De la educación y desarrollo espiritual del niño

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DE LA EDUCACIÓN Y DESARROLLO ESPIRITUAL DEL NIÑO1
Han transcurrido varios meses desde que, estudiando las fuerzas espirituales de
los niños, sosteníamos en estas mismas crónicas que los llamados defectos de carácter de
los pequeñas seres encomendados a nuestra dirección y guía, no son otra cosa que
gérmenes del bien que existen en su alma y que, mal desarrollados, pueden convertirse
en daño moral en muy corto plazo.
Las tendencias de la ciencia pedagógica moderna se inclinan a un minucioso
estudio y desarrollo psicológico del niño apoyándose, consciente o inconscientemente,
en esta verdad que Goethe señaló de manera tan rotunda y categórica, declarando que
casi todos los defectos de las almas nuevas son “la cáscara que encierra el germen del
bien”. Nosotros vamos más lejos aún, opinando que son el gérmen mismo de la bondad
y que
el mal no existiría en el alma humana si cruel y despiadadamente no
corrompiéramos esa semilla, si no torciéramos la inclinación
y arrancáramos las
manifestaciones de la divina esencia con una mal entendida y excesiva represión o con
nuestra falta de tacto, de paciencia y de saber. Cierto que así como el cuerpo, bien por
accidente, bien por causas hereditarias nace a veces falto de fuerza y requiere un
tratamiento espacial que le vigorice, el espíritu puede ser de condición tan enfermiza que
precise fortificarle con medidas artificiosas; pero lo general y corriente es que en el niño
todo sea perfecto y que, tanto corporal como, espiritualmente, nazca a la vida con la
capacidad necesaria para desarrollarse plenamente y cumplir su misión en el mundo; de
modo que no hace falta reprimir violentamente, sino encauzar; no desarraigar de cuajo,
sino fortalecer, y que así como nuestra ignorancia e incomprensión son muchas veces
causa de que el niño pierda la salud física, nuestra aspereza y falta de visión malogran en
ocasiones su fuerza espiritual.
Si lo primero que inculcáramos en él niño fuera la conciencia del bien que lleva
en sí y el conocimiento de su propio vigor; si así como le enseñamos que su cuerpecito se
sostiene naturalmente y sin esfuerzo sobre sus pies menudos, le mostráramos que su
espíritu descansa sobre impulsos natos que son fuerzas que le ayudarán a guardar su
equilibrio moral, desarrollaríamos de manera bien sencilla y eficaz la confianza en sí
mismo, tan necesaria al crecimiento sano y perfecto. Pero nos empeñamos en atemorizar
su espíritu, en hacerle creer que lo que emanan de su voluntad y su conciencia es malo, e
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El Sol, “De la educación y desarrollo espiritual del niño”, 19 de mayo de 1919, p.2
impedimos que aproveche las fuerzas latentes con que está dotado y que pudieran orientar
y guiar su voluntad y vigorizar su carácter el día de mañana.
En crónicas sucesivas trataremos de estudiar cuáles son las fuerzas espirituales
que nacen con el riño y que aún no hemos tenido ocasión de señalar.
BEATRIZ GALINDO
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