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Divulgadores
de la historia,
público y
sentido común
1
Hernán Apaza
(Profesor en Historia - FHUC/UNL)
0.
Como a cualquier interesado por la historia argentina
no me resultó ajena la presencia constante y persistente
del historiador Felipe Pigna durante los últimos meses
del año 2005 en los medios masivos de comunicación
(periódicos, televisión, radio e Internet). Mi primera sensación ante dicha presencia fue comparable a la urticaria que sufrieran psicólogos y psicoanalistas con la
presencia del inefable Bucay en todos los medios de
comunicación. ¿Cómo podría ser de otra manera? Pigna
y su empresa cultural2 alcanzaban lo que en aquel momento parecía ser su clímax.
Obviamente, el interés de los historiadores fue gene-
ral. Públicamente, los referentes de la historia “profesional” o “académica”, como expertos en la materia se
sintieron en el deber, pero también evidenciaron una
necesidad personal (que puede apreciarse en el tono de
algunas de las intervenciones) de mostrar por lo menos
un profundo desacuerdo con lo que catalogaron como
una elaboración no ya historiográfica, sino una producción de y para el mercado. Así, Pigna se vio asediado
y caracterizado desde distintos sectores académicos
universitarios no sólo como un mal historiador que no
respetaba o directamente desconocía las reglas propias
del oficio, sino que fue tratado como un vil “mercader de
la Historia”. Al margen de, o tal vez más precisamente
en contraposición a estas serias y profundas impugna-
1) Este artículo no podría haber sido terminado sin el apoyo y la inestimable colaboración de Lucía Kaplan, Analía Molinari y Silvana Santucci. Hicieron todo lo posible por mejorar esta versión, de cuyos errores
soy enteramente responsable.
2) Felipe Pigna tiene un sitio web (www.elhistoriador.com.ar) en el que,
además de diferentes recursos y documentos históricos, se detallan todas sus actividades: a) presencia en los medios de comunicación: es columnista del diario La Voz del Interior y de las revistas Noticias, Veintitrés
y Todo es Historia; en las últimas semanas el diario Clarín publicó sendos
suplementos de su autoría (“Mitos argentinos. Los protagonistas de la
Historia”); columnista en programas y horarios centrales en AM (Radio
Mitre) y FM (Rock & Pop) de alcance nacional y un programa propio en
la misma FM; conduce el programa “Lo pasado, pensado”, emitido por
Canal 7; b) libros de su autoría: El mundo contemporáneo (1999), La
Argentina contemporánea (2000), Pasado en Presente (2001), Historia
Confidencial (2003), Los mitos de la historia argentina (2004), Los mitos de la historia argentina 2 (2005), dos de los libros de mayor venta
en la Argentina en los últimos tiempos, Lo pasado pensado (2006) y Los
mitos de la historia argentina 3 (2007); c) emprendimientos editoriales:
es director de la revista Caras y Caretas y, como última novedad, la
colección La Historieta Argentina; d) La promoción de Videos, DVD’s y
CD’s; e) una agenda de “Charlas y Conferencias”, en el que se publicita
su presencia en distintos lugares del país; y finalmente, f) la creación
de un Centro Cultural, situado en la calle Venezuela 370 de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, en el que se busca afianzar un “proyecto
documentalista argentino y latinoamericano”; se indica que no sólo se
difundirán documentales, sino que se los elaborará. Fuentes: www.elhistoriador.com.ar; www.lahistoriapensada.com.ar
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trabajosamente construido a lo largo de varios años, coherente, con una visión lo suficientemente acabada de
la historia nacional y que, al encontrar amplia difusión y
recepción en un público masivo, invitan a inquirir por las
razones de su profusa circulación y consumo.
ciones, el “juicio masivo” se expresaba a través del aumento de las ventas de los ejemplares de Los Mitos... y
llevó a este profesor universitario3 a acumular horas en
radio y televisión, ocupar columnas y suplementos en
diarios y revistas e invitaciones para presentarse ante
auditorios de todo el país (también logró hacerse del
reconocimiento necesario para obtener contratos con
importantes cadenas de televisión internacionales).4
Toda esta fiebre historicista no ha terminado; todo lo
contrario, como diría el mismo Pigna en relación a “la
historia nacional”, su emprendimiento continúa...
El tema desborda cualquier rencilla entre pretendidos
detentadores de la autoridad historiográfica y los autores de best-sellers de libros de tema histórico. Como
fenómeno cultural merece ser estudiado y explicado.
¿Cómo es posible que el consumo de esta propuesta
historiográfica haya desbordado toda expectativa y haya
tenido tan amplia recepción? ¿Dónde puede encontrarse la clave del éxito? En el límite, se trata de la necesidad de encontrar respuesta a un problema que toda
perspectiva historiográfica que se quiera de izquierdas,
de horizonte emancipador, está obligada a enfrentar
y resolver: cómo construir un relato visible, audible y
eficaz en el espacio público, articulador de elementos
que permitan configurar una identidad conforme a esta
visión del mundo y correlativamente cómo construir la
necesidad social de tal relato historiográfico.
Antes de continuar, deseo realizar una necesaria precisión: en estas páginas sólo presto atención al “emprendimiento Pigna”, y dejo de lado otras producciones
que le son contemporáneas de “ensayo historiográfico”,
obras de divulgación u otros escritos que tratan genéricamente la identidad y la historia argentina.5 Esta decisión
obedece a que encuentro en Pigna un emprendimiento
Los medios masivos de comunicación, tan prestos a
la autorreferencia, se han ocupado sobradamente del
fenómeno –en este caso, no sólo mediático– del “éxito”
de la propuesta de Felipe Pigna, puesto de manifiesto
en la cuantiosa cantidad de notas periodísticas y de opinión publicadas por los matutinos más vendidos del país
(La Nación y Clarín; también Página 12), no sólo en su
sección de Espectáculos, sino en la de “Cultura” (o sus
sucedáneos). Como todo éxito de mercado, sus razones
pueden ser cuantificadas:
a. Los libros:
• Los Mitos de la Historia 1, 24ª Edición (1ª Ed.,
1/03/04): 225.000 ejemplares vendidos.
• Los Mitos de la Historia 2, 12ª Edición (1ª Ed.,
02/05): 110.000 ejemplares vendidos.
• Lo pasado, pensado, 10ª Edición (1ª Ed., 11/05):
65.000 ejemplares vendidos.
b. El programa:
“Algo habrán hecho... por la historia argentina”
• Primer Ciclo, Canal 13 (noviembre y diciembre de
2005): 2.082.000 espectadores, aproximadamente.
• Segundo Ciclo, Telefé (noviembre y diciembre de
2006): 2.166.000 espectadores, aproximadamente.6
3) Es profesor de Historia egresado del Instituto Superior del Profesorado
Joaquín V. González; director del proyecto Ver la Historia de la Universidad
de Buenos Aires, que produjo el documental fílmico “200 años de Historia
Argentina”; jefe del Departamento de Historia de la Universidad Nacional
de Lomas de Zamora y director del Centro de Difusión de la Historia de la
Universidad de San Martín. Fuente: http://www.escribirte.com.ar
4) Actualmente es “asesor histórico” de las cadenas de televisión HBO
y People & Arts (EE.UU.), RAI (Italia) y Antena 3 (España).
5) Entre los historiadores de la academia, se suelen tener en cuenta como
“divulgadores históricos” al ya “clásico” Félix Luna, Ignacio García Hamilton, Pacho O’Donnell; menos común es la mención a Norberto Galasso.
Forzosamente y a regañadientes también se menciona –siempre en términos negativos– a los libros de Jorge Lanata. Pablo Semán (sociólogo)
hace muy bien en llamarnos la atención acerca de otra literatura que, sin
que sea reconocida por los historiadores profesionales como de “tema
histórico”, aporta claves de lectura en perspectiva histórica de la identidad
nacional, o más genéricamente, de “la forma de ser de los argentinos”: El
atroz encanto de ser argentinos (recientemente apareció “El atroz... 2”) y
¿Qué hacer? de Marcos Aguinis, No somos tan buena gente. Un retrato de
la clase media argentina; Tocar fondo. La clase media argentina en crisis
y Hecha la ley, hecha la trampa, de José Abadi y Diego Mileo, entre otras.
Cfr. Pablo Semán, “Historia, best-sellers y política”, p. 78.
6) Cantidad promedio de televidentes por emisión. Las dos primeras emisiones del primer ciclo (14 y 21 de noviembre) fueron lo más visto de la televisión durante esa banda horaria. Para que nos hagamos una idea aproximada de la aceptación de su propuesta, logró destronar a “Show Match”,
de Marcelo Tinelli como el programa más visto en su banda horaria. Posteriormente, su cantidad de espectadores, según la medición, bajó un par de
puntos. Fuente: www.ibope.com.ar En total, se registraron 20.82 y 21,66
puntos rating en promedio durante el primer y segundo ciclo respectivamente. Si bien las mediciones de rating fueron y siguen siendo cuestionadas,
tomamos estos datos como los únicos disponibles y a modo de referencia.
1. El ¿masivo? interés
por la historia...
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En base a estos datos, ¿podría concluirse que se trata
de un fenómeno masivo? No cabe duda, pero generalizar rápidamente su impacto en todo el espectro social resulta no sólo apresurado sino simplificador.7 Me
gustaría demostrar por qué es necesario tomar, antes
de definir su alcance social, ciertos recaudos y efectuar
algunas precisiones al respecto.
La práctica de la lectura no es masiva ni mucho menos.8 Y en un acotado universo de lectores, aquellos
interesados por los libros de temática histórica son aun
una minoría, lo que matizaría aquel juicio que presenta
a Pigna como un “fenómeno de masas” o “popular”. Al
contrario, su penetración es más fuerte, en lo que al público lector refiere, en un segmento social bien determinado: las clases medias. El precio de un ejemplar de Los
mitos se convierte en un dato: el primer tomo cuesta $
38,00 y los tomos 2 y 3 $ 41,00. ¿Qué familia de clase baja puede afrontar la compra de un libro, teniendo
en cuenta su nivel de ingresos? Comparados con otras
producciones que le podrían presentar competencia en
términos de oferta temática en el mercado editorial, los
libros de Pigna son claramente los más costosos (la
Breve historia de los argentinos de Félix Luna ronda los
$ 20,00, al igual que la Breve historia contemporánea
de Argentina, de Luis Alberto Romero editado por Fondo
de Cultura Económica).9 Más allá de estas importantes
diferencias de costos, los libros de Pigna arrasan en las
ventas (el libro de Romero también tiene su público y la
misma editorial que lo publica mantiene su precio para
mantener su competitividad).
El público lector de Pigna se amplía considerablemente
si pensamos que muchos de los ejemplares fueron adquiridos por bibliotecas públicas (a la que muchos jóvenes se
dirigen a realizar sus tareas escolares o por el simple inte-
rés en su lectura, como hemos podido constatar también
a través de entrevistas).10 Por supuesto, el libro no sólo lo
lee quien lo adquiere: muchos padres han accedido a la
lectura de Los Mitos a partir de que sus hijos adquirieran
un ejemplar. Asimismo, sus libros se han convertido en
herramienta de trabajo de muchos docentes de enseñanza
media, con lo cual sus contenidos son por lo menos conocidos por un importante número de alumnos.
Con respecto a “Algo habrán hecho...por la historia argentina” (denominación que tiene una clara alusión a la
trágica frase que remite al último período dictatorial cívico-militar) el programa fue emitido en sus dos ciclos por
un canal de aire, en un horario considerado central en
televisión (21:00 horas). Con ello podría pensarse legítimamente que se amplía el espectro al que puede llegar
esta propuesta historiográfica (aunque se haya visto forzadamente al formato y a la producción propias del medio
a través del cual es transmitido, conserva las características de “Los mitos...” ya que no cambia ni sus contenidos
ni su estructura narrativa episódica y fragmentada).
En efecto, los números respaldan la hipótesis de fenómeno “de masas”. Pero nuevamente se puede dejar en
suspenso, por lo menos, su penetración en los estratos
más bajos de la población. Sobre esto, no podemos presentar evidencias a favor ni en contra; sólo una conjetura que registra que el nicho de mercado al que apuntan
los productos de “4 Cabezas” es aquel con capacidad
de consumo de bienes suntuarios y, subsidiariamente,
se preocupa por llegar a otros estratos.
De todos modos, a partir de diversos testimonios de
docentes de enseñanza media aparecidos en diferentes
sitios web podemos conjeturar que los estratos mediobajos también pueden haber formado parte de los televidentes fieles a esta propuesta.11
7) Los datos de la situación socioeconómica de la población argentina
fueron extraídos del estudio coordinado por Claudio Lozano “Los hogares argentinos, luego de cinco años de crecimiento”, del Instituto de
Estudios y Formación de la CTA. Disponible en: www.institutocta.org.
ar. Ver también: Marcelo Zlotogwiazda, “Línea de pobreza y sentido común”, Página 12, 15/07/2007, p. 15. Estos datos varían y cuestionan
las estadísticas oficiales publicadas por el INDEC.
8) En este sentido se expresa el mismo Estudio de la Cámara Argentina
del Libro. De acuerdo a esta investigación, el 23 % de la población
es considerado como “lector interesado”, esto es que tiene mucho o
bastante interés por la lectura, le gusta leer y lee habitualmente, mientras que los “no lectores desinteresados”, reúne a casi la mitad de la
población (48%) y está conformado por personas que prefieren realizar
otras actividades, antes que leer un libro.
9) Fuente: www.cuspide.com.ar. Consultada el día 18 de julio de 2007.
10) Cf. “Estudio sobre hábitos de lectura. Síntesis de informe final” de
la Cámara Argentina del Libro, realizado en agosto de 1998. Disponible
en: http://www.editores.org.ar/habitos.html
11) Los testimonios fueron encontrados en diversos foros de discusión en aquellos sitios que propusieron entre sus temas recoger
las distintas opiniones acerca del programa en cuestión. Entre otros
sitios consultados, varios docentes publicaron sus opiniones en http://
www.diversica.com/tv/archivos/2005/11/algo-habran-hecho.php.
El mismo Pigna, en una nota publicada en el diario El Litoral de Santa
Fe menciona, en una carta dirigida a los directores del vespertino (en
respuesta a una dura crítica de un periodista local a su programa),
haber recibido “más de 10.000 correos electrónicos de docentes de
todo el país” felicitándolo por el programa y pidiendo copias para
utilizarlo como material para trabajar en las aulas. (El Litoral, 29 de
enero de 2006).
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La presencia del historiador en los medios radiales le
ha dado a Pigna la posibilidad de posicionarse en forma
incuestionable como “el historiador”, referente de diversos grupos sociales, prioritariamente los jóvenes: es
entre ellos donde la propuesta genera mayores adhesiones. Las numerosas charlas, conferencias y cursos que
el mismo historiador realiza a lo largo y ancho de todo el
país, ante públicos muy diversos (económica y culturalmente) son las operaciones que dan cierre y coherencia
a esta empresa cultural. A mi criterio son estas últimas
actividades las que refuerzan y profundizan la presencia
y vigencia de su narrativa historiográfica en los sectores escolarizados de más bajos recursos (y actualizan el
contacto con otros sectores).12
En conclusión, cada uno de los formatos en los que
la propuesta historiográfica de Pigna es difundida le permiten alcanzar distintos estratos sociales, algo que no
ocurre con otras narrativas historiográficas que podrían
presentarle competencia, lo que justifica hablar de un hecho masivo, ampliamente difundido en diversos sectores
sociales, aunque con preeminencia en las clases medias.
Queda claro que presento aquí estimaciones, ya que no
hay estudios al respecto.13 Por otro lado, tampoco hay estudios sobre la recepción de estas producciones por parte
de los heterogéneos públicos lectores, lo que complejiza
aún más la cuestión. Como bien indica José Nun “conocer el texto de un mensaje o sus formas de producción
y de circulación no es lo mismo que saber cómo se lo
recibe” (Nun 1998: 81). Sin embargo, estoy convencido
que a los fines de este estudio, puedo adelantar alguna
hipótesis que permita comprender nuestro objeto.
12) En una presentación de Felipe Pigna el 18 de agosto del 2007 en
nuestra ciudad, al que concurrieron alrededor de ochocientas personas, pudo constatarse la adscripción a las clases medias de su público.
En términos etarios, la concurrencia fue variada, con una preeminencia
de jóvenes. En su estudio, Semán (2006: pp. 103-105) también presenta datos que confirman esta constatación y aportan claves para explicar cómo los jóvenes han tomado contacto con la historia de Pigna,
que son coincidentes con los datos relevados a través de entrevistas
realizadas entre el público durante la presentación del historiador.
13) En mi caso, ofrezco algunas conclusiones elaboradas en base a la
escasa bibliografía existente y los datos relevados de un conjunto de 20
entrevistas realizadas el 18 de agosto de 2007 durante la presentación
de Felipe Pigna en la ciudad de Santa Fe durante la conferencia en la
que disertó sobre la vida de San Martín, en el marco de la “Campaña
del Juguete”, organizada por la emisora radial LT 9 “Brigadier Estanislao
López” y la asociación civil “Jóvenes Solidarios”.
2. Límites y problemas
de la crítica historiográfica
La crispación fue pública y notoria, ya lo dijimos. Muchísimos historiadores no presentaron tanto una explicación
del éxito editorial y televisivo de Pigna y su propuesta, o en
el caso de hacerlo sus consideraciones quedaron diluidas
en el mar de invectivas producto de aplicar a Los mitos... y
a “Algo habrán hecho...” los métodos de la crítica historiográfica –con un rigor nada complaciente–. Algunas rozaron lo que parecía el encono personal y fueron publicadas
y difundidas en diferentes medios de comunicación; otras,
intentaron dar cuenta del fenómeno en las páginas de
publicaciones académicas. Entre las primeras, la crítica
y las reseñas de Luis Alberto Romero fueron de las más
incisivas y a ella le siguieron los cuestionamientos y la
caracterización de historiadores pertenecientes al campo
universitario, tanto de sectores dominantes del campo
historiográfico como así también de aquellos adscriptos
a posiciones de izquierdas. Unos y otros compartían un
sustrato común a partir del cual le caían duramente a
la tan publicitada propuesta de divulgación histórica. No
reproduciremos aquí argumentos y caracterizaciones de
unos y otros ni las respuestas que el propio Pigna esgrimiera en su defensa; preferimos remitir a la lectura de los
que consideramos más representativos.14
Puede acordarse o no con las críticas desplegadas
en cada uno de los distintos casos, atendiendo a las
reglas del oficio consagradas y dominantes en el campo
historiográfico argentino, pero eso no es lo que aquí nos
preocupa. Sí nos interesa enfatizar que dichas críticas
no resultan eficaces y sus dardos resultan estériles ante
un artefacto cultural que no pertenece al espacio histo14) Entre otros, pueden consultarse sendos artículos de Luis Alberto Romero: “Mercaderes de la historia”, en La Nación, 24/02/04; Una visión
muy personal. Los mitos de la Historia, de Felipe Pigna” en La Nación,
20/06/04; “Neo-revisionismo de mercado”, en Ñ, Nº 66, Buenos Aires,
31/12/04; “La historia en la escuela”, en La Nación, 3/3/06. También:
Hilda Sábato y Mirta Lobato “Falsos mitos y viejos héroes”, en Ñ, Nº 118,
31/12/05. En revistas académicas también aparecieron diversos trabajos
que se ocupaban de esta cuestión: Lucía Feijoo. “El nuevo interés por la
historia. La visión light de Pigna y la crisis de la historiografía liberal” y la
sección “Opiniones”, en la que presentan sus puntos de vista Pablo Pozzi,
José Gabriel Vazeilles, Juan Luis Hernández y Fernando Aiziczon y Ariel
Petruccelli, en revista Lucha de Clases, número 6, junio de 2006, pp.
213-233 y el “DOSSIER Historia y Divulgación”, en Clío & Asociados, UNL,
Nº 9-10, años 2005-2006, pp. 119-148, compuesto por artículos de
Gonzalo de Amézola, Ema Cibotti y Matilde Carlos.
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riográfico universitario y académico y cuyo consumo –no
únicamente como narrativa histórica sino también como
producto de entretenimiento cultural– no se maneja con
los mismos criterios de validación. El problema que advierto es que no se puede dar por terminada la cuestión
sumariamente con una crítica historiográfica que, en el
mejor de los casos, se destinaría sólo a exculpar a los
historiadores académicos universitarios por no ocupar
un espacio que, pareciendo estar destinado a ellos, no
pudo ser llenado. Si estas intervenciones son captadas
por el público de Pigna, se presentan como una acalorada reacción sin demasiado fundamento, vinculada a los
que se consideran rencores personales; habitualmente,
son directamente ignoradas. Por nuestra parte, interpretamos que se trata de un conjunto de discursos cuya
dimensión performativa pretende hacerse de la monopolización de un saber y una disciplina por parte de un
gremio que aspira a regular la producción y circulación
del saber histórico; monopolio que nunca ningún grupo
o personalidad detentó en la Argentina (y además dudo
profundamente de las ventajas de su existencia).
En consecuencia, el objeto de crítica y su autor fueron
absolutamente inmunes, no acusaron los golpes. Y es que
si las producciones historiográficas universitarias son prácticamente desconocidas para los más amplios sectores
sociales, no se encuentra ninguna razón válida para que
este mismo público les reconozca autoridad en la materia
a estos especialistas. Por otro lado, lo que resulta más
grave aún es que si se cae sobre Pigna tan duramente y
se achacan tantos defectos, simplezas y groserías a su
propuesta historiográfica, por propiedad transitiva, se está
denostando también al público lector de Pigna. Subyacen
a todas estas intervenciones que el sentido común dominante se encuentra subordinado al pensamiento erudito,
iluminado y, sin necesidad de caer en una posición populista, considero necesario desterrar del sentido común
académico esta supuesta prerrogativa.15
Voy a tratar de dar cuenta de las razones de su “éxito” porque encuentro aquí un núcleo problemático que
debe ser desentrañado para proyectar una historiografía
de izquierdas que no reniegue de su compromiso social, extramuros del edificio académico. En este sentido,
si bien varios elementos son tratados en los diferentes
textos analizados, prefiero trabajar con aquellos que de
alguna manera presentan un tratamiento más atento a
pensar las razones del amplio nivel de difusión de los
ensayos de divulgación histórica (y sus correlativos productos televisivos y radiales) ya que despliegan argumentos presentes en todos los otros, aunque los desbordan y enriquecen. Entre los diversos trabajos consultados, dos escritos se dedicaron más decididamente a
pensar las condiciones sociales de surgimiento de este
proyecto de divulgación y correlativamente no dejaron
de considerar sus propiedades inmanentes como clave
explicativa de su difusión: el primero es de Omar Acha
y el otro pertenece a Pablo Semán, ya citado anteriormente. En ambos trabajos, el tratamiento de las obras
de divulgación –y entre ellas la de Felipe Pigna– están
incorporadas en un espectro más amplio y complejo de
preocupaciones históricas y sociológicas (por cuestiones de espacio prescindiremos de presentar y discutir
dichas propuestas).
En ambos casos se presenta como un verdadero punto de quiebre a la crisis que sufriera la Argentina a fines
del siglo XX y principios del XXI, que contribuyó a crear
una brecha simbólica, cultural y política que una serie
de narrativas (entre ellas, la que estamos analizando)
vinieron a intentar suturar.
Acha presenta una enumeración de las propiedades de
las producciones de divulgación histórica. Dice al respecto:
15) Aquí sólo podemos hacer dar una breve explicación de esto. Siguiendo a José Nun, considero que la adopción de supuestos filosóficos para criticar al sentido común tiene consecuencias que trascienden
al campo de la epistemología y “su desemboque político más natural
es siempre autoritario” (Nun 1989: 89). Y esto es así porque “las teorías sociales, las ideologías políticas y los razonamientos de sentido
común producen interpretaciones de la realidad que se interrelacionan pero que, en términos generales, son lógicamente distintas –y aun
incompatibles– y tienden a estar referidas a problemas y a criterios
no directamente conmensurables. Esto no quiere decir, sin embargo,
que sean incomparables. Si lo fueran, sus diferencias tendrían que ser
resueltas a favor de unas o de otras mediante un juicio de autoridad;
en cambio, que sean en principio comparables abre la perspectiva de
idear ‘transiciones auténticas’ que hagan posible la traducción y comunicación, permitiendo que las opciones se funden en la deliberación
democrática” (Nun 1989: 97).
“El éxito de las incursiones históricas del ensayismo
de divulgación es descifrable. Sus razones son las siguientes: 1. Simplificación del relato, con privilegio
de los eventos políticos, sazonados con acotaciones
costumbristas. 2. Una narrativa que establece una
constante de la historia nacional, una personalidad
argentina, diluyendo la diferencia temporal y facili-
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tando con anacronismos la comprensión actual. 3.
una de las formas a través de las cuales las clases
Maniqueísmo moral, político e ideológico por el cual
medias se inscriben en un proceso en el que el ma-
la historia se escinde entre dos agentes en lucha.
lestar y la perplejidad se fueron articulando política-
Allí se enfrentan el patriotismo contra la antipatria,
mente y tomando facciones específicas a lo largo del
la honestidad contra la corrupción, la libertad con-
tiempo y de un proceso de puesta en público. En re-
tra la tiranía, (...) 4. La forma anecdótica de la na-
lación con ese contexto histórico y en interrelación
rración que presenta aguafuertes preferentemente
con el resto de la dinámica política del país, estos
biográficas. 5. Empleo de un sentido común revisio-
libros y las corrientes de opinión general pueden ser
nista hondamente impregnado en el público lector
concebidos como un proceso de reelaboración de las
de clase media (...) 6. La omnipresencia de la última
categorías de las clases medias, de un movimiento
dictadura militar como hito crucial de todo el pasa-
que cuestiona y recompone creencias básicas de los
do. 7. Decisiva eficacia de las operaciones editoriales
sujetos en relación con el orden político y, más aún,
y massmediáticas para construir artefactos signifi-
en relación con la identidad nacional, con la pro-
cadores de la historia nacional” (Acha 2005: 24-25).
pia existencia e inserción del país en el espacio y el
tiempo histórico” (Semán 2006: 109-110).
Ahora bien, puntualmente en lo que respecta a Pigna,
su obra de divulgación presenta características propias
que a criterio de Acha y Semán hace que se distinga del
resto; en primer lugar, la reproducción de citas de documentos como arma de convencimiento más eficaz es
algo que ambos se encargan de resaltar. Semán indica
al respecto que los que siguen a Pigna suman una expectativa democrática: “la pretensión de que cada lector
pueda acceder por sí sólo (en uso de su razón y con la
garantía que le ofrecería la que para ellos es la exhaustiva
y objetiva documentación provista por el buen historiador) a la verdad que ‘la historia oficial ocultó’” (Semán
2006: 105). Además, la nota distintiva del relato de Pigna –identificada por Acha– es la alusión a la desaparición (de personas y hasta de pueblos enteros, como es
el caso de los pueblos originarios), que remite a la última
dictadura cívico-militar: “Desde una historia de la cultura, las alusiones a la desaparición son explicables por la
repercusión subjetiva (consciente e inconsciente) que las
últimas atrocidades castrenses produjeron en la memoria
social hasta el presente. Ese tema en el que fracasan las
torsiones ideológicas atenidas a las minucias cotidianas y
las formas de la política, que atraviesa las crisis económicas, del que se ha dicho que constituye un ‘trauma’, es el
secreto de la narración de Pigna” (Acha 2005: 22-23).
Aquellas características generales, anteriormente enumeradas, pueden ser conjugadas con aquello que señala
Semán en relación a la coyuntura histórica en la que
este fenómeno se despliega:
“la literatura político-histórica de masas, su producción y su lectura, pueden ser comprendidas como
Si bien resultan precisas estas proposiciones, hay
dos puntos que quisiera cuestionar. En primer lugar,
repasando la literatura consultada, surge que aquellos
que se dedican de una u otra manera a la historia, a la
historiografía, tienden a “naturalizar” el interés de “los
argentinos” por la historia como fuente de explicación e
inteligibilidad de un presente crítico y plagado de incertidumbres. Con ello no se hace sino dar por supuesto
algo que debería ser explicado, sobre la base de una
generalización que no resiste el menor análisis.
En primer lugar, no son “los argentinos” aquellos que
bucean en producciones que tratan sui generis cuestiones centradas en la historia y la identidad nacionales para
reconfigurar un mapa cuya geografía fue alterada por la
crisis social, política y económica; en todo caso, se trata
fundamentalmente de una conducta propia de las clases
medias. Correlativamente, pareciera considerarse “normal” que en momentos de crisis profundas se produzca
una demanda de narrativas que puedan reconfigurar un
paisaje social arrasado y aportar inteligibilidad a un presente conflictivo. Si bien a priori esto podría ser aceptado,
las propuestas historiográficas son uno más entre diversos sistemas simbólicos con capacidad para establecer
un orden gnoseológico: tal es el caso de la religión.
3. Reposición del sentido común
He propuesto realizar una revisión sumaria de la caracterización que se hace desde la historiografía a las
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obras de divulgación historiográfica y fundamentalmente
a la de Felipe Pigna, para dar cuenta de los límites a los
que nos enfrentamos cuando se quiere explicar el nivel
de permeabilidad en diferentes sustratos sociales de la
propuesta historiográfica que aquí nos ocupa.
En este apartado quisiera recuperar uno de los puntos
en los que la crítica más se ha detenido: el supuesto
“demoledor de los mitos” de una presunta “historiografía oficial”, no hace más que reeditarlos.16 Ahora bien,
¿podría ser exitosa una narrativa historiográfica que no
construyera su relato sobre los “lugares comunes” de la
historia nacional cuyo origen social está en la escuela?
Me atrevo a responder que no. Todo lo anteriormente
expuesto me lleva a pensar que, como condición necesaria, toda obra de divulgación histórica con mayor o
menor éxito editorial estructura su relato con un conjunto limitado de signos. A continuación pongo a consideración una hipótesis de trabajo producto de una investigación en curso.17
En el espacio social circula una ingente cantidad de
discursos de “tema histórico”, de diferentes géneros
(literatura, ciencias sociales y humanas, producciones
artísticas, periodísticas, documentales, fascículos coleccionables, etc.) y soportes materiales (ediciones impresas, televisivas, radiales, electrónicas). Producciones de
un pasado que puede sernos “próximo”, “contemporáneo” o tal vez “distante” en relación a nuestra propia
“vida vivida”. Pero no refieren a “cualquier pasado”, hay
un repertorio de lugares comunes a los que pareciera
que inexorablemente se debe recurrir para “hablar de la
Historia”, para “representar la Historia”, para contarla:
“invasiones inglesas”, revolución de mayo, 9 de julio de
1816, San Martín, Belgrano, Rosas, unitarios y federales, Caseros, “conquista del desierto”, Sarmiento...
y más próximo en el tiempo, radicales y peronistas, el
“Golpe de 1976”, o “la Dictadura”.
Los debates más reposados y las discusiones más
acaloradas giran en torno a los acontecimientos-fechaspersonajes mencionados en el párrafo precedente, pero:
¿por qué estos y no otros? y correlativamente, ¿qué es
lo que produce que una importante cantidad de personas, en tanto consumidores, lectores y espectadores
participen de –y compartan el interés por– estas discusiones y propuestas? Estas preguntas podrían encontrar
un principio de elucidación a partir de la incorporación
del concepto de sentido común histórico. En principio,
cada uno de aquellos discursos pone en circulación y
transmite determinadas imágenes y representaciones
históricas, contribuyendo a la reproducción de ese sentido común histórico.
Ahora bien ¿qué es el sentido común? Siguiendo a
Alejandro Raiter, lo empleo aquí como a. un conjunto de
contenidos, de significados; y como b. un mecanismo de
incorporación, soporte y modificación de significados.18
El sentido común es el lugar en donde los significados
existen. Su funcionamiento permite la transmisión de
imágenes dentro de la comunidad por medio del uso del
lenguaje; por lo tanto, permite la comunicación.19 De
aquí que pueda ser factible realizar la distinción analítica
de aquellas representaciones, de aquellos significados,
que pueden ser considerados como “históricos”.
Si atendemos a los “lugares comunes” a los que hacíamos mención anteriormente, principalmente a aquellos
que refieren al período fundacional del Estado argentino
y de la identidad nacional, encontramos que tienen como
origen social a la narrativa puesta en circulación prioritariamente por las instituciones escolares.20 La construcción
de la nacionalidad se produjo a través de la conformación
de un soporte lingüístico de la misma, cuya estructura
articulaba discursos que referían a determinadas representaciones del pasado. Por la acción estatal y las condiciones sociales en las que se desarrolló, estos discursos
16) Tanto a lo largo de sus páginas como en el programa, Pigna “reitera
y refuerza las visiones más patrioteras de la historia argentina”. Cfr. Hilda
Sábato y Mirta Lobato. “Falsos mitos...”, entre otros artículos que lo
(d)enuncian. Particularmente atendiendo a la cuestión de los héroes,
sujetos históricos que hacen la historia tramada por Pigna, su denunciada “deshumanización” y la correlativa promesa de su “humanización”,
consúltese la lectura de la tesis doctoral de Martín Kohan, quien desmonta precisamente esta operación, al ubicarla en el seno mismo de los
discursos de canonización de los héroes (en su caso, San Martín). Cfr.
Martín Kohan, “El héroe imperfecto” en Narrar San Martín.
17) En este apartado sigo algunos de los planteos expuestos en
Hernán Apaza “Sobre el sentido común histórico: espacio social y
discurso historiográfico”.
18) Alejandro Raiter, Lenguaje y sentido común, p. 112. Más adelante indica el autor: “el sentido común es consecuencia obligatoria del
carácter gregario de la especie y de su necesidad (obligatoriedad) de
construir una representación del mundo” (p. 114).
19) Alejandro Raiter, Lenguaje y sentido común, p. 181 y p. 115.
20) No desconozco el papel que le caben a otras redes de relaciones
sociales a través de la cual se difunden ideas y representaciones históricas, como puede ser la familia, los medios de comunicación de masas,
el tiempo libre, en ámbitos sindicales y políticos e intelectuales, la Iglesia
católica y las propias Fuerzas Armadas. Pero todas ellas, en última instancia, terminan abrevando en el sistema de referencias liberal.
kaf 01 [ 51
se constituyeron en dominantes, es decir en “una red de
referencias conformada por contenidos presentes en el
sentido común que tiene la posibilidad –por estar presente como tal en la inmensa mayoría de los miembros
de la comunidad; por ser, por lo tanto, aceptado como
válido– de calificar todos los otros discursos posibles, todos los contenidos del sentido común, de los sistemas de
creencias; de establecer, en definitiva, los valores concretos de la mayoría de los signos” (Raiter 2003: 171).
Este sistema de referencias construido por el discurso
historiográfico liberal decimonónico, reproducido por las
agencias estatales de producción ideológica, continúa
vigente21 y funciona como “mecanismo de regulación
de la circulación de significados posibles, (…) como un
verdadero aparato ideológico, de existencia no institucional, ya que limita la representación social de sentido;
no es aparato represor ya que no impide (consciente y
abiertamente) la producción y la utilización de signos ni
el otorgamiento y/o cambio de su valor en cada emisión
concreta” (Raiter 1999: 152). Esto queda evidenciado
en cada una de las intervenciones de los “divulgadores históricos” contemporáneos, reproducidas por los
medios masivos de comunicación (diarios, televisión y
radio), en sus construcciones discursivas y en los acalorados debates que se producen de tanto en tanto.
Como afirma Raiter, “el discurso dominante no sólo es
un eje de referencias que impone valor a los signos, sino
que también legaliza sobre qué se habla, es decir, lo que
verdaderamente está en discusión, aquello de lo que se
habla, los temas tabú, etc., poco importa cómo se valoriza lo que se discute, lo importante es sobre qué signos
se hace” (Raiter 2003: 176). En nuestro caso, podemos
aplicar esta consideración a los temas históricos. Repasando los diversos artículos y revistas, los contenidos históricos de las publicaciones de divulgación histórica, los
programas referidos a temas históricos, etc., observamos
que los objetos y argumentos con los que se discute son
los mismos (aunque no se discuta sobre ellos).
21) Nos remitimos en este punto a Luis Alberto Romero, La Argentina
en la Escuela. La idea de nación en los textos escolares.
4. Consideraciones finales
Son diversas las cuestiones que estoy dejando abiertas. Me gustaría pensar que el recorrido propuesto nos
ha permitido comprender, junto al ocasional lector, no
sólo por qué los historiadores dedican sus producciones a determinados “lugares comunes”, sino también
por qué encuentran en el mercado consumidores para
dichos bienes culturales. Las producciones dedicadas a
la divulgación histórica, como la de Felipe Pigna, no han
hecho más que reproducir y reafirmar el discurso histórico dominante, lo que equivale a decir que, en realidad,
nunca se puso en cuestión la “identidad nacional argentina” como una construcción ideológica. En contraposición, “un discurso que buscara destruir al discurso
dominante debería cuestionar el sistema de referencias
que lo sostiene e imponer sus propios tópicos a discutir:
sólo así se convertirá en un discurso opositor al discurso
dominante porque éste no podrá calificarlo. Un nuevo
discurso dominante implica un sistema de referencias
diferente, que reorganice los contenidos del sentido común para que cambien las dominantes en los sistemas
de creencias” (Raiter 2003: 177).
El trabajo pretendía asimismo dar cuenta de cuáles
fueron las condiciones sociales del impresionante nivel
de recepción de la propuesta historiográfica de Felipe
Pigna y las características propias de este artefacto cultural (cuyo sistema de referencias comparte con el resto
de propuestas de divulgación disponibles en el mercado
editorial), de los límites y los aciertos de la crítica historiográfica académica y de la necesidad de incorporar
al análisis el concepto de sentido común a los fines de
dar mayor inteligibilidad al objeto analizado y al interés
historiográfico que subyace en este trabajo.
Y si bien lo que esbozaba en la introducción podría
parecer pretencioso (la necesidad de resolver el dilema historiográfico de cómo construir un relato con una
sensibilidad de izquierdas visible, audible y eficaz), estaré conforme si en estas páginas se encuentran por lo
menos algunos elementos para empezar a responder a
dicha inquietud o, tal vez, por qué no, interrogantes que
permitan formular las preguntas correctas.
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