Mantón de Manila, 1850 - 1860 - Ministerio de Educación, Cultura y

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La pieza del mes… MANTÓN DE MANILA, 1850 – 1860 SALA XX (GABINETE) FEBRERO 2012 Mercedes Rodríguez Collado Técnico de Museos del Museo del Romanticismo 1
“También había por allí una persona a quien la niña miraba mucho, y que la miraba
a ella con ojos dulces y cuajados de candoroso chino. Era el retrato de Ayún, de
cuerpo entero y tamaño natural, dibujado y pintado con dureza, pero con gran
expresión. Mal conocido es en España el nombre de este peregrino artista, aunque
sus obras han estado y están a la vista de todo el mundo, y nos son familiares
como si fueran obra nuestra. Es el ingenio bordador de los pañuelos de Manila, el
inventor del tipo de rameado más vistoso y elegante, el poeta fecundísimo de esos
madrigales de crespón compuestos con flores y rimados con pájaros. A este ilustre
chino deben las españolas el hermosísimo y característico chal que tanto favorece
su belleza, y el mantón de Manila, al mismo tiempo señorial y popular, pues lo han
llevado en sus hombros la gran señora y la gitana. Envolverse en él es como
vestirse con un cuadro. La industria moderna no inventará nada que iguale a la
ingenua poesía del mantón, salpicado de flores, flexible, pegadizo y mate, con
aquel fleco que tiene algo de los enredos del sueño y aquella brillantez de color que
iluminaba las muchedumbres en los tiempos en que su uso era general.”
(Benito Pérez Galdós , Fortunata y Jacinta, 1994, pág. 127)
ÍNDICE 1. FICHA TÉCNICA
2. HISTORIA DEL MANTÓN DE MANILA
2.1. Elementos decorativos del mantón de Manila
3. EL GALEÓN DE MANILA
4. EL MANTÓN DE MANILA Y EL TRAJE POPULAR
5. INFLUENCIA DEL ARTE ORIENTAL EN LAS COLECCIONES
DEL MUSEO DEL ROMANTICISMO
5.1
5.2
Mobiliario
Artes decorativas
6. BIBLIOGRAFÍA
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1. FICHA TÉCNICA
Mantón de Manila
Bordado, macramé / seda
150 x 150 cm. / Fleco 45 cm.
1880- 1890
Inv. 2566
Mantón realizado en seda natural color marfil con decoración monocroma bordada en
hilos de seda dorados con motivos de pavos reales y flores en dos esquinas
contrapuestas y escena representando la ceremonia del té, con figuras del emperador
y dos sirvientes sobre fondo de pagoda en las otras dos esquinas. Campo decorado
con motivos florales. Cenefa floral enmarcando el mantón. Fleco anudado en
hexágonos de dos tamaños.
2. HISTORIA DEL MANTÓN DE MANILA
La historia de esta prenda se inicia con una técnica antiquísima que, sin destruirlos,
extrae los hilos de los capullos elaborados por los gusanos de seda. A partir de ahí,
un proceso artesanal convierte esos hilos en suntuosas telas. Los chinos fueron los
inventores del tejido de seda, cuya fabricación guardaban como un gran secreto ante
el resto de países interesados en arrebatarles la manera de obtener el tejido más
sofisticado que hasta hoy en día se conoce. La preparación de la seda era un secreto
de estado que se castigaba con la pena capital a aquel que intentase sacar los
gusanos fuera de China. Cuenta una leyenda que una princesa casada por motivos
políticos en contra de su voluntad con un Khan bárbaro, llevó hasta Occidente, como
venganza, un paquete con huevos de gusano escondido en su complicado peinado.
Con este tejido se elaboraban túnicas, kimonos, colchas y colgaduras que se
utilizaban como decoración en las casas y que las mujeres se dedicaban a bordar con
diferentes motivos florales, animales y escenas de un gran simbolismo. Estas
manufacturas eran transportadas hasta Filipinas por los mercaderes chinos. En Manila
fueron vistas por los comerciantes españoles del siglo XVI, que los describieron como
compuestos de fina y no retorcida seda, blanca y de los más brillantes colores, lisas
algunas y otras bordadas con las más extrañas figuras, colores y modelos. De esta
manera no pudieron sustraerse a la tentación de incluirlas entre las mercaderías que
seguían la denominada ruta de los Galeones de Manila y que hicieron posible la
llegada de productos chinos a la por entonces metrópoli española, Sevilla.
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En nuestro país, estos tejidos se hicieron inmensamente populares por su delicado
tacto, la exquisita combinación de colores y los elegantes bordados orientales como
las cañas de bambú, dragones y templos característicos de Asia. Poco a poco, se
sucedió un proceso de transformación de esta prenda adaptándola al gusto español y
modificando su función primigenia. El mantón que originariamente se empleaba como
cobertor o tapiz, pasará a convertirse en uno de los complementos más
característicos de la indumentaria femenina española.
De forma cuadrada y bordado con motivos orientales, el mantón de Manila se
realizaba en seda con hilos también de seda. Se ejecutaba en colores variados,
siendo los más clásicos el negro y el marfil, si bien posteriormente se fueron
introduciendo toda una gama de tonalidades obedeciendo a las distintas modas. La
decoración de esta prenda llevaba implícito un largo proceso que se iniciaba con el
diseño de los diferentes motivos que se habían de traspasar al mantón. Para ello se
realizaba el dibujo sobre un papel que se perforaba. Posteriormente, se pasaban unas
tizas sobre estas plantillas perforadas, dejando una impronta en la tela.
Seguidamente, se colocaba sobre el bastidor para proceder a bordarlo. La técnica
empleada era generalmente la del bordado a matiz o acu pictae (pintura de aguja),
ya que consigue efectos muy similares a la pintura y dentro de ella la de bordado
plano, con puntos de matiz chino, pasado plano y cordoncillo.
El mantón se culminaba con la colocación de los flecos o flecado. Este elemento,
heredado de los árabes, se realizaba con hilos de seda y se trabajaba con la técnica
de macramé. La flocadura es un componente fundamental para fechar estos textiles,
ya que los más antiguos se ejecutaban con flecos pequeños y simples, mientras que a
partir del siglo XIX el desarrollo del macramé permitió una mayor complicación y
belleza de estas pasamanerías.
El flecado, una de las labores textiles más complejas y vistosas, consiste en un dibujo
a base de nudos, formados manualmente. En un principio los flecos eran previamente
urdidos en el mismo mantón. Posteriormente, como es el caso de la prenda que
comentamos, se realizaba la flocadura y luego se unía al pañuelo por medio de
pequeñas puntadas.
Considerado como un artículo de lujo, fueron primero las mujeres más pudientes las
que utilizaron este pañuelo bordado, pero a partir del último tercio del siglo XIX, su
uso se generalizó entre todas las clases sociales, convirtiéndose en un accesorio
imprescindible entre las damas decimonónicas.
Joaquín Vázquez Parladé atribuye al mantón un origen mejicano. Según este
investigador el mantón de Manila es una pieza de vestir tardía y las primeras que
empezaron a usarlas fueron las mexicanas. En Nueva España la seda y el bordado de
estos textiles eran industrias importantes. Prueba de ello es que a principio del siglo
XVIII existían los denominados trajes de “china poblana” profusamente bordados con
grandes flores de fuerte colorido y diseño chino. Asimismo, Acapulco fue el puerto
donde desembarcaban los galeones de Manila. Allí se efectuaban las compras en una
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feria anual que las distribuía por toda Nueva España. (VÁZQUEZ PARLADÉ, 1992:5878)
Caroline Stone, gran estudiosa del mantón de
Manila y autora de uno de los textos del catálogo
de una exposición sobre esta prenda, plantea un
ensayo de cronología de este pañuelo desde 1820
hasta finales de siglo, a partir de sus materiales y
diseños (STONE, 1998:47-51).
De 1820 a 1830 los mantones se bordan sobre
una tela fina. Se emplea una cenefa sencilla y
bordados de flores pequeñas. No aparecen
todavía animales ni otras escenas. Los flecos son
tenues y se sacan del propio mantón, sin emplear
el macramé.
Luis Ferrant Llausás
Natalia Boris, esposa de
Ferrant Llausás
Óleo / lienzo
1848
Inv.147
Sala XX (Gabinete)
Fernando
De 1840 a 1850 la cenefa se va haciendo más
ancha y sus elementos decorativos se basan en
flores pequeñas, mariposas, guirnaldas, letras
taoistas y escenas rústicas e idealizadas de la
vida china. Los flecos tienen una dimensión de 10
a 20 centímetros.
De 1850 a 1860 se bordan las cuatro esquinas y
el campo del mantón
se llena de flores,
mariposas y otros pájaros. El fleco alcanza 20
centímetros de longitud.
De 1870 a fin de siglo se puede apreciar un horror vacui en la decoración de los
mantones. El dibujo es más elaborado y va desapareciendo la flora exótica,
representándose dos esquinas con chinos y pabellones y otras dos con aves y flores.
Es en este momento cuando aparecen los mantones con caras con aplicación de
láminas de marfil. El fleco adquiere más importancia llegando a alcanzar hasta 50
cms.
Para que el mantón llegara a nuestro país en óptimas condiciones tras su largo viaje,
en Filipinas se realizaron unos suntuosos estuches. Este embalaje consistía en cajas
de forma cuadrangular ejecutadas en madera lacada y dorada, con incrustaciones de
madreperla y decoradas con motivos chinescos. En su interior contenían una caja de
cartón entelado que posibilitaba la correcta colocación de los mantones. Estas cajas
son actualmente muy escasas ya que muchas de ellas se convirtieron en muebles,
generalmente veladores.
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2.1. Elementos decorativos de los mantones de Manila
Los mantones se decoraban fundamentalmente con elementos vegetales y animales
propios de la cultura china, todos ellos cargados de un gran simbolismo. Entre los
motivos vegetales se encuentran: la flor de loto (simbolizando las altas virtudes, la
elegancia y la pureza), la flor del cerezo (heroísmo y valentía), el crisantemo (la
alegría), la orquídea (humildad, delicadeza y virtud), la azalea (la elegancia y la
salud), el clavel (el amor materno), la peonía (símbolo de la emperatriz) o el tronco
retorcido de tres árboles: pino, bambú y ciruelo (encarnando la longevidad muy
relacionada con la personalidad del emperador, así como con las tres religiones de
China: Confucionismo, Taoísmo y Budismo).
Entre los símbolos animales se encuentran: el dragón (representación del emperador,
simbolizando la autoridad y la protección divina), el faisán (las realizaciones del
emperador y la belleza), la grulla (la longevidad), las ocas (la normalidad conyugal),
las mariposas (la felicidad y la alegría), el ave fénix (símbolo de la emperatriz, la
feminidad y la prosperidad) o el pavo real (la dignidad y la belleza).
En relación al pavo real, animal que se representa de forma destacada en nuestro
mantón, existe una leyenda china (STONE, 1998:68) según la cual la hija de un
general del siglo VI d.c., pintó un pavo real en un biombo y poniéndolo a lo lejos, en
un jardín, invitó a sus pretendientes a competir en el tiro al arco diciendo: “Me casaré
con quien dé en el pavo con dos flechas seguidas”. Fue un soldado totalmente
desconocido quien sacó los ojos al pavo con sus dos primeras saetas y se casó con la
doncella. Mas adelante fue el primer emperador de la dinastía T’ang.
Mantón de Manila (detalle de una de las
esquinas con pavo real rodeado por
decoración floral)
Mantón de Manila (detalle de una de
las esquinas con pavo real rodeado
por decoración floral)
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En el mantón objeto de nuestro estudio, se representa en dos de sus esquinas la
Ceremonia del té. Los orígenes del té se pierden en múltiples leyendas, pero parece
encontrarse entre las primeras bebidas preparadas por el hombre, hace 5.000 años.
La leyenda China atribuye su descubrimiento al emperador Shen (o Chen) Nung, el
cual habría ordenado como medida higiénica que se hirviera siempre el agua antes de
ser bebida. En una ocasión en que descansaba bajo la sombra de un árbol silvestre
de té, unas hojas cayeron sobre su agua provocando una infusión que le hizo sentirse
revitalizado. El té pronto pasó de ser una infusión medicinal a una bebida refinada y
aristocrática, asociada a la poesía y la elevación espiritual.
Los chinos iniciaron la costumbre de ofrecer té a los invitados desde el siglo VI a.c.
como un símbolo de amistad, hospitalidad o bienvenida. A partir de ahí se puso en
marcha un ritual que convirtió el hecho de tomar el té en un acto social y refinado.
La ceremonia del té se llevaba a cabo en una casa especialmente dedicada a ello
(sukiya), dividida en diferentes estancias: una sala de ceremonias, propiamente
dicha (cha-shitsu), una sala para los preparativos (mizu-ya), una sala de espera
(yoritsuki) y un camino de acceso (roji) flanqueado por un jardín, que acababa en la
puerta de la casa de té. Dicho edificio solía estar situado en una zona arbolada.
El ritual normal del té, con una duración de unas cuatro horas, estaba dividido en
diversas fases: Una comida ligera o kaiseki, una pausa intermedia denominada nakadachi, a continuación de la cual tenía lugar la fase principal o goza-iri en la que se
servía un tipo de té espeso. La ceremonia concluía con el usucha o fase final, en la
que se tomaba té claro.
3. EL GALEÓN DE MANILA
Ya a comienzos del siglo XIV, China empezó a comerciar con diversas repúblicas
italianas a través de la Ruta de la Seda. Este hecho propició que antes de finalizar el
siglo XVI, los objetos chinos circularan con profusión por Occidente. En 1553 los
portugueses se instalan en Macao y en las primeras décadas del siglo XVII los
holandeses se asientan en Formosa (actual Taiwán). Para facilitar el comercio entre
los países europeos y los del lejano Oriente, se crearon grandes corporaciones
mercantiles llamadas “Compañías de las Indias Orientales”.
Estas compañías se establecen durante los siglos XVII y XVIII en diversos países que
contaban con sus propias Compañías de China: Gran Bretaña, Estados Unidos,
Portugal, Suecia, Bélgica o España. Sus empleados extranjeros, al igual que los de la
Compañía de Filipinas española, estaban confinados en las trece factorías (hongs) de
Cantón desde el siglo XVII. El comercio exterior de China se realizaba solamente por
esta provincia y a través de estos hongs que en realidad eran almacenes. Las
factorías, ubicadas a orillas del río de las Perlas, consistían en filas de edificios de tres
plantas en los cuales los almacenes ocupaban la primera planta, destinándose las
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otras dos a oficina y vivienda. Eran propiedad del cohong que las alquilaba a los
extranjeros. La española se llamaba Luzón (lushong) y sus operarios provenían de
Filipinas, realizándose el comercio a través de la ciudad de Manila.
Abanico “mil caras” con varillaje
telescópico
Madera, papel, pigmentos, marfil,
seda y metal / tallado, calado,
pintado, laminado, tejido
ca. 1860
Inv. 1855
Sala IX (Salita). Vitrina 1
Este abanico presenta en el reverso tres vistas de la ciudad de Cantón en la que se
destacan sus factorías u hongs adornadas con las banderas de los diferentes países y
el río de las Perlas con los barcos.
En relación a nuestro país, en 1564 el conquistador Miguel López de Legazpi
incorporó Filipinas a la Corona española, fundándose en 1571 la ciudad de Manila.
Esta urbe se convertirá en el principal centro de negocios con China. A su puerto
llegaban numerosas piezas orientales que posteriormente se llevaban a España a
través de la denominada ruta de los Galeones de Manila. Esta travesía comercial
cubría de dos a cuatro veces por año el trayecto entre Filipinas y Sevilla, vía
Acapulco, en México.
Durante más de trescientos años el Galeón de Manila, también conocido como la Nao
de China, garantizó el contacto comercial entre América y Europa. A diferencia de
otras posesiones españolas, Filipinas no era un territorio rico en piedras preciosas ni
en oro, pero en cambio era un enclave privilegiado en cuanto a su situación
estratégica en el Pacífico, en el que confluían algunas rutas comerciales. Este hecho
hará que se convierta en un centro fundamental en la ruta más amplia que unía esta
isla con España a través de América.
Alrededor del comercio que originaba el Galeón de Manila, se creará una economía
global que tendrá como principal centro Filipinas. La que realizaba el galeón fue la
línea marítima más larga de la historia. Además de llevar sus productos, los chinos
también aprovisionaban las naves, facilitaban materiales para su construcción e
incluso proveían a las guarniciones militares y llevaban alimentos a los habitantes de
la capital filipina.
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Méjico era una escala obligada dentro de la ruta de estos galeones. Al llegar la carga
a Acapulco, se inventariaba y se montaba una feria-exposición donde se vendían,
entre otras manufacturas, porcelanas, muebles, lacas, joyas, textiles (mantones de
Manila) y sándalo. Una parte de la carga se enviaba a lomo de mulas hasta Veracruz
para ser embarcada rumbo a España. De esta forma, Acapulco se incorporaba al
conjunto de puertos caribeños que abastecía los mercados del Viejo Continente.
El Galeón de Manila hizo posible la unión comercial, política y cultural de Filipinas con
la América española durante dos siglos y medio: desde su inauguración por Andrés
de Urdaneta en 1565, hasta poco antes de la independencia de México, en 1815. Por
tanto, podemos considerar esta embarcación como una precursora de la globalización
económica, al vincular comercialmente el Extremo Oriente con América.
La especial relación entre nuestro país y Manila hizo que en España, a diferencia del
resto de Occidente, se adoptaran algunos objetos y prendas, principalmente los
abanicos y los mantones, hasta tal punto que hoy están perfectamente asimilados,
llegando hasta nuestros días como un símbolo de identidad española. La confluencia
de culturas que propiciaron estas rutas comerciales y marítimas, activas desde el
siglo XV, quedó reflejada en estas ricas y exóticas manufacturas que lucieron
orgullosas las mujeres españolas en el siglo XIX.
4. EL MANTÓN DE MANILA Y EL TRAJE POPULAR
El mantón de Manila puede considerarse un claro ejemplo del influjo que ejercieron
las modas burguesas en los trajes populares. En un principio, las damas de la nobleza
y burguesía acogieron con entusiasmo esta nueva prenda venida del Lejano Oriente,
si bien estas mujeres, seguidoras fieles de la indumentaria impuesta por París en las
que el mantón era desconocido, acabaron excluyéndolo de su guardarropa. Ellas
prefirieron cubrirse con prendas por entonces de moda en Francia como los chales de
Cachemira. Lo cierto, es que este complemento fue paulatinamente adoptado por las
féminas de las clases trabajadoras, extendiéndose su uso a los distintos trajes
regionales españoles.
Por tanto, el mantón de Manila se convertirá en una prenda típicamente hispana,
reproducida y repetida en los cuadros de los pintores más importantes de finales de
siglo, como Joaquín Sorolla, Hermen Anglada Camarasa, Ramón Casas o Julio
Romero de Torres. Todos ellos retratarán reiteradamente a la mujer española
luciendo este pañuelo.
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Por su parte, la literatura también se
ocupo de esta prenda, siendo descrita en
la novela y narrativa de la época. En
este sentido, cabe destacar a Juan
Valera en “Juanita la larga” o Benito
Pérez Galdós, el cual en su obra
“Fortunata y Jacinta” hace una amplia
referencia
al
mantón
de
Manila,
apuntando que ya en 1885 solamente el
pueblo lo conserva para lucirlo en los
grandes acontecimientos:
“La sociedad española empezaba a
presumir de seria; es decir, a vestirse
lúgubremente, y el alegre imperio de los
colorines se derrumbaba de un modo
indudable. Como se habían ido las capas
rojas, se fueron los pañuelos de Manila.
La aristocracia los cedía con desdén a la
clase media, y ésta, que también quería
ser aristócrata, entregábanlos al pueblo,
último y fiel adepto de los matices vivos.
Aquel encanto de los ojos, aquel prodigio
de color, remedo de la naturaleza
sonriente, encendida por el sol de
Mediodía, empezó a perder terreno,
aunque el pueblo, con instinto de
colorista y poeta, defendía la prenda
española como defendió el parque de
Monteleón y los reductos de Zaragoza”
Joaquín Sorolla
María la guapa
Óleo / lienzo
1914.
Inv. 1039
Museo Sorolla (Madrid)
(PÉREZ GALDÓS, 1994:150)
Poco a poco, este aditamento fue perdiendo las señas de identidad de su origen
asiático hasta convertirse en una de las más típicas vestimentas nacionales. De esta
forma, podemos considerar el mantón de Manila como el resultado de una
sorprendente adaptación entre la tradición China más inmemorial y uno de los más
castizos atavíos españoles. Paradójicamente, esta prenda, originaria de una cultura
oriental, terminó siendo un elemento sustancial del repertorio cultural hispano.
Debido a la aceptación que este pañuelo tuvo entre las mujeres españolas, sobre
todo a partir del último cuarto del siglo XIX, las producciones chinas realizadas para
el mercado exterior se masificaron, descendiendo su calidad. Precisamente, debido a
una demanda cada vez más difícil de abastecer desde el comercio de ultramar, fue
por lo que se empezó a confeccionar el mantón en nuestro país.
Con la llegada a España de los primeros gusanos de seda importados de China, el
mantón comenzó a tejerse en talleres de Sevilla donde se adaptó al gusto andaluz,
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con colores más vivos y decoración floral autóctona. De los animales, flores y escenas
chinas se pasó a decorarlos únicamente con flores, en particular la rosa, en relación
con la pasión de Cristo; las margaritas, que evocan la paciencia; el lirio, que remite a
la pureza o el romero que representa la memoria. Como principal motivo decorativo
originario de China, se conservó el loto.
En relación al flecado, en nuestro país esta artesanía tradicionalmente se ha llevado a
cabo en el pueblo de Cantillana (Sevilla), donde hay constancia de la existencia
desde el siglo XIX de varios talleres que se dedicaban a la realización de enrejados de
flecos de seda para los mantones.
Durante el periodo de la Regencia de Mª Cristina (1885-1902), el mantón de Manila
llegó a su apogeo, siendo utilizado principalmente por las clases populares en las
verbenas, paseos, corridas de toros y otros espectáculos públicos. Esta prenda pasó
rápidamente a formar parte de la indumentaria de las “chulas” madrileñas. El traje
que la chulapa se ponía a diario tiene su origen en el que utilizaban en Madrid a
finales del siglo XIX las mujeres trabajadoras, como era el caso de las modistillas o
las cigarreras. Esta vestimenta consistía en una larga falda de percal, ceñida en las
caderas y con amplio vuelo, muchas veces adornada con volantes e incluso cola,
blusa con mangas de farol, zapato bajo de charol sobre fina media negra y mantón
de percal negro con flecos largos (cuanto más largos más lujoso se consideraba el
pañuelo). Para los días de fiesta y verbenas lucían el mantón de Manila realizado en
crepé de seda y profusamente
bordado.
Francisco Ortego y Vereda (A)
Un cuartito para la Cruz de Mayo
Litografía a lápiz
Inv. 5711.
Museo del Romanticismo (perteneciente a
la revista Gil Blas, Madrid, 1864 – 1872)
El empleo del mantón de Manila por parte de las mujeres madrileñas de las clases
populares, ha quedado ampliamente reflejado en distintas manifestaciones musicales
del género chico. “La verbena de la Paloma”, estrenada en 1894 con letra de Ricardo
de la Vega y música que en sus orígenes compuso Chapí, aunque terminó Bretón, es
posiblemente la zarzuela en la que más referencias encontramos a esta castiza
prenda. Entre las más famosa y repetidas se encuentran estas dos:
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JULIÁN
¿Dónde vas con mantón de Manila?
¿Dónde vas con vestido chiné?
SUSANA
A lucirme y a ver la verbena,
y a meterme en la cama después.
(La verbena de la Paloma, Cuadro
2º, Habanera concertante)
Lorenzo Coullaut Valera
Relieve de La Verbena de la Paloma. Monumento a los S
Madrileños
1913
(Ubicado en la calle Luchana, Madrid
“Por ser la Virgen de la Paloma,
Un mantón de la China na,
China, na te voy a regalar.
(La verbena de la Paloma, Cuadro 1º,
Seguidilla)
Las mujeres andaluzas también adoptaron el mantón como parte fundamental de su
indumentaria. Este hecho se atribuye tradicionalmente a una leyenda popular según
la cual, las hojas de tabaco que traían los barcos desde Filipinas a la Fábrica de
Tabacos de Sevilla, venían envueltas en cuadros de seda que por ser defectuosos
eran usados para empaquetar los fardos de tabaco. La seda evitaba que se secaran
las hojas, asimismo el olor que éstas dejaban en el tejido alejaba las polillas y los
ácaros. Las cigarreras que trabajaban en esta fábrica, aprovechaban esos paños
como rebozos para protegerse de la humedad cuando cruzaban el Guadalquivir de
madrugada desde Triana, donde residían. Según
este mito, serían las trabajadoras de esta fábrica
de tabacos las que introducirían el mantón en el
traje
popular
andaluz.
Sea como fuere, el mantón pasó a formar parte de
la indumentaria de estas cigarreras que se
ataviaban con vestidos ajustados con faldas de
volantes, mantón y abanico. Estos elementos se
convertirán en las señas de identidad del vestido
flamenco que actualmente ha quedado como el
prototipo del traje andaluz, conocido en todo el
mundo.
Antonio Chamán (L y D)
Carlos Santigosa, Sevilla (EL)
Cigarreras
Litografía iluminada
1850 - 1854
Inv. 3819
Museo del Romanticismo
Estampa perteneciente a la serie "Costumbres Andaluzas".
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Quizás la cigarrera más famosa fue la protagonista de la ópera Carmen, la cual pasó
a la historia universal de la mano del escritor Prosper Merimée y del compositor
Georges Bizet, ambos franceses. La mujer real que inspiró el mito creado por la
novela y la ópera vivió hacia 1830 y era una cigarrera seductora que enamoraba a
bandidos y señores que murió asesinada tras un ataque de celos de un soldado.
5. INFLUENCIA DEL ARTE ORIENTAL EN LAS COLECCIONES DEL MUSEO DEL
ROMANTICISMO
El intercambio cultural entre Extremo Oriente y Occidente fue uno de los
acontecimientos artísticos más importantes de nuestra historia. Europa, en un
principio, encontró en Asia un lejano proveedor de objetos de lujo, ricos materiales y
bellísima decoración. Esta atracción que el arte oriental ejerció en los países europeos
tuvo su culmen en los siglos XVIII y XIX. Fue entonces cuando formas distintas y
materiales nuevos como la porcelana, la laca, el marfil y la seda, se introdujeron
rápidamente en la vida cotidiana de la corte y la aristocracia, creándose un novedoso
repertorio de exóticas curiosidades de gran difusión en los salones europeos,
denominadas chinoiseries o chinerías, como se las conoció en nuestro país. Estas
manufacturas, materializadas en colchas, cortinas, abanicos, muebles lacados,
porcelanas o mantones, causaron furor en todas las cortes europeas y se empezaron
a exportar masivamente para adornar palacios de monarcas y nobles, inundando los
mercados europeos como símbolo de riqueza y poder.
Por otro lado, las Exposiciones Universales, que se presentan como el escaparate de
las producciones venidas del lejano Oriente, propiciaron a partir de la segunda mitad
del siglo XIX un mayor conocimiento de estos objetos. Los productos asiáticos fueron
muy admirados por las mujeres españolas. Traídos como recuerdo por marinos,
viajeros y militares provenientes de destacamentos orientales, se convirtieron en
piezas imprescindibles en los ajuares femeninos decimonónicos, siendo enormemente
valorados por su perfección técnica y por la belleza de sus composiciones.
El Museo de Romanticismo conserva entre sus fondos diferentes objetos, unos
procedentes del Lejano Oriente (China, Japón o Filipinas) y otros en los que se puede
apreciar una clara influencia oriental en su decoración.
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Colcha
Seda / bordado, macramé
Inv. 2569
Museo del Romanticismo
Colcha originaria de China, realizada
en seda con materiales y bordados
semejantes a los mantones de Manila.
Silla
Fábrica de Gregorio Mateo
Madera, pigmentos, seda / ensamblaje de caja y
espiga, torneado, raso, bordado
ca. 1890
Inv. 3473
Alcoba femenina (Sala XVI)
Silla en madera pintada y dorada, presenta una tapicería
en raso cuyo bordado muestra influencias asiáticas, ya que
está realizada con una tela inspirada en los mantones de
Manila y rematada en largos flecos.
El mobiliario decimonónico se vio fuertemente influido por esta corriente orientalista.
En los siglos XVIII y XIX se fabricaron en Cantón conjuntos de muebles lacados para
equipar las diferentes estancias de las casas burguesas. Este estilo fue copiado en
Europa para ejecutar una gran variedad de piezas y se puso de moda principalmente
en las habitaciones femeninas, donde proliferaron los tocadores, costureros, bonheurs
de jour, etc. Estas piezas se caracterizarán por estar realizadas en madera lacada en
negro con motivos decorativos en dorado, representando paisajes exóticos o
decoraciones vegetales y animales.
Por otro lado, a finales del siglo XIX se pondrán de moda en nuestro país los muebles
de estilo filipino, decorados en negro y oro con incrustaciones de nácar. Este
mobiliario en muchos casos era traído a nuestro país por marinos y militares
destinados en la antigua colonia española.
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El Museo del Romanticismo posee significativos ejemplos de diferentes muebles de
estilo chinesco y filipino:
Mesa- costurero
Madera, laca / ensamblaje de caja y espiga,
ensamblaje de media madera, torneado,
lacado, policromado
1840 – 1850
Inv. 458
Boudoir (Sala XV)
Entredós
Madera de cedro, laca, oro molido /
sistema
de
bastidores
y
paneles,
ensamblaje a tope, ensamblaje a media
madera, ensamblaje de caja y espiga,
tallado, moldurado, lacado
Segunda mitad del siglo XIX
Inv. 1541
Boudoir (Sala XV)
Ambas piezas, de estilo chinesco, están realizadas en madera lacada y dorada
Mueble inglés de inspiración oriental en madera y papel
maché con aplicaciones de nácar.
Tocador (bonheur du jour)
Taller inglés
ca. 1850
Madera, cartón piedra, cristal,
ensamblaje a tope, moldeado,
dorado, azogado, incrustado
Inv. 7313.
Boudoir (Sala XV)
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nácar, metal /
tallado, pintado,
Pantalla de chimenea con paisaje chinesco en
madera labrada y lacada
Pantalla de chimenea (paravant)
Madera de pino, laca, nácar / sistema de bastidores y
paneles, ensamblado, tallado, lacado, incrustado,
policromado, dorado
1848 – 1868
Inv. 2300
Comedor (Sala XI)
Sillón
Madera, laca, seda / ensamblaje de caja y espiga,
ensamblaje de media madera, tallado, torneado, lacado,
dorado
ca. 1868
Inv. 1046
Gabinete (Sala XX)
En la cerámica también podemos observar esta influencia oriental. Así lo
apreciamos en la fuente de porcelana pintada en azul con ramas cuajadas de flores y
pájaros, realizada por el ceramista francés Theodor
Deck (Guebwiller, 1823 - París, 1891).
Fuente
Theodore Deck
Porcelana, pigmento, esmalte / Moldeado, multicocción,
pintado, esmaltado
1887- 1891
Inv. 1888
Gabinete (Sala XX)
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Por su parte, en la colección de abanicos se encuentran algunas piezas provenientes
de China o Filipinas que presentan en sus países motivos decorativos muy similares
a los de los mantones. Entre ellos cabe destacar los abanicos “mil caras” o
“mandarines” que presentan en el país escenas con personajes chinos cuyas caras
están realizadas con finas láminas de marfil y ataviados con kimonos de seda. El
reverso se solía decorar con vistas de ciudades portuarias u “hongs”. Estos abanicos,
igual que los mantones, estaban realizados en
Cantón y llegaban a España a través de
Filipinas.
Abanico “mil caras” con varillaje telescópico
Madera, papel, pigmentos, marfil, seda y metal /
tallado, calado, pintado, laminado, tejido
ca. 1860
Inv. 1855
Sala IX (Salita). Vitrina 1
En Filipinas se realizaron abanicos cuyo país de seda o nipis (tela originaria de esta
isla), presenta motivos bordados con pájaros y flores semejantes a los de los
mantones de Manila, como es el caso de la
pieza Inv. 1958, con pais de nipis, bordado
con pájaros y flores.
Abanico
Carey, marfil, nipis, nácar, metal, seda / tallado,
bordado, pasamanería
Inv. 1958
Museo del Romanticismo
Por último, no podemos dejar de hacer mención a las cajas en las que se
transportaban los abanicos desde China. Estaban realizadas en madera lacada y
decoradas con flores y pájaros. Interiormente recubiertas por una tela de raso
pintada también con motivos vegetales o animales.
Caja de abanico
Segunda mitad del siglo XIX
Inv. 7083
Museo del Romanticismo
Exteriormente de madera lacada e interiormente recubierta por una tela de raso
pintada. Presenta asimismo un molde para una correcta colocación del abanico.
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BIBLIOGRAFÍA
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género
en
la
producción
doméstica,
Ayuntamiento
de
Sevilla
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Barcelona, Servei de Cultura, 1987
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VÁZQUEZ PARLADÉ, J., “Los mal llamados mantones de Manila (eran de China)”
Buenavista de Indias, vol. 1, núm. 1, abril, 1992, pp. 58-78
Coordinación Pieza del Mes: Mª Jesús Cabrera Bravo
Fotografías: Museo Sorolla, Pablo Linés, Miguel Ángel Otero
Diseño y maquetación: Ana Belén García
NIPO: 551 – 11 – 002 – 2
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LA PIEZA DEL MES. CICLO 2012
Enero
Carolina Miguel Arroyo
EL RETRATO INFANTIL EN LA MINIATURA DEL MUSEO DEL ROMANTICISMO Febrero
Mercedes Rodríguez Collado
MANTÓN DE MANILA, ca. 1880-1890
Marzo
Carmen Linés
Anónimo, CONSTITUCIÓN DE 1812, ca. 1820
Abril
Antonio Granados
PAREJA DE CÓMODAS, Gabinete de Larra, ca. 1830
Mayo
Luis Gordo Peláez
RUINAS DE SAN JUAN DE LOS REYES DE TOLEDO Y LA CAPILLA DE
SANTA QUITERIA, de Cecilio Pizarro, 1846
Junio
Mercedes Pasalodos
ROOMBOX TEATRINOS
Septiembre
Carmen Sanz Díaz
Octubre
Isabel Ortega Fernández
INFANTE MUERTO, José Piquer y Duart, 1855
Noviembre
Laura González Vidales
ALFREDITO ROMEA Y DÍEZ, Antonio Mª Esquivel, ca. 1845
Diciembre
Paloma Dorado Pérez
CANCIÓN DE NAVIDAD DE CHARLES DICKENS : LA LITERATURA INFANTIL EN LA
BIBLIOTECA DEL MUSEO DEL ROMANTICISMO
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20
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