L’ITALIA DEI COMUNI Secoli XI-XIII Elisa Occhipinti Carocci, Roma, 2000 Reseña de J.L.V.B. El libro de la Occhipinti tiene el mérito de proponer una aproximación muy ordenada de la evolución de las ciudades italianas hasta finales del siglo XIII y principios del XIV. Tal ordenación es consecuencia de una sedimentación bibliográfica intensa, muy bien reconstruida en este trabajo. El orden se refleja desde el primer momento en el índice: el libro avanza desde la formación de la ciudad episcopal, que recoge la herencia de la organización romana de la ciudad [cap.I, pp.13-29], hasta la ciudad-Estado de principios del siglo XIV, de la que ya nos ha dado testimonio Maquiavelo [cap. V, pp. 99-129]. Para llegar aquí, la ciudad ha debido pasar por el experimento comunal fruto de su encuentro con el imperio de Federico I y de su mediación en las luchas entre el Papado y el Imperio, [cap. II, pp. 29-51], por la comuna centrada en la figura del podestà [cap. III, puntos 1 al 5, pp. 51-64], por las llamadas “comune popolare” [cap. III, puntos del 5 al 8, pp. 64-76], por la crisis de la “política antimagnatizia” que desemboca en la emergencia de la comuna de señoría que conoce el final de la comuna republicana. [cap. 4, pp. 85-99] y el paso a la ciudad-Estado, como ya hemos dicho, y que según argumentase Ludwig Dehio, configuró el primer sistema de Estados europeo en sentido clásico. Como es natural, el libro se centra en la construcción del espacio que conoce la Italia del centro norte, desde la Toscana a la llanura padana, tratando a veces el caso específico de Venezia [pp. 76-8], la ciudad meramente administrativa de la Magna Grecia. [pp. 78-83] Del libro, además, se derivan importantes referencias acerca de la peculiar evolución que siguieron las ciudades italianas respecto a la ciudades trasalpinas, instaladas en el seno de las relaciones políticas del Imperio y que justo por eso no pudieron alcanzar la fuerza política correspondiente a su potencia económica. La primera tesis importante del libro es que el rasgo particular del sistema de ciudades italianas –con las salvedades anunciadas- viene profundamente determinado por la red ciudadana de origen romano. Este origen sería decisivo también para definir la relación propia de la ciudad con el territorio, lo que en Castilla se llamó alfoz. Pues la ciudad romana era la cabeza de un territorio desde el punto de vista administrativo, religioso y militar dirigida por una clase de propietarios terratenientes residentes en ella. Con la ruina de la administración romana, esta estructura pasó al dominio del obispo que, con su administración, garantizó a la ciudad una cierta autonomía. Esta autonomía sobrevivió a las invasiones bárbaras porque estas se instalaron sobre todo en el campo. Desde este punto de vista, durante los tiempos oscuros, civitas fue sinónimo de obispado. Incluso la dominación carolingia mantuvo esta estructura, no sólo porque consideraron a los obispos parte de la propia administración, sino porque a menudo era más eficaces que los funcionarios laicos, condes o marqueses, en la atención de las necesidades de la ciudad en el ámbito de la defensa y de la leva. Como es natural, esta doble administración determinó el mantenimiento de la ciudad-condado, como estructura espacial de ciudad y territorio. Desde este punto de vista se puede decir que la autoridad legítima de la ciudad era el obispo, delegado del emperador en un tiempo, pero luego primer ciudadano cuando ya el imperio estaba en crisis. En la medida en que el imperio impuso la práctica de las asambleas de los ciudades libres, este modelo Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de Pensamiento Político Hispano Jose Luis Villacañas Berlanga, Reseña a “L’ITALIA DEI COMUNI”. prendió también en las ciudades, por lo que el obispo reclamó la colaboración de los ciudadanos en asambleas cívicas llamadas en las fuentes conventus. Allí se analizaba y decidían los trabajos públicos de defensa y seguridad, lazos con otras ciudades, reconocimiento de ciudadanía, etcétera. Con la ruina del imperio, y la falta de autoridad central, con las frecuentes invasiones, los conventus, la reunión de los concives, con su obispo al frente tomaron decisiones políticas y militare. Al mismo tiempo se inicia una diferencia jurídica entre estos concives y los confugientes, los que se refugiaban desde el campo en la ciudad y que por lo general estaban sometidos a relaciones señoriales, que chocaban con la igual libertad de los ciudadanos. El ejemplo básico de esta época es el gobierno de Milan por Ariberto, hacia el año 1000. En este momento, el obispo se basa para su gobierno en la colaboración de comisiones de boni homines que llevan la voz en el concilium, que representan a todos y que poco a poco van conformando la institución de los consules. 2.- Imperium y sacerdotium: la emergencia del régimen consular. Esta ciudad episcopal entra en crisis como consecuencia de la guerra entre Papado e Imperio. En efecto, esta guerra disloca el poder del obispo desde un doble punto de vista. Por una parte, el emperador muchas veces prefiere mantener el gobierno del obispo sobre la ciudad si aquel acepta el primado espiritual del emperador; con lo que el papa, en estos casos, anula el poder simoniaco o nicolaita del obispo y habla de manera directa al conventus o populus christianus para que la comunidad destruya el poder del obispo. Si el obispo es fiel a Roma, se tiene la relación inversa. Emperador y papa alientan a las comunidades civiles a la usurpación de los derechos del obispo por una u otra causa. Desde luego, la presentación de la ciudad como res publica implica su pertenencia al regnum, y por tanto a una administración civil que en todo caso debía retirar sus competencias temporales al obispo. Roma veía bien este proceso y por eso se puede decir que, curiosamente, las ciudades más cercanas al papado fueron las que más fácilmente ultimaron las usurpaciones delos derechos del obispo. Roma era muy hostil por principio al gobierno temporal de los obispos, cosa que no sucedía con el emperador, a condición de que el obispo se reconociera funcionario del imperio. Esto determinó la supervivencia de las ciudades episcopales en el imperio. Milán es paradigmática de la alianza con Roma. El carácter usurpado de los derechos de dirección política por parte de las ciudades, su falta propiamente dicha de legitimidad, determinó el experimentalismo comunal, rasgo decisivo de toda su evolución. Así fueron muy corrientes las elecciones por parte de la asamblea de delegados gubernativos de la ciudad a los que se confiaban poderes. En estas elecciones, que ya reconocían el primado de la comunidad, eran elegidos también los obispos con frecuencias. Ejemplo: el laudo de las torres de Pisa, en 1088-1092, regulando la altura de los castillos urbanos fue presidido por el obispo, aunque ya no se le reconocía la autoridad. El paso decisivo fue la consolidación de estructuras de representación en los cónsules, que por lo general procedían de las familias aristocráticas. Esto sucedió desde el fin del siglo XI al principio del siglo XII. Desde luego, esta representación era por lo común preparada mediante una coniuratio concordia, por naturaleza reservada, que luego recibía la aclamación ciudadana. De estas conjuras, en el inicio meramente acuerdos de grupos de nobles en estrecha relación con el obispo, extrae su origen el consulado, consolidación de los boni homines en tareas representativas. Desde este punto de vista, el gobierno de las comunes surge de pactos privados y desde la iniciativa minoritaria que usurpa los derechos públicos de la iglesia y asume tareas de administración de los intereses comunes, como imponer tributos, realizar justicia, dirigiendo los asuntos militares. De ahí que los consules 2 Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de Pensamiento Político Hispano Jose Luis Villacañas Berlanga, Reseña a “L’ITALIA DEI COMUNI”. fueran siempre consules civitatis, por mucho que el origen de su poder fuera la coniuratio. Por lo general no eran contrarios enteramente a la asamblea, que se seguía manteniendo con los términos de consilium, parlamentum, concio, colloquium, arengo, etcétera. Esto es lo que dio lugar a que ya en la fase consular lo decisivo sea el contar con la base de la gente, el popolus. Por eso, pronto, además de los miembros de las familias aristocráticas, se empezó a contar con clases interesadas en la paz – comerciantes, artesanos- y con oficiales judiciales expertos en derecho. A pesar de todo, la fase consular es de claro dominio aristocrático, pero por su propia naturaleza refiere al conjunto de los habitantes. En conclusión se puede recordar que menciones que nos hablan de consulado permanente se tiene en todas las grandes ciudades desde las dos últimas décadas del siglo XI a las dos primeras décadas del siglo XII. Como se puede suponer, los procesos concretos variaron de unas ciudades a otras. A veces los cónsules fueron animados por el propio pueblo contra el obispo, a veces tuvieron en su origen acuerdos secretos para imponer intereses privados a la ciudad (el caso de Génova, que impuso su compagna de amplios intereses comerciales). Pero nunca faltó la conciencia del novum que se registra en que por doquier se habló de comune, y se fue dejando atrás la palabra civitas. En resumen: el comune se impuso siempre en relación con el popolus, mientras que la civitas se mantuvo para identificar la forma de gobierno y de ordenamiento público de esa población. Para el final de la época consular, comune ya había asumido enteramente también ese sentido institucional. En todo caso, el comune no tiene en su base un acto explícito de fundación ni se organiza a la búsqueda de un reconocimiento por parte de instancias superiores. Es un hecho consumado de la historia política. Occhipinti sugiere que “el comune se autolegitimó, creciendo, consolidándose, ejerciendo de hecho poderes (fiscales, judiciales, militares) sobre la base de una mentalidad empírica que le llevó en diversas circunstancias a ensayar su capacidad de acción [...] con una notable flexibilidad institucional” [p. 32]. Los cónsules gobernaron siempre con la ayuda de especialistas en derecho. De hecho, estos le ofrecieron a los cónsules la legitimidad de la vieja historia romana y así justificaron su elección. Su número varía en cada ciudad, lo que da una idea de su carácter experimental. Sus funciones eran ejecutivas (aprovisionamientos, comercio, transportes, regulación actividad productiva, defensa) y judiciales y pronto se especializaron en consules de communi y consules de placitis o iustitiae. Aceptaban el cargo por un juramente o breve, siempre en nombre de Dios y con explícita mención de la protección de la iglesia. Por lo general era cooptados o sugeridos por los salientes, pero debían ser aclamados. A veces se elegían los electores de cónsules. Pronto, entre la asamblea y los cónsules se pusieron cuerpos intermedios o consejos organizados por quartiere, cada una de las cuatro partes de la ciudad. Lo habitual era la formación de un Consiglio Maggiore, que equivale a los consejos del ciento de la corona de Aragón, y un Consiglio Minore, llamado de los sabios, de los ancianos y que no pasaba nunca de las diez personas. Sea como fuere, con el régimen consular las ciudades ya eran conscientes de estar gobernadas en libertad. Otón de Frisinga, tío de emperador Federico I, hacia 1152, ya estabilizado el régimen consular, pudo decir que las ciudades italianas “superaban a todas las otras ciudades del mundo gracias no solo a sus hábitos, sino también a la ausencia de los soberanos, que se habían mantenido más allá de los Alpes” [p. 37]. 3. Federico I: de Roncaglia a Constanza. Cuando la fase de las luchas entre el imperio y el papado llegan a su cima con Federico I, (hacia 1154-1184), este no tuvo sino que defender, con los mismos juristas romanos, la dependencia de las ciudades en 3 Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de Pensamiento Político Hispano Jose Luis Villacañas Berlanga, Reseña a “L’ITALIA DEI COMUNI”. tanto entidades públicas del regnum y les reclamó sus derechos jurisdiccionales, fiscales y militares, usurpados por las comunas. Su voluntad fue imponer a las ciudades tanto como a los señores feudales su fidelidad al imperio. Una de las obligaciones señaladas a las ciudades fue construir un palacio imperial en su recinto. La dieta de Roncaglia tuvo la finalidad de definir los iure regalia y de hacerlos cumplir. Los juristas establecieron así estos derechos: “Son derechos regios los arimannie, las vías públicas, los ríos navegables y sus afluentes navegables, los puertos, los peajes sobre los atraques y aquellos normalmente llamados teloneos, la acuñación de moneda, los útiles derivados del pago de las multas y penas pecuniarias, los patrimonios que permanecen sin legítimo propietario o aquellos que por ley son sustraídos a los reos de culpa infamantes, si no son expresamente concedidos a otras personas, los patrimonios de aquellos que contraen bodas incestuosas, de los condenaos y de los proscritos, según se ha establecido en las nuevas leyes, las prestaciones ordinarias y extraordinarias, los servicios de transportes con carros y naves, las contribuciones extraordinarias para el buen éxito de las campañas militares regias, la potestad de nombrar magistrados para la administración de justicia, el control de las minas de plata o el dominio de los palacios reales en la ciudad en la que el soberano habitúa a residir, los réditos derivados de la pesca y de las salinas, los bienes de los reos del delito de lesa majestad, la mitad del tesoro encontrado en territorio señorial o en los lugares sagrados. Allí donde seden, todos estos derechos son de propiedad regia.” [p. 40]1 Una adicional disposición, una constitutio pacis, impedía la formación de ligas entre las ciudades. La previsión del emperador consistía en que una red de funcionarios, directamente dependientes de él, ocuparía una malla de castillos capaz de mantener bajo control todo el territorio y de asegurar el cumplimiento de las obligaciones jurídicas de las ciudades respecto a las regalia. A cambio de eso, el emperador mantenía la posibilidad de que las ciudades eligieran a sus propios consules, con autoridad limitada al núcleo urbano y al suburbio. Con ello se puede suponer hasta qué punto los nobles mantendrían el control del campo al controlar los castillos. Además, ciudades especialmente fieles, podían suplir los regalia por un tributo anual. Las ciudades especialmente rebeldes, como Milán, serían regidas por un podestà imperial. A pesar de todo, los experimentos de la edad consular alcanzaron legitimidad justo por Roncaglia. La dieta, que había sido abierta para recuperar los derechos del emperador, no hizo sino dar autoridad al camino emprendido por las ciudades. El liderazgo de Milán, junto con la pésima administración imperial, por lo general entregada a sus aliados nobiliarios, hizo que la mayoría de las ciudades de la Padania y del Veneto, junto con muchas de la Emilia, consideraron que los derechos del emperador había caído en desuso. Así se opuso la regla consuetudinaria a la exigencia romana del carácter eterno e inalienable del fisco. El resultado fue la fundación de la Societas Lombardiae (1167) que asumió derechos imperiales, como fundar ciudades (Alessandria, 1168).Como es natural, el papado se puso de su parte, presionando al obispo de Milán para que asumiera la primacía del Papa de Roma (sin tradición en la diócesis de S. Ambrosio). Así se llegó a la paz de Constanza en 1183. Esta paz intentó regular las relaciones entre imperio y ciudades desde un acuerdo que se presentó formalmente como una concesión del emperador, pero en la práctica anulo Roncaglia. Las ciudades obtuvieron las regalias, mientras el emperador se reservaba el derecho de 1 Dada la relevancia del texto citaré su procedencia: V. Colorni, “Le tre leggi perdute di Roncaglia (1158) ritrovate in un manoscrito parigino (Bib. Nat. Cod. Lat. 4677)” en Scritti in memoria di Antonio Giufrrè, Giuffrè, Milano, vol. 1, p. 116. 4 Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de Pensamiento Político Hispano Jose Luis Villacañas Berlanga, Reseña a “L’ITALIA DEI COMUNI”. investir a los cónsules como parte de su administración y de confirmarlos cada cinco años en señal fidelidad. Además mantenía el derecho de jurisdicción y el militar, pero sólo como derecho de apelación en las causas mayores. Las ciudades debían colaborar en el gasto militar reparando calzadas y en el aprovisionamiento del ejército. Las ciudades entraban en la estructura jurídica del imperio, pero de una manera parecida a los grandes señores feudales. Pero el olvido de la voluntad de la creación de la propia red de castellanos imperiales dejó el campo abierto a la intervención de las ciudades. La liga lombarda, al mantener relaciones intensas en todo norte italiano, generó un ámbito de intercambios comerciales y exenciones aduanales entre las ciudades unidas que dejó el campo a merced de la expansión urbana. Sin duda, el emperador había legitimado las prácticas de las ciudades, pero no les había reconocido el derecho de ser fuentes de derecho. No fue necesario. Tras la paz de Constanza, las ciudades empezaron a dotarse de estatutos y de colecciones de leyes. Esta actividad legislativa y estatutaria ocupó todo el siglo XIII. Boncompagno da Signa, que vivió entre 1170 y 1240, dijo, en las primeras décadas del siglo XIII, que “toda ciudad en el interior de su territorio compila estatutos y constituciones, sobre los cuales el podestà o los consules gestionan los asuntos público y castigan a los trasgresores” [p. 52]. Estas recopilaciones fueron obra de los reformatores o correctores, juristas especializados. En muchos casos se ordenaron los tribunales y en otros muchos se renovaron los enfrentamientos con los obispos. Por lo general, el comune reivindicó el control de los bienes y derechos de la curia episcopal de la ciudad. Federico II mantuvo las reivindicaciones del Imperio, tanto por lo que concierne al nombramiento de los cónsules como al pago de regalias, como a la voluntad de detener la extensión de la ciudad por el condado. Por eso se decidió a abrogar las cláusulas de la paz de Constanza. El resultado fue la formación de una segunda Liba Lombarda, en la que intervino muy activamente el papado. De este tiempo viene la plena división de las ciudades entre güelfos, partidarios del papado, y gibelinos, partidarios del emperador. La victoria de Cartenuova y la dureza de la política de Federico II aumentó la cohesión de las ciudades güelfas, siempre bajo la dirección de Milán. La muerte del emperador y la reducción de sus herederos a las pretensiones sicilianas significó el triunfo de las ciudades. 4. La ciudad del podestà. Curiosamente, la paz significó el final de la ciudad consular. El proceso por el cual se llegó a la ciudad del podestà fue decisivo e histórico y significó un cambio radical de mentalidad político: se pasó de una magistratura colegial a una unipersonales, y de una organización relativamente organizada de instancias a una relación más bien difusa entre el podestà y los diferentes consejos. Además, de una atenencia a los reglamentos se pasó a una más amplia autonomía de los oficios y magistraturas. El paso de una forma de gobierno a otra no fue inmediato. De hecho, vino preparado por la evolución interna del régimen consular. Hacia el final del siglo XII se venía documentando la aparición de un magistrado llamado prior ex consulibus, primus cónsul, dominus, magíster, rector, gubernator o potestas, que por lo general llevaba la dirección del cuerpo de consules. Pero hay una diferencia: en todos estos casos se trataba del mismo honoratiore diletante. El paso verdaderamente importante vino forzado por la constitucionalización de ese régimen, pues hizo necesario un profesional del derecho, un sapiente. Para impedir que ejerciera un poder extremo sobre lo ciudad que gobernaba, se ideó la condición de que no fuera ciudadano. La red de ciudades de la Liga lombarda funcionó aquí: las ciudades se prestaron los funcionarios entre sí durante un periodo de tiempo. Al llamarlo podestà no hicieron sino ocupar el derecho del emperador a nombrar precisamente al supremo funcionario, 5 Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de Pensamiento Político Hispano Jose Luis Villacañas Berlanga, Reseña a “L’ITALIA DEI COMUNI”. nominalmente reconocido en Constanza. La decisión de entregar ese cargo supremo a un forastero, pero versado en el derecho, fue posible por el mismo régimen político, en líneas generales, de las ciudades, lo que permitía la itinerancia del cargo. Por otra parte, fue necesario por la ingobernabilidad a la que habían llegado las ciudades como consecuencia de las luchas nobiliarias por el control de los puestos consulares. Un testimonio de esto nos lo ofrece el cronista de Annali Genovesi, de 1190: “A causa de la envidia de muchos que aspiraban de manera desenfrenada a obtener el cargo de cónsul del común, nacieron muchas discordias civiles y conspiraciones odiosas. Así, los sapientes y consejeros de la ciudad decidieron de común acuerdo que a partir del año sucesivo se pondría términos al consulado del común y casi todos convinieron en recurrir en el futuro a un podestà”. [p. 56] La cuestión de fondo es que el propio éxito de la liga lombarda había cambiado la base de la ciudad. La prosperidad comercial había creado una clase de mercaderes poderosa. La penetración en el campo y en los distritos había conducido a los nobles al seno de la ciudad. Ambos elementos sociales desearon dejar sentir su presencia en el gobierno consular. Desde luego se ampliaron los consejos, que al cabo fueron menos eficaces. Todo ello disminuía el protagonismo de la aristocracia consular. La lógica del conflicto se hizo inevitable. Para resolver se hizo intervenir a todos los consejos en la elección del podestà. Por lo general el proceso se desarrolló así: El consejo menor por sorteo hacía una selección de candidatos que pasaba a la aprobación del consejo mayor. Las decisiones casi siempre se tomaban desde el punto de vista de la política de alianzas con otras ciudades. Ofrecer un podestà a una ciudad era el rasgo más fuerte de alianza y de amistad. De manera habitual, el podestà llevaba consigo un cierto aparato administrativo, en el que siempre figuraba un juez, un caballero y algunos hombres armados de defensa, junto con notarios y ayudantes. El podestà era un poder ejecutivo de los acuerdos que le indicaban los consejos, sobre todo el menor. Él presidía las reuniones e intervenía en los acuerdos, al tiempo que coordinaba los oficios municipales y emanaba decretos con valor de leyes. Era el jefe de la administración, el juez máximo y comandaba las milicias, garantizaba la renovación institucional según las constituciones y estatutos cívicos y mantenía el orden público y las infraestructuras. Desde luego, requería conocimientos específicos y profesionalidad adquirida en la larga experiencia de gobierno. Como es lógico, el puesto era de máximo prestigio y como debía dirigir la milicia casi siempre solía pertenecer a la aristocracia tradicional. Esa experiencia dio lugar a una manualística que prosperó hacia la mitad del siglo XIII.Es muy curioso que uno de los más conocidos tratados de gobierno todavía lleve por título Oculus pastoralis (1250). El Liber de regimine civitatum de Giovanni di Viterbo y el De regimine et sapientia potestatis de Orfino da Lodi fueron muy conocidos. 5.- Hacia la comuna popular. Bajo el gobierno del podestà se intensificaron los procesos de fortalecimiento de la ciudad y la afirmación sobre el distrito del campo. Con esta dinámica la base social de la comuna se extendió. El centro artesanal, comercial, fiscal, militar y administrativo de la ciudad se impuso al distrito entero, dominó sus excedentes y su comercio y aumentó el protagonismo de las Artes, las organizaciones gremiales. El activismo político del popolo se intensificó a medida que las fuerzas productivas y profesionales crecieron. Las organizaciones por barrios y por oficios exigieron reconocimiento en los consejos políticos. La gente nuova se hizo notar. Sus viejas prácticas asociativas, de vecindad, de naturaleza privada y religiosa, festividades patronales, obras pías, comuniones de hermandad, comenzaron a ser relevantes para las elecciones a cónsules, a consejeros. Así comenzaron a surgir de los 6 Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de Pensamiento Político Hispano Jose Luis Villacañas Berlanga, Reseña a “L’ITALIA DEI COMUNI”. vínculos de vecindad asociaciones que encontraron pronto una dimensión pública: las societas armorum o peditum, las societates populi, que encuadraban a una vecindad, a un gremio, y se adscribían funciones de vigilancia y de guardia. Por lo demás, en una época de luchas entre los clanes nobiliarios por los puestos de representación, el pueblo se movilizó para mantener el orden público. Tales cofradías armadas eran idóneas para esta función. Como respuesta, los clanes nobiliarios, reforzados por los milites instalados en una ciudad que ya controlaba el distrito, respondieron con sus societates militum, formadas por vínculos de linajes y de clientelas, que a veces incluían formas de vasallaje feudal y que reunía a los viejos siervos ahora liberados en las ciudades. En la medida en que ocupaban espacios urbanos contiguos, lograban definir un distrito militarmente compacto. Así se produjo una dialéctica de refuerzo de cada uno de los bandos. Los artesanos contestaron a esta ofensiva nobiliaria creando las sociedades de las Artes, los diferentes gremios, configurando también a veces sus propias milicias. La doble representación de las sociedades populares y de los oficios, reconocidas por ejemplo en Boloña, en 1248, ofreció una hegemonía al pueblo menor en las elecciones. Esta fue la forma en que los estamentos más humildes de la ciudadanía acabaron imponiéndose sobre los elementos nobiliarios. Así surgió la comuna popular. Este triunfo se vio claro en ciudades como Cremona, que se comprometió a dar tercio de los cargos a los representantes populares. Pero no solo esto. Al lado del consejo mayor, donde se mezclaba la representación aristocrática y popular, se llegó a formar en muchas comunas un consejo del pueblo formado por los miembros de las sociedades populares y junto al podestà pronto se formó una figura como el capitano del popolo, simétrico de aquel y cuyas características más esenciales reproducía. En cada ciudad, las relaciones de fuerza entre estas instancias fueron diferentes y distintas las formas de evolución de los procesos. Muy característico es el proceso de Florencia, donde se unieron los nobles pro-güelfos con el pueblo para formar un consejo llamado del Governo del primo popolo, que se contrapuso al capitano del popolo, los Anziani y a otros consejos. Es muy curioso que el pueblo se impusiera en el consejo de los ancianos –habitualmente reconocido como aristocrático y senatorial- y que las familias nobiliarias no tuvieran a veces más remedio que mezclarse en las instituciones populares para sobrevivir políticamente. Occhipinti resume sus tesis así: “A diferencia de lo que había sucedido en la fase consular y del podestà, dominada por los componentes aristocráticos, cuando los continuos litigios de los grupos familiares que pretendían la ocupación del poder habían frenado, si no paralizado el funcionamiento de la comuna, en la fase popular los nuevos estamentos dirigentes –que se presentaban como intérpretes de la común voluntad de paz de los ciudadanos- tuvieron como primer objetivo (o al menos se propusieron) el funcionamiento regular de las instituciones y la eficacia de los oficios administrativos. A tal fin era preciso eliminar las pretensiones de autonomía militar de las grandes familias e imponer el primado de la fuerza pública contra el fácil recurso a la violencia privada, producir providencias para tutelar el orden ciudadano e intervenir de manera decisiva sobre la organización de los oficios comunales.” [p.75] La comuna popular llevó adelante una política antimagnaticia muy dura. Se tendía a excluir a los grandes (magnates, milites, nobiles, proceres) de los oficios públicos, continuamente acusados de cometer abusos en sus magistraturas. Un ejemplo característico nos lo ofrecen los Ordinamenti sacrati e sacratissimi de Boloña, dados entre 1282 y 1292, o los Ordinamenti di guistizia de Florencia, de 1293. En todos los casos contra los caballeros bastaba testificar por parte de alguien del pueblo acerca de la notoriedad pública de los hechos para que ser diera por sentada la acusación. Con 7 Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de Pensamiento Político Hispano Jose Luis Villacañas Berlanga, Reseña a “L’ITALIA DEI COMUNI”. lucidez, las ciudades tendieron a imponer la responsabilidad individual, disolviendo la sustancialidad del linaje. Como es natural, tendieron a eliminar el recurso al duelo y todos los usos de la violencia privada, se prohibió las alianzas mixtas entre nobles y representantes del pueblo, se limitó la altura de las torres, se exigió residencia en la ciudad en caso de tumultos. Sin embargo, las leyes antimagnaticias no lograron destruir a la nobleza pues no lograron desarraigar a la nobleza del campo, donde mantenía una parte de su clientela, poder y fuerza. Por lo demás, la ciudad necesitaba para las funciones militares y diplomáticas a los grandes, que además a menudo eran parte del elemento de prestigio de la ciudad. Así que los sentimientos de la población respecto a ellos eran más bien complejos. Por lo demás, los nobles de las diferentes ciudades casi siempre estaban aliados entre en el partido gibelino o pro-imperial. Cuando la ciudad formaba parte de esta constelación de alianzas, era inevitable que los nobles tuvieron más protagonismo. Pero posicionarse entre güelfos y gibelinos formaba parte del sistema de equilibrios entre las ciudades –en un momento en que las expansión de una por el campo podía invadir el territorio de la ciudad vecina-, con lo que el partido imperial o papal a veces representaba los intereses de la ciudad frente a la vecina. Si Florencia era güelfa, Pisa, Siena y Lucca eran gibelinas. Si Bologna era güelfa, Modena era pro-imperial. Milán iba con el papa, pero Pavia y Cremona iban con el emperador. En suma, los partidos internos a la ciudad muchas veces jugaban dentro de los partidos externos. Así unos y otros eran elementos de equilibrio en este sistema. Bartolo de Sassoferrato dijo con lucidez a mediados del siglo XIV: “Dado el modo en que estos términos son usados hoy, un individuo puede ser güelfo en un lugar y gibelino en otro, porque las alianzas de este tipo hacen referencia a una variedad de objetivos”. [p. 90]. 6.- La comuna-señorial. Con ello la conflictividad determinó el conjunto del sistema. Por una parte conflictos internos entre pueblo y nobleza; entre campo y cuidad, entre ciudad y ciudad. Muchas veces, el conflicto contra la nobleza se extendía como conflicto contra los mismos señores en el campo. Así que en el inicio del siglo XIV las ciudades italianas conocieron una profunda lucha de facciones. La canalización institucional de las mismas se hizo imposible, por la propia dureza de la confrontación y por los valores de la nobleza, que hacía inevitable el recurso a las armas como parte de su idiosincrasia. Los ordenamientos comunales se manifestaron impotentes [p. 91] Las partes se entregaron a una política autónoma incluso desde el punto de vista militar. La justicia de la guerra se instaló en la ciudad: el vencedor definió el derecho. El exilio y la venganza se impusieron. Las descripciones de Maquiavelo sobre la historia de Florencia tienen aquí su acomodo. La cuestión es que la comuna popular no pudo renovar sus estructuras políticas ni reformarse. La podestà extranjera aquí se manifestó impotente para conducir un proceso que, en la medida en que afectaba al interior de una ciudad que no era la suya, bloqueaba sus posibilidades de intervención. Pero había creado la figura del poder ejecutivo unipersonal y la evolución estaría determinada por este paso. Así que pronto, la necesidad de paz, orden y justicia, condujo a la creación de órdenes monocráticos ejecutivos: el gobierno de la señoría. Como es natural, este orden mantuvo todos los institutos públicos tradicionales, los consejos y las asambleas, pero ya habían perdido su oportunidad y su significado. Las casas de la antigua aristocracia (Este en Ferrara, Carrara en Padova, Scala en Verona) pronto se relacionaron con las clases inferiores, también descontentas de la escasa representación y fuerza política y ocuparon o bien el puesto del podestà o bien el puesto de capitano del popolo dando entrada a un gobierno más bien autoritario, tendencialmente heredable bajo el título de señor perpetuo o signore generale. Así pasó con los Visconti en Milán, ejemplo de paso del régimen comunal al señorial. Así se 8 Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de Pensamiento Político Hispano Jose Luis Villacañas Berlanga, Reseña a “L’ITALIA DEI COMUNI”. acabó imponiendo el viejo estamento dirigente, repitiendo el viejo proceso de los “tiranos” griegos: nobles que evaden los conflictos con los demás nobles mediante una alianza con las clases populares. Este hecho ha inducido a algunos a hablar de base democrática de la Señoría. Pero en realidad era una base desvertebrada, atravesada por la demagogia, que implicaba la muerte del común. Con ello se puso punto y final a la res publica y se dio paso a la Ciudad-Estado, que fue un gobierno de facto autoritario y jerárquico. La ciudad-estado es la ciudad señorial que ha culminado su proceso de control del territorio. Esto sólo pudo lograrse mediante el triunfo de la comuna popular y de hecho determinó que todos los señores propietarios se trasladaran a la ciudad. Para las ciudades, expandirse por el campo era dejar sin espacio la figura del emperador y sus aliados militares, instaladas en los burgos. Para ello la ciudad impuso comunidades rurales, fundó villas francas estratégicamente situadas en pasos y vados, prohibió los estatutos de servidumbre en todo el condado,2 concedió libertad a todos los que vinieran a residir en su territorio. Los restos de dominios señoriales no pudieron aguantar la presión: los siervos abandonaron los dominios y pasaron a las ciudades. Con ello la ciudad rehizo la vieja unidad provincial romana, política y eclesiástica, garantizando una influencia económica, cultural, religiosa y fiscal sobre el territorio rural. Con ello se garantizó no sólo los recursos alimentarios y de materias primas, sino también el mercado para los excedentes artesanales, el cobro de los peajes y la posibilidad de reclutar milicias. Como es natural, todas estas medidas pusieron en movimiento las tierras, que entraron en el mercado y colmaron las aspiraciones de tierras de los burgueses. Muchas veces, sin embargo, los antiguos señores, entregaron su juramento de fidelidad a la ciudad, se encomendaron a ella [feudo oblato, esto es: ofrecido] y obtuvieron en tenencia feudal o dominio útil sus mismas propiedades.3 Así cerraron el distrito, organizaron el territorio y dieron lugar a verdaderas ciudades estado, contra lo que sucedió más allá de los Alpes, donde el tejido de las ciudades estaba inmerso en una red más amplia de dominios señoriales [p.103] Frente a esta discontinuidad, el área padana y toscana logró la continuidad propia de un verdadero sistema de ciudades. 2 Vercelli, en 1243 decretó el fin de “toda sovranità, giurisdizione, prerrogativa o districtus” y estableció que todos sus habitantes eran “liberi, inmuni sotto ogni riguardo”. Bologna lo hizo entre 1257 y 1304. “La motivación expresa al inicio del decreto tiene un claro sabor ideológico: la exigencia de restituir a todos los hombres la libertad, aquella libertad dada originariamente al padre Adán, perdida con el pecado original y restaurada con el sacrificio del Hijo de Dios, venido a la tierra a romper las cadenas en las que estaba presa la humanidad. En el nombre de Cristo redentor –se anunciaba solemnemente en el prólogovenían liberados todos aquellos que en la ciudad y diócesis de Bologna eran forzados a una condición servil, para que desde aquel momento todos pudieran ser libres, sea aquellos que venían franqueados mediante pago en dinero, sea aquellos que eran naturalmente libres por naturaleza. De aquí el nombre de ley Paraíso dado a la providencia boloñesa, en tanto que recreaba el paraíso de alegría en que Dios había puesto al hombre después de la creación”. [p. 112] Es curioso sin embargo que la concesión de libertad imponía a los hombres libres la condición de residir en el campo durante cierto tiempo. La medida tenía como finalidad controlar la inmigración a la ciudad que amenazaba con dejar sin mano de obra los campos. 3 Occhipinti establece así una tesis muy interesante: “La edad de las comunas, lejos de representar una fase sucesiva y contrapuesta a la edad feudal dominada por el poder de los grandes señores, contribuyó a difundir en nuevas formas el istituto del feudo”. P. 108. El señor de Malaspina jurando fidelidad a la ciudad de Piacenza es el ejemplo más característico. Sin embargo, conviene decir que en este sentido,el feudalismo que surge de las ciudades no necesita claramente de servidumbre, sino que es una relación jerárquica entre hombres libres. Este punto es desde luego muy interesante. 9