Tribuna humanística Los pecados capitales en el Libro del Buen Amor

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Tribuna humanística
Los pecados capitales en el Libro del Buen Amor
The deadly sins in «El Libro del Buen Amor»
Dr. Ángel Rodríguez Cabezas (Málaga)
De la Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas.
Aunque ningún historiador se aventura a fijar el lugar
del nacimiento de Juan Ruiz, que bien pudo venir a
este mundo en Alcalá de Henares, en Hita o en Guadalajara, hemos juiciosamente, para esclarecer tal
esencial cuestión, de creer en su propio testimonio
cuando dice a su amada: Fija, mucho vos saluda uno
que es de Alcalá. Así es que Pero Juan Rois (cuyo
apellido, de tronco visigodo, con seguridad derivó
del de su padre, Rui o Rodrigo) nació entre 1281 y
1283 en Alcalá.
Juan Ruiz profesó de clérigo, y en cuanto a la honestidad inherente a su condición religiosa surgen más
insondables interrogantes que los expuestos en lo
que hace a la data y lugar de nacimiento.
Amador de los Ríos defiende a ultranza la moralidad
del Arcipreste, en contra de la opinión de Menéndez
y Pelayo que afirma que fue un clérigo libertino y
desvergonzado. Para mí tengo que ambos pueden
estar en lo cierto y a la vez errar, pues el hecho de
haber sido elegido para regir el arciprestazgo de Hita
presupone el poseer al menos una actitud aleccionadora y piadosa, cualidad que estima también el arzobispo de Toledo, Gil de Albornoz, al encargarle determinados informes sobre la licenciosa vida de los clérigos de Talavera de la Reina. Al cabildo de Talavera
debía llevar una decisión del Vaticano que ordenaba
«que el cura o el casado, en toda Talavera, no mantenga manceba, casada o soltera, y el que la mantuviese excomulgado fuera».
Sin embargo, toda la vida de Juan Ruiz fue una pura
contradicción en su conducta, que la historia aún no
ha aclarado, pues el mismo arzobispo que le encomienda tal misión fiscalizadora, le encierra al año siguiente en una mazmorra, al parecer por probado libertinaje y vida licenciosa, de la que saldrá diez años
más tarde para morir pronto en el convento de San
Francisco de Guadalajara.
De lo mucho que debió escribir Juan Ruiz (Fise muchos cantares de danzas e troteras...) sólo se conserva el Libro del Buen Amor compuesto de 1.728
estrofas y más de 7.000 versos, escrito aproximadamente entre 1330 y 1343. Es curioso precisar, en lo
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Fig. 1.—El aguador de Sevilla.
que hace a la temática del libro, que Juan Ruiz fue
contemporáneo de Dante, Petrarca y Boccacio.
El libro del Arcipreste participa y clausura a la vez la
poesía medieval de «mester de juglaría» y «mester
de clerecía», y por la arquitectura de sus estrofas
bien se puede considerar a Juan Ruiz el creador de la
metrificación castellana, con la importancia que este
hecho pudo representar para la incipiente literatura 1.
Torres Yagües denomina al Arcipreste el poeta de todos los tiempos, pues su poesía participa del fervor
piadoso y también de la escabrosidad narrativa; de la
lira religiosa y de la descripción heroica, manifestándose cada uno de estos aspectos en sus pastorales
y serranillas o vaqueiras. En el libro se mezcla, en
singular armonía, junto a muchos rasgos autobiográficos, la simbología, la metáfora, lo lírico, la fábula y
la sátira.
Es útil reseñar que el título, con el que hoy conocemos a este conjunto de «coplas», El Libro del Buen
Amor, no fue dado por Juan Ruiz, sino que muchos
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mata siempre, para mayor entendimiento, la descripción de cada uno de ellos.
La codicia
El Arcipreste inicia el estudio rimado de los pecados
capitales por la codicia, con lo que pretende, a mi juicio, diferenciarla de la avaricia (siendo ambos términos hoy de bastante aproximación sinonímica), y delimitarla del resto de los pecados.
La codicia es la raíz y origen de todos los demás pecados (soberbia, ira, avaricia, lujuria, gula, envidia),
desbarata el mundo y soborna a la justicia.
Fig. 2.—La lujuria.
siglos más tarde fue propuesto por Wolf, siendo Menéndez Pidal quien dio el definitivo visto bueno para
ser de esta forma conocida esta obra en la historia
de la literatura mundial. Aún en 1790 fue publicado y
divulgado con el título de «Colección de poesías o
cantares del Arcipreste de Hita» por Tomás Antonio
Sánchez, existiendo tres códices de la obra que, con
importantes variantes, se conservan hoy en la Biblioteca del Palacio Real, en la Real Academia Española
y en la Biblioteca Nacional de Madrid.
Del Libro del Buen Amor, «novela autobiográfica»,
sin cuya existencia ignoraríamos todo un aspecto
sociológico de la Edad Media (Menéndez y Pelayo),
me sirvo ahora para elaborar este trabajo sobre la relación causal entre el Amor y los siete pecados capitales.
El Arcipreste propone en las correspondientes coplas ejemplos históricos, como la destrucción de
Troya o la muerte de los egipcios, hechos derivados
del pecado de codicia.
Remata con la copla 225 para dar entrada a la oportuna fábula:
Por la codicia pierde el hombre el bien que tiene,
cuida tener mucho más de cuanto le conviene:
no han lo que codicia, lo suyo no mantienen:
lo que aconteció al perro, a éstos tal les viene.
La fábula («Ejemplo del alano que llevaba la pieza de
carne en la boca») es de gran belleza y, como casi to-
El estudio de esta relación debe iniciarse por el poema «De cómo el amor vino al arcipreste e de la pelea
que con él tuvo»:
Vos diré la pelea, que una noche me avino,
pensando en mi ventura, sañudo e no con vino:
un hombre grande, hermoso, mesurado a mí vino:
yo le pregunté quién era; dijo: «Amor, tu vecino.»
Con saña que tenía fuilo a denostar;
Díjele: «Si Amor eres, no puedes aquí estar:
. . .
«Traes enloquecidos muchos con tu saber,
hácesles perder el sueño, el comer e el beber;
haces a muchos hombres tanto se atrever
en ti, hasta que el cuerpo e el alma van a perder.
Juan Ruiz culpa, pues, al amor de todos los males
que al ser humano le pueden acontecer y aunque el
querer vincula por igual a hombres y a mujeres, son
aquellos los más afectados por sus nocivas consecuencias (los pecados capitales), siendo muy escasa
en toda la obra la referencia a las damas, como puede apreciarse en la lectura tanto de las bellas coplas
que relatan las circunstancias de estos pecados,
como de las fábulas correspondientes con que re-
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Fig. 3.—Soberbia.
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das, termina con el adecuado consejo moralizante.
El perro, que llevaba un trozo de carne en la boca, se
ve reflejado en la superficie de un río, y por codiciar
la carne que en el agua veía, soltó, al abrir la boca, la
que llevaba, y la perdió.
Alano carnicero en un río andaba,
una pieza de carne en la boca pasaba;
con la sombra del agua dos tanto le asemejaba;
codicióla abarcar, cayósele la que llevaba.
La lujuria
En el pecado de la lujuria, equivalente furtivo del
amor, se detiene y hasta parece que se recrea el Arcipreste. La lujuria está por todas partes (Siempre
está la lujuria doquier que tú seas, / adulterio e fornicio toda vida deseas,...)
Es el varón el que, frecuentemente, sale malparado
por culpa de la lascivia, como le ocurrió a Virgilio,
cuya leyenda reproduce Juan Ruiz. Virgilio deseaba a
la hija del emperador, por lo que acordaron que ella
lo subiría en una cesta a su alcoba; pero haciéndolo,
y por mofarse de él, lo dejaron colgado a mitad del
camino. Pero Virgilio con los poderes mágicos que
poseía planeó su venganza: apagar todos los fuegos
de Roma, «de modo que los romanos... no podían
ver fuego... sino lo encendían dentro, en la natura de
la mujer mezquina...» Sólo entonces, cuando Virgilio
goza de la lujuria con la dama «desencantó el fuego»
y además «hizo otra maravilla, que el hombre nunca
sueña: / todo el suelo del río de la ciudad de Roma, /
Tiberio, agua caudal, que muchas aguas toma, / hizóle suelo de cobre, reluce más que goma: / a dueñas
tu lujuria de esta guisa las doma.»
Al pecado de la lujuria corresponde la fábula del águila y del cazador. Con las plumas del águila adornan
los ballesteros sus flechas, y una de estas flechas le
causará la muerte: «De mí misma salió quien me quitó la vida.» Sentenciando más tarde en otra copla:
Hombre, ave o bestia, a quien amor le tiente,
desde que cumple lujuria, luego se arrepiente:
entristécese en punto, luego flaqueza siente.
acórtase la vida: quien lo dijo no miente.
Los males psíquicos y físicos provocados por la lujuria (flaqueza siente), incluso la disminución de la esperanza de vida (acórtase la vida), quedan bien señalados aquí, como era creencia generalizada en aquellos tiempos y lo fue durante muchos siglos más.
Sin embargo, en otro lugar de la obra justifica las relaciones entre hombre y mujer atribuyendo a Aristóteles, nada menos, el testimonio.
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Fig. 4.—Avaricia.
Como dice Aristóteles, cosa es verdadera:
el mundo por dos cosas trabaja: la primera,
por tener mantenencia; la otra cosa era
por haber juntamiento con hembra placentera.
Si el dicho fuera mío, sería de culpar;
dícelo gran filósofo: no soy yo de acusar...
En los siguientes versos está bien representado el título del libro en su parcela humana: En mujer lozana,
placentera y cortés /reside el bien del mundo y todo
es placer./ por muy santo o muy santa que se suponga ser, / nadie sin compañía quiere permanecer,
precisando sus apetencias en estos otros que transcribo, como los anteriores, con adaptación de grafía,
y que pertenecen al capítulo «De la respuesta que
don Amor dio al Arcipreste»: En la cama muy loca,
en la casa muy cuerda; no olvides tal mujer. Guárdate bien no sea vellosa ni barbuda. Si tiene mano chi-
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ca, delgada o voz aguda, a tal mujer el hombre de
buen seso la muda.
La soberbia
El Amor es causa de la soberbia, y ésta conduce a
otros males: el robo o la violación –sin importar para
nada el estado o condición de las mujeres forzadas–.
También la soberbia está en el origen de la propia
condena de los ángeles.
Haces con tu soberbia cometer malas cosas,
robar a camineros las joyas preciosas,
aforzar muchas mujeres, casadas e esposas,
vírgenes e solteras, viudas e religiosas.
Muchos por tu soberbia los hicistes perder;
Primero muchos ángeles, con ellos Lucifer,...
La última copla da pie asimismo a la fábula del caballo y el asno. El caballo por altanería aparta al burro
de su camino. Más tarde el caballo es herido y queda inválido, por lo que sólo sirve para hacer girar la
noria.
Aquí tomen ejemplo e lección cada día
los que son muy soberbios con su gran orgullía;
que fuerza, edad e honra, salud e valentía
no pueden durar siempre, vanse con mancebía.
La avaricia
En este pecado, diferenciado como ya he dicho de la
codicia, curiosamente, no aparece el Amor por ninguna parte. Juan Ruiz lo describe en sus coplas (Por
más que te es mandado por santo mandamiento /
que vistas al desnudo e hartes al hambriento / e al
pobre des posada, tanto eres avariento, / que nunca
a uno diste, pidiéndotelo ciento) y concluye con la
curiosa fábula de la cabra y la grulla.
Fig. 5.—Envidia.
envidia mala traicionado Jesucristo, / Dios verdadero
e hombre, hijo de Dios bienquisto; / por envidia fue
preso e muerto e conquisto...»
La fábula que como colofón sigue a la exposición de
este pecado es la que denomina «Ejemplo del pavo
y de la corneja», cuyo relato omito, pues la última copla testimonia bien su contenido:
Quien quiere lo que no es suyo e quiere otro parecer,
con algo de lo ajeno ahora resplandecer,
lo suyo e lo ajeno todo se va a perder:
quien se cree lo que no es, por loco es de tener.
La gula
La envidia
Eres pura envidia, non hay en el mundo tanta,
con gran celo que tienes, hombre de ti se espanta;
si tu amigo te dice un cuento, ¡ya cuánta
tristeza e sospecha tu corazón quebranta!
El celo siempre nace de tu envidia pura,
temiendo que a tu amiga otro habla en locura:...
Bien se aprecia en estas estrofas que este pecado capital (nacional decimos nosotros) está argumentado
en las coplas del Arcipreste en razón de los celos, de
tal forma que identifica ambos con harta frecuencia.
Concluye con algunos ejemplos históricos: «Por la
envidia Caín a su hermano Abel matólo... Fue por la
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De nuevo aparece aquí la lujuria, aunque subordinada a la gula, pues en no pocas ocasiones –y siempre
en el varón, que la mujer contaba poco en aquellas
témporas– los excesos en el comer y en el beber
provocan apetitos libidinosos poco ordenados.
Con mucha vianda e vino crece mucho la flema,
Duermes con tu amiga, ahógate la postema;
Llévate el diablo, en el infierno te quema;
Tú dices al «garzón» que coma bien y no tema
Muy venial paréceme a mí este pecado capital, que
el mucho comer y beber afecta más a la salud del
cuerpo que a la del alma, y el bien comer y el mejor
beber no hace el menor daño ni a la una ni a la otra.
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alimentos en el despertar del apetito sexual, y tenían
buen cuidado en adecuar la dieta a los asuntos libidinosos.
San Bernardo va más allá implicando también al vino:
«Me abstengo del vino, porque en él se encuentra la
lujuria; me abstengo de las carnes porque, mientras
alimentan mucho a la carne, a la vez alimentan los vicios de la carne».
Que el vino está comprometido en las cuestiones de
la desordenada sexualidad estaba en la mente de los
cristianos y no pocos paganos: «La ebriedad nutre la
llama de la fornicación, incita a la sensualidad y rompe el sello de la castidad». El Arcipreste, como he indicado, es de la misma opinión que concuerda con la
de Hipócrates.
Fig. 6.—La gula.
No obstante, Juan Ruiz describe muy bien al hombre
pecador en esta copla:
Desde que te conocí, nunca te vi ayunar,
almuerzas de mañana, no pierdes el yantar,
sin mesura meriendas, mejor quieres cenar;
si tienes qué, ya quieres a la noche zahorar.
También el colega extremeño del siglo de oro, por el
que yo siento gran afición, casi devoción, Juan Sorapán de Rieros, por aquel refrán de refranes (todo un
clásico en la paremiología) –Dieta, mangueta y siete
nudos a la bragueta– no duda en relacionar la ingestión de determinados alimentos con los asuntos de
De nuevo el Arcipreste nos recuerda acontecimientos
históricos para mejor describir la gula, empezando por
el «primer mortal de la historia sagrada», Adán, «que
por gula e tragonía, porque comió del fruto, que comer non debía, echóle del paraíso Dios en aquel día».
También nos recuerda que por el mucho beber Lot
yació con sus hijas: «ca do mucho vino es, luego es
la lujuria e todo mal después».
Aquí la fábula elegida es la del león y el caballo. Éste,
gordo de tanto comer, muere agotado en la huida del
león.
Finalmente el Arcipreste hace referencia a la mayor
autoridad médica del momento, Hipócrates, para reafirmarse en la maldad de la gula: «El comer sin mesura... otrosí mucho vino con mucha bebería, más
mata que cuchillo; Hipócrates lo decía...»
Existe una clara correspondencia en determinados
momentos históricos entre gula y lujuria, y sobre
todo cuando aquella se cualifica e identifica en algunos alimentos, como es la carne. En este sentido no
podemos olvidar a San Pablo, entre otros, que «desaconseja la carne porque puede despertar la lujuria,
gran enemiga de los buenos cristianos». O el mismo
Concilio de Selencia-Tesifonte cuando dictamina: «el
monje que come carne es tan despreciable como el
que comete adulterio».
Los santos, y los que no lo eran tanto, creían sin resquicio alguno en la fe, en la clara influencia de ciertos
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Fig. 7.—La ira.
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rrespondiente (la del león que se mató con ira, pues
«ira e vanagloria diéronle mal galardón»)
Nos narra cómo por la vanagloria tiróle Dios a Nabucodonosor todo su poderío y su honor. Y cómo Sansón perdió su fuerza cuando Dalila le cortó los cabellos; y cómo luego lleno de ira (e desque la bien cobró) mató a otros muchos y a sí mismo también.
La pereza
Con la referencia a la holganza concluye la descripción rimada de los pecados capitales. Comienza con
esta excelente estrofa:
De la pereza eres mesonero y posada,
nunca quieres que el hombre de bondad haga nada:
desque lo ves baldío, dasle vida penada,
en pecado comienza e en tristeza acaba.
Aquí aparece excepcionalmente la figura de la mujer,
cuya hermosura es lo único que puede hacer dimitir
al pecador de la holganza crónica:
Otrosí con acidia traes hipocresía,
andas con gran simpleza pensando pleitesía;
pensando estás triste, tu ojo no se ercía;
donde ves la hermosa, oteas con raposía.
Y hasta aquí este comentario de un breve, pero bello, fragmento de El Libro del Buen Amor, obra que,
cuenta con influencias extrañas: la literatura clásica
del momento representada por Ovidio, la árabe que
se percibe en las cancioncillas de danzaderas moriscas, la francesa e incluso la provenzal. Sin embargo,
y a pesar de ello, todo el conjunto posee un estilo
propio, peculiar, con el sello que aporta su propia
personalidad castellana2,3.
Fig. 8.—La pereza.
la entrepierna, nominándolos simplemente en su
obra Medicina Española contenida en Proverbios vulgares de nuestra lengua (1616): «el vino aloque, de
substancia delgada; el pan bueno y de ayer cocido; la
carne de cabrito, de cordero, de puerco, de gallina,
de perdiz o ternera; de peces, el pulpo; de hortalizas,
el panizo, la oruga, la zanahoria, los nabos, la habas y
los garbanzos; las uvas son en este caso de alabar».
Otros muchos ejemplos más podría citar, que yantar
y sexualidad siempre han ido en la historia cogidos
de la mano. Con estos basta a nuestro propósito.
NOTAS
1. Estrofa de cuatro versos aconsonantados denominada tetrástrofo; versos de catorce, de dieciséis sílabas, divididos
en dos hemistiquios. Pero, además, Cejador y otros comentaristas han señalado hasta otras veinticuatro clases
de estrofas no conocidas antes.
2. Para la elaboración de este trabajo se ha utilizado la edición de El Libro del Buen Amor, de Juan Ruiz, de Edic. Ferni, Gèneve 1973, edición especial para «Los amigos de la
Historia».
3. Las ilustraciones son obra de los dibujantes «Idígoras y
Pachi».
La ira
Iguala el Arcipreste los vocablos ira y vanagloria en
su acepción y lo hace tanto en las coplas donde describe históricamente el pecado como en la fábula co-
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Correspondencia:
A. Rodríguez Cabezas
Avda. Muelle Heredia, 12
Málaga
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