pío xi y la dimensión social de la realeza mariana

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PÍO XI Y LA DIMENSIÓN SOCIAL
DE LA REALEZA MARIANA
SANTIAGO CANTERA MONTENEGRO, O.S.B.
PALABRAS CLAVE: Pío XI, Realeza de Jesucristo, Realeza Mariana.
RESUMEN: Pío XI es en gran medida el Papa de la Realeza de Jesucristo y de su
dimensión social –encíclica Quas primas–. En 1925, como culminación del año
santo, instituyó la fiesta de Cristo Rey, que continuaba la senda de León XIII con
su consagración del género humano al Sagrado Corazón de Jesús en 1900.
El primer apartado de este artículo es el estudio de la Realeza de María. Ésta tiene
como fundamentos su Maternidad divina, que Pío XI trata en la encíclica Lux
Veritatis, de 1931; ahí se citan los títulos de esta Realeza y su naturaleza espiritual.
El segundo apartado de este trabajo es la dimensión social de esta Realeza. Se
analizan los fundamentos de esta Realeza; la Virgen defensora de la
Cristiandad; protectora frente al laicismo y la descristianización; María como
Reina y Patrona de las Patrias; María, modelo para la familia. Por último, la
influencia mariana en otros aspectos del orden social.
PIUS XI AND THE SOCIAL DIMENSION
OF MARIAN QUEENSHIP
KEY WORDS: Pius XI, The Kingship of Jesus Christ, Marian Queenship.
SUMMARY: Pius XI is generally considered to be the Pope of the Kingship of Jesus
Christ and of its social dimension –see his encyclical, Quas primas–. He instituted the
feast of Christ the King in 1925 by way of culmination of the Holy Year. This followed
the course established by Leo XIII, who consecrated the human race to the Sacred Heart
of Jesus in 1900. The first section of this article consists of a study of the Queenship of
Mary, as based on her Divine Maternity, which Pius XI considered in his encyclical,
Lux Veritatis, dated in 1931. This refers to the titles that corresponded to this
Queenship and to its spiritual nature. It analyses the bases of her Queenship; the Virgin
who is a defender of Christianity, protectress from laicism and de-Christianization;
Mary as Queen and Patroness of nations; Mary, model for the family. Finally,
consideration is given to Marian influence on other aspects of the social order.
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Achille Ratti (1857-1939), casi recién elevado a la dignidad cardenalicia
(13 de junio de 1921), fue elegido Papa el 6 de febrero de 1922 para suceder
a Benedicto XV y adoptó el nombre de Pío XI. Su pontificado iba a durar
diecisiete años y cuatro días y conocería una época singularmente compleja
para la Historia de la Iglesia y del mundo: el denominado “período de
entreguerras”, entre la Gran Guerra de 1914-1918 y la Segunda Guerra
Mundial (1939-1945); la fase del siglo XX en la que precisamente, como
anunció la Santísima Virgen en Fátima en 1917, se gestó este terrible
conflicto. Un período en el que asimismo tuvieron lugar hechos fundamentales
como la consolidación del comunismo ateo en Rusia y la extensión de la fuerza
del marxismo por otros países, la llegada al poder del fascismo en Italia
(octubre de 1922), la gran crisis económica del 29 y la caída en picado del
prestigio de las democracias capitalistas occidentales, la persecución religiosa
contra el catolicismo en el México revolucionario y en la II República española
(proclamada en abril de 1931), el ascenso del nacionalsocialismo en Alemania
(enero de 1933) y la Guerra de España (1936-1939).
Ante todos estos fenómenos, Pío XI profundizó él mismo y promovió la
profundización en la Doctrina Social de la Iglesia y manifestó la posición de
ella en esas circunstancias concretas. En medio de un mundo que caminaba
por sendas muy complicadas y sin hacer caso a las posibles presiones y
oposiciones, el Papa expuso con gran libertad el Magisterio de la Iglesia en
lo teológico y filosófico, en lo moral y en lo social, económico y político.
Agradeció la actitud conciliadora de Mussolini con respecto a la “cuestión
romana” derivada de la unificación italiana, que vio su fin en los Pactos de
Letrán (1929), pero no dudó en reprochar al fascismo su tendencia
totalitaria en lo tocante a las asociaciones juveniles, educación, etc.
Promovió el Concordato con Alemania, que efectivamente firmó en su
nombre el entonces cardenal Pacelli, futuro Pío XII, sin por ello dejar de
condenar con severidad y gran valentía el racismo neopagano del régimen
nacionalsocialista. Mantuvo la condena de la Iglesia al marxismo, que
definió como “intrínsecamente perverso”, y detestó explícitamente la
persecución religiosa desencadenada por los revolucionarios mexicanos y
por la II República española. Frente al capitalismo liberal y a las tentaciones
socialistas y comunistas, promulgó la segunda gran encíclica social de la
historia reciente de la Iglesia, Quadragesimo anno (1931), a los cuarenta años
de la Rerum novarum de León XIII, en la que entonces y en los años
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siguientes se inspiraron principalmente los regímenes de Oliveira Salazar
en Portugal y de Dollfuss en Austria con el deseo de alcanzar un orden
social cristiano de justicia y de paz. Pero, como gran documento a la vez
teológico, social y político, parece que hay que destacar la encíclica Quas
primas (11 de diciembre de 1925), sobre la Realeza de Nuestro Señor
Jesucristo, afirmada contundentemente frente al laicismo.
Pío XI, por lo tanto, es en gran medida el Papa de la Realeza de Jesucristo
y de su dimensión social. Pero, ¿qué dijo acerca de la Realeza de María y de
su dimensión social? Aunque no expuso una doctrina sobre esta cuestión de
un modo sistemático, en sus documentos es posible encontrar los aspectos
fundamentales que nos permiten ofrecer ahora una exposición de la misma1.
1. La Realeza de Jesucristo
Nos parece conveniente ofrecer un breve repaso y resumen de la doctrina
expuesta por Pío XI en Quas primas acerca de la Realeza de Nuestro Señor
Jesucristo por dos motivos2: para poder comprender mejor lo que el mismo
Papa dice acerca de la Realeza de la Virgen Santísima en éste y en otros
1. Indicamos aquí la relación de abreviaturas y siglas utilizadas de manera frecuente en las
citas de este artículo. AAS: Acta Apostolicae Sedis; Aloc.: Alocución; Breve Ap.: Breve
Apostólico; Carta Ap.: Carta Apostólica; Carta Enc.: Carta Encíclica; Const. Ap.:
Constitución Apostólica; Exhort. Ap.: Exhortación Apostólica; S. Penit. Apost.:
documento de la Sagrada Penitenciaría Apostólica; DP: H. Marín, S. J. (ed.), Doctrina
Pontificia, IV: Documentos marianos, Madrid 1954 (se citará DP y nº del texto); NS: MONJES
BENEDICTINOS DE SOLESMES, Nuestra Señora, Buenos Aires 1963 (se citará NS y nº del
texto). La cuestión que abordamos en este trabajo la hemos tratado para el Papa precedente
y para el siguiente en otros estudios: S. CANTERA, O.S.B., Dimensión social de la Realeza
mariana en el magisterio de Pío XII, “Verbo”, 441-442 (enero-febrero 2006) 65-99;
S. CANTERA, O.S.B., Dimensión social de la Realeza mariana: Benedicto XV y Santa María,
Reina de la Paz, “Verbo”, 447-448 (agosto-octubre 2006), 609-620. Además, sobre la
Realeza y la gloria de María en Pío XII: S. CANTERA, O.S.B., La Virgen María en el
magisterio de Pío XII, Madrid 2007, pp. 105-118.
2. Para el texto de esta encíclica nos servimos principalmente de J. L. GUTIÉRREZ GARCÍA A. MARTÍN ARTAJO - V. LUIS AGUDO (eds.), Doctrina Pontificia, II: Documentos políticos,
Madrid 1958, pp. 491-517 (bilingüe español-latín y con una buena introducción y un
magnífico sumario); y de P. GALINDO, Colección de encíclicas y documentos pontificios [Concilio
Vaticano II], I, Madrid 1967 (7ª ed.), pp. 110-121 (sólo en español, pero con clara
distinción de partes y aspectos tratados).
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documentos; y para no olvidar una doctrina que, lamentablemente, en los
tiempos recientes ha venido siendo ignorada o incluso dejada de lado de un
modo intencionado para evitar complicaciones derivadas de un discurso que
hoy es sin duda “políticamente incorrecto” y del todo opuesto a no pocos
planteamientos sostenidos en nuestros días. Por eso quiero recalcar aquí que
la doctrina expuesta en Quas primas es doctrina del Magisterio de la Iglesia,
sustentada sobre la Sagrada Escritura y sobre la Tradición −tal como el
propio Papa se esfuerza en probar−, y que ofrece no sólo un valor para el
tiempo en que la encíclica fue redactada y promulgada, sino que es
actualísima y de contenidos perennes.
Pío XI afirma que la paz de Cristo hay que buscarla en el reino de Cristo,
porque su restauración es el medio más eficaz para el restablecimiento de la
paz en todos los órdenes. El Año Santo ha contribuido a destacar este
reinado, juntamente con diversas celebraciones: la Exposición Misional, las
canonizaciones de seis santos en las que el pueblo cantó con entusiasmo el
himno Tu, Rex gloriae Christe y el XVI centenario del Concilio de Nicea.
En consecuencia, el Papa aborda ahora en esta encíclica el culto y la
institución de la nueva fiesta de Cristo Rey, haciéndose eco de las súplicas
a él venidas tanto individual como colectivamente por parte de numerosos
cardenales, obispos y fieles.
Hecha esta presentación, Pío XI aborda a continuación la Realeza de
Cristo, teniendo presente tanto su sentido figurado o metafórico −Cristo
reina en las inteligencias, en las voluntades y en los corazones de los
hombres−, como en sentido propio y estricto, ya que recibió del Padre la
potestad, el honor y el reino (cfr. Dan 7, 13-14). El Papa hace entonces un
breve repaso de las afirmaciones bíblicas de esta Realeza, así en el Antiguo
Testamento como en el Nuevo, y advierte que por eso la Iglesia la ha
celebrado siempre en su liturgia, glorificando a su Autor y Fundador como
Soberano Señor y Rey de los Reyes. El fundamento de tal Realeza se
encuentra en la unión hipostática y en la Redención: en consecuencia,
Cristo debe ser adorado como Dios por los ángeles y por los hombres, y
asimismo unos y otros están sujetos a su imperio y le deben obedecer en
cuanto hombre; tiene, pues, potestad sobre todas las criaturas y es Rey por
derecho de naturaleza, pero también lo es sobre los hombres especialmente
por derecho de conquista en virtud de su obra redentora.
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Por lo que atañe al carácter de esta Realeza, presenta una triple potestad:
legislativa, judicial y ejecutiva; los tres poderes los ha ejercido y los ejerce
Jesucristo. Su Reino es principalmente espiritual, sobre las realidades del
espíritu, frente al mesianismo terrenal en que esperaban los judíos e incluso
los Apóstoles. Pero a la vez, señala también Pío XI, “incurriría en un grave
error el que negase a la humanidad de Cristo el poder real sobre todas y cada
una de las realidades sociales y políticas del hombre, ya que Cristo como
hombre ha recibido de su Padre un derecho absoluto sobre toda la creación,
de tal manera que toda ella está sometida a su voluntad”3. Mientras estuvo
sobre la tierra, se abstuvo del ejercicio de este poder en lo temporal, pero,
como dijo León XIII, citado por Pío XI, ahora “el poder de Cristo se
extiende no sólo sobre los pueblos católicos y sobre aquéllos que, por haber
recibido el bautismo, pertenecen de derecho a la Iglesia, aunque el error los
tenga extraviados o el cisma los separe de la caridad, sino que comprende
también a cuantos no participan de la fe cristiana, de tal manera que bajo
la potestad de Jesús se halla todo el género humano”4. Si bien se permite
que las autoridades civiles ejerzan el poder, es como poder delegado por
Cristo en ellas; por lo tanto, los individuos y los Estados están sometidos al
reinado de Cristo y los gobernantes deben rendirle culto y reconocimiento
público, de lo cual se derivarán grandes bienes a toda la sociedad civil: justa
libertad, autoridad consolidada, orden tranquilo, pacífica concordia
ciudadana y profunda conciencia de fraternidad universal. Como ya
advirtiera León XIII, al que nuevamente cita Pío XI, el reconocimiento
público de la Realeza de Cristo es el único remedio para curar los males de
la sociedad de nuestra época5.
A continuación, el Papa pasa a tratar la institución de la fiesta de Cristo
Rey, pues considera que será la mejor manera de alcanzar tal
reconocimiento, dado que las fiestas litúrgicas surgen como respuesta a las
necesidades históricas de la Iglesia y del pueblo cristiano y que, además,
3. Carta Enc. Quas primas, J. L. GUTIÉRREZ GARCÍA - A. MARTÍN ARTAJO - V. LUIS AGUDO
(eds.), o. c. en nota 1, p. 503; y en P. GALINDO, o. c. en nota 1, p. 114.
4. LEÓN XIII, Carta Enc. Annum sacrum, 25-V-1899, en ASS 31 (1898-1899), p. 647; la cita
en Quas primas, J. L. GUTIÉRREZ GARCÍA - A. MARTÍN ARTAJO - V. LUIS AGUDO (eds.),
o. c. en nota 1, pp. 503-504; y en P. GALINDO, o. c. en nota 1, pp. 114-115.
5. Ibidem, p. 506; y en P. GALINDO, o. c. en nota 1, p. 116.
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tienen una gran fuerza para difundir las verdades de la fe. “Y si ahora
ordenamos a todos los católicos del mundo el culto universal de Cristo
Rey, remediaremos las necesidades de la época actual y ofreceremos una
eficaz medicina para la enfermedad que en nuestra época aqueja a la
humanidad. Calificamos como enfermedad de nuestra época el llamado
laicismo, sus errores y sus criminales propósitos”6. Deja claro Pío XI que
éste no es algo nuevo, sino incubado desde hace mucho tiempo, porque
se negó primero el imperio de Cristo sobre todos los pueblos, luego se
negó a la Iglesia el derecho de enseñar, legislar y regir, posteriormente se
fue equiparando la religión cristiana con las demás religiones falsas y
colocándola al mismo nivel, más tarde se entregó la religión a la
autoridad civil y se han proclamado Estados con una religión natural o
incluso ateos... tal como el propio Papa ya denunció en su encíclica Ubi
arcano.
La fiesta de Cristo Rey, según espera el Pontífice, contribuirá a acelerar el
retorno de la humanidad a Dios estimulando a las fuerzas católicas y servirá
“para condenar y reparar de alguna manera la pública apostasía que con tanto
daño de la sociedad ha provocado el laicismo”7. La institución de la fiesta
corona el año santo de 1925 y continúa en realidad una tradición, uno de
cuyos hitos principales fue la consagración del género humano al Sagrado
Corazón de Jesús por León XIII en 1900. Producirá sin duda grandes frutos
para la Iglesia, que tiene derecho a una plena libertad e independencia; para
la sociedad civil y el Estado, “porque la Realeza de Cristo exige que todo el
Estado se ajuste a los mandamientos divinos y a los principios cristianos en
la labor legislativa, en la administración de la justicia y, finalmente, en la
formación de las almas juveniles en la sana doctrina y en la rectitud de
costumbres”8; y para los individuos, porque Cristo es Rey de todo el hombre:
de su inteligencia, voluntad, corazón y sentidos.
6. Carta Enc. Quas primas, J. L. GUTIÉRREZ GARCÍA - A. MARTÍN ARTAJO - V. LUIS AGUDO
(eds.), o. c. en nota 1, p. 509; y en P. GALINDO, o. c. en nota 1, p. 117.
7. Ibidem, p. 511; y en P. GALINDO, o. c. en nota 1, p. 118.
8. Ibidem, p. 516; y en P. GALINDO, o. c. en nota 1, p. 120.
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2. La Realeza de María: fundamentos
a. La Maternidad divina, fundamento de la Realeza mariana
Otro documento sin duda importante de Pío XI desde el punto de vista
teológico es la encíclica Lux veritatis, de 25 de diciembre de 1931, con la
que conmemoró el XV centenario del Concilio de Éfeso9. Recuerda en ella
que, frente a la herejía nestoriana y en la misma actualidad de la Iglesia, tres
dogmas resplandecen principalmente con relación a aquel acontecimiento:
La Virgen en el Trono. (Giotto) Galería Uffizi, Florencia.
9. DP 612-635; NS 295-316.
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“a saber: que la persona de Jesucristo es una sola y divina; que la Virgen
María debe ser reconocida y venerada como real y verdadera Madre de Dios;
y, en fin, que el Romano Pontífice, en cuanto pertenece a la fe y a la moral,
posee, por disposición de Dios, y sobre todos y cada uno de los fieles de
Cristo, autoridad suma, suprema, y a ningún hombre sometida”10.
La primera parte de este documento trata sobre la conmemoración de
aquella gran asamblea eclesiástica, mientras que la segunda aborda el
dogma de la unión hipostática y las dos naturalezas de Jesucristo. Es de
primera importancia afirmar la unión hipostática para el conjunto de las
verdades de la fe, tal como señala el Papa: “Porque si en Cristo la naturaleza
divina hubiese estado unida a la humana con una unión solamente moral,
como Nestorio erróneamente afirmaba −unión que, como antes dijimos,
han alcanzado también en cierto modo los profetas y demás héroes de la
santidad cristiana merced a su íntima unión con Dios−, en tal caso, el
Salvador del género humano bien poco o nada se hubiese diferenciado de
aquellos mismos a quienes redimió con su Sangre y su gracia. Negada, pues,
la doctrina de la unión hipostática, en la cual se apoyan y fundan los
dogmas de la Encarnación y Redención, se arruina y derrumba todo el
fundamento de la religión católica”11. La propia economía de la Salvación,
por tanto, exige la condición humana del Redentor y la unión de las dos
naturalezas, divina y humana, en la misma Persona divina del Verbo.
La tercera parte de la encíclica está expresamente dedicada a la Santísima
Virgen, pues, como es sabido, en el Concilio se definió solemnemente su
Maternidad divina, por lo cual reafirma el Papa: “Y en verdad, si el Hijo de
María es Dios, evidentemente Ella, que le engendró, debe llamarse con toda
justicia Madre de Dios. Si la persona de Jesucristo es una sola y divina, es
indudable que a María debemos llamarla todos no solamente Madre de Cristo
hombre, sino Deípara o Theotókos, esto es, Madre de Dios”12. En consecuencia,
señala más adelante el Papa, “de este dogma de la divina maternidad, como
de surtidor de oculto manantial, proceden la gracia singularísima de María y
su dignidad suprema después de Dios”, y para recalcar esta verdad aduce la
10. Carta Enc. Lux veritatis, 25-XII-1931; DP 613; NS 296.
11. Ibidem, DP 630.
12. Ibidem, DP 632; NS 299.
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autoridad de una cita de santo Tomás de Aquino y otra de Cornelio a Lápide13.
Por lo tanto, podemos entender que, así como todos los demás privilegios de
María, su Realeza se asienta sobre su Maternidad divina. En esta misma
encíclica, Pío XI la denomina por dos veces “Reina del cielo”14.
En efecto, tal como indicó al beato benedictino cardenal Schuster,
arzobispo de Milán, María es Reina y goza de tal dignidad en el Cielo y ante
los hombres, en razón de su Maternidad divina: “Fue siempre tradicional en
los católicos acudir a María en las horas difíciles y en los tiempos de peligro
y descansar en su bondad de Madre. Pues Ella, Madre de Dios y
administradora de las gracias celestiales, ha sido colocada en los cielos sobre
el más excelso trono del poder y de la gloria para conceder el socorro de su
patrocinio a los hombres en su peregrinación por la tierra, llena siempre de
trabajos y peligros”15. Por lo tanto, la Realeza mariana va unida también a
su Maternidad espiritual sobre el género humano y, como tal, a su
condición de Mediadora y Dispensadora de las gracias; todo lo cual, por
supuesto, deriva igualmente de su Maternidad divina, según enseña la
Teología católica y el propio Magisterio de este Romano Pontífice.
b. Títulos de la Realeza mariana
En varios documentos del propio Papa y de Dicasterios de la Curia
Romana, y especialmente de la Sagrada Penitenciaría Apostólica,
autorizados con su firma, se recoge bajo diversos títulos el concepto de la
Realeza de la Santísima Virgen. En efecto, se la denomina “poderosa
Reina”16, “gran Reina del cielo”17, “Reina de los cielos”18, “celestial
13. Carta Enc. Lux veritatis, 25-XII-1931; DP 633, NS 303-304.
14. Ibidem, DP 634 y 635; NS 310 y 314.
15. Carta Ap. Solemne semper, al Cardenal Schuster, 15-VIII-1932; DP 636; NS 317.
16. S. Penit. Apost., 29-VII-1924; DP 580. Y S. Penit. Apost., 12-VII-1933
17. S. Penit. Apost., 28-V-1925; DP 581. También en un documento de la S. Penit. Apost. de
2-XII-1926; DP 600. Sin el adjetivo “gran”, asimismo en la homilía Maximopere laetamur,
8-XII-1933; NS 330. También en la Carta Ap. Inclytam ac perillustrem, al P. Gillet, General
de los Frailes Predicadores, 6-III-1934; NS 333. La llama “Reina celestial” en la Carta Non
levi animi, en el X centenario de la abadía benedictina de Nuestra Señora de Einsiedeln
(Suiza), 21-III-1934; AAS XXVII, 363. Asimismo, S. Penit. Apost., 28-III-1935.
18. Carta Ap. Auspicatus profecto, al cardenal Bidet, 28-I-1933; NS 320.
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Señora”19, “Reina de los santos”20, “dignísima Reina del mundo”21, “Reina
de la paz”22, “augusta Reina de las victorias y Reina gloriosa del santísimo
Rosario”23, “Reina de los profetas”24, “santísima Reina de los apóstoles”25,
“Reina de los apóstoles y de las misiones”26, “Reina del clero”27. Como se
verá más adelante, también se la reconoce como Reina y Patrona de diversas
diócesis y naciones.
En otros textos se evocan asimismo títulos como el de “Reina de los
pastos”, con que es venerada por los fieles de todos los ritos (occidentales y
orientales) en la iglesia de los santos Sergio y Baco de Roma, y se expresa el
deseo de que Ella alcance el retorno de los hermanos disidentes a la
comunión de la Iglesia28; o se recogen advocaciones como la de “Blanca
Reina de los Pirineos”29, “Nuestra Señora de los Reyes”30 y “Nuestra Señora
Reina de los Ángeles”31.
19. Carta Enc. Ingravescentibus malis, sobre el Santo Rosario, 29-IX-1937; DP 658; NS.
Y también Carta Norunt omnes, sobre la restauración del santuario de Loreto, 17-VIII-1922,
donde se la llama “Señora del Cielo”; en AAS XIV, p. 544.
20. Breve Ap., 12-IV-1927; DP 601. Aloc. a los peregrinos presentes en la lectura del decreto
de tuto para la canonización de la beata Antide Thouret, 15-VIII-1933; NS 321.
21. S. Penit. Apost., 10-X-1936; DP 652.
22. Breve Ap., 9-II-1924; DP 578. Y también un documento de la S. Penit. Apost., 12-VII1932. Cabría añadir otros documentos relativos a iglesias que se hallan bajo esta
advocación, pero no queremos sobrecargar más aún las citas; no obstante, quizá sea
oportuno recordar que por la Const. Ap. Iam pridem, 25-III-1932, fue erigida la parroquia
“Regina Pacis” en Roma.
23. Breve Ap., 20-VII-1925; DP 582 y 584; para la erección de una iglesia en Pompeya. Con
tal motivo, también en otros tres Breves Apost. bastante semejantes y de la misma fecha,
en DP 585-589, 592-593 y 595.
24. S. Penit. Apost., 13-X-1933.
25. Carta Enc. Rerum Ecclesiae, sobre el fomento de las misiones, 28-II-1926; DP 597; NS 285.
26. Decreto, 14-IV-1937; DP 653.
27. S. Penit. Apost., 16-I-1923; DP 574.
28. Carta Enc. Ecclesiam Dei, 12-XI-1923; DP 577; NS 283.
29. Carta Paucis diebus, en el 25º aniversario de episcopado del Pastor de Tarbes y Lourdes,
3-XII-1924; AAS XVII, 13.
30. Carta Ap. Refert ad Nos, concediendo la condición de basílica menor a la iglesia de tal
advocación en Barcelona, conocida vulgarmente como “Nuestra Señora del Pino”, 10-IX1925; AAS XVIII, 127.
31. Carta Ap. Constat ex pluribus, elevando a basílica menor el templo de esta advocación en
Cartagena de Costa Rica, 26-VII-1935; AAS XXVIII, 155.
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Por otro lado, el reconocimiento de la Realeza mariana se hace explícito
incluso desde un punto de vista litúrgico en las ceremonias de coronación
de imágenes de la Santísima Virgen, como la nueva de Nuestra Señora
de Loreto, colocada tras un incendio32, o la de de Nuestra Señora de
Fontanellato, en la diócesis de Parma33.
c. Naturaleza espiritual de la Realeza mariana
Pío XI ensalza a la Santísima Virgen como “Reina de los Santos” y señala
que el suyo no es propiamente un reino temporal, como lo son los de la
tierra, aunque eso no impida, como veremos, que tenga una dimensión
sobre las realidades sociales. Precisamente como “Reina de los Santos”, la
suya es una Realeza eficaz, ya que “María coopera con Dios para suscitarlos,
formarlos y coronarlos”. Los suscita, porque todas las almas santas giran en
torno a Ella, pues proyecta luz en el comienzo de toda vida de santidad; los
santos y las santas, ciertamente, “han experimentado ya desde los principios
una protección espiritual de María”. Dada su posición de privilegio en la
gloria y en la santidad, María siempre inspirará y suscitará almas heroicas y
Ella misma es un símbolo de santidad en cualquier fase de la vida, incluso
en aquella santidad que cabe calificar de “extraoficial, que no es otra cosa
que el grado común de vida cristiana al cual todos están llamados.
El pensamiento y la contemplación de María no solamente engendran esta
pureza de vida que constituye la primera dignidad del hombre, sino que
incluso la salvación de las almas en lucha contra las tentaciones del mal, y
de aquellas otras llamadas a un estado más perfecto de vida”34.
La formación de la santidad desciende del cielo, porque depende de la
gracia divina. “María misma es la más santa, porque es ‘la más llena de
gracia’”. La gracia y su medida para cada alma proceden de Dios, pero “en
seguida es dada por María, nuestra Abogada y Mediadora, porque al amor
maternal de una de las partes en cuestión responde la piedad filial de la otra.
32. Carta Norunt omnes, sobre la restauración del santuario de Loreto, 17-VIII-1922; en
AAS XIV, p. 544.
33. Carta Quod sanctuarii, 7-III-1925; AAS XVII, 239.
34. Aloc. a los peregrinos presentes en la lectura del decreto de tuto para la canonización de la
beata Antide Thouret, 15-VIII-1933; NS 321-322.
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[...] Dios da las gracias, María las recibe y las distribuye”35. Pero Ella,
además de suscitar santos, los perfecciona y los acompaña hasta la
perseverancia final y la gloria eterna. Por eso es muy conveniente que todos,
y en especial la juventud moderna, acudan a la Santísima Virgen con
devoción, confiando en que a la hora de la muerte “ejerza desde el cielo el
oficio de Abogada ante la Bondad y Misericordia divinas”36.
3. Dimensión social de la Realeza mariana
a. Fundamentos
Por lo que acabamos de ver en el punto anterior, si bien la Realeza mariana
es esencialmente de orden espiritual, presenta también una dimensión social,
cuyo fundamento no es otro que la Maternidad espiritual de la Santísima Virgen
sobre el género humano como Abogada, Mediadora y Dispensadora de todas las
gracias. Y esa Maternidad espiritual deriva, por supuesto, de la Maternidad
divina y de la plena asociación de María a la obra redentora de su Hijo: Pío XI
será incluso el Papa que explícitamente y sin temor la denomine “Corredentora”:
“El Redentor no podía por menos, según estaba todo dispuesto, de asociar a su
Madre a su obra. Por eso la invocamos bajo el título de Corredentora. Nos dio al
Salvador y lo acompañó hasta la Cruz en su misión redentora. Con Él compartió
los sufrimientos de la agonía y de la muerte con la cual Jesús pagó la deuda de
toda la humanidad. Estando de pie junto a la Cruz oyó proclamarse, por boca del
Redentor moribundo, como nuestra Madre, Madre de todos: “He ahí a tu hijo”,
y le mostró a San Juan que hacía nuestras veces. Y el apóstol y nosotros éramos
una misma persona al pronunciar el Salvador estas otras palabras: ‘He ahí a tu
Madre’”. Ésta es, en efecto, la “Maternidad universal de María, oficial y
solemnemente declarada por el propio Hijo de Dios en el patético momento de
su muerte”, y por eso justamente se la puede llamar “Madre de todos”37.
35. Breve Ap., 12-IV-1927; DP 601. Aloc. a los peregrinos presentes en la lectura del decreto
de tuto para la canonización de la beata Antide Thouret, 15-VIII-1933; NS 323.
36. Ibidem, NS 324-325.
37. Aloc. a los peregrinos de Vicenza, 30-IX-1933; NS 326-327. También Radiomensaje a los
peregrinos de Lourdes, 28-IV-1935; NS 334.
112
ScrdeM
PÍO XI Y LA DIMENSIÓN SOCIAL DE LA REALEZA MARIANA
Otro texto bien explícito del Papa se expresa así: “En verdad, la augusta
Virgen, concebida sin la primitiva mancha, fue escogida Madre de Cristo
precisamente para tomar parte en la redención del linaje humano; de
resultas de lo cual alcanzó ante su Hijo tan gran favor y poder, que
jamás puede conseguirlo mayor naturaleza alguna humana ni angélica”38.
E incluso la llegó a reconocer como “piadosamente llamada Redentora por
la misteriosa unión con Cristo y por su gracia absolutamente singular. Nos,
confiados en su oración ante Cristo que, aun siendo el único Mediador de
Dios y de los hombres, quiso asociarse su Madre como Abogada de los
pecadores y Administradora y Medianera de la gracia, os impartimos [...]
la bendición apostólica [...]”39.
b. Protectora de la Cristiandad
En razón de esta Maternidad espiritual, la Virgen María, que es Reina
celestial, vela también como Reina sobre la Iglesia y sus hijos, los hombres.
En efecto, María ha sido “vencedora de todas las herejías y auxilio de los
cristianos”, por lo cual es a Ella a quien hay que encomendar como
intercesora la unidad religiosa40, y singularmente el retorno de los cristianos
orientales separados “al seno de la única grey de Jesucristo y, por
consiguiente, a Nos, que, aunque sin merecerlo, somos su Vicario en la
tierra y representante de su autoridad”41. Y ciertamente, el Papa declaraba
en 1922 encomendar “al poderoso patrocinio de la Virgen a Nos mismo y a
la Iglesia militante”42. También la expansión misionera de la Iglesia queda
bajo su patrocinio como “Reina de los apóstoles”43.
38. Carta Ap. Auspicatus profecto, al cardenal Bidet, 28-I-1933; DP 638; NS 319.
39. Carta Enc. Miserentissimus Redemptor, sobre la reparación debida al Sagrado Corazón de
Jesús, 8-V-1928; DP 608; NS 287.
40. Carta Enc. Mortalium animos, 6-I-1928; DP 606.
41. Carta Enc. Lux veritatis, 25-XII-1931; DP 634; NS 306. También en otros puntos de la misma
encíclica y en la previa Carta Ap. Ephesinam Synodum, al cardenal Sincero, para la celebración
del centenario del Concilio de Éfeso, 25-XII-1930; NS 294. Y anteriormente, según se ha
dicho ya, con relación a los eslavos ortodoxos, apuntó igualmente en esta línea en su Carta Enc.
Ecclesiam Dei, en el tercer centenario de san Josafat, 12-XI-1923; DP 577; NS 283.
42. Carta Norunt omnes, sobre la restauración del santuario de Loreto, 17-VIII-1922; en
AAS XIV, p. 544.
43. Carta Enc. Rerum Ecclesiae, sobre el fomento de las misiones, 28-II-1926; DP 597; NS 285.
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PÍO XI Y LA DIMENSIÓN SOCIAL DE LA REALEZA MARIANA
Son muy elocuentes las siguientes palabras de Pío XI en 1929 sobre toda
esta labor intercesora y protectora de María en pro de la Iglesia: “¿quién
ignora cuán favorabilísimamente ha asistido siempre la Virgen Santísima al
pueblo cristiano con su divina ayuda en las dificultades de toda clase
apremiantes por todas partes, y en las guerras desatadas contra el nombre
católico, en extremo duras? Por lo cual no es de maravillar si la Iglesia ha
puesto siempre toda su esperanza, después de Dios, en la Virgen poderosa,
y si la ha puesto por las nubes y recurrido a Ella. Y, en estos nuestros
tiempos, ¿de dónde hay que esperar la salvación de la Cristiandad sino de
Aquélla que, ‘hallada, se halla la vida y se alcanza la salvación del Señor’?”44.
Ciertamente, “habiendo María dado a luz al Redentor del género humano,
es también Madre benignísima de todos nosotros, a quienes Cristo nuestro
Señor “quiso tener por hermanos” (Rom 8, 29)”45. “De aquí es de donde nace
que nos sintamos atraídos por Ella por cierto incoercible impulso, y a Ella
confiemos todas nuestras cosas: nuestro gozo, si estamos alegres; nuestras penas,
si padecemos; nuestras esperanzas, si al fin nos esforzamos por elevarnos a cosas
mejores. De aquí que, si sobrevienen días difíciles a la Iglesia, si la fe se apaga
por haberse enfriado la caridad, si se relajan las costumbres públicas y privadas,
si algún peligro amenaza al catolicismo o a la sociedad civil, acudamos
suplicantes a Ella, demandando su celestial auxilio. [...] Acudan, pues, todos a
Ella con el más encendido amor en las necesidades que actualmente padecemos,
y pídanle con apremiantes súplicas que interceda con su Hijo para que las
naciones extraviadas tornen a la observancia de las leyes y preceptos cristianos
en los cuales se asienta el fundamento del bienestar público y de los cuales mana
la abundancia de la deseada paz y de la verdadera felicidad. Ruéguenle con tanta
mayor instancia cuanto más debe ser el deseo de los buenos, que la Santa Madre
Iglesia goce tranquilamente de su libertad, la cual no destina ella a otra cosa que
a la tutela de los supremos intereses del hombre, y de la cual ni los individuos
Página anterior
Coronación de la Virgen (Belbello da Pavia). Siglo XV. Biblioteca Nacional. Florencia.
44. Carta Ap. Cum valde, al cardenal Esteban delegando en él la presidencia del Congreso
Mariano Hispanoamericano de Sevilla, 20-II-1929; DP 610; NS 288.
45. Carta Enc. Lux veritatis, 25-XII-1931; DP 634; NS 307.
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SANTIAGO CANTERA MONTENEGRO, O.S.B.
ni los Estados recibieron jamás ningún daño, antes reportaron en todo tiempo
los mayores y más inestimables beneficios”46. Por tanto, el Papa propone a
María como intercesora para la unidad de la Iglesia, que él considera de la
mayor importancia, y como protectora ante tantos peligros como la acechan
y de los cuales sobresalen algunos como la amenaza a su libertad. Pío XI,
citando a León XIII, no duda en afirmar aquí que el fundamento de la
prosperidad de los pueblos se encuentra en los preceptos cristianos, de los
que la Iglesia es su garante en la tierra.
Esta protección mariana sobre la Cristiandad la refirió igualmente el
Papa en otros textos, por ejemplo en 1927 al indicar al cardenal Dubois la
conveniencia de intensificar la devoción de los pueblos a la Santísima
Virgen, con ocasión del Congreso Mariano de Chartres: “Como siempre,
también en nuestro tiempo, necesitan absolutamente los cristianos de la
poderosísima defensa de María entre tantos peligros de toda clase y en
medio de las adversidades. Desde el inicio de nuestro Pontificado, nuestra
mirada y corazón fueron puestos en la dulcísima Virgen, única esperanza de
común salvación, y no hemos cesado de exhortar a los fieles [...] a que
constantemente tratasen de acrecentar su culto”47.
También recordó Pío XI la labor protectora de María sobre la Cristiandad
en momentos de peligro, acogiendo las súplicas incesantes de sus hijos en el
rezo devoto del Santo Rosario: “Quien haya estudiado con atención los anales
de la Iglesia católica, habrá visto con facilidad que el valioso patrocinio de la
Santísima Virgen va íntimamente ligado a todas las gestas gloriosas del
cristianismo. Así, cuando los errores y las herejías han pretendido dilacerar la
túnica inconsútil de la Iglesia y acabar con el catolicismo, nuestros
antepasados recurrieron con toda confianza a la que “sola destruyó todas las
herejías del universo” [tomado del Oficio de la Virgen]. Y su patrocinio
alcanzó siempre la feliz victoria. Cuando la impiedad mahometana, con la
ayuda de armadas poderosas y numerosos ejércitos, amenazó con la ruina y
esclavitud a las naciones de Europa, los católicos y el Sumo Pontífice
especialmente, imploraron incesantemente la tutela de tan celestial Madre, y
los enemigos quedaron derrotados y sus naves sumergidas”48. Como se
46. Ibidem, NS 308-309.
47. Carta Ap. Cum feliciter, al cardenal Dubois, 18-V-1927; DP 602; NS 286.
48. Carta Enc. Ingravescentibus malis, n. 1, sobre el Santo Rosario, 29-IX-1937; DP 655; NS 335-336.
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PÍO XI Y LA DIMENSIÓN SOCIAL DE LA REALEZA MARIANA
observa, pues, la batalla de Lepanto siempre constituye un referente en los
Papas a la hora de vincular el rezo del Santo Rosario y la poderosa intercesión
mariana en defensa de la Cristiandad ante un inminente y grave peligro para
ésta. Y así prosigue Pío XI: “Y en los peligros, tanto públicos como privados,
los cristianos de todos los tiempos suplicaron el socorro de la Santísima
Virgen, seguros de encontrar en Ella la salvación y el remedio para los dolores
corporales y las penas del espíritu. Todos los que con piedad y confianza
acudieron a Ella, pronto notaron los efectos de su poderoso auxilio”49.
Ya previamente, en otro documento del año 1934, el Papa había tenido
presentes los potentes efectos del rezo del Rosario, cuando escribió a la
Orden de Predicadores con motivo del séptimo centenario de la canonización
de santo Domingo de Guzmán. Así lo hizo de modo singular uniendo el
origen de esta devoción al fundador de los dominicos, conforme a la
tradición, y señalando su fuerza frente a la herejía de los cátaros o albigenses
en el Mediodía francés: “El arma más poderosa esgrimida por Santo
Domingo en la conversión de los herejes fue el Rosario mariano. No ignoran
esto los fieles. Su uso enseñado por la misma Virgen se ha extendido
rápidamente por todo el mundo católico. ¿A qué se debe la virtud y eficacia
de esta oración tan dulce? Indudablemente a los misterios mismos del divino
Redentor que en ella se contemplan y piadosamente se meditan. Podría
decirse con toda exactitud que el Rosario contiene los fundamentos sobre los
que descansa la misma Orden de Santo Domingo para procurar la perfección
de vida de sus miembros y la salvación de los demás hombres”50.
Podemos añadir a todo lo dicho las referencias a la advocación de la
Santísima Virgen como “Nuestra Señora de las Victorias” en algunos
documentos pontificios destinados a elevar ciertas iglesias a la dignidad de
basílica menor, como la de Lackawanna, en la diócesis de Búfalo (Estados
Unidos), y la de París51, o también en otros textos diversos52.
49. Carta Enc. Ingravescentibus malis, n. 1, sobre el Santo Rosario, 29-IX-1937; DP 655; NS 337.
50. Carta Ap. Inclytam ac perillustrem, al P. Gillet, General de los Frailes Predicadores,
6-III-1934; NS 332.
51. Respectivamente, Carta Ap. Potiora inter, 20-VII-1926; en AAS, XIX, 86; y Carta Ap.
Exstat Parisiensi, 12-III-1927.
52. Así, el Breve Ap. de 20-VII-1925; NS 582.
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SANTIAGO CANTERA MONTENEGRO, O.S.B.
c. Protectora frente al laicismo y la descristianización
Esta labor de protección sobre la Cristiandad adquiría para Pío XI una
actualidad suma ante los derroteros por los que el mundo se estaba
encaminando en su época y los acontecimientos que, a consecuencia de ellos,
se vivían entonces y cabía prever. Tanto el laicismo más o menos agresivo
desarrollado en muchas de las democracias occidentales y unido al relativismo
liberal que subyacía en la base ideológica de éstas, como el ateísmo militante
comunista impulsado abiertamente desde Moscú y el neopaganismo racial que
el nacionalsocialismo estaba desarrollando en Alemania, se encuentran
bastante latentes en el trasfondo de la encíclica Ingravescentibus malis de 1937,
de la que ya hemos citado varios textos, dedicada a la devoción del Santo
Rosario. El Papa, como se observa pronto en este documento, confiaba a la
eficacia de su rezo el amparo de la Iglesia frente a la creciente descristianización
que amenazaba duramente a la sociedad europea y occidental en general.
Esto, ciertamente, es lo que podemos leer en varios textos de la
mencionada encíclica, como el siguiente: “En nuestros tiempos no son
menores los peligros que amenazan a la religión y a la sociedad civil. Grande
es la negligencia de muchos en el cumplimiento de la ley de Dios, cuando
ésta no es ya conculcada y despreciada; como consecuencia del abandono de
la única norma de la vida, la conciencia cristiana se ha debilitado, la fe se
apaga o se extingue por completo, y hasta la misma sociedad se desmorona
y se socavan sus cimientos. Así podemos apreciar hoy las grandes luchas de
clases entre los poderosos y los menesterosos, que tienen que ganar el pan
con el trabajo cotidiano. En algunas regiones el comunismo ha borrado el
derecho a la propiedad privada. Por otra parte, no faltan quienes, para
restaurar el orden y la autoridad, desprecian la luz del Evangelio, cayendo en
gravísimos errores. A éstos hay que añadir los que se vanaglorian de ser
enemigos de Cristo, despreciando toda religión y arrancando la fe de las
almas; anteponen las leyes humanas a los derechos divinos, hablan despectiva
e irrisoriamente de los bienes celestiales, poniendo toda su felicidad en la
vida presente, e incitan a las turbas para que, con rebeliones sangrientas y
guerras civiles, lleguen a la destrucción de todo orden y autoridad”53.
53. Carta Enc. Ingravescentibus malis, n. 2, sobre el Santo Rosario, 29-IX-1937; DP 656.
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PÍO XI Y LA DIMENSIÓN SOCIAL DE LA REALEZA MARIANA
Nos parece que el párrafo es del todo elocuente para expresar lo que hemos
dicho previamente a su cita. Y cabe resaltar que en él Pío XI viene a reivindicar
el reconocimiento mismo de los derechos divinos por las leyes humanas: esto
es, que las leyes humanas deben inspirarse en el Derecho Natural y en la Ley
de Dios y han de respetar la libertad de la Iglesia. Pero el Romano Pontífice,
como también hemos señalado, lejos de dejarse vencer por la desesperación,
incide en la actitud cristiana de esperanza ante tal situación, singularmente
garantizada por la intercesión mariana: “Aunque sean tantos y tan graves los
males que sufrimos, y tal vez mayores los que nos aguardan [parece que el Papa
predijera la próxima guerra mundial y la siguiente expansión del comunismo,
hechos ambos anunciados en Fátima], no decaiga nuestro ánimo, venerables
hermanos; no perdamos la esperanza y confianza que en sólo Dios debe
cimentarse. El “que sanó a los pueblos y naciones” (Sap 1, 14) no faltará a los
que redimió con su sangre preciosísima; Él no abandonará su Iglesia. Sin
embargo, como advertíamos al principio, pongamos como Patrona y Abogada
a la Santísima Virgen, ya que, como afirma San Bernardo, ‘la voluntad de Dios
es que todo lo obtengamos por María’”54. Y de forma principal indica Pío XI
que, conforme a lo que todos los cristianos saben, el Santo Rosario es la
devoción mariana que ocupa el primer lugar, formada básicamente por el
Padrenuestro (la oración que nos enseñó el Redentor) y el Avemaría (la
salutación angélica), oraciones a las que se une la meditación de los sagrados
misterios de la vida de Cristo y de su Madre55.
Con esta encíclica, el Papa promueve nuevamente entre los fieles el rezo
del Rosario, sobre todo en el mes de octubre que está a punto de comenzar
(la encíclica está fechada el 29 de septiembre), “y este año debe hacerse con
el fin principal de que los enemigos de Cristo, aquellos que rechazaron y
desprecian al divino Hacedor, todos aquellos que pretenden conculcar la
libertad de la Iglesia, los que se rebelan contra todas las leyes divinas y
humanas, humillados y arrepentidos, vuelvan al buen camino por la
intercesión de la Santísima Virgen y alcancen la fe colocados bajo el amparo
y tutela de tan buena Madre. La misma que, vencedora de la herejía
albigense, arrojó el error de los países cristianos, conmovida por nuestras
54. Carta Enc. Ingravescentibus malis, n. 3, sobre el Santo Rosario, 29-IX-1937; DP 657; NS 337.
55. Ibidem, NS 338.
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SANTIAGO CANTERA MONTENEGRO, O.S.B.
fervorosas preces, acabará con los nuevos errores del comunismo, que
pretende penetrar en las naciones católicas. Y como en otros tiempos
pasados la cruz era la enseña de nuestros soldados y la oración [era] la voz
unánime de los pueblos de Europa, así ahora todo el mundo, en las
ciudades, pueblos, aldeas y villas, pida con gran devoción a la Madre de
Dios que sean humillados los enemigos de Dios y del género humano y que
la verdadera luz ilumine a la humanidad angustiada y ofuscada. Si así lo
hacen todos, con gran confianza y encendida piedad, es de esperar el que
muy pronto la Bienaventurada Virgen alcance de su Hijo divino que cesen
las embravecidas olas y que una resonante victoria sea el fruto de tan
laudable práctica”56. Nótese, entre otras cosas, que Pío XI no muestra para
nada ese complejo vergonzante que hoy se siente en los ambientes cristianos
hacia hechos históricos como las Cruzadas; incluso llama a los cruzados
“nuestros soldados”. Este Papa de ideas claras y de palabras contundentes
ofrece una valentía de la que estamos muy necesitados en nuestros días.
En fin, cabe señalar que, en los primeros años de su Pontificado, favoreció
con varios documentos el culto mariano a Nuestra Señora del Rosario en el
Valle de Pompeya, a partir de la celebración del 50º aniversario del comienzo
de la devoción surgida allí, y en alguna ocasión fue vista como el triunfo del
cristianismo y singularmente de la Santísima Virgen en un lugar que en la
Antigüedad había sido un punto neurálgico del paganismo y de la
inmoralidad57. Por lo tanto, ahora era todo un símbolo para el mundo
occidental que parecía reorientarse hacia el alejamiento de Dios.
d. Reina y Patrona de las Patrias
Al igual que otros Papas, Pío XI no dejó de tener presente el recurso
tradicional de los pueblos a la protección de la Santísima Virgen sobre la
diversidad de las Patrias de Europa y del mundo entero. El patriotismo es
56. Carta Enc. Ingravescentibus malis, n. 5, sobre el Santo Rosario, 29-IX-1937; DP 659;
NS 340-342.
57. Carta Dum mirifice, en el 50º aniversario del culto a Nuestra Señora del Rosario en el Valle de
Pompeya, 11-IV-1925; en AAS XVII, 188. Breve, 20-VII-1925. Const. Ap. Beatissimae
Virginis, 8-V-1926, convirtiendo en prelatura nullius la iglesia de Nuestra Señora del Valle de
Pompeya; en AAS XVIII, 403. S. Penit. Apost., 15-XI-1927. S. Penit. Apost., 18-III-1932.
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PÍO XI Y LA DIMENSIÓN SOCIAL DE LA REALEZA MARIANA
en sí mismo una virtud derivada de la piedad filial, del cuarto
mandamiento de la Ley divina, y así lo enseña la Doctrina Social de la
Iglesia. Juan Pablo II, que recalcaría esto, incluso hablaría de una “teología
de la patria” o “teología de la nación”58.
Casi al inicio de su Pontificado, Pío XI recordó el afecto tan profundo
que los Pontífices Romanos habían venido teniendo desde antiguo a
Francia y señaló que Benedicto XV se interesó de todo corazón por el bien
de esta Patria, de manera singular “cuando últimamente nuestros
venerables hermanos, los cardenales, arzobispos y obispos de Francia le
pidieron unánimemente y con ansia [...] que proclamase a la Virgen María,
asunta al Cielo, como Patrona principal de la nación francesa, y como
segunda Patrona a Santa Juana, doncella de Orleáns, nuestro predecesor
estaba conforme con tan piadosos anhelos. La muerte, sin embargo, vino a
poner término a sus planes. Pero Nos, que por beneplácito divino hemos
sido llamados a ocupar la Cátedra del Príncipe de los Apóstoles, con sumo
gusto hacemos nuestros los deseos del muy sentido predecesor y
decretamos, haciendo uso de nuestra suprema autoridad, lo que
consideramos ha de ser fuente de bien y prosperidad para Francia. Un
adagio antiguo atestigua que “el reino de Francia” es el “reino de María”.
Y con razón. Desde los albores de la Iglesia hasta nuestros días, nombres
como Ireneo de Lyon, Hilario de Poitiers, Anselmo, que pasó a Inglaterra
como arzobispo, Bernardo de Clairvaux, Francisco de Sales y otra
muchedumbre de santos doctores han cantado a María logrando que la
devoción a la Virgen Madre de Dios echase hondas raíces en el suelo
francés. Es un hecho comprobado por la historia que la doctrina sobre la
Concepción Inmaculada de la Virgen era admitida ya desde el siglo XIII
en la célebre Universidad de la Sorbona”59.
En la misma carta apostólica, el Papa continúa diciendo que “la antigua
devoción del pueblo a la Virgen ha quedado igualmente reflejada de un
modo patente en los monumentos sagrados”: en las treinta y cuatro
catedrales dedicadas a la Virgen y en las peregrinaciones marianas, de las
que destacan singularmente las de Lourdes. “La misma Virgen María,
58. JUAN PABLO II, Memoria e identidad. Conversaciones al filo de dos milenios, Madrid 2005, p. 90.
59. Carta Ap. Galliam Ecclesiam filiam, 2-III-1922; NS 276-277.
ScrdeM
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SANTIAGO CANTERA MONTENEGRO, O.S.B.
tesorera de todas las gracias, parece haber querido testimoniar y confirmar
personalmente la devoción del pueblo francés mediante reiteradas
apariciones”60.
Pío XI incide además en la piedad abierta y oficial de los monarcas hacia
la Santísima Virgen: “Más aún; las personas ilustres y los jefes de Estado han
tenido a gala durante mucho tiempo afirmar y defender esta devoción a la
Virgen”; en efecto, recuerda que Clodoveo levantó la iglesia de Nuestra
Señora sobre las ruinas de un templo druídico y que su hijo Childeberto
culminó las obras; Carlomagno le dedicó además muchos templos, los
duques de Normandía declararon a María “Reina de la nación”, San Luis IX
recitaba diariamente el Oficio de Beata, Luis XI cumplió su voto de
construir en Cléry un templo mariano y, “en fin, Luis XIII consagra a María
el reino de Francia y manda que todos los años, en la festividad de la
Asunción, se celebren en las diócesis francesas solemnes funciones, cosa que
todavía sigue practicándose”61.
Pero, además de todo esto, el Papa no olvida a una figura señera de la
historia francesa como es Santa Juana de Arco, afirmando la clara intercesión
mariana a su favor con la finalidad de proteger a esa nación: “Nadie pone en
tela de juicio que la misión de salvar a Francia, recibida y cumplida por la
Doncella de Orleans, inscrita en el catálogo de los santos por nuestro
predecesor, se llevó a cabo bajo los auspicios de la Virgen”, pues desde un
principio se puso bajo su patrocinio para acometer su misión y “aconsejada
por el cielo estampó sobre su glorioso estandarte, junto al nombre de Jesús,
Rey de Francia, el de María”, y murió en la hoguera pronunciando estos dos
santos nombres. Por eso el Papa, ante las súplicas recibidas y después de
consultar el parecer de los cardenales encargados de los Ritos, motu proprio,
tras madura deliberación y con conocimiento de causa, declara y confirma
“que la Virgen María Madre de Dios, bajo la advocación de su Asunción a
los cielos, ha sido constituida principal Patrona de toda Francia, gozando de
todos los honores y privilegios que tal título y dignidad implican”,
y reconoce a santa Juana de Arco como segunda Patrona62.
60. Carta Ap. Galliam Ecclesiam filiam, 2-III-1922; NS 278.
61. Ibidem, NS 279.
62. Ibidem, NS 280.
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PÍO XI Y LA DIMENSIÓN SOCIAL DE LA REALEZA MARIANA
Unos años después, en 1927, Pío XI animaría la celebración del
Congreso Mariano de Chartres, que “fue tenida en Francia desde muy
antiguo como una ciudad netamente mariana y a la que los fieles de todas
las partes de la nación acudían en peregrinación. Son tantos y tan
manifiestos los documentos que hablan de vuestra vieja devoción a la
celestial Patrona que un escritor eclesiástico ha podido formular con toda
exactitud: ‘Reino de Francia, Reino de María’”63.
Y un decenio más tarde, nuevamente tendría presente este Papa que
“hace trescientos años, la nobilísima nación de los galos se puso bajo la
protección y dominio de la Madre de Dios. Y si el nombre ínclito de una
reina terrestre que se muestra benigna, mansa y espléndida con sus vasallos,
perdura glorioso durante varias generaciones, ¿con qué fervor, con qué
veneración, con qué obediencia han de celebrar los galos a la Señora del
cielo y de la tierra, que, en el palacio celestial, junto a su hijo, nuestro
Redentor y Rey vestido de oro, administradora de las gracias celestiales,
derrama sobre su patria tantos dones de misericordia y de clemencia, cuya
afluencia no puede secarse, porque el amor de donde fluyen no puede
entibiarse?”64. Entonces, en 1937, concedió a Francia y a sus colonias un año
jubilar (del 31 de agosto de 1937 al 15 de agosto de 1938) para
conmemorar aquel hecho histórico al que aludía: la consagración de dicha
nación a la Asunción de María por el rey Luis XIII.
Pero, si es bastante abundante esta documentación de Pío XI en relación
con el patrocinio mariano sobre Francia, también encontramos varios textos
tocantes a la advocación de la Santísima Virgen como Reina y Patrona de
otras patrias europeas. Así, en 1931 erigió en catedral la iglesia de la “Gran
Señora de los Húngaros”, en Szeged65, y en 1936 ensalzó a la Inmaculada
como Patrona de Portugal66. Por otro lado, en la encíclica Ingravescentibus
malis de septiembre de 1937, que hemos comentado de forma importante
en este trabajo por sus referencias al tema que aquí abordamos, termina
lamentándose de cierto escrito injurioso hacia la Santísima Virgen,
63. Carta Ap. Cum feliciter, al cardenal Dubois, 18-V-1927; NS 286.
64. Carta Laetanti animo, 7-IX-1937; DP 654.
65. Const. Ap. Per apostolicas, 19-VI-1931; AAS XXIII, 428.
66. Carta Ap. Litteris apostolicis, 25-V-1936; AAS XXVIII, 397.
ScrdeM
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SANTIAGO CANTERA MONTENEGRO, O.S.B.
aparecido en una patria tan hondamente católica como Polonia: por este
motivo, el Papa quiere tributar la debida reparación a tal ofensa y lo hace
“juntamente con los obispos y el pueblo de aquella nación que venera a
María como ‘Reina del reino de Polonia’”67.
Por supuesto, el patrocinio mariano es invocado por todos los católicos del
mundo sobre sus respectivas patrias. Por eso hallamos también entre los
documentos de Pío XI algunos dedicados a afianzar este aspecto en diversas
naciones del mundo, sobre todo del ámbito luso-hispánico: en efecto,
proclamó a Nuestra Señora de la Concepción Aparecida como Patrona
principal del Brasil en 193068, a Nuestra Señora de Luján como celestial
Patrona de la República Argentina, del Uruguay y del Paraguay en el mismo
año69, y a la Santísima Virgen María de Guadalupe como celestial Patrona de
las Islas Filipinas en 1935, atendiendo expresamente las peticiones venidas de
los propios filipinos70. Cabría añadir a todo ello la declaración del patrocinio
mariano sobre ciertas poblaciones y diócesis del orbe: Nuestra Señora de la
Guardia como Patrona de Borghetto S. Spirito (en la diócesis de Albenga,
Italia)71; la Santísima Virgen, Patrona principal del vicariato apostólico de
Kirin72; Nuestra Señora de las Nieves, Patrona principal de la diócesis de
Reno, en el Estado de Nevada (Estados Unidos)73; Nuestra Señora Reina de
todas las gracias, del monte Filerimos, Patrona de la archidiócesis de Rodas74;
y Nuestra Señora del Lago, Patrona principal de la diócesis de Bertinoro75.
e. Modelo para la familia
Al celebrar el XV centenario del Concilio de Éfeso, Pío XI recuerda
también que como Romano Pontífice ha defendido la dignidad y la
santidad del matrimonio contra las falacias más agresivas de diverso género
67. Carta Enc. Ingravescentibus malis, n. 7, sobre el Santo Rosario, 29-IX-1937; DP 662; NS 343.
68. Carta Ap. Ab archiepiscopo, 16-VII-1930; AAS XXIII, 7.
69. Carta Ap. Argentinae reipublicae, 8-IX-1930; AAS XXIII, 156.
70. Carta Ap. Romani pontifices, 16-VII-1935; DP 648.
71. Carta Ap. Oppidi cui nomen, 24-VIII-1930; AAS XXIII, 154.
72. Carta Ap. Plane compertum, 2-II-1932; AAS XXIV, 266.
73. Carta Ap. Refert ad Nos, 26-VIII-1933; AAS XXVI, 224.
74. Carta Ap. Rhodiensis archidioecesis, 4-X-1933; AAS XXVI, 545.
75. Carta Ap. Cum brictinoriensis dioecesis, 5-III-1935; AAS XXVII, 366.
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La Coronación de la Virgen. (Fray Angélico). Museo de San Marcos, Florencia.
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que en los tiempos recientes han tratado de manchar su pureza. Efectivamente,
lo hizo con la encíclica Casti connubi de 31 de diciembre de 1930 y en otras
intervenciones. Tiene presente asimismo que ha reivindicado con la mayor
fuerza los derechos de la Iglesia sobre la educación de la juventud (encíclica
Divini illius Magistri, 31 de diciembre de 1929). Y las enseñanzas sobre ambos
aspectos “tienen en los oficios de la divina Maternidad y en la Sagrada Familia
de Nazareth un maravilloso ejemplo digno de que todos lo imiten”76. Por eso,
recordando que León XIII había propuesto a la Santísima Virgen y a San José
como modelos para los padres de familia, advierte que “es particularmente
oportuno que, sobre todo, aquellas madres de nuestro tiempo que, aburridas
de la prole y del vínculo conyugal, han envilecido y violado los deberes que se
habían impuesto, levanten sus ojos a María y seriamente mediten la excelsa
dignidad a que la Virgen elevó el gravísimo deber de las madres. Sólo así podrá
esperarse que, ayudadas por la Reina del cielo, se avergüencen de la ignominia
en que han hecho caer el santo sacramento del matrimonio y se animen
saludablemente a conseguir con todo esfuerzo los admirables méritos de sus
virtudes. Y cuando esto suceda, según nuestros deseos; cuando la sociedad
doméstica −principio fundamental de toda sociedad humana− se restaure
conforme al modelo de esta santidad, entonces por fin podremos, sin duda,
afrontar y remediar el espantoso cúmulo de males que padecemos. Así
acontecerá que “la Paz de Dios, al cual sobrepuja a todo entendimiento,
custodie los corazones y las inteligencias de todos” (Phil 4, 7); y que el
deseadísimo reino de Cristo se restablezca finalmente en todas las partes
mediante la mutua unión de fuerzas y voluntades”77.
Por lo tanto, el camino hacia el reinado social de Jesucristo pasa a través
de la restauración de la familia cristiana por la intercesión de Santa María,
Reina del Cielo y modelo para las madres.
De una manera muy especial, y al igual que otros muchos Papas, Pío XI
trató de promover el rezo tradicional del Santo Rosario en familia, pues la
familia es la célula fundamental de la sociedad humana. Tal vez donde más
insistió fue en el documento que a esta devoción dedicó de cara al mes de
octubre de 1929, es decir, la ya citada encíclica Ingravescentibus malis, donde
76. Carta Enc. Lux veritatis, 25-XII-1931; DP 635; NS 312.
77. Ibidem, NS 314-315.
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exhortó de la siguiente manera: “Y de un modo particular deseamos que los
padres y madres de familia den a sus hijos ejemplo en esta santa práctica del
Rosario; y cuando ya al anochecer vuelven todos de sus trabajos y negocios,
en el recinto de la casa y delante de una imagen de la celestial Madre todos
reunidos, y presidiendo los padres, con una sola voz, una fe y un solo
corazón, recen el Santo Rosario [...]”78. Como se observa, tiene presente la
idea expresada en esa famosa sentencia que afirma: “la familia que reza
unida permanece unida”. Y por eso añade que a todos los jóvenes esposos
que le visitan les entrega siempre un rosario y les anima paternalmente a no
dejar de rezarlo ni un día, aun a pesar de que puedan encontrarse muy
fatigados por los diversos cuidados y trabajos.
Pero ya algo antes encontramos una exhortación semejante cuando
escribió a los frailes dominicos con motivo del séptimo centenario de la
canonización de su fundador: “Muy encarecidamente recomendamos
también Nos esta forma eficacísima de oración en la que continuamente se
medita la fructuosa Redención del Señor acarreándonos además el favor de
la Reina del Cielo. De todo corazón deseamos que se conserve
religiosamente o se restablezca la práctica, tan honrosa entre nuestros
mayores, de rezar diariamente en las familias cristianas el Santo Rosario”79.
f. Influencia mariana en otros aspectos del orden social
Aunque no profundiza mucho en ello, Pío XI deja ver que la Santísima
Virgen también ejerce su influencia en ciertos aspectos de la vida económicosocial, fundamentalmente en el sentido de estimular las virtudes de justicia y
caridad que han de regir de manera principal las relaciones propias de tal orden.
Así, después de señalar los daños derivados de la creciente lucha de clases, de la
extensión del comunismo y de las reacciones equivocadas que para evitar la caída
en él acaban recurriendo a otros sistemas que reniegan asimismo del Evangelio,
considera la fuerza positiva que tiene el rezo del Santo Rosario para estimular
las virtudes conducentes a la mejora de las condiciones sociolaborales.
78. Carta Enc. Ingravescentibus malis, n. 7, sobre el Santo Rosario, 29-IX-1937; DP 661.
79. Carta Ap. Inclytam ac perillustrem, al P. Gillet, General de los Frailes Predicadores,
6-III-1934; NS 333.
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Ciertamente, “el Santo Rosario, no solamente es arma para derrotar a los
enemigos de Dios y de la religión, sino que además promueve y fomenta las
virtudes evangélicas”: reanima la fe católica, eleva el entendimiento para el
conocimiento de las verdades reveladas, hace revivir la esperanza teologal y lleva
nuestros deseos hacia la consecución de los bienes eternos, superando el deseo
de las cosas terrenas que aprisiona tantos corazones y que es sin duda la causa de
muchos males sociales. En fin, contribuye a resucitar la virtud de la caridad en
los cristianos, primero hacia Dios, pero “de esta caridad para Dios nacerá un
intenso amor al prójimo al considerar cuántos trabajos y dolores padeció Cristo
para retornar a la herencia perdida a todos los hombres”80.
Por otro lado, entre “las excelencias y utilidad del Rosario”, éste ha de
servir para conservar la pureza de la juventud, proporcionar la paz y el
descanso de los ancianos en sus trabajos y negocios, alcanzar el consuelo a
los atribulados y ser estímulo para los miembros de la Acción Católica en
sus labores de apostolado81.
4. Conclusiones
En 1936 se puso la primera piedra de la catedral de Port-Said, en el
Canal de Suez, que habría de estar dedicada a “María, Reina del
Universo”. Al año siguiente fue consagrada y, con este motivo, Pío XI
envió como regalo un collar de oro y perlas y permitió añadir a las letanías
lauretanas la invocación Regina mundi, ora pro nobis. El Papa era
plenamente consciente del rumbo que estaba tomando la situación
universal: un alejamiento creciente respecto de Dios y de los valores del
Evangelio, que indudablemente conducía a una catástrofe global, cual
sería la II Guerra Mundial. Y ante esta perspectiva dramática, que él pudo
ir vislumbrando a lo largo de su Pontificado, comprendió que el recurso
mejor que podían tener los cristianos era afirmar la soberanía de
Jesucristo sobre todas las realidades del hombre e invocar a María como
intercesora segura y eficaz.
80. Carta Enc. Ingravescentibus malis, n. 6, sobre el Santo Rosario, 29-IX-1937; DP 660.
81. Ibidem, n. 7, sobre el Santo Rosario, 29-IX-1937; DP 661.
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Ya desde el inicio de su gobierno al frente de la Iglesia, expresó una
intención que cumplió a lo largo de todo él: “Nos place conciliarnos el amor
de la Madre nutricia de Dios, a la que desde niño queremos intensamente,
con esta prueba de piedad, y comenzar nuestro Pontificado bajo su
protección. [...] La Virgen ama a los que la aman, y nadie puede esperar
confiadamente su ayuda en la muerte si en la vida no se iniciare en su
amistad, ora evitando la culpa, ora haciendo algo que ceda en su honor”82.
Esto mismo lo recordaría unos años más tarde al señalar que “desde el inicio
de nuestro Pontificado, nuestra mirada y nuestro corazón fueron puestos en
la dulcísima Virgen, única esperanza de común salvación, y no hemos
cesado de exhortar a los fieles, cuantas veces se ofrecía la ocasión, a que
constantemente tratasen de acrecentar su culto”83.
Por lo tanto, Pío XI confió desde el principio en la eficacia de la
intercesión mariana en pro de las diversas necesidades personales, de las
diferentes facetas de la vida del hombre y de la situación sociopolítica de
cada nación y del universo entero; estaba seguro del papel de María como
Abogada de los hombres ante Dios, tanto en el orden sobrenatural como en
las rectas peticiones que se le hicieran referentes a lo temporal.
Por eso, en sus documentos encontramos expuesta una doctrina sobre la
dimensión social de la Realeza mariana. No la presenta de manera
sistemática como sí lo hace en el caso de la Realeza de Nuestro Señor
Jesucristo: en efecto, sería su sucesor Pío XII quien dedicara ya
expresamente una encíclica a la Realeza mariana y a su dimensión social,
aspectos sobre los cuales también incidiría en otros textos más. Pero en el
caso de Pío XI hallamos no pocos paralelismos entre su exposición de la
Realeza de Cristo y las referencias a la de María Santísima.
Desde luego, la Maternidad divina es el fundamento de la Realeza de la
Virgen, al igual que el de todos sus privilegios, y su Maternidad espiritual
sobre los hombres es la razón sobre la que se asienta la dimensión social de
dicha Realeza. Ésta es propiamente de orden espiritual y sobrenatural, pero
tiene, en efecto, una proyección sobre las realidades temporales, no sólo en
82. Carta Petis tu quidem, 18-III-1922; DP 572.
83. Carta Ap. Cum feliciter, al cardenal Dubois, 18-V-1927; NS 286.
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la faceta personal de cada hombre, sino también en la social. María no ha
dejado de velar a lo largo de los siglos sobre la Iglesia, procurando su
protección frente a los peligros que la han venido acechando desde el
exterior y desde el interior; ha sido la protectora de la Cristiandad incluso
en no pocas batallas militares y ha de ser invocada especialmente para que
se detenga o se aminore el proceso de descristianización de la civilización,
creciente ya en tiempos de Pío XI, por impulso del laicismo en diversas
vertientes. A María se recurre también como Reina y Patrona de las Patrias
del mundo, como Reina de la familia (y la familia es la célula básica de la
sociedad), y como modelo en el que es posible fijarse para desarrollar las
virtudes que garanticen la justicia y la caridad en el orden de lo social y
laboral.
En fin, hoy los católicos tenemos con frecuencia la tentación de querer
agradar al mundo que nos rodea, a una sociedad que ha optado por una
“apostasía silenciosa”, según dijera Juan Pablo II84. Nos asusta sin duda el
laicismo combativo, pero no pocas veces sucumbimos a su acometida
procurando ciertas fórmulas conciliatorias que en realidad nos sitúan en una
posición de mayor debilidad e inseguridad por la confusión doctrinal que
conllevan. En mi pobre opinión, creo que es mucho más adecuado descubrir
qué es lo que dijeron los Papas de tiempos aún bastante recientes a nosotros,
quienes en medio de un mundo que se apartaba de Dios a pasos a veces
agigantados, no dudaron en afirmar la soberanía de Jesucristo sobre todas
las realidades y en recurrir a María, cuya Realeza admiraron no sólo en la
dimensión sobrenatural, sino también en su extensión sobre la vida social
del ser humano. Esto es lo que se ha tratado de ofrecer en este pequeño
trabajo para el caso de Pío XI, descubriendo en la Santísima Virgen a la
Reina a la que han invocado como tal generaciones y generaciones de
cristianos a lo largo de los siglos.
Santiago CANTERA MONTENEGRO, O.S.B.
ABADÍA SANTA CRUZ DEL VALLE DE LOS CAÍDOS
84. JUAN PABLO II, Ecclesia in Europa. Exhortación apostólica postsinodal sobre Jesucristo vivo en su
Iglesia y fuente de esperanza para Europa, 28 de junio de 2003, n. 9.
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