l`italia dei comuni - Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de

Anuncio
L’ITALIA DEI COMUNI
Secoli XI-XIII
Elisa Occhipinti
Carocci, Roma, 2000
Reseña de J.L.V.B.
El libro de la Occhipinti tiene el mérito de proponer una aproximación muy ordenada de
la evolución de las ciudades italianas hasta finales del siglo XIII y principios del XIV.
Tal ordenación es consecuencia de una sedimentación bibliográfica intensa, muy bien
reconstruida en este trabajo. El orden se refleja desde el primer momento en el índice: el
libro avanza desde la formación de la ciudad episcopal, que recoge la herencia de la
organización romana de la ciudad [cap.I, pp.13-29], hasta la ciudad-Estado de principios
del siglo XIV, de la que ya nos ha dado testimonio Maquiavelo [cap. V, pp. 99-129].
Para llegar aquí, la ciudad ha debido pasar por el experimento comunal fruto de su
encuentro con el imperio de Federico I y de su mediación en las luchas entre el Papado
y el Imperio, [cap. II, pp. 29-51], por la comuna centrada en la figura del podestà [cap.
III, puntos 1 al 5, pp. 51-64], por las llamadas “comune popolare” [cap. III, puntos del 5
al 8, pp. 64-76], por la crisis de la “política antimagnatizia” que desemboca en la
emergencia de la comuna de señoría que conoce el final de la comuna republicana. [cap.
4, pp. 85-99] y el paso a la ciudad-Estado, como ya hemos dicho, y que según
argumentase Ludwig Dehio, configuró el primer sistema de Estados europeo en sentido
clásico. Como es natural, el libro se centra en la construcción del espacio que conoce la
Italia del centro norte, desde la Toscana a la llanura padana, tratando a veces el caso
específico de Venezia [pp. 76-8], la ciudad meramente administrativa de la Magna
Grecia. [pp. 78-83] Del libro, además, se derivan importantes referencias acerca de la
peculiar evolución que siguieron las ciudades italianas respecto a la ciudades
trasalpinas, instaladas en el seno de las relaciones políticas del Imperio y que justo por
eso no pudieron alcanzar la fuerza política correspondiente a su potencia económica.
La primera tesis importante del libro es que el rasgo particular del sistema de
ciudades italianas –con las salvedades anunciadas- viene profundamente determinado
por la red ciudadana de origen romano. Este origen sería decisivo también para definir
la relación propia de la ciudad con el territorio, lo que en Castilla se llamó alfoz. Pues la
ciudad romana era la cabeza de un territorio desde el punto de vista administrativo,
religioso y militar dirigida por una clase de propietarios terratenientes residentes en ella.
Con la ruina de la administración romana, esta estructura pasó al dominio del obispo
que, con su administración, garantizó a la ciudad una cierta autonomía. Esta autonomía
sobrevivió a las invasiones bárbaras porque estas se instalaron sobre todo en el campo.
Desde este punto de vista, durante los tiempos oscuros, civitas fue sinónimo de
obispado. Incluso la dominación carolingia mantuvo esta estructura, no sólo porque
consideraron a los obispos parte de la propia administración, sino porque a menudo era
más eficaces que los funcionarios laicos, condes o marqueses, en la atención de las
necesidades de la ciudad en el ámbito de la defensa y de la leva. Como es natural, esta
doble administración determinó el mantenimiento de la ciudad-condado, como
estructura espacial de ciudad y territorio. Desde este punto de vista se puede decir que la
autoridad legítima de la ciudad era el obispo, delegado del emperador en un tiempo,
pero luego primer ciudadano cuando ya el imperio estaba en crisis. En la medida en que
el imperio impuso la práctica de las asambleas de los ciudades libres, este modelo
Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO
de Pensamiento Político Hispano
Jose Luis Villacañas Berlanga,
Reseña a “L’ITALIA DEI COMUNI”.
prendió también en las ciudades, por lo que el obispo reclamó la colaboración de los
ciudadanos en asambleas cívicas llamadas en las fuentes conventus. Allí se analizaba y
decidían los trabajos públicos de defensa y seguridad, lazos con otras ciudades,
reconocimiento de ciudadanía, etcétera. Con la ruina del imperio, y la falta de autoridad
central, con las frecuentes invasiones, los conventus, la reunión de los concives, con su
obispo al frente tomaron decisiones políticas y militare. Al mismo tiempo se inicia una
diferencia jurídica entre estos concives y los confugientes, los que se refugiaban desde el
campo en la ciudad y que por lo general estaban sometidos a relaciones señoriales, que
chocaban con la igual libertad de los ciudadanos. El ejemplo básico de esta época es el
gobierno de Milan por Ariberto, hacia el año 1000. En este momento, el obispo se basa
para su gobierno en la colaboración de comisiones de boni homines que llevan la voz en
el concilium, que representan a todos y que poco a poco van conformando la institución
de los consules.
2.- Imperium y sacerdotium: la emergencia del régimen consular. Esta ciudad
episcopal entra en crisis como consecuencia de la guerra entre Papado e Imperio. En
efecto, esta guerra disloca el poder del obispo desde un doble punto de vista. Por una
parte, el emperador muchas veces prefiere mantener el gobierno del obispo sobre la
ciudad si aquel acepta el primado espiritual del emperador; con lo que el papa, en estos
casos, anula el poder simoniaco o nicolaita del obispo y habla de manera directa al
conventus o populus christianus para que la comunidad destruya el poder del obispo. Si
el obispo es fiel a Roma, se tiene la relación inversa. Emperador y papa alientan a las
comunidades civiles a la usurpación de los derechos del obispo por una u otra causa.
Desde luego, la presentación de la ciudad como res publica implica su pertenencia al
regnum, y por tanto a una administración civil que en todo caso debía retirar sus
competencias temporales al obispo. Roma veía bien este proceso y por eso se puede
decir que, curiosamente, las ciudades más cercanas al papado fueron las que más
fácilmente ultimaron las usurpaciones delos derechos del obispo. Roma era muy hostil
por principio al gobierno temporal de los obispos, cosa que no sucedía con el
emperador, a condición de que el obispo se reconociera funcionario del imperio. Esto
determinó la supervivencia de las ciudades episcopales en el imperio. Milán es
paradigmática de la alianza con Roma.
El carácter usurpado de los derechos de dirección política por parte de las
ciudades, su falta propiamente dicha de legitimidad, determinó el experimentalismo
comunal, rasgo decisivo de toda su evolución. Así fueron muy corrientes las elecciones
por parte de la asamblea de delegados gubernativos de la ciudad a los que se confiaban
poderes. En estas elecciones, que ya reconocían el primado de la comunidad, eran
elegidos también los obispos con frecuencias. Ejemplo: el laudo de las torres de Pisa, en
1088-1092, regulando la altura de los castillos urbanos fue presidido por el obispo,
aunque ya no se le reconocía la autoridad. El paso decisivo fue la consolidación de
estructuras de representación en los cónsules, que por lo general procedían de las
familias aristocráticas. Esto sucedió desde el fin del siglo XI al principio del siglo XII.
Desde luego, esta representación era por lo común preparada mediante una coniuratio
concordia, por naturaleza reservada, que luego recibía la aclamación ciudadana. De
estas conjuras, en el inicio meramente acuerdos de grupos de nobles en estrecha relación
con el obispo, extrae su origen el consulado, consolidación de los boni homines en
tareas representativas. Desde este punto de vista, el gobierno de las comunes surge de
pactos privados y desde la iniciativa minoritaria que usurpa los derechos públicos de la
iglesia y asume tareas de administración de los intereses comunes, como imponer
tributos, realizar justicia, dirigiendo los asuntos militares. De ahí que los consules
2
Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO
de Pensamiento Político Hispano
Jose Luis Villacañas Berlanga,
Reseña a “L’ITALIA DEI COMUNI”.
fueran siempre consules civitatis, por mucho que el origen de su poder fuera la
coniuratio. Por lo general no eran contrarios enteramente a la asamblea, que se seguía
manteniendo con los términos de consilium, parlamentum, concio, colloquium, arengo,
etcétera. Esto es lo que dio lugar a que ya en la fase consular lo decisivo sea el contar
con la base de la gente, el popolus. Por eso, pronto, además de los miembros de las
familias aristocráticas, se empezó a contar con clases interesadas en la paz –
comerciantes, artesanos- y con oficiales judiciales expertos en derecho. A pesar de todo,
la fase consular es de claro dominio aristocrático, pero por su propia naturaleza refiere
al conjunto de los habitantes. En conclusión se puede recordar que menciones que nos
hablan de consulado permanente se tiene en todas las grandes ciudades desde las dos
últimas décadas del siglo XI a las dos primeras décadas del siglo XII.
Como se puede suponer, los procesos concretos variaron de unas ciudades a
otras. A veces los cónsules fueron animados por el propio pueblo contra el obispo, a
veces tuvieron en su origen acuerdos secretos para imponer intereses privados a la
ciudad (el caso de Génova, que impuso su compagna de amplios intereses comerciales).
Pero nunca faltó la conciencia del novum que se registra en que por doquier se habló de
comune, y se fue dejando atrás la palabra civitas. En resumen: el comune se impuso
siempre en relación con el popolus, mientras que la civitas se mantuvo para identificar
la forma de gobierno y de ordenamiento público de esa población. Para el final de la
época consular, comune ya había asumido enteramente también ese sentido
institucional. En todo caso, el comune no tiene en su base un acto explícito de fundación
ni se organiza a la búsqueda de un reconocimiento por parte de instancias superiores. Es
un hecho consumado de la historia política. Occhipinti sugiere que “el comune se autolegitimó, creciendo, consolidándose, ejerciendo de hecho poderes (fiscales, judiciales,
militares) sobre la base de una mentalidad empírica que le llevó en diversas
circunstancias a ensayar su capacidad de acción [...] con una notable flexibilidad
institucional” [p. 32].
Los cónsules gobernaron siempre con la ayuda de especialistas en derecho. De
hecho, estos le ofrecieron a los cónsules la legitimidad de la vieja historia romana y así
justificaron su elección. Su número varía en cada ciudad, lo que da una idea de su
carácter experimental. Sus funciones eran ejecutivas (aprovisionamientos, comercio,
transportes, regulación actividad productiva, defensa) y judiciales y pronto se
especializaron en consules de communi y consules de placitis o iustitiae. Aceptaban el
cargo por un juramente o breve, siempre en nombre de Dios y con explícita mención de
la protección de la iglesia. Por lo general era cooptados o sugeridos por los salientes,
pero debían ser aclamados. A veces se elegían los electores de cónsules. Pronto, entre la
asamblea y los cónsules se pusieron cuerpos intermedios o consejos organizados por
quartiere, cada una de las cuatro partes de la ciudad. Lo habitual era la formación de un
Consiglio Maggiore, que equivale a los consejos del ciento de la corona de Aragón, y
un Consiglio Minore, llamado de los sabios, de los ancianos y que no pasaba nunca de
las diez personas. Sea como fuere, con el régimen consular las ciudades ya eran
conscientes de estar gobernadas en libertad. Otón de Frisinga, tío de emperador
Federico I, hacia 1152, ya estabilizado el régimen consular, pudo decir que las ciudades
italianas “superaban a todas las otras ciudades del mundo gracias no solo a sus hábitos,
sino también a la ausencia de los soberanos, que se habían mantenido más allá de los
Alpes” [p. 37].
3. Federico I: de Roncaglia a Constanza. Cuando la fase de las luchas entre el
imperio y el papado llegan a su cima con Federico I, (hacia 1154-1184), este no tuvo
sino que defender, con los mismos juristas romanos, la dependencia de las ciudades en
3
Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO
de Pensamiento Político Hispano
Jose Luis Villacañas Berlanga,
Reseña a “L’ITALIA DEI COMUNI”.
tanto entidades públicas del regnum y les reclamó sus derechos jurisdiccionales, fiscales
y militares, usurpados por las comunas. Su voluntad fue imponer a las ciudades tanto
como a los señores feudales su fidelidad al imperio. Una de las obligaciones señaladas a
las ciudades fue construir un palacio imperial en su recinto. La dieta de Roncaglia tuvo
la finalidad de definir los iure regalia y de hacerlos cumplir. Los juristas establecieron
así estos derechos: “Son derechos regios los arimannie, las vías públicas, los ríos
navegables y sus afluentes navegables, los puertos, los peajes sobre los atraques y
aquellos normalmente llamados teloneos, la acuñación de moneda, los útiles derivados
del pago de las multas y penas pecuniarias, los patrimonios que permanecen sin
legítimo propietario o aquellos que por ley son sustraídos a los reos de culpa
infamantes, si no son expresamente concedidos a otras personas, los patrimonios de
aquellos que contraen bodas incestuosas, de los condenaos y de los proscritos, según se
ha establecido en las nuevas leyes, las prestaciones ordinarias y extraordinarias, los
servicios de transportes con carros y naves, las contribuciones extraordinarias para el
buen éxito de las campañas militares regias, la potestad de nombrar magistrados para la
administración de justicia, el control de las minas de plata o el dominio de los palacios
reales en la ciudad en la que el soberano habitúa a residir, los réditos derivados de la
pesca y de las salinas, los bienes de los reos del delito de lesa majestad, la mitad del
tesoro encontrado en territorio señorial o en los lugares sagrados. Allí donde seden,
todos estos derechos son de propiedad regia.” [p. 40]1 Una adicional disposición, una
constitutio pacis, impedía la formación de ligas entre las ciudades. La previsión del
emperador consistía en que una red de funcionarios, directamente dependientes de él,
ocuparía una malla de castillos capaz de mantener bajo control todo el territorio y de
asegurar el cumplimiento de las obligaciones jurídicas de las ciudades respecto a las
regalia. A cambio de eso, el emperador mantenía la posibilidad de que las ciudades
eligieran a sus propios consules, con autoridad limitada al núcleo urbano y al suburbio.
Con ello se puede suponer hasta qué punto los nobles mantendrían el control del campo
al controlar los castillos. Además, ciudades especialmente fieles, podían suplir los
regalia por un tributo anual. Las ciudades especialmente rebeldes, como Milán, serían
regidas por un podestà imperial. A pesar de todo, los experimentos de la edad consular
alcanzaron legitimidad justo por Roncaglia. La dieta, que había sido abierta para
recuperar los derechos del emperador, no hizo sino dar autoridad al camino emprendido
por las ciudades.
El liderazgo de Milán, junto con la pésima administración imperial, por lo
general entregada a sus aliados nobiliarios, hizo que la mayoría de las ciudades de la
Padania y del Veneto, junto con muchas de la Emilia, consideraron que los derechos del
emperador había caído en desuso. Así se opuso la regla consuetudinaria a la exigencia
romana del carácter eterno e inalienable del fisco. El resultado fue la fundación de la
Societas Lombardiae (1167) que asumió derechos imperiales, como fundar ciudades
(Alessandria, 1168).Como es natural, el papado se puso de su parte, presionando al
obispo de Milán para que asumiera la primacía del Papa de Roma (sin tradición en la
diócesis de S. Ambrosio). Así se llegó a la paz de Constanza en 1183. Esta paz intentó
regular las relaciones entre imperio y ciudades desde un acuerdo que se presentó
formalmente como una concesión del emperador, pero en la práctica anulo Roncaglia.
Las ciudades obtuvieron las regalias, mientras el emperador se reservaba el derecho de
1
Dada la relevancia del texto citaré su procedencia: V. Colorni, “Le tre leggi perdute di Roncaglia (1158)
ritrovate in un manoscrito parigino (Bib. Nat. Cod. Lat. 4677)” en Scritti in memoria di Antonio Giufrrè,
Giuffrè, Milano, vol. 1, p. 116.
4
Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO
de Pensamiento Político Hispano
Jose Luis Villacañas Berlanga,
Reseña a “L’ITALIA DEI COMUNI”.
investir a los cónsules como parte de su administración y de confirmarlos cada cinco
años en señal fidelidad. Además mantenía el derecho de jurisdicción y el militar, pero
sólo como derecho de apelación en las causas mayores. Las ciudades debían colaborar
en el gasto militar reparando calzadas y en el aprovisionamiento del ejército. Las
ciudades entraban en la estructura jurídica del imperio, pero de una manera parecida a
los grandes señores feudales. Pero el olvido de la voluntad de la creación de la propia
red de castellanos imperiales dejó el campo abierto a la intervención de las ciudades. La
liga lombarda, al mantener relaciones intensas en todo norte italiano, generó un ámbito
de intercambios comerciales y exenciones aduanales entre las ciudades unidas que dejó
el campo a merced de la expansión urbana.
Sin duda, el emperador había legitimado las prácticas de las ciudades, pero no
les había reconocido el derecho de ser fuentes de derecho. No fue necesario. Tras la paz
de Constanza, las ciudades empezaron a dotarse de estatutos y de colecciones de leyes.
Esta actividad legislativa y estatutaria ocupó todo el siglo XIII. Boncompagno da Signa,
que vivió entre 1170 y 1240, dijo, en las primeras décadas del siglo XIII, que “toda
ciudad en el interior de su territorio compila estatutos y constituciones, sobre los cuales
el podestà o los consules gestionan los asuntos público y castigan a los trasgresores” [p.
52]. Estas recopilaciones fueron obra de los reformatores o correctores, juristas
especializados. En muchos casos se ordenaron los tribunales y en otros muchos se
renovaron los enfrentamientos con los obispos. Por lo general, el comune reivindicó el
control de los bienes y derechos de la curia episcopal de la ciudad.
Federico II mantuvo las reivindicaciones del Imperio, tanto por lo que concierne
al nombramiento de los cónsules como al pago de regalias, como a la voluntad de
detener la extensión de la ciudad por el condado. Por eso se decidió a abrogar las
cláusulas de la paz de Constanza. El resultado fue la formación de una segunda Liba
Lombarda, en la que intervino muy activamente el papado. De este tiempo viene la
plena división de las ciudades entre güelfos, partidarios del papado, y gibelinos,
partidarios del emperador. La victoria de Cartenuova y la dureza de la política de
Federico II aumentó la cohesión de las ciudades güelfas, siempre bajo la dirección de
Milán. La muerte del emperador y la reducción de sus herederos a las pretensiones
sicilianas significó el triunfo de las ciudades.
4. La ciudad del podestà. Curiosamente, la paz significó el final de la ciudad
consular. El proceso por el cual se llegó a la ciudad del podestà fue decisivo e histórico
y significó un cambio radical de mentalidad político: se pasó de una magistratura
colegial a una unipersonales, y de una organización relativamente organizada de
instancias a una relación más bien difusa entre el podestà y los diferentes consejos.
Además, de una atenencia a los reglamentos se pasó a una más amplia autonomía de los
oficios y magistraturas. El paso de una forma de gobierno a otra no fue inmediato. De
hecho, vino preparado por la evolución interna del régimen consular. Hacia el final del
siglo XII se venía documentando la aparición de un magistrado llamado prior ex
consulibus, primus cónsul, dominus, magíster, rector, gubernator o potestas, que por lo
general llevaba la dirección del cuerpo de consules. Pero hay una diferencia: en todos
estos casos se trataba del mismo honoratiore diletante. El paso verdaderamente
importante vino forzado por la constitucionalización de ese régimen, pues hizo
necesario un profesional del derecho, un sapiente. Para impedir que ejerciera un poder
extremo sobre lo ciudad que gobernaba, se ideó la condición de que no fuera ciudadano.
La red de ciudades de la Liga lombarda funcionó aquí: las ciudades se prestaron los
funcionarios entre sí durante un periodo de tiempo. Al llamarlo podestà no hicieron sino
ocupar el derecho del emperador a nombrar precisamente al supremo funcionario,
5
Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO
de Pensamiento Político Hispano
Jose Luis Villacañas Berlanga,
Reseña a “L’ITALIA DEI COMUNI”.
nominalmente reconocido en Constanza. La decisión de entregar ese cargo supremo a
un forastero, pero versado en el derecho, fue posible por el mismo régimen político, en
líneas generales, de las ciudades, lo que permitía la itinerancia del cargo. Por otra parte,
fue necesario por la ingobernabilidad a la que habían llegado las ciudades como
consecuencia de las luchas nobiliarias por el control de los puestos consulares. Un
testimonio de esto nos lo ofrece el cronista de Annali Genovesi, de 1190: “A causa de la
envidia de muchos que aspiraban de manera desenfrenada a obtener el cargo de cónsul
del común, nacieron muchas discordias civiles y conspiraciones odiosas. Así, los
sapientes y consejeros de la ciudad decidieron de común acuerdo que a partir del año
sucesivo se pondría términos al consulado del común y casi todos convinieron en
recurrir en el futuro a un podestà”. [p. 56]
La cuestión de fondo es que el propio éxito de la liga lombarda había cambiado
la base de la ciudad. La prosperidad comercial había creado una clase de mercaderes
poderosa. La penetración en el campo y en los distritos había conducido a los nobles al
seno de la ciudad. Ambos elementos sociales desearon dejar sentir su presencia en el
gobierno consular. Desde luego se ampliaron los consejos, que al cabo fueron menos
eficaces. Todo ello disminuía el protagonismo de la aristocracia consular. La lógica del
conflicto se hizo inevitable. Para resolver se hizo intervenir a todos los consejos en la
elección del podestà. Por lo general el proceso se desarrolló así: El consejo menor por
sorteo hacía una selección de candidatos que pasaba a la aprobación del consejo mayor.
Las decisiones casi siempre se tomaban desde el punto de vista de la política de alianzas
con otras ciudades. Ofrecer un podestà a una ciudad era el rasgo más fuerte de alianza y
de amistad. De manera habitual, el podestà llevaba consigo un cierto aparato
administrativo, en el que siempre figuraba un juez, un caballero y algunos hombres
armados de defensa, junto con notarios y ayudantes.
El podestà era un poder ejecutivo de los acuerdos que le indicaban los consejos,
sobre todo el menor. Él presidía las reuniones e intervenía en los acuerdos, al tiempo
que coordinaba los oficios municipales y emanaba decretos con valor de leyes. Era el
jefe de la administración, el juez máximo y comandaba las milicias, garantizaba la
renovación institucional según las constituciones y estatutos cívicos y mantenía el orden
público y las infraestructuras. Desde luego, requería conocimientos específicos y
profesionalidad adquirida en la larga experiencia de gobierno. Como es lógico, el puesto
era de máximo prestigio y como debía dirigir la milicia casi siempre solía pertenecer a
la aristocracia tradicional. Esa experiencia dio lugar a una manualística que prosperó
hacia la mitad del siglo XIII.Es muy curioso que uno de los más conocidos tratados de
gobierno todavía lleve por título Oculus pastoralis (1250). El Liber de regimine
civitatum de Giovanni di Viterbo y el De regimine et sapientia potestatis de Orfino da
Lodi fueron muy conocidos.
5.- Hacia la comuna popular. Bajo el gobierno del podestà se intensificaron los
procesos de fortalecimiento de la ciudad y la afirmación sobre el distrito del campo.
Con esta dinámica la base social de la comuna se extendió. El centro artesanal,
comercial, fiscal, militar y administrativo de la ciudad se impuso al distrito entero,
dominó sus excedentes y su comercio y aumentó el protagonismo de las Artes, las
organizaciones gremiales. El activismo político del popolo se intensificó a medida que
las fuerzas productivas y profesionales crecieron. Las organizaciones por barrios y por
oficios exigieron reconocimiento en los consejos políticos. La gente nuova se hizo
notar. Sus viejas prácticas asociativas, de vecindad, de naturaleza privada y religiosa,
festividades patronales, obras pías, comuniones de hermandad, comenzaron a ser
relevantes para las elecciones a cónsules, a consejeros. Así comenzaron a surgir de los
6
Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO
de Pensamiento Político Hispano
Jose Luis Villacañas Berlanga,
Reseña a “L’ITALIA DEI COMUNI”.
vínculos de vecindad asociaciones que encontraron pronto una dimensión pública: las
societas armorum o peditum, las societates populi, que encuadraban a una vecindad, a
un gremio, y se adscribían funciones de vigilancia y de guardia. Por lo demás, en una
época de luchas entre los clanes nobiliarios por los puestos de representación, el pueblo
se movilizó para mantener el orden público. Tales cofradías armadas eran idóneas para
esta función. Como respuesta, los clanes nobiliarios, reforzados por los milites
instalados en una ciudad que ya controlaba el distrito, respondieron con sus societates
militum, formadas por vínculos de linajes y de clientelas, que a veces incluían formas de
vasallaje feudal y que reunía a los viejos siervos ahora liberados en las ciudades. En la
medida en que ocupaban espacios urbanos contiguos, lograban definir un distrito
militarmente compacto. Así se produjo una dialéctica de refuerzo de cada uno de los
bandos. Los artesanos contestaron a esta ofensiva nobiliaria creando las sociedades de
las Artes, los diferentes gremios, configurando también a veces sus propias milicias. La
doble representación de las sociedades populares y de los oficios, reconocidas por
ejemplo en Boloña, en 1248, ofreció una hegemonía al pueblo menor en las elecciones.
Esta fue la forma en que los estamentos más humildes de la ciudadanía acabaron
imponiéndose sobre los elementos nobiliarios. Así surgió la comuna popular. Este
triunfo se vio claro en ciudades como Cremona, que se comprometió a dar tercio de los
cargos a los representantes populares.
Pero no solo esto. Al lado del consejo mayor, donde se mezclaba la
representación aristocrática y popular, se llegó a formar en muchas comunas un consejo
del pueblo formado por los miembros de las sociedades populares y junto al podestà
pronto se formó una figura como el capitano del popolo, simétrico de aquel y cuyas
características más esenciales reproducía. En cada ciudad, las relaciones de fuerza entre
estas instancias fueron diferentes y distintas las formas de evolución de los procesos.
Muy característico es el proceso de Florencia, donde se unieron los nobles pro-güelfos
con el pueblo para formar un consejo llamado del Governo del primo popolo, que se
contrapuso al capitano del popolo, los Anziani y a otros consejos. Es muy curioso que el
pueblo se impusiera en el consejo de los ancianos –habitualmente reconocido como
aristocrático y senatorial- y que las familias nobiliarias no tuvieran a veces más remedio
que mezclarse en las instituciones populares para sobrevivir políticamente. Occhipinti
resume sus tesis así: “A diferencia de lo que había sucedido en la fase consular y del
podestà, dominada por los componentes aristocráticos, cuando los continuos litigios de
los grupos familiares que pretendían la ocupación del poder habían frenado, si no
paralizado el funcionamiento de la comuna, en la fase popular los nuevos estamentos
dirigentes –que se presentaban como intérpretes de la común voluntad de paz de los
ciudadanos- tuvieron como primer objetivo (o al menos se propusieron) el
funcionamiento regular de las instituciones y la eficacia de los oficios administrativos.
A tal fin era preciso eliminar las pretensiones de autonomía militar de las grandes
familias e imponer el primado de la fuerza pública contra el fácil recurso a la violencia
privada, producir providencias para tutelar el orden ciudadano e intervenir de manera
decisiva sobre la organización de los oficios comunales.” [p.75]
La comuna popular llevó adelante una política antimagnaticia muy dura. Se
tendía a excluir a los grandes (magnates, milites, nobiles, proceres) de los oficios
públicos, continuamente acusados de cometer abusos en sus magistraturas. Un ejemplo
característico nos lo ofrecen los Ordinamenti sacrati e sacratissimi de Boloña, dados
entre 1282 y 1292, o los Ordinamenti di guistizia de Florencia, de 1293. En todos los
casos contra los caballeros bastaba testificar por parte de alguien del pueblo acerca de la
notoriedad pública de los hechos para que ser diera por sentada la acusación. Con
7
Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO
de Pensamiento Político Hispano
Jose Luis Villacañas Berlanga,
Reseña a “L’ITALIA DEI COMUNI”.
lucidez, las ciudades tendieron a imponer la responsabilidad individual, disolviendo la
sustancialidad del linaje. Como es natural, tendieron a eliminar el recurso al duelo y
todos los usos de la violencia privada, se prohibió las alianzas mixtas entre nobles y
representantes del pueblo, se limitó la altura de las torres, se exigió residencia en la
ciudad en caso de tumultos. Sin embargo, las leyes antimagnaticias no lograron destruir
a la nobleza pues no lograron desarraigar a la nobleza del campo, donde mantenía una
parte de su clientela, poder y fuerza. Por lo demás, la ciudad necesitaba para las
funciones militares y diplomáticas a los grandes, que además a menudo eran parte del
elemento de prestigio de la ciudad. Así que los sentimientos de la población respecto a
ellos eran más bien complejos. Por lo demás, los nobles de las diferentes ciudades casi
siempre estaban aliados entre en el partido gibelino o pro-imperial. Cuando la ciudad
formaba parte de esta constelación de alianzas, era inevitable que los nobles tuvieron
más protagonismo. Pero posicionarse entre güelfos y gibelinos formaba parte del
sistema de equilibrios entre las ciudades –en un momento en que las expansión de una
por el campo podía invadir el territorio de la ciudad vecina-, con lo que el partido
imperial o papal a veces representaba los intereses de la ciudad frente a la vecina. Si
Florencia era güelfa, Pisa, Siena y Lucca eran gibelinas. Si Bologna era güelfa, Modena
era pro-imperial. Milán iba con el papa, pero Pavia y Cremona iban con el emperador.
En suma, los partidos internos a la ciudad muchas veces jugaban dentro de los partidos
externos. Así unos y otros eran elementos de equilibrio en este sistema. Bartolo de
Sassoferrato dijo con lucidez a mediados del siglo XIV: “Dado el modo en que estos
términos son usados hoy, un individuo puede ser güelfo en un lugar y gibelino en otro,
porque las alianzas de este tipo hacen referencia a una variedad de objetivos”. [p. 90].
6.- La comuna-señorial. Con ello la conflictividad determinó el conjunto del
sistema. Por una parte conflictos internos entre pueblo y nobleza; entre campo y cuidad,
entre ciudad y ciudad. Muchas veces, el conflicto contra la nobleza se extendía como
conflicto contra los mismos señores en el campo. Así que en el inicio del siglo XIV las
ciudades italianas conocieron una profunda lucha de facciones. La canalización
institucional de las mismas se hizo imposible, por la propia dureza de la confrontación y
por los valores de la nobleza, que hacía inevitable el recurso a las armas como parte de
su idiosincrasia. Los ordenamientos comunales se manifestaron impotentes [p. 91] Las
partes se entregaron a una política autónoma incluso desde el punto de vista militar. La
justicia de la guerra se instaló en la ciudad: el vencedor definió el derecho. El exilio y la
venganza se impusieron. Las descripciones de Maquiavelo sobre la historia de Florencia
tienen aquí su acomodo. La cuestión es que la comuna popular no pudo renovar sus
estructuras políticas ni reformarse. La podestà extranjera aquí se manifestó impotente
para conducir un proceso que, en la medida en que afectaba al interior de una ciudad
que no era la suya, bloqueaba sus posibilidades de intervención. Pero había creado la
figura del poder ejecutivo unipersonal y la evolución estaría determinada por este paso.
Así que pronto, la necesidad de paz, orden y justicia, condujo a la creación de órdenes
monocráticos ejecutivos: el gobierno de la señoría.
Como es natural, este orden mantuvo todos los institutos públicos tradicionales,
los consejos y las asambleas, pero ya habían perdido su oportunidad y su significado.
Las casas de la antigua aristocracia (Este en Ferrara, Carrara en Padova, Scala en
Verona) pronto se relacionaron con las clases inferiores, también descontentas de la
escasa representación y fuerza política y ocuparon o bien el puesto del podestà o bien el
puesto de capitano del popolo dando entrada a un gobierno más bien autoritario,
tendencialmente heredable bajo el título de señor perpetuo o signore generale. Así pasó
con los Visconti en Milán, ejemplo de paso del régimen comunal al señorial. Así se
8
Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO
de Pensamiento Político Hispano
Jose Luis Villacañas Berlanga,
Reseña a “L’ITALIA DEI COMUNI”.
acabó imponiendo el viejo estamento dirigente, repitiendo el viejo proceso de los
“tiranos” griegos: nobles que evaden los conflictos con los demás nobles mediante una
alianza con las clases populares. Este hecho ha inducido a algunos a hablar de base
democrática de la Señoría. Pero en realidad era una base desvertebrada, atravesada por
la demagogia, que implicaba la muerte del común. Con ello se puso punto y final a la
res publica y se dio paso a la Ciudad-Estado, que fue un gobierno de facto autoritario y
jerárquico.
La ciudad-estado es la ciudad señorial que ha culminado su proceso de control
del territorio. Esto sólo pudo lograrse mediante el triunfo de la comuna popular y de
hecho determinó que todos los señores propietarios se trasladaran a la ciudad. Para las
ciudades, expandirse por el campo era dejar sin espacio la figura del emperador y sus
aliados militares, instaladas en los burgos. Para ello la ciudad impuso comunidades
rurales, fundó villas francas estratégicamente situadas en pasos y vados, prohibió los
estatutos de servidumbre en todo el condado,2 concedió libertad a todos los que vinieran
a residir en su territorio. Los restos de dominios señoriales no pudieron aguantar la
presión: los siervos abandonaron los dominios y pasaron a las ciudades. Con ello la
ciudad rehizo la vieja unidad provincial romana, política y eclesiástica, garantizando
una influencia económica, cultural, religiosa y fiscal sobre el territorio rural. Con ello se
garantizó no sólo los recursos alimentarios y de materias primas, sino también el
mercado para los excedentes artesanales, el cobro de los peajes y la posibilidad de
reclutar milicias. Como es natural, todas estas medidas pusieron en movimiento las
tierras, que entraron en el mercado y colmaron las aspiraciones de tierras de los
burgueses. Muchas veces, sin embargo, los antiguos señores, entregaron su juramento
de fidelidad a la ciudad, se encomendaron a ella [feudo oblato, esto es: ofrecido] y
obtuvieron en tenencia feudal o dominio útil sus mismas propiedades.3 Así cerraron el
distrito, organizaron el territorio y dieron lugar a verdaderas ciudades estado, contra lo
que sucedió más allá de los Alpes, donde el tejido de las ciudades estaba inmerso en una
red más amplia de dominios señoriales [p.103] Frente a esta discontinuidad, el área
padana y toscana logró la continuidad propia de un verdadero sistema de ciudades.
2
Vercelli, en 1243 decretó el fin de “toda sovranità, giurisdizione, prerrogativa o districtus” y estableció
que todos sus habitantes eran “liberi, inmuni sotto ogni riguardo”. Bologna lo hizo entre 1257 y 1304. “La
motivación expresa al inicio del decreto tiene un claro sabor ideológico: la exigencia de restituir a todos
los hombres la libertad, aquella libertad dada originariamente al padre Adán, perdida con el pecado
original y restaurada con el sacrificio del Hijo de Dios, venido a la tierra a romper las cadenas en las que
estaba presa la humanidad. En el nombre de Cristo redentor –se anunciaba solemnemente en el prólogovenían liberados todos aquellos que en la ciudad y diócesis de Bologna eran forzados a una condición
servil, para que desde aquel momento todos pudieran ser libres, sea aquellos que venían franqueados
mediante pago en dinero, sea aquellos que eran naturalmente libres por naturaleza. De aquí el nombre de
ley Paraíso dado a la providencia boloñesa, en tanto que recreaba el paraíso de alegría en que Dios había
puesto al hombre después de la creación”. [p. 112] Es curioso sin embargo que la concesión de libertad
imponía a los hombres libres la condición de residir en el campo durante cierto tiempo. La medida tenía
como finalidad controlar la inmigración a la ciudad que amenazaba con dejar sin mano de obra los
campos.
3
Occhipinti establece así una tesis muy interesante: “La edad de las comunas, lejos de representar una
fase sucesiva y contrapuesta a la edad feudal dominada por el poder de los grandes señores, contribuyó a
difundir en nuevas formas el istituto del feudo”. P. 108. El señor de Malaspina jurando fidelidad a la
ciudad de Piacenza es el ejemplo más característico. Sin embargo, conviene decir que en este sentido,el
feudalismo que surge de las ciudades no necesita claramente de servidumbre, sino que es una relación
jerárquica entre hombres libres. Este punto es desde luego muy interesante.
9
Descargar