PRÓLOGO La Iglesia, en su acción evangelizadora, encomienda a

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PRÓLOGO
La Iglesia, en su acción evangelizadora, encomienda a la
pastoral familiar un especial cuidado por todas las formas de vida de la
familia. Orientada por el Creador al amor y a la vida humana, la familia
debe acoger la vida nueva que surge en su seno como el más rico don
de Dios. La tarea de la pastoral es ayudar para que ese don de Dios a la
familia sea acogido con amor y llegue a su plenitud. Por esa razón, el
cuidado pastoral debe abarcar tanto los aspectos propios de la
procreación como los de la educación de los hijos.
El tesoro más propio de todo matrimonio es el amor que se prodigan
mutuamente los cónyuges. Por ser específicamente «conyugal», ese
amor tiene una connotación de totalidad: involucra alma y cuerpo y, por
tratarse de personas sexuadas, se orienta a la generación de una nueva
vida.
Es tarea de la pastoral familiar ayudar a los esposos para que vivan
de tal manera su mutuo amor, que merezca denominarse «amor
hermoso»: Un amor que viene de Dios, sin interferencias; que manifiesta
algo de El porque transforma y purifica; y que conduce hacia El, porque
se hace escuela de santidad. Un amor vivido en la fuerza del Espíritu
Santo, a través del sacramento del matrimonio, que hace posible una
entrega sincera de sí mismo del uno al otro. Un amor que asume al tú en
toda su realidad, sin descartar aspectos esenciales de su persona.
Sobre esta base se sitúa lo que entiende la Iglesia por una
paternidad plenamente responsable. Esta forma de asumir la paternidad
no consiste, por lo tanto, en la simple utilización de métodos lícitos de
regulación de la fertilidad para limitar el número de los hijos, sino que en
la manera de vivir el amor mutuo en forma integral y de cara a Dios
cooperando con Él en la procreación de un nuevo ser, amado por Dios
por sí mismo. Desde esta perspectiva se hace posible rescatar la plena
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dignidad de la genitalidad como instrumento de comunión personal y
como camino a la vida para nuevas personas.
La responsabilidad esencial de los cónyuges consiste en que
asumen el amor mutuo con todas sus consecuencias de unión y de
procreación, porque es un don que viene de Dios. Los esposos,
inspirados en esa espiritualidad, se experimentarán aliados y
cooperadores de Dios que, en la gestación de la nueva vida, les confía a
un ser amado por El por sí mismo desde la eternidad. Un ser llamado a
reflejarlo e invitado a tomar parte en la vida eterna.
Considerándose enriquecidos y comprometidos con la fuente única
del amor y de la vida, los esposos estarán en condiciones de descubrir el
sentido positivo, liberador y enriquecedor de la abstinencia periódica que
conlleva la práctica de los métodos naturales de regulación de la
fecundidad. Desprovisto de esta espiritualidad, que le da pleno sentido, el
uso de los métodos naturales se hará insostenible, o bien, se confundirá
con una anticoncepción lícita, dejando de ser la expresión de una manera
de vivir el amor hermoso.
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