pdf Nueva versión de la batalla de la Isla de las Flores (Azores)

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NUEVA VERSIÓN DE LA BATALLA. DE LA ISLA
DE LAS FLORES (AZORES)
P
ARA complacer a un historiador inglés contemporáneo,
imparcial y aun defensor de los españoles, hice buscar antecedentes de los encuentros navales ocurridos en
septiembre de 1591 entre las escuadras de Tomás Howard
y don Alonso de Bazán, conocidos con el nombre de batalla de la isla de las Flores. Estos combates debieron apasionar al pueblo, puesto que trascendieron a la literatura
en un romance y soneto de don Alonso Andrés Falcón de
Resende, desde Lisboa, y en otro romance anónimo que
corrió por entonces en España.
El soneto de Resende empieza:
Columna firme y sólida Bazana.
Y el romance anónimo:
Ya la clarísima estrella.
Si la poesía dio auge y notoriedad a la contienda naval,
la crítica histórica no se mostró tan satisfecha, puesto que
Cabrera de Córdoba dice que «no de todos se tuvo por
victoria, sino por vituperio, el no haber tomado toda la armada enemiga, como pudiera>.
El reproche tendría como fundamento la superioridad
de la flota española de cincuenta y cinco navios más ocho
filipotes portugueses, sobre la inglesa, que sólo contaba
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con veintidós navios. Batalla, en realidad, no hubo. En
Inglaterra se consideró como combate de uno solo de sus
navios contra cincuenta de los nuestros, y así la describieron Walter Raleigh y otros escritores, sin que la faltase
tampoco allí su literatura a cargo del poeta Tennyson,
quien la dedicó una balada.
La versión de Bertendona contradice todo esto. La maniobra de los barcos ingleses consistió, según su costumbre, en evitar el abordaje, con excepción del navio almirante Reoenge, uno de los mejores de su tiempo, llevado
por Drake a la expedición de Indias y luego a la de La
Coruña; tenía cuarenta y tres piezas de bronce de sesenta
a veinte quintales de peso y le mandaba Richard Grenville, conocido en España con los nombres de Richarte,
Campoverde y Verdecampo, el cual, gallardeando, se puso
a tiro de que el galeón San Bernabé, uno de los que se hicieron en Bilbao, buen velero, mandado por Martín de
Bertendona, le aferrase, combatiendo con él ayudado por
el San Felipe, el mayor galeón que Bertendona trajo de
Vizcaya, aunque se deslizó después dejando solo a éste.
Tampoco los navios ingleses socorrieron al Revenge, quedando solas ambas naves peleando lo que quedaba de
aquel día y toda la noche hasta la mañana siguiente en
que se rindió el barco inglés.
Del hecho de armas hay dos versiones, conformes ambas en que el Revenge combatió solo, sin ayuda del resto
de su escuadra, que «huyó en dispersión a toda vela en
espera de la oscuridad próxima», y disconformes en que
fuese sólo el San Bernabé, poco ayudado por el San Felipe,
quien le rindiese, según afirma Bertendona. Contra esta
vei'sión hay la de haber sido la nave de don Claudio de
Beamonte la primera que aferró a la inglesa, rompiéndosela el arpeo cuando ya habían saltado algunos hombres
y atracando seguidamente Bertendona y Aramburu por la
popa, aunque se retiraron maltrechos, sustituyéndolos en
el ataque don Antonio Manrique y don Luis Coutiño, con
lo que serían cinco navios los que sucesivamente combatieron con el Revenge.
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Ambas versiones convienen en que Grenville murió de
las heridas.
Don Alonso de Bazán, en carta de 12 de octubre de
1595, que existe en Simancas, incluía una relación de la
batalla que hoy no está en aquel Archivo, como tampoco
existe el billete de don Alonso que envió Bertendona con
su carta, y que sería interesante por la confirmación que
don Alonso hiciese en él de la hazaña de Bertendona, toda
vez que éste dice quedar contento.
Ante la falta de ambos documentos, hay que atenerse
al relato de Bertendona, que publico a continuación por
parecerme documento interesante, a falta de la relación
de don Alonso y por creerle inédito.
En él resalta la figura del vasco, que describe la lucha
con la sobriedad y concisión de su época y de su raza, y
hace notar cuan poco sirvieron al navio inglés su arrogancia ni el poseer la mejor artillería de entonces. El capitán del galeón bilbaíno, aprovechando el buen velamen
de éste y cno estimando el mundo en nada», según él dice,
o sea resuelto a morir, se adelantó a las otras naves de la
armada, echó los garfios al navio inglés y peleó con él día
y noche hasta rendirle.
En cuanto a Bertendona procedía de una antigua familia de marinos de origen navarro. Su abuelo, Martín Jiménez de Bertendona, estuvo casado con doña María Díaz
de Gronda. En su nave, llamada Espíritu Santo, pero más
conocida por la Bretendona, condujo a Carlos V desde
Flandes a España, y desembarcó en Laredo en 2 de septiembre de 1556. Sus padres fueron el capitán Martín de
Bertendona y doña Milia Leiva y Leguizamón. Fué, desde
su juventud, marino experto y valiente. En 1571 se perdió
en Laredo una nao de Bertendona de doscientas cincuenta toneladas, pero tres años después ya tenía dispuestas sus
pinazas para socorrer con ellas la plaza de Middelburg
que se veía en situación apurada.
De 1581 a 1583 tuvo a su cargo la armada de vigilancia
de las costas de Galicia y de Portugal durante las ausencias de don Alvaro de Bazán. Éste decía de Bertendona
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cque era hombre práctico y de experiencia en la mar y de
quien podía flarse>. En 1588 mandó la escuadra levantina
de la Invencible, de que era capitana su nave La Regazona,
de mil doscientas cuarenta y nueve toneladas, treinta cañones, trescientos cuarenta y cuatro soldados y ochenta y
ocho marineros. El Duque de Medina Sidonia le propuso
para el mando de esta escuadra en sustitución de Juan
Martínez de Recalde, nombrado Almirante, y dice, en su
diario de la jornada de Inglaterra, que «el capitán Bertendona acometió a la capitana del enemigo, entrándola
gallardamente y procurando de embestilla y, estando
aquélla bien cerca, le volvió la popa, haciéndose a la mar».
En el ataque a La Coruña por la armada de Drake en
1589, Bertendona mandaba el galeón San José, anclado y
solo en aquel puerto para su defensa, viéndose obligado a
incendiarle por que no cayese en manos del enemigo.
A pesar de todos sus servicios y del más señalado de
la rendición del navio Almirante inglés en las islas de las
Flores, al responder a la carta de Bertendona dando cuenta de su victoria, los cautelosos secretarios del Rey no se
atreven sino a proponer que se le acuse recibo y que se le
agradezca el servicio, siempre que figurase su nombre entre los que don Alonso de Bazán propusiese para darles
gracias.
He aquí la carta:
SEÑOR
A los 9 del pasado llegó don Alonso de Bazán con su
armada a vista de las islas de Flores y Cuervo, y porque
tenía nueva del Maestre de Campo Juan de Urbina que el
enemigo, con cuarenta naves, nos aguardaba con designio
de darnos la batalla en la misma mañana, mandó que
toda la armada se pusiese en batalla en la forma que tenía
ordenado para acercarse a la isla y dársela, conforme a la
orden que de V. M. tenía. Y porque algunas naves venían
detrás, particularmente la escuadra de Sancho Pardo, a
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quien le faltaba el borriquete de su navio, y don Bartolomé de Villavicencio quedaba atrás, como Almirante que
en aquella semana lo era, no pudo ponerse tan presto a la
orden, cuanto don Alonso de Bazán, uestro Capitán General, deseaba y daba prisa, y también porque don Luis
Coytiño había tomado la vuelta de un cabo de la dicha
isla de Flores, pensando doblar por ella y aguardando a
los postreros y enviando por don Luis Coytiño, se pasó
algún tiempo sin que el General dejase de ir derecho a
donde el enemigo podía estar.
En aquella semana me cupo a mí el lado de la capitana general, por haberse ido la de atrás Almirante y al otro
lado San Martín y San Felipe y el cuerpo derecho cupo a
los Generales Marcos de Aramburu y Antonio de Urquioia, con sus escuadras; y porque don Alonso de Bazán envió un patache a reconocer la isla, los enemigos, que estaban surtos y aun parte de la gente en tierra, se hicieron
luego a la vela y Marcos de Aramburu y Urquiola tiraron
sendas piezas y dieron la vuelta de los enemigos, con los
cuales comenzaron a escaramuzar con el artillería. Don
Alonso de Bazán dio velas con su capitana y las demás
naves lo mismo, y como yo iba junto a él y mi galeón, que
es San Bernabé, uno de los que se hicieron en Bilbao, andaba mejor a la vela, pude adelantarme, y de tal suerte
que, allegándome a la Almiranta general del enemigo, que
venía con otras tres naves menores, no estimando el mundo en nada, acordé de embestirle para darle el castigo que
mereció y, haciéndolo así, le eché el ferro y mandé amarrar mi galeón con el suyo, dándonos el uno al otro mucha prisa con el artillería y arcabucería. Es verdad que
San Felipe, que es el mayor galeón que yo truje de Vizcaya, me ayudó, porque lo tomó el viento a causa de que
con una pieza me había otra nave rompido la escota de
gabia menor, el cual San Felipe embistió luego tras mí,
pero deslizóse y fuese y quedé solo y peleando con el dicho galeón el día que nos quedaba y toda la noche hasta
la mañana que le rendí.
Más particularidades dirá a V. M. el capitán Juan de
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Villaverde, que es el portador de ésta y capitán del galeón
San Bernabé, donde yo navego, como testigo de vista, el
cual tiene muchos años de servicios de sargento y de alférez y es benemérito de cualquiera merced que V. M.
fuere servido de hacerle y en esta jornada ha merecido
mucho.
Tengo a mucha dicha haber rendido uno de los más
lindos galeones del mundo y Almirante, que, según todos
decían, era el más arrogante que había en el mundo. Sé
decir a V. M. que con el credo que murió era decir: ya sé
que tengo de vivir muriendo y fuera mejor morir.
El capitán Luis de San Juan, que era capitán de la infantería que conmigo iba, murió peleando. Matáronle de
un filipote de los de don Luis Coutiño, disparando el artillería que había de descargar en el enemigo. Digo esto porque V. M. no se sirva de flamencos rebeldes. A su sargento
le rompieron un brazo. Quedó solo su alférez, que se llama
Pedro de Sepülveda, que peleó con su Compañía, y después la ha gobernado y gobierna muy bien. Suplico a V. M.
cuanto puedo le haga merced de ella, pues por justicia se
le debe, y a dos hijas del dicho capitán Luis de San Juan,
muerto, que, después de Dios y de V. M., no tienen ningún
remedio, con una madre que tienen, y al tiempo de su
muerte me lo encargó mucho hiciese memoria a V. M., y
así lo hago, a quien suplico me crea que, teniendo abiertas las entrañas y el pecho todo descubierto, con el mayor
valor del mundo me pidió dijese a V. M. cuan contento
moría por morir en tal ocasión y sirviendo a V. M. Yo descargo mi conciencia y obligación poniéndola en las manos
de V. M.
En viniendo don Alonso de Bazán, daré cuenta particular a V. M. de los méritos de los marineros y segundos,
para que con su intercesión y haciéndome a mí merced,
se les haga a ellos, como yo espero.
Toda la resta de la armada del enemigo huyó, y sé que
llevaban el diablo en el cuerpo, y que don Alonso de Bazán los siguió e hizo cuanto humanamente pudo por alcanzarla, y me mandó socorrer, como de él esperaba, y
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por este billete suyo verá V. M. su voluntad y obras de que
yo quedo contento.
Doce naves de las Indias habían llegado y estaban las
once con don Alonso y la otra topé en la Tercera, y cada
día aguardaban la demás armada. Después han sobrevenido tiempos tan fuertes cuales nunca se han visto, y así creo
que toda el armada verná desbaratada, como pudiere, a
la Andalucía, y no hay de qué tener miedo del enemigo
por cuanto terna él harto, cuanto más que es fuerza que
haya naves nuestras con las de las Indias, y con el cuidado que don Alonso de Bazán trae, puede V. M. dejar de tenerlo que, cuanto humanamente puede ser, ha de hacer.
Traje presos en mi galeón al capitán de la nave e infantería inglesa y el maestre y piloto. El capitán se murió
habrá dos días.
El galeón Almirante inglés, que yo rendí, trae consigo
don Alonso de Bazán, en el cual se ha hallado la mejor
artillería que se ha visto en bajel que navega y, según dicen, se estima él y el artillería, munición y pertrechos en
más de ochenta mil ducados.
Suplico a V. M. se acuerde de mí, pues las ocasiones en
que siempre me he visto, sirviendo a V. M. y mi voluntad
lo merece.
De la batalla quedó este galeón San Bernabé tan mal
parado, que me ha seido forzoso venir a este puerto de
Vigo sin velas ni anclas con la mayor diligencia y ventura
del mundo, y dentro de nueve días o diez, remediaré e iré
a Ferrol con él lo mejor que pueda, de donde daré a V. M.
más cuenta de todo. Sé decir a V. M. que más servicio he
hecho en salvar este galeón que en rendir al otro.
Nuestro Señor guarde a V. M. con el mayor acrescentamiento de salud, reinos y señoríos, cuanto éste su criado
desea.
De Vigo a 8 de octubre de 1591. = Martín de Serte n do na.
E L DUQUE DE ALBA.
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