Brigitte Bardot cultura

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vibrante
autoridad masculina
situación de la mujer confianza
fama Gerda Lerner economía
Neil Amstrong
confianza
De la conquista de la luna a la generación beat, de las inquietas calles
del convulso barrio latino de Paris a la explosión del pop británico,
el final de los años 60 fue un momento de cambio con sabor
psicodélico. Tiempo de inconformismo, todo parecía ser posible…
¿A quién no le hubiera gustado estar allí?
R
esulta extraño a la luz del
pesimismo y la desilusión
que impera en el ámbito
cultural, económico y político del mundo actual que,
entre el final de los años 60 y
principio de los 70, millones
de ciudadanos de los países
occidentales creyesen que vivían en un mundo en
que las utopías podían cambiarlo todo ¿Rabia juvenil
o crisis moral? El abrupto fin de esta época también
significó el fin de los sueños entre revolucionarios y
“dadaístas” de una generación que no había conocido el paro y que se enfrentó al incierto panorama de
la sociedad postindustrial en el marco de las severas
reconversiones que se alargarían hasta bien entrados
los años 80. Un tiempo en definitiva de grandes contradicciones, de aspiraciones imposibles y eslóganes
tan impactantes como pasajeros. En aquel ocaso se
entremezclan las carreras de Brigitte Bardot, Michael
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texto por gabriel á lvar ez
Caine, Jane Birkin y Charlton Heston. Cuatro iconos
diametralmente opuestos que son reflejo de esa maraña de grandes acontecimientos, ideas subversivas y
progresos materiales que dejaron una indeleble huella
en la cultura, la estética y los valores morales de las
décadas siguientes.
El Otoño de la Edad de Oro.
La gran “época dorada”, como bautizó el periodo el
historiador marxista británico Erik Hobsbawn, de las
sociedades occidentales termina cuando se acaba el petróleo, y por tanto la energía barata. Hasta entonces,
Estados Unidos y sus socios experimentaron desde el
final de la segunda guerra mundial un crecimiento sin
precedentes. Los índices productivos certificaron una
época de milagros económicos en Alemania, Japón,
Italia, e incluso España, que se apuntó a la moda de los
prodigios macroeconómicos pese a no entrar en la Europa que diseñaron Alemania y Francia en el Tratado
de Roma del 58. El duro trabajo de reconstrucción de
los cuarenta con la fundamental ayuda norteamericana
a través del Plan Marshall, la energía barata así como
la adopción por parte de la mayoría de los gobiernos
europeos de políticas basadas en la economía social de
mercado, una revisión del keynisianismo teorizada en
1949 por Alfred Müller-Armack en su obra “Liderazgo de Economía y Economía de Mercado”, fueron las
claves de la opulenta explosión de los consumistas y
frenéticos años 60. La consolidación del estado del
bienestar provocó profundas transformaciones sociales
y culturales que enlazan con una revolución silenciosa
que se había iniciado en la misma guerra cuando la
mujer se había incorporado al mundo laboral, sustituyendo a los hombres que marchaban al frente en las
fábricas, empezando a abandonar el rol de aquel “segundo sexo”, que en una de las mejores obras de filosofía de la centuria había descrito Simon de Beauvoir. El
consumo de la clase media se convirtió en el motor de
la sociedad. Los electrodomésticos se adueñaron de los
hogares del mundo occidental, mientras la revolución
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Las imágenes son obra del célebre fotógrafo de moda Brian Duffy. Pertenecen al libro DUFFY publicado por ACC Editions.
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verde y una industria cada vez más especializada llenaron los lineales de los supermercados y los grandes
almacenes con todo tipo de productos. Las ciudades
crecieron al ritmo que el automóvil permitía alejar el
domicilio personal del centro de trabajo. Urbanismo
es tráfico, y cuando se puede espacios verdes, como
demuestra la Brasilia de Nienmeyer y Costa y las
interminables urbanizaciones en los extrarradios de
las principales ciudades europeas y norteamericanas.
Las vacaciones pagadas, que se generalizan a partir de
la posguerra, abren las puertas al turismo de masas
que convertirá el Mediterráneo occidental europeo
en un gran hotel.La televisión comparte mesa como
un miembro más de la familia y se convierte en la
gran creadora de modas, actitudes y mentalidades
que se propagan entre una juventud que comparte
el culto a los nuevos iconos de Los Ángeles a Berlín oeste. El mundo se hace más pequeño gracias al
cine y a la industria discográfica como demuestra el
éxito internacional de cuatro jóvenes “melenudos”
de Liverpool. Las universidades se masifican, la cultura se convierte en un objeto de consumo más con
Warhol y su Factory, el informalismo y el relativismo
apuñalan un arte en manos de galeristas y grandes
marchantes. Los artistas de las vanguardias de principios de siglo comparten las salas de los principales
museos con los maestros de la pintura del siglo XVII.
Sus obras se subastan en Sotheby´s o Christie´s para
terminar decorando las mansiones del Adriático o del
lago Constanza de los grandes magnates, o las zonas
nobles de las sedes centrales de empresas y corporaciones transnacionales. Sin embargo, la cultura de
masas convive con una expansión de la cultura de
elite desconocida gracias a la difusión masiva de revistas, estudios y publicaciones especializadas. Los
centros universitarios se multiplican formando una
comunidad global que convive en jornadas, simposiums y congresos dando lugar a una interminable
cadena de avances en todas las disciplinas; en pocos
años se desarrollan los primeros leguajes informáticos
y se incorporan los primeros robots industriales a los
procesos de producción, el laser es aplicado con éxito
en microcirugía y Christian Barnard consigue realizar
el primer transplante de corazón a un ser humano.
El jazz alcanzó su madurez como música culta introduciéndose en las partituras de Ornette Coleman,
Eric Dolphy y Don Cherryen el experimentalismo
“free” con la introducción de la atonalidad. En literaturados argentinos que viven en Europa, Cortazar
y Borges, redefinen las letras en castellano mientras
que los jóvenes airados y los poetas beat renuevan la
adormecida lírica anglosajona tras el largo silencio de
EnzraPound. La “nouvelle vague” francesa reúne una
extraordinaria generación de directores, con Chabrol,
Truffaut y Godard a la cabeza, que reivindican a los
clásicos norteamericanos de Ford a Houston para
proponer un cine de personalísimo acento.Momentos de cambio, en los que la Iglesia católica acometió
una profunda modernización en el Concilio Vaticano II, un “aggiornamiento” tan profundo de su vida
y esencia que habría que remontarse al Concilio de
Trento en el siglo XVI para encontrar una revisión
de esa magnitud.
Esta opulencia material y cultural tampoco era sufi66 • SPEND IN
ciente para una generación que no se identificaba con
los valores del sistema y la sociedad edificada por sus
padres. El acceso universal a la educación, los derechos laborales y políticos, la seguridad social y todo
un rosario de conquistas que culminaron dos siglos
de luchas sociales no eran suficientes. Eso no podía
ser todo. Había que reconstruir el mundo, redefinir
el papel de la mujer y la familia para establecer nuevas
la dicotomía de bloques, que pregonaban los lideres
de los nuevos estados africanos y asiáticos nacidos del
proceso de emancipación colonial. Todavía falta una
década hasta que los medios de comunicación empiecen a mostrar el crudo drama de las poblaciones
africanas, el fracaso absoluto de la descolonización y la
interminable espiral de guerras y corruptos regímenes
oligárquicos que han dominado el continente hasta
Brigitte Bardot, Michael Caine, Jane
Birkin y Charlton Heston. Cuatro
iconos diametralmente opuestos que
son reflejo de esa maraña de ideas
subversivas y progresos materiales
que dejaron una indeleble huella en la
cultura, la estética y los valores morales
de las décadas siguientes.
relaciones sociales. Aparecen nuevos movimientos que
reclaman la transformación política y social desde distintas ópticas: el pacifismo, el ecologismo, el antimilitarismo o el movimiento por los derechos civiles, que
reivindica la igualdad para las minorías, en Estados
Unidos son la expresión de esa nueva mentalidad que
en esos años se van a encontrar con extraños compañeros de viaje. Los estudiantes que se lanzan a las calles
de París o de San Francisco en el 68 todavía creen en
el discurso grandilocuente y maximalista de la revolución mundial, en un “tercermundismo”, superador de
nuestros días. Nada de eso importa a los aristocráticos jóvenes de los tercer y sexto “arrondissements”
parisinos que acuden a las facultades con chaqueta y
corbata, inspirados y enaltecidos por Foucault, Sartre o Derrida, para disertar sobre la moral Vietcong
y la mística barbuda y guerrillera del guevarismo que
impregna a los mártires rojos de las selvas indochinas
y centroamericanas. La Sorbona se despierta cubierta
de retratos de Mao TseTung, el Gran Timonel, que
paradójicamente ha iniciado la revolución cultural
purgando sin piedad la cultura china. Las injusticias
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cometidas por las fuerzas norteamericanas en Vietnam
o en el cono sur sudamerica no hicieron perder a buena
parte de la opinión pública occidental la perspectiva de
la cruel realidad que ocultaban los férreos muros que
protegían los paraísos socialistas. Al mismo tiempo,
mientras los manifestantes coreaban ruidosamente sus
consignas en las plazas occidentales, en Praga se imponía el silencio de los tanques del pacto Varsovia; Y es
que aunque Alexander Solzhenitsyn había escrito ya
su demoledor “ArchipielagoGulaj” el tiempo de las
utopías aun se empeñaba en encontrar la revolución
en exóticas latitudes.
El mundo en femenino, de
­Brigitte Bardot a Jane Birkin.
El cambio de la situación de la mujer en las sociedades
occidentales es sin duda el factor fundamental del cambio social de aquellos años. La conquista del voto y los
derechos políticos, la incorporación al mundo laboral
y la emancipación de la autoridad masculina, tradicionalmente representada por el padre y el esposo desencadenan una completa redefinición del rol femenino que
pervive hasta nuestros días. La revolución sexual cuestiona abiertamente tabús heredados generación tras
generación. A las demandas de la segunda ola feminista
protagonizada por autoras como Gerda Lerner o Sara
Child se unen filósofos como Karl Popper. Millones de
mujeres empezaron a disfrutar de espacios de libertad
que transformaron las mentalidades, las formas de vestir, las aspiraciones y las relaciones entre sexos. En este
sentido, es muy revelador del nuevo clima la creación
de la minifalda por la inglesa Mary Quant. Su éxito y
rápida difusión a todas las capas sociales “uniforma” a
la mujer moderna, más allá de una prenda su rápida
difusión se convierte en símbolo del nuevo papel de la
mujer de la sociedad, de su seguridad y afirmación. La
imagen de esa nueva mujer se populariza gracias a figuras como Brigitte Bardot. Icono sexual de los años 50
y 60, su comportamiento y vida, la actitud social son
buen ejemplo de unas transformaciones irreversibles.
Nacida en el seno de una familia de raíces burguesas,
Brigitte asumió el papel desde sus conocimientos del
nuevo rol femenino que ya había sido apuntado por
Vladimir Nabokov en Lolita. Inspiración de pintores,
escritores, cantautores y numerosos artistas B.B., como
era conocida en los ambientes artísticos, asombra desde
sus primeros papeles por su sugerente belleza. Voluptuosidad y femenidad a flor de piel que explotó a lo
largo de su carrera cinematográfica dejando secuencias
que encendieron la imaginación de una generación entera como aquel espectacular desnudo tras una blanca
tela en la película de Jean-LouiseTrintignant Y Dios
creó la mujer, considerado como una de las escenas
más eróticas de la historia del cine. B.B. no destacó por
sus cualidades interpretativas sino por trasmitir en la
pantalla una sensualidad salvaje, libre de estereotipos
del pasado, que enlaza con la aspiración de millones
de mujeres en todo el mundo a vivir su feminidad, su
vida profesional y afectiva, de una forma natural. La
independencia y libertad de la mujer enlaza con una
sexualidad que deja de ser un tabú para convertirse en
una parte más que cada mujer vive en libertad según
sus inclinaciones. Esta actitud, adquiere a finales los
sesenta tintes reivindicativos con figuras como Jane
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Birkin que representa una nueva hornada de mujeres
que recogen el testigo para llevar hasta las últimas consecuencias las conquistas de los últimos años. Birkin
saltó a la fama interpretando a la amante de Brigitte
Bardot en Blow Up de Antonioni película que en la
que causo gran escándalo al aparecer desnuda. Mujer
polifacética, Birkin se convirtió en una de las anima-
especialista en papeles ligados a personajes de la alta
aristocracia inglesa, cuyas esencias supo encarnar como
pocos. Desde sus inicios en papeles como Alfie o The
Italian Job Caine es una de las imágenes del estilo british por encima de tendencias. Un estatus que, pese a su
prolífica carrera, ha mantenido siguiendo una trayectoria sin grandes altibajos en la que ha protagonizado me-
El sombrío panorama de finales de los
60 abrió las puertas a la explosión de
numerosas corrientes culturales urbanas
y alimentó el intenso movimiento musical
que explotó con el éxito mundial de
grupos como los Beatles, los Rolling
Stones, los Who o The Animals.
doras de la escena artística francesa, al mismo tiempo
que B.B realizaba sus últimas películas antes de retirarse y dedicarse a la defensa de los animales, tras
contraer matrimonio con Serge Gainsbourg, “l´enfant
terrible” de la canción francesa. Una de las parejas de
moda de aquella época, sobre todo tras grabar Birkin
la tórrida Je t´aime, moi non plus que le lanzó a la fama
internacional. Su estilo de vida y su fuerte personalidad la convirtió en referencia para muchas mujeres,
llegando a ser la musa de Hermes que bautizó en su
honor uno de sus bolsos más conocidos.
Maichel Caine, el rostro de la
tradición británica.
En el cuadro general de la economía europea hubo un
país que no creció al ritmo del resto del continente.
Gran Bretaña fue, quizás por su carácter pionero, la
primera economía en sufrir el desfase de sus industrias básicas y los efectos de la deslocalización. El
paro, la degradación y los problemas causados por la
inmigración masiva se manifestaron por primera vez
en las grandes zonas industriales inglesas. El sombrío
panorama de finales de los 60, sin embargo, abrió las
puertas a la explosión de numerosas corrientes culturales urbanas, sobre todo en la música, convirtiendo
Londres en el centro mundial de las modas juveniles.
El ambiente multicultural se manifestó en el colorido
de las tribus urbanas y la cultura “underground” que
alimentó el intenso movimiento musical que explotó
con el éxito mundial de grupos como los Beatles, los
Rolling Stones, los Who o The Animals. Fenómeno
de masas que fueron la punta de un iceberg formado
por infinidad de bandas anónimas que empujaron a
la juventud de medio planeta a aprender inglés para
entender aquellas letras desenfadas de amor y vida,
de sexo y rebeldía de aquella música vibrante y electrificada. El empuje del pop-rock británico revitalizó
la vida cultural británica en cuyo caldo de cultivo
apareció a finales de los sesenta Michael Caine. Actor
imprescindible ha encarnado a lo largo de su carrera
el atemporal estilo british enlazando con una ilustre
tradición junto a Alec Guinness, Laurence Olivier, o
Peter O´Toole. Michael Caine representa, en plena
explosión del Pop, la pervivencia de la tradición británica. Pese a su origen humilde, Caine ha sido un
morables papeles como el inolvidable Peachy Carnehan
en El hombre que pudo Reinar de John Houston o Elliot
en Hannah y sus Hermanas de Woody Allen.
La Conquista del Espacio, el último reto de Charlton Heston.
La pugna entre los bloques político-militares de la guerra fría encontró en el espacio un inesperado tablero
de juego. Desde el lanzamiento del primer satélite, el
Spuntnik, la carrera entre los dos grandes gigantes se
convirtió en un asunto de política mundial. El paseo
espacial de Yuli Gagarin y sobre todo la llegada a la
Luna del Apolo-11 el veinte de julio de 1969 asombró
al mundo que pudo ver en directo a Neil Amstrong
estampar su huella para la posteridad en el suelo lunar.
La posibilidad de descubrir nuevos mundos, de desentrañar los misterios de los límites del universo y sobre
todo de encontrar vida fuera del planeta azul provocó
una fiebre por la ciencia ficción en todos los rincones
del planeta. La televisión, la literatura, el comic, y sobre todo la gran pantalla trataron de responder a la sed
intergaláctica de las audiencias. La avalancha de títulos dejó pocos realmente interesantes con infumables
producciones en la mayoría de los casos de paupérrimo
cartón-piedra, luces intermitentes y astronautas con
mallas. Un cine de atrezzo y argumentos rocambolescos
que sin embargo sirvió a Charlton Heston para relanzar
su carrera protagonizando tal vez las dos mejores cintas
del género: El Planeta de los Simios de Franklin J. Schaffner y El último hombre vivo de Boris Sagal. Heston
había aprovechado su físico rotundamente americano,
con su mandíbula prominente y sus casi dos metro
de altura, para consolidarse como una de las grandes
estrellas de las megaproducciones en technicolor con
las que Hollywood trato de resistir el impacto de la universalización de la televisión. En la época de la conquista espacial ya era un actor maduro, sin embargo supo
reinventarse como volvería hacer a mediados de los 70
con el género de catástrofes, cine que reflejó los miedos
y la incertidumbre de los tiempos de crisis, económica
y moral, que vivía el mundo.Una etapa diferente en la
que las aspiraciones del final de la edad de oro pervivieron aunque la confianza en una transformación radical
del mundo quedo aplastada por el peso de una realidad
cada vez más compleja.
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