LA PARTICIPACIÓN DE LOS CRISTIANOS EN LA SOCIEDAD (Hebreos 1:3) INTRODUCCIÓN.Hoy tendremos la segunda parte de cómo vivir en este mundo, que iniciamos el último domingo. En aquella ocasión, centrándonos en Rom. 12:17-21, hablamos del principio del amor actuando en las relaciones con las personas no cristianas. Hoy hablaremos sobre la participación de los cristianos en la sociedad. Me vais a permitir que empiece esta mañana con unos apuntes autobiográficos. Ya que como casi todos vosotros sabéis, por más de 25 años he ejercido como profesional en el mundo de la empresa. Sólo en los últimos 10 años fui reconvertido para actuar como pastor en la iglesia. Cuando en alguna reunión de cristianos, que no me conocen, tengo que presentarme con algo más que mi nombre, siempre tengo en cuenta esa doble vocación, que tengo bastante asumida. Durante muchos años he tenido la convicción de ejercer mi profesión en la empresa, por un sentido de vocación para estar allí; y ahora, la vocación no es menor para laborar en el ámbito de la iglesia. Recuerdo, que en mi primer trabajo en una empresa en Madrid, tuve un conflicto de conciencia con lo que me pedían mis jefes que hiciera y, después de darle vueltas, terminé diciéndoselo. Me dijo que pensando yo de esa manera, lo mejor sería que me dedicara a cura o algo así. Recuerdo que le dije: No, sino que estoy donde debo estar, pues mi vocación es a este mundo de la empresa. No me fue fácil, sentí temor al enfrentar aquella situación, aunque al mismo tiempo no deseaba ser infiel al Señor. Dios tuvo misericordia de mí y me abrió una puerta dándome trabajo en otra empresa donde tuve siempre libertad para no tener que ir en contra de mi conciencia. Como he dicho, sólo fue en los últimos 10 años que fui reconvertido a pastor. Y ello siguiendo, por un lado, los consejos técnicos de Paul Tournier, cuando él se refiere, en uno de sus libros, a asumir una segunda profesión, menos ejecutiva, al ir acercándonos a nuestra jubilación. Por otro lado, este giro vocacional, llega como parte de una carga interna, casi ineludible, que yo achaco a Dios, quien me dirigía casi sin remedio a esta reconversión a Pastor. Como veis, una suma de consejos técnicos de Tournier, y una fe o inspiración interior. Así que no es casualidad que este binomio ‘técnica y fe’ sea a lo que haya dedicado la mayor parte del tiempo en mi vida. Explico todo esto como introducción de la participación del cristiano en la Sociedad (la técnica) y en la Iglesia (la fe). Desde luego el que esta participación no suponga una oposición mental, no quiere decir que esté exenta de tensiones. Además he de decir, que en los primeros 6 u 8 años de cristiano veía una oposición enorme entre estos dos mundos. Sólo fue con el tiempo, la guía del Señor, las lecturas adecuadas y el compañerismo cristiano que el Señor me proveyó, que fui siendo librado, poco a poco, de esa dicotomía entre el mundo secular y la vida de fe, entre la Sociedad y la Iglesia. Así que por lo dicho podréis imaginar que estoy bastante a favor de la participación del cristiano en la sociedad. Y me gustaría desarrollarlo en los dos puntos siguientes: 1 1. Algunas posturas desequilibradas. 2. La base bíblica de nuestra participación en la sociedad. I.- ALGUNAS POSTURAS DESEQUILIBRADAS.Percibo, al menos, cuatro posturas, en lo referente a la participación social, que a mi entender son bíblicamente desequilibradas, si no erróneas. La primera viene explicada por una conversación, que leí hace no mucho tiempo, entre un joven brillante y William Gladstone, quien fue, por cuatro periodos distintos, Primer Ministro del Reino Unido, en el último cuarto del siglo XIX. El dialogo no tiene desperdicio y espero que sea útil para jóvenes y para los que no lo somos tanto también. La historia se cuenta así: Un día, a finales del siglo XIX, un joven de lo más brillante se acercó al entonces primer ministro de Inglaterra, William Gladstone, con la siguiente petición: - Señor Gladstone, ¿sería tan amable de concederme unos minutos mientras le explico mis planes de futuro? - ¡Por supuesto! – respondió amablemente William Gladstone –. - Verá, mi intención es estudiar derecho. - Bien, -le contestó el primer ministro- ¿y entonces qué? - Entonces, señor, me colegiaré e iniciaré mi carrera como abogado. - Muy bien joven, ¿y entonces qué? - Entonces, espero obtener una plaza en el parlamento. - Muy bien, joven, ¿y entonces qué? –Insistió Gladstone–. - ¿Entonces?, espero poder hacer grandes cosas para el Reino Unido. - Excelente, joven, pero ¿entonces qué? - ¿Entonces?... Pues espero, tras una larga carrera diplomática, pueda entonces retirarme y disfrutar del resto que me quede de vida. - Me parece bien, ¿y entonces qué? –Volvió a preguntar con insistencia el Primer Ministro–. - Mmm, supongo que entonces moriré –concluyó aquél joven–. - Así es, joven, ¿y entonces qué? - ¿Entonces? La verdad es que nunca he pensado más allá, nunca me he planteado un entonces después de la muerte. En ese momento la mirada de uno de los hombres más poderosos del mundo se fijó en los ojos de aquél joven tan brillante y prometedor y, como un padre hablando con su hijo o un abuelo aconsejando a su nieto, William Gladstone le dijo: -Jovencito, no seas necio, vuelve a casa y planea con sabiduría tu vida. Creo que puede ser suficiente este diálogo para ver el error de planificar nuestra participación en la Sociedad sin Dios. El segundo desequilibrio es cuando el cristiano sólo ve lo que Dios ha hecho para su redención eterna. Entonces lo único que tiene sentido es la iglesia. No nos interesa el mundo ni sus leyes creacionales; No se procura entender el orden creacional de Dios y tenerlo en cuenta en nuestra acción en este mundo; sólo se busca oír al Dios redentor, menospreciando al Dios creador. Quizá, en muchos casos, el descubrimiento de la obra de salvación, en Cristo, es tan 2 sublime que nuestro interés se queda sólo en ahondar en ella. Lo que ocurre entonces es que nos aislamos del mundo y no deseamos participar para nada en la sociedad y en su cultura. Esa fue mi experiencia durante los primeros 6 u 8 años de cristiano. El tercer desequilibrio es el contrario al que acabo de comentar. En este caso la persona piensa que donde Dios actúa es en el mundo y su orden. Por tanto, su interés se centra en la cultura, el pensamiento, la ciencia. Este cristiano termina diluyéndose con el mundo a su alrededor. No hay una diferencia genuinamente cristiana. La única diferencia es estar a la última en el pensamiento y la ayuda social, pero sobre las mismas bases que el resto de la sociedad. Aquí el evangelio como salvación personal no interesa. Deja de tener sentido el perdón, la justificación, la santificación. Solo interesa la acción social. El cuarto desequilibrio, tal vez el más sutil, es cuando por un lado a la persona le interesa la ciencia y la cultura, pero la ve como un sistema cerrado, en el que funcionan sus propias leyes de forma mecánica. Por otro lado este mismo cristiano cree en las verdades bíblicas y sus creencias son correctas en cuanto a la sola fe, la sola gracia, etc. La cuestión es que estos dos mundos se viven como recipientes estancos, sin comunicación entre ellos. En la iglesia se es un creyente fiel y en la sociedad un buen ciudadano, pero sin que estos dos mundos sean vasos comunicantes. El Dios vivo no es real en la vida y actividad social, y la vida religiosa es privada, interior y tiene sentido sólo en la iglesia. Estoy convencido que cuando tenemos claros y asumidos los valore de la Creación y del Evangelio, que fomentamos en esta iglesia, nos van librando de estos desequilibrios. II.- ¿POR QUÉ DEBEMOS PARTICIPAR EN ESTE MUNDO? Aunque hay muchos textos en la Biblia que nos hablan sobre esto, nos centraremos sólo en Heb. 1:3 “El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que Él es, y el que sostiene todas las cosas con su palabra poderosa. Después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la derecha de la Majestad en las alturas.” El versículo es riquísimo, aunque para nuestro propósito solo nos quedaremos con la parte central del mismo. Por una parte se nos dice del Hijo, que sostiene todas las cosas con su palabra poderosa. Y ‘todas las cosas’ es todo el universo que en el versículo anterior dice que ha sido hecho por Él. Es decir, todo lo creado, entre lo que, naturalmente, está este mundo, y esta sociedad. La idea en griego es que está sosteniendo la creación y su historia, momento a momento, de forma continuada. O sea, Él trabaja continuamente sobre este mundo y sus circunstancias para llevarlo al cumplimiento de su historia. No es que Él ha creado este mundo, le ha dado sus leyes y funciona de forma mecánica; sino que hace que, dichas leyes, se cumplan momento a momento. Donald A. Carson comenta sobre este aspecto lo siguiente: “(El Hijo) continúa sustentando la creación y ordena los hechos de la historia por la misma ‘palabra de su poder’ que en un principio hizo que todo existiera”. A mi memoria vienen aquellas palabras de Jesús: “mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo”. (Jn. 5:16-18). Nosotros diríamos: Cristo sustenta este mundo momento a momento, por tanto nosotros participamos en él. 3 Pero además de decir esto, a renglón seguido, nos dice que Jesús ‘ha llevado a cabo la purificación de los pecados (su muerte sustituta y expiatoria) sentándose a la derecha de la Majestad en las alturas’. Y todo esto en el mismo v. 3. Vemos aquí, por un lado, la obra de redención que nos hace participar en el cuerpo de Cristo, en la iglesia de Dios, y junto a ello su labor de sustentación permanente de este mundo y de su historia. Ambas cosas forman un todo. Así que si participamos de Cristo no podemos hacerlo sólo en su iglesia, sino que al participar de Cristo participamos también de su obra en este mundo, en esta sociedad. Es verdad que este mundo ha de ser aún transformado, cambiado, como nuestro cuerpo del que forma parte, (Rom. 8) y por tanto participar en él ahora producirá tensión. Y es verdad también que habrá dones y llamamientos distintos que nos harán participar más en la iglesia o más en la sociedad; eso es normal y por tanto debe ser respetado. Incluso es posible que puedan producirse énfasis distintos según la edad que tengamos y Dios nos vaya guiando. Pero participar de Cristo supone, en alguna medida, participar de ambas esferas. Por esto, como dice John Stott, “hemos de oír con los dos oídos”. Hemos de oír a Dios y también a la sociedad. Si no oímos a Dios, lo que diremos a la sociedad es lo que dirá cualquier otro hombre que no conoce a Dios. Pero si no oímos a la sociedad, no sabremos su necesidad y por tanto qué comunicarle de parte de Dios. Como hemos dicho antes, esta participación supone, en un mundo aún no redimido, frecuentemente tensión y aflicción; de esto no cabe duda. Pero participar en la iglesia y en la sociedad es una sola cosa: Participar de Cristo. CONCLUSIÓN.Para el cristiano su participación en la ciencia, la empresa, la política, etc no es visto como un sistema cerrado, sino un lugar donde, por un lado, nos interesamos y descubrimos sus leyes, que no son otra cosa que la acción de Cristo que sostiene momento a momento este mundo; y por otro lado, incorporamos a este mundo la voz que Dios nos comunica en nuestra comunión privada y pública con Él, sus inspiraciones, sus palabras… En la práctica esto será posible en la medida que tenemos ese hábito de oír a Dios en la vida diaria. Esa oración-meditación, de la que hemos hablado en otras ocasiones. Con la agenda en una mano oímos lo que Él tiene que decirnos para nuestro caminar aquí en este mundo, sea en la iglesia o en la sociedad. 4