “No lo sé, pero no
siempre es de su agrado. Además, yo no les pregunto; así debo hacerlo porque Jesús lo quiere.” Pero ¿qué sucedió
después?
En sus escritos Verena nos dice: “Entonces el párroco me enseñó con mucha bondad, cómo debía practicar la
obediencia, ya que así agradaría mucho más a Jesús, y me dio esta indicación: “De ahora en adelante vendrás a la
Santa Misa entre semana solamente con el consentimiento de tus padres”. Dice Ella, esto me costó un gran sacrificio;
pero me sometí puntualmente, sobre todo porque me hizo comprender que nada perdía con ello”. Verena se puso
siempre en las manos de Dios y quiso cumplir su Voluntad.
Verena estaba convencida que Dios era el que guiaba su vida, era su motor que la impulsaba hacía Él. Su fe cada día
la fortalecía con base en el sacrificio, sentía que la misericordia divina iba transformando su vida y la llenaba de luz,
dándole mayor claridad hacia el llamado para ser Religiosa. A pesar de que su Mamá se le oponía, ella guardaba la
firme esperanza que Jesús la llamaba y sería fiel.
Verena sentía que Jesús estaba allí, dentro de ella, en su entorno, solía descubrirlo en su caminar. Ella sentía en su
interior que Jesús siempre estaba allí en su corazón. Verena lo sintió en su realidad personal, lo supo descubrir
minuto a minuto, en su diario vivir. Verena sabía exclamar: Él habita en mí, Él me ama, sus manos están abiertas para
acogerme y abrazarme.
En esta etapa de su vida, Verena siempre estuvo acompañada espiritualmente por el Párroco de su pueblo, palabras
sabias que le ayudaron a discernir su vocación; descubrir la presencia de Jesús en sus hermanos pobres,
necesitados de justicia, de amor, de acogida, de la libertad, del pan material. Verena, como joven sencilla, supo abrir
su corazón, disponer sus manos para acoger a Jesús en las personas que lo necesitaban. Escuchemos esta parte del
canto “Jesús está allí” en él vemos reflejada la vida de Verena, ella fue dócil a la gracia, sintiió el llamado a servir al
Señor y a encontrarlo en la realidad social que se vivía en esa época.
CAPÍTULO 3.
LA SEGUNDA ENTRADA EN EL CONVENTO. "SÍ AL AMOR"
Verena, motivada por la Palabra de Dios, reflexionó la cita de 2 Samuel 22, 34 “Nada temo: “El Señor me da pies de
gacela y me hace caminar por las alturas”. Quiso poner manos a la obra y se dirigió a varios conventos donde
encontró las puertas cerradas definitiva o temporalmente; antes de esta situación recurrió nuevamente a su párroco,
quien la orientó hacía un convento de Alstätten – Cantón de San Galo, pero agregó el párroco: “este es muy pobre y
casi todas las hermanas entradas en edad, y por eso te quiero mandar más bien a otro”. ¿Y qué sucedió?
Nos dice Verena: “Apenas me dio este informe, sentí en mi alma que ese era el convento del que Dios me había
hablado en Menzingen y que estaba destinada a él. Así se cumplieron fielmente los deseos de mi corazón”.
De inmediato escribió al Convento de María Auxiliadora, en Álstätten, y a vuelta de correo recibió la respuesta
definitiva. Al acercarse el momento de la despedida se preparó con una buena confesión general.
Ya en camino, a lo lejos, divisa la torrecilla de María Auxiliadora. Se abren y se cierran nuevamente las puertas del
convento y en su diario escribe la Superiora: “el 12 de noviembre de 1867 ingresó al convento la joven Verena Bütler,
de diez y nueve años de edad”. Fue acompañada por su hermano Enrique. Fue así como Verena tuvo un feliz
hallazgo. El poder ser recibida en este Convento, para ser Religiosa. Estaba resuelta firmemente a perseverar, pero
con la ayuda de Dios.
Es interesante saber algunos datos sobre el Convento donde ingresó la joven Verena. La primera piedra para el actual
Convento de María Auxiliadora fue colocada en 1518. Dos años después abandonaron las religiosas su antigua
vivienda, junto a la iglesia parroquial, y tomaron posesión del nuevo convento. Después del Concilio de Trento, se
agregaron las Monjas a la Orden seráfica como Terciarias Seglares. Sólo algunos años después se pudo proceder a
la construcción de una iglesia propia. Ësta se terminó en 1616, fue bendecida el 18 de abril de ese mismo año, se la
consagró a la Santísima Virgen María, bajo el título de Auxiliadora de los Cristianos.
Las olas de la revolución, que llegaban desvastadoras a los Cantones de Suiza, se quebraron furiosas ante los muros
del convento de María Auxiliadora, sufriendo mucho las hermanas.
Verena, sabía que entraba en un Convento pobre, con grandes dificultades, pero esto no le impidió para dar el Sí al
Señor. Puso siempre su confianza en Dios, se fortaleció en este nuevo caminar con la cita Bíblica: El Señor me
conducirá, como un hombre conduce a su hijo a lo largo de todo el camino que habré de recorrer” (Dt. 1, 31b).
Al principio todo le parecía fácil. Estaba rebosante de gozo y de entusiasmo. Con el equipaje pleno de esperanza,
caridad y fe, inicia su camino con Dios a la luz de su Palabra, en el convento de “María Auxiliadora” – Álstätten-, aquí
las horas del día estaban perfectamente repartidas entre el trabajo, la oración y la instrucción religiosa.
Algo que fue muy decisivo en la formación para toda su vida religiosa, fue el amor a la santa pobreza. Igualmente el
rezo de las Horas Canónicas. De los Salmos recogía fuerza para superar las fatigas del camino que no tardaron en
aparecer. En los momentos de sufrimiento hizo suyas estas palabras: “Si te presentas para servir al Señor, prepárate
a la tentación… acepta cuanto te acontece, sé paciente… entrégate a Él…”.
Verena, hizo el tiempo prescrito del Postulantado, durante este tiempo se sintió feliz y edificada por los buenos
ejemplos que veía en sus hermanas de la Comunidad. Con la gracia de Dios perseveró y luego fue admitida al
Noviciado, entró al hermoso Jardín de Dios, como ella llamaba esta etapa de formación.
Una vez ingresó al Noviciado el día 4 de Mayo de 1868 recibió el hábito religioso y cambia su nombre por el de MARIA
BERNARDA DEL SAGRADO CORAZÓN DE MARIA.
Bernarda, estaba segura que Dios la había seducido a seguirle en este estilo de vida, por eso hace su entrega con
todo el corazón y se deja seducir segundo a segundo por el Esposo Divino, estuvo dispuesta a entregar su vida, sin
condiciones, sólo se sentía atraída por el amor a Jesús.
En esta Escuela del Noviciado Bernarda purifica su espíritu debidamente para el día en que se le quisiera conceder el
don de la contemplación. Jesús en el Sagrario fue siempre su máxima alegría y su más dulce manjar; si el sufrimiento
lleva más alto y cerca de Dios, más íntimamente se une el alma con Dios ante el Altar, junto al Señor Sacramentado.
Bernarda descansaba en Él y allí se verificó el perfeccionamiento hacia el que condujo Dios a la joven Novicia.
También durante esta etapa se dedica a las labores del campo, en ese reino encantador de la naturaleza.
Acercándose el final de ese año de prueba, el Señor la preparó para muchos sufrimientos: incomprensiones,
humillaciones, para alcanzar la verdadera humildad.
Vencidas todas las barreras legales, es admitida a la Profesión religiosa, la que celebró el 4 de octubre de 1869, día en
que celebra la fiesta de San Francisco de Asís. Bernarda sigue escuchando la voz de Dios que resuena en su interior,
le habla en el silencio y por eso ella dice imposible conocerte y no amarte, amarte y no seguirte. Se sintió seducida
por el Señor.
Pero para María Bernarda Bütler, sigue un período de pruebas en los dos años que preceden a su Profesión Solemne.
¡Ha sonado la hora de Dios! “Toma tu cruz y sígueme” texto del Evangelista Lucas 9, 23.
María Bernarda, que había entrado al convento con los ideales más sublimes, ve con tristeza siempre creciente que el
espíritu religioso de este convento se resquebrajaba y confiando en la Palabra de Dios: “te basta mi gracia. En tu
debilidad se manifiesta mi fuerza”, para animarse se une a sus compañeras de Noviciado y busca apoyo en el Señor
Obispo de San Galo, para subsanar pronto el mal. Esta posición tan franca y abierta causó admiración y la respuesta
fue pronta y benéfica. El Señor Obispo envió un mensaje invitando a las Hermanas al orden y a la disciplina en el
convento.
El espíritu de Bernarda se fortalecía en la soledad y el vacío, Jesús la apretó en sus manos y escuchó su voz: “Seguid
adelante conmigo para ver a dónde te ha llevado aquel SI”. Así fue como llena de la misericordia del Señor y de la
gracia de servirle en la vida religiosa, se dispone al sacrificio recibiendo interiormente la corona de espinas en vez de
la de azahares. Hace su profesión Solemne el 4 de Octubre de 1871, fiesta de San Francisco de Asís. María Bernarda
Bütler hizo su Consagración a Dios para siempre. Bernarda no se acobarda frente al sufrimiento, antes se abandona
en el Señor a ejemplo de la Santísima Virgen María.
Pasados unos años, en 1874 la Madre María Bernarda recibe el cargo de proveedora y ecónoma, el que desempeñó
con gran abnegación y atrajo bendiciones de Dios, ya que la situación financiera mejoró notablemente.
Probada en el crisol del sufrimiento, saca de sus luchas la adquisición de la humildad.
En Septiembre de 1879, es nombrada asistente y maestra de Novicias cuando sólo contaba 30 años de edad. En
octubre de 1880 fue nombrada superiora, cargo éste que desempeñó hasta 1888. La guía y norma de sus enseñanzas
fue el Santo Evangelio. Como superiora propone fundamentalmente la fiel observancia de la Regla y Estatutos del
Convento, la renovación del espíritu de la Orden y confiando en la Palabra de Dios: “Cuando la carga se hace pesada,
siempre tienes un Padre para darte alivio”, se lanza a este propósito. Las Hermanas declararon estar dispuestas a
observar íntegramente la Regla según el espíritu de San Francisco.
En el canto sembradora de esperanza podemos confirmar cómo la guía de su vida y norma fue vivir el Evangelio en la
vida y en la acción, fue una mujer sembradora de esperanza como signo de liberación.
La Madre Bernarda no sólo se preocupó por la transformación y reedificación del convento, no sólo atendía lo
material, sino que se preocupó especialmente por la renovación del buen espíritu en el convento, lo que logró con las
armas de la oración, ayuno y penitencia; hacia el viacrucis descalza, en el crudo invierno, hasta tres veces al día.
Estas prácticas piadosas fortalecieron el espíritu de Bernarda.
CAPITULO 4.
CLAMOR DESDE EL NUEVO MUNDO
¿En qué consiste? ya lo vemos:
La espiritualidad vivida por la Madre Bernarda la hizo sensible ante los llamados de Dios y sintiendo que debía dar
respuesta a los nuevos caminos que Él le iba mostrando, apuntándole una ruta misionera por medio del Provincial de
los Capuchinos de la Provincia de Norte América – Padre Buenaventura Frei – (de Harden, Cantón de Thurgau), quien
estuvo como huésped en el Convento de María Hilf (Convento María Auxiliadora). Este apostólico sacerdote lleno de
celo misionero expuso con conmovedoras palabras la necesidad que tenía América con sus vastas regiones, de
almas apostólicas que le llevaran la semilla evangélica y que sería una alegría muy grande para él si pudiera llevar
consigo algunas Hermanas misioneras.
Este misionero, con sus enardecidas y convincentes palabras, produjo el toque de gracia que prendió la chispa del
ideal apostólico en el monasterio y muy especialmente en el corazón de la Superiora. La Madre Bernarda en este
momento vio muy claro su proyecto de fundar un convento en tierra de misiones.
De inmediato la Madre Bernarda presentó éste a Monseñor Agustín, Egger, Obispo de San Galo, quien se puso en
contacto con el Obispo Martín Marty, O.S.B., el apóstol de los indios y pastor supremo de Dakota, en Améria del
Norte.
Esta aspiración fracasó. No era áun la hora ni el lugar señalado por la Divina Providencia. La Madre Bernarda
conservó fijamente su ideal y por esto no menguó en absoluto su celo misionero.
Ella comprendió que debía sembrar con alegría el amor de Dios en tierras de misión, se sintió enviada y por eso
emprendió la misión.
Bien, continuamos con nuestra narración y veamos que pasó después… Más tarde el Padre Buenaventura viajó a
Nueva York y providencialmente se encontró con Monseñor Schumacher, Obispo de Porto Viejo – Ecuador, le
informó sobre la inquietud misionera que revelaron las hermanas del Convento de María Auxiliadora, lleno de
esperanza tomó la pluma y escribió a las hermanas ofreciéndoles campo de acción en su Diócesis. Era el año de
1888. Esta petición fue acogida por unanimidad y con gran entusiasmo por todas las hermanas del convento. Varias
de ellas, de entre las más jóvenes, se ofrecieron para tomar la cruz de las misiones.
A la cabeza de ellas encontramos a la Madre Bernarda, la cual depuso su cargo como Superiora para hacerse
misionera. Su móvil principal fue el celo apostólico: “por amor a Dios trabajar en la salvación de las almas”.
¿Y cuál fue el resultado? A través del Señor Obispo Agustín Egger de San Galo, solicitaron la dispensa de la clausura
estricta, para levantar el vuelo hacia las lejanas tierras del Ecuador en América Latina.
Una vez obtenido el permiso y recibido el 23 de abril de 1888, empezaron los preparativos para tan largo viaje y se fijó
como fecha de éste el 19 de junio del mismo año.
Las religiosas destinadas a la Misión Americana debían renunciar a todos los derechos y obligaciones contraídos con
el convento de María Hilf.(María Auxiliadora). La completa separación de la comunidad era un sacrificio muy grande
para las site hermanas, que emprenderían el viaje hacia lo desconocido, ante las cuales se perfilaba una vida de
extremas privaciones e incertidumbre.
Solamente a la luz de la fe, el celo por difundir la Buena Nueva, mitiga el dolor de un adiós sin retorno, se ofrecen
alegres a la renuncia de todo cuanto tenían de caro: su patria, su lengua, su familia, sus hermanas en religión, el
recogimiento de su claustro, para consumar el holocausto de su entrega total al Señor.
Bernarda junto con sus 6 hermanas emprende rumbo hacia América. ¿Qué sucedía en sus corazones?
Cada una de las hermanas es testigo mudo de sus propios sentimientos en un momento como éste, en el que el
silencio es el más expresivo lenguaje.
Una a una, enjugándose las lágrimas, salen de la capilla hace el comedor en donde, dada la solemnidad del momento,
se permiten romper el estricto silencio conventual, para poder darse mutuamente las últimas demostraciones de
fraterno amor, y renovar las promesas de una constante oración y de una imperecedera unión espiritual.
Ha llegado el momento de la suprema despedida. A media noche, todas las hermanas del convento se congregan en
la Capilla para entonar juntas, por última vez, Maitenes y Laúdes. El Padre Capellán celebra la Santa Misa y reparte la
Sagrada Comunión. Jesús llega al corazón de cada una dándole la fortaleza para frontar con valentía este momento
supremo de la inminente partida.
Enseguida la Madre Bernarda, en nombre de las viajeras, con sentidas palabras que tienen sabor de patriarcales
bendiciones, manifiesta la gratitud hacia las hermanas del convento de María Auxiliadora y el indisoluble amor con el
que se mantendrán unidas.
Bernarda estaba segura que Jesús guiaba su vida y la mantenía fuerte en la fe, le ayudaba a ver con claridad la
Voluntad de Dios – Padre y la fortalecía para mantenerse armoniosa.
La llegada a las 3:30 de la madrugada del vehículo que transportaría a la Madre Bernarda y a sus compañeras a la
estación de San Margrethen pone fin a esta dramática situación, en la que muy encontrados sentimientos inundan el
ambiente.
Para la Madre Bernarda no había fronteras, para servir con amor, desde el amanecer hasta el anochecer.
Cada día supo afrontar las dificultades, aprendió a asumirlas sin protestar, esto la llevó a entender mejor el Reino de
Dios.
El 21 de junio llegan a Le Havre, puerto desde el cual empezarían las misioneras, al día siguiente, a alejarse del viejo
mundo y a dirigir su mirada escrutadora hacia nuevos horizontes, desde la cubierta del vapor “Labrador”.
Con el deseo de mantener a sus hermanas del Convento de María Auxiliadora al tanto de cuanto les sucede en la
travesía marítima, constantemente les hacen llegar cartas con interesantes narraciones.
La misma Madre Bernarda refiere a sus hermanas del convento de María Auxiliadora, los acontecimientos del viaje así
como lo experimentó y vivió. Escuchemos sus experiencias durante el viaje:
“No me canso de mirar el mar. Ayer estaba un poco inquieto por la neblina; hoy tenemos un esplendoroso sol. Me
embelesa el jugueteo de las olas en su vaivén sin fin. Cogidas de la mano suben en un perpetuo clamor de alabanza,
y retroceden luego para deshacerse en rendida adoración. De lejos parecen nubecillas verdosas y ovejuelas de níveo
blancor que se vienen y se van.
¡Señor Dios Nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra y en el anchuroso mar! Qué espectáculo cuando el
mar se viste de multicolor. A mis pies un ánfora de paz y paz en derredor.
En dirección del sol hasta los flancos del vapor un sendero de plata sembrado de miles de diamantes. ¡Oh Dios que
inmenso es tu Ser! Y yo, temblorosa por tu presencia y sobrecogida por la calma que reina aquí fuera, contemplo en
reverente adoración las maravillas de tus manos Omnipotentes.
¡Qué profundo es el corazón del hombre, y cuán capaz es para detectar la grandeza y la magnificencia del Creador!
Muchos de los pasajeros son insensibles a tanta belleza; me dan lástima. Gracias, Dios mío, porque me hiciste
simple, y porque me dejas ver. No sabía que en mí hay tanto dinamismo para vibrar y amar.
Le dice a las Hermanas: Echo de menos el Huésped de los Altares; sólo en este sentido os envidio.Queridas
Hermanas gustad de la presencia de Jesús Eucaristía en vuestra Capilla de María Auxiliadora y acordaos de mí. Mis
hijitas comparten mis sentimientos: ¡ningún miedo, ningún temor! Como niños recien nacidos en brazos de la madre,
nos mecemos al vaivén del Labrador que ara el mar.”
Se va llegando al término de una ruta. Después de 25 días de viaje llegan a Colón. El trayecto de Colón a Panamá lo
hicieron en tren. De allí un vapor inglés las lleva por aguas del Pacífico a las costas ecuatorianas.
El día 13 de agosto de 1888 desembarcaron en Manta, pequeña ciudad de la Costa de Manabí – Ecuador. Un
Sacerdote llega para recibirlas, presentarles el saludo y bendición de Monseñor Schumacher y conducirlas a
Rocafuerte, donde las esperaba el Obispo.
Debido al intenso calor tropical, el viaje de ocho horas a caballo lo efectuaron en la noche. Al día siguiente tuvieron la
primera entrevista con el Prelado, quien les expuso un programa pleno de trabajo que fue ampliamente aceptado por
las hermanas.
El 8 de agosto, la Madre Bernarda Bütler- Superiora del pequeño grupo misionero – y la Madre Caridad Brader,
emprenden un viaje de dos jornadas a caballo por tupidos bosques y abruptos senderos para llegar a Chone, lugar de
su destino y viña confiada a sus cuidados.
Pocos días después se les unieron las otras cinco Hermanas. Como morada provisional, el Obispo destinó a las
Hermanas la Casa Cural, choza pajiza de dos habitaciones. El recibimiento que el pueblo Chonense hizo a las
misioneras fue extraordinario, lleno de cálida y alegre acogida.
Bernarda, se dejó guiar por la voz de Dios, las incomodidades y dificultades no fueron impedimento para proclamar la
Buena Noticia en el Ecuador.
CAPITULO 5.
AMÉRICA LATINA ABRE SUS PUERTAS
A LAS HERMANAS FRANCISCANAS MISIONERAS
DE MARÍA AUXILIADORA.
Veamos cómo la Madre Bernarda hizo vida un ideal. Tenía claro que Jesús la había llamado a las misiones.El texto de
Mt. 19,27 “Hemos dejado todo para seguirte” la guiaba en el seguimiento a Jesús. En el nuevo campo de acción el
primer paso dado por las misioneras fue el de acomodarse al ambiente que era totalmente diferente a aquel de Suiza,
lugar de su procedencia. Debían también aprender el español y conocer las costumbres propias del lugar.
El Señor Obispo, personalmente, elaboró los planos para la construcción del nuevo convento, según los deseos
modestos de la Madre Bernarda: “clausura y pobreza”. Con estas piedras angulares debía levantarse el nuevo
convento dedicado a la gran amante de la pobreza, Santa Clara de Asís.
“El 30 de Noviembre de 1888, llenas de profunda alegría, entraron a la nueva morada que el Señor, Rey y Esposo les
había preparado.
En este mismo día el Señor le pidió el sacrificio de la primera víctima, llamando a sus místicas moradas una de las
religiosas más jóvenes cuando sólo contaba con 27 años de edad; era ella la Hermana Othmara Haltmaier. En
hombros de sus hermanas, fue conducida al cementerio situado a unos pasos de la capilla del convento, asi junto a
ellas seguiría cual lámpara votiva, custodiando la obra sublime de sembrar la Palabra de Dios en estas incivilizadas
regiones” cual grano de trigo que a su tiempo dará copiosos frutos.
Así se instalaron la Madre Bernarda y sus primeras compañeras en lo que sería la casa Madre de las Hermanas
Franciscanas Misioneras de María Auxiliadora.
Continuamos la historia contándoles cómo la vida de la Madre Bernarda fue un ejemplo de extrema pobreza, porque
Ella se preocupó por vivir y exigir que se viviera la Regla y Estatutos del Monasterio de María Hilf (María Auxiliadora),
vivirlos cada día con todo su rigor y amor, aunque las condiciones de vida en aquellas zonas tropicales: el clima
ardiente, el trabajo pesado y las privaciones de todo género les exigía una abnegación mayor que en su patria. Por
esta fidelidad floreció en el recinto de Santa Clara la más perfecta pobreza que recordaba los tiempos de Rivotorto y
San Damián. La nueva comunidad no tenía propiedad alguna, hasta el alimento cotidiano lo recibían de limosna.
El Obispo Pedro SCHUMACHER se sorprende del método de vida y escribe: “No puedo admirar bastante a esas
pobres franciscanas; todas están llenas de fervor; van descalzas, solamente con sandalias, duermen sobre el duro
suelo; diariamente ayunan hasta las once de la mañana, por la tarde no toman ningún refresco; trabajan intensamente
en la casa y en el jardín y dedican largas horas de la noche a la oración. En balde me he esforzado para conseguir de
la Madre Bernarda una mitigación”, tanto ella como sus valientes compañeras quieren seguir fieles a las Reglas y
Constituciones. La fuente de donde Bernarda sacaba fuerza para su alma era la oración.
Bernarda tenía claro la entrega y donación total al Señor por siempre y para siempre. Por eso Ella centra su vida en
Jesús y en su Reino, entendió y descubrió que en las dificultades, en la vivencia de la pobreza por amor, si las sabía
asumir sin protestar, descubrió que es el Reino de Dios. Por eso animó a sus hermanas a vivir en completa pobreza,
por amor desde el amanecer hasta el anochecer.
Veníamos hablando sobre cómo la Madre Bernarda, junto con sus hermanas, fue un ejemplo de extrema pobreza,
vivida en fidelidad a Dios.
Ahora vamos a tratar cómo la Madre Bernarda fue perfilando la misión de su futura y pequeña Congregación. Este
tema es de suma importancia, así que pongamos mucha atención.
Esta vida de gran sacrificio que consisderaba una gracia extraordinaria fue una bendición para los habitantes de
Chone, a quiénes les causó gran admiración ver a estas Hermanas que no tenían dinero ni querían recibirlo. Poco a
poco se les acercaron con cariño dándoles afectuosamente el nombre de “Madres”. Ansiosos escuchaban las
instrucciones religiosas y en todos los asuntos y necesidades buscaban en ellas auxilio, consejos y consuelo. La
Madre Bernarda optó por la vida apostólica misionera, orientación que dio a su naciente Congregación.
El celo misionero no se apagaba en el corazón de estas intrépidas seguidoras de Cristo quienes, sin temor al
sacrificio, saben desafiar todos los obstáculos que con mayor o menor intensidad forman el bagaje de su vida
cotidiana. Una sola cosa constituye su ideal: la fidelidad a la vida franciscana y la entrega incondicional al servicio de
los más necesitados. La ausencia de sacerdotes y religiosos en toda esta región Manabita hacen que la catequesis
sea una de las labores más privilegiadas para Bernarda y sus hijas.
Dejemos que ella misma nos refiera: “Las hermanas, con frecuencia reemplazan a los sacerdotes para explicar el
catecismo. Los domingos después de la Santa Misa, las Hermanas, explican el catecismo. Por la tarde rezan el
rosario y preparan la gente para la confesión”. Esta tarea fue constante a lo largo de su permanencia en estas tierras.
Su misión era testimoniar el Evangelio por los caminos del mundo.
También dio una orientación encauzada a la educación. Bajo condiciones muy primitivas abrieron una escuela
elemental gratuita. De eata actividad escolar dice la Madre Bernarda: “Las hermanas dan las clases en el piso bajo de
la casa, sin asientos, sin tableros y casi sin libros”.
Como verdaderas hijas de San Francisco – el fraile siempre alegre – enseñaban a los pequeños y siempre reinaba una
gran alegría.
Las Franciscanas Misioneras de María Auxiliadora, en suma, se dedicaron a la práctica de las Obras de Misericordia.
Poco más tarde Bernarda abrió en un ala del convento una enfermería, en la que dio hospedaje a unas enfermas
abandonadas para cuidarlas con todo el cariño.
Después de la capilla, esta sala fue su lugar favorito. Aquí comienza a arraigarse en Bernarda su proyecto muy
conforme con el espíritu de francisco: fundar hospitales para los enfermos pobres, proyecto que sus hijas, llenas de
confianza en Dios y amor al prójimo, realizan a su tiempo.
Toda actvidad de su pequeña Congregación debía ser respuesta social cristiana a las necesidades de la época.
La Madre Bernarda se constituye en Fundadora de la Congregación de Hermanas Franciscanas Misioneras de María
Auxiliadora, Ella confiando plenamente en Dios sabía que la “casa no se cae porque está cimentada sobre roca”.
Sabía que no era cuestión humana, sino era el mismo Dios quien quería la obra.
Es por ello que la Madre Bernarda en su correspondencia procuraba mantener a Monseñor Agustín Egger – Superior
Eclesiástico de ella hasta su partida a las misiones – y a las Hermanas del Monasterio de Altstätten al corriente de
todo lo que sucedía en la misión: organización, observancia regular, vida de oración, trabajo y dificultades
presentadas.
A poco tiempo de su llegada a Chone, recibió una respuesta inesperada a sus cartas que intercambiaba sobre
algunas peticiones y que iban saturadas de gratitud, sumisión, cariño y adhesión. Por disposición divina la Madre
Bernarda fue enterada por la Hermana Rosa Hel de la decisión de su Obispo, Monseñor Agustín Egger, en los
siguientes términos:
“En adelante no saldrá ya ninguna hermana para la misión”.
“Queda prohibido bajo pena de excomunión, cualquier contribución en dinero para la Casa de Chone”.
Sucede esto a escasos cinco meses de haber iniciado las misioneras sus experiencias en tierras Manabitas.
Así, las apremiantes circunstancias del momento hicieron forzosamente de la Madre Bernarda – hasta ahora
fundadora de una Filial del Monasterio de Altstätten -, LA FUNDADORA de una Congregación Misionera.
Esto no fue fácil para ella, pero llena de confianza en las palabras de Cristo: “La Casa no se cae porque está
cimentada sobre roca”, ve que Dios cuenta con ella y abraza la cruz cuyo peso se aumentará cada día.
Nada de esto obstaculizó continuar con el mismo celo misionero, así que el surco se prolonga.
Como día a día el radio de acción se ampliaba el trabajo reclamaba más colaboradoras; nada mejor que volver los
ojos al convento de María Auxiliadora. La Madre Bernarda escribe a las hermanas de Altstätten: “harías una obra
sublime, bendita y muy meritoria, si cada año nos mandarais algunas jóvenes misioneras; no podéis hacer cosa
mejor para la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas inmortales. Cuántos miles de almas encontraréis un día
en el cielo que os darán infinitas gracias por haber sido salvadas por obra de las misiones”.
“… Solamente deben venir a las misiones aquellas que lo deseen ardientemente, gocen de buena salud, no sean muy
avanzadas en edad y tengan mucho espíritu de sacrificio/…/ y añadan el celo por la gloria de Dios y la salvación de
las almas, un temperamento jovial y risueño”.
La ayuda pedida en buena hora fue atendida y el 28 de julio de 1889 recibe la fundación de Chone siete jóvenes
Novicias que viajan en compañía de la Madre Rafaela Benz. Con el aumento del personal, la Madre Bernarda pudo
pensar en una nueva fundación. “La primera casa filial fue fundada en Santa Ana, pequeño centro, distante dos días a
caballo.
El Gobierno confió a las hermanas la escuela de niñas, a la que asistieron 150 alumnas.
La Madre Bernarda escuchó en un momento de oración y contemplación que Jesús le decía: “Te escogí hoy a ti y a
tus hijas para APÓSTOLES. Os entrego el apostolado con todas sus luchas, dificultades y sufrimientos, pero también
con sus victorias. Aseguraos este apostolado para que no os sea arrebatado”.
En 1891 Monseñor Schumacher dirige a la Casa Madre de Chone una petición: Quería que las religiosas asumieran la
dirección de la escuela de Canoa, caserío situado sobre las riberas del océano Pacífico. Fue fundada una nueva
Comunidad con tres hermanas para atender a cien alumnos.
Esta tercera fundación hace sentir una vez más la necesidad de aumentar el número de religiosas que, llamadas por
Dios, querían trabajar allí donde urge remediar la miseria y el abandono espiritual en que se encuentran miles de
almas.
Por aquel entonces en el convento de María Auxiliadora de Altstätten continúan fomentando las vocaciones
misioneras y disponiéndolas, mediante una sólida formación, para ir a América a engrosar las filas de las incansables
sembradoras de Paz y Bien. La Madre Bernarda les manifiesta el acierto con que educan a las jóvenes para la vida
misionera.
“Como buena administradora se preocupa por buscar ayuda oportuna. Con esta finalidad mandó a Europa a su
Vicaria – La Madre Caridad Brader – a fines del 1891”. La Madre logró reunir un selecto grupo de jóvenes “resueltas a
dejar patria, casa, padres, hermanos, hermanas…”, para atender al llamado del Señor.
En el Covento de María Auxiliadora de Altstätten ella misma las preparó como Postulantes para la vida misionera. En
octubre de 1892 emprendió el regreso con las Novicias. Llegaron a Chone el 12 de enero de 1893 después de haber
pasado por Nueva York y fueron recibidas por la Madre Bernarda y la Comunidad con el mayor regocijo.
A las nuevas hermanas no se les recibía para aliviar el agobiante trabajo que ya pesaba sobre cada uno de los
miembros de la pequeña comunidad, sino para ampliar el campo de acción”.
La Madre Bernarda motivaba a las hermanas diciéndoles:
¡Apropiaos el espíritu de vuestra Madre la Iglesia. Como hijas fieles haced vuestras sus alegrías y sus penas!
El celo misionero por la gloria de Dios impulsó a la Madre Bernarda y su pequeña Comunidad a no detenerse ante
obstáculos ni fronteras, por lo que aceptan gozosas la invitación de la vecina República de Colombia, en la persona
del Padre Fray Gaspar de Cebrones, infatigable misionero capuchino, quien entusiasmado por la fama de la actividad
de las franciscanas de Chone, les ofrece atender una escuela oficial en la población de Túquerres y un colegio de
Señoritas.
El Obispo Schumacher recomendó encarecidamente a la Madre Bernarda que atendiera este llamamiento; él era
consciente de la realidad crítica por la cual estaba atravesando Ecuador que, día a día, se aproximaba a una
inminente guerra, y consideraba que Colombia podría ser el mejor refugio para las misioneras suizas.
La Madre Bernarda aceptó la proposición de Túquerres y destinó a la Madre Caridad como Superiora de la nueva casa
con dos religiosas profesas más y cuatro novicias.
Bajo la dirección del Padre Gaspar de Cebrones, partieron las hermanas de Chone el 10 de marzo de 1893 y llegaron
el 31 de marzo del mismo año. Con el permiso del Señor Obispo Manuel Caicedo fundaron la primera casa en
Colombia y comenzaron su trabajo apostólico.
Al poco tiempo de su llegada, y con aprobación eclesiástica, se desarrolló la pequeña comunidad como un convento
independiente y en la actualidad, bajo el nombre de Congregación de las Hermanas Franciscanas de María
Inmaculada – Pasto – despliega una ctividad llena de bendiciones.
Tres años llevaban las hermanas en las actividades, esparciendo las enseñanzas de la religión; y escuchando la
Palabra del Señor, en las largas vigilias dedicadas a la oración y a la meditación. No faltó quien pusiera en duda el
cumplimiento de la observancia regular, sobre todo con respecto a la clausura, cuando en realidad esta fue la fuente
de los grandes sinsabores de Bernarda quien arregló la vida claustral, según la Regla, en las Misiones.
Las dificultades con que tropezó siempre a este respecto con sus superiores eclesiásticos, afectaron su sensibilidad;
fueron tantas las acusaciones que se le hicieron que decayó en la estima del Señor Obispo. A esto habría que agregar
los innumerables sufrimientos físicos, incomprensiones, ingratitudes y adversidades.
Ya desde los comienzos, el trópico empezó a cobrar vidas y deshojar los diminutos árboles de la nueva
Congregación. Bernarda ve como en cada uno de los lugares donde han posado los pies sus hijas para llevar el
mensaje, se hacen vida las palabras de Cristo: “les aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, sigue
siendo un solo grano, pero si muere, da abundante cosecha”.
Con estos sentimientos y llena de generosidad, contempla la partida a las moradas celestiales de las Hermanas
Othmara Halmaier – Petra Kamer y Anna Rutschi. Esto para la Madre Bernarda fue un duelo de Madre porque vio
cómo tres de sus hijas dejaban la vida terrenal.
A esto se le suma la desmembración formal de la comunidad de Túquerres del seno de la Casa Madre de Chone, duro
golpe que la Madre Bernarda recibe con las armas de la fe y la valentía sacadas de su unión con Dios.
Las contrariedades la habían fortalecido continuamente. Su confianza en Dios era ya inquebrantable, pese a la cual
experimentó gran dolor cuando ve venir la revolución anticlerical. Con lágrimas en los ojos presencia la huida de
Monseñor Schumacher y sus sacerdotes a quienes les da su último adiós. Así quedaban ella y su pequeño rebaño de
la casita de Santa Clara, abandonados de todo cuidado religioso y rodeado de lobos furiosos.
No tardó mucho tiempo en sufrir en carne propia la expulsión de aquel país donde ella y sus seguidoras se
entregaron con profundo ideal misionero. La despedida de estas primeras estaciones misionales fue difícil; con todo,
Bernarda conserva la serenidad ante esta situación y consuela a sus hijas diciéndoles: “Dios exige este sacrificio, Él
no quiere que peguemos nuestro corazón a cosas perecederas, nunca nos abandonará mientras cumplamos con
nuestra santa Regla y la pobreza que hemos prometido”. Estas fueron las palabras de despedia de la piadosa
superiora.
CAPITULO 6.
SUENA LA VOZ DE ALARMA
Continuando con la narración de la vida de la Madre Bernarda Bütler, vemos qué sucedió en el año de 1895 y por qué
afectó la vida de Ella y de sus hermanas de comunidad.
En este año de 1895 llega Eloy Alfaro, el instrumento incondicional de los enemigos de la Iglesia a Guayaquil,
blasfemando: “He venido para acabar con el gobierno de Dios”. Al grito de ¡viva Alfaro!, abajo los monjes, abajo
Cristo” En esta forma penetró la revolución en todo el país. Con el solo grito de ¡Viva Alfaro!, se entregaron casi
todas las poblaciones sin resistencia.
Eloy Alfaro, era un mestizo (cholo) sin instrucción, que hacía veinticinco años era el demonio que estorbaba la paz de
su patria. Ayudado por sus camaradas, los masones de todo el mundo, trabajaba sin cesar contra el gobierno.
Llegaron a Chone el ruido de las armas y el grito mortífero de los revolucionarios; y como la mayoría de los
comerciantes de esa ciudad estaban inscritos en la masonería, se unieron en el triunfo, con banderas en las manos, a
las hordas salvajes.
El blanco de su odio era el párroco Francisco Videnz, quien desde hacía poco se esforzaba por levantar la vida
religiosa en su parroquia, y durante dos meses visitó los pueblos agregados a ella. Sólo su presencia bastaba para
volverlos fanáticos de furor. El día de Navidad lo amenazaron de muerte; y sólo en la Capilla de las Religiosas
Franciscanas pudo celebrar la Santa Misa a puerta cerrada. Por el constante peligro de muerte huyó a Colombia,
dejando huérfanas a las religiosas.
Para las Hermanas, vinieron días llenos de angustia; y fueron peores todavía las noches, cuando cuadrillas de
soldados sin freno pasaban por las calles gritando: “¡Abajo el clero!, abajo la sotana, abajo el párroco!”. La Madre
Bernarda pasaba con frecuencia las noches en vigilia y oración, listas todas para la fuga y bien guardados los vasos
sagrados. Llena de confianza le pidió la Madre Bernarda al Arcángel San Miguel se colocara en la puerta principal de
la casa para defenderla con su espada de fuego y en realidad, el poderoso príncipe celestial prestó fiel servicio de
guardia; las religiosas no sufrieron ningún daño ni en los meses de mayo y junio de 1895, cuando todo el país gemía
bajo las crueldades de los perseguidores.
El furor de los enemigos se desencadenó contra el Obispo de Portoviejo; éste, al huir a Quito por consejo de sus
amigos, pasó por Chone. La Madre Bernarda y la Madre Rosa, haciendo camino entre el populacho, llevaron a su
Obispo y Sacerdotes algunos alimentos. Dos o tres minutos duró la entrevista con el Pastor perseguido, momentos
perpetuamente inolvidables; nos refiere la misma Madre Bernarda: “El Señor Obispo extendió la mano derecha para
darnos el último adiós y con la izquierda cubrió su rostro anegado en lágrimas”.
Ella, con profundo respeto, extendió la mano a todos los sacerdotes para darles el último adiós.
Los fugitivos se puesieron en marcha y entre constantes fatigas y privaciones llegaron a Quito. Después de treinta
días, como aún no se encontraban seguros, continuaron su ruta para refugiarse en la pacífica Colombia…
¡Pobre abandonado rebaño de la casita de Santa Clara, sin Obispó, sin sacerdotes, en tierras extrañas, rodeado de
lobos furiosos! En verdad, los soldados de Alfaro hicieron estragos en Chone, semejantes a animales feroces. Con el
grito infernal de “Muera Cristo”, “Abajo Cristo”, entraron en la Iglesia de la ciudad y la profanaron en horrorosas
escenas nocturnas. Parecía estar desencadenado todo el infierno para vengarse por las almas que el celo santo le
había arrebatado.
El único consuelo de las Hermanas en esos días de terror era Jesús Sacramentado. Pero siempre vivían en la
angustia de que el Santísimo Sacramento pudiera ser profanado por manos criminales.
Los bandidos masónicos respetaron a las religiosas y no les hicieron ningún mal. El Convento de Santa Clara gozaba
de una especial protección de Dios. Este y su hermosa huerta con árboles, su fértil pradera, todo había de halagar a
las tropas enemigas.
La Madre Bernarda y las hermanas se mantenían en vigilias y orando al Señor pidiéndole coraje de saber esperar con
paciencia y abandonarse en sus manos.
No obstante, una mañana se presentan comisionados del Gobierno a imponer condiciones antirreligiosas para que
las Hermanas puedan permanecer en el país ejerciendo sus labores. Con mucha cortesía invitaron a las Hermanas a
seguir sus labores, pero con la condición de dejar a un lado todo lo religioso en la enseñanza.
Se proveería a sus necesidades religiosas pues un Padre estaba destinado para Chone.
¡Qué espanto sintió la Madre Bernarda al oír el nombre del futuro Párroco, que era un apóstata excomulgado! Ya nos
les quedaba otra cosa que salir del país de los enemigos de Dios. Además el Señor Obispo Schumacher había
publicado que todos los sacerdotes y religiosos podían buscarse otro campo de actividades, según su elección. Pero
cuándo y dónde podía refugiarse la Madre Bernarda con su pequeña familia?
La Divina Providencia no se hizo esperar en este apuro. Un Sacerdote alemán de apellido Kieselkampf, avisó a las
Hermanas de las tres casas que el primero de julio debían reunirse en el puerto de Bahía para embarcarse. La Madre
Bernarda recibió con agradecimiento esta noticia. En efecto allí se reunieron las quince hermanas, perplejas a la orilla
del mar, sin tener seguridad hacía donde ir.
Frente al abanico de alternativas, los caminos que desde este sitio pueden conducir a todo el mundo, ellas se
preguntan: ¡Cuál de ellos habrá Dios destinado para nosotras? La Madre Bernarda se mantenía reservada, y sin
querer precipitarse, dejaba la elección en manos de sus hermanas: “Yo soy ya vieja; el porvenir pertenece a vosotras;
a donde vosotras vayáis iré yo también”.
La Madre Bernarda conservaba la serenidad, mientras tanto consolaba a las Hermanas y les infundía ánimo y decía:
“Dios exige este sacrificio, Él no quiere que peguemos nuestro corazón a cosas perecederas; confiemos en Él, nunca
nos abandonará mientras cumplamos con nuestra Santa Regla y la pobreza que hemos prometido.” Estas fueron las
palabras de despedida de la piadosa Superiora. “Todas vuestras congojas encomendadlas al Señor y Él cuidará de
vosotras”… Confiada plenamente en la ayuda del Señor sabía que su gloria haría brillar lo único que tenía claro era
que debía esperar con paciencia la voluntad de Dios.
En Canoa – Ecuador- se encontró la Madre Bernarda con un Padre Franciscano que le insinuó ir a Cartagena –
Colombia, donde el Señor Obispo Biffi, que casi no tenía religiosas en su diócesis; él era muy pobre y la región
malsana. La Madre Bernarda continúa: “Apenas oí la palabra Cartagena y cuán pobre era el Obispo, me sentí llena de
santa alegría e interiormente oí con claridad estas palabras: “A ese lugar debes ir con tus hijas; ese es el campo de
trabajo que te he destinado”.
Sin una resolución determinada se embarcaron entregándose en las manos de Dios, disposición de ánimo,
característica del espíritu franciscano. Los tiquetes fueron comprados sólo hasta Tumaco (primer puerto al sur de
Colombia), pues para más no les alcanzaba el dinero.
En este puerto se embarcaba el Padre Macario Dicks con otros cuatro miembros de la comunidad Salvatoriana que
huían también de la revolución y tenían la idea de ir directamente a Cartagena para ponerse al servicio del Señor
Obispo Eugenio Biffi. Esta circunstancia las afirmó en el propósito de seguir el viaje con el mismo rumbo que
llevaban todos los fugitivos. El vapor zarpó hacia Panamá.
Ante sus ojos se extendía un oscuro porvenir, pero siempre con la confianza puesta en Dios avanzaron compartiendo
alegrías y tristezas en la más hermosa armonía y amor fraterno. Los sufrimientos y tempestades les sirvieron para
hacerse más animosas y estrechar más los lazos de la caridad. Las hermanas más fuertes y sanas servían a las
hermanas débiles y enfermas. Entonaban cantos a la Santísima Virgena. Los sufrimientos y tempestades sirvieron
para hacernos más animosas y estrechar más los lazos de fraternidad.
Al llegar a Panamá permanecieron allí durante doce días. Entre tanto, el Padre Macario fue el intermediario ante
Monseñor Eugenio Biffi, por vía telegráfica pidió acogida para el grupo de Hermanas Franciscanas. La respuesta no
tardó: “Todas pueden venir”, leyeron con alegría y gratitud a Dios.
El viaje de Colón a Cartagena fue muy fatigoso por las malas condiciones en que se encontraba el barco. El barco
estaba repeleto de viajeros; por estrecho y poco aseado, abundaban toda clase de bichos. Un aire infestado hacía
casi insoportable la respiración. A nuestras hermanas les faltaba dinero para pagar un camarote, tenían que
contentarse con los más miserables rincones del barco. A esto se le asoció un huésped muy desagradable, el mareo.
La Madre Bernarda sufrió más que todas, pero en silencio y tranquilidad. Era un vivo ejemplo de paciencia,
resignación y alegre espíritu de sacrificio. Rezaba mucho, hablaba muy poco y edificaba a todos con su modestia
religiosa.
Con esperanza y amor levantaba al cielo su mirada y su corazón. ¡Cuánta fe, confianza y energía traslucen sus
palabras! Mantuvo su esperanza y amor en Dios por eso levantaba su mirada y corazón al cielo: “Amar y sufrir es
nuestro patrimonio sobre la tierra; allá arriba tendremos bastante tiempo para gozar del eterno descanso. Nuestro
Padre celestial nos ama mucho y cuida de nosotras con bondad infinita”. Su esperanza no fue vana: el Todopoderoso
tomó el timón y dirigió el barco según la voluntad divina para el bienestar de todos.
La Madre Bernarda y las Hermanas tenían en cuenta las Palabras de Jesús: “Quien camina en la esperanza del
Resucitado no teme la oscuridad de la lucha, porque lleva dentro de sí la verdadera Luz.” “Yo soy la luz del mundo”.
En el canto “cantemos nuestra historia Congregacional” una de las estrofas nos narra cómo Bernarda junto con sus
seis hermanas tenían claro de salir de Suiza para las misiones y concretamente llegan al Ecuador, abriendo surcos y
sembrando el Evangelio de Dios. Pero les llegó la dura prueba de la desinstalación, dejar estas tierras de misión y
hacer la Voluntad de Dios, allí donde Él quería que siguieran sembrando su Palabra.
CAPÍTULO 7.
PISANDO TIERRA COLOMBIANA.
A las 3:00 p.m. del memorable día de la Porciúncula, 2 de agosto de 1895, arribó a las Playas de Cartagena –
Colombia el barco en que venía la Madre Bernarda y su pequeña Comunidad. Antes les queremos contar que el día 2
de Agosto se celebra la fiesta de Santa María de los Ángeles. En Asís Italia San Francisco de Asís edificó una
pequeña Capilla que lleva el Nombre de Santa María de los Angeles, conocida también con el Nombre de Porciúncula.
(pequeña porción) Hoy es una Gran Basílica, visitada por muchos feligreses a nivel del mundo.
Sin demora se dirigió todo el grupo de quince Hermanas Misioneras al Palacio Episcopal, pasando por la Puerta del
Reloj. Son recibidas con paternal bondad por el Obispo Monseñor Eugenio Biffi. El ilustre Prelado les hizo contar los
acontecimientos sangrientos del Ecuador.
Cuando la Madre Bernarda con sus catorce hermanas le ofreció sus servicios al obispo, éste lleno de alegría aceptó,
pues su mayor anhelo era tener religiosas en la dirección de la escuela.
Como habitación les asignó la Obra Pía. Ciertamente, esa parte de la casa se encontraba en muy mal estado; era más
bien un lugar para gatos, ratones y arañas. Mientras se les acondicionaba esta abandonada vivienda, las Hermanas
de la Caridad les brindaron una fraternal acogida en el Hospital de Santa Clara.
Nuestras hermanas misioneras comenzaron con mucho brío a arreglar sus futuras habitaciones. Mientras ellas lavan
los pisos de ladrillos, y los presos blanquean las paredes, hagamos nosotros un viaje por Colombia y Cartagena, el
nuevo campo de acción de las Hermanas desterradas.
Si el Ecuador les cerraba las puertas, Colombia les brindaba una acogedora vivienda, mostrándolees un campo
inmenso e invitándolas a poner manos en el arado. El campo bendecido donde las Hermanas Franciscanas
Misioneras abrieron el primer surco fue la mencionada ciudad de Cartagena.
La Divina Providencia le indicó a la Madre Bernarda como nuevo campo de acción, la ciudad de Cartagena, por cuyas
calles y callejuelas pasó tantas veces San Pedro Claver. Había muchísimo trabajo para ella y para sus compañeras,
porque sectas tenebrosas, hojas volantes de los enemigos de la religión y sociedades secretas, habían hecho su
labor desmoralizadora en la ciudad y en toda la Diócesis.
Monseñor Eugenio Biffi centró toda su atención a la juventud, que estaba en tanto peligro. Para esta obra necesitaba
buenas educadoras. Por eso se explica su grande alegría del dos de agosto de 1895, cuando quince hermanas se
presentaron al Palacio Episcopal como venidas del cielo, y llenas de celo por las almas, le ofrecieron sus servicios.
La Madre Bernarda desbordaba en acción de gracias y admiraba cada vez más la Divina Providencia al considerar los
caminos del Señor y escribía en su diario: “Dios mismo nos ha traído aquí con su dirección sapientísima. Mis gracias
a Ël, que nos ha puesto bajo la dirección del Reverendísimo Obispo Eugenio Biffi.”
Poco tiempo necesitaron las Hermanas para organizarse. Una vez condicionado el lugar que sería la morada de las
fugitivas, hicieron su trasteo con el cual dieron testimonio de pobreza; todo su haber consistía en unos paquetes en
los que habían reunido sus pertenencias al huir de Ecuador.
Al entrar a la Obra Pía la Madre Bernarda estaba llena de entusiasmo. Lo que había buscado con tanto anhelo en el
Ecuador lo encontró aquí: la pobreza. La pobreza brillaba y estaba por todos los rincones, sólo poseía lo necesario
para la vida. Al principio hasta el alimento lo recibieron de limosna; pero poco a poco se las ingeniaban para
conseguir el propio sustento: reunían algunas Señoritas en un salón y allí les enseñaban trabajos manuales;
arreglaban las iglesias parroquiales de la Santísima Trinidad y Santo Toribio, hacían las hostias para todos los
templos de la ciudad.
Las Hermanas que se iban a dedicar a la enseñanza se consagraron a los estudios y al perfeccionamiento del idioma
del país como parte de la capacitación para su futura labor educativa.
Al igual que en el Ecuador, vemos a la Madre Bernarda disfrutar de una perfecta alegría en el servicio alegre y
humilde de los quehaceres domésticos. Con sus oraciones y sacrificios fecundaba el trabajo de sus hijas, y el tiempo
restante lo dedicaba a los enfermos en el hospital.
La Madre Bernarda animosa y alegre tomaba parte en los trabajos de la casa, se consideraba como la criada de todas.
Remendaba las medias, barría las piezas, arreglaba la verdura entre otros. Esto le gustaba porque le favorecía su
trato con Dios y la unión con Él. Con sus oraciones y sacrificios fecundaba el trabajo de sus hijas. El tiempo restante
lo dedicaba a los enfermos del hospital. Muchas veces por las noches se levantaba para llevar a los enfermos una
taza de leche caliente. Sobre todo cuando alguna estaba en agonía, su celo por las almas no conocía límites.
La fiel observancia de la Regla y la oración asidua fueron cimientos y pilares de la naciente Congregación. El
principal empeño de la fundadora radicaba en que sus religiosas supieran armonizar la vida de oración con el trabajo
diario, todo esto reforzado con la Palabra del Señor en largas vigilias dedicadas a la oración y la contemplación, para
lo cual se improvisó un pequeño Oratorio.
Monseñor Eugenio Biffi fue siempre el consejero y protector de las Hermanas; la Madre Bernarda decía que era la
bondad personificada. Bajo su protección la familia franciscana se sentía feliz y contenta en la Obra Pía; nunca
interpuso él ningún obstáculo a la observancia de la Regla; por el contrario, las animaba permanentemente a la
observancia de la misma y a llevar una vida santa hasta el final.
Así se cumplió la profecía que había recibido la Madre Bernarda en la huida del Ecuador: “Yo mismo os ayudaré para
que en un nuevo lugar podáis observar una vida regular”.
Profunda tristeza reinó en la Obra Pía cuando la muerte separó de su Diócesis al prelado benefactor, el 8 de
Noviembre de 1896.
Con oraciones muy fervientes ayudó la Madre Bernarda al alma del difunto, y él para agradecerle a su bienhechora, se
le apareció manifestándole que su alma ya había entrado en la visión beatífica.
La benevolencia paternal de Monseñor Eugenio Biffi, pasó a su digno sucesor don Pedro Adán Brioschi. Lo que este
prelado escribió de su antecesor, podemos aplicarlo a él mismo: “El Obispo Monseñor Eugenio Biffi recibió a las
dignas hijas de San Francisco con los brazos abiertos, las consoló en sus sufrimientos, las trataba con paternal
benevolencia y las colmó de favores”.
La Madre Bernarda después del destierro en el Ecuador, halló en breve tiempo para ella y sus hermanas, protección y
buen pastor en las personas de Monseñor Eugenio Biffi y luego de Monseñor Pedro Adán Brischi. Por esos
beneficios se desbordaba su corazón en gratitud hacia Dios cuando escribía al Obispo Egger: “Dios nos proporcionó,
antes que a todos los demás desterrados, una casa y todo lo necesario. Con toda verdad podemos decir: “Si Dios
tuviera únicamente dos panes en esta tierra, seguramente daría uno de ellos a las hijas de San Francisco.”
Leamos unas estrofas del Himno de la Congregación de las Hermanas Franciscanas Misioneras de María Auxiliadora
en el que se narra y recoge la historia de la Congregación.
Oh criaturas del universo
Entonemos con todo amor
Este himno jubiloso
A nuestro Padre y Señor.
A las playas de la nueva América
Ha llegado en las olas del mar
Una perla que salió de Suiza
para en Cristo a todos librar
Es Bernarda que oyendo el llamado
Operarias de la rica mies
con valor y amor se ha lanzado
y a la América besa sus pies.
Una recia y aguda tormenta
desatada en el Ecuador
a Bernarda y a todas sus hijas
a la mar de nuevo lanzó.
A Colombia Nación soberana
forjadora de su libertad
estas almas celosas llegaron
implantando de Cristo la paz.
Cartagena la Ciudad heroica
bello puerto a la orilla del mar
Es el cofre por Dios escogido
para en ellas sus perlas guardar
Y en sus playas de cálida brisa
las saluda en nombre de Dios
un apóstol sediento de almas
que se entreguen con Fe y con Amor.
La Madre Bernarda siempre sintió que Cartagena, había sido el cofre escogido por Dios para guardar con eterno amor
a las Hermanas de la Congregaciónm y desde allí expandir su Reino.
Desde el año de 1885 florecía de nuevo en Colombia la vida religiosa. Al finalizar el siglo XIX, el Senado de Colombia
dispuso que toda la Nación debía consagrarse a Cristo Rey. Este hecho despertó odio en los enemigos de la Iglesia,
queriendo destruirla. Así que en octubre del año 1899 los enemigos de la Iglesia Católica empezaron a atacarla en
forma violenta gritando por las calles: “Muera Cristo, muera Cristo, abajo los frailes”. En derredor del gobierno
católico se reunieron los fieles católicos, cincuenta mil en número, listos a dar la vida y sangre para defender los
bienes más valiosos.
Ese desorden también afectó la familia religiosa de la Obra Pía. La Madre Bernarda apenas había regresado de una
permanencia larga en Mompós y las Hermanas se alegraron mucho de tenerla de nuevo en la casa. Pero en diciembre
de 1899, un domingo se presentaron dos señores con una orden del gobierno de desocupar la casa para habitación
de soldados. Ya nos podemos imaginar la confusión en la Obra Pía. ¡No hacía mucho tiempo habían arreglado la casa
para vivir allí.! La Madre Bernarda quedó tranquila y exhortó a las Hermanas a la oración y a la confianza. ¡Dios nos
ayudará!
Sin demora ayudó a sus hijas espirituales en el arreglo para salir de la Obra Pía.
¿A hacia dónde se debían dirigir nuevamente? El Gobierno les señaló como habitación el Convento de San
Francisco, que anteriormente habían ocupado los Padres Capuchinos. Este edificio está situado a dos cuadras de la
Obra Pía. La Iglesia del Convento estaba muy deteriorada; apenas existían todavía las ruinas. Al penetrar al interior se
encontraba un claustro antiguo y un patio completamente cerrado. Los corredores y salas no tenían ninguna clase de
adornos; al contrario, eran húmedos muy malsanos.
Solamente la Capilla de la casa tenía un aspecto mejor, aunque no estaba en ella el Santísimo.
San Francisco fue el lugar de refugio para la Madre Bernarda y sus hermanas. La permanencia en este nuevo lugar
les trajo muchos sufrimientos y les afectó las salud. En el año de 1900 una epidemia dominó a la ciudad, todas las
Hermanas cayeron enfermas, la más grave era la Madre Bernarda, en esta ocasión hubo que administrale los Santos
Sacramentos. Sin embargo se mantuvo alegre, y no deseaba otra cosa sino que en todo se cumpliera la voluntad de
Dios.
En el año 1902 descansaron las armas, los enemigos de la Iglesia fueron vencidos, y los generales se rindieron. Las
campanas que anunciaron la paz, anunciaban también para el convento de “San Francisco”, la libertad. El gobierno
ordenó que las Hermanas pasaran nuevamente a la Obra Pía, porque ellos necesitaban el convento de San Francisco
para poner un cuartel. Las hermanas aceptaron alegremente la oferta y el 14 de mayo de 1903 los mismos soldados
les ayudaron a pasar todos sus haberes.
La Obra Pía, fue entregada a las Hermanas sólo para habitación, no como propiedad; siguió siendo propiedad de la
Diócesis. Esta circunstancia convenía mucho a los deseos de la Madre Bernarda, la cual apasionadamente amaba la
santa pobreza, y así se alegraba en lo más íntimo de su alma, de que ni siguiera la Casa Madre fuera propiedad de la
Congregación.
Claro y puro brillaba sobre la Obra Pía el ideal que San Francisco había propuesto a sus discípulos: “como
peregrinos y extranjeros en este mundo, debéis servir al Señor en pobreza y humildad”.
CAPÍTULO 8.
SEMILLA MISIONERA
La Madre Bernarda y las hermanas tenían claro que estaban siguiendo a Cristo y por lo tanto se sentían enviadas a
anunciar el Evangelio entre los pobres y más necesitados.
La labor misionera de la Madre Bernarda y sus seguidoras, poco a poco se extiende por todos los ámbitos del país.
De distintas partes piden recibir el influjo benéfico de su trabajo apostólico. Las clases menos favorecidas son las
preferidas, por eso responde al llamado de los misioneros; y el 6 de octubre de 1895, a escasos dos meses de haber
pisado tierra Colombiana, cinco de sus hijas, con la bendición de Madre, parten hacia Mompós, en las orillas del
Magdalena, para hacerse cargo del hospital San Juan de Dios, que la ciudadanía les había ofrecido.
En diciembre del mismo año, la Madre Bernarda en persona visitó este nuevo y primer campo de acción de las
Franciscanas Misioneras de María Auxiliadora en Colombia, con el fin de velar y asegurarse de haber procedido
según las Constituciones.
Las Hermanas, al describir la visita que les hizo, escriben: “Nuestra Madre Bernarda con su ejemplo y sus consejos
nos introduce en este nuevo campo de acción, que es la vida del hospital y nos da las más preciosas enseñanzas
sobre cómo debemos mirar a la luz de la fe nuestras obligaciones; no quiere que miremos en el enfermo al hombre
sino al Dios mismo. Estas enseñanzas las secundaba con su entusiasmo por esta obra de caridad.”
Durante su estadía en Mompós, bienhechores influyentes ante el gobierno de la ciudad de Cartagena, alcanzaron de
éste que encargara a las Madres Franciscanas Misioneras de María Auxiliadora de la dirección de la escuela pública
“Getsemaní”. A su regreso de Mompós la Madre Bernarda aceptó alegremente esta oferta y destinó a tres hermanas
que iniciarían labores en enero de 1896. Fue esta la segunda obra en tierra Colombiana.
El éxito de su tarea educativa fue rotundo: el número de alumnas se llegó a quintuplicar a escaso un año de labores.
El pensamiento acariciado por Monseñor Eugenio Biffi fue secundado con mucho entusiasmo por su Sucesor
Monseñor Pedro Adán Brioschi, quien reunió y organizó con los padres de familia una junta cuyo objetivo era la
creación y sostenimiento de una escuela superior.
Así, en febrero de 1898, se abrió dicha escuela con el nombre de Colegio Biffi, bajo la dirección de las Madres
Franciscanas Misioneras de María Auxiliadora, siendo ésta la tercera obra de la Congregación.
La prosperidad de este Colegio estaba condicionada a las consecuencias de la guerra civil de 1899; con relativa
frecuencia las hermanas se veían obligadas al cambio de sede hasta establecerse nuevamente en la Obra Pía en el
año de 1905.
En agosto de 1898 sobrevinieron grandes pruebas para Mompós, a causa de una epidemia que atacó fuertemente a
todas las hermanas que trabajaban en esta ciudad; la Madre Bernarda en persona se trasladó para acudir en su ayuda
y permaneció allí por más de un año.
Su gran talento pedagógico y su mirada de águila, le permitieron observar el ambiente con la perspectiva de fundar
una casa de Noviciado, idea que no llegó a cristalizarse.
Durante su permanencia en esta fraternidad fue ejemplo vivo de minoridad. Haciendo caso omiso de su condición
como Superiora General, se sometió en todo a la superiora local y a todas las edificaba con su ejemplo; incluso hasta
fue a pedir limosna para ayudar en algo a las grandes necesidades del hospital. En diciembre de 1899 llega de nuevo
a Cartagena, antes de comenzar la revolución.
En el canto “Al estilo de Bernarda”, la vemos como Mujer valiente y decidida en el seguimiento de Cristo, lo supe
encontrar en la gente humilde y necesitada. Una mujer fiel a la Palabra de Dios y con su testimonio de vida nos invita
a peregrinar como testigos de la esperanza y siempre en búsuqueda de la libertad. Bernarda fue una persona que
supo dar amor y paz. Su carisma fortaleció la vida de fraternidad.
“El problema de las vocaciones se presentaba a la Madre Bernarda siempre más imperioso y pensaba qué podría
hacer para asegurar a la Congregación sucesoras permanentes. Dialogando su inquietud con sus colaboradoras del
Consejo General, llegaron a la conclusión de hacer una fundación en tierra Europea, para recibir allí a las Postulantes
y someterlas a las primeras pruebas”
Esta misión fue encomendada a la Hermana Rosa Hollenstein – Vicaria General- y religiosa llena de celo, ánimo, amor
y espíritu de sacrificio.
“Con la bendición del Arzobispo de Cartagena – Monseñor Brisochi – se embarcó el 5 de julio de 1904 para ir a
semejanza de Abraham, donde la llevara la mano de Dios; la Madre Bernarda la acompañaba con su oración y
sacrificio.”
El camino que la conduciría a la meta final estaba surcado de sufrimientos. Venciendo innumerabls obstáculos por fin
llegó a Austria – Gaissau- donde se le abrieron las puertas mediante el ofrecimiento de un empleo como Maestra
oficial de la Escuela y una modesta habitación.
Asumiendo con fe inquebrantable este momento decisivo para el futuro de la pequeña Congregación, vio
prontamente recompensados sus penosos trabajos en 1906, al traer consigo las tres primeras Novicias, fruto de sus
esfuerzos para engrosar las filas de las hermanas en América Latina.
Tal fue el testimonio de vida que con el transcurrir del tiempo, permitió que muchas jóvenes tocaran a las puertas del
convento, pidiendo ser admitidas; esto urgió a pensar en una fundación con casa propia, que se concretó con la
erección del Noviciado canoníco bajo la tutela de San José.
Como gran benefactor de esta conquista tenemos al Padre Francisco Hammerle – Párroco de Gaissau-, quien trabajó
de palabra y obra por la naciente Congregación; éste murió heroicamente en Italia cuando se desempeñaba en la
guerra de 1914 como Capellán Militar.
En la casa de Gaissau se cumplió lo de la parábola del grano de mostaza: cómo un granito pequeño echado en el
surco susceptible de ser destruido, pero bajo la protección de Dios llegó a convertirse en un frondoso árbol.
De muchos países del viejo mundo acudieron jóvenes para habitar a la sombra de este árbol y colaborar como
misioneras llenas de entusiasmo en la extensión del Reino en América Latina. El número de hermanas pasa de 400.
Podemos decir que se llega a los grandes sucesos aceptando los más grandes retos.
La Madre Bernarda tenía claro cuál era la misión que Dios le había confiado: Evangelizar, a los pobres, abandonados,
excluidos, pero estaba pendiente de no hacer exclusión de personas. En alguna ocasión alcanzó a escuchar una
conversación que tenían unas personas de raza negra: “Qué pesar! Ellas son blancas y seguramente habrán venido
para las blancas solamente”. La Madre Bernarda les contestó muy cristianamente: “Nosotras hemos venido para los
pobres y queremos a blancos y a negros”.
Para las fundaciones tuvo en cuenta hacerlo en lugares pobres para llegar hasta ellos, brindándoles una formación
humana y cristiana. Al principio se dedicaron las hermanas a la educacíon haciéndose cargo de Escuelas y Colegios.
Llegaba con mucha bondad y ternura a las alumnas, ellas en ocasiones expresaron: “La Reverendísima Madre
Bernarda es hermosa, pero no como las Señoritas”. En su modo de andar y de presentarse, mostraba una
tranquilidad que inspiraba respeto; cierto equilibrio de dignidad y de bondad que daba a todo su ser una hermosura
sobrenatural, que llamaba mucho la atención a las niñas.
En todas las cuestiones de educación conservaba la Madre Bernarda su ideal, el cual era infundir en las niñas el
espíritu de Nazaret, ese espíritu de sencillez evangélica. Insistía formar a las niñas para que alcanzaran su último fin:
la salvación del alma y en segundo lugar que aprendan cuanto es necesario en la vida doméstica.
La Madre Bernarda en la carta # 25 dirigida a las hermanas y refiriéndose al “apostolado eficaz”:
Dice: “Inútil en sí y carente de bendición de arriba es todo apostolado que no se fundamente en la Obediencia y la
humildad. Esta misma ineficacia ha de afirmarse de la oración y de cualquier trabajo, por dinámico que sea, pero que
no lleve el sello de estas dos virtudes.
Hermanas, grabaos profundamente esta enseñanza: el fruto de todo apostolado depende de vuestra unión con Dios y
de vuestra adhesión a la Obediencia. Comenzáis de nuevo vuestra labor en la educación, la enfermería y en otros
campos. Gracias a Dios, reanudais la siembra y el cultivo para la extensión del Reino de Dios.
En otra de sus cartas, dice: “Deseo que las Superioras y Directoras den conferencias en los Colegios y Hospitales
con ocasión de alguna fiesta del año litúrgico. Ojalá asistan también las hermanas Profesoras y Enfermeras, que
apoyen las enseñanzas en la vida práctica.
Sean sencillas y cortas en su exposición y busquen el verdadero aprovecho del grupo al cual se dirigen. Asegúrense
del modo de asimilación de la doctrina presentada.
Es tan pobre la formación cristiana recibida en el hogar, y muy poco asimilada la Palabra predicada entre vuestros
confiados. Preparadlos también con mucho esmero para la confesión y comunión. Esta preparación tiene su eco en
toda la vida. Cuando tratéis del pecado, hablad preferentemente en “tercera persona”.
Agrega: No exageréis la gravedad del pecado. En caso de duda, ilustraos debidamente, y recordad, que tratáis
personas laicas y no religiosas. Inspiradles confianza hacia el Confesor y ponderadles la seguridad del sigilo
sacramental. Reforzad también en ellos la convicción de que los pecados bien confesados son también totalmente
perdonados y olvidados.
En cuanto al apostolado con los enfermos les dice: Hermanas, cuidad bien a vuestros enfermos, pensionados o no.
Tratad a todos con igual amor y solicitud. Servid a los enfermos en general. Hacedlo a ejemplo de Cristo que curó
también en Sábado. Es un servicio a los demás, que debemos hacer con una entrega total y con sentido de
oblatividad.
Además en otra de sus Cartas la Número 82, recomienda a las hermanas: Amadas hijas, percataos bien de la
importancia de vuestra misión, hagan todo con santa caridad y una paciencia inagotable.
Teambién les da las siguientes pautas:
Ante todo, motivaos bien y trabajad por un ideal.
Es necesario que conozcáis vuestros confiados, sus condiciones y su mentalidad;
No os amilanéis ante rudezas, injusticias y brotes de ingratitud;
Tened entrañas de misericordia para comprender y para ayudar;
Vuestro más vivo interés ha de ser la promoción moral e integral de vuestro ambiente;
Jamás se pierda de vista la tremenda influencia de vuestro comportamiento personal;
Dominaos siempre, particularmente en momentos de conmoción temperamental;
Escoged bien vuestro vocabulario, es tan fácil herir, y muy difícil olvidar;
Deseo y quiero que todas ustedes hermanas os habituéis a un porte fino, aureolado de bondad.
Que os acerquéis y alejéis de quien quiera que sea, con una sonrisa cargada de atractiva afabilidad.
La Madre Bernarda Bütler fue una mujer que anunció el Reino de Dios a los pobres, sus palabras y actitudes dieron
vida a quienes estaban necesitados de ella; quiso que sus hermanas evangelizaran al pueblo de Dios en todo
momento y circunstancias desde la pastoral educativa, de salud y social.
CAPÍTULO 9.
GERMINA LA SEMILLA DE MOSTAZA
Volvemos a encontrarnos en el itinerario de esta santa mujer, la Madre Bernarda Bútler, y con gran expectativa
acompañamos sus pasos misioneros.
Ya nuestra querida patria colombiana abrió generosamente sus puertas a estas peregrinas del evangelio y la pequeña
semilla, pequeña como un grano de mostaza, comienza a germinar, en medio de las pruebas y dolores, que supone la
muerte de una semilla para dar vida, como promesa de una fecunda cosecha.
Un gran misionero el Padre Jesuita San Pedro Claver ya había pisado también tierras colombianas llevando el
evangelio de Jesús. Igual que la Madre Bernarda reposan sus restos en la ciudad heroica de Cartagena Consagró por
espacio de 40 años todas sus fuerzas a favor del los pobres negros de Africa, que eran traídos como esclavos a la
ciudad donde eran vendidos como mercancía y trabajaban duramente en las construcción de las murallas. La fama
inmortal del “Apóstol de los negros” quedará siempre unida a su amada Cartagena.La Divina Providencia le indicó a la Madre Bernarda como nuevo campo de acción esa ciudad, por cuyas calles y
callejuelas pasó tantas veces San Pedro Claver. Había muchísimo trabajo para ella y para sus compañeras porque
sectas tenebrosas, hojas volantes de los enemigos de la religión y sociedades secretas habían hecho su labor
desmoralizadora en la ciudad. El obispo de Cartagena Monseñor Eugenio Biffi había trabajado incansablemente para
salvar la fe de su ciudad de tantos peligros. Ante todo dirigió su atención a la juventud que estaba en tantos riesgos.
Para esta obra necesitaba buenas educadoras, por eso se explica su gran alegría del 2 de Agosto de 1895 cuando 15
hermanas se presentaron a su palacio como venidas del cielo y llenas de celo por las almas le ofrecieron sus
servicios.
La Madre Bernarda desbordaba en acción de gracias y admiraba cada vez más la divina Providencia al considerar los
caminos del Señor y escribió en su diario “Dios mismo nos ha traido aquí con su dirección llena de sabiduría.”
De un hospital de Cartagena, llamado “Obra Pía” u “Obra Piadosa” del amor misericoridoso de Dios, el Obispo
designó una parte a las hermanas franciscanas para su habitación. Es éste hoy uno de los edificios más antiguos de
la ciudad de Cartagena.
Bastaron tres o cinco días para hacer los preparativos más necesarios y arreglar las piezas que se habían designado
para las hermanas. Se les consiguieron unas camas de lona, unos asientos y una mesa grande. En el trasteo se notó
que las hermanas eran tan pobres como mendigos. Todo su haber consistía en unos paquetes en que juntaron todo
al huir de El Ecuador. Además las oprimía aún la deuda de los tiquetes del viaje, dinero prestado a un sacerdote
alemán. Mirando la pobreza de las hermanas un testigo ocular escribió: “San Francisco de Asís iba adelante, en el
centro y atrás y de la mano llevaba a su esposa la Pobreza”
Por consiguiente entró la Madre Bernarda llena de entusiasmo a la obra Pía. Lo que había buscado con tanto anhelo
en el Ecuador lo encontró también aquí: la pobreza. Brillaba ésta en las paredes blanqueadas y en el piso de ladrillo,
en las dos piezas, en la pequeña sala y en la cocina. En ninguna parte toleraba la reina pobreza ningún adorno o
comodidad; apenas aceptaba lo necesario para la vida.
¿Cómo se sotenían las hermanas? En los primeros días, la directora del hospital les daba el alimento necesario.
Después de dos semanas encontraron las hermanas ocasión de ganar algo, pues reunía algunas Señoritas en un
salón y les enseñaban trabajos manuales útiles. Además arreglaban algunas iglesias parroquiales, hacían las hostias
para los templos de la ciudad y lavaban la ropa de los soldados: Las hermanas más jóvenes comenzaron a
prepararse como educadoras de la juventud. La Madre Bernarda, animosa y alegre, se dedicaba a los trabajos más
humildes de la casa y se consideraba como la criada de todas las hermanas. Este silencio le encantaba porque podía
estar más unida a Dios en oración. El tiempo restante lo ocupaba para acompañar a los enfermos. Muchas veces en la
noche se levantaba para llevarles una taza de leche. Sobre todo cuando alguno estaba en agonía, su caridad y amor
no conocía límites.
Escuela, significa campo de batalla. Quien vence allí, conquista el porvenir. La Madre Bernarda aprovechó la primera
ocasión para mandar a sus hijas espirituales como soldados de Cristo a ese campo de acción. Sin embargo tuvo que
esperar algunos meses hasta que se le abrió el camino para atender una escuela. Entre tanto las hermanas se iban
perfeccionando en el idioma del país y preparando como pedagogas.
En 1896 murió la directora de la Escuela República de Getsemaní. Bienhechores influyentes alcanzaron del gobierno
que las hermanas franciscanas se hicieran cargo de esa escuela. La madre Bernarda aceptó alegremente la propuesta
y envió a allí a tres hermanas. En poco tiempo alcanzaron la confianza de toda la población; aumentó rápidamente el
número de alumnos. Monseñor Eugenio Biffi soñaba con una escuela de secundaria. Es así como en febrero de 1898,
un grupo de hermanas dio inicio oficial a las labores en la escuela que más tarde se convertiría en el gran Colegio
Biffi, Institución muy apreciada en la ciudad de Cartagena.
Después de 112 años abrió la Madre Bernarda un plantel para formar jóvenes cristianas en la región más abandonada
de la ciudad: Pekin, a orilla del mar, una casa sumamente pobre, destinada a la formación de pobres negritas, hijas de
pescadores. Con inmenso amor la Madre Bernarda cuidaba de esta casa… pues tenía amor de predilección por los
pobres más abandonados de las ínfimas capas sociales que creían que como las hermanas eran blancas habían
venido solamente para evangelizar a los blancos.
Poco a poco se fueron fundando más escuelas populares para la gente más pobre y sencilla; en el barrio Pekín a
orilla del mar, se fundó una para los hijos de los pescadores, gente morena. Las hermanas tenían clara la opción por
los pobres, pues estos eran los más dignos de cuidados y especial atención.
La fundadora, aunque poseía un talento pedagógico innato prefería estar en los oficios de casa. Eso si, orientaba a
las educadoras y enfermeras, visitaba a las niñas en las aulas y a los enfermos en el hospital. Exhortaba a todas a la
práctica de la virtud y vivencia cristiana, dejándolos animados con su bondad y amable sonrisa
La Madre Bernarda, fue una mujer de grandes ideales y sueños que los hizo realidad; se sintió libre en Dios para volar
y trascender la acción misionera.
Después de dos meses de presencia en Cartagena, les fue solicitada una fundación en Mompós, ciudad colonial y de
gran prestigio, situada a orillas del rio Magdalena, con el objetivo que se encargara de la dirección del hospital de San
Juan de Dios.
En poco tiempo se hicieron todos los arreglos necesarios y el 6 de octubre de 1895 sonó la hora de despedida para 5
hermanas destinadas a esa fundación. A la cabeza del grupo iba la Hna Lorenza y en diciembre del mismo año viajó la
Madre Bernarda para visitar la nueva casa. El principal apostolado de la madre Bernarda era su propio buen ejemplo.
Como la Hermana más sencilla desde la mañana hasta la noche guardaba siempre fidelidad estricta.
En agosto de 1898 vinieron grandes pruebas para Mompós a causa de una epidemia perniciosa. La Hermana Lorenza
que era la superiora cayó también gravemente enferma. Así se resolvió la Madre Bernarda llena de preocupaciones a
ayudar a la enferma y se quedó más de un año en el hospital de San Juan de Dios. Su larga permanencia en Mompós
la dedicó al servicio de todos.
Día tras día ayudaba en el lavadero, en la costura y a nadie negó sus servicios. Un testigo ocular afirma: “la madre
Bernarda nos servía a todos de edificación pues hacía los trabajos más humildes y penosos de la casa. Se ocupaba
en el lavadero donde siempre buscaba las prendas más sucias y repugnantes de los enfermos: muchas veces los
visitaba y veía si nada les pasaba y con el amor más grande les prestaba los servicios más humildes. Muchas veces,
para ir a la pieza, cuando la detenían opinaba: “Eso no le toca a nadie mejor que a mí”. Cuando había un trabajo en
comunidad, entonces ella era la primera que comenzaba, edificando a todas con el ejemplo. En ese tiempo fue
también personalmente a pedir limosna bajo un sol ardiente, para ayudar en algo a las grandes necesidades del
hospital.
En Mompós olvidaba la madre Bernarda totalmente que ella era la Superiora General y en todo se sometía a la
superiora de la casa que fue un día lejano su novicia. Ante ella se arrodillaba humildemente y pedía perdón por sus
culpas.
La Madre Bernarda estaba llena de virtudes y recibía gracias extraordinarias en la oración. Su vida era el mejor
apostolado. Su alma estaba llena de Dios. Vivía pendiente para no manchar su alma con ninguna falta voluntaria.
En diciembre de 1899 salió Bernarda de Mompós y llegó a Cartagena antes de comenzar la revolución. Mompós fue
siempre su casa predilecta y casi anualmente la visitaba hasta cuando ya no pudo volver por motivos de salud.
Centanares de cartas llenas de amor maternal envió a las hermanas del hospital San Juan de Dios en Mompós para
animarlas en su misión en el cuidado de los enfermos. En una de sus cartas expresaba: “Casi tengo envidia de
ustedes porque nuestro esposo celestial se ha dignado recibir los servicios que ustedes hacen en los enfermos como
hechos por El mismo… Desempeñad esa gran misión en los dolientes miembros de nuestro Señor y ved en ellos al
mismo Salvador”
Después de esta fundación, las hermanas continuaron su misión en Magangué atendiendo un hospital y una escuela.
Luego se desplazaron también a San Marcos y Sincé, en el departamento de Bolivar, hoy Sucre. La última casa que la
madre Bernarda fundó fue el colegio San Francisco de Asís también en Mompós.
Es pues queridos oyentes, evidente el gran celo misionero de nuestra Santa madre Bernarda para anunciar el
evangelio y extender el Reino de Dios.
Continuamos con esta fascinante peregrinación misionera
Al terminar el siglo XIX, el Senado de Colombia, dispuso que toda la Nación debiera consagrarse a Cristo Rey, este
hecho despertó el odio de los enemigos de la Iglesia. En octubre de 1899 estos enemigos de Dios prorrumpieron en
gritos: “Muera Cristo. Abajo los frailes” Muchos católicos se reúnen en torno a sus prelados para defender su fe.
Este desorden tambien afectó al pequeño grupo de hermanas. La madre Bernarda regresó de Mompós para
animarlas. Un domingo se presentaron al convento dos señores con una orden del gobierno de desocupar la casa
para habitación de soldados.
Ya nos podemos imaginar la confusión de la fraternidad: de nuevo perder su casa, de nuevo la revolución… La Madre
Bernarda, conservando la paz exhortó a sus hermanas a la oración y a la confianza en Dios. Sin demora se ayudaron
mutuamente para salir de la Obra Pía. Pero a dónde ir?
El gobierno les señaló como habitación el convento de San Francisco, muy cerca del mar. La Iglesia estaba muy
deteriorada, igualmente el convento que era húmedo, oscuro y expuesto a corrientes de aire. Fue este el lugar de
refugio para la Madre Bernarda y su familia. Este lugar les trajo mucho deterioro a la salud de la madre Bernarda:
fiebres perniciosas y una epidemia que invadió a todas las hermanas hasta el punto de tener que administrar a la
Madre Bernarda los Santos Oleos. Tres señoras piadosas se encargaron del cuidado de las enfermas. Mucho se
edificaban porque las hermanas no perdían la alegría y cumplían gustosas la voluntad de Dios.
Al fin después de tres años cesó la guerra a la que en la historia de Colombia hemos llamado “La Guerra de los Mil
días” y las hermanas vuelven al convento de la Obra Pía.
Aumentaban las peticiones para las nuevas fundaciones y las hermanas ya no alcanzaban a cubrir los campos de
acción. Con mirada futurista, la Madre Bernarda encomendó a una hermana viajar a Suiza en busca de nuevas
jóvenes que quisieran prepararse para venir a América Latina.
Así nació la primera casa de formación en Gaissau- Austria- bajo el patrocinio de San José. Allí se formaron muchas
generaciones de jóvenes que entregaron su vida en el trópico, sembrándolo de rica semilla. Más de 200 hermanas
llegaron a nuestra tierra a través de los años. Esto atrajo también muchas vocaciones nativas. Así fue germinando la
semilla de mostaza hasta crecer como gran árbol donde anidan muchas clases de aves.
En 1911 un obispo franciscano del Brasil, golpeó a las puertas del convento de las Franciscanas Misioneras de María
Auxiliadora, en Cartagena- Colombia- con una carta, solicitando su presencia evangelizadora en el Estado de Pará,
norte del Brasil, entre los colonos venidos de varios lugares de Europa. Esta petición fue acogida con mucho
entusiasmo y sacrificio por la Madre Bernarda, animada por la presencia de franciscanos en esa región.
Así pisaron por primera vez tierra brasileira las Hermanas Franciscanas Misioneras de María Auxiliadora.
La joven congregación, ya esparcida en dos Continentes, estaba apenas en su tierna juventud, cuando fue
atropellada por la primera guerra mundial que impidió su extensión con mayor rapidez.
Varias de nuestra hermanas, antes de entrar en las filas franciscanas sufrieron las consecuencias de este magnicidio
mundial y en el forjaron una fe fuerte y una vocación sólida para seguir la voz de Jesucristo como misioneras en
América Latina. Los duros testimonios de la guerra que nos compartían en los encuentros fraternos, nos llevaban a
reflexionar que las grandes obras de Dios crecen en medio del dolor y a la sombra de la cruz. Después de la guerra,
poco a poco nacen nuevas fundaciones.
La oración ferviente de la Madre Bernarda, su testimonio de vida, iba fortaleciendo en el pequeño grupo de hermanas
su espíritu misionero, como fuego que no se podía apagar y que necesitaba expandirse e iluminar. En todo su orar y
obrar se sentían misioneras: ya en la catequesis de niños, en la promoción de la mujer, o bien sirviendo en el templo,
acogiendo y sanando a los enfermos, visitando y compartiendo el pan con los hermanos más pobres. Las vemos
también en improvisados bancos o en el suelo, impartiendo clases a los sectores más pobres de la comunidad. El ser
“Operarias del Reino” era una fuerza de evangelio que nadie detenía, como dice la canción: “Tengo que hablar, tengo
que gritar, Ay de mí si no lo hago. Cómo escapar de Ti, como no hablar, si tu voz me quema dentro…”
Bien Amigos. Esa semilla sembrada en tierra colombiana y ya presente también en el Brasil, sigue siendo una
siembra fecunda por muchos rincones de nuestra patria. El grupo de hermanas va creciendo y las fervorosas
misioneras comienzan a abrir escuelas, otros centros de evangelización, hospitales, obras sociales, allí donde una
mano se tendía y una necesidad aparecía, estaban las humildes franciscanas comunicando paz, ayuda y alegría.
Hoy, es evidente la fuerza misionera de la congregación de las Hermanas Franciscanas Misioneras de María
Auxiliadora. A pesar de que no es muy grande el numero de hermanas, como ya lo había predicho su santa
Fundadora, que sería una pequeña plantica, allí donde la Iglesia lo solicita, donde se pueda ejercitar cualquier obra de
misericordia, las hermanas están presentes.
En 3 continentes anuncian el evangelio: América, Europa, África. Varios países reciben su benéfica labor: Colombia,
Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia, Brasil, Cuba, Suiza, Austria, Malí y el Tchad en el Africa., 64 fraternidades
apostólicas en Colombia con varios frentes pastorales.
La Educación ha sido campo privilegiado para la Congregación. Generaciones de maestros han pasado por sus
escuelas normales y son hoy líderes de auténticos principios cristianos.
Si bien, se tienen pocas instituciones hospitalarias, la misión como enfermeras la ejercen las hermanas en muchos
campos de misión y lugares marginados de nuestra sociedad.
Ha habido una constante en la pastoral juvenil, gracias al carisma abierto, alegre y acogedor de las Hermanas.
La misión Ad Gentes ha marcado la vida de la congregación. Hace muchos años vinieron las primeras hermanas del
viejo continente y hoy necesitamos retornar a reevangelizar a esta sociedad.
Llegan las voces de muchos obispos, sacerdotes y laicos solicitando hermanas para apoyar el trabajo evangelizador.
Gracias a Dios no carecemos de vocaciones, pero ante el grito de tantos hermanos necesitados y los llamados de la
Iglesia, necesitamos muchos más corazones jóvenes, con deseo de entrega y de servicio como “Operarias Del
Reino”, pues “La mies es mucha y los trabajadores pocos”. que Santa María Bernarda nos alcance muchas y santas
vocaciones.
En próximos capítulos queremos compartir el TESTIMONIO MISIONERO de algunas hermanas y laicos que hacen
parte de nuestra familia franciscana.
CAPÍTULO 10.
AUTORIDAD SERVICIO
En este capítulo es interesante relatar cómo la Madre Bernarda ejerció la autoridad como servicio, propio del espíritu
Franciscano, en la Congregación de las Hermanas Franciscanas Misioneras de María Auxiliadora.
Ejercer la autoridad no es tener poder, es servir con amor y por amor, según la Voluntad de Dios. Así lo entendió la
Madre Bernarda.
Como Superiora General, de su pequeña Congregación con relativa frecuencia visitaba, personalmente o por medio
de su delegada, las fraternidades esparcidas en los dos Continentes para que se afianzara más en las hermanas el
sentido de pertenencia a la Congregación, el espíritu de familia y la alegría de vivir anunciando la Buena Noticia de la
Resurrección, como Operarias del Reino.
La Madre Bernarda más que nadie comprendió y vivió la autoridad como servicio, esta actitud la ejerció por treinta y
dos años, durante los cuales se desempeñó como Superiora General de su pequeña Congregación. Para la Madre
Bernarda desempeñar el cargo de Superiora General y para las que lo ejercen a nivel local debe realizarse con
espíritu de sencillez, sentirse igual a las demás hermanas, nadie sintiendo el poder, pero sí una cabeza que orienta,
dirige en comunión con las hermanas.
Con alegría anhelaba la hora de poder entregar el bordón de peregrina, que se había convertido ya en báculo pastoral
de una grey y pasado a manos más jóvenes. Ante el deseo de todas las hermanasde que continuara como Superiora
General de la Congregación, ella, con gran satisfacción, seguridad y alegría mostró el nuevo código de la Iglesia, en
el que se dispone que la Superiora General solamente puede ser elegida por tercera vez con especial permiso de la
Santa Sede y ella ya lo había sido por nueve veces consecutivas.
Exclamó: “Oh, se acerca el día feliz en que me quitarán esta carga para ser otra vez hija de la obediencia”. Ya saborea
aquella alegría espiritual y gran consuelo que experimenta toda buena religiosa que comprende bien la obediencia.
¡Así se alegra la Madre Bernarda al pensar en el Capítulo General que se aproxima!
En la Asamblea General de septiembre de 1920 depuso con humildad y gratitud su cargo de Superiora General el que
recayó, por voluntad de las Capitulares, en manos de la Madre Francisca Holenstein, quien por muchos años había
sido su Vicaria y apoyo.
Las Hermanas confiaron a la Madre Bernarda el cargo de Vicaria General. Desde este momento su primera
preocupación fue la de animarlas verbalmente y por escrito, para una obediencia filial a la nueva superiora de lo cual
ella fue siempre ejemplo y guía.
El fundamento de esta perfecta obediencia lo cimentó en la fe que profesaba con todas las fuerzas de su alma. De
igual manera fundamentó su obediencia alegre en este pensamiento: “Los Superiores son los representantesn de
Dios”.
De esto dio testimonio la Madre Francisca Holenstein cuando afirmó: “La Madre Bernarda superaba a todas en
obediencia sencilla y alegre”.
Las relaciones entre la nueva Superiora y su Vicaria eran perfectas, nos lo describe la Madre Franscisca: “La Madre
Bernarda era para mi una gran ayuda, con sus oraciones, sufrimientos, cartas, buenos consejos y su valiosa
presencia”.
Los cuatro ultimos años fueron para la Madre Bernarda los mas felices, se sentia cobijada y protegida por la
obediencia; y ésta se basaba en la fe firme de que los Superiores son los representantes de Dios. Un solo deseo
tengo ahora: “morir en un acto de obediencia”.
El fundamento de esta perfecta obediencia, era la fe, la cual llenaba con todas sus fuerzas el alma de la Madre
Bernarda; con la luz de la fe no miraba en su Superiora sino la representante de Dios: y recibía sus mandatos y
deseos, como venidos de Dios mismo. El orden del día y todas las disposiciones del directorio le eran sagradas,
como si Dios mismo los hubiera escrito con su propia mano. Ella escribe bellamente en algunas de sus cartas a las
hermanas: “Dios llama, Dios exhorta, Dios nos enseña por medio de los Superiores. ¡Aún la obediencia más pequeña
recae en Dios. Si un ángel nos mandara algo, humildemente inclinaríamos la cabeza, para escuchar su mandato y
cumplirlo! Mirad más que un ángel debe ser para nosotras la Superiora, por ser la representante de Dios.”
En el corazón de la Madre Bernarda reinaba el amor, por eso de ella brotaba la docilidad al Espíritu, encontró en la
obediencia a Dios a sus Superioras la verdadera felicidad, sabía que estaba cumpliendo la Voluntad de Dios.
Mediante su ejemplo la Madre Bernarda supo promover de tal manera la práctica de la obediencia entre las hermanas,
que éstas por propia iniciativa se esforzaban por practicarla.
El perfecto obsequio de la obediencia la acompañó desde la juventud y después por toda la vida. En su casa paterna
fue educada en la obediencia gozosa. Para la Madre Bernarda el Voto de Obediencia era sacrosanto: lo observó sin
quebrantarlo nunca, viendo y honrando en los Superiores la presencia de Dios. Cuando dejó de ser Superiora, estaba
feliz de poder ser “toda hija de la obediencia”.
Fue grandemente alabada por los Obispos y sacerdotes por haber sido siempre hija de la obediencia también en
decisiones importantes y difíciles aún en contra de ciertas apariencias o decisiones de sus hermanas, pero
obedeciendo a las órdenes del Obispo. Tenemos un ejemplo cuando tuvieron que trasladar el colegio de Cartagena;
los sufrimientos por la exacta pobreza del Monasterio de Alstätten se debieron a la obediencia exacta a la Regla.
Cuando la Madre Bernarda se dirige a las hermanas de la Congregación para hablarles sobre la obediencia dice en
sus escritos: “Retomando las palabras del Beato Champagnat afirma que la Religiosa necesita mantener buenas
relaciones respecto a dos personas: Dios y a la Responsable de una Comunidad. Fácilmente reconocemos nuestra
total dependencia frente a Dios, pero, hasta dónde conviene llevar nuestra dependencia de la Responsable?
La Madre Bernarda tenía muy en cuenta la cita del Evangelio que da la respuesta: “El que os escucha a vosostros, a
mí me escucha; y el que os rechaza, a mí me rechaza; y el que me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado”.
Además les decía: ¡Hermanas, reflexionad! Sed hijas aprovechadas de nuestro Padre Fundador, San Francisco de
Asís y andad como él con toda sencillez, sinceridad, humildad y rectitud delante de Dios y los hombres. (Carta 29)
Ved Hermanas, la Voluntad de Dios que nos rodea por todas partes y por lo tanto:
¡Marchad confiadas al encuentro de aquella luz que es Camino, verdad y Vida.
Repetid mil y mil veces desde lo más íntimo y profundo de vuestro corazón: Bendita y alabada sea la Santísima
Voluntad de Dios, y amada más que todo cuanto existe!
“Las almas Consagradas prometen libremente Obediencia porque son hijas de Dios. Por lo tanto cuidarán de no
aliarse con la prudencia carnal, ni serán autosuficientes”. Les recuerdo algunas orientaciones para una obediencia
individual:
.- La fidelidad a la obediencia no mengua la libertad personal, antes la vigoriza, porque es la realización de un
compromiso libre.
.- La fidelidad en lo pequeño, es prueba de nuestra Entrega de Amor.
.- Una obediencia perseverante y bien motivada, produce ricos frutos de paz y caridad; será elogiada por Dios y por
los hombres y mujeres.
.- Hay que orar y luchar para resistir valientemente a toda desconfianza que nos pueda distanciar de la autoridad.
.- La obediencia y la responsabilidad están al servicio del bien común y tienen una función liberadora y pacificadora.
.- La obediencia y la responsabilidad enriquecen nuestra fraternidad y nos promueven personalmente.
.- Hagamos del querer de Dios el manjar de cada día.
.- Obedezcamos sin discriminación de personas, lugares y circunstancias.
.Sólo una obediencia sostenida por una madurez de la voluntad nos hará felices y seguras y será señal de una
auténtica vocación.
La Madre Bernarda le recordaba a sus hijas y las animaba a vivir la obediencia por amor a Dios y decía:“Cuán dulce
es cumplir en todo la Voluntad de Dios! Ninguna fuerza humana puede impedírnoslo, aunque nos costara grandes
sacrificios”.
“María Bernarda Bütler, sobresale por su grande inspiración Eclesial, como modelo de fe verdaderamente católica, en
la cual sobresale la obediencia a la Iglesia y al Papa.
En su carta Nro. 30 dirigida a las hermanas dice: “Nadad cual pececillos felices en las aguas claras de la voluntad de
Padre”. También en otra de sus cartas la titula “Bienaventurada Obediencia”. Ésta va dirigida a una hermana, y su
contenido es el siguiente:
“Aquí en esta tierra no hay nada más dulce que vivir y morir haciendo la Santísima Voluntad de Dios.
Esta entrega incondicional al querer divino es maravillosa, porque nos desprende y nos purufica eficazmente de las
cosas caducas y pasajeras y ante todo, de la molesta escoria de nuestro yo egoísta; y esta es la tarea última y más
pesada que hay que realizar en la vida espiritual.
Cuando Ud. querida hija, haya alcanzado con el favor del Sagrado Corazón de Jesús, este triunfo definitivo, tendrá la
plena paz y se sentirá libre y segura en cualesquier momento y siituaciones.
Para nosotras, las pobres Superioras que estamos privadas de la gran felicidad que tienen nuestras Hermanas que
están sujetas de día y de noche a la bienaventurada obediencia es un verdadero consuelo saber que tenemos un
sustituto en el perfecto cumplimiento de la dulcísima y santísima Voluntad del Señor.
La Madre Bernarda invitó en todo tiempo y circunstancias a sus hijas para que fueran abiertas a la Voluntad de Dios y
desde allí servir a todos con amor y alegría y sobre todo con una profunda humildad, buscando siempre la gloria de
Dios.
CAPÍTULO 11.
LLEGADA A LA META FINAL
En este capítulo vamos a tratar cómo la Madre Bernarda Bütler se preparó para celebrar la Pascua eterna junto con
los Bienaventurados en la patria celestial.
Bernarda supo abrirse a la acción de la gracia de Dios en el diario vivir, minuto a minuto y dejó que Él hiciera su obra
en Ella.
Habiéndose deslizado su vida en la observancia de la Regla y la fidelidad a la Iglesia y sintiendo cercano su fin, el
corazón de la Madre Bernarda se encendió aún más en nostalgia por su Dios.
De Día y de noche mantenía preparada la lámpara ardiente del amor… el peso de los años, la enfermedad, compañera
de tiempo, la debilidad de cuerpo, la llevaron a la casa del Padre.
Pero su figura es como el sol: no pasa; nunca se oscurece; nunca se enfría.
El último domingo que vivió en la tierra, el 18 de Mayo de 1924, vino por la tarde el Padre Efrén. Cuando se disponía a
salir, la Madre Bernarda se esforzó por dirigirle una pregunta importante: “Reverendo Padre, no es verdad que moriré
como hija fiel de la Santa Madre Iglesia?” Esta pregunta encerraba todas sus esperanzas y todo su amor a la Iglesia
Católica.
Poco después se notó un notable desfallecimiento de todas sus fuerzas, y muy grandes dolores se le presentaron.
Una vez más bendijo a su sucesora y en ella a todas sus hijas espirituales. Hacia las 11:00 de la noche entró en
agonía, las manos se enfriaron, la respiración se hizo penosa y un sudor frío cubrió su frente.
Llamaron al Padre Efrén, conforme lo había deseado él mismo. Se presentó a la una de la madrugada; hasta entonces
la Madre Bernarda habia permanecido con los ojos bajos, como sin sentido, pero al entrar el confesor abrió los ojos
en seguida, pues sentía su presencia.
El Padre le dio nuevamente la absolución sacerdotal, y mientras una de las Hermanas le sostenía la vela encendida en
las manos frías, comenzó la recomendación del alma. Hizo con la Madre actos de fe, esperanza y caridad y rezó el
Credo. Alrededor del lecho de la moribunda se habían reunido todas las Hermanas acompañándola con sus
oraciones y derramando abundantes lágrimas.
Fortalecida pór las oraciones de la Iglesia, la Madre Bernarda recuperó visiblemente algunas fuerzas; la agonía se
suavizó. El Padre Efrén mandó a las religiosas a descansar y él mismo se retiró a la sala de recibo. Solamente
permanecieron con la Madre Bernarda, la Superiora General y algunas de las hermanas mayores.
La Madre Bernarda en estado moribundo permanecía abrazada a la cruz y al rosario, como una viva imagen de
completa entrega al dueño de la vida y de la muerte.
Se sentía allí en cierto modo la presencia de Dios.
A las cuatro y media de la mañana del 19 de mayo de 1924, llamaron nuevamente al Padre Efrén. Entre tanto se
habían reunido las hermanas. Consultaron al Padre acerca de la Comunión y la respuesta la dio el cielo, porque en
ese momento se suspendió la respiración de la Madre Bernarda. El Sacerdote le volvió a dar rápidamente la
absolución y la bendición. Esto era lo que esperaba; respiró unas cuantas veces levemente, dio un suave suspiro y el
corazón fuerte de la Madre Bernarda terminó de sufrir.
Su alma compareció ante Aquel a quien únicamente habia amado y deseado.
Había llegado la hora de la Pascua, el 19 de Mayo de 1924, en la Obra Pía – Cartagena – Colombia. Contaba 76 años
de edad, de los cuales 56 los había vivido en la Orden Seráfica y de ellos 38 en las misiones.
Aquella que desafiara el tiempo, las dificultades, la enfermedad estaba lista para el paso decisivo. La que desafiaba la
tempestad había dado frutos abundantes pronunciaba casi exánime sus últimas palabras: “No tengo nada sobre mi
conciencia. Lo que sí aconsejo a todos, es no dejar nada para arreglar a la hora de la muerte, porque física y
moralmente faltan fuerzas para ello”.
Una de las oraciones que solía decir sobre el deseo del encuentro definitivo con Dios era:
DESEO DE PARTIR A LA ETERNIDAD “Oh, momento de mi muerte, desde cuándo te anhelo, aunque no me oculto las
angustias, apuros y dificultades que traerá consigo. Mi amado Jesús y mi Todo, sé también, que la muerte es el único
camino para llegar a Ti, ¡Oh momento grandioso, misterioso y sorpren¬dente en que mi alma, libre del cuerpo, se
presente ante la faz de mi Salvador y reconozca todos sus pecados con todos sus pormenores. Oh, momento de mi
muerte, desde cuándo te anhelo, aunque no te merezca.”
Aquella que había sido como una lámpara siempre encendida delante del Señor, que había hecho de la oración el
secreto del éxito y buscado en la Eucaristía toda su fuerza y toda su luz, al borde de su muerte preguntaba a su
confesor: “¿No es verdad que moriré como hija fiel de la Santa Madre Iglesia?” Esta pregunta encerraba todas sus
esperanzas y todo su amor a la Iglesia católica.
Aquella que había hecho suyo el ideal franciscano: vivir el Santo Evangelio, siguiendo los pasos de Cristo Pobre,
humilde y Crucificado, en fidelidad a la Santa Madre Iglesia, daba el paso decisivo y llegaba a la meta final: ¡EL
PARAÍSO!
Se apagó esta existencia para encenderse con luz inextinguible y legar a la Iglesia y al mundo un patrimonio
inagotable con su vida, obra y escritos.
Con la rapidez del rayo se propagó la noticia de su muerte por todos los barrios de Cartagena. En la Catedral el
párroco lo anunció con estas palabras: “esta mañana ha muerto en la ciudad una santa, la Reverenda Madre
Bernarda”.
Durante todo el día centenares de personas de todas las razas y estratos sociales, pequeños y grandes acudían a la
Obra Pía, esperando allí con impaciencia el turno para llegar hasta los pies del atúd y poder, con gran reverencia,
besar sus manos y tocar en ellas estampas, rosarios, etc. Las flores con las cuales fue adornado el féretro de la
Sierva de Dios, pronto desaparecieron, fueron llevadas a sus casas como precioso recuerdo de la “Santa Madre”,
como solían llamarla.
Los niños se aproximaban con alegría para contemplar su rostro, verdadera expresión de paz y santidad.
Sus hijas espirituales, agobiadas, despiden a su madre “Con dolor pero con gran consuelo que se convierte en gozo
por la esperanza: la Madre vive felizmente en Dios y se convierte para nosotras en potente intercesora ante el trono
del Altísimo”.
La inhumación tuvo lugar el mismo día de su muerte dado al clima cálido. A las cuatro de la tarde se presentó en la
Obra Pía el Señor Arzobispo Brioschi con todo el Clero y el Seminario para cantar el oficio de difuntos y la Sagrada
Eucaristía. A las cinco de la tarde se pusieron en movimiento en dirección al cementerio de la ciudad. Durante todo el
día el tiempo habia sido nublado y lluvioso; luego comenzó a despejarse, aunque una y otra vez se veían nubarrones
amenazantes.
El entierro se convirtió en una apoteosis. Toda la ciudad de Cartagena se hizo presente, a pesar de no ser tran
conocida personalmente. Como por encanto su nombre estaba en boca de todos y era pronunciado con reverencia.
Como hija fiel de la Iglesia y por su grande amor a los Ungidos del Señor, fue acompañada hasta su última morada
por todo el clero, encabezado por el Señor Arzobispo Pedro Adán Brischi, representante de las diferentes
comunidades religiosas, colegios, congregaciones y cofradías, nobles y plebeyos, empleados y obreros, quienes
hicieron a la humilde religiosa los últimos honores.
A la cabeza iva unas setecientas niñas vestidas de blanco, como guardia de honor a la gran amiga de los niños, quien
con la vestidura de la inocencia había vuelto al seno del Creador.
Distinguidos representantes de la educación pública se disputaron el honor de llevarla sobre sus hombros.
Con voz potente el Señor Arzobispo pronunció una oración fúnebre y con voz entrecortada exaltó a la Madre
Bernarda como un alma Bienaventurada, muy angelical porque desde su infancia había conservado intacto el lirio de
la pureza… y continuaba diciendo: “Otra virtud hermosa resplandeció en la vida de la Madre Bernarda: la obediencia
filial hacia la Santa Madre Iglesia, el Santo Padre, el Obispo y los Sacerdotes”.
Después de un mes de su muerte el Señor Arzobispo, en una de sus cartas Pastorales, propuso a la Madre Bernarda
como vivo dechado de virtudes. Comienza con estas palabras: “La Madre Bernarda ha muerto. Despues de llenar
nuestra ciudad durante treinta años con el perfume de sus preciosas virtudes, entregó su hermosa alma al Creador”.
“Oh Madre Bernarda, ayudadnos a ser fieles y obedientes a la Santa Iglesia. Aquí en la tierra fuisteis, Madre querida,
el pararrayos que apartó los castigos de la justicia divina, castigos que muchas veces hubiéramos merecido. Vos
empero con vuestra vida de mortificación y de constante sacrificio, los habéis retenido”.
“A Vos, oh Bienaventurada Madre, encomiendo ahora la ciudad de Cartagena que está por precipitarse a un peligroso
abismo. Pedid ante todo por el clero y alcanzadnos aquella firmeza de fe que nos demostrasteis en la revolución del
Ecuador”
Y ahora, Reverendísima Madre, que estás tan cerca del trono de Dios, sed nuestra protectora en la tierra y nuestra
intercesora en el cielo”.
Mientras se rezaban las oraciones de la Iglesia, los despojos mortales de la Madre Bernarda, fueron colocados en la
bóveda que había ofrecido la Hermandad del Santísimo Sacramento. Antes de abandonar su lugar de descanso,
según la expresión del Arzobispo, depositemos siemprevivas sobre su tumba; pues el símbolo de estas flores, que es
la vida, nos asegura que la Reverendísima Madre María Bernarda mora y goza en el cielo.
Después de dos años, el 6 de septiembre de 1926, sus restos fueron exhumados en presencia de un sacerdote
Salvatoriano y tres religiosas y luego depositados en una urna de cristal y obtenido el permiso del Señor Arzobispo,
se colocaron en un nicho mural que previamente se había abierto en la Capilla de la Obra Pía y cerrado con una
lápida, con la siguiente inscripción:
Sencilla y oculta ha sido tu vida religiosa,
¡Madre querida!
¡Seguir tus huellas te prometemos todas nosotras,
Tus hijas agradecidas,
Formando contigo un solo corazón
Y una sola alma, y aspirando a gozar
También contigo la eterna calma!.
Para las hermanas y el Señor Arzobispo observaron con gran admiración cómo en el hueso frontal estaba grabada
una cruz, medía en su parte longitudinal unos cuatro centímetros. Bien se veía el dedo de Dios, quien quiso glorificar
a su Sierva por la devoción extraordianria con que siempre había hecho la señal de la cruz.
Desde entonces su tumba se ha convertido en lugar de peregrinación para muchas personas. Los atribulados por el
sufrimiento acuden con confianza a la Madre Bernarda y todos confiesan con alegría y gratitud: “Ella nos ha ayudado,
no una, sino cien veces”.
Los habitantes de Cartagena saben cuán buena intercesora es aquélla que durante tantos años vivió entre ellos,
orando y sufriendo incansablemente. Miles de estampas y reliquias se han repartido y siempre hay nuevas
solicitudes.
El círculo de sus devotos traspasó fronteras y los encontramos en todos los continentes. Un simple retrato o la
lectura de un episodio de su vida, son suficientes para sentir confianza hacia la humilde y escondida protectora.
Alumnas, enfermos de cuerpo y alma, esposos y sacerdotes, todos ellos levantan su mirada llena de confianza a
Dios, por intercesión de la Madre Bernarda. La Pobre gente abandonada y sencilla, y sobre todo los moralmente
atormentados fueron en vida sus preferidos y los siguen siendo también después de su muerte.
En 1956, con el debido permiso de la Iglesia, los restos mortales fueron nuevamente exhumados y reconocidos para
ser trasladados de su primitiva sepultura de la Obra Pía a la bella Capilla del Sagrado Corazón en nueva Casa Madre
situada en el barrio La Providencia – Cartagena – Colombia- después de rendírsele honores inesperados y
extraordinarios.
Miles de personas de la ciudad de Cartagena se dieron cita para acompañar los venerados restos a su nueva mansión
en medio de un solemne cortejo fúnebre.
De un modo muy evidente las autoridades civiles demostraron su gratitud y la del pueblo cartagenero por la vida y
obra de la Madre Bernarda, decretando el 16 de marzo de 1956 como día cívico para la ciudad y expidiendo varios
decretos de honor por parte del Gobierno Nacional de Colombia.
Nuevamente aquí se inicia la veneración de quien siempre había esquivado todo honor.
Los muchos visitantes que privadamente invocan con confianza a la Madre Bernarda, aseguran haber sido
escuchados en su tumba y repiten con confianza y con el mismo abandono sin reserva que hizo repetir tantas veces
a la Madre Bernarda: ¡“Como Dios lo quiera”.!
La Madre Bernarda fue una mujer que supo seguir la luz de Jesús, que la iluminó durante toda su vida, la fortaleció en
su diario caminar, le ayudó a alcanzar una vida profunda en Dios, hasta llegar a vivr las virtudes de la fe, esperanza y
caridad en forma heroica. Supo amar a Jesús y entregar su vida y todo lo hizo por amor.
CAPÍTULO 12.
VIVENCIA DE LAS VIRTUDES TEOLOGALES EN LA
MADRE MARIA BERNARDA BÚTLER
VIVENCIA DE LA FE Y LA ESPERANZA EN LA MADRE
BERNARDA BÚTLER
Un capítulo más en la historia de la vida de Santa María Bernarda Bütler, nos pone en expectativa sobre lo que vamos a tratar
en él. Entre las muchas virtudes practicadas por ella, destacamos las virtudes Teologales, de la fe, la esperanza y la caridad.
Empezaremos con la virtud de la fe. Para ello tendremos en cuenta, el análisis hecho por los Consultores Teólogos que
pertenecen a la Congregación para las Causas de los Santos, que estudiaron la heroicidad de sus virtudes.
Nos preguntamos: ¿Cómo fue la vivencia de la fe de Santa María Bernarda?
La podemos expresar así: Una profunda vida de fe, de comunión íntima con Dios, de generosa entrega al cumplimiento de su
voluntad, todo ello alimentado por una vida constante de oración y de confianza en Dios.
Santa María Bernarda, Profesó una gran fe y devoción a la Santísima Trinidad, era su Misterio preferido; al Santísimo
Sacramento del Altar, ocupó un lugar central en su vida y en los sufrimientos; al Sacratísimo Corazón de Jesús, al Inmaculado
Corazón de María y a la Pasión del Señor, además de otras devociones. Para Bernarda La fe “Era la luz con la cual todo lo
veía, era la vida que ella vivía, era la realidad que la penetraba en todas las fibras de su cuerpo”. La fe llenaba con todas sus
fuerzas su alma, su espíritu.
Podemos ilustrar su fe profunda con la situación que vivió en el Ecuador, cuando la revolución antirreligiosa contra la Iglesia
Católica, exigió el retiro de todos los cristianos católicos con excepción de las Madres Franciscanas, porque su testimonio de
caridad y servicio era muy grande, pero con la condición de que no podían pronunciar el nombre de Cristo. La Madre
Bernarda y sus hijas prefirieron salir sin rumbo fijo, con la confianza puesta totalmente en las manos de Dios, antes que
traicionar a Cristo en la misión. Estuvo dispuesta junto con sus hermanas a dar la vida por la fe en el Señor, antes que
claudicar.
Ahora, Su fe estaba fuertemente unida a la esperanza y a la caridad. Creyó sin sombra de duda en las mociones del Espíritu
Santo y se abandonó ciegamente a Dios en situaciones difíciles y complicadas. Dios fue desde el comienzo hasta el final de
su itinerario espiritual, el centro de su vida.
Deseó ser mártir por la fe para vivir en plenitud el Misterio Pascual de Cristo. Amó a la Eucaristía porque fue el centro y la
fuente de la vida de la Iglesia y el fundamento de la fe. Como María de Nazareth, María Bernarda se adhirió total y
responsablemente a la Voluntad de Dios, acogiendo la Palabra con alegría y adhiriéndose con generoso heroísmo
“progresando en la fe, no obstante las duras pruebas a que fue sometida, lanzada a una aventura de la que irá conociendo las
duras exigencias.
Su vida era una fe vivida, una manifiesta confesión de fe.
• Su fe se manifestaba en el abandono total a la bondad misericordiosa de Dios.
• La caridad hacia Dios se expresaba en la absoluta obediencia a su voluntad y en el combate contra el pecado.
• Su amor a Dios lo reflejaba en la caridad hacia el prójimo, siempre dispuesta a ayudar y promover, según sus posibilidades,
el bien espiritual y corporal de los hermanos.
• En las pruebas más duras de la vida, supo mantener el silencio y una actitud de sufrimiento y oración callados.
• Sumergida en la más profunda humillación delante del Señor, agradecía la oportunidad de poder sufrir, apareciendo como
culpable delante de todos.
Su estilo de vida fue hecha de simplicidad, silencio y recogimiento. Se distinguió por el ejercicio insigne de las virtudes, por lo
cual, fue estimada y admirada. Con la luz de la fe no miraba en su Superiora sino a la representante de Dios; y recibía sus
mandatos y deseos, como venidos de Dios mismo. Solía decir: “Dios llama, Dios exhorta, Dios nos enseña por medio de los
Superiores”.
La Madre Bernarda vivía profundamente la fe en la “comunión de los santos”. ¡Cuán tiernos y al mismo tiempo fuertes eran los
lazos que la unían con los ángeles y los santos!. Para la Madre Bernarda no solamente eran sus modelos e intercesores, sino
sus íntimos amigos, a quienes se dirigía en los grandes problemas y necesidades.
Otra fuente extraordinaria que le causó mucho consuelo y paz era su fe profunda, iluminada por esta luz, consideraba los
sufrimientos como “un terreno lleno de tesoros escondidos, con los cuales se pueden ganar los bienes de la vida eterna, como
joyas y recuerdos preciosos del divino Esposo, como prueba de la bondad divina.
¿Qué dicen los Teólogos que estudiaron la heroicidad de sus virtudes y muy concretamente con respecto a la vivencia de la
fe?
“Su vida era una fe vivida, era una manifiesta confesión de fe”, escribe el Padre Beda Mayer. Una fe tal en infinita misericordia
de Dios, era fundamento de una esperanza firme con la cual ella reaccionaba a las tendencias de su temperamento inclinado
a la melancolía y a la ansiedad. Su fe se manifestaba en el abandono total a la bondad misericordiosa de Dios que la llevaba a
comunicar a los demás esta virtuosa actitud.
La Madre Bernarda vivía en comunión profunda con Dios expresada y alimentada por la oración continua, fervorosa e intensa,
especialmente Eucarística.
La misma Madre Bernarda dice en sus escritos: “Creo que puedo decir que yo pasaba todo el día en oración bien sea vocal o
mental. El Espíritu Santo me enseñaba interiormente cómo adorar, bendecir, agradecer a Jesús en el Tabernáculo, momento
a momento, también en las ocupaciones entre las personas”.
El Padre Ambrosio Eszer, dijo: “Si por una parte la vida mística de la Madre Bernarda alcanza ser absolutamente genuina y
basada sobre una sólida y bien informada fe, por otra parte se nos presenta en forma práctica, entendida como doctrina vivida
y directa hacia sus hijas espirituales”.
A la fe heroica se unía una esperanza sobrenatural firme. Esta no la abandonó nunca, ni siguiera en las mayores dificultades
interiores y externas.
La Madre Bernarda escribió: “Tal vez la gracia más grande es ésta: que en toda mi vida, en todas las luchas, los peligros, los
trastornos de toda clase, no he perdido nunca la fe en el Buen Dios”.
“Ella misma se preocupaba por permanecer firme en la Fe, pero que también las hermanas permanecieran y estuvieran
dispuestas a dar la vida por la fe”.
Otro de los Teólogos dice: La fe heroica de la Madre Bernarda parece orientar toda su vida, pues sin esta virtud fundamental
no podríamos dar una explicación a la existencia plena de méritos y de obras, de la Madre Bernarda. Es claro que Dios sólo
dominaba en su vida y que la Madre Bernarda hizo de todo para llevar a una plena madurez la gracia inicial de su Bautismo y
después de su vocación religiosa.
Veamos las manifestaciones más significativas de la fe heroica de la Madre María Bernarda:
“La Madre Bernarda agradecía innumerables veces por la grande gracia de la fe: hubiera dado con gozo la sangre y la vida
para que todas las almas herejes e infieles fueran conducidas a la Iglesia.
Realizaba digna y devotamente la señal de la Cruz. Esto mismo se lo exigía a las Hermanas.
Su devoción a la Santa Misa adquiere en sus días de enfermedad y de vejez un grado heroico.
Grandísima era también en la Madre Bernarda la veneración de la Pasión de Cristo, al Viacrucis y meditaba con fe y fervor las
siete palabras que dijo Jesucristo en la Cruz.
También afirma uno de los Teólogos: “todas las fatigas y disgustos que la Madre Bernarda afrontó, comenzando por la
separación del Monasterio de María Hilf y de su patria (donde más nunca volvió) no podían ser inspirados y sostenidos a no
ser por una fe verdaderamente heroica.
No resulta atrevida la comparación de su fe con la de Abraham, pues la Madre Bernarda partió para América Latina
prácticamente sin ningún medio y sin programas, únicamente abandonada en la Providencia y en la plena dependencia de los
Obispos interesados.
A la luz de una sublime fe, afrontó los últimos años de su vida, libre de responsabilidades directas, deseosa de sumergirse
cada vez más en Dios con la oración y el ofrecimiento, hasta el día de su encuentro con el Esposo divino. Hablaba de Dios
con gran convicción, que le brotaba desde lo íntimo de su ser.
“Monseñor Adán Brioschi, decía que la Madre Bernarda, animada por fe viva y por esperanza firme de Dios, brillaba por su
caridad ardiente tanto hacia Dios como hacia sus Superiores e inferiores… Desde la niñez la Madre Bernarda experimentaba
sensiblemente la presencia de Dios, que sentía muy cercana”. Hablaba de Dios con gran convicción, que le brotaba desde lo
íntimo de su ser.
Dios fue, desde el comienzo hasta el final, de su itinerario espiritual, el centro de su vida.
Su fe resplandecía de manera maravillosa en su amor a la Iglesia y en la adhesión lúcida, inteligente y generosa a las
disposiciones de los Superiores del Instituto y de los Pastores de la Iglesia, aunque cuando éstos, por incomprensiones no
vacilaron en hacerle realizar públicos ejercicios de humillación.
Por lo tanto, la fe teologal que ella había recibido como don de Dios y que había sido alimenatda en la infancia por el ejemplo
edificante de sus padres, iluminó toda su vida y dio un significado sobrenatural a todas sus empresas. Esto lo afirman los
testigos que la conocieron como Fundadora y Superiora de la Congregación.
¿Qué podemos decir sobre la virtud de la Esperanza vivida por la Madre Bernarda?
La virtud de la esperanza vivida por la Madre María Bernarda tuvo el efecto de hacerla muy valerosa, capaz de soportar las
arduas pruebas encontradas y de actuar con indómita y extraordinaria energía, en todas las dificultades que intentaban
impedir la realización del plan de Dios.
Su mismo estilo misionero, fue siempre animado por la esperanza viva del amor a Dios y de la victoria del bien sobre las
fuerzas del mal.
Toda su esperanza se fundamentaba, en la total confianza que ponía en la infinita misericordia de Dios y en los inagotables
méritos de la Pasión de Cristo.
La filial confianza en Dios animaba su vida de oración, sus prácticas de piedad, sus obras, toda su relación con Dios. Cuánto
mayores eran las pruebas y los sufrimientos, con confianza tanto mayor, se aferraba a la misericordia de Dios.
Conservó siempre la calma y la alegría en la enfermedad, en las horas de oscuridad y cuando era incomprendida. Antes de
tomar decisiones importantes rezaba y hacía rezar.
A las Hermanas infundía ánimo y confianza, para que superaran las adversidades. Hablaba siempre sin temor de la muerte y
finalmente la deseó, para unirse a Cristo.
Animada por la virtud de la esperanza, demostró filial respeto a Dios, procurando evitar los pecados veniales.
En las acusaciones e incomprensiones, alimentó la más firme esperanza en la bondad de Dios. Confiándose a Dios, afrontó
numerosas dificultades, interiores y exteriores.
El no haber perdido la calma ni siquiera en lo más mínimo, en los momentos extremadamente críticos y de oscuridad, nos
confirma que estamos ante un alma que ha vivido en grado heroico la esperanza.
Permaneció armoniosa, fuerte y pronta siempre a continuar el camino emprendido.
Animada por el auténtico amor a Dios, tenía en su corazón especialmente la devoción al Sagrado corazón de Jesús, al
Espíritu Santo y al Misterio de la Eucaristía.
Su amor a Dios se manifestaba igualmente en sus fatigas misioneras.
En los sufrimientos y en las pruebas reconocía signos de la bondad divina.
La virtud de la Esperanza la hizo permanecer siempre en la presencia de Dios, confiar plenamente en Él y sentirse fortalecida
por su gracia.
Escuchemos lo que dijeron los Teólogos que aprobaron el estudio de esta virtud declarando que la vivió en grado heroico.
La Madre Bernarda, mujer consagrada a Dios, vivió la virtud de la esperanza en grado heroico y lo demostró por la coherencia
y perseverancia en el seguimiento a la llamada divina y en vivir generosamente los compromisos asumidos. Fue tenaz en
realizar la vocación religiosa, no obstante las dificultades iniciales; quiso vivir profundamente la espiritualidad Seráfica, en el
total desprendimiento de todo lo terreno, para aspirar únicamente a Dios.
Hizo todo lo posible para llamar a sus hermanas a la santidad de su profesión; fue finalmente guía de un gran grupo de
religiosas, orientándolas con el ejemplo, con las palabras y con numerosos escritos. Sus 55 años de profesión religiosa,
vividos coherente y fructuosamente, son signo de la orientación decidida de la Madre Bernarda, índice inequívoco de una
esperanza a toda prueba.
Poseía un verdadero arte de llenar a los demás con confianza en Dios, ahuyentar el desánimo, la indecisión, infundiéndoles
mucho ánimo. Confiaba plenamente en Dios y se abandonaba filialmente en su Providencia como lo más alto.
Su firme confianza en la ayuda de Dios, la demostró muy bien en condiciones difíciles y en días llenos de preocupaciones,
cuando oraba sin interrupción… teniendo como meta la vida eterna. Nunca la vi desanimada ni acobardada.
La Madre Bernarda decía: “de vez en cuando tenía la sensación de estar suspendida en un sutil hilo por encima del abismo
del infierno; pero en así terribles yo gritaba a Dios: “Aunque me quisieras precipitar en el abismo del infierno, esperaré y
confiaré en ti”.
Uno de los testigos para la causa de los Santos dijo: “La Madre Bernarda siempre conservó la calma y la alegría en la
enfermedad, en las horas de oscuridad y cuando era incomprendida”.
Animada por la confianza en Dios, se mostró siempre pronta a colaborar con Dios.
El Padre Beda afirma: “una esperanza fuerte como roca y humilde acompañó a la Madre Bernarda durante toda la vida”. Y ella
misma lo confirma en una carta de 1906: “En toda mi vida, en todas mis luchas, los peligros, las dificultades de toda suerte, no
he perdido nunca la confianza en el buen Dios”.
CAPÍTULO 13.
VIRTUD DE LA CARIDAD VIVIDA POR SANTA MARIA
BERNARDA BÜTLER
En el capítulo anterior comentamos la vivencia de las virtudes teologales de la fe y la esperanza vivida por la MADRE
BERNARDA BÚTLER.
En este capítulo vamos a tratar la virtud de la caridad, vivida por esta gran Mujer que ha sido exaltada como Santa.
Dios era de verdad, el centro de su vida y de sus aspiraciones, su único verdadero amor. La caridad por el Señor, fue la fuerza
potentísima que le dio el impulso para caminar expeditamente hacia la vida de perfección.
De la fe y del amor a Dios, brotaba el amor por el prójimo. La delicadeza, el respeto, la solicitud y el trato maternal con el cual
animaba a las Hermanas personalmente o a través de cartas, la preferencia por los pobres, la misma pasión educativa, el celo
incansable por hacer conocer y amar a Dios… traducen otras tantas dimensiones de la caridad.
Siempre tenía tiempo para atender a las Hermanas que en ella, encontraban consejo y ayuda, consuelo y ánimo. Jamás se le
escuchó palabra despectiva contra el prójimo. De los demás, solamente hablaba cosas buenas y edificantes. Nunca hizo
preguntas por curiosidad o indelicadas, con respecto a las Hermanas u otras personas.
Lo que decía era manifestación de lo que le dictaba su corazón y por eso, las Hermanas nunca desconfiaron de ella. Jamás
guardó rencor alguno, cuando era tratada mal u ofendida; estaba siempre lista a perdonar.
Su caridad se extendía de las Hermanas a los Sacerdotes, a los cuales veneraba grandemente, aunque alguna vez, no fueran
enteramente ejemplares; también a los pobres, a los pecadores y a las almas del purgatorio.
Inculcó la caridad en sus Hermanas, haciéndose atenta y diligente maestra, con su ejemplo.
Uno de los Teólogos que estudió la causa para su canonización dijo: La caridad hacia Dios y hacia el prójimo, permanece
como la única explicación loable por cuanto la sierva de Dios debió afrontar disgustos, privaciones, viajes, humillaciones,
extrema pobreza de medios, hasta el riesgo de la salud y la vida misma.
No hay duda que su nombre sea escrito con letras doradas en la historia de la Iglesia en Colombia.
Su caridad está por encima de la que practican las almas piadosas. Estaba siempre dispuesta a prestar cualquier servicio a
los demás y los trataba a todos, de la misma manera. Hasta cuando tuvo fuerzas, escogía para sí, los trabajos más difíciles.
Era muy fuerte en ella el espíritu de oración, la fe, la esperanza en Dios y la caridad.
“Monseñor Adan brioschi, decía que la Madre Bernarda, animada por fe viva y por esperanza firme de Dios, brillaba por su
caridad ardiente tanto hacia Dios como hacia sus Superiores e inferiores…La Madre Bernarda tuvo la virtud de la caridad, bien
se puede decir en grado heroico. Manifestó su caridad a Dios por medio de una tierna piedad, con su meditación y la
recepción de los sacramentos.
En una fundadora, como lo fue la Madre Bernarda Bütler, la caridad heroica hacia el prójimo encuentra un amplio medio para
explicarse en el vivir y en el hacer vivir el Carisma Fundacional, en relación con las religiosas llamada a compartir la vida, en el
apostolado con el prójimo necesitado, en lo espiritual y material.
La Madre Bernarda era ingeniosa para hacer servicios caritativos en forma oculta. La caridad hacia el prójimo fue un distintivo,
fue heredado de su madre. Estaba siempre dispuesta a prestar cualquier servicio a los demás y los trataba a todos de la
misma manera. Daba con gran alegría limosna a los pobres… Cuidaba a las personas enfermas con mucha dedicación y
amor, disponible siempre a favor del prójimo.
Amó a los demás más que así misma, pues puso en peligro incluso la propia salud con tal de poder ayudar a sus propios
hermanos y hermanas. Había meditado profundamente las Palabras del Divino Maestro: “Toda vez que hacéis esto a uno solo
de estos mis hermanos mas pequeños, lo habéis hecho conmigo.” (Mt. 25,40).
En cuanto a la caridad hacia a Dios, vivía en una continúa meditación de la Pasión de Cristo y buscaba asemejarse siempre
más a su Amado Jesús. “Hablaba de Dios como de un Padre bondadoso, siempre lo hizo con reverencia” El hablar de Dios
tenía el poder de transfigurar a la Madre Bernarda, casi de desprenderla de todo lo que la rodeaba”. Todo sacrificio, la
absoluta conformidad al querer Divino, mantenía a la Madre Bernarda bien lejos de la mínima culpa deliberada”. El supremo
motor de sus acciones y de su paciencia en el sufrir, era el perfecto amor y abandono a la voluntad de Dios. La misma Madre
Bernarda escribe: “Servir incansablemente con perfecto amor al Corazón de Jesús”
Del amor a Dios brotó la caridad hacia el prójimo, la practicó no sólo fielmente sino en grado heroico por las almas del
purgatorio y el celo por la salvación de las otras almas. La salvación de las almas ha sido el hilo conductor de su obra
misionera.
Dicen las Hermanas que vivieron con la Madre Bernarda, con respecto a la vivencia de la caridad hacia el prójimo: “Las
hermanas podíamos dirigirnos siempre a Ella, cuando teníamos angustias o dificultades personales, siempre fuimos atendidas
y acompañadas con mucha ternura. Tenía siempre tiempo para todas. En Ella encontrábamos consuelo y ánimo.”
De su boca no hemos escuchado jamás ninguna palabra despectiva contra el prójimo. De los demás hablaba solamente
cosas buenas y edificantes. Esta misma conducta esperaba de las hermanas. Nunca hizo preguntas por curiosidad o
indelicadezas con respecto a las hermanas o a otros. Lo que decía era manifiestamente dictado por el corazón y por esto las
hermanas nunca desconfiaron de ella.
La Madre Bernarda, expresan las hermanas: “no guardó nunca reconcor alguno, cuando era tratada mal u ofendida: estaba
siempre lista a perdonar. La virtud de la caridad, era su virtud principal, se dedicaba a Dios y a las cosas divinas con profunda
caridad y espíritu de oración”.
“La caridad hacia el prójimo procedía del fuego del amor divino que en ella ardía”. Tenía un corazón abierto y tierno hacia
todos, particularmente con aquellos que se encontraban en cualquier necesidad grave, como por ejemplo, los enfermos. La
Madre Bernarda les daba instrucciones a las Superioras locales en caunto a la caridad, escuchemos:
“Con respecto a las hermanas enfermas, tenga todo el cuidado, sea tierna, compasiva hacia todas las que sufren, y remedie
con amor verdaderamente materno a todas sus necesidades físicas y morales”.
A las hermanas enfermas decía: “La virtud principal es el amor, es decir, un amor de hermana; grande, compasivo,
coparticipante”.
Su caridad se extendía de las Hermanas a los Sacerdotes, a los cuales ella veneraba grandemente, a los pobres, a los
pecadores. Decía: “todos aquellos que me hacen sufrir, son mis mejores amigos”. Inculcó la caridad en sus hermanas,
haciéndose atenta y diligente maestra con su ejemplo.
Escuchemos las recomendaciones que la Madre Bernarda nos hace a nosotras sus hijas, a través de sus escritos:
• “Cultivemos la vida de intimidad con Dios. El contacto con Cristo nos hará fuertes para cualquier exigencia de nuestro diario
vivir y, sobre todo, harás que nos amemos unas a otras como Cristo y el Padre se aman.
• “Que jamás contristéis tan tierno corazón de nuestra Madre María, con faltas de caridad.
• “Nunca os miréis con frialdad.”
• “No os neguéis la palabra, sed prontas en dialogar.
• “Sed generosas para perdonar y listas para servir”.
• “No corráis a llevar noticias, jamás debéis exagerar. Desechad enérgicamente todo juicio desfavorable respecto a cualquier
persona.
• “Hoy más que nunca necesitamos formar una sola alma y un solo corazón. Unamos nuestros esfuerzos y formemos un solo
corazón”.
• “Trataos siempre y en todas partes con sincera afabilidad”. Respetaos unas a otras y sed cultas.
• “Perdonad de todo corazón, palabras bruscas, olvidos y destenciones”.
• “No os retiréis a descansar al fin del día, sin haber cancelado toda deuda concerniente a la Caridad”
• “Si un día nos tenemos que quejar de la falta de mutuo amor, es señal de que no sabemos comulgar.”
• “Sed sumisas, suaves y valientes para dejaros amonestar”.
• “Apresuraos para ayudar acá y allá, sin mirar a quien”.
En su Carta Nro 98 dirigida a las hermanas nos dice la Madre Bernarda: “Muchas citas de la Sagrada Escritura nos hablan de
la preferencia que Dios tiene por la virtud de la Caridad. En las fraternidades donde ella tiene asilo, Cristo coloca su tienda.
“Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él.”
También resaltamos otros pensamientos de la Madre Bernarda referentes a la vivencia de la caridad.
La recta intención, es la mejor preparación remota para recibir la Sagrada Comunión, así producirá ricos frutos y las
fraternidades se convertirán en asilos de Paz y reverberos de la auténtica Caridad.
Deseo que todas vuestras comuniones estén preparadas con anterioridad, mediante los pequeños servicios de Caridad.
Renovados en la verdadera Caridad, podemos estar seguros de tomar rumbo a las alturas y progresar.
Seamos cuidadosas en no lastimar la Caridad; esta no sólo muere a filo de espada; languidece y muere también a
consecuencia de alfilerazos reptidos a menudo.
Nos recuerda: Frecuentemente faltamos a la caridad en pensamientos, palabras y obras, inducidas por la imaginación.
Recuerden que ocuparse innecesariamente de los demás, es restar atención a nosotras mismas.
Escoged bien vuestro vocabulario, es tan fácil herir y muy difícil olvidar. Esforzáos por adquirir una personalidad firme,
prudente y equilibrada, adornada de Caridad y sincera humildad.
Es indispensable que aprendamos a amar. Los corazones de Cristo y de María nos sirven de modelo para ser prototipo de
toda caridad.
El don por excelencia del Espíritu Santo es la Santa Caridad.
Que el Espíritu Santo aumente en vosotras el saludable temor de Dios, del cual brotan expontáneamente la Fe, la Esperanza
y la Caridad.
Cristo es todo amor y perdón durante la Eucaristía. ¿Podemos nosotros acercarnos con corazones fríos, rencorosos, carentes
de caridad?
Imitemos a la Santísima Virgen María, aprendamos a ser silencionsas, modestas y rebosantes de caridad.
La Madre Bernarda dejó huellas de fe, esperanza y caridad, con ello extendió el Reino de Dios y todo por amor.
La Madre Bernarda en su intimidad con Dios, le decía con mucho fervor lo que le brotaba de su corazón: un ejemplo de ello es
la oración que le dirigía al Señor: “Mi Señor si tu obra es puro AMOR Y MISERICORDIA, yo haré hoy todo por puro amor a Ti.
Salvaré almas por amor; sufriré un poco por amor y con paciencia; rechazaré inmediatamente todo pensamiento contra la
caridad; escribiré por pura obediencia y amor, y haré con todo mi corazón 300 actos de amor.
CAPÍTULO 14.
VIRTUDES CARDINALES
Continuando con el itinerario de la vida de esta gran Mujer, Santa María Bernarda Bütler, les ralatamos en este capítulo las
virtudes cardinales vividas por Ella en grado heroico, según lo constatan los Téologos que estudiaron la causa para su
Beatificación y Canonización. Escuchemos:
Primero el canto Sed Santas, La Madre Bernarda supo abrirse a la acción de la gracia de Dios y se hizo santa cada día al
andar.
1. VIRTUD DE LA PRUDENCIA:
Cuántos la conocieron vieron en Ella, la religiosa verdaderamente prudente, que supo escoger siempre los medios más aptos
para conseguir el fin, para sí y para las propias religiosas.
Cuando debía tomar decisiones un poco fuertes y dolorosas, sabía siempre moderar la firmeza con la dulzura de los modos.
La prudencia de la Madre María Bernarda era un don especial de Dios. Ha dado prueba de heroicidad en la vivencia de esta
virtud. Juzgaba todo a la luz de la fe, y cumpliendo la Voluntad de Dios.
Eran manifiestas su prudencia y amplia visión, para conocer cuales oficios se adaptaban a las Hermanas. Se veía claramente
la acción del Espíritu Santo en todas sus decisiones.
Demostró poseer buen sentido común y ser guiada por el Espíritu de Dios; ayudó con consejos no sólo a sus hermanas de
Comunidad, sino también a los Sacerdotes que conocieron su prudencia y voluntariamente se acercaron a ella.
Un elemento claro de su prudencia sobrenatural se puede percibir en el hecho que, no siendo dotada de medios humanos, ni
disponiendo de una adecuada preparación cultural, ha emprendido y llevado a término, iniciativas formidables como: la
reforma de la vida del convento de Altstatten, la misión en América Latina, la fundación de un Instituto Religioso, las
innumerables elecciones que tuvo para Superiora General, las hermanas sabían en quien ponían su confianza.
El testimonio de la Hermana Felipa Wiedmann afirma que la prudencia en la Madre María Bernarda era “un don especial de
Dios”. Su prudencia fue siempre muy práctica, que la hizo resplandecer de modo maravilloso con ocación de cualquier
corrección fraterna, en su modo atento y diligente de consultar a los Superiores antes de tomar serias resoluciones y en
expresar edificante docilidad a sus disposiciones.
Uno de los Teólogos que estudairon su vida e intervención para su causa de santificación expresó: “creo, en fin, que la Sierva
de Dios evidenció criterios de heroismo en el ejercicio de la prudencia en la dirección y en el gobierno de su Fundación.”
Otro testigo pudo afirmar: “Yo creo que la prudencia de la Madre Bernarda era un don especial de Dios, que se reveló por
ejemplo a través de su gran discresión cuando se trató el problema de la separación de un grupo de Hermanas para fundar
otra Comunidad, o cuando se trataba de la salida de alguna hermana de la Congregación”.
La prueba tal vez más convincente de la prudencia heroica de la Madre María Bernarda, la tenemos en el hecho que, por 9
veces fue elegida Superiora General y en este oficio dio prueba de gran sabiduría y de prudencia no común: distinguía
claramente cuáles hermanas eran idóneas para ocupar cargos de Superioras”.
2. LA JUSTICIA HACIA DIOS:
La Madre Bernarda Bütler fue justa hacia Dios y hacia el prójimo, atribuyendo a cada uno, lo suyo, aún en situaciones
precarias y muy difíciles. Dios estaba verdaderamente en el centro de su vida.
Las adversidades y las pruebas no la desalentaron, incluso cuando se trató de enfermedades o de la proximidad de la muerte.
Cultivó con esmero la virtud de la justicia. Observó todo cuánto le agrada a Dios, especialmente los mandamientos. No
permitió a las Hermanas, que el día domingo hiciesen trabajos que no fueran absolutamente necesarios.
JUSTICIA HACIA EL PRÓJIMO:
También ejerció siempre, en todas las fases de su vida, la justicia hacia el prójimo.
“A sus hermanas las trató con perfecta justicia, amándolas con sincero y verdadero afecto maternal. Sin parcialidad las dirigía
y trataba, e iluminada por la fe, las honraba y estimaba como esposas de Cristo”.
Frente a las Hermanas era imparcial. Procuraba corresponder a sus deseos sin preferir o pre-juzgar a nadie. Se esforzó por
dar a Dios su máximo amor y cumplió siempre con heroísmo su total dedicación a Dios;
Nunca se dejó llevar por el respeto humano; buscó siempre la voluntad de Dios y el bien de las almas. Fue auténtica testigo
de justicia ante todo, en relación con Dios, al cual permaneció siempre fiel.
El Padre Beda Mayer dijo: La Madre Bernarda, “Un alma inmolada” Este sentido de justicia irradiaba de manera suave de su
reconocimiento…; no mostraba tierna gratitud sólo por grandes beneficios, sino también por el más pequeño servicio.”
Se le percibía, por así decir, que entonces decía desde lo más íntimo del corazón, un vigoroso “Dios se lo pague”; así lo
atestigua la Hermana Lorenza Sutter.
La Madre Bernarda amó profundamente a Dios por eso lo supo encontrar en sus hermanos, sentirlo en las situaciones vividas,
y en la vivencia de la justicia hacia Dios y hacia el prójimo, que esto sólo se logra desde el verdadero amor a Dios.
3. FORTALEZA:
La Madre María Bernarda reveló durante toda su vida, un cierto radicalismo, sin llegar nunca a extremismos.
Manifestó una excepcional fortaleza, en el desempeño de los cargos difíciles que tuvo, las grandes fatigas y los fuertes
sufrimientos.
La virtud de la fortaleza puede ser leída solamente en la lógica de las Bienaventuranzas.
También en el ejercicio de esta virtud, alcanzó un grado de alto heroísmo.
Es admirable sobre todo, su indómita fortaleza para superar las dificultades y las incomprensiones a las cuales, bien pocos,
como María Bernarda en las mismas situaciones, hubieran sabido hacer frente.
La fortaleza en la sierva de Dios resplandece sobre todo en los momentos de prueba y de tribulación, que no faltaron en todo
el ciclo de su vida. Supo callar y esperar en los momentos de incomprensión con los dos Obispos que tuvieron tanta parte en
su historia: Mons. Pedro Schumacher y Agustín Egger.
Sufrió muchas dificultades con el Obispo de la Diócesis a la que pertenecía, quien quería ablandar la exigencia del
cumplimiento de la Regla de la Comunidad por tratarse de estar en tierras de misiones, pero la Madre Bernarda quería ser fiel
a Dios hasta en lo más mínimo, aunque tuviera muchos sinsabores e incomprensiones. Por tal motivo pidieron algunos
Obispos que la quitaran como Superiora, pero las hermanas se resistieron a esa propuesta y la reeligieron como Superiora
General.
Para aquellos que le habían sembrado en el camino tantas espinas, Bernarda no tenía sino palabras de excusas: “Dios lo
permitió. Él sabía para que debía servir, nadie tenía mala voluntad; no tenían conocimiento de la vida religiosa.” Las amargas
experiencias no lograron disminuir la confianza y veneración que Bernarda profesaba al Obispo. Toda la vida le guardó la más
profunda gratitud y rogaba por él fervorosamente para que Dios le recompensara todo, aún los sufrimientos que le había
proporcionado.” Alma víctima pág. 142.
El secreto de su fortaleza estaba en el ardiente amor por el Señor y también en la plena conciencia que se purificaba y se
convertía en más digna de su Esposo, a través de las pruebas aceptadas con ánimo sereno. De ahí también su imperturbable
serenidad en las humillaciones, en las tribulaciones y en las calumnias.
La Madre María Bernarda ha soportado con valor y sin lamentarse, su enfermedad y molestias inherentes, que con el correr
del tiempo fueron en aumento.
A pesar de sus penas, era siempre pacífica; jamás estuvo abatida, siempre conservó el buen humor y en ocasiones, sabía
hacer bromas.
A la Madre Bernarda, los problemas, las dificultades, las injusticias no le impidieron cantarle al Señor un Cántico nuevo,
resaltando su bondad, misericordia y gracias recibidas, que le ayudaron a fortalecer su vida espiritual.
4. TEMPLANZA: Otra virtud vivida por esta gran Mujer.
El elemento dominante de María Bernarda era la voluntad de Dios. En la templanza ha demostrado la nota de aceptación
gozosa en las sorpresas y sufrimientos de la vida.
Tenía siempre las cosas más pobres en lo que respecta a la habitación, alimento y vestido. En esto no se diferenciaba de las
Hermanas. Además Gozaba con los disgustos de la vida.
Durante su larga enfermedad, siempre se le vio pacífica. Jamás se le observó comportamientos contrarios a la virtud de la
templanza.
Supo desprenderse de todo, con alegría y generosidad; no reclamando jamás nada para sí. No se le vio nunca nerviosa ni
impaciente. Era siempre igual y en todo, era calmada y dueña de sí.
Sus viajes misioneros fueron frecuentemente una auténtica tortura, soportando las más grandes incomodidades con serenidad
y dulzura, con gran espíritu de sacrificio.
La virtud de la templanza la hizo dueña de sí misma, confiriéndole el pleno dominio de sus pasiones.
Unida siempre a la voluntad de Dios, encontró la capacidad de aceptar con serenidad y alegre disponibilidad, todo aquello que
agrada a Dios.
Fue heroica en el ejercicio de esta virtud. Paciente y calmada en grado máximo.
CAPÍTULO 15.
OBRAS DE MISERICORDIA VIVIDAS
POR SANTA MARÍA BERNARDA.
¿Recuerdan ustedes a María Bernarda?, ¿Aquella religiosa Colombo – Suiza que después de llegar a Colombia se instaló con
su pequeño grupo de religiosas en un ala de un hospital abandonado, que se les ofreció como albergue después de salir
huyendo del Ecuador?
Claro que si, hemos escuchado tantos aspectos hermosos de esa maravillosa mujer que salió de un convento de clausura
para venir como misionera a América Latina.
Pues bien, estando aún en Chone, ese pueblecito del Ecuador, donde se ubicaron cuando llegaron de Suiza, en medio de la
estreches de la casita donde vivían, dedicó un pequeño corredor como hospital, para albergar enfermos abandonados o
tirados a la calle; allí los atendía personalmente, y luego les ofrecía formación cristiana, o los preparaba a bien morir.
¿Y,cómo, qué clase de enfermedades tenían? En una oportunidad se acercó una joven preguntando por la Madrecita que
sanaba a los enfermos, mientras mostraba un dedo muy descompuesto, mal oliente y con una hinchazón que le llegaba hasta
el codo.
Por Dios, ¿Qué hizo en aquel momento sin tener medicamentos, ni utensilios para trabajar? Cogió el dedo infectado de la
joven, y sustrajo con su boca, la materia podrida que tenía la joven en su dedo, para poder continuar limpiando y facilitar la
sanación. Luego le echó agua de plantas medicinales, y la muchacha se sanó por completo.
¿Cómo es posible?, yo no sería capaz de semejante acto tan heroico, se necesita ser muy santo para semejante cosa.
Verdaderamente, es digno de todo reconocimiento el entusiasmo y la abnegación con que la Madre Bernarda hacía, a su
alcance, por aliviar el sufrimiento y las dolencias de aquellos enfermos.
Dices que vivían en una casa muy pequeña, ¿cómo podían atender a los enfermos de la calle?
Finalmente la Madre Bernarda, acabó organizando dos habitaciones anexas al convento, para atender más enfermos, que no
sólo curaba, sino sobre todo, derramaba su corazón amoroso en humilde servicio, por Cristo. Incluso, a menudo se le
escuchaba decir: “Llevar una vida cómoda mientras tantos necesitan un servicio, no nos hace felices, en cambio, no crearnos
necesidades produce energía, favorece la salud y alarga la vida.”.
Bueno, y ¿Además de atender a los enfermos, a qué otra cosa o actividad se dedicaban la Madre Bernarda y sus religiosas?
Pues verás, paralelamente con el servicio de salud para los más pobres, atendían una escuela para niñas pobres. En
ocasiones, ante la carencia de sacerdotes, en compañía de sus religiosas, administró el sacramento del bautismo, se interesó
por re- cristianizar a muchos adultos que llegaban de lejos atraídas por la fama de sus virtudes y su santidad, y ella al saber
que sólo tenían el bautismo de hacía 10, 15, 20, o más años, pero sin saber mucho más de la vida cristiana, comenzaba por
enseñarles hasta la señal de la cruz.
Entiendo que allí pasaron sólo 7 años, ¿no es así? Si, tuvieron que salir a causa de la revolución anti - religiosa provocada por
el entonces presidente Eloy Alfaro. Fue cuando salieron y llegaron a Colombia. Pues bien, después del arduo trabajo
misionero, desarrollado en Chone- Ecuador durante su permanencia allí, al llegar a Cartagena – Colombia- con sus hermanas
de Comunidad, continúan su servicio misionero al frente de los apostolados que en el momento eran más necesarios para
extender el Reino de Dios, en servicio a los más pobres y desamparados.
¿Y cuándo comenzaron a trabajar?, Eso fue de una vez, inmediatamente después de limpiar el espacio asignado para su
vivienda, pues como era un edificio abandonado, estaba lleno de telarañas, murciélagos, ratones, cucarachas y demás
insectos propios de tierra caliente, iniciaron tareas apostólicas.
Pero, ¿cómo hacían si no conocían a nadie en la ciudad? Monseñor Eugenio Biffi las presentó a la comunidad, y las invitó
para iniciar la educación con las niñas de la ciudad de Cartagena. Y lo más simpático, como es de esperar los padres de
familia querían que cada escuela fuera orientada por estas estudiosas maestras que enseñaban excelentes conocimientos
escolares, acompañados con la formación de sólidas virtudes cristianas y de bien vivir en Dios, consigo mismas y con los
demás.
Posteriormente la Madre Bernarda y sus hijas de comunidad, recibieron el ofrecimiento de encargarse de una escuela pública
con niñas muy pobres en el Barrio “Getsemaní” de Cartagena. Entonces rápidamente se difundió la noticia de su presencia, y
su influjo como consecuencia del trabajo apostólico de ellas, hasta el punto que a la vuelta de pocos días eran tantas las
peticiones de ir a uno u otro lugar a prestar el servicio, que a menos de dos meses de haber pisado tierra colombiana, cinco
de sus Religiosas con su bendición de Madre, partían hacia Mompós, con el fin de hacerse cargo del hospital San Juan de
Dios, que la ciudadanía de la región les había solicitado. ¿Mompós, y dónde queda eso? Es un municipio situado a orillas del
río Magdalena en el mismo departamento de Bolívar, pero retirado de la capital.
Supongo que tendrían mil dificultades para llegar allá. Indudablemente, para llegar a Mompós había que ir por tierra en carro
durante varias horas hasta llegar al puerto donde se embarcarían a través del río Magdalena, otras cuantas horas hasta llegar
a la población donde les entregaron un pequeño hospital, en un lamentable estado de pobreza y descuido.
¿Qué dice de esa situación la Madre María Bernarda?
Por supuesto, ella que había venido por los pobres, se alegra muchísimo, y cuando fue a visitar la obra, era tal la pobreza y el
abandono en que se encontraba el hospital, que salió a pedir limosna para ayudar a conseguir algunos medicamentos y
material de trabajo, para ayudar en algo, a las grandes necesidades del hospital, y en particular para poder atender a los
enfermos más pobres y necesitados.
María Bernarda y sus religiosas vinieron como misioneras, me imagino que esperaban encontrar pobreza religiosa, moral,
material, qué se yo, pero, ¿quizá no tanto como encontraron. Puede ser que hallaron mucho más de lo que imaginaban, sin
embargo, se lanzaron con coraje y fervor a realizar toda clase de servicios a quien lo necesitara, de manera particular en
beneficio de las clases más pobres.
Tuvo que ser un impacto muy fuerte para estas religiosas, en su mayoría muy jovenes. Ciertamente, pero era tan grande el
deseo de extender el Reino de Dios, que la Congregación siguió creciendo, entonces comenzaron a atender nuevos
apostolados: atendían ancianitos, colegios, internados, obras de salud, entre otros. Y, como hacían su servicio apostólico, con
tanto fervor, y siempre en función de la evangelización, cuando ya había crecido relativamente rápido la pequeña
Congregación, la Madre Bernarda, escribe a sus religiosas, en estos términos: “Amadas hijas, Dios está en la escuela, en la
enfermería, en la portería, en el locutorio, en todos los servicios. Con simplicidad lo encontraremos en todas partes”(Carta del
10 de Diciembre de 1916).
Y también: “Hermanas, la humanidad tiene hambre de amor, no se lo nieguen. Además, Son más hambrientos de amor los
pobres, los ancianos, los postergados en general. Hagan buen apostolado mediante la caridad.”(C.E. No 82).
Qué belleza, Ella sí sabía lo que hacía y para dónde iba.
Bueno, todo esto lo hacían las hermanas, pero en particular ¿qué más hacía la Madre Bernarda? ya Verás…
Me preguntabas, qué hacia la Madre Bernarda en particular. Pues veras, ella trabajaba parejo con las religiosas, buscaba la
manera de hacer todos los oficios en la casa, como una buena mamá, para que las otras hermanas se prepararan para ir al
apostolado; en las noches visitaba a los enfermos, y llevaba algún alimento a los más débiles, y estaba pendiente para que la
administración de los medicamentos fuera oportuna.
En los colegios y escuelas estaba pendiente, y daba orientaciones claras para que el mensaje evangélico estuviera como una
prioridad en la formación de las niñas, así como las buenas costumbres y los buenos modales; que las personas fueran
tratadas con la mayor bondad y caridad posibles, etc. Y cuando en los hospitales veía que estaban para morir, los preparaba a
una buena muerte.
Había en la Madre Bernarda, junto a su profunda vida de oración, un celo ardiente por extender el Reino de Dios:”SER
OPERARIA DEL REINO” como solía decir. Este ideal dominaba sus Escritos y recomendaciones, en los que exhortaba con
frecuencia a trabajar con ahínco y entrega en la evangelización, como hijas fieles de la Santa Madre Iglesia. Así, de esa
manera habla en la carta (C.E. No 2)
No vivía sino en función de la evangelización y extensión del Reino de Dios. Es admirable.
De su acción evangelizadora sabemos que ningún sacrificio le era demasiado grande, con tal de cooperar a que la Palabra de
Dios fuera anunciada diligentemente.
Recuerda que también decía:”El valor de vuestro apostolado depende de la disposición interior de cada una, y sobre todo de
vuestra unión con Dios. Vuestra obras deben ser fecundadas por Dios; diríjanse a Él con la mayor frecuencia posible y pongan
mucho amor en sus obras.(C.A. No 102).
Es precioso ver cómo exhortaba a sus hijas a estar siempre disponibles. Les decía: estén siempre disponibles para:
Atender a los moribundos que nos esperan.
Iluminar a los ciegos espirituales.
Ser apoyo para los cojos espirituales.
Ser voz de los que no tienen voz.
Abrazar en el amor de Dios a los hermanos/as sumergidos/as en los vicios.
“Busquemos las ovejitas perdidas y conduzcámoslas al rebaño del BUEN PASTOR…ejercitémonos en la misericordia en bien
de nuestros hermanos/as.(C.A. No 104)”
Y también, “Dios se hace sentir en los acontecimientos, por eso, respondamos a los signos de los tiempos con el dinamismo
fecundo de los hijos de Dios”(C.P. No 112).
No se cansa uno de leer en sus escritos la manera tan bellamente como decía a sus hijas de Congregación:”traten de calmar
los dolores de los enfermos, sean pacientes y compasivas….ayuden sobre todo, a aquellos que no se pueden valer por sí
mismos”(C.A. No 14).
Como vemos la M. Bernarda asumió, la misericordia como directriz y fundamento de su vida espiritual y misionera. La hizo
impronta y expresión permanente de su ser y su actuar.
La misericordia es para la Madre Bernarda, Amor paciente y misericordioso; Servicio gozoso y caritativo; entrega total a los
pobres y enfermos; experiencia agradecida por el amor de Dios; expresión de confianza humilde; el amor magnánimo de Dios;
Amor resuelto a levantar y a perdonar; Bendecir y orar por quienes nos injurian; Una mirada de amor compasivo.
Deseaba ardientemente, vivir la misericordia y decía:
Yo pobre y miserable en extremo, quisiera decir, que soportaría con agrado que el último santo en la eternidad me aventajara
en gloria, con tal, que ninguno me gane en fe.
El amor más grande de Dios, tanto en el cielo como en la tierra, se concentra en su insondable misericordia.
Quiero permanecer firme y filial, en invencible confianza en tu bondadosa y desbordante misericordia”.
Siguiendo el ejemplo del divino Salvador, decía: Manejaré una espada de venganza cuyo filo penetrará en los corazones, pero
sin causarles dolor; es la espada de la oración continuamente ofrecida por ellas. Que Dios les perdone completamente, así
como también nosotros perdonamos.
La vivencia de la misericordia en M.B. fué el nervio Fuerte, por eso quiso que su pequeña Congregación se caracterizara por
el ejercicio de las obras de misericordia.
En uno de sus momentos de oración profunda en Dios Misericordioso, escuchó que le decía en su interior: Mi niña, mi bien
amada niña, me servirás de órgano sonoro desde donde lanzaré los acordes de mi amor al mundo entero. Libro 1 C.2 p 8-9
Consciente de ese encargo divino oraba así: Haz, oh Señor, que yo sea mensajera de tu amor y Misericordia para que todos
los hombres puedan saber cuan bueno eres Tú.
Nuestra Madre Fundadora María Bernarda Bütler, practicaba las Obras de Misericordia, en la entrega en el servicio de los
necesitados y quería que sus hermanas viviesen en ese espíritu de Minoridad. Sus cartas comprueban este espíritu de
donación: “mis queridas hijas, estad atentas y ayudaos cuanto podáis, cumplid vestras obligaciones lo mejor posible y
practicad así, con desinterés, la caridad – servicio”. (C.A. # 20).
“Tratada de calmar los dolores de los enfermos, sed pacientes y compasivas… ayudad sobre todo, a aquellos que no se
pueden valer por sí mismos”. (C.A. # 14).
“Hermanas, la humanidad tiene hambre de amor, no se lo neguéis, son áun más hambrientos de amor los pobres, los
ancianos, los postergados en general. Haced buen apostolado mediante la caridad” (C.E.Nro. 82).
Su gran amor por los pobres la hizo exclamar: Hijas muy amadas os suplico, os insto, abrid vuestras casas para atender a la
promoción de los pobres y necesitados. Ojalá los pobres se acerquen confiados a vuestras puertas. Llamadlos, animadlos, e
inspiradas por un mismo ideal y obligadas por un mismo amor, anteponed la promoción de la humanidad indigente a todo otro
trabajo”… (Cfr. C.E. 44)
Le queremos comentar una de las contemplaciones de la Madre Bernarda sobre la Misericordia Divina escuchemos:
Altísimo y Santísimo Señor, permitiste que yo pueda dar una mirada al mar insondable de tu MISERICORDIA, diciéndome al
mismo tiempo: "Alma, mira a lo alto, a lo profundo, a lo ancho y a lo largo para ver si puedes medir la plenitud de mi
Misericordia.
Mi ojo iluminado por la fe miró hacia arriba y reconoció, que por encima de la maravillosa Misericordia de Dios no hubo
cumbre ni límite alguno. Traté luego de adentrarme en su profundidad, pero no encontré más que el fondo primige¬nio y
misterioso de la eternidad.
Al mirar a lo ancho divisé un campo in¬menso lleno de frutos singulares de la Divina Misericordia. Después se dirigió mi ojo a
lo largo y descubrió un camino que arrancó de la eternidad recorrió toda la faz de la tierra y al terminarse, ésta desembocó en
el mar jubiloso del más allá.
Entonces dije yo a la Misericordia de las Misericordias: no diviso tu grandeza ni tu altura; no puedo sondear la profundidad de
tu abismo, ni me es posible medir su extensión, ni el al¬cance de su longitud. Me parece, que tu Misericordia infinita hace
som¬bra a tu Justicia, que con todo, es también un atributo de tu divinidad. Señor, permite a este miserable gusanillo que Te
pregunte por qué me revelas tu Misericordia bajo esta luz, sabiendo que sobre la gran mayoría de los hombres pesan tus
terribles y justos castigos? “Con amor eterno te amé, y mi Misericordia te ha atraído hacia Mi".
Mi buen Dios, esto lo dijiste a tu pueblo del A.T y hoy me lo di¬ces también a mí, a quien amaste con amor compasivo desde
la infancia, Sólo un Dios puede malgastar tanto amor y tanta misericordia en una po¬bre pecadora, como soy yo. Alma mía,
por esto ensalza a tu Dios y Creador y canta su Misericordia, porque te ama desde antes de nacer.
En el canto encontramos cómo Dios a través de la Madre Bernarda propició mucha misericordia y acogió a los que
necesitaban del amor.
CAPÍTULO 16.
MARÍA BERNARDA BÜTLER UNA MUJER
EUCARÍSTICA.
En el Capítulo anterior veíamos el gran amor, el inmenso vigor, la abnegación heroica y la entrega total como se dedicó la
Madre Bernarda a vivir intensamente todas las obras de misericordia, tanto espirituales como corporales.
También hemos leído la forma tan amorosa y con un tinte tan evangélico como Ella vivía este amor por los más necesitados.
¿Pero, de dónde obtenía tanta fortaleza, en medio de esa extrema pobreza?
Bueno, pasemos por unos momentos a los años de su vida en la costa Atlántica, en medio del ardiente sol tropical, cuando el
suelo se vuelve tan árido por la falta de lluvia, y la fuerte brisa marina arrastra oleadas de aire seco, haciendo giros con la
arena de las playas produciendo mayor calor del acostumbrado, mientras nuestra querida María Bernarda, proveniente de la
fría región Suiza, sin detenerse a servir al pobre por amor a Cristo, se acerca ágil a servir, como si el calor no hiciera mella en
su ser.
 ¿Cómo tenía tanta fortaleza?
María Bernarda pasaba siempre en la presencia de Dios, porque su vida Eucarística la iluminaba como un faro. Ella era
convocada permanentemente a continuar en la presencia de Jesús Eucaristía a lo largo de todas las horas del día, de lo cual
sacaba fuerzas para todo servicio apostólico. Y sabía combinar eficazmente oración y apostolado.
Como lo afirmaron los teólogos, “fue una mujer bíblica, fuerte, prudente, sabia y buena, que supo unir contemplación y acción,
llevando a Dios a las gentes y la gente a Dios”.
Por otra parte, la Santa Misa, la Sagrada Comunión, estar a los pies del Sagrario todo el tiempo posible, fue su modo de ser y
la fuerza de su vida y misión. La Eucaristía la inflamaba de amor divino y desarrollaba plenamente sus virtudes heroicas.
Consecuentemente, la suya fue una vida Eucarística, hecha pan partido y entregado para la vida de muchos.
Se sorprende uno viendo cómo logró llegar tan fácilmente a la santidad.
¿Cómo que fácilmente? Pareciera como que hubiera nacido santa. Por la madurez de su vida, a primera vista pareciera que
hubiera sido así, pero no, la Madre Bernarda, no nació santa, Dios la fue haciendo caminar hacia la santidad a lo largo de sus
días. Ya desde muy pequeñita su ser estaba centrado en Dios.
De veras, ella misma dice en su autobiografía:”Muchas veces me sucedió que tenía de repente la más absoluta seguridad de
que Dios N.S. estaba a mi lado”.
Y también:”El Espíritu Santo, me enseñaba interiormente cómo adorar, bendecir y agradecer a Jesús en el Sagrario, hora por
hora, aún en medio del trato con la gente”.
Entonces, podemos observar fácilmente que el sol y centro de toda su devoción por Jesús fue el Santísimo Sacramento del
altar. Por un conocimiento infuso, siempre más claro, comprendió la magnificencia que oculta la soledad del Tabernáculo. Su
alma fue atraída hacia Él como por un misterioso imán. Recuerda como escribe en su autobiografía acerca de su época de
juventud: “Apenas podía salir de mi casa los domingos, me apresuraba a ir a la iglesia y miraba largamente al sagrario, sin
poder quitar de él los ojos.”(A.V.)
¿Esto fue suficiente para que Verena (Bernarda), se enamorara, por así decirlo, de la Eucaristía?
Por otra parte, uno de sus tíos le obsequió un pequeño librito que contenía enseñanzas de cómo se podía hacer adoración
cada hora del día. Dice que lo leyó con hambre insaciable, una, dos y muchas veces más. Y que después de esto crecía más
y más el ansia por el Santísimo Sacramento.
Además, se levantaba muy temprano a cumplir sus obligaciones de familia con la intención de asistir a la Santa Misa, en la
que participaba con el mayor fervor posible.
Pasados más de cincuenta años, una anciana religiosa, Sor Catalina Bütler, de su mismo pueblo, testificó lo siguiente:
“Todavía guardo un vivo recuerdo de la piedad tan extraordinaria que Verena manifestaba al asistir a la Santa Misa;
permanecía arrodillada, sin moverse, con las manos juntas y sumida en oración profunda. Tanto a mí como a otras personas,
nos atraía y edificaba su devoción”.
Es decir, que ya en su niñez y en su juventud, ¿María Bernarda, cultivaba un gran amor por la Eucaristía?
Indudablemente; Bernarda contaba que no le gustaba el estudio de memoria, y que de las largas conferencias sobre el
Santísimo Sacramento del altar, cuando se preparaba para hacer la primera comunión, se le quedó grabado profundamente
solo esto: que en la Santa Comunión se recibe a Jesús con su carne y su sangre, su cuerpo y su divinidad, y con el
pensamiento de que Jesús venía la llenaba de un inmenso júbilo. Luego, cada una de las comuniones siguientes significaba
para la pequeña Verena un acontecimiento íntimo.
¿Si las largas conferencias no le gustaban cómo pudo pasar el examen para hacer la primera comunión?
Había convenido con una amiguita hacer pequeñas economías para mandar a celebrar una santa misa en acción gracias si
salían bien en el examen. Llamadas ante el examinador, contestó magistralmente todas las preguntas. Pero aún faltaba la
última:”¿Con qué virtudes debe estar adornada el alma para recibir dignamente la sagrada comunión?
¿Qué hizo entonces, Cómo se las arregló?
Después de un momento de perplejidad, en que Verena invocó desde lo más íntimo de su alma la ayuda de Dios, contestó:
“Con las virtudes de la fe, esperanza y caridad”. El párroco siempre tan serio no pudo menos que sonreír al ver el afán de la
niña y le anunció amablemente su admisión a la mesa Eucarística.
¿Entonces hizo su primera comunión?
Desde luego, se preparó con profunda fe, y el pensamiento que la dominaba era: “Jesús viene”. Todo su ser estaba centrado
en Dios.
Ya en la vida religiosa, Dios la bendijo con una profunda fe en este Santo Sacramento. La eucaristía era el centro de su vida,
la hora grande, por eso decía:”es el tiempo más precioso en que uno puede ganar o perder muchísimo”. “La santa eucaristía
es mi consuelo en la vida, que sea también mi consuelo en la muerte.”
Toda su vida se desenvolvía en torno a la Eucaristía, de aquí su afirmación:”Si comulgamos bien, avanzaremos en la
perfección, y esta, es vida en el amor, que lleva a la unión”(Carta E.No 22).
Ella participaba en la Santa Misa con un ofrecimiento continuo de sí misma, como Holocausto de alabanza a la Santísima
Trinidad y como víctima de expiación por los pecados del mundo.
Además tenía las más bellas expresiones para referirse a la Sagrada Eucaristía.
Cómo cuáles?
Entre otras expresiones, decía a sus hermanas:”He aquí que nos vino del cielo el Pan y el Vino que engendran vírgenes. Este
manjar celestial satura su cuerpo, lo purifica, y lo transfigura ya aquí en la tierra. Efectos mayores produce todavía en sus
almas inmortales animándolas y operando en ellas una semejanza con Dios, hasta donde sea posible. Dense cuenta de que
sus anhelos santos y sus esfuerzos constantes son fruto de la Sagrada Comunión”.
En otra ocasión acerca de la Santa Misa, dice:”aprovechen esta gracia inmerecida con especial fervor. Traigan a ésta, la
mejor preparación. Cada una pregúntese: ¿no albergo en mi corazón algún desamor contra alguna persona? Si lo afirman
hagan un acto de contrición y el firme propósito de reparar, si es posible enseguida después de la Santa Misa con palabras,
actos de caridad y oración por la misma persona. Así se podrán presentar con confianza ante el trono de la divina
misericordia”.
Estando muy joven, ayudaba en su casa a las faenas del campo junto a su padre y a sus hermanos. Dice entonces
Verena:”Yo dispuse mi trabajo de modo que pudiera asistir diariamente a la Eucaristía. Me levantaba temprano, adelantaba
mis quehaceres y me deslizaba a la iglesia. Esto llamó la atención al vigilante pastor –es decir, al párroco y en la siguiente
confesión me preguntó, si mi madre y mi padre estaban de acuerdo que viniera todos los días a misa, yo tuve que confesar
que no sabía, pero que quizás no siempre les gustaba. Bien, me dijo el sacerdote, en adelante vienes solo con el permiso de
tus padres. Aquella orden me costó, pero sin embargo la obedecí, puntualmente porque fui informada al mismo tiempo, que
por obedecer nada se perdía.”
¿Cómo así, que tenía que pedir permiso para ir a la Eucaristía? ¿Acaso no era una familia muy religiosa?
Eso es cierto, era una familia muy religiosa, pero recordemos que Verena era una niña de una familia campesina que debía
colaborar con los trabajos del campo.
En otra oportunidad llegó a las manos de Verena, un folletico con un esquema de la manera como se podía rendir culto al
Santísimo Sacramento en las diferentes horas del día. Dice entonces ella, recibí el folleto con gran alegría y devoraba su
contenido con gran fruición. Lo leía y lo releía y me sentía inundada de gracias.
Parece que desde entonces se la Sagrada comunión la hubiera transformado.
No cabe la menor duda, pues ella misma dice que desde el momento en que recibía la Sagrada Comunión, se cría
transportada al paraíso. Que volaba a la iglesia y regresaba a la casa deseosa de obedecer y de servir, no escatimaba ningún
sacrificio y que como consecuencia de la lectura del folletico, se prendió en su alma una vehemente nostalgia al Dios
Eucaristía.
Indudablemente fue una niña que se dejó poseer por Dios, desde la Primera Comunión.
No solo eso, también refiere en sus escritos místicos, que los domingos por la tarde, si era posible, permanecía a veces, sola
en la iglesia mirando al sagrario sin parpadear y oraba con tal fervor que no veía pasar las horas.
Seguramente que si la juventud de hoy aprendiera de Verena este amor a la Eucaristía, la sociedad se transformaría.
Me pregunto: ¿qué le diría Verena al Señor?
¿Cómo le hablaría, qué le diría siendo una joven sin muchos estudios, apena con unos años de secundaria?
Ella se expresa al respecto:”El Espíritu de Dios me indicaba cómo adorar, alabar, honrar y dar gracias a Jesús sacramentado,
hora tras hora, y en medio de la gente y durante el trabajo. También aprendí la Gran Oración de súplica por la iglesia, las
autoridades, y las benditas almas del purgatorio. Honré también las diversas virtudes de la Virgen María, recorrí la vía
dolorosa del Señor, espiritualmente.
Pasaría entonces todo el día en oración, sin trabajar.
Oraba interior y exteriormente todo el día.
Podría decirse que era una joven modelo.
Era un gran testimonio para otras niñas y jóvenes de su edad. Verena refiere que le enseñó el mismo método a una amiguita
suya- a propósito- con el tiempo perteneció a la misma comunidad, con el nombre de Sor escolástica. Pero no solo a ella,
también otras jovencitas de su entorno comenzaron a frecuentar los sacramentos, algunas comenzaron a confiarle sus
anhelos más íntimos, dedicaron tiempo a la oración, y como consecuencia muchos mayores viendo el ejemplo de la juventud
que se había renovado, facilitó la renovación de toda la parroquia.
Ya en la vida religiosa su amor a la Santa Misa era extraordinario. Se preparaba con ardiente fe y devoción. Ofrecía todo el
bien de las acciones, pensamientos, palabras, sufrimientos, deseos, victorias obtenidas sobre el mal, todos los trabajos, los
meritos y las acciones de la Santísima Madre de Dios, María, y los méritos de todos los santos .Y así oraba:
”Oh Santísima Trinidad, que también hoy participe, para tu mayor gloria, de todas las santas indulgencias a favor de la santa
madre iglesia y para ayuda y consuelo de las benditas almas del purgatorio”.
“Oh mi Jesús, yo creo en Ti, Oh mi Jesús, yo espero en Ti, Oh mi Jesús, yo te amo sobre todas las cosas, no por el cielo
prometido, ni por el temor del infierno. Yo te amo más que mi propia vida y bienaventuranza. Me pesa de todo corazón
haberte ofendido; me humillo hasta el fondo de mi nada y me tengo totalmente por indigna de la inmensa gracia de la Santa
Comunión. Al mismo tiempo me consumo en deseo por recibirte ahora mismo en mi pobre corazón. ¡Ven, Oh Jesús, ven!- Y
ahora acudo a Ti, purísima Reina Celestial, Virgen Inmaculada y dulce Madre de Misericordia, Santa María. Llorando y
gimiendo caigo a tus pies, trayéndote un corazón lleno de filial confianza, te pido insistentemente me cubras con tus virtudes y
padecimientos y con los de la vida, pasión y muerte de tu Divino Hijo, Nuestro Salvador. Adorna mi corazón y mi alma con una
hermosura tal, que atraiga gozosa y amorosamente a tu dulcísimo Hijo presente en este misterio de amor, para que Él me
haga bienaventurada y Santa. Amén.
Si, en orientaciones a sus hermanas de Comunidad le decía:”hagan de sus encuentros Eucarísticos un medio eficaz para
comentar la común –unión en sus fraternidades.
También: “La sagrada comunión es el banquete de amor por excelencia, y su fruto propio es el amor”.
“Poco fruto produce el Pan Eucarístico colocado en un corazón colmado de actos contrarios al amor de Dios”.
En una de sus cartas dice: Amadas hijas, deseo que todas sus comuniones estén preparadas con anterioridad, mediante los
pequeños servicios de caridad:
Tratarse bien siempre y en todas partes con sincera afabilidad.
Desechen enérgicamente todo juicio desfavorable respecto a cualquier persona.
Perdonen de todo corazón, palabras bruscas, olvidos y desatenciones.
Sean pacientes y ámense recíprocamente.
No se retiren a descansar al final del día, sin haber cancelado toda deuda respecto a la caridad.
Todo esto realizado con recta intención, es la mejor preparación remota para recibir la Sagrada Eucaristía. En estas
condiciones, la sagrada comunión producirá ricos frutos y sus fraternidades se convertirán en hogares de paz y hogueras de
auténtica caridad. Y si algún día nos tenemos que quejar de la falta de mutuo amor, es señal de que no sabemos comulgar.
Qué palabras tan sabias y tan llenas de Dios. ¡Ah!, recuerdo que en otra ocasión invita a prepararse a comulgar, pasando el
día sin una sola falta voluntaria.
En su ancianidad, estaba muy enferma, casi no podía moverse, y sin embargo, se hacía llevar a la capilla para asistir a la
Santa Misa.
Concluyamos este capítulo con la oración de gracias que solía rezar la Madre Bernarda después de comulgar:
“Mi Jesús, te amo, te alabo y te bendigo, porque bajaste tan misericordiosamente a la pobre choza de mi corazón. ¡Acción de
gracias y alabanzas te sean dadas de eternidad en eternidades! Mi Dulcísimo Jesús, obra por medio de esta Santa Comunión
en mi alma todo aquello que has propuesto desde la eternidad y no permitas que yo ponga obstáculos a tu divino querer.
Amén.
En el próximo capítulo vamos a tratar la fidelidad que tuvo siempre la Madre Bernarda a la Santa Madre Iglesia.
CAPÍTULO 17.
FIDELIDAD A LA SANTA IGLESIA
En este Capítulo vamos a tratar un tema supremamente importante en la vida de esta gran Mujer “Santa María Bernarda
Bütler, la Fidelidad a la Santa Iglesia.
Santa María Bernarda, veía en las horas de oración y de gracia la grandeza y hermosura de la Iglesia. La contemplaba como
la inmaculada esposa de Cristo; cuya hermosura nunca disminuye y cuyos tesoros no conocen mengua; la miraba como a
faro luminoso edificado a orillas del mar “Su altura se extendía hasta perderse en los cielos; su luz penetra pura y brillante
hasta los profundos abismos e ilumina las más altas cimas, señalando a los marinos los escollos y guiándolos a seguro
puerto”.
En otras ocasiones la contemplaba como un ejército en orden de batalla para librar los combates de Dios, extender los
dominios del Rey supremo y aniquilar el poder infernal. También ensalzaba a la Iglesia como madre de los fieles y reina de los
pueblos, ataviada con caridad inmutable y con un poder que abraza los cielos y la tierra. Motivos todos que inundaban el
corazón de la Madre Bernarda de encendido amor y profunda veneración por tan soberana reina y madre. Con cariño y
respeto al mismo tiempo siempre la llamaba, LA SANTA MADRE IGLESIA.
A las Maestras de Novicias las exhortaba:”Procurad infundir en las novicias una veneración muy grande hacia nuestra Santa
Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana ¡ Ojalá no la llamen nunca sino Santa Madre Iglesia”. Cuánto entusiasmo y amor
filial brillaban en las siguientes palabras: “Oh esposa Santa de mi Dios Salvador, cuántas veces oigo tu nombre ¡Santa Madre
Iglesia¡ me siento invadida de amor Oh alma mil veces feliz, poder ser hija de tan Santa Madre ¡Si de tanta alegría me llena
este pensamiento en este valle de lágrimas, qué será allá en el cielo donde eres la madre y esposa triunfante y gloriosa por la
eternidad?”
A esta Santa Madre juró la Madre Bernarda fidelidad y deseaba sellar con su sangre ese trato de amor. “Creedme; aunque mil
espadas estuvieran suspendidas sobre mi cabeza, y el grito de los enemigos resonara en mis oídos: reniega de la Iglesia o
mueres, más alto que su clamor alzaría mi voz: ¡atravesadme mil veces! Eternamente guardaré la fe y el amor a mi Santa
Madre! Oh dulce, oh Santa Iglesia, mi Madre, en ti y por ti muero; tuya soy en Dios por toda la eternidad”.
No hay amor acá abajo sin sufrimiento. El amor a la Iglesia hizo que la Madre Bernarda sufriera muchísimo. Seguía con
mucho interés los diversos acontecimientos de la Iglesia y se entristecía profundamente al oír hablar de las persecuciones.
Ciertos prejuicios contra la Iglesia penetraban en su alma como punta de acero afilado. Pero un velado gozo acompañaba
tales penas: se sentía entonces más hija de su madre, con quien compartir sus dolores. Hasta el último suspiro de mi vida
compartiría contigo, Santa Madre Iglesia, alegras y penas; si estás perseguida contigo estoy yo perseguida; si estás enfuriada
y calumniada, contigo sufro injurias y calumnias; si estas enlutada también llora mi corazón; sí celebras tus triunfos, contigo se
exalta mi alma de gozo”.
Las constantes necesidades de la Iglesia la impulsaban a la oración continua, tanto que toda su vida se convertía en una
oración permanente por ella, reunía todas las necesidades de la Iglesia y las presentaba suplicante al trono de Dios: “Jesús
mío, misericordia, por tu esposa la Santa Madre Iglesia”. Durante el trabajo, en la Santa Misa, en la noche y toque de cada
hora ofrecía la preciosa sangre de Jesús por las necesidades de la Iglesia.
Como la Madre Bernarda se sentía tan de verdad Hija de la Iglesia, amaba apasionadamente el breviario romano. Es la
oración de la Iglesia, la oración ante la cual cedían todos sus intereses personales. Al rezar el breviario se sentía más que
nunca miembro de la gran comunidad de los Santos; y como miembro de la Iglesia militante tomaba parte en sus
preocupaciones y alegrías, en sus esperanzas y decepciones. A sus hijas les decía con santo fervor. “Si amáis a la Santa
Madre Iglesia, pensad que el breviario es su oración oficial, llena de alabanzas y honor de gracias y bendición, llena de
humildad, suplicas, arrepentimiento y amor.
Incansablemente se esforzaba para hacer de su Congregación un ejército de animosas luchadoras, que con la oración la
reparación y el sacrificio debían contribuir al triunfo de la Iglesia. “Es nuestro santo deber colaborar para llevar a la Iglesia a la
plenitud de su prosperidad.” Por eso recomendaba a sus hijas su jaculatoria favorita: “Jesús mío misericordia, por tu esposa la
Santa Madre Iglesia”. Deseaba que en cada momento se alabara con esta oración.”
Pero el testimonio más recomendable de la fidelidad a la Iglesia es la obediencia a sus leyes, Y cuán santas eran todas para
la Madre Bernarda! Su principio era: “Vivir y morir según las leyes de la Iglesia. Una hermana que pasó mucho tiempo a su
lado, atestigua que las disposiciones de la Iglesia eran para la Madre Bernarda la primera y última palabra en todo su obrar.
Cualquier interés y miramiento personal lo sacrificaba prontamente en aras de la obediencia a las leyes de la Iglesia y a los
mandatos de los superiores. Si alguien le hacía ver alguna dificultad, lo rechazaba sin tardanza, diciendo: Nosotras sus hijas
predilectas tenemos que estar siempre prontas a cumplir en todo su voluntad”
A favor de esta obediencia a la Iglesia tenemos el más valioso de los testimonios, a saber, el del Arzobispo de Cartagena,
quien fue su superior durante casi treinta años. El dice bajo juramento: “Ante todo se distinguía la Madre Bernarda por su
obediencia ciega, perfecta y universal hacia sus Superiores eclesiásticos, no sólo en cuanto éstos le mandaban algo, sino aún
al hacerle una simple indicación”.
Siempre fue su deseo, escuchar la voz de la Iglesia y dirigirse por la fe, que brillaba en ella como luminosa antorcha. “No
conozco otro deseo sino vivir en la santa fe católica, ella es mi antorcha misteriosa, aunque al presente oculta entre las nube;
con entera libertad afrontaba todas las persecuciones contra la Iglesia. De ella se conservan más de dos mil cartas: todas
testifican el “Sí” a Dios y la obediencia perfecta a la Iglesia, llamada por ella: “rio de gracias que recorre todos los tiempos y
todos los países”.
La Madre Bernarda decía: “Critica es la época que vivimos y grandes como nunca la urgencia de la oración y la virtud, pero no
olviden, ningún amor es duradero, sino se edifica sobre la humildad. Hermanas amémonos de corazón y seamos humildes.”Tú
has de ser una ferviente y fiel hija de la Iglesia y de tal manera has de adheriste a ella, que sus sufrimientos te conmuevan
hondamente al corazón. Amala con todas tus fuerzas, apóyala por ser la amada del esposo celestial”. Se husmea ya muy de
cerca una terrible tempestad que arrastrará a muchas personas consagradas, cuyo amor a la Iglesia se ha enfriado. En los
turbulentos tiempos actuales la Santa Madre Iglesia necesita hijo de fe robusta, solo estos, aunque fueran unos pocos, serían
capaces de sostenerla. Y tú has de ser una de esas hijas que sostengan la Iglesia con tu vida de oración, amor y sacrificio.
La Congregación de Hnas Franciscanas Misioneras de María Auxiliadora, tiene la misión de ser Operarias del Reino de Dios,
bien lo decía la Madre Bernarda:“Amadas hijas, gozaos de vuestra vocación de Operarias del Reino. La expresión “Operarias
del Reino”, que caracteriza el modo de actuar de la Congregación posiblemente es también consecuencia del gran amor que
la Madre Bernarda a la Santa Madre Iglesia.
La Madre Bernarda, aunque en lejanas tierras del Ecuador, estaba atenta a las palabras de la Iglesia, se sintió interpelada y
decidió que ella y sus hermanas fueran “Operarias del Reino, trabajando realmente de tiempo completo, soportando el peso y
el calor del día, para anunciar a Jesucristo, en los lugares más necesitados de evangelización, para servirlos en cada
hermano, a través del principio y de la práctica de la misericordia. Serían obreras de la Palabra, obreras de la misericordia
llamadas por “El Señor de la mies a trabajar allí donde la mies es mucha y los obreros poco”.
En una de las cartas que les dirige a las hnas en la Obra Pia les dice: Permitidme esta exhortación: Sed auténticas Hijas de la
Iglesia! Temo que olvidéis a veces vuestra condición de Miembros del Cuerpo Místico de Cristo, y las exigencias que esta
demanda.
Oh, amada Madre Iglesia¡ Quienes, sino tus fieles Hijas, te consolarán en estos días aciagos¡. El Papa sufre y se ve atacado
de muchas maneras. Muchos sacerdotes vacilan en la fe y en la obediencia y el Pueblo de Dios reclama nuestra ayuda, quién
será insensible para evadir la práctica de auténticas virtudes? ¡Quién retrocederá ante los pequeños y grandes sacrificios que
demanda la convivencia de cada dia? Quién olvidará sus obligaciones de Hija agradecida de la Iglesia?
Animo, HIJAS DE LA Madre Iglesia ¡salid de la rutina, vivid vuestra entrega. Luchad. En la altura está vuestra meta.
Despertad, amadas Hijas, vuestra Madre la Iglesia os necesita. Manos a la obra y luchad valerosamente ¡Vuestro dinamismo
será medio eficaz de auto liberación y os convertirá en holocausto agradable a Dios y para bien de la Iglesia. Debéis morir la
muerte que mueren los justos todos los días. Más viviréis en aras del Amor e incrementaréis la vida de la Iglesia.
El rasgo dominante de la fisonomía espiritual de la Madre Bernarda, tal como se viene configurando progresivamente en los
períodos de su existencia terrena, está constituido por el amor a la Iglesia, llamada siempre por ella la “Santa Madre Iglesia”.
Podemos decir que la Madre Bernarda fue un “Alma Eucarística”. Se sentía “invadida de amor” cada vez que oía el nombre de
la Iglesia, toda orden Eclesiástica era para ella una “ley de Dios”. Y la valoración y solicitud especial por los sacerdotes se ve
claramente valorizada en su vida felizmente realizada y gastada por la extensión del Reino de Dios.
Decía a las hermanas:“Apropiaos el espíritu de nuestra Madre la Iglesia. Como hijas fieles haced vuestras sus alegrías y sus
penas. Trabajad con interés e incansablemente por la extensión y el mejoramiento del Reino de Cristo. Os suplico que os
hagáis con frecuencia esta pregunta:
¿Puedo afirmar de buena fe, que busco ante todo la Gloria de Dios?
Aplico generosamente mis humillaciones y sacrificios para salvar almas que están en peligro de perderse?
¿Comprendo de verdad que el Reino de Dios sufre violencia y que sólo personas heroicas pueden ganarlo y propagarlo?
Preguntas de esta clase deberían inquietar a una buena Hija de la Iglesia. Pero ante todo es necesario, cultivar el Reino de
Dios dentro de nosotras mismas mediante la práctica de sólidas virtudes.
“Hermanas una verdadera Hija de la Iglesia, convive momento a momento su Misterio Pascual con Cristo. Ella hará de la vida
un paralelo lo más perfecto posible de la Redención del Salvador. Amadas hijas gozaos de vuestra vocación de OPERARIAS
DEL REINOSu ánimo continuo de comunión con la Santa Madre Iglesia, la veneración y obediencia a sus ministros la identifica como un
alma Eclesial. Así declara un testigo del proceso de canonización: “Raramente existirá quien haya orado y sufrido tanto por el
Santo Padre, los obispos y los sacerdotes como la Madre Bernarda.
En los últimos días de su vida, le preguntó a el padre confesor: Reverendo Padre, no es verdad que moriré, como hija fiel de
la Santa Madre Iglesia? Esta pregunta encerraba todas sus esperanzas y todo su amor a la Iglesia católica
CAPÍTULO 18.
LA MADRE BERNARDA, HIJA DE LA VIRGEN MARÍA
Hoy trataremos El amor de María Bernarda por LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA.
Ah! ¿también se destacó por el amor a María?
Claro, que sí, no se puede pensar en una santa religiosa que no ame profundamente a la Madre De Jesús.
Y, ¿Bajo cuál advocación?
La Madre María Bernarda colocó la congregación bajo la protección de María Auxiliadora, porque ella y sus compañeras
salieron de Suiza de un convento llamado María Hilf o María Auxiliadora, entonces se sentían muy unidas espiritualmente a
las religiosas del convento de origen.
Aquí conviene detenerse un momento, para conocer este aspecto de la vida de esta religiosa santa.
Desde luego. Es tan hermoso ver, cómo la Madre Bernarda gozaba profundamente al llegar el mes de mayo para honrar de
manera especial a la Santísima. Virgen María.
Me imagino cómo se desviviría por celebrarlo con todo el fervor posible.
Efectivamente, de ella leemos palabras tan claras sobre María, como:
¡Oh! Ameno mes de mayo! Ojalá se derrita la fría capa de hielo que cubre la tierra, y que broten los gérmenes de una nueva
plantación de Dios, en este valle de lágrimas; ojalá se agruparan en todo el mundo los HIJOS DE MARÍA, en torno a la
MADRE CELESTIAL; Ojalá pidieran a la REINA DE MAYO, sin cansarse, el surgimiento de un nuevo género cristiano.”
¡Ah, sí !, recuerdo también que en otra ocasión decía:”María es la obra maestra, la obra primera salida de las manos de la
Santísima Trinidad, la agraciada esposa del Espíritu Santo, la más perfecta discípula de Jesús. Es la más fiel seguidora del
Corazón de Jesús porque encarna en su santísima vida todas las enseñanzas del evangelio.”
Efectivamente, y se dirigía con esas palabras a religiosas, sacerdotes, y cristianos en general.
¿Recuerdas algunas expresiones que Bernarda utilizaba para hablar de la Virgen María?
Claro, se dirigía a todos con palabras llenas de fe en María. Así decía:
”Nuestra Reina–Madre, nos da la mano, nos guía y nos lleva a la meta que cada cual se ha propuesto. Esta tierna madre se
inclina con preferencia sobre los más débiles, pobres, ciegos y extraviados, como si fueran sus hijos legítimos.(Diarios
Espirituales.)
También se expresaba con alabanzas:”Oh, esta admirable Madre es toda mansedumbre, bondad y amor, a semejanza de su
Hijo. En consecuencia, ella no puede hacer otra cosa que derramar amor y misericordia sobre nosotras. Entonces, si tienen
una chispita de fe y un poco de confianza, refúgiense bajo el manto protector de María y pónganse en sus brazos de Madre,
porque allí serán convertidas, confortadas, purificadas y salvadas.”(D.E.)
Ciertamente que María Bernarda infundía un amor especial por la Madre de Dios.
Pues imagínate que quiso que cada una de las Hermanas de la comunidad llevaran el nombre de María.
¿Cómo así?
Si, por ejemplo: Sor María Andrea, Sor María Patricia, Sor María X, etc. Y ella misma siempre se firmaba Sor María Bernarda.
Algo más, en sus comunicaciones a las religiosas de la comunidad les decía:”Amadas hijas, acudamos a esta bondadosa y
fidelísima Madre, amémosla y venerémosla con todas las fuerzas de nuestra alma. Recordemos cómo desde niñas nos
enseñaron de palabra y de ejemplo cómo podemos amar a esta tierna Madre. Ya mayorcitas aprendimos de los reverendos
sacerdotes a celebrar las fiestas marianas y las diversas prácticas de ser buenas Hijas de María. Y ahora, cuando ya somos
esposas de Jesús, Hijo de María, nuestra devoción, veneración y amor a María debería haber llegado a su ápice.” Este amor
a María nos hace ser valientes Misioneras, para implantar el Reinado de María en los corazones de la juventud, de los
enfermos, y de gente de todo rango y estado”
¡Era un amor entrañable a La Santísima Virgen María.
Además completaba: “Si no los podemos instruir, podemos Orar por ellos para que millones y millones de almas se sientan
atraídas por María, y sean un día recibidas en el Reino eterno de su Hijo”.
O sea, que para la madre María Bernarda, era esencial amarla mucho. Y por supuesto pedirle gracias, y rezar el rosario.
No, no, de ninguna manera, Bernarda invitaba a tener confianza en María para salvar muchas, muchas almas. Sin embargo
les decía también:
“Queridas hijas, no perdamos de vista lo más importante de una auténtica devoción a la bienaventurada Virgen María. Pues,
ha de ser una devoción seria y comprobada:
“ES BUENO REZAR A MARÍA,
ES MUY BUENO ALABARLA Y GLORIFICARLA
ES INDISPENSABLE PEDIR TODOS LOS DÍAS SU PROTECCIÓN;
PERO LO MÁS NECESARIO E IMPORTANTE
ES SEGUIR FERVOROSAMENTE SU EJEMPLO Y SU PASIÓN.”
En una palabra, tenemos que apropiarnos todas sus virtudes.”
La Madre Bernarda encontró en el amor a María Santísima el apoyo, la seguridad para encontrar a Jesús. La sintió como
verdadera Madre suya y por eso inculcó en sus hijas el amor a María.
Bueno, como decíamos, Bernarda invitaba a practicar en todo momento el amor a la Madre de Dios, por eso siempre iniciaba
sus cartas con la expresión:”AVE MARÍA!” En Jesús amadas hijas. Y no escribió 4 o 5 cartas.
¿Cuántas escribió?
Parece mentira, pero hay conservadas 2159 cartas personales dirigidas a sus religiosas.
¿2159?, increíble, ¿por qué esa cantidad de cartas?
Porque ella las acompañaba y guiaba espiritualmente una a una.
Bien, pero estamos hablando del inmenso y profundo amor que la Madre Bernarda profesaba a la Santísima Virgen María.
A propósito de ese profundo amor, de la madre Bernarda a la Virgen María, recuerdo que en uno de sus diarios espirituales
escribe:”! Oh Madre mía! Santa Madre de Dios, tú eres mi gozo indecible y consuelo en la vida y en la muerte! ¡Oh Madre mía,
yo quisiera que mi corazón se rompiera de fidelidad y de amor por ti”! (carta. # 62)
Con esto, no quiero decir, que la Madre Bernarda amara a María solo con un amor de simple afectividad. Ella la amaba y
admiraba por su profunda humildad. Naturalmente, pues, ella a su vez fue tan humilde que fácilmente se puede deducir.
Volviendo a sus escritos, dice la Madre Bernarda:”Tanto se abajó y se humilló a sí misma la pura e inmaculada Virgen, que el
fruto de su humildad, es el mismo Hijo de Dios, que descendió a sus castísimas entrañas.” (Diarios Espirituales # 14).
Y además dice que: “María es la sede de la sabiduría. La Virgen más sabía. La medianera de las gracias divinas. Ella fue la
sabia maestra de los apóstoles. Ve a su escuela” (Carta # 62).
Cabe señalar que en los escritos de la Madre Bernarda, no se queda una solo virtud de la Santísima Virgen María, sin
considerar ampliamente.
De acuerdo con sus escritos, Bernarda alaba a María, en su nacimiento, como Niña por su dulzura y candor, la alaba por su
corazón y su ser pobre dependiendo solamente del querer de Dios, por su inmaculada pureza, su obediencia, como maestra
de oración, mediadora, como nuestra guía, como madre dolorosa, madre de la iglesia, en la sagrada familia, en fin. Bernarda
no termina, ni se cansa de alabar, bendecir y glorificar y sobre todo, imitar fielmente a María.
La Madre Bernarda escribió algunos pensamientos sobre la Santísima Virgen María escuchemos:
“Es indispensable que aprendamos a amar. Los corazones de Crissto y de María nos sirven de modelo por ser prototipos de
toda Caridad. Que la Madre del amor hermoso nos lleve de su mano y nos conduzca a Jesús, horno del Amor Divino.
Esforcémonos en ser auténticas Hijas de María. Huyamos de la superficialidad; cultivemos la oración y conversión de nuestro
trabajo y recreación en manifestaciones de Dios que convencen y arrastran.
Después de Dios, María ha de tener el lugar de predilección en nuestros afectos.
¡Animo! Y estemos prontas a la conquista de valores imperecederos. Pidámosle a nuestra Madre Celestial, que ella con gusto
nos escuchará.
Encomendémonos mutuamente al amparo de la Madre Dolorosa, en la vida y en la muerte.
Son múltiples las ocasiones de cada día, para sufrir y redimir con y como María.
Pongamos confiadas en las manos de María nuestros ofrecimientos, desde donde volverán a nosotros, transformados en
frutos de redención.
Poneos bajo el amparo y liderazgo de nuestra Madre Celestial e imitad sus virtudes.
María, nuestra Maestra, nos enseñó como superarnos eficazmente, ella intercede ante el Señor y nos alcanza fuerzas para el
combate.
María, nos conduce suavemente a una instrospección liebradora y nos hace factible una generosa autodonación a Dios y a
nuestros hermanos.
María nos ayuda a vencer la vanagloria. Nos sostiene y nos consuela cuando el reconocimiento de nuestras limitaciones nos
quieren abrumar.
María nos enseña la pureza de intención y acción. Fomenta en nosotros sentimientos de humildad y arrepentimiento. María
nos conduce a la intimidad conciente con Cristo.
En su Magníficat, María nos recomienda el menosprecio personal y nos laienta a la búsqueda libre y alegre de permanecer
ocultas y calladas.
Qué tierna y fiel Madre nos entregó el Redentor, pendiente de la Cruz. Ciertamente nos causará rubor mirando nuestro
modelo y comparándolo con nuestro estilo de vida.
Contemplemos a María en su conmovedora sencillez! Admiremos su porte digno! Sus miradas emanan mansedumbre y paz.
La grandeza del alma de María se reflejó a través de su belleza exterior. Debemos parecernos a nuestra Madre, si queremos
ser hijas suyas. Nuestra semejanza corresponde al esfuerzo por imitarla. Lancémonos confiadas a esta hermosa tarea, la
gracia nos ayudará.
María caminando y hablando derrama ternura, bondad y suavidad. Jamás escapó ninguna palabra ofensiva de sus labios
portadores de amor. Imitemos a María, aprendamos a ser silenciosas, modestas y rebosantes de caridad.
CAPÍTULO 20.
LA SANTIDAD DE LA MADRE BERNARDA
Queremos compartir con ustedes un tema que parece extraño para nuestro medio y en la sociedad actual: La santidad. Es sin
embargo, la santidad la meta del cristiano. Ya lo había dicho Jesús: “Sed Santos como vuestro padre celestial es santo” y más
tarde lo afirma San Juan. “Sin
santidad nadie verá al Señor “
No hablamos solamente de la santidad proclamada públicamente, de hermanos venerados en los altares, de medianeros que
alcanzan de Dios signos extraoridinarios, milagros prodigiosos. Hablamos también de la santidad que se va logrando día a
día, en el quehacer cotidiano, en el cumplimiento silencioso de la voluntad de Dios a toda hora en esa santidad que parte del
bautismo, donde fuimos hechos hijos de Dios, templos del Espíritu Santo, herederos de la gloria, de la bienaventuranza.
La vida de la madre Bernarda, como la hemos visto a través de este recorrido misionero, en los capítulos anteriores, se fue
desarrollando en el silencio del cumplimiento amoroso y fiel de la voluntad de Dios, en su respuesta a la gracia, en su decisión
de luchar por no cometer la más pequeña falta, en su amor a la Eucaristía, a la oración, a la Virgen María, en una entrega
incondicional y heróica al servicio de los hermanos, sobre todo a los más pobres, débiles y olvidados de la sociedad.
Es preciso, sin embargo, queridos amigos y hermanos, que elaboremos un perfil con algunos aspectos puntuales que nos
ubiquen frente esta gran mujer.
Escuchemos testimonios escritos de quienes presenciaron el tránsito, la pascua de Santa María Bernarda, quien había
entrado en la gloria del cielo el 19 de mayo de 1924.
El obispo de Cartagena, Monseñor Abraham Brioshi, al entregar el cuerpo de nuestra santa a la tierra exclamó:
“Bienaventurados los que mueren en el Señor“. La Madre Bernarda es una de esas almas bienaventuradas, un alma pura,
un alma angelical, porque desde su infancia ha conservado intacto el lirio de la pureza; una sonrisa angelical ilumina
aun su rostro después de haberse presentado ante l trono del altísimo. Allí le entregó el lirio de la pureza que durante
toda su larga vida ha cuidado tan fielmente.
Hace cinco días pudimos contemplar sobre el lecho de dolor este rostro tranquilo, porque la muerte no tenía nada de temible
para ella; más bien la anhelaba. Con el apóstol de las gentes pedía: “Deseo estar libre de las ataduras de este cuerpo y estar
con Cristo”.
Otra virtud hermosa resplandeció en la vida de la Madre Bernarda: la obediencia filial a la Santa madre iglesia, el Santo
Padre, el obispo y los sacerdotes. Y como la obediencia siempre vence, por eso glorifica Dios ahora a la bienaventurada
madre Bernarda.
El Obispo continúa con oracíón de súplica: “Oh Madre Bernarda, ayúdanos a ser fieles y obedientes a la Santa Iglesia. Aquí
en la tierra fuiste madre querida, el pararrayos que apartó los castigos de la justicia divina, castigos que muchas veces
hubiéramos merecido. Vos, empero, con vuestra vida de mortificación y de constante sacrificio los habéis retenido. A vos, oh
bienaventurada madre, encomiendo ahora la ciudad de Cartagena que está por precipitarse a un peligroso abismo. Vela ante
todo por el clero y alcánzanos aquella firmeza de fe que os demostraste en la revolución del Ecuador. Y ahora,
Reverendísima madre, que estás tan cerca del trono de Dios, sed nuestra protectora en al tierra y nuestra intercesora en el
cielo.”
El obispo termina su oración con esta invocación: “Oh alma grande, noble, generosa y santa que nos habéis edificado en la
tierra, sed nuestra protección y amparo en el cielo”
Desde entonces su tumba se ha convertido en lugar de peregrinación para muchos hermanos. Quien quiera que se encuentre
agobiado por un sufrimiento, acude con confianza a la Madre Bernarda y todos confiesan con alegría y gratitud: ella nos ha
ayudado, no una sino cien veces. Los habitantes de Cartagena cuán n buena intercesora es aquella que durante tantos años
vivió entre ellos, orando y sufriendo incansablemente.
El círculo de sus devotos se ensancha más y más por todos los continentes. Muchos que apenas han visto su foto u oído un
episodio de su vida, sienten confianza hacia la humilde y escondida protectora.
La gracia de la canonización de la Madre Bernarda es una visita de Dios, única e irrepetible. Es don, es regalo que Dios hace
a toda la Iglesia, especialmente a sus hijas de la Congregación de las Hermanas Franciscanas Misioneras de María
Auxiliadora.
Es preciso que hagamos eco de 4 actitudes características de nuestra amada Santa:
• Su espíritu de oración y contemplación.
• Su ardor misionero.
• El gran amor a la Eucaristía.
• Su vida fraterna al estilo de Francisco de Asis.
• Su fidelidad a la santa madre Iglesia.
Hoy nuevamente elevamos un canto de alabanza y gratitud a Dios que ha sido glorificado por la santidad de nuestra querida
Madre María Bernarda Bütler. Estamos de fiesta por la bondad de Dios, por Santa María Bernarda nuestra Fundadora.
Nuestra Santa Madre Bernarda vivió en permanente oración y contemplación, en medio de las urgencias del apostolado.
La santa misa, la sagrada comunión, el estar a los pies del sagrario todo el tiempo posible, fue la fuerza de su misión. La
eucaristía la inflamaba en amor a Dios y desarrollaba hasta el heroísmo sus virtudes cristianas. Su vida fue una vida
eucarística hecha pan partido y entregada para la vida de muchos. Amó mucho y defendió a toda costa la vida de fraternidad.
Fue un alma plenamente eclesial. Un testigo del proceso de canonización afirma: “Raramente existirá quien haya orado y
sufrido tanto por el Santo padre, los obispos y los sacerdotes, como la Madre Bernarda”.
Su doctrina permanece en la iglesia, como un tesoro, como un manantial de sabiduría. Las 600 páginas de apretada letra
gótica son una predicacíon oportuna, directa, amorosa, en cartas, comunicaciones, diarios, inspiraciones místicas,
instrucciones y oraciones están a nuestro alcance, como la luz de un profeta de nuestro tiempo para orientarnos en el camino
de la santidad.
En Cartagena se iniciaron los procesos de estudio y testimonios para pedir a la Santa Iglesia que fuera llevada a los altares, lo
cual implica una aprobación de sus escritos, la confirmación de que vivo las virtudes cristianas en grado heroico, y el
testimonio de algunos milagros obtenidos por su intercesión. En estos procesos de aprobación hay algunos grados: Sierva de
Dios, Beata y, finalmente Santa.
Escuchemos el Milagro a una médica Cartagena sirvió para que canonizaran a la Madre Bernarda religiosa colombo-suiza.
En 2002, la doctora Mirna Jazmine se recuperó milagrosamente de una neumonía que la tenía en cuidados intensivos. Todo,
al parecer, por los favores de la madre Bernarda Büttler .La doctora Mirna Liliana Jazmine se estaba muriendo. Y toda la
clínica en la que se dedicaba a salvar vidas y en la que ahora estaba recluida como paciente -además de su familia-, la lloró
en su lecho de muerte.Su cuerpo, febril, sufría una fuerte neumonía y por eso decidió hospitalizarse. Eso sucedió el 29 de
junio del año 2002, y dos días más tarde ya estaba inconsciente, en cuidados intensivos. Las radiografías de sus pulmones y
el dictamen de sus propios compañeros médicos eran desalentadores.
Pasados cuatro días, a su madre, Lilián Correa, le advirtieron que no había nada qué hacer. Pero ella no estaba dispuesta a
dejarla morir.
La directora de la clínica, la hermana Teresita Giraldo, le recomendó que le entregara la vida de su hija moribunda a la Madre
María Bernarda Büttler, patrona de la clínica que lleva su mismo nombre en Cartagena y donde reposaba la anatomía casi
inerte de Mirna.
Y así lo hizo. La Hermana Teresita Giraldo Giraldo, Hermana Franciscana Misionera de María Auxiliadora, Directora de la
Clínica Madre Bernarda, le pasó un pedacito de tela del hábito de la religiosa con una estampita con su rostro
plasmado."Tiene que hacer contacto con el cuerpo", le advirtió Teresita a Lilián. Elúnico lugar disponible -estaba conectada a
un respirador artificial y a dos tubos que le extraían el agua de los pulmones- era la cabeza. Le enredó la reliquia entre sus
cabellos castaños rizados, bajo el gorro azul de cirugía. Ya era de noche.
La otra recomendación consistía en rezarle con fervor la novena a la Madre María Bernarda:
"Oh, María, reina y madre nuestra. Muestra que eres madre, hoy que me encuentro agobiada por el sufrimiento".
Al día siguiente, a las 6 de la mañana, llamó desde su casa a preguntar cómo había amanecido. Temió lo peor. No fue así.
"Mirna está resucitando", le dijeron por teléfono.
Un despertar milagroso.
A los pocos días despertó de su inconsciencia y sus pulmones ya estaban sanos sin ninguna explicación médica. María
Bernarda le hizo el milagro. Y ese milagro fue el testimonio clave para que el Vaticano decidiera elevarla a los altares.
Su canonización se celebró el 12 de octubre de 2008 en Roma y allí estuvo la médica resucitada Dra. Mirna Jazime Correa La
vida de la doctora Mirna ha estado estrechamente ligada a la santa, a la que se le atribuye la intersección en cientos de
milagros.
Estudió en el Colegio Biffi, fundado por la Madre Bernarda. Y cuando se hizo médica la emplearon, precisamente, en la clínica
que construyó su comunidad.
"Como buena católica creía en los milagros, pero no pensaba que yo recibiría uno. Sin embargo, los médicos siempre somos
un tanto escépticos a creer en esas cosas", narra Mirna, de 33 años, cuerpo menudo y piel trigueña.
Hoy, está plenamente convencida de que María Bernarda intercedió por ella ante Dios para salvarla. Así lo corroboraron los
delegados de la Santa Sede que llegaron hasta Cartagena a indagar sobre el caso, y que respaldaron su testimonio: hubo
algo sobrenatural en la recuperación de Mirna.
- -¿Le reza a la santa?
- No le rezo, le converso. Así es mejor. ¿Me entiende?
- ¿Le ha pedido otro milagro?
- No, así no funciona. Con el milagro que me hizo fue bastante.
En la actualidad, Mirna es la directora de urgencias de la misma clínica, una de las más prestigiosas de La Heroica.
Después de volver a nacer, confiesa que se ha vuelto más sensible ante el drama y las enfermedades de sus pacientes. Y a
los que ve muy mal no duda en sugerirles que se encomienden a la santa que la libró de morir.
En su vivienda, en la que vive con su familia en un sector de estrato 3 en Cartagena, se respira la devoción por María
Bernarda. A la entrada hay un cuadro enmarcado en vidrio, una imagen en yeso y varias novenas, medallitas y escapularios.
Aún es soltera, y admite que sí espera otro milagrito: un esposo y una familia con varios hijos. También conserva en su
billetera el pedacito de tela del hábito de la santa que enredado en su pelo castaño la rescató de la muerte.
La anterior narración se tomó de un reportaje en EL TIEMPO).
El santoral colombiano
A la fecha Colombia no tiene ningún santo propio, aunque ya cuenta con varios beatos que están en proceso de canonización.
Los más destacados son la madre Laura Montoya, el Padre Mariano de Jesús Eusse Hoyos y los siete mártires de la guerra
civil española que fueron masacrados cuando adelantaban una misión médica en ese país: Juan Bautista Velásquez, Esteban
Maya, Melquiades Ramírez, Eugenio Ramírez, Rubén de Jesús López, Arturo Ayala y Gaspar Páez Perdomo.
También hay varios Siervos de Dios, primer paso en el camino a los altares. Entre estos están el sacerdote bogotano Rafael
Almansa; el arzobispo de Bogotá monseñor Ismael Perdomo (su causa está en Roma desde 1953); monseñor Jesús Emilio
Jaramillo (obispo de Arauca), Isabelita Tejada (discípula de la madre Laura) y monseñor Miguel Ángel Builes (obispo de
Antioquia). Sin embargo, algunos religiosos y misioneros extranjeros que hicieron su obra en Colombia ya están en los altares
o van para allá. Se trata de San Pedro Claver, San Ezequiel Moreno y San Luis Beltrán.
Nuestra Santa madre Bernarda, junto con San Pedro Claver, ambos Europeos, pero con corazón colombiano, son dos
semillas plantadas en nuestro suelo. Sus cuerpos reposan en la ciudad heroica, Cartagena – Bolívar, donde donaron toda su
vida al servicio de los pobres, negros, indigentes y marginados.
Hoy son un vehemente llamado para nuestra tierra colombiana a defender la vida, respetar los derechos humanos y hacer
más digna la existencia de los hijos de Dios.
Terminemos esta reflexión que es como síntesis de este caminar franciscano, con una glorificación a Dios Padre por este e
don maravilloso de la Madre Bernarda a la Iglesia y a nuestra patria.
Respondemos. GLORIA AL PADRE, GLORIA AL HIJO, GLORIA AL ESPÍRITU SANTO
Te glorificamos Padre Santo por el don de la Santa María Bernarda, por la santidad de su vida que resplandece y glorifica tu
nombre. A ella le revelaste los tesoros de tu amor; por ella enriqueciste a tu iglesia con una nueva familia religiosa misionera,
partícipe de la espiritualidad franciscana, al amparo de María Auxiliadora.
Te glorificamos Cristo Jesús por la Santa Madre María Bernarda, quien te siguió en fidelidad e hizo del evangelio, su vivir y su
estrella polar; de la Eucaristía, la fuerza de sus días; de tu misericordia y caridad, la razón de su existencia; de la oración y
virtudes, un servicio a Ti y a los hermanos; del amor a tu Iglesia, la misión para extender tu Reino.
Te glorificamos divino Espíritu de amor, a quien la Madre Bernarda invocó en cada momento para iluminar sus caminos y
fortalecer sus pasos, santificar su existencia y animar su obra misionera.
Te glorificamos por todos nosotros, religiosas y laicos a quiens nos llamas a continuar hoy llevando el mensaje de salvación.
Escuchemos la narración de un testimonio que nos evidencia el poder de
intercesión de nuestra Santa Madre Bernarda:
Al Señor Pedro Pablo Ramírez, le apareció un tumor canceroso en el hombro derecho. Al recibir el diagnóstico, su mamá lo
invitó para acudir a la intercesión de la Beata María Bernarda, fueron a la Capilla del Colegio Biffi donde reposan sus restos
mortales, y allí con plena confianza imploraron su ayuda. Una noche en sueños, dice, ví a la Madre Bernarda y escuché que
me decía: “No te preocupes estás curado”. Seguí orando insistentemente. Fui a recibir el nuevo diagnóstico, y se me informó
que no había células tumorales malignas. Fue sanado gracias a Dios y a la intercesión de la Madre Bernarda.
BENDICIÓN DE LA MADRE BERNARDA
Que el Señor nos unja y nos sature
Con el óleo de su gracia.
Bendiga buestras acciones
Enjugue nuestras lágrimas
Mitigue nuestras penas.
Nos fortifique en las angustias,
Y Él como Altísimo y Santísimo Dios
Y Misericordiosísimo Padre de los cielos,
Nos haga crecer en confianza,
Nos dé abundancia de paz del corazón,
Y nos haga triunfar
Sobre todos los poderes infernales.
Amén
Novena
Al Corazón de Jesús.
Corazón de Jesús que dijiste:
“Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis,
tocad y se os abrirá”.
Te pido confiadamente esta garcia…
por intercesión de Santa María Bernarda.
Gloria al Padre…
ORACIÓN DE LA MADRE BERNARDA
Te bendecimos, Señor,
porque has elegido a
Santa María Bernarda
Corazón de Jesús que dijiste:
para hacer presente
“En verdad, en verdad os digo:
Todo lo que pidáis
al Padre en mi nombre, Él os lo dará”.
Pido al Padre esta gracia…
En tu nombre y por intercesión de Santa
María Bernarda.
Tu amor misericordioso y
Gloria al Padre…
Cooperar en la expansión de tu Reino.
Concédenos las gracias que por
su intercesión te pedimos
Y haz que su ejemplo nos ayude
a vivir la bondad y el amor
Corazón de Jesús que dijiste…
de Tu divino Corazón
“Pasarán los cielos y la tierra
pero mis palabras no pasarán”.
Concédeme esta gracia…
Por intercesión de Santa
María Bernarda.
Gloria al Padre…
en el servicio a los hermanos.
(Con aprobación eclesiástica)
Afirma Señor en nosotros la fe,
la esperanza y la caridad. Amén.
Congregación de las Hermanas Franciscanas
Misioneras de María Auxiliadora
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