John Galliano, el bufón destronado

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John Galliano, el bufón destronado
“Ei fu”. Él fue. Es lo primero que me vino a la cabeza al
conocer el despido de John Galliano de Dior. Son las
primeras palabras de una poesía de Alessandro Manzoni
que hablan de la muerte de Napoleón, que aprendí en el
colegio, y que mi subconsciente rescató relacionando una
famosa foto de Galliano imitando a Napoleón, remedo, a su
vez, de otra de Tom Ford con la mano en el pecho, en
plena guerra Dior-Gucci a principios de siglo.
Todo ha sucedido en muy poco tiempo. Desde el 24 de
febrero hasta hoy John Galliano, director artístico de Dior
desde 1996, ha estado en boca de todos por su desgraciado
comportamiento público en un café parisino, profiriendo
insultos antisemitas bajo un evidente estado de
embriaguez. Creo que ante el debacle sucedido hay que
hacer algunas observaciones sobre algunas delicadas
cuestiones de este peculiar sector que es la moda, donde
el cocktail fama-dinero causa estragos.
Cada año suelo empezar mis clases con esta cita de
Nicholas Coleridge, el responsable de Condé Nast en Gran
Bretaña y autor del libro La conspiración de la moda:
“Ninguna industria produce tanta inseguridad como la
moda. De las 400 personas a quienes he entrevistado para
este libro, sólo unas 50 parecían cuerdas. La estructura
anual de la moda provoca desequilibrio mental”, para
advertir a los alumnos qué mundo de locos les aguarda.
Porque la moda es una profesión que te lo demanda todo,
24 horas 365 días al año. Vampiriza y esclaviza como
profesión si quieres estar en la cresta de la ola, y trabajar
para ella supone acabar desequilibrado en algún sentido:
el ego te puede; la noche y las fiestas -y lo que suelen
conllevar- te abducen; alienación en la propia apariencia y
check-in constante de la ajena; víctimas poseídas por el
síndrome TMI… A unos el desequilibrio se les nota mucho,
otros procuran llevarlo con disimulo. Ya lo ha dicho estos
días Donald Potard, exdirector general de Gaultier y en la
actualidad responsable de la agencia Agent de Luxe: “El
problema con la moda es que es un trabajo duro y al final
te vuelve loco.” Y John B. Fairchild, todopoderoso y mítico
editor del WWD, lo advirtió en su momento: “La moda es
divertida, y los diseñadores están todos locos.” El mundo
de la moda no es sólo el del lujo, pero, mediáticamente es
el más expuesto. Y todo tiene un precio.
El caso de Galliano ha sido un caso de ego llevado,
desgraciadamente, sin dignidad alguna. Y sin justificar en
absoluto su comportamiento, que ha tenido merecida
respuesta por parte de la maison Dior, creo que la
situación que ha desembocado en este triste affaire
merece una reflexión, más allá de lo que ya escribí
hablando de Saint Laurent y McQueen, o en Bye bye
diseñadores superestar el pasado año, donde ya se
anunciaban cambios en el management de las marcas.
Desde hace tiempo, uno de los grandes problemas del
mundo de la moda son los egos, sobre todo los de los
diseñadores, especialmente aumentado cuando trabajan
para una gran marca y, además, tienen éxito. Como
Galliano. De ser un joven talentoso diplomado en 1984 en
la Saint Martins con un espectacular desfile que marcaría
su futuro, pasó a resucitar Givenchy primero y Dior
después, gracias al buen ojo del todopoderoso Bernard
Arnault, quien acertó de pleno confiando en su gran
talento para revisitar y mezclar la historia de la moda, las
diferentes culturas y la calle.
Con Galliano, la maison Dior, la niña mimada del patrón
del LVMH, ha estado desde 1996 en boca de todo el
mundo, a veces para ensalzar su talento, y otras para
comentar sus extravagancias, que no han sido pocas.
Galliano convirtió Dior en una cornucopia inagotable
gracias a sus colecciones polémicas, a sus espectaculares
desfiles, a sus apariciones circenses y a sus publicidades
escandalosas. Dorada fue la época de la guerra entre los
dos gigantes del lujo, el LVMH y el PPR, reflejada en las
batallas entre Dior y Gucci, encabezadas por los egos de
John Galliano y Tom Ford, respectivamente. Época del
porno-chic y del lesbian chic que marcó una era, hoy ya
olvidada, bajo la consigna conseguir clippinga toda costa.
El sistema de la moda hoy funciona con una presión sin
precedentes, debida, en parte, al propio sistema, que
demanda una renovación acelerada de las novedades; y, en
parte, a la presión financiera de los grupos de inversión,
que en los Ochenta vieron la moda como la gallina de los
huevos de oro y, desde entonces, obligan a las marcas a
obtener resultados cada vez mayores. La pesadilla de
cualquier creador que piense que con hacer dos
colecciones al año basta. Hay que estar preparado para
darlo todo: colecciones que llamen la atención de
periodistas y estilistas, precolecciones que adivinen el
futuro, lanzamientos espectaculares de perfumes y
productos, colaboraciones mediáticas entre marcas,
fastuosas inauguraciones de boutiques por todo el
mundo… Una presión que no es fácil resistir si no se tienen
las ideas claras y la cabeza fría y muy bien puesta. Y
muchos creadores no lo resisten y se encierran en un
mundo alejado de la realidad.
Un mundo cerrado, endogámico, nocturno, de adulaciones
constantes cuando llega el éxito, el dinero a espuertas y la
fama mediática. Y, con ellos, las adicciones: alcohol,
drogas. Hay que ser muy fuerte para resistirse a él y, en
cambio, es muy fácil caer. Al ego le gusta que lo adulen, y
si sucumbes a los cantos de sirena, la irrealidad se instala
en tu vida. Galliano no es el único caso: Halston, el
iniciador de esta tendencia de diseñadores superstar,
acabó desquiciado; Pierre Bergé tuvo que defender y
vigilar toda su vida a un frágil e inestable Saint Laurent;
McQueen se suicidó. Otros diseñadores, no es ningún
secreto, se han dejado seducir por las adicciones. Por no
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hablar del relacionado mundo de las modelos, donde con
un importante historial de suicidios.
Desde esta óptica, John Galliano es una víctima, patética e
inexcusable. “Ei fu”, y hoy ya no es. Así es la industria de
la moda. E importa poco que tenga depresión, acelerada
desde la muerte poco esclarecida de su compañero
sentimental y brazo derecho, Steven Robinson en 2007, y
que se alcoholice públicamente en un café, desesperada
manera de llamar la atención sobre su esplín. Desde hacía
mucho era notorio que Galliano llevaba una vida artificial,
basada en tratamientos de choque para adelgazar, culto al
cuerpo exagerado, narcisismo galopante, adicciones
escapatorias. Las fotos nos han hecho testigos de la
degradación del personaje y de la persona.
Pero al sistema ya le iba bien, ya que Dior facturaba.
Galliano, convertido en el bufón más histriónico que ha
dado la moda, ha dejado de divertir al rey de Dior, Bernard
Arnault. Y Sidney Toledano lo ratificó públicamente el
pasado viernes antes del desfile con un discurso donde el
nombre de Galliano no se pronunció ni una sola vez.
Previamente, de la web de la marca también había sido
borrado. Por primera vez en la historia de la moda, un
tándem ganador de creador-gestor se rompe de esta triste
manera.
Ante los hechos, me pregunto si el gestor no supo, no pudo
o no quiso domar el creador. Me pregunto por qué un
vídeo grabado el 12 de diciembre sale a la luz un 28 de
febrero. Me pregunto por qué se oyen risas en la grabación
ante los improperios de un hombre alcoholizado hasta la
médula. En el video difundido por The Sun se puede ver a
un Galliano convertido en un patético bufón, un hombre
solo que no ha sabido frenar la carrera hacia el abismo.
A pesar de que después vinieron las excusas, el daño ya
estaba hecho. Hay veces en que las segundas
oportunidades no se contemplan. Ser la cara pública de
una mítica marca es lo que tiene. Galliano lo ha sido 15
años, durante los cuales ha ejercido de dios en Dior, con
sus apariciones ritualizadas al final de casa desfile, que
aseguraban la foto y el clipping. Sin embargo, Toledano
afirmó en su discurso antes del desfile que “El corazón de
Dior lo forman sus artesanos y costureras, les petites
mains, que trabajan duro, sin contar las horas, y
transmiten los valores y la visión de Mr. Dior. Lo que hoy
van a ver es el resultado de su extraordinario, creativo y
maravilloso esfuerzo”.
Y me pregunto: ¿y estos 15 años, dónde estaban? Porque
nadie se ha acordado de ellas hasta precisamente ahora.
Petites mains, no olvidemos, que necesitan de un creador
para ejecutar sus inspiraciones. Es evidente, que, sobre
todo en el mundo del lujo, donde los nombres de los
creadores brillan con luz propia, el trabajo en coulisses es
igualmente importante. Pero hablemos claro: los
lamentables sucesos le han venido muy bien a Dior para
poder refrescar la marca. La era Galliano, llena de excesos,
no conecta con la realidad del mundo en crisis. Renovarse
o morir… Las apuestas para la sucesión están abiertas.
Dudo mucho que recaiga en otro bufón.
Mirando hacia atrás, hubo un tiempo en que la moda no
era un circo, y las creaciones de los grandes nombres
hablaban por sí solas. Ni Chanel, ni Balenciaga, ni Vionnet,
ni Dior, por citar a algunos, se expusieron públicamente. Y
los que lo hicieron, como Fath -amante también de los
disfraces, como Galliano- o Schiaparelli -la escandalosa-, lo
hicieron con gracia y elegancia.
Pero hoy todo ha cambiado. La muerte de Saint Laurent
acabó una época. El suicidio de McQueen sirvió de aviso:
nunca ningún diseñador famoso había decidido
conscientemente acabar con su vida. Nunca antes los
extravíos alcoholizados de un creador se habían expuesto
de esta manera. Los hechos son inexcusables, Galliano
como representante de Dior tenía una responsabilidad. Era
imagen de marca. Y años de construcción de marca pueden
venirse abajo por cosas como esta, aunque no creo que sea
el caso. Dior sobrevivirá porque ha reaccionado deprisa,
borrando la era Galliano de un plumazo. Sin vuelta atrás,
sin piedad, sin miramientos. Asépticamente. “Ei fu”, la
poesía habla de la muerte de Napoleón, Galliano no ha
muerto, pero sí para Dior. Veremos qué pasará con su
propia marca, y qué pasará con él si consigue
rehabilitarse. El tiempo lo dirá.
Si bien los hechos merecen una total condena, no deja de
ser algo triste. La mediatización es un arma de doble filo, y
más en la era de Internet. Fue Christian Dior quien dijo:
“Es mejor naufragar a tres columnas en la primera página,
que ser felicitado con dos líneas en el interior”, y no
olvidemos que el sistema es cruel: los regueros de tinta
que corrieron con la colección Clochards (2000) ya le
vinieron bien a Dior, como después otras muchas veces.
Las extravagancias del bufón servían para vender. Hoy son
tiempos de crisis, y los excesos del bufón son
improcedentes. Al rey Arnault han dejado de divertirle. Su
carrolliana sentencia: ¡que le corten la cabeza!
Lo ocurrido no es comparable a las histriónicas y
extravagantes escenas a las que Galliano nos tenía
acostumbrados, pero el sistema es hipócrita. ¿Cómo pudo
llegar a ocurrir? ¿Nadie en Dior pudo frenar a Galliano?
Me cuesta creerlo. Y me recuerda otra anécdota: cuando
Saint Laurent se hizo cargo de Dior y presentó la colección
Beat en julio de 1960, considerada demasiado radical por
la maison, en Dior se empezó a preparar el recambio de
tapadillo, personificado en Marc Bohan. En ese momento,
Saint Laurent fue llamado a cumplir sus obligaciones
militares por enésima vez. En ocasiones anteriores, Marcel
Boussac, dueño de Dior, había puesto los medios para
retenerlo. Esa vez no hizo nada para evitarlo, regalándole,
de paso, una experiencia traumática que le marcaría de
por vida.
Afortunadamente, el mundo de la moda se mueve gracias a
profesionales que poco tienen que ver con estas
situaciones, pero es evidente que tiene también un lado
perverso y oscuro, y que no todos saben torearlo. Detrás
de cada diseñador hay una persona, y las personalidades
pueden ser frágiles a pesar de las aparicencias. “El sueño
de la razón produce monstruos”, dijo Goya. Los sueños de
la moda, también.
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