BURDEL AIR Luis Martín Trujillo Flórez Las palabras no fueron suficientes, los detalles no alcanzaron para colmar ese corazón atribulado por el amor extinto. Dónde quedaron las caricias de la noche anterior, qué fue de la mezcla entre sábanas, para ti un altar, para ella un dislate del destino. Tu vida resguardada en minutos de agonizante existencia; anhelos revueltos con deseos, y la duda de qué fue mejor, haberla amado tanto o desistir en ese punto, el camino sin retorno. El dedo incesante. Abre, Abre, repites una y otra vez. Un timbre que te define, eres el esclavo de un ring y del sonido de la cerradura. Querías, debías, comprobar que las sospechas eran falsas, ella no partía a buscar un futuro sí hallaría contigo el olvido. Los momentos no fueron falacias, la forma que se amaron fue real, tú complacido y ella ensoñada, así debía ser, así lo habías planeado cada día de tu vida. Hoy los prejuicios se desvanecían, el intruso, su novio; tu mejor amigo, que importaba. Él no la amaba hasta perderse, no degustaba cada instante su compañía, no se complacía con cada una de sus minucias, él, el mismo al que le conociste cada secreto, hasta esos que por vergüenza ajena supiste callar, ese, tu amigo, sólo era un estorbo ente los dos. Fue ella quien quiso ingresar al departamento, fue ella quien empezó a llorar en tu hombro en la calle de lúgubres respiros, entre ventanas ausentes, balcones curiosos, puertas repetidas, allí, en ese portal levantaste su rostro con disimulo. Preludio, acercamiento, labios que se funden, almas que se expresan. El desespero en el ascensor, las manos enmarañadas en los pasillos, los gemiditos que retumban con sus ecos. Al calor de las paredes la desnudaste, no hubo palabras ni reclamos. No me mires esperando lástima, no pecaste deseándola, tantos destellos, tantas masturbaciones. Cuántos instantes soñaste que su amor se descarrilaba, y ahí, la avalancha de lodo que arrasó la cordura, los prejuicios quedaron aplastados en la tersa piel, en cuerpos sudorosos, en espasmos de lujuria. No obraste mal. Cuántas veces soportaste en ese mismo departamento las ocasiones que ella y él gemían entre caricias, velabas sus sueños con la boca llena de suplicas, ahogado entre reclamos, amontonando odios, y renegando porque para cada bendita existe un maldito. Lo que hiciste estuvo bien, admítelo, lo odiabas, le envidiabas la suerte que te fue negada. La sevicia te inundó, sentías el gusto de la revancha. No pecaste acostándose con ella no guardes recriminaciones, tú sí la amabas, tú sí estabas dispuesto a jugarte la vida por ella, tú degustabas cada trozo de su piel, tú la viste primero, tú primero te enamoraste de ella. La amabas tanto que te convertiste en el mancebo de los dos. La entendías, consentías, la acompañabas, en tanto él, gozaba de sus placeres. La rodeaste de detalles ínfimos, la conocías donde él la desconocía, eras el amor del sofá, el que escucha, el incondicional. Recuerdas cuando se abrazaba a ti y leías poemas, uno al resguardo del otro, lectura maldita de poetas malditos, encantada escuchaba las lecturas que de repetirse se volvieron declamaciones, en tus labios desfilaron Rimbaud, Lovecraft, Boudelaire Boudealair... Burdelair... Burdel Air... Burdel Air es uno de los mejores entre calles olvidadas por quienes presurosos las transitan Las mejores putitas se contonean en un desfile pervertido ante morbosos babeantes dispuestos a devorarlas por centavos El pasillo de ventanales de parejas fornicando en callados gemidos conduce al gran salón de rameras en cueros con trajes exóticos que exhiben sus curvas Contonean el culito y coquetean para que uno piense que no es un don nadie más en un juego maquiavélico y entusiasta El Caribonito faz de idiota pide un trago a la camarera de dorso nudo que le trae una copa brillante con una diminuta insignia en la base parecida a un escudo de nobleza de edad media casi imperceptible que al idiotita le llama la atención El show inicia mientras los despavoridos chiflan cuando salen las estrellas de la noche bataclanas parecidas a actrices famosas: Marylin Greta Uma desfilan por la pista Sale la atracción de la noche la Reina Latina la reina en la cama repleta de barniz estrambótico de payaso curvas maltrechas de tanto desfile que aún resultan atrayentes Mórbida recorre sus teticas de pezones dilatados al cielo y ese sexo húmedo aunque opaco Baila con una transparencia contoneando las nalgas carnosas propicias para sumergirle las uñas La excitación susurra y los babosos no caben en la ropa El idiotita sin alejar su atención de la copa bebe el trago en la anestesia del recuerdo Los gestos de la Reina son demarcados milimétricos Los presentes responden a su majestad con sollozos vulgares exceptuando el Caribonito que con la cabeza gacha saborea otro sorbo de brandy La Reina agita su pubis al indiferente y la humedad reseca de su entrepierna clama compañía Con sus contoneos corta la respiración mueve las manos en una danza árabe Con el dedo índice toma al baboso de la quijada levantándole el rostro hacía ella. Los ojos se encuentran, él mira, ella mira, él suelta la copa, la Reina cesa el frenesí de su cuerpo. Una pausa enfría los ánimos, el show se detiene. Salma, la Reina, manda las manos al rostro y corre hacia el camerino Las lágrimas desbaratan el burdo maquillaje entre chiflidos e improperios que no dan tregua mientras el caos sale de su escondite y la excitación se vuelve ira Antes del estallido furibundo una morena vestida de lentejuelas recorre la pista con su presencia intimidante sujeta el micrófono inalámbrico en la mano derecha. El idiota mira la mujer perderse tras bambalinas sin siquiera notar la humedad del trago sobre la ropa que empapa su pantalón de paño europeo. Entre la muchedumbre se oye Bravo Aretha y la morocha entona un DO profundo que se aprisiona en sus volcánicas tetas con timbre intensidad y tono idéntico al de Aretha Franklin, aunque sus rasgos son diferentes. Ella canta y la gente grita: Aretha, Aretha, Aretha Franklin... Aretha Franklin... Bareta Franklin... ¡Bareta Franklin! Bareta Franklin, ¡Que me dé bareta huevón! Exclama Wilsón, tiembla, la voz le sale cagada, de un soplo se consume el cacho, mira al Franklin, Mate a esa gonorrea loco, le dije que soltara las Lucas y como no quiso me toco darle chumbimba, ¡pirobo hijueputa! Saca el tote y dispara al aire. Franklin lo abraza y calmado le quita el tote, Cálmese llave, no haga tanto bombo que viene la tomba y se lo llevan a modelar. El Wilsón y el Franklin eran parceros desde cagones, todos los respetaban, a Franklin porque era duro pa’ l tropel, había mandado a varios al barrio de los acostados. Wilsón porque era el lameculos de Franklin, siempre dándoselas de malo, les pegaba a los pelados para asustarlos, nadie se metía con él, se la pasaba de arriba abajo con su moto la del torcido con una nave roja, un 323 de gomelo semipobre. A la moto la mantenía pulidita, brillante, paseaba a las hembritas porque pinta sí se gastaba; Pero la cagada del mancito era que se prendía con ni mierda, a la final sólo era una percanta dándoselas de matón, un cagón miado en los pantalones. Franklin sabía que Wilsón no había matado a ningún pirobo, máximo realizaba torcidos con los carros, pero no tenía un muñeco a sus espaldas. Tenía ganas de zamparme un bareto, arrancó a decir el Wilson, Quería sollarme el parche con la Ludís, pero en la diecisiete con treinta un mancito en severa nave, pagando full pinta y un reloj una chimba. Acelero la moto, el men frena, se detiene, lo encañono: Bájese papá o me lo llevo, pero el loco no se mueve, me mira, el pirobo se ríe. Usted sabe Franklin que de mí no ríe nadie, el man se pone arisco: Cuál es la risa gonorrea, me vio la cara cuadrada, bájese, el tipo no se baja, no se asusta, nada: Quiubo, no oyó o le destapo las orejas con plomo pichurria. El cabrón vuelve a reírse, entonces se me salta la rabonada y, taz, taz, dos pepazos en esa torre, una hembrita sale de un edificio puramente al frente, y grita, que susto tan doble, y para que la vieja no me boletee, pam, le hago el viajao, pero no le pego, chas, la nena no se mueve. Y pilas, pilas, que esto se volvió una boleta, le rapo el reloj al gomelo lo meto en el bolsillo, y raaaaam me pierdo en pura, shinnn, antes de que lleguen los tombos. Wilsón calla, se queda lelo mirando a la nada. Franklin lo sacude, Que pasa llave, no me pele esos ojos, llave, no me asuste. Wilson mira al Franklin como muerto, y Franklin le pregunta ¿Ya siente? Loco ¿Ya siente? Ya siente... Ya ciente... Yaciente... Yaciente y getiabierto está el idiota con esa facha que todo le queda grande El Burdel Air se colma de voces y el imbécil sólo escucha las de la conciencia: el cuerpo cálido y muerto con la cabeza inclinada hacia la derecha y una sonrisa para los adentros y para primera plana del periódico con sangre y chismosos o bordo. La llorona gime desde la puerta y el viejito pervertido aprovecha la oportunidad para tocarle el culito mientras la consuela. Alguien interrumpe al caribonito. Alguien defiende a la damisela. Ya no habrá fiesta ni tragos ni felicidad ni besitos ni restriego en el ascensor ni nada La música se interrumpe los recuerdos regresan al Burdel Air, las meditaciones y la imagen de la quinceañera y el octogenario sólo quedan en el recuerdo como prueba fehaciente... Fehaciente… Fea ciente… Fea siente… Fea, siente… ⎯¿Fea, siente?, gurre me escuchas, jaja —Le dije que no le diera tanto trago, usted sí es mucha hueva ⎯dijo Carlos. ⎯Ah no se preocupe que a esa fea no le pasa nada, si algo la dejamos tirada en la puerta de la casa ⎯contestó Andrés. ⎯¿Qué hacemos? ⎯Indagó Carlos. ⎯Déjela ahí en el carro, vamos a la rumba que hay unas nenas divinas ⎯agregó Andrés. ⎯Pero cómo la va dejar si es su novia ⎯Carlos, galán de nobleza. ⎯Quédese con ella, y es sólo un rumbeo y nada más, va o no ⎯exclamó Andrés. Siempre le pedías compostura a Andrés, y como siempre falto de voluntad le seguiste, lo conociste en el colegio y andaban para todas partes. Fuiste buen muchacho, algo introvertido, poco expresivo, de buenos sentimientos, de clase media algo acomodada, de esos que espantan a las mujeres con sus buenos sentimientos y pasan de tiernos a idiotas. Pero tenías una cualidad que pocas veces se consigue, eras de fiar. En cambio Andrés, niño de lujos, prestante familia, algo fantoche, prepotente, aunque buena persona; un niño bien, de ideas bien. Nadaba como pez en el agua en su círculo social. Hasta eso le envidiabas, no ser otro de los tantos repletos de lujo y felicidad. Le reprochabas la forma como trataba a las mujeres, no entendías por qué se desvivían por él si era el mayor patán. Para él las nenas no pasaban de un objeto, ahí dependía su éxito y nunca lo entendiste. Le envidiabas esa facilidad para acercarse a las personas y más a las del sexo opuesto. En la fiesta él se encontró con un grupo de amigos, se fue con ellos dejándote en una esquina, apreciaste el paisaje de falsas sonrisas, de buenos tratos, la insoportable falsedad del ser; lujo y mujeres hermosas por doquier, la insoportable vanidad del ser. Un círculo al que no estabas acostumbrado, al que no pertenecías. Divagaste varias veces sobre la princesa hipotética que brotaría bajo la alfombra para llevarte a un jardín, allí la amarías. Algo te interrumpió⎯ Desea Whisky señor ⎯te preguntó el mesero. Observaste la charola, tomaste una copa. Quedaste con pensamientos y escuchaste su risita burlona, volteaste. Ella al sentirse descubierta se puso como un tomate. La princesa hipotética brotaba de la nada, en esa sonrisa, en esos ojos caramelo, en ese temblor de manos, en ese color tomate. Le hablo, qué le digo, pensaste, lo único que llegó a tu cabeza y se manifestó en tus labios fue⎯ De qué se ríe. En esas respuestas poco usuales de las mujeres⎯ De nada. Se estaba riendo de mí⎯ Replicaste. ⎯Para nada, me reía porque pensaba en un príncipe azul que en su caballo rompía ventanas raptando a la anfitriona de la fiesta y los demás murmurando «Estos espectáculos tan desagradables que nos toca ver, todo por venir a fiestas de la clase baja». Los otros respondiendo: «Definitivamente cada día hay más pobretón con ínfulas de clase». Y un tercero alegando: «Ese es el problema con tanto traqueto hoy en día». Todos con sonrisas de conveniencia hacía la dueña de la casa, madre de la anfitriona, diciéndole: «Maravillosa la forma en que tu hija abandono la fiesta», otro replicando: «si muy original». Una sonrisa de infantes selló el pacto del par de desconocidos. Sin querer encontraste la princesa por la cual te desvivirías, se convertiría en sueño y pesadilla, sería el amor imposible de palpar, para Ángela, como se llamaba, tú, el muchacho tímido tras las gafas serías el sentimiento frustrado, un falso alivio en una vana costumbre que los humanos llamamos olvido. La conversación se tornó amena y todo marchaba bien hasta que arribó Andrés integrándose a la charla. Las personas irradian un encanto que pocos perciben pero que todos detectan, Ángela se sentía bien contigo, sin embargo, ante la presencia de Andrés ruiseñores inundaron de magia sus oídos. El diálogo pasó de dos a tres, y de tres a dos, de Ángela y Andrés. Quedaste como siempre con el corazón pisoteado por la intromisión de tu amigo, mordiéndote los labios con rabia por la tonta timidez que te hizo resguardarte. Quedaste como el perro en la baldosa con aquel sentimiento latente... Latente... La tente... La tenté... La tenté una y otra vez y nada, no respira, la hembrita está muerta, paila loco, pero no se preocupe que usted es un toro. Le dije al Franklin, sangraba a la lata en hombro y pierna. “Wilson, ¿Dónde está Wilson?”, preguntó, yo no sabía que hacer, y de una le contesté, Ese man paila, los tombos lo pasaron al papayo saliendo del banco, sólo quedamos los dos, pero fresco hermano yo lo voy ayudar. La banda la conformábamos la Lina novia del Franklin, el Wilson, el Mugre, el Congos y pues yo, el Moco, así me decían porque me pegaba a todo, incluso a este asalto. Pero gracias a mí nos pudimos soplar con el botín, yo soy el mejor choferiando y soy el único que siempre se le vuela a la tomba, La Lina era su propia cierto viejo men, cagada que la mataran, la hembrita era un bizcocho, pero fresco también era una zorra, era buen catre pa’que, tiraba bien. Si ve viejo Franklin cómo se conocen los amigos, usted siempre protegió al Wilson y ese era la traga maluca de Lina, me lo dijo en la casa del Congos. Detuve la navecita a las afueras de la ciudad. Franklin era jefe, y yo sabía que algo se traía entre manos, llevaba la chaqueta encima pa’ tapar la sangre. Le ayudé a bajar de la nave y lo dejé recostado al lado de la llanta trasera, respiraba a trancazos, me alejé unos metros miré la ciudad desde los cerros, Es bonita esta puta ciudad, si o no, recuerda cuando nos metíamos un plonazo en navidad, y usted decía que esto parecía un pesebre, que a unos les tocaba la lluvia de regalos, a otros la lluvia de abrazos, en cambio a nosotros, nos tocaba la lluvia de mierda, pero aunque sea nos tocaba algo, a otros ni eso. El Franklin cabeceó, Si ve viejo Franklin, los amigos cambian todo, quién iba a pensar que yo me haría rico de un día pa´otro, además que iba estrenar reloj porque está una chimba, es un rolex con incrustaciones de diamanteces y esmeraldas, si o pa’que, se lo regalo el Wilson si o pa’qué. Volví a mirar la ciudad y le di la espalda a Franklin, El Wilson es mucha hueva, no le hubiera disparado a la cucha de la caja nadie se habría enterado del robo y estaríamos echando pola y repartiendo el botín en el barrio, si o no Franklin, ahora me toca quedarme con la plata, si ve la fortuna le sonríe a los mocosos. Cuando volteé ya me aguardaba con el fierro desfundado, apretó el gatillo, ¡Usted me creé tan huevón!, ¡yo sabia que usted no tenía balas! Saqué el tote y se lo descargué en la torre. Me subí a la nave y me marché con el botín, el cuerpo de Franklin quedó en la carretera. El reloj me luce una chimba sí o pa’qué, el rostro del Franklin taladra la torre, soberana huevonada, y el reloj con su tictac resuena, ese maldito tictac... tictac... tictac, en la angustiosa mirada de quien se le hace tarde para madrugar. Todos entre acusaciones se miran, frases que tratan de decir mucho y no dicen nada, los sollozos de lo bueno que era el difunto y de su sinfín de virtudes, Ángela no aceptaba el asesinato de Andrés en la puerta de su apartamento. En tanto tú la consolabas, maldito rastrero sólo esperabas la oportunidad para quedarte con ella, la muerte de Andrés era un regalo, tenías el camino despejado, triunfante avanzabas, esos labios te esperarían y esa carne jugosa sería tu alimento. Las miradas inculpan a Ángela así nadie lo exprese. Si él no hubiese ido a recogerla, hoy estaría entre nosotros, fueron los reclamos airados de la madre de Andrés. Tuviste que retirarte con Ángela para evitar escándalos. En el trayecto miraron los lugares pasar en el taxi, recuerdos encerrados caminando igual que los difuntos por calles de ambigua calma, intempestivamente ella se posó sobre tu hombro. Recorriste con tu mano su cabeza, un parpadeo mutuo, profundo. Llegaron a la puerta donde dos días atrás mataban a Andrés. Ella descendió, tú pagaste la carrera, observaste a Ángela mirar al vacío como si el auto de Andrés estuviese allí, pero no sólo el auto sino él en persona. Le tomaste del brazo incitándola a entrar, un momento milimétrico casi calculado donde cada detalle dura una eternidad y cada fracción de segundo se graba en esa parte imborrable de la memoria. Ella giró, te abrazó, sus ojos esbozaban tristeza sin lágrimas, los ojos se cierran, los labios se unen. Del pequeño beso brota una pasión desmedida. No creías lo que pasaba, tanta fantasía no podía ser cierta, miraste la hora para que este instante no se olvidara en el reloj de calle al frente del edificio, una y cuarenta… tictac… tictac… tictac suenan los tacones de las bailarinas que terminan su acto simplón de tap Carabonita continúa con los recuerdos y la bruma del cigarrillo incita al acción con alguna hembrita dispuesta Esas que sobran en el Burdel Air En principio fue un lugar de acceso restringido pero la calidad del servicio impulsó a aceptar a cualquier fulano con billetes de cien o más Tantos cuerpos en soledades Tantos aburridos del progreso Tantos pasillos Tanto amor en los pasillos Tanto ruido en los pasillos. En los pasillos, en el ascensor las manos no cesan de recorrerse. Los amantes ingresan, las ropas vuelan por los rincones, sólo hay espacio para el amor. El fantasma no interviene y, la novia y tú, el mejor amigo del mismo, se aman por primera vez, ahí enfrente de la foto de los tres. Se revuelcan como gatos, ella exclama mientras le haces el amor⎯ Andrés, Andrés ⎯una y otra vez macera tu maltrecha dignidad. Deseaste detenerte, admítelo, sin embargo la espera había sido demasiada para perder la única oportunidad, además que importaba, eras el mancebo ideal y te comportarías como tal, te preguntaste y te respondiste para justificarte: Cuál es el verdadero amor, el qué acepta o el qué no pide nada; lágrimas y sexo mezclados por un maldito fantasma que no volverá pero que permanecerá ahí, al igual que esos momentos irrebatibles. El mismo fantasma que habías querido matar y que sin querer te aplastaba. Nuevamente Andrés te ganaba y lo sabías, eso te ofendía más que nada. Al amanecer la abrazaste, atrás los odios acumulados por las veces que él la golpeaba y le era infiel; atrás las amantes inocuas que le presentabas para disimular tu amor. Ángela se levantó y pronunció⎯ es hora de irte ⎯no dijiste nada, trataste de abrazarla pero sus negativas dejaron todo claro, intentaste besarla y te apartó con una cachetada. Te vestiste y al salir un⎯ Te amo ⎯tenue y sombrío pronunciaste. La esperaste en el entierro, estabas enloquecido por verla, deseabas un roce incidental de manos frente al ataúd de Andrés, despertaste las perversiones de los sentimientos clandestinos, las maquinaciones se confundían con las palabras del sacerdote. Los rumores entre los asistentes de dónde estará la novia del muerto, los silenciosos reclamos más airados que si éste estuviera vivo. El funeral termina, Ángela no aparece, tus ideas locas se desvanecen como tus ilusiones. Caminas por parques, avenidas; la gente, los autos, los semáforos, la sofocante corbata, no tienen respuesta, nada tiene sentido, nada tiene salida... Salida... Sal ida... Sal ida (su sal preferida) decía el televisor en un comercial aburrido mientras el aire recorre la espalda cuando tiemblan las manos y ese insoportable presentimiento de un mal día se cola entre los pensamientos. Mal agüero nene. La jornada sin imprevistos. El seminario a pedir de boca. Vuelta turística por París, ciudad de luces, de vacíos, del Burdel Air. Recomendado por un compañero de oficina para saciar el apetito de la soledad. Lugar de la Reina Latina la reina en la cama. Un único amor, un destello de vida que soliviantara la caminata maldita del tiempo. Ella y su cuerpo sacro parte de la deidad del espíritu ofreciéndose en una tarima de tristezas asolapadas escondidas en sonrisas pasajeras de falsa felicidad El Caribonito no reacciona la Reina está por coronar el ruido perturba y continúa en la barra con ideas locas Aplausos abrazos fotos de amigos que sujetan los diplomas de ingenieros sonrisa flash que inmortaliza momentos El honorable congresista le pasa al homenajeado un estuche que contiene un reloj valorado en varios millones El honorable homenajeado lo exhibe ante los presentes La novia del homenajeado se acerca y lo besa Llama al caribonito y los tres frente a la cámara sonríen, otro flash inmortaliza momentos. Empujones hasta la puerta del camerino sin importar el grito de la mujerzuela desnuda continúas por tu cometido. Ella, al fin ella, ir a por ella sin dudas ni retrocesos, nada puede detener lo que está represado. Mujeres, ropajes, peinadores, gritos⎯ Ángela, Ángela. Y Ángela tras unos biombos donde cada mujer se cambia contrastando con la inexistente privacidad. Sentada en el suelo en cueros acariciándose los brazos como si tuviera frío. Lágrimas corren por su rostro, vulgar mueca de payaso, e inmuta mira al infinito del suelo. Cógela idiota caribonito ella te ha esperado cada instante de soledad reflejada Aunque eres demasiado tonto para acercarte más de la cuenta. Ella mira y pronuncia: ⎯Te amaba demasiado, te amo demasiado, pero el destino nos rodea de estafas, debes saber que no era él, ahora frente a mí con el tiempo como sensatez te puedo decir que eras tú, tú mi único amor, tú mí Rodrigo. ¿Rodrigo? ⎯Preguntaste⎯ ¿Qué te pasa Ángela? ⎯¿Ángela?, no conozco a ninguna Ángela, yo soy Claudia ⎯Respondió la mujer. ⎯Perdón ⎯dijiste. La abrazaste, notaste una pequeña bata colgando del biombo, la tomaste y cubriste el cuerpo de Ángela, Claudia, quién fuera, le diste un beso en la frente y sin pronunciar palabra saliste del lugar. Caminaste con tu cara de idiota por las calles de París, esperabas un grito, un ruido, un auto acelerado, algo que te sacará del tortuoso meditar. Escapando de los recuerdos te topaste más rápido con ellos, peor para ti que cada caricia acostumbras a grabarla en la piel. Te dije varias veces que lo vivido es parte del pasado y lo mejor es omitirlo preservándolo en ese tiempo. Si bien el hombre es sus recuerdos, las cosas sacras es mejor dejarlas intactas para que no se derrumben aplastando todo a su paso. Con los escombros de tu Ángela saliste del Burdel Air, por un instante regresó Andrés y sentiste que te había ganado de nuevo. Tu cara bonita derruida y el silencio torturando como limón en las heridas. Te detuviste en una esquina miraste un reloj de farol, una y cuarenta como aquel día, marchaste igual que el reloj en su tic tac, volviendo el presente en pasado y los recuerdos en olvidos. Dejando atrás el infructuoso sueño de ser dos Ser dos... Cer dos... ¡Cerdos...!