Ángela Figuera y la poesía infantil

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Ángela Figuera y la poesía infantil
(Aproximaciones a la luz de Gloria Fuertes))
por Iñaki Torre Fica
En 1979 veía la luz en México una nueva obra de Ángela Figuera: Cuentos tontos
para niños listos. Compuestos en verso llano por Ángela Figuera Aymerich (1),
publicada con ocasión del Año Internacional del Niño. Póstumamente habría de conocerse, por afán expreso de su esposo Julio Figuera Andú y casi a contrarreloj de una
muerte presentida, otra obrita suya de idéntico destinatario: Canciones para todo el
año (2). Momento propicio al cabo de este 1999 que nos deja su último aliento para
conmemorar una efemérides y rescatar del olvido sus versos al amparo de este nuevo
número de ZURGAI dedicado a los niños y la poesía. La lírica infantil de Ángela Figuera ha vivido sometida a un discretísimo segundo plano en beneficio de poemarios mayores como Mujer de barro (1948), Vencida por el ángel (1950), El grito inútil (1952)
o Belleza cruel (1958) -culminación de sus aptitudes éticas y poéticas-, por citar tan
sólo algunos, más frecuentados por la crítica. No obstante, como es claro, todos ellos
nacen de un mismo y único surtidor poético, y se embastan igual que los distintos eslabones de una cadena que concluye -pues tanto la muerte como el hastío vinieron a segar
este manantial creador- con las poesías para niños. "Sería extenso el estudio que la obra
literaria de Figuera se merece en lo relativo a lo que podíamos llamar la "ideología infantil" de su poesía, su relación con el mundo de los niños" escribió Félix Maraña. La ocasión no puede ser ahora más idónea.
Amarrando el círculo
Las composiciones infantiles de Ángela Figuera vienen a amarrar el círculo de su
itinerario poético mediante un claro regreso al remanso intimista de aquel Mujer de
barro, poemario inaugural y muestra más cuajada de lo que ella denominó "poesía subjetiva": eclosión de intimidad y destello de orfebrería lírica. Concebido como un reflejo
de la realización personal, la feminidad asumida con gozo es foco irradiador de todos
sus escritos. Tras años de supervivencia en mitad de la lucha, Ángela Figuera celebra la
tan ansiada paz casera una vez amainada la tormenta de la guerra. La poesía es, en esos
momentos, un cauce de inmortalidad para estos instantes de jubilosa plenitud. El amor
y la entrega al esposo y el cuidado de su hijo llenan su quehacer diario. La necesidad de
cantar irrumpe vigorosamente en medio de este paisaje doméstico colmado de afecto y
de maternidad, y le impele a dejar constancia de los pequeños avatares cotidianos en
unos versos espontáneos que se fraguan en la entraña como el hijo recién nacido. Mujer
de barro abarca entonces un radio íntimo y familiar, y esta privacidad no se manifiesta
únicamente en los temas poetizados sino también en los personajes poéticos y en los
interlocutores a quienes van dedicadas las composiciones (3). La pasión y el anclaje vital
de Ángela Figuera es pasión de ser mujer y, por ende, de ser madre.
Después, su producción lírica, unida a los jalones biográficos de la poetisa, atravesará distintas etapas, siempre al compás de los acontecimientos históricos y políticos.
(1) Ediciones Sierra Madre, México, Monterrey, 1979. Este subtítulo apareció en una reedición posterior, Cogarbur, el Burgo de Osma, 1980, y ha sido eliminado en reediciones ulteriores, como la de
sus Obras completas, Madrid, Hiperión, 1987, de donde citamos.
(2) Editorial Trillas, México, Monterrey, 1984. Citamos asimismo de sus Obras completas. El libro
nació acompañado de los trabajos de seis dibujantes especializados en ilustraciones para niños:
Laura Fernández, Gloria Calderas, Silvia Luz Alvarado, Elke Zemelka, Bruno López y Chiara Carrer.
En la breve nota bibliográfica se recoge igualmente el fallecimiento de la escritora.
(3) Ángela Figuera dedica la primera parte del poemario a su esposo Julio, en aquellos versos en
los que se autodefine como mujer y se vive aupada por el amor de su marido. En la segunda parte,
los “Poemas de mi hijo y yo” van expresamente dirigidos a Juan Ramón, el niño que ambos tuvieron
en plena guerra civil.
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La figura descollante de la madre, puesta claramente de realce en su primer poemario
en tanto que vivencia subjetiva, llevará todo el peso simbólico en su segunda fase de
"poesía preocupada", la más dilatada y fecunda, donde Ángela Figuera vierte en los poemas inquietudes de orden metafísico o existencial para desembocar más adelante en
escritos de clara denuncia social. Vencida por el ángel y las obras que seguirán: Los
días duros (1953), Víspera de la vida (1953), El grito inútil (1952), Belleza cruel y
Toco la tierra (1962) insisten en el protagonismo de la mujer, que asume un talante
contestatario, profético y testimonial, donde la madre es el epicentro de la cosmovisión.
La voz personal y reciamente femenina de Ángela Figuera se torna a partir de entonces aullido desatado, inquiriendo inicialmente acerca de su papel como portavoz de una
conciencia individual fundida con la colectividad, por medio de una impactante alegoría
de Mujer y Madre universal, para convertirse posteriormente en palabra denunciatoria
con plena carta de naturaleza. La madre se funda aquí como esperanza de redención
de un mundo en desgarro permanente.
En el otoño de su vida, cansada ya de exhalar su grito -creído inútil- contra viento
y marea, y consciente a su pesar de no aportar nada nuevo y de repetirse (4) (recordemos que el subtítulo de su último poemario "mayor", Toco la tierra, era "Letanías"), se
recluye nuevamente en una poesía hogareña al abrigo de las celosías y de su reciente
condición de abuela. Voluntariamente aislada de las pleamares sociopolíticas, regresa a
una experiencia depurada y quintaesenciada de la poesía, que se preña del timbre tierno, mágico y fantasioso del cancionero infantil en sus creaciones para los nietos. La llegada al mundo de Ana y Gabriel bien pudo despertar en Ángela Figuera sentimientos
pretéritos reverdecidos al calor de una nueva posibilidad de volver a ser "madre". Esa
(4) Vid. Robert SALADRIGAS, “Monólogo con Ángela Figuera”, Destino, Barcelona, 23-XI-74, pp.
48-49 (recogido asimismo en Zurgai, 19, abril de 1988, Bilbao, pp. 38-41, de donde citaremos), fuente importante a la hora de conocer las opiniones de la autora en lo que atañe a su poesía.
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vivencia regocijante y serena de una "segunda maternidad" vino tal vez a impulsar el
brinco temporal que da su poesía al rescate de unos temas y una dicción propios de sus
escritos de madre primeriza. No debemos perder de vista que, si bien Mujer de barro
fue publicado en 1948, es preciso remontar muchas de sus composiciones a diez años
atrás, aun cuando conservan toda la frescura y el ardor con que fueron cantados el amor
por Julio y el alborozo ante la maternidad indemne -vida vs. destrucción-, cercada por
el fragor de las bombas (cfr. "Bombardeo", Vencida por el ángel, O. C., p. 119). El prodigio genésico culmina entonces con el milagro del hijo. Disfrutar de su vejez en mitad
del sosiego y arroparse con el amor de los nietos resumen dos de sus aspiraciones fundamentales: "acaso estoy cansada de gritar y quiero sentarme un poco, ser abuela y
mujer de mi casa y gozar de mi vejez cuando puedo olvidar mis preocupaciones que no
cesan, sino que se crecen ante la marcha del mundo y el dolor de los pueblos que constantemente muerde a los más débiles [...] Los nietos son mi 'refugio' en la vida terrible
de estos años demenciales, tan llenos de sucesos horrorosos, de contradicciones insoportables, de mentiras que hieren..." (5).
Los cuentos de la abuela Ángela
El desencanto sufrido frente a la ineficacia de ese grito, unido al nacimiento de sus
dos nietos, están en la raíz de los Cuentos tontos para niños listos así como de las
Canciones para todo el año. Pero su auténtica gestación revela un origen mucho más
doméstico y, por lo mismo, más tierno. Julio Figuera, promotor de la edición de ambas
obras, lo ha dejado consignado en la Nota preliminar a sus Obras Completas: "Al irnos
a Avilés [una vez jubilado Julio] quedó Ángela aislada de los círculos literarios y amigos
escritores de Madrid. Como ya tuvo una nieta, se convirtió en abuela más que escritora y, aparte del tiempo que dedicaba a leer, hacía vestidos y prendas de punto para la
nieta. Cada vez que veníamos a Madrid le improvisaba cuentos mientras la dormía, que
luego olvidaba, y la nieta protestaba al contárselos de nuevo si no eran idénticos a como
se los había contado la primera vez. Por eso la nieta le dijo un día a Ángela: "¡Pues pónmelos en un libro!". A partir de entonces se los escribía y algunos de ellos son los Cuentos tontos para niños listos" (6) . De ahí que, desde el umbral mismo del libro, tenga
uno la sensación de sorprender -que no de allanar- la intimidad de un triángulo familiar
zurcido a base de afecto y ternura. "Dedicado a mis nietos, Ana y Gabriel, con cariño
interminable, su yaya. Ángela" reza la dedicatoria. No valen sin embargo el pudor o la
cortedad a la hora de adentrarse en estas páginas. Ángela Figuera, "más abuela que
escritora", nos acoge bajo las alas maternales de su poesía, es capaz sin esfuerzo de
embaucarnos con su palabra de Scherezade.
En Cuentos tontos para niños listos se entreveran rasgos de la más pura tradición
oral (empezando por ese "verso llano", travieso y envolvente) con aquellos, fabulísticos,
que pertenecen más bien al legado narrativo de nuestro siglo XIX. Al compás de su estribillo octosilábico va desfilando, alegre y danzarín, un fantástico e hilarante zoológico que
en mucho nos recuerda a aquél que presidía Mamá Oca, la voz de los cuentos. El reino
animal, con sus simpáticos personajillos candorosamente humanizados, secuestra de
inmediato la imaginación infantil: "Cuento tonto de un ciempiés a quien nombraron cartero", "Cuento tonto de la jirafita que no tenía bufanda", "De lo que ocurrió a Papamoscas [la gallina] con el nidal vacío, el gallo Marimandón, y el huevo que se perdió",
"El pulpo enamorado (Cuento tonto y soso de la mar salada)", "Las cigüeñas", "Cuento tonto y trabalenguas de Patita Pata y Patito Pato", "Cuento tonto del oso Peludín y
siete niñas del pueblo San Cristobalín de Enmedio", "Cuento tonto de Mirandolín, el
gato bandolero" y, por último, "Cuento tontísimo de una rana y un pez". Ángela Figuera había sentenciado, no sin cierto pesimismo: "He llegado a creer que los niños y las
bestias son los únicos seres verdaderamente puros e inocentes, lo único auténtico que
nos queda en el mundo" (7). Y es asombroso comprobar cuán cercanos están los niños
de los animales, cómo atrapan su atención esas criaturas de la fauna en el fondo tan
poco convencionales, tan únicas. Quizá porque, como muy bien intuyó, ambos atesoran esa candidez en su descubrimiento del mundo.
(5) Ibidem, p. 41.
(6) O. C., pp 9-10
(7) SALADRIGAS, Art. cit., p. 41. Las cursivas son nuestras.
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Aunque prima la intención lúdica, estos "cuentos", mucho más próximos a las fábulas, no escapan a esa función docente que les es propia. Pese a haber sido escritos casi
treinta años después de sus últimos poemarios de temática social y denunciatoria,
Ángela Figuera no ha renunciado a sus antiguas convicciones: la responsabilidad de las
personas ante su trabajo y su función en la vida, la colaboración solidaria, la familia
como necesidad vivencial y la búsqueda del amor para construirla siguen todavía vigentes en estos versos adaptados a oídos y entendimientos infantiles. Así, la voz autorial y
narrativa, camuflada detrás del protagonismo que concede a los personajes poéticos,
asoma de vez en cuando para recordar la moraleja:
"Pero, sin alimentarse, / niños míos, no hay tu tía: / nada crece, nada vive, / y el
mundo se acabaría. / Yo no sé si la tontaina / de Papamoscas sabría / esta verdad
(...)"
(Cuento tonto (no tan tonto) de la gallina Papamoscas y el gallo Marimandón, O. C., p. 360),
y nos habla de la necesidad de los niños de alimentarse correctamente (frente a esos
remilgos que los padres deben zanjar en asuntos de nutrición infantil); de ciertos imperativos cívicos, como el de obtener previamente el permiso de conducción para poder
desplazarse en automóvil, respetando las normas de urbanidad:
"Todos le decían: / -Tienes que aprender / o no podrás nunca / sacar el carnet. //
Ahora, bien lo sabes, / ya no hay quien circule, / por tierra o por aire, / sin un requisito / tan indispensable. // Si tú no lo tienes, / no podrás volar / pues ¡menudas multas / ibas a pagar! / ¡Ea! no es difícil. / Todo es practicar."
(Cuento tonto de la brujita que no pudo sacar el carnet, O. C., p. 357),
donde el automóvil ha sido ingeniosamente sustituido por la escoba de esta bruja tan
patosa, en una narración breve llena de humor. Predomina el valor de la maternidad,
entendida como amor y responsabilidad hacia el hijo, y es a menudo la piedra angular
de muchos de los "Cuentos". La gallina Papamoscas deberá enfrentarse a sus obligaciones y bajar de las nubes:
(...) las gallinas / no pueden estar ociosas / pensando en las musarañas. / Tienen que
hacer muchas cosas / todas serias e importantes / puesto que a ellas les toca / poner
huevos y más huevos / que, muy pronto, se transforman, / unos, en ricas tortillas
(...) / otros, en polluelos chicos, (...) / que, cuando crecen y engordan, / se hacen
gallos arrogantes, / o gallinas grandulonas / que, a su vez, pondrán más huevos. /
Así se forma la ronda / para que nunca se acaben / en el mundo ni las cosas / buenas, ni los animales / ni tampoco las personas."
(O. C., p. 360)
El adecuado entendimiento de la maternidad asegura el buen engranaje del ciclo de
la vida. La madre tiene que velar por la salud, tanto física como moral, de la progenie:
"Les enseñaría a ser / despabilados y atentos, / a comer con apetito / y a crecer como
los buenos."
(Cuento tonto (no tan tonto) de la gallina Papamoscas..., O. C., p. 367).
A pesar del entramado fabulístico y del consensuado talante educativo, su sustrato
edificante, la lección pedagógica o moral, son en todo momento sutiles, primorosamente engarzados en el ensalmo narrativo. Todo en ellos rezuma fantasía (pues, al fin
y al cabo, no es tan raro que en el universo de los niños una brujita torpe, la pobre,
deba sacarse antes el carnet para poder llevar el timón de su escoba; o que Doña Ciempiés reprenda a su marido, el Cartero Oficial del Bosque, por ir todo el día descalzo) y
aquilata los ecos de numerosos cuentos infantiles transmitidos de generación en generación: el de las siete niñas que invitan a merendar al goloso oso Peludín convoca, por
ejemplo, Ricitos de oro y los tres osos. Una manera poética de leer en la realidad que
le era común también a otra gran Dama de los Niños: Gloria Fuertes (8).
(8) Félix MARAÑA, había señalado la cercanía de esta poesía infantil de Ángela Figuera con el “lenguaje, modos, y filigranas de la literatuta de Gloria Fuertes”. El mismo título de esta primera obra
infantil de Ángela Figuera recuerda los juegos verbales y calambures a los que tan aficionada era la
poetisa madrileña.
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Ángela Figuera y Gloria Fuertes
Francisco Nieva, que define a la poetisa madrileña como un Prévert femenino en
el prólogo a Mujer de verso en pecho (9), esboza una atinada semblanza de la autora:
"No le falta ni siquiera un feminismo radical, lleno de candor y de fuerza, pero a la vez
nada beligerante, sino conciliador bajo las alas de la poesía. Un feminismo maternal en
lo anímico y viril y tajante de disposiciones frente a la sociedad. Se ha ocupado de todos
los niños, y es capaz de aniñarnos a todos los hombres en una concepción poética simple y trascendente. [...] Los niños son sabios alocados que aciertan comúnmente en definir las líneas esenciales de la vida, los sueños, los anhelos". Nos es fácil reconocer en
esta estampa rasgos connaturales a Ángela Figuera, tal y como los hemos venido definiendo.
Pero más allá de una afinidad espiritual, se da en ambas poetisas una notable
coincidencia temática y formal. Inmersa desde 1952 en los poemarios para niños, Gloria Fuertes ha manifestado en repetidas ocasiones su atracción por el lenguaje y el saber
popular, y esa búsqueda en su poesía de emoción y sorpresa, de comunión-comunicación con el lector u oyente. En una ocasión afirmó: "Desde adolescente, casi niña, descubrí que mis poemas tenían un destinatario: la Humanidad [hasta llegar a concebirlos
como "poemas-cartas"]. Mi lenguaje era y es directo, comunicativo, mi "yoísmo" no es
egoísta, porque es un yoísmo expansivo" (10). En su afán por "amonestar a los injustos
y divertir a los niños", recurre a formas versificadas sencillas y sonoras y retrata a personajes y animales que pueblan el mundo infantil. En el delicioso librito Doña Pito Piturra (11) podemos encontrar retablos y narraciones parejos a los que descubríamos en
los Cuentos tontos para niños listos: "El Hada Acaramelada", que no sabe cómo convertirse en maga y acaba dándose cuenta de que lo lleva en el corazón, se asemeja a la
brujita incapaz de sacarse el carnet de conducir escobas, o ese "Oso famoso" que trabaja en el circo a pesar de su pata coja; "Mosca y Mosquito" que desean casarse el uno
con el otro. O bien esa fantástica serie titulada "Cómo dibujar...", y en ella se congregan personajes de la imaginería infantil: la bruja, el payaso, el cisne.
Ángela Figuera y Gloria Fuertes, gemelas en el sentir, en el pensar, pero sobre todo
en el decir. Los juegos rimáticos, fonéticos y rítmicos, las asociaciones de palabras, las
onomatopeyas, el ayuntamiento verbal de dos realidades en niveles distintos, el tono
coloquial que adoptan sus personajes, las expresiones caseras... Todo un surtidor lingüístico que asume la expresividad infantil, ya de por sí prodigio de imaginación, creatividad y belleza. El niño, al igual que el poeta, carga de valor simbólico la realidad que
le circunda, que le acucia y que él traslada a sus propios intereses y experiencias. Está
empleando, sin saberlo, el lenguaje tropológico. Y esto ocurre cuando, como muy bien
apunta Jaime Ferrán (12), "ha primado la expresión oral sobre la escrita". Los niños
son, sin duda, los genuinos gustadores de la poesía porque -ya lo advirtió Rousseau en
su Ensayo sobre el origen de las lenguas-: "D'abord on ne parla qu'en poésie; on ne
s'avisa de raisonner que longtemps après". Y el alba del hombre, que es el niño, recoge ese primer latido emocional y esa zambullida en la superrealidad que nos revela lo
esencial y mítico latente en la nuestra. Los Cuentos tontos ("tontos" por puro entretenimiento, mera diversión y fantasmagoría) encierran toda una sabiduría que sólo el niño
sabe captar sin dilaciones, sin intermediarios, tan sólo atrapando al vuelo el fogonazo
poético. Esos niños tan "listos" en el aprendizaje fundamental del mundo.
Canciones para todo el año
Es claro que en nuestras dos autoras la poesía para niños es ante todo magia verbal quintaesenciada. Especialmente en Gloria Fuertes, las nanas, villancicos, adivinanzas, aleluyas, retahílas, canciones de comba o de corro, trabalenguas, aguinaldos, etc.
fluyen de todo un manantial irrestañable en el que el niño con seguridad se sentirá
representado. Por otra parte, así ha definido las Canciones Amelia Álvarez Cienfuegos:
(9) Madrid, Cátedra, 1996, p. 21.
(10) Apud Obras incompletas, Madrid, Cátedra, 1980, p. 30.
(11) Col. A toda máquina, Madrid, Ediciones Susaeta, 1987.
(12) Apud “Música y poesía”, Poesía infantil, Teoría, ..., op. cit., p. 59.
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Angela Figuera con su hijo Juan Ramón, (Valencia, 1937).
"son graciosas, ágiles, fáciles de memorizar. Este lenguaje se halla salpicado de ecos
populares y su belleza lírica estimula la transmisión oral. Lo mismo ocurre en los cuentos y adivinanzas, refrendadas también por su origen popular. En todo ello conecta con
la precisión sentenciosa del antiguo cancionero. Es nota característica -porque así sucede en muchos finales de sus poemas- la selección de rasgos expresivos coronando los
temas con sentencias epigramáticas" (13). Ángela Figuera abandona en esta obra la
literatura fabulística y el mensaje formativo para dedicarse al puro juego poético. Una
de las composiciones, "Jugando" (O. C., p. 411), transmite sin tapujos la raíz lúdica del
libro:
-¿Redonda? / -La luna. / -¿Redondo? / -El sol. / -¿Redonda? / -La bola. / -¿Redondo? /
-El balón (...)".
(13) Apud “Obras completas de Ángela Figuera Aymerich”, Zurgai (Recordando a Ángela Figuera),
Bilbao, Diciembre 1987, p. 83.
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La bilbaína exprime aquí, más que en los Cuentos, toda su savia poética y lingüística. El poema que abre el libro, "El sol" (O. C., p. 403), empieza con la descripción del
amanecer y el ocaso creada a partir de la greguería. La belleza resultante es sobrecogedora:
"El sol es una gran naranja. / -Y ¿quién la exprime? / -Los labios de la aurora / cuando sonríe. // El sol es un fresón maduro. / -Y ¿quién lo come? / -Lo comen las montañas / y el horizonte. (...)".
La greguería, máximo recurso condensador de la prestidigitación verbal, cristaliza
la expresividad poética y simbólica que líneas más arriba atribuíamos al habla infantil.
Este procedimiento estilístico la hermana igualmente con Gloria Fuertes, asidua cultivadora de la greguería, siempre más que un simple recurso retórico. Supone, además, el
retorno más nítido a la etapa subjetiva en conexión con los "Poemas de mi hijo y yo"
(14). El interlocutor con el que conversa a menudo la voz cancioneril es ese pequeño
ser que irradia asombro ante el descubrimiento de las cosas más elementales que pueblan y sacuden la Tierra: paisajes, animales, fenómenos atmosféricos... Un mecanismo
de pregunta-respuesta se pone en marcha, y desemboca en una explicación más poética que científica del mundo. El citado poema "El sol" podría servirnos de ejemplo, al
igual que "Luceros" (O. C., p. 409), "El viento" (O. C., p. 410) o "Más animales" (O. C.,
pp. 424-426). El abanico de moldes creativos desplegado se completa con "Canciones
para todo el año" (la música de las cuatro estaciones), "Canciones de corro" (melodía de
la jovialidad), "Tarjetas postales" (donde teje refinadas estampas de la naturaleza mediante extraordinarios bordados metafóricos), "Tarjetas postales de Navidad" (época mágica
para los niños) y, finalmente, las "Adivinanzas", inspiradas piruetas poéticas.
Arturo Medina, autor igualmente de libros infantiles (15), expresa en un artículo el
siguiente deseo: "Yo le pediría al poeta que escribe para niños fluidez y brevedad, huida
de toda detallada anécdota que, si es que se da, debe darse adelgazada al máximo;
humor cuando el asunto lo requiera y nunca burda comicidad; llamada a la fantasía,
incluso en los temas domésticos o cotidianos; alejamiento de actitudes admonitorias,
separación de trasnochadas moralejas. Sencillez, en suma, que no está reñida con el
adorno tropológico y la musicalidad. Versos de arte menor bien elaborados, no sujetarse en exceso a la rigidez de la estrofa y el constante isosilabismo. Movilidad, ligereza,
acordes con la versatilidad y premuras del niño" (16). A nadie se le oculta que tanto Gloria Fuertes como Ángela Figuera lo lograron con creces, porque escribir poesía infantil
no es infantilizar la poesía. Sería, es, en todo caso, un homenaje y un acicate a la inteligencia de los niños -huella de esa mirada primigenia del hombre ante el amanecer del
mundo-, al encanto verbal con que se expresan y, sobre todo, a la bujía interior que
todos ellos -y los adultos que aún no han perdido la capacidad de aniñarse- llevan y se
enciende siempre que se produce el milagro de música, palabra, sentimiento e idea cuyo
nombre es Poesía.
(14) Su paralelo con las Nanas de la cebolla de Miguel Hernández, –autor que despertó un temprano interés en Ángela Figuera– habría que buscarlo en éstos y no tanto, quizá, en las Canciones o
los Cuentos. El arrobo ante el hijo y, singularmente, el excelente estambre metafórico son comunes
a ambas obras.
(15) El más conocido sigue siendo El silbo del aire, I, Antología lírica Juvenil, Barcelona, Vicens
Vives, 1965.
(16) Apud “El niño y el fenómeno poético”, Poesía infantil. Teoría,..., op. cit., p. 19.
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EL PULPO ENAMORADO
CUENTO TONTO Y SOSO DE LA MAR SALADA
angela figuera
Allá en el fondo del mar
hay un pulpo enamorado
de una sirenita rubia;
pero ella no le hace caso.
El la mira y la remira;
ella pasa sin mirarlo.
Ella se marcha riendo;
él se queda suspirando:
—¡Ay, madre si me quisiera,
cuántos brazos, cuántos brazos
para estrecharla y mecerla!...
(Pero ella no le hace caso).
Cuántas ávidas ventosas
para besarla despacio,
para decirle «¡te quiero!».
(pero ella no le hace caso).
Ella, por el mar azul,
coquetea retozando.
Cada vez está más linda
y es su pelo más dorado.
El, a fuerza de llorar,
cada vez más feo y lacio.
(La mar salada y azul
es ahora un mar amargo).
Deja de llorar y deja
que se vaya por su lado
esa coquetuela tonta
que te tiene tan chiflado,
conquista a una pulpa guapa
—que las habrá por tu barrio—
y ten una colección
de pulpitos bien criados.
poema de
(Madrid, agosto, 1973)
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