A. Solschenizyn

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Texto 12.
“Con el corazón oprimido, durante años me abstuve de publicar este libro,
ya terminado. El deber para con los que aún vivían, podía más que el deber
para con los muertos. Pero ahora, cuando, pese a todo, ha caído en manos de
la Seguridad del Estado, no me queda más remedio que publicarlo
inmediatamente”.
Alexandr Soschenizyn. Septiembre de 1973.
“.. estamos en el año 1937. Los últimos vestigios de la indulgencia habían
sido extirpados, los muros son herméticos al aire y a la luz. Y la huelga del
hambre de los cansados socialistas supervivientes del aislador de Yaroslav, a
principio de 1937, es un último y desesperado intento.
Todavía tenían las mismas pretensiones: elección de jefes, libre tránsito entre
celdas… Pedían, pero ni ellos mismos esperaban el éxito. Sí, gracias a su
ayuno de quince días (terminado por la alimentación con el tubo),
consiguieron salvar ciertas antiguas prerrogativas: paseo de una hora,
periódicos locales y papel para escribir. Un éxito, sí; sólo que tuvieron que
entregar la mayor parte de sus efectos personales a cambio de un uniforme de
presidiario. Y al cabo de un tiempo el paseo fue reducido a la mitad. Y luego,
otra vez, hasta dejarlo en sus buenos quince minutos.
Sin embargo, seguían siendo las mismas personas las que, en un recorrido
interminable, iban pasando de cárcel en cárcel y de campo en campo.
Personas que desde hacía diez y hasta quince años no sabían lo que era una
vida normal y no conocían más que el plato de hojalata o la huelga de
hambre. Aún vivían algunos de aquellos que antes de la Revolución
coaccionaban a los carceleros. Pero entonces el tiempo los favorecía, pues el
enemigo iba debilitándose. En cambio ahora, el enemigo era fuerte y se había
aliado con el tiempo contra ellos. También había jóvenes (hoy nos causa una
impresión
extraña)
que
se
habían
declarado
social-
revolucionarios,
socialdemócratas o anarquistas cuando estos partidos ya habían sido disueltos
y sus nuevos afiliados no tenían otra perspectiva que la de ser encarcelados.
Año tras año se acentuaba la soledad de los socialistas, que seguían peleando
entre rejas, año tras año crecían las fuerzas que creaban el vacío a su
alrededor. En tiempos de los zares todo era distinto: uno no tenía más que
empujar las puertas de la cárcel y la sociedad lo inundaba de flores. Pero
ahora, cuando abrían el periódico no leían más que insultos dirigidos contra
ellos (porque a lo que más temía Stalin era a los socialistas, precisamente por
su socialismo). Pero, ¿y el pueblo? El pueblo callaba, y nada permitía pensar
que sintiera siquiera un poco de compasión hacia aquellos a quienes en otro
tiempo diera su voto para la Constituyente. Y al cabo de otros dos años, hasta
los periódicos dejaron de insultarnos: para el mundo exterior, los socialistas
rusos eran ya totalmente inofensivos e insignificantes. Ya sólo se hablaba de
ellos en pasado. Los jóvenes no podían imaginar que en algún lugar quedaran
aún social-revolucionarios o mencheviques. ¿Y cómo no iban a pensar los
deportados a Chikment o Cherdinsk, o los presos de Verchne-Uralsk o
Vladimir, en sus celdas oscuras y provistas de “mordazas” si no habría sido
todo un error: el programa, la táctica y el sistema, y una gran equivocación lo
que pensaron e hicieron sus jefes? Y empezaron a ver en sus actos una total
inoperancia. Y en su vida, que se consumía en el sufrimiento, una
aberración.”
Alexandr Solschenizyn
Archipiélago Gulag. (1973)
Plaza y Janés.1974. Páginas 408 y 409.
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