Documento descargado de http://www.elsevier.es el 20/11/2016. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o formato. Tribuna humanística Los pecados capitales en el Libro del Buen Amor The deadly sins in «El Libro del Buen Amor» Dr. Ángel Rodríguez Cabezas (Málaga) De la Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas. Aunque ningún historiador se aventura a fijar el lugar del nacimiento de Juan Ruiz, que bien pudo venir a este mundo en Alcalá de Henares, en Hita o en Guadalajara, hemos juiciosamente, para esclarecer tal esencial cuestión, de creer en su propio testimonio cuando dice a su amada: Fija, mucho vos saluda uno que es de Alcalá. Así es que Pero Juan Rois (cuyo apellido, de tronco visigodo, con seguridad derivó del de su padre, Rui o Rodrigo) nació entre 1281 y 1283 en Alcalá. Juan Ruiz profesó de clérigo, y en cuanto a la honestidad inherente a su condición religiosa surgen más insondables interrogantes que los expuestos en lo que hace a la data y lugar de nacimiento. Amador de los Ríos defiende a ultranza la moralidad del Arcipreste, en contra de la opinión de Menéndez y Pelayo que afirma que fue un clérigo libertino y desvergonzado. Para mí tengo que ambos pueden estar en lo cierto y a la vez errar, pues el hecho de haber sido elegido para regir el arciprestazgo de Hita presupone el poseer al menos una actitud aleccionadora y piadosa, cualidad que estima también el arzobispo de Toledo, Gil de Albornoz, al encargarle determinados informes sobre la licenciosa vida de los clérigos de Talavera de la Reina. Al cabildo de Talavera debía llevar una decisión del Vaticano que ordenaba «que el cura o el casado, en toda Talavera, no mantenga manceba, casada o soltera, y el que la mantuviese excomulgado fuera». Sin embargo, toda la vida de Juan Ruiz fue una pura contradicción en su conducta, que la historia aún no ha aclarado, pues el mismo arzobispo que le encomienda tal misión fiscalizadora, le encierra al año siguiente en una mazmorra, al parecer por probado libertinaje y vida licenciosa, de la que saldrá diez años más tarde para morir pronto en el convento de San Francisco de Guadalajara. De lo mucho que debió escribir Juan Ruiz (Fise muchos cantares de danzas e troteras...) sólo se conserva el Libro del Buen Amor compuesto de 1.728 estrofas y más de 7.000 versos, escrito aproximadamente entre 1330 y 1343. Es curioso precisar, en lo 294 Fig. 1.—El aguador de Sevilla. que hace a la temática del libro, que Juan Ruiz fue contemporáneo de Dante, Petrarca y Boccacio. El libro del Arcipreste participa y clausura a la vez la poesía medieval de «mester de juglaría» y «mester de clerecía», y por la arquitectura de sus estrofas bien se puede considerar a Juan Ruiz el creador de la metrificación castellana, con la importancia que este hecho pudo representar para la incipiente literatura 1. Torres Yagües denomina al Arcipreste el poeta de todos los tiempos, pues su poesía participa del fervor piadoso y también de la escabrosidad narrativa; de la lira religiosa y de la descripción heroica, manifestándose cada uno de estos aspectos en sus pastorales y serranillas o vaqueiras. En el libro se mezcla, en singular armonía, junto a muchos rasgos autobiográficos, la simbología, la metáfora, lo lírico, la fábula y la sátira. Es útil reseñar que el título, con el que hoy conocemos a este conjunto de «coplas», El Libro del Buen Amor, no fue dado por Juan Ruiz, sino que muchos Toko-Gin Pract, 2002;61(5):294-299 46 Documento descargado de http://www.elsevier.es el 20/11/2016. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o formato. RODRÍGUEZ CABEZAS A. LOS PECADOS CAPITALES EN EL LIBRO DEL BUEN AMOR mata siempre, para mayor entendimiento, la descripción de cada uno de ellos. La codicia El Arcipreste inicia el estudio rimado de los pecados capitales por la codicia, con lo que pretende, a mi juicio, diferenciarla de la avaricia (siendo ambos términos hoy de bastante aproximación sinonímica), y delimitarla del resto de los pecados. La codicia es la raíz y origen de todos los demás pecados (soberbia, ira, avaricia, lujuria, gula, envidia), desbarata el mundo y soborna a la justicia. Fig. 2.—La lujuria. siglos más tarde fue propuesto por Wolf, siendo Menéndez Pidal quien dio el definitivo visto bueno para ser de esta forma conocida esta obra en la historia de la literatura mundial. Aún en 1790 fue publicado y divulgado con el título de «Colección de poesías o cantares del Arcipreste de Hita» por Tomás Antonio Sánchez, existiendo tres códices de la obra que, con importantes variantes, se conservan hoy en la Biblioteca del Palacio Real, en la Real Academia Española y en la Biblioteca Nacional de Madrid. Del Libro del Buen Amor, «novela autobiográfica», sin cuya existencia ignoraríamos todo un aspecto sociológico de la Edad Media (Menéndez y Pelayo), me sirvo ahora para elaborar este trabajo sobre la relación causal entre el Amor y los siete pecados capitales. El Arcipreste propone en las correspondientes coplas ejemplos históricos, como la destrucción de Troya o la muerte de los egipcios, hechos derivados del pecado de codicia. Remata con la copla 225 para dar entrada a la oportuna fábula: Por la codicia pierde el hombre el bien que tiene, cuida tener mucho más de cuanto le conviene: no han lo que codicia, lo suyo no mantienen: lo que aconteció al perro, a éstos tal les viene. La fábula («Ejemplo del alano que llevaba la pieza de carne en la boca») es de gran belleza y, como casi to- El estudio de esta relación debe iniciarse por el poema «De cómo el amor vino al arcipreste e de la pelea que con él tuvo»: Vos diré la pelea, que una noche me avino, pensando en mi ventura, sañudo e no con vino: un hombre grande, hermoso, mesurado a mí vino: yo le pregunté quién era; dijo: «Amor, tu vecino.» Con saña que tenía fuilo a denostar; Díjele: «Si Amor eres, no puedes aquí estar: . . . «Traes enloquecidos muchos con tu saber, hácesles perder el sueño, el comer e el beber; haces a muchos hombres tanto se atrever en ti, hasta que el cuerpo e el alma van a perder. Juan Ruiz culpa, pues, al amor de todos los males que al ser humano le pueden acontecer y aunque el querer vincula por igual a hombres y a mujeres, son aquellos los más afectados por sus nocivas consecuencias (los pecados capitales), siendo muy escasa en toda la obra la referencia a las damas, como puede apreciarse en la lectura tanto de las bellas coplas que relatan las circunstancias de estos pecados, como de las fábulas correspondientes con que re- 47 Toko-Gin Pract, 2002;61(5):294-299 Fig. 3.—Soberbia. 295 Documento descargado de http://www.elsevier.es el 20/11/2016. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o formato. RODRÍGUEZ CABEZAS A. LOS PECADOS CAPITALES EN EL LIBRO DEL BUEN AMOR das, termina con el adecuado consejo moralizante. El perro, que llevaba un trozo de carne en la boca, se ve reflejado en la superficie de un río, y por codiciar la carne que en el agua veía, soltó, al abrir la boca, la que llevaba, y la perdió. Alano carnicero en un río andaba, una pieza de carne en la boca pasaba; con la sombra del agua dos tanto le asemejaba; codicióla abarcar, cayósele la que llevaba. La lujuria En el pecado de la lujuria, equivalente furtivo del amor, se detiene y hasta parece que se recrea el Arcipreste. La lujuria está por todas partes (Siempre está la lujuria doquier que tú seas, / adulterio e fornicio toda vida deseas,...) Es el varón el que, frecuentemente, sale malparado por culpa de la lascivia, como le ocurrió a Virgilio, cuya leyenda reproduce Juan Ruiz. Virgilio deseaba a la hija del emperador, por lo que acordaron que ella lo subiría en una cesta a su alcoba; pero haciéndolo, y por mofarse de él, lo dejaron colgado a mitad del camino. Pero Virgilio con los poderes mágicos que poseía planeó su venganza: apagar todos los fuegos de Roma, «de modo que los romanos... no podían ver fuego... sino lo encendían dentro, en la natura de la mujer mezquina...» Sólo entonces, cuando Virgilio goza de la lujuria con la dama «desencantó el fuego» y además «hizo otra maravilla, que el hombre nunca sueña: / todo el suelo del río de la ciudad de Roma, / Tiberio, agua caudal, que muchas aguas toma, / hizóle suelo de cobre, reluce más que goma: / a dueñas tu lujuria de esta guisa las doma.» Al pecado de la lujuria corresponde la fábula del águila y del cazador. Con las plumas del águila adornan los ballesteros sus flechas, y una de estas flechas le causará la muerte: «De mí misma salió quien me quitó la vida.» Sentenciando más tarde en otra copla: Hombre, ave o bestia, a quien amor le tiente, desde que cumple lujuria, luego se arrepiente: entristécese en punto, luego flaqueza siente. acórtase la vida: quien lo dijo no miente. Los males psíquicos y físicos provocados por la lujuria (flaqueza siente), incluso la disminución de la esperanza de vida (acórtase la vida), quedan bien señalados aquí, como era creencia generalizada en aquellos tiempos y lo fue durante muchos siglos más. Sin embargo, en otro lugar de la obra justifica las relaciones entre hombre y mujer atribuyendo a Aristóteles, nada menos, el testimonio. 296 Fig. 4.—Avaricia. Como dice Aristóteles, cosa es verdadera: el mundo por dos cosas trabaja: la primera, por tener mantenencia; la otra cosa era por haber juntamiento con hembra placentera. Si el dicho fuera mío, sería de culpar; dícelo gran filósofo: no soy yo de acusar... En los siguientes versos está bien representado el título del libro en su parcela humana: En mujer lozana, placentera y cortés /reside el bien del mundo y todo es placer./ por muy santo o muy santa que se suponga ser, / nadie sin compañía quiere permanecer, precisando sus apetencias en estos otros que transcribo, como los anteriores, con adaptación de grafía, y que pertenecen al capítulo «De la respuesta que don Amor dio al Arcipreste»: En la cama muy loca, en la casa muy cuerda; no olvides tal mujer. Guárdate bien no sea vellosa ni barbuda. Si tiene mano chi- Toko-Gin Pract, 2002;61(5):294-299 48 Documento descargado de http://www.elsevier.es el 20/11/2016. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o formato. RODRÍGUEZ CABEZAS A. LOS PECADOS CAPITALES EN EL LIBRO DEL BUEN AMOR ca, delgada o voz aguda, a tal mujer el hombre de buen seso la muda. La soberbia El Amor es causa de la soberbia, y ésta conduce a otros males: el robo o la violación –sin importar para nada el estado o condición de las mujeres forzadas–. También la soberbia está en el origen de la propia condena de los ángeles. Haces con tu soberbia cometer malas cosas, robar a camineros las joyas preciosas, aforzar muchas mujeres, casadas e esposas, vírgenes e solteras, viudas e religiosas. Muchos por tu soberbia los hicistes perder; Primero muchos ángeles, con ellos Lucifer,... La última copla da pie asimismo a la fábula del caballo y el asno. El caballo por altanería aparta al burro de su camino. Más tarde el caballo es herido y queda inválido, por lo que sólo sirve para hacer girar la noria. Aquí tomen ejemplo e lección cada día los que son muy soberbios con su gran orgullía; que fuerza, edad e honra, salud e valentía no pueden durar siempre, vanse con mancebía. La avaricia En este pecado, diferenciado como ya he dicho de la codicia, curiosamente, no aparece el Amor por ninguna parte. Juan Ruiz lo describe en sus coplas (Por más que te es mandado por santo mandamiento / que vistas al desnudo e hartes al hambriento / e al pobre des posada, tanto eres avariento, / que nunca a uno diste, pidiéndotelo ciento) y concluye con la curiosa fábula de la cabra y la grulla. Fig. 5.—Envidia. envidia mala traicionado Jesucristo, / Dios verdadero e hombre, hijo de Dios bienquisto; / por envidia fue preso e muerto e conquisto...» La fábula que como colofón sigue a la exposición de este pecado es la que denomina «Ejemplo del pavo y de la corneja», cuyo relato omito, pues la última copla testimonia bien su contenido: Quien quiere lo que no es suyo e quiere otro parecer, con algo de lo ajeno ahora resplandecer, lo suyo e lo ajeno todo se va a perder: quien se cree lo que no es, por loco es de tener. La gula La envidia Eres pura envidia, non hay en el mundo tanta, con gran celo que tienes, hombre de ti se espanta; si tu amigo te dice un cuento, ¡ya cuánta tristeza e sospecha tu corazón quebranta! El celo siempre nace de tu envidia pura, temiendo que a tu amiga otro habla en locura:... Bien se aprecia en estas estrofas que este pecado capital (nacional decimos nosotros) está argumentado en las coplas del Arcipreste en razón de los celos, de tal forma que identifica ambos con harta frecuencia. Concluye con algunos ejemplos históricos: «Por la envidia Caín a su hermano Abel matólo... Fue por la 49 De nuevo aparece aquí la lujuria, aunque subordinada a la gula, pues en no pocas ocasiones –y siempre en el varón, que la mujer contaba poco en aquellas témporas– los excesos en el comer y en el beber provocan apetitos libidinosos poco ordenados. Con mucha vianda e vino crece mucho la flema, Duermes con tu amiga, ahógate la postema; Llévate el diablo, en el infierno te quema; Tú dices al «garzón» que coma bien y no tema Muy venial paréceme a mí este pecado capital, que el mucho comer y beber afecta más a la salud del cuerpo que a la del alma, y el bien comer y el mejor beber no hace el menor daño ni a la una ni a la otra. Toko-Gin Pract, 2002;61(5):294-299 297 Documento descargado de http://www.elsevier.es el 20/11/2016. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o formato. RODRÍGUEZ CABEZAS A. LOS PECADOS CAPITALES EN EL LIBRO DEL BUEN AMOR alimentos en el despertar del apetito sexual, y tenían buen cuidado en adecuar la dieta a los asuntos libidinosos. San Bernardo va más allá implicando también al vino: «Me abstengo del vino, porque en él se encuentra la lujuria; me abstengo de las carnes porque, mientras alimentan mucho a la carne, a la vez alimentan los vicios de la carne». Que el vino está comprometido en las cuestiones de la desordenada sexualidad estaba en la mente de los cristianos y no pocos paganos: «La ebriedad nutre la llama de la fornicación, incita a la sensualidad y rompe el sello de la castidad». El Arcipreste, como he indicado, es de la misma opinión que concuerda con la de Hipócrates. Fig. 6.—La gula. No obstante, Juan Ruiz describe muy bien al hombre pecador en esta copla: Desde que te conocí, nunca te vi ayunar, almuerzas de mañana, no pierdes el yantar, sin mesura meriendas, mejor quieres cenar; si tienes qué, ya quieres a la noche zahorar. También el colega extremeño del siglo de oro, por el que yo siento gran afición, casi devoción, Juan Sorapán de Rieros, por aquel refrán de refranes (todo un clásico en la paremiología) –Dieta, mangueta y siete nudos a la bragueta– no duda en relacionar la ingestión de determinados alimentos con los asuntos de De nuevo el Arcipreste nos recuerda acontecimientos históricos para mejor describir la gula, empezando por el «primer mortal de la historia sagrada», Adán, «que por gula e tragonía, porque comió del fruto, que comer non debía, echóle del paraíso Dios en aquel día». También nos recuerda que por el mucho beber Lot yació con sus hijas: «ca do mucho vino es, luego es la lujuria e todo mal después». Aquí la fábula elegida es la del león y el caballo. Éste, gordo de tanto comer, muere agotado en la huida del león. Finalmente el Arcipreste hace referencia a la mayor autoridad médica del momento, Hipócrates, para reafirmarse en la maldad de la gula: «El comer sin mesura... otrosí mucho vino con mucha bebería, más mata que cuchillo; Hipócrates lo decía...» Existe una clara correspondencia en determinados momentos históricos entre gula y lujuria, y sobre todo cuando aquella se cualifica e identifica en algunos alimentos, como es la carne. En este sentido no podemos olvidar a San Pablo, entre otros, que «desaconseja la carne porque puede despertar la lujuria, gran enemiga de los buenos cristianos». O el mismo Concilio de Selencia-Tesifonte cuando dictamina: «el monje que come carne es tan despreciable como el que comete adulterio». Los santos, y los que no lo eran tanto, creían sin resquicio alguno en la fe, en la clara influencia de ciertos 298 Toko-Gin Pract, 2002;61(5):294-299 Fig. 7.—La ira. 50 Documento descargado de http://www.elsevier.es el 20/11/2016. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o formato. RODRÍGUEZ CABEZAS A. LOS PECADOS CAPITALES EN EL LIBRO DEL BUEN AMOR rrespondiente (la del león que se mató con ira, pues «ira e vanagloria diéronle mal galardón») Nos narra cómo por la vanagloria tiróle Dios a Nabucodonosor todo su poderío y su honor. Y cómo Sansón perdió su fuerza cuando Dalila le cortó los cabellos; y cómo luego lleno de ira (e desque la bien cobró) mató a otros muchos y a sí mismo también. La pereza Con la referencia a la holganza concluye la descripción rimada de los pecados capitales. Comienza con esta excelente estrofa: De la pereza eres mesonero y posada, nunca quieres que el hombre de bondad haga nada: desque lo ves baldío, dasle vida penada, en pecado comienza e en tristeza acaba. Aquí aparece excepcionalmente la figura de la mujer, cuya hermosura es lo único que puede hacer dimitir al pecador de la holganza crónica: Otrosí con acidia traes hipocresía, andas con gran simpleza pensando pleitesía; pensando estás triste, tu ojo no se ercía; donde ves la hermosa, oteas con raposía. Y hasta aquí este comentario de un breve, pero bello, fragmento de El Libro del Buen Amor, obra que, cuenta con influencias extrañas: la literatura clásica del momento representada por Ovidio, la árabe que se percibe en las cancioncillas de danzaderas moriscas, la francesa e incluso la provenzal. Sin embargo, y a pesar de ello, todo el conjunto posee un estilo propio, peculiar, con el sello que aporta su propia personalidad castellana2,3. Fig. 8.—La pereza. la entrepierna, nominándolos simplemente en su obra Medicina Española contenida en Proverbios vulgares de nuestra lengua (1616): «el vino aloque, de substancia delgada; el pan bueno y de ayer cocido; la carne de cabrito, de cordero, de puerco, de gallina, de perdiz o ternera; de peces, el pulpo; de hortalizas, el panizo, la oruga, la zanahoria, los nabos, la habas y los garbanzos; las uvas son en este caso de alabar». Otros muchos ejemplos más podría citar, que yantar y sexualidad siempre han ido en la historia cogidos de la mano. Con estos basta a nuestro propósito. NOTAS 1. Estrofa de cuatro versos aconsonantados denominada tetrástrofo; versos de catorce, de dieciséis sílabas, divididos en dos hemistiquios. Pero, además, Cejador y otros comentaristas han señalado hasta otras veinticuatro clases de estrofas no conocidas antes. 2. Para la elaboración de este trabajo se ha utilizado la edición de El Libro del Buen Amor, de Juan Ruiz, de Edic. Ferni, Gèneve 1973, edición especial para «Los amigos de la Historia». 3. Las ilustraciones son obra de los dibujantes «Idígoras y Pachi». La ira Iguala el Arcipreste los vocablos ira y vanagloria en su acepción y lo hace tanto en las coplas donde describe históricamente el pecado como en la fábula co- 51 Correspondencia: A. Rodríguez Cabezas Avda. Muelle Heredia, 12 Málaga Toko-Gin Pract, 2002;61(5):294-299 299