V I DA E L NORT E - Domingo 11 de Marzo del 2007 Editora: Rosa Linda González Daniel de la Fuente “Podría estar allí 100 años si se pudiera”, dice Karla Miroslava Barrera Mendoza cuando visualiza su vida en prisión. La mujer de 32 años sonríe. Parece que deseara detener su viaje la autora confesa del crimen de Leopoldo de la Garza García, de 78 años, en diciembre del 2005, y el de Andrés Quintero López, de 94 años, en febrero del 2007. “La mataviejitos”, cabecearon en su portada los tabloides, bautizando así a un nuevo villano para la ciudad “Muchas veces pienso a quién responsabilizar de lo que me ha pasado”, dice aún en la Casa del Arraigo, donde lleva más de 20 días. Se le recuerda que sola cometió el doble crimen. “Sí, sí, yo sé lo que hice”, responde, inquieta aún por la abstinencia de drogas. “Pero también hay otros responsables, ¿no? El gobierno, la corrupción. Antes no era tan fácil conseguir drogas, aunque a mí no se me hacía difícil”. Karla aparenta una mirada lastimera y un rostro de niña inocente en un cuerpo de adulta, cuyo temperamento sube y baja, pero no agresivamente. Es más alta de como la mostraron las fotos de la prensa y trae su pelo de corte varonil peinado. Incluso está embarnecida, lleva lentes delgados. Una playera roja grande con un búfalo al pecho esconde su tatuaje más grande, en el brazo, una ave colorida, y parte de sus pantalones de mezclilla. En la mano izquierda, casi sobre el pulgar, un corazón cubre unas siglas. “Pero como quiera, ya ni para qué echarle la culpa a otros, ¿verdad?”, pregunta sin esperar respuesta. “Como quiera ya hicieron de mí un monstruo”. PERFILES E HISTORIAS perfi[email protected] Camino a la perdición Es asesina confesa de dos adultos mayores • Karla Miroslava Barrera Mendoza, conocida como “La Mataviejitos”, tiene 32 años y es madre de siete hijos que ha dejado atrás por ligar su vida a las drogas. I Ofelia de la Rosa Gaspar, madre de Karla, tiene 48 años y se llama así porque cambió su apellido para pelear una herencia familiar. Tiene la imagen de una matriarca de barrio popular que lo mismo habla de unión familiar, que ha hallado el modo de recibir de dependencias oficiales apoyo por su discapacidad, como se comprueba en internet. Es de estatura baja, cabello rojo oscuro, con secuelas de meningitis en sus piernas y en un brazo, cuya mano tiene al revés. Vestida de pantalón de mezclilla y playera, espera para la entrevista con los labios pintados sentada en una mecedora afuera de su casa, un espacio de interés social minúsculo en cuya primera pieza con piso de cemento figuran una litera y un televisor, en la remota Colinas de San Juan, en Juárez. Esta mujer se dedica al aseo en casas y se desenvuelve con cierta vulgaridad y desenfado pese a la pobreza y los problemas. Salvador, su pareja, un ex militar de camisa abierta, bermudas, calcetines y zapatos negros, le mira domesticado cuando habla de la aprehensión de su hija, como si ésta no hubiese cometido dos crímenes. “Fue algo circunstancial, ¡de película!”, afirma emocionada . “La agarraron en la 13 de Mayo, dijo que iba a comprar una hamburguesa, pero no era cierto. Buscaba dinero para droga”. Pareciera que la relación entre Ofelia y Karla ha sido tersa, pero no es así. La misma madre cuenta que la tuvo a los 16 años tras relacionarse con un mecánico de Tamaulipas que se la robó y del que se separó dos años después. La mujer dice que cuando conoció a Salvador, su actual pareja, vio en él a un buen padre para Karla, pero lo cierto es que se deshizo de la niña enviándola a un internado, explica Jorge Alberto Tamez Cavazos, ex pareja de la joven. Éste tiene 34 años, es delgado y habla fuerte. Da la apariencia de un hombre ingenuo y franco. “Karla me contó que su mamá la envió a un internado o un tutelar donde abusaron físicamente de ella”, explica el joven, quien maneja una retroexcavadora. “Le echaba la culpa a Ofelia de todo lo que le había pasado, de cómo era. Le decía: ‘Por tu culpa estoy así, viste más por él (Salvador) que por mí’. Siempre se peleaban”. Karla, quien elude el tema del internado, dice que su mamá es buena. “Con mamá la pasé bien: me llevaba al cine, a evento masivos”, explica cabizbaja, aunque parece que inventa. Jorge explica que Ofelia puso a su hija en contra de su padre biológico y no le ayudó a combatir las drogas. Karla, Ofelia, Salvador y un par de hijos que tuvieron éstos se fueron a Galeana porque allí fue acuartelado aquel. Cuenta Ofelia que en ese pueblo Karla conoció a un militar del que se “enamoró perdidamente”. La niña tenía más de 10 años. “Mija siempre fue precoz; se le tenía que dar a entender las cosas, pero cuando quise no pude, se salió de control y me decía ‘¡no me diga nada!, ¡no me esté chin...!’. Le faltó rienda”. Habrá sido por el presunto abuso físico en aquel internado, el distanciamiento con el padre biológico y la relación difícil con Ofelia y Salvador, que a los 14 años Karla probó sus primeras drogas en la Colonia Coahuila a donde se mudaron, en Juárez, infestada de violencia, alcohol y narcomenudeo. “El ambiente estaba muy bullicioso entre las muchachas, traían sus falditas, se juntaban con los muchachos”, explica Ofelia en tono pícaro, aunque reconoce que la mayoría eran adictos. “Karla se iba con la bola a un río cerca”, agrega. Fue allí donde la autoridad los descubrió drogándose y arrestó a Karla en posesión de enervantes. La madre señala que la chica le cayó bien a un comandante de la federal y la invitó a trabajar con él, primero a servir café y luego de “madrina” o informante. La joven les llegó a contar a Archivo 4 HISTORIA DE UNA ASESINA Karla Miroslava es adicta casi desde la niñez a las drogas y detuvo su sendero de desolación con su aprehensión por el crimen de dos ancianos. sus familiares que participaba en retenes y que era útil sobre todo en la revisión en carretera a otras mujeres. “Le decía que era peligroso, pero no, a ella le gustaba andar de camiseta negra, boina, lentes negros, pantalones camuflajeados. Como es caderona se veía bonita. Me sentía orgullosa de verla así”, dice sonriente la madre, aunque no aclara que, para antes de cumplir los 20 años, Karla ya tenía tres niños producto de relaciones ocasionales. Ofelia explica que su hija estuvo meses como “madrina”, pero Karla afirma que fueron cuatro años, tiempo en el que aportó recursos a la familia. Al ser reubicado el comandante que la apadrinaba, Karla fue despedida. Tras esa época, a los 22 años conoció a Jorge una vez que él fue a su casa y vio la foto de la joven vestida de federal con pacas de drogas al lado. “Dije: ‘éstas es de las mías”, cuenta. Él también se drogaba, pero dice que sólo con mariguana y no con coca como Karla, quien salió de la federal adicta a esta droga. Ella le contó a su pareja que llevaba el cabello corto porque una vez le preguntó a su madre por qué se había separado de su padre. — “Por tu culpa, porque tu papá quería un hombre”, le respondió Ofelia y la niña aparentó virilidad. Ofelia da otra versión del corte varonil, característico en Karla. “Dijeron que su abuela la rapaba para castigarla, pero no”, ríe irónica. “Como estudiaba belleza le hacía cortes de hombre, pero es muy hembra la mujer, muy rápida, muy sagaz. Nomás vea la casta”, afirma y se pasa el dorso por su silueta. Suelta la carcajada. Karla tuvo sus últimos cuatro hijos con Jorge, quienes están con los papás de éste al igual que uno más de los siete que ella tuvo. Los dos hijos restantes, los mayores, se quedaron con Ofelia. Los papás de Jorge atienden una tienda de abarrotes en la Colonia Rafael Ramírez, en Guadalupe. Están temerosos porque dicen que Ofelia les grita y amena porque quiere dinero. “Está lucrando con la desgracia de Karla, a quien nunca ayudó”, cuenta Jorge, para quien Ofelia es parte del origen de las desgracias de su mujer. “En su niñez la trató mal, en sus peores días de drogas le dio la espalda y siempre le vendió la idea de que su padre biológico no la quería”. Ofelia, por su parte, no habla de ese enfrentamiento con su hija. Intenta hacer creer que se preocupa por ella. Jorge y Karla pasaron por diversas casas, pero una fue la que les rentó Andrés Quintero López, la segunda víctima de la mujer. “Karla fue una vez a entregarle la renta al señor y le dijo que no se preocupara, que se la diera después”, cuenta Jorge. “Ella sintió como que se le insinuaba, y pidió que nos fuéramos”. Otro domicilio fue en Allende, en 2005, donde la relación entre ambos se puso difícil por el consumo de drogas de ella. En ese periodo, afirma la ex pareja, Karla comenzó a consumir coca en piedra, más adictiva y fugaz. Para conseguirla, cuenta el joven, empeñó su camioneta, vendió muebles, le pedía dinero para despensa y regresaba dos o tres días después sin nada. En ese entonces Karla conoció a la que sería su primera víctima: Leopoldo de la Garza García, cuya casa está ubicada en el 819 de la calle Chiapas, en la Nuevo Repueblo. Es grande, con una reja negra de lado a lado que permite ver dos autos viejos y matorrales. Los vecinos describen a Leopoldo, de 78 años, profesor ya jubilado, como un hombre discreto que perdió hace años a su esposa, en tanto sus hijos se fueron a hacer su vida. Para completar sus ingresos, cuentan, fungió de taxista. Fue por Santiago que habrá conocido a Karla. “Una vez llegó y me dijo que había conocido a un viejillo que le daba raid”, cuenta Jorge. “Luego, a los días me dijo que el taxista se había querido ‘pasar de lanza’ con ella, que ya no lo veía”. Según las autoridades, Karla conoció al taxista y éste le ofreció dinero para droga por tener relaciones sexuales. Conociéndola, agrega Jorge, quizá el hombre se resistió a darle dinero y le forzó a estar con él. Sería por eso que el 19 de diciembre del 2005 la joven le hundió un molcajete en el cráneo. Karla dice que lo hizo en defensa propia, pese a que era un viejo. El cuerpo fue hallado por una hija. Se encontraba en su recámara, sentado en una silla, con las manos atadas y el rostro cubierto con un pañuelo. También, había 5 mil pesos menos. II Entre su primera víctima, Leopoldo, en 2005, y Andrés, en 2007, hay poco más de un año del que se ha hablado poco en torno a la vida de Karla. Entre el 2005 y 2006 fue la ruptura final entre ella y Jorge, según éste, quien reconoce que hubo violencia familiar de ambas partes, y el distanciamiento más prolongado entre la joven y su familia, según Ofelia. Karla entró y salió de varios centros de rehabilitación contra las drogas, pero uno la empeoró: “Una nueva voluntad para vivir”, ubicado en Washington casi esquina con Diego de Montemayor. Este espacio tiene dos filiales por las que Karla pasó: “Vive y deja vivir”, en Tapia casi esquina con Villagrán, y “Un camino de esperanza”, en Juan Méndez entre M.M. de Llano y Tapia. “De allí salió con esos síntomas de criminalidad”, comenta Jorge. “Primero estuvo tres meses y salió en Navidad (del 2005, cuando presuntamente mató a Leopoldo), pero me contó que allí el ‘Padrino Chespi’, quien liderea, se metió con ella y abusó sexualmente”. Karla dice que no llegó a eso, pero que Chespi le hizo creer que “la amaba”. El “Padrino Chespi” y el “Padrino Chon”, ambos hermanos, llamado al parecer el primero José Isabel Bedair Montoya, agredieron a Karla en todo momento. Ella y Jorge coinciden en que la forzaban a cargar hincada garrafones de agua y le gritaban cosas como “¡esa agua son las lágrimas que derramó tu madre por tu culpa, hija de...!”. En otra ocasión, cuenta la joven, la vistieron de prostituta. Jorge dice que la obligaron a acostarse con un viejo, para que “se hiciera mujer” dada su apariencia varonil, pero ella lo niega. Ofelia no hizo nada por su hija en ese tiempo. Dice incluso que no supo de ella en meses. Jorge, en cambio, solventó los gastos sin saber la realidad. “Yo no le creía porque me decían que no les creyéramos a los pacientes, que inventaban cosas para ser sacados de allí, pero no era cierto”, reconoce la ex pareja, quien dice que por el “tratamiento” gastó 11 mil pesos. Karla lleva en sus ojos un termómetro que se activa cuando habla de esos centros: a veces no comía, otras debía buscar alimento entre desperdicios, ser escupida e insultada. “Yo fui muy infeliz allí, me fui abajo, te hacían sentir mierda, nada”, cuenta. Esa Navidad del 2005, Karla llegó a la casa de los padres de Jorge muy cambiada. Le prepararon una cena especial con tamales, pero ella se notaba con coraje, resentimiento. “Fumaba aprisa y aventaba el humo por la nariz, estaba como enfurecida”, cuenta Jorge y describe cómo su pareja cayó de nuevo en las drogas. En ese mes mató a Leopoldo. Unos meses más en estos mismos centros, ya en 2006, tanto en Monterrey como en Gómez Palacios, completaron el “tratamiento”. Nervioso, José Bedair, vía telefónica, primero negó que Karla haya estado en sus centros y luego aceptó que supo que había sido trasladada a Durango. “Pero yo no la conocí”, respondió molesto y pidió que no se involucre a su institución con Karla. Durante el 2006 recibió del Municipio de San Pedro pagos por “tratamientos” a pacientes. De acuerdo con Jorge, en los archivos del DIF Nuevo León hay una carta expedida por el negocio de José Bedair y entregada por aquel a la institución que avala la “rehabilitación” de Karla, a cambio de que sus cuatro últimos hijos, internos en Capullos, salieran para estar con los abuelos del hombre. Los niños permanecieron cuatro meses en Capullos por un enfrentamiento entre Karla y Ofelia. Ésta última llamó a la policía y la autoridad se percató de que los niños no vivían en buenas condiciones, por lo que al cabo de una estancia en el DIF pasaron a custodia de los abuelos. Roberto Rodríguez, jefe de Servicios de Salud Estatal, dijo que el local de Tapia no ha respondido al aviso de cómo funciona ni quién es el responsable, por lo que lo visitarán en breve. De los demás se desconoce su situación. Tras su paso por esos centros y ya consumado su primer crimen, Karla siguió buscando droga. A veces, llegaba con Jorge por dinero. “Llegaba llorando, dando lástima. ‘Ayúdame Jorge’, me decía. ‘Ora sí ayúdame por favor’. Yo no sabía qué hacer, se me hacía que no tenía remedio”. Fue hasta que hallaron el centro de rehabilitación Clamor en el Barrio, en Saltillo, a mediados del 2006, que ella fue feliz. Jorge y los niños la encontraron cambiada. Pero fueron apenas unos meses porque aquel le pidió que atendiera a los niños, interrumpiendo su rehabilitación. La mujer recayó. Tras vagar por muchos lugares y prostituirse a cambio de droga con los amigos que se la vendían, a decir de su propia madre, los pasos de Karla la llevaron la mañana del 6 de febrero del 2007 a tocar a la puerta de Andrés Quintero López, en la calle Leandro Valle de la Colonia Luis Mora. Ella explica que tenía hambre, que no había dormido y que no necesitaba droga. La autoridad dice que sí. La hija de Andrés llegó a casa y le pareció extraño que la puerta no tuviera seguro. Avanzó a oscuras y lo vio tirado con una cobija encima. Familiares cuentan que la mujer entró en pánico cuando levantó la cobija y vio a su padre con la bufanda sujeta a la garganta, en medio del desorden de aquella casa llena de flores artificiales y cuadros religiosos. “Él se quiso pasar conmigo, yo nomás me defendí”, dice Karla al igual que en el primer crimen. “Él sacó un cuchillo, pero se le quebró.”. Tras darle muerte a Andrés, Karla encontró 4 mil 500 pesos que gastó en droga. La mujer llegaba a pagar de mil a mil 500 pesos diarios en coca. El Segundo Grupo de Homicidios de la Policía Ministerial recabó versiones sobre la asesina de Andrés, pero dice Jorge que la policía la aprehendió sin saber que ella era la criminal y que fue Ofelia la que la reconoció en los separos, lo que permitió identificarla y aprehenderla por el crimen del rentero. No batallaron para que confesara el primer crimen, el de Leopoldo. Hay la sospecha de si habría matado a alguien en el año intermedio entre la primera y la segunda víctima, en el 2006, por lo que la autoridad intentó atribuirle sin éxito el crimen de María Irene Emilia Fox Ayala, de 83 años, en la Colonia Mirador, hoy en la impunidad. “No, ya no maté a nadie”, niega Karla, indiferente. III En esta historia pareciera que todos mienten y todos dicen verdades a medias. Serán las sentencias y los perfiles psicológicos los que darán una versión definitiva de los hechos. Marcada por un pasado desastroso y sus crímenes, Karla dejó atrás su idea de abrir un negocio de comidas. Hoy, si no se mete en “problemas” en el penal, quiere atender la cocina, trabajar para darles dinero a sus hijos. Le preocupan los mayores, quienes se quedaron con Ofelia y Salvador. Vecinos de Jorge señalan que la niña mayor, una rubia de 12 años, es enviada por Ofelia a pedir limosna a las casas. “No quiero que sigan mis pasos”, dice Karla ensombrecida. Ofelia dice que su hija la ha pasado mal en la Casa del Arraigo por la abstinencia. “Le dan fríos, llora, grita. Me dicen que le lleve leche, plátanos. Yo le llevo lo que puedo”, cuenta Ofelia y habla de la nobleza de sentimientos de Karla. “Yo le decía que se acogiera al Artículo 20, que no declarara, pero no quería. Decía que no quería cargar con lo que había hecho (quería confesar), que no quería que sus hijos lo pagaran”. Karla, quien sonríe por primera vez, piensa que en el penal estará bien, lejos de los problemas. “Podría estar allí 100 años si se pudiera”, repite con la certeza de que al fin detendrá en prisión su camino en el que nunca hubo luz ni descanso.