¿QUÉ CONFLICTOS ÉTICOS SE PLANTEAN EN LA TERMINALIDAD? Dr. Xabier Ibarzabal Aramberri ¿Qué conflictos éticos se plantean en la terminalidad? Las cuestiones éticas que se plantean al final de la vida son diversas entre otras razones, porque cada vez se presenta este problema con más frecuencia y se anima a las personas a ir tomando decisiones sobre algo que tradicionalmente ha estado dirigido o controlado por la sociedad y la comunidad. De una cierta naturalidad al morir se ha pasado a una mayor sofisticación y complejidad. Algunas de estas preocupaciones tienen que ver con la libertad de las personas y su poder de decisión ante retos en los que antes nada o poco tenía que decir. La Bioética ha ayudado a que valoremos esa autonomía como algo decisivo, incluso al final de la vida. PARADIGMAS DE LA MEDICINA ACTUAL Aún a riesgo de no citar algunos hitos importantes de la medicina moderna quisiera señalar algunos de los más significativos. DESARROLLO TECNOLÓGICO ACTUAL El nacimiento de la diálisis renal, de los avances en la reanimación cardiopulmonar y la introducción de los criterios de muerte cerebral de Harvard dieron paso a los trasplantes o las unidades de medicina intensiva pediátrica, que revolucionaron la asistencia sanitaria. Con estas innovaciones se prolongó la vida, se evitaron muertes precoces y creció el número de enfermos crónicos de larga duración, realidad poco conocida hasta hace unas décadas y aparecieron otros motivos de debate: la futilidad en los tratamientos médicos (su utilización máxima en situaciones especiales) nacida al calor de las órdenes de no-resucitación cardiopulmonar y el de la proporcionalidad de las intervenciones médicas. Cuantificar y medir los éxitos y fracasos de sus intervenciones se convirtió en una nueva cualificación moral, prestigiada y aceptada que cambió el precepto de la medicina científica por el cual el científico (médico), en posesión del conocimiento, podía definir la verdad científica sin tener necesidad de dar cuenta de los valores implícitos existentes en los hechos científicos. Pronto hubo que recapacitar sobre esta cuestión debido a que los enfermos y sus familias exigían tener en cuenta sus valores particulares. Lo que unos entendían como correcto otros no lo aceptaban igual. 75 Xabier Ibarzabal Aramberri LA CONTRIBUCIÓN DE LOS LEGISLADORES Los legisladores de los años setenta colaboraron de manera indirecta en esta nueva comprensión y orientación de la medicina. Señalo un hecho poco conocido que me impresionó cuando lo descubrí. En los EE. UU., y como reacción a la escasa alimentación que recibían los ancianos de las residencias, el Senado Norteamericano1, el Medicare y el Medicaid adoptaron diversas medidas para castigar a sus responsables. La consecuencia no deseada de este escándalo social resultó ser la implantación generalizada de sondas de alimentación o gastrostomías en los pacientes incapaces, especialmente demenciados. La cuestión que hoy nos preocupa como un debate ético al final de la vida, incluso virulento, comenzó así por un asunto de vulneración de derechos humanos y no como un problema ético ni científico. Todavía hoy la polémica continúa y el propio Juan Pablo II2 se ha dirigido al colectivo médico pidiendo que se mantengan la alimentación e hidratación a los pacientes en estado vegetativo persistente (EVP) por cualquier medio. LA IRRUPCIÓN DE LA AUTONOMÍA EN LA RELACIÓN SANITARIA En este apartado me interesa señalarles algunas cuestiones concretas y prácticas sobre la autonomía en el final de la vida. Hace ya algunos años, la aprobación en California de las PSDA (Patient Self Determination Act) fue un primer paso a lo que con posterioridad se ha conocido bajo diversas denominaciones: Testamentos Vitales (Living Will), los Poderes de Subrogación o la Planificación de Voluntades Anticipadas. Su objetivo, conocer las preferencias de las personas en materia de salud, se constituyó en una auténtica novedad para la relación médico-enfermo, aunque en realidad no se apoyaba en ningún conocimiento empírico suficiente, ni en manifiestos deseos de realizarlas. A partir de ahí la resolución de algunos problemas del final de la vida consistiría en seguir un nuevo poder legitimado socialmente, en el acatamiento a las nuevas leyes que conferían a la persona un poder desconocido hasta entonces. A través de la técnica se sustituyó una vieja tradición por otra con el nacimiento de una nueva forma de contractualización de la relación sanitaria. 76 ¿Qué conflictos éticos se plantean en la terminalidad? LA MEDIACIÓN TECNOLÓGICA-IMPRESCINDIBLE EN LA RELACIÓN MÉDICO ENFERMO La nueva relación médico-paciente, un cambio absolutamente original en la historia de la medicina, se realizará de ahora en adelante a través de intermediarios tecnológicos (electrocardiograma, ecografía, nuevas determinaciones analíticas, tests genéticos, TAC o la RMN) que señalarán el camino correcto para llegar a una nueva definición de la enfermedad, y quizás también de la salud. Una batería de medios que se pone al servicio de la nueva medicina, esta es otra novedad, se interpondrán entre el médico y el enfermo que ya no aportará solamente la subjetividad de sus síntomas para determinar que está mal sino la objetividad de unas determinaciones que permitirán al médico delimitar con más precisión la nueva definición de enfermedad. Hofmann3 ha sugerido que la tecnología se convierte con los años en un nuevo agente etiológico de la enfermedad. A partir de ahora una alteración en el EKG –asintomática para el hombre– puede representar la necesidad de un marcapasos, el aumento de volumen de la cavidad ventricular, mostrar una hipertensión arterial asintomática pero sí objetiva para el médico, y una imagen radiológica irrelevante, hacernos sospechar en una grave enfermedad. El médico pasa a confiar en esos datos, en esas ideas, que poco a poco y parafraseando a Ortega4 las convertirá en creencias firmes. Se apoya, por fin, en algo sólido que tranquiliza al enfermo quién comprueba que lo que dice el médico es verdad. Me viene a la memoria la confianza y el respeto que al Dr. García del Río, un médico donostiarra, le inspiraba en 1950 la implantación de la penicilina en nuestra ciudad. Su temor a posibles efectos secundarios y sus recomendaciones contrastan con la facilidad con la que dispensamos hoy los antibióticos. La tecnología médica nos ayuda ahora a detectar el mal antes que la enfermedad se exprese, cuando todavía se está a tiempo de actuar, antes de que sea demasiado tarde o irremediable. La clínica tradicional pierde validez a favor de la tecnología. Una nueva confianza en la medicina había nacido y de la implantación de una nueva técnica a la rutina hay poco trecho que recorrer. Nos lo demuestra el proceder médico en el San Francisco VA Medical Center5 durante el año 2002. En este hospital –reconocido como modelo en calidad por el IOF de EEUU– llevó a cabo un estudio 77 Xabier Ibarzabal Aramberri para la detección precoz de cáncer de colon en 229 personas mayores de 52 años que resulta revelador sobre cierta mentalidad del proceder en algunas instancias de la medicina actual. Las pruebas a realizarse incluyeron la detección de sangre oculta en heces y otras más agresivas como la sigmoidoscopia. El 35% de las personas seleccionadas fueron mayores de 75 años y un 24% con comorbilidad acompañante, una de 89 años de edad con una Enfermedad de Alzheimer avanzada (MMS 7/30); un hombre de 94 años con un cáncer avanzado de próstata y otro que se hallaba en fase final de su insuficiencia renal en diálisis y amputado de una pierna. Los investigadores sólo excluyeron a los diagnosticados de cáncer de hígado, esófago o páncreas, los que acreditasen un documento médico con una expectativa de vida de 6 meses o estuviesen enrolados en un programa Hospice. Mi lectura es que la tecnología camina sola en ocasiones, se ha convertido en autónoma y no respeta otras circunstancias. No sólo el hombre va ganando en autonomía, sino que el diagnóstico a través de la tecnología adquiere también un protagonismo nuevo, insospechado, su particular autonomía. Se trata del resultado final, hasta el momento, de la medicina positivista iniciada a finales de siglo XIX, fortalecida a partir de la segunda mitad del siglo XX y que no ha hecho sino crecer hasta nuestros días. La medicina se convertía finalmente en ciencia pura como lo soñaron Bacon y Huxley6, ciencia aplicada carente de valores. REPERCUSIONES PARA EL FINAL DE LA VIDA Este nuevo escenario médico encontró pronto fácil campo de abono. El avance y peso de la tecnología en las decisiones sobre la salud vino a dar razón a cierta ilusión humana que nos recuerda aquello que Martin Heidegger creía ver en la muerte: sí es una amenaza real, resulta inevitable; pero si seguimos la contemplamos alejada de nosotros. Una amenaza vista por el hombre como no del todo cierta, como si la muerte no se hallara en nosotros ni formara parte de la vida7. Hace ya unos años Sigmund Freud8 escribió que: Admitimos la muerte y decimos que es un desenlace natural ... que había que estar preparado para ella ... Pero, en realidad, solíamos conducirnos como si fuera de otro modo. El final existe y la muerte 78 ¿Qué conflictos éticos se plantean en la terminalidad? es insoslayable, pero su procedencia es ajena a nosotros. La tecnología, además de todas sus ventajas evidentes, ha venido a reforzar el peso e importancia de esta ilusión humana, como señalaba Lucrecia Rovaletti recordando al pensador alemán: el error del biologismo es no haber comprendido que el cuerpo del hombre es algo esencialmente distinto al de un organismo animal9. En ayuda de esta ilusión el hombre cuenta a partir de ahora con la inestimable colaboración de la nueva profesión médica surgida después de las catástrofes humanas que representaron los conflictos internacionales del pasado siglo; una profesión que necesitaba reconciliarse con las demandas de la nueva sociedad. Ya se habían resuelto, o estaban en camino de hacerlo las enfermedades infecciosas y se habían producido mejoras importantes en la anestesia y cirugía que eran gratificantes para el hombre. La plaga de la mortalidad infantil comenzaba a controlarse y la preocupación por una adecuada higiene pública empezó a dar sus frutos. La Medicina empezó a ofrecer soluciones a los eternos problemas, a las grandes cuestiones de la vida y la muerte –anticoncepción y fecundación in vitro– por una parte, y a aplazar la muerte a través de numerosos medios de soporte vital (diálisis, trasplantes, marcapasos, resucitación cardiopulmonar) con un mayor desarrollo de la oncología y cirugía. Quería desentrañar sus secretos y presentarlos a la sociedad como manejables para el ser humano, hacerlos comprensibles y, en última instancia controlables por el hombre. Para lograrlo era preciso la colaboración de la investigación, la evidencia: incrementar la proporción de pacientes en la investigación humana, promocionando el rol de la investigación, ... un mayor esfuerzo en ayudar a comprender al público la naturaleza de la investigación humana10. Una evidencia palpable que justificara la gran necesidad de investigación. Aquello que nadie se atrevería a juzgar. A pesar de que muchas de las novedades como los marcapasos y trasplantes resultaron fructíferos, los riesgos de yatrogenia frecuentes en algunos de los nuevos tratamientos y los costos cada vez mayores de la medicina experimentaron unos incrementos imparables que han llegado a cuestionar la continuidad de los servicios. Los estándares11 técnicos médicos dispensados a los pacientes durante los últimos 6 meses de vida en los mejores hospitales de EEUU siguen siendo divergentes entre sí pese a disponer de similares tecnologías. 79 Xabier Ibarzabal Aramberri ALGUNAS CONSECUENCIAS NO IMAGINABLES NI DESEADAS Con la aplicación tecnológica a los inicios de la vida surgieron consecuencias no previstas. La anticoncepción modificó el futuro de la mujer en la sociedad, impulsó un nuevo hábito sexual desligando a la mujer de la procreación, le orientó a desarrollar su productividad lejos del hogar e influyó decisivamente en la natalidad. La mujer podía decidir, mejor aún, elegir entre procrear o no. La legitimización social del aborto vino a dar razón a este nuevo status de la mujer, a justificar socialmente los nuevos conocimientos. Las personas decidían, por primera vez, sobre el inicio de la vida. Y respecto al final de la vida, nuestra condición de humanos terminales se aplazaba, quedaba en suspenso la finitud humana ya que el hombre podría decidir o elegir por primera vez entre la prolongación de la vida o su despedida definitiva. Sólo sería precisa la habilidad del médico al aplicar diversas técnicas, la voluntad del enfermo y el permiso de la sociedad. La fórmula empleada fue la redacción de formularios sobre Consentimiento informado, Voluntades anticipadas, Planificaciones adelantadas, Living Wills o Poderes de subrogación pero faltaba algo más Era preciso valorar quién podía acogerse a esto y quién no lo podía hacer, separar a las personas competentes de las que no lo eran. La capacidad de decidir del individuo recibió el apoyo de la medicina forense y psiquiátrica de la época que desarrollan nuevas pruebas sobre capacidad y competencia. Con estas herramientas en la mano se podría tener seguridad de que lo que las personas decidieran tendría rango de valor absoluto incluso sin tener en plenitud sus facultades. Era moralmente bueno. Pero ocurre que existen diferentes maneras de entender la capacidad humana. Una de ellas expresa esas potencialidades que las personas tenemos para desarrollar, y otra manera, más racionalista, la que ha imperado, que permite conocer las habilidades [ability] que somos capaces de demostrar en un momento. Son cosas distintas. El avance científico trae otras consecuencias no deseadas como la proliferación de personas con frecuentes descompensaciones y complicaciones nuevas que ingresan repetidamente en los hospitales, que fallecen en lista de espera de trasplantes, un aumento de las demencias y la aparición de enfermos con estado vegetativo persis80 ¿Qué conflictos éticos se plantean en la terminalidad? tente por vez primera en la historia, problemas ante los cuales la medicina no tiene ofertas y poco o nada puede ofrecer. Se termina por derivar estas cuestiones a la sociedad, o en el peor de los casos al individuo. En esta situación en que la tecnología nada puede hacer en la sociedad y la medicina se origina cierta autocrítica sobre que se puede hacer por el bienestar de estos enfermos cuando no se puede curar y surgen los cuidados paliativos, el movimiento Hospice, los Comités de Ética dedicados al estudio y atención al final de la vida. Fue, afortunadamente, un replanteamiento dentro de la manera de hacer medicina, una oxigenación para la medicina. Y, otra coincidencia, este movimiento crítico nació en Norteamérica. LA ALIANZA DE LA MEDICINA CON LA NUEVA SOCIEDAD: EL DERECHO A DECIDIR Lo que sucedía realmente era que la medicina necesitaba estar en sintonía con los nuevos cambios culturales y sociales que el hombre experimentaba. El hombre se despegaba definitivamente de los referentes hasta entonces válidos como fueron el orden natural, la religión, la autoridad y la familia. Fueron, básicamente, formas de control hasta entonces sagradas, intocables, pero que dieron sentido a la vida de las personas. Todo esto se tambalea. Lo explicó bien Hannah Arendt al señalar el cambio acaecido12: cierta pérdida o desprestigio de la autoridad, la tradición y la religión. O bien, como recordará Ortega, al hombre le sucede aquello de que las ideas se tienen y en las creencias se está13. Y las creencias son imprescindibles para vivir, son el suelo en el que nos apoyamos. Si se mueve el suelo demasiado nos caemos, perdemos los referentes. Fueron estos referentes necesarios –incluso asfixiantes para las personas– los que sirvieron para explicar y justificar la vida de las personas durante siglos y los que consiguieron articular al hombre en la sociedad. Desaparecidos estos, el hombre sería definitivamente libre, eso se pretendía. Lo describe bien el comunitarista Taylor14 al señalar que el individualismo también designa lo que muchos consideran el logro más admirable de la civilización moderna. Vivimos en un mundo en el que las personas tienen derecho a elegir por sí mismas su propia regla de vida, a decidir qué convicciones desean adoptar, a determinar la configuración de sus vidas con una completa variedad de formas sobre las que sus antepasados no tenían control. Y estos 81 Xabier Ibarzabal Aramberri derechos están por lo general defendidos por nuestros sistemas legales ... pocos desean renunciar a este logro. En realidad, muchos piensan que está aún incompleto. La Medicina se situaba en sintonía con los nuevos tiempos. Con la nueva alianza (autonomía, tecnología y sociedad) comienza a desafiar a la muerte y al final de la vida. La tecnología al no tener que estar subordinada a ninguna ideología, creencia o forma de cultura, era creíble para todos, válida para cualquiera e igualaba a los humanos. Llegar a la vida, mantenerse en la misma a través de un trasplante, abandonarla o no según nuestra voluntad, tenía que ver con la decisión humana en buena medida y la tecnología médica se hallaba a nuestro servicio. Se comenzaba a hablar de preferencias al morir, la buena muerte, la muerte digna, la eutanasia o el suicidio médicamente asistido. La sociedad y el derecho venían en su apoyo. Pero se puede caminar en paralelo sin estar en sintonía. El hombre vuelve a constatar que llega el momento del final y lo aborda con carácter de tragedia como en la antiguedad. El desafío de la muerte es, como enseñaba Lévinas, una forma de revelación, de descubrimiento, el sufrimiento humano existe y la tecnología no siempre ha venido en su ayuda, al hombre le resulta imposible distanciarse del sufrimiento humano15. El hombre sigue estando atrapado. La realidad supera a la oferta técnica y a su voluntad. Se descubre entonces que el gran pacto entre la ciencia, la autodeterminación y la sociedad comienza a no ser todo lo provechoso que podía esperarse. Que ese final, como afirman Drought y Koening16, que creíamos que puede ser medido y objetivado, que existen opciones disponibles, y lo más importante aún: que las personas pueden considerar no justo su propia mortalidad, sino también el proceso de morir y la agonía, de una manera racional. Es decir, surgen las dudas, los huecos o agujeros (Ortega) en las nuevas ideas que se van construyendo. Pese a esta realidad incontestable, el concepto de elección (choice) ha adquirido tal prestigio entre la población que parece invencible, que se debe poder elegir entre diversas opciones, que tienen que existir dichas opciones y la enfermedad tiene que tener alternativas presentables al enfermo. Y a quien le corresponde presentarlas es al médico, bajo nuevas formas estadísticas en forma de resultados, la comprobación de la medicina ofreciendo la evidencia de la propuesta, mostrar resultados porcentuales de tratamientos, desarrollan82 ¿Qué conflictos éticos se plantean en la terminalidad? do las guidelines. Se eleva a categoría decisiva el binomio: medicina-decisión racional. Una ausencia significativa: no sabemos qué sucede con los aspectos emocionales. La medicina no responde de esto; pero siguen existiendo las emociones, el acompañamiento al que sufre, la conversación que revela la verdad sin hacer daño, el sentirse abandonado, la necesidad de dejar las cuentas saldadas, la despedida. No responde porque ha abandonado el cuidado. REPRESENTACIONES DE LA MUERTE: LA MUERTE A PLAZOS, EL FRACASO, LA “BUENA MUERTE” La enfermedad terminal no es siempre el camino natural obligado a la muerte como antaño. Se trata de una situación que puede o debe superarse –según quien maneje este problema– por los descubrimientos que la medicina realiza cada día; la enfermedad y la muerte deben estar cuestionadas por los nuevos descubrimientos. Y la muerte, si no-vencida, tiene plazos que el hombre y la medicina van marcando, son conocidos y controlados en la mayor medida posible. A partir de aquí la decisión humana se ha convertido en parte del tratamiento que el hombre recibe durante su enfermedad; por eso resulta imprescindible su decisión. Sólo después de integrar la decisión en el tratamiento, la muerte puede estar presente. Ya quedó patente desde los criterios de muerte cerebral de Harvard que la muerte tiene algo de construcción cultural, que la acomodamos a nuestras exigencias, y esto se observa a través de diversas expresiones: el tiempo de morir, un desafío que el hombre realiza, una inevitable cuestión, fracaso terapéutico, una prolongación de la vida sobre la que se puede opinar. O decimos que cuando Dios quiera, y nos atribuimos la capacidad de interpretar la señal divina. Representaciones diferentes de un mismo problema. Al final de la década de los noventa el Institute of Medicine nos ofreció una nueva definición sobre la buena muerte que sería aquella libre de “evitable distress” y sufrimiento para los pacientes familiares y cuidadores, en general de acuerdo con los deseos de los pacientes y familiares y razonablemente consistente con estándares culturales, clínicos y éticos17. Los bioeticistas Emanuel y Emanuel nos recuerdan cuestiones frecuentemente olvidadas o malentendidas como las cargas de los cuidadores, el apoyo social y psicológico al enfermo y familiares, el reforzamiento de las creencias religiosas y 83 Xabier Ibarzabal Aramberri espirituales y el manejo de las esperanzas de los pacientes. Es decir nuestro suelo firme, las creencias que diría Ortega, continua inseguro pese a la moderna ciencia. En los EE. UU. las estadísticas18 señalan que los pacientes que se benefician de los cuidados paliativos lo hacen un mes antes de su fallecimiento y que un 16% de las personas ingresan una semana antes de morir en estos servicios. En algunas residencias se incentiva la proliferación de sondas de alimentación para evitar excesivo personal19 o se destinan más recursos para los más válidos. Resultan sospechosas las exigencias dirigidas a los médicos de una supervivencia inferior a los 6 meses para que el enfermo tenga derecho a recibir los cuidados paliativos, que pueden reforzar la solidez, la confianza, el alivio de una relación al final de la vida. La ancianidad es donde mejor se refleja esta transición como explica Drane20. El hombre norteamericano modelado para hacer del trabajo su modo moral de vida, cuando se jubila se encuentra desajustado a ese orden y se le ha reocupado a través del modelo de consumo. BIOÉTICA: ABRAZADOS Y CONFIADOS AL PARADIGMA AUTONOMISTA Las corrientes bioéticas actuales no discurren igual, son discrepantes entre sí, incluso se hallan enfrentadas. Pese a estas discrepancias hay que reconocer que sus cuatro famosos principios han conseguido acercar al médico al debate ético de la Medicina. Como afirma R.Gillon21, los cuatro principios han servido para alejar a la ética médica de dos graves riesgos: del relativismo moral y del imperialismo moral. Algo imprescindible para una buena salud ética. El principio de autonomía se ha llevado la mejor parte del debate bioético actual. Sin una base empírica que lo demuestre, produjo en poco tiempo nuevas conversiones inimaginables entre los profesionales sanitarios. El médico y la medicina han sabido dar la vuelta a esta cuestión convirtiendo la autonomía en un label de calidad y buen hacer profesional. Que a ninguno de ustedes les preocupe hoy el paternalismo autoritario del que tanto nos criticaron a los médicos porque los paternalistas se han convertido en autonomistas a ultranza. Resulta complicado hablar de beneficencia, por poner un ejemplo, a riesgo de resultar estar bajo sospecha, ser sospechoso de algún defecto profesional o personal, pertenecer a épocas pasadas. La Bio84 ¿Qué conflictos éticos se plantean en la terminalidad? ética ha contribuido a todo esto, y este es su lado negativo, ofreciendo con sus cuatro principios una especie de receta práctica, un nuevo algoritmo que sirve a algunos para resolver todos los problemas que se presentan en la vida moderna. Drought y Koening22, en su estudio observacional sobre decisiones al final de la vida, señalan la opinión de Kaplan sobre lo sucedido en Norteamérica en los últimos años: vivimos en una cultura obsesionada con el poder de los individuos para tomar decisiones que controlen sus vidas. Esta obsesión está en parte absorbida por la ideología cultural y económica que mira a los hombres como más o menos solitariamente responsables de su posición en la vida respecto a su posición económica y social. ¿Si realmente el hombre puede controlar tantas áreas de la vida, por que no el final de la vida también? TODO AL SERVICIO DE LA AUTONOMÍA: CONSENTIMIENTOS, VOLUNTADES Y PREFERENCIAS En lo que sigue señalaré algunas herramientas al servicio del Principio de Autonomía en la Medicina actual y en la relación médico-enfermo de nuestros días, su validez y actualización. EL CONSENTIMIENTO INFORMADO (CI) De todos es conocido y sufrido lo que sucede con el CI. Surgió para dar carta de naturaleza ética y legal a la nueva relación entre el médico y el enfermo por lo que su ausencia en cualquier actuación podía resultar sospechosa. En mi opinión esto resulta especialmente incorrecto porque podría inducir a pensar que la actuación médica durante siglos de ejercicio fue ilegítima al no existir un consentimiento explícito pero alguna forma de consentir ha tenido que existir siempre en la relación médico-enfermo que les haya dado satisfacción mutua, como así lo ha recordado Patrao Neves23. El CI no nació sólo como una reacción lógica al paternalismo médico, o para enfrentarse a los médicos, sino como una propuesta de salud basada en la actitud del médico que propone objetivos en la salud del enfermo, no sólo alternativas de tratamiento y que éste lo acepta o no según lo considere conveniente. En definitiva, algo más que una nueva forma de contrato entre ambos donde se garantiza que 85 Xabier Ibarzabal Aramberri existe un permiso o no hay coacción o engaño. Sin embargo, esta herramienta ha pasado a servir de justificación para casi todo: la planificación de directrices avanzadas, las propuestas para cualquier tratamiento médico, quirúrgico o prueba diagnóstica que se realice, para participar en cualquier forma de investigación con seres humanos, estudios de investigación en los que se recaba la opinión de las personas o para conocer sus preferencias. Si la persona es incapaz de dar su opinión para cualquiera de las cuestiones anteriores, importantes o no, se solicita la opinión de un substituto. Más preocupante aún, aquellos consentimientos implícitos, que nacen de la acción e intención clara de una persona, los convertimos en explícitos otorgándole una formalidad escrita. Hemos encontrado una fórmula mágica capaz de normalizar y formalizar cualquier relación humana sanitaria ¿Quizá por la seguridad que nos ofrece? Recuerda Onora O’Oneill24 que la verdadera dificultad que entraña el CI es una cuestión de ofrecimiento, de proposición que describe una determinada intervención. Es una propuesta a través de un diálogo entre varios protagonistas. Sin embargo, no parece que el modelo de CI al uso satisfaga ni a pacientes ni a médicos, pero quizá sí el convencimiento de que merece la pena contractualizar o garantizar la lealtad del médico hacia el enfermo y la confianza de éste en el médico. Recuperar por vía de contrato lo que se olvidó y menospreció como algo anticuado. ¿Acaso pretendemos convencernos que la lealtad y la confianza necesarias en la relación médico-enfermo se aseguran mediante una fórmula escrita? La autonomía y los demás principios tienen que ser enriquecidos por las virtudes humanas, el carácter (el ethos) del hombre. Los principios y las normas por sí mismas no son suficientes si no se acompañan de una determinada actitud, de una buena voluntad. ANTICIPAR LOS DESEOS Y LAS VOLUNTADES DE LAS PERSONAS Se trata de otra modalidad reciente en nuestro país en la que muchos depositan gran confianza para el futuro si bien conviene recordar que en países donde se hallan más familiarizados con estas cuestiones, la experiencia –esta vez se puede llamar experiencia–, resulta poco gratificante. En un estudio llevado a cabo en Canadá25 muchas personas –médicos, enfermeras, administradores de hospital y pacientes– que conocían la existencia de documentos de voluntades anticipadas creían que la modalidad de los Living Will era de curso legal 86 ¿Qué conflictos éticos se plantean en la terminalidad? cuando no lo era así. En otro estudio26 sobre más de 400 pacientes norteamericanos en rehabilitación cardiaca (RA) tras sufrir un infarto, y a los que se les propuso la realización de Directrices Avanzadas (DA), el 93% de los pacientes habían oído hablar del Living Will y el 52% del poder substitutivo (Durable Powers of Attorney for Health Care, DPHAC). Su modo de conocimiento procedía de los medios de comunicación en primer lugar, seguidos del hospital de ingreso y todos ellos tenían un alto nivel de escolarización. Pese a que el 41% disponía de un Living Will y un 27% de un DPHAC la mayoría opinaba que su médico no había recogido sus verdaderos deseos. La realidad sobre el incumplimiento de las DA según Drought y Koening es elevada27. Para Emanuel y Singer la influencia28 de las voluntades anticipadas en la actuación médica es escasa, tanto en el tiempo de estancia en las UCI antes de morir, en el uso de las órdenes de no-resucitación (DNR) y dudosa en el control del dolor. No parecen afianzar, según Teno y colaboradores29, la relación entre el médico y el enfermo, una de las razones más decisivas y contundentes para su implantación. Todo esto sucede en EE.UU. donde la presión que el paciente recibe para la redacción de Testamentos Vitales es notable por parte de los abogados, revistas médicas, AMA (Asociación Médica Americana) y las Cortes de Justicia. Pese a todos estos esfuerzos para que las personas señalen sus voluntades, impensable en nuestro medio, su cumplimiento por la población general alcanzaría al 18% en opinión de Fargelin y Schneider en su reciente trabajo publicado en el Hasting Center Report29, siendo preferido por los pacientes enfermos y terminales y en menor medida por las personas sanas. Diversas razones30 como la falta de información suficiente, las dudas sobre su eficacia y no haber llegado el momento adecuado para realizarlo son algunas de las argumentaciones esgrimidas para este incumplimiento. Otros ciudadanos aseguran que esas herramientas son sólo para los ancianos. El informe SUPPORT revela que algunos pacientes prefieren delegar en sus médicos o familiares, que la falta de información no sería una razón tan importante como se ha pensado y que los ancianos retrasan la decisión en el tiempo excesivamente. Tampoco parece que la seguridad del cumplimiento de los deseos expresados se ejecute de manera eficaz en el mundo de las instituciones geriátricas holandesas31, donde los médicos y los familiares de los ancianos establecen un plan de cuidados para los enfermos con demencia que se hallan institucionalizados. 87 Xabier Ibarzabal Aramberri El ejemplo de Oregón, donde está legalizado el Suicidio Médicamente Asistido tras referéndum nos ofrece datos contradictorios. Sólo al 46% de los ciudadanos conoce que puede rechazar los tratamientos vitales32 y sigue siendo significativo el escaso número de pacientes que se acogen al Oregon’s Death with Dignity Act33. La experiencia revela las dramáticas circunstancias sobre cómo terminan sus días algunos americanos que se acogen a este derecho: agonías demasiado prolongadas, falta de control de síntomas, repetidas ingestas del medicamento tras vómitos. Pese a todos estos elementos, se nos sigue presentando esta cuestión como una construcción cultural asumida, deseada, necesitada y aceptada por la mayoría de los ciudadanos, como si fuera una cuestión, en ocasiones, sólo de derechos. EL OFRECIMIENTO DE TRATAMIENTOS ARRIESGADOS O DE DUDOSA EFICACIA Se trata de una nueva variante de oferta que se impone progresivamente en algunos medios sanitarios. Dos de sus paradigmas son la Resucitación Cardiopulmonar (RCP) y la alimentación artificial a través de sondas, entre otras formas de tratamiento. Si cuando se propone a la persona la realización o prosecución de maniobras de RCP, se conoce previamente que el éxito de su práctica es pobre en personas mayores, que se la expone a graves riesgos y consecuencias negativas para su salud, ¿cuál es la ventaja de ese proceder para el enfermo?, y ¿cuál la seguridad de que el paciente comprenda cuestiones tan complejas en ocasiones? ¿Cómo se justifica que ofrezcamos a las personas tratamientos que nosotros mismos desconfiamos, o sospechemos de su bondad, o conozcamos su alto riesgo? Algo similar sucede con la alimentación artificial. ¿Podemos y debemos ofrecer la alimentación artificial por gastrostomia34 a pacientes con demencia avanzada o dejar la elección a sus familias, a sabiendas de su pobre eficacia, de sus riesgos y de la más que dudosa bondad de su aplicación? Numerosos trabajos revelan pobres resultados de mejoría en la supervivencia35, o en la corrección de las úlceras por presión36 en pacientes con demencia y alimentación artificial, que la frecuencia de infecciones37-38 en pacientes alimentados por tubos de alimentación parece superior frente a los que no reciben alimenta88 ¿Qué conflictos éticos se plantean en la terminalidad? ción por sondas implantadas en el cuerpo, y que la restricción física y química en estos pacientes es inevitable en ocasiones. Tengo mis dudas sobre cuales son las finalidades de la Medicina hoy en día. Pero no creo que entre estas se encuentren el ofrecer o proponer tratamientos que no sean razonablemente buenos para las personas. La práctica médica no deja de ser una empresa moral como en alguna ocasión ha recordado Pellegrino, y la Medicina tiene unas finalidades39. Muchos trabajos indican que el uso de sondas de alimentación40 para cuando las personas se encuentren imposibilitadas de deglutir ha sido elevada y abusiva en la década pasada, y que la mayoría de ellas refleja la opinión desfavorable de los pacientes a las técnicas invasivas (ventilación mecánica, alimentación artificial). ¿Qué necesidad hay de que el final de la vida que le ofrecemos tenga que ser forzosamente agresivo y violento?, no sería cuestión más sencilla hacer comprender su estado a las personas que ya se encuentran instaladas en el final de la vida y a partir de ahí, deliberar sobre ¿qué caminos nos parecen los mejores, para actuar más conforme a sus deseos, valores y creencias? Con frecuencia ofrecemos una única alternativa. Al médico le corresponde manejarse en la incertidumbre y disminuir en lo posible las dudas y las confusiones sobre el problema del enfermo que está atendiendo para luego actuar. Cuando una persona tiene dolor en el costado, fiebre y leucocitosis y, además la auscultación y la radiología son compatibles decimos que nos parece que tiene una neumonía. No lo aseguramos, pero le ofrecemos y proponemos el tratamiento que mejor le va a curar en nuestra opinión, lo que le va ayudar a restablecerse; no sólo lo que estadísticamente es más correcto o como dicen algunos el más actualizado. En este caso hemos actuado: 1º De manera deliberativa, escogiendo entre varias opciones, 2º De manera contingente41(se actúa sobre aquello que pudiendo ser de una manera, también puede serlo de otra). LAS PREFERENCIAS ESTÁN INFLUENCIADAS POR MÚLTIPLES RAZONES Hoy sabemos que las respuestas de los enfermos a nuestras proposiciones se matizan dependiendo del tiempo de duración de las 89 Xabier Ibarzabal Aramberri medidas que se ofertan, de los riesgos que se señalen y del escenario en que se encuentra el paciente. El nivel cultural y los ingresos económicos influyen en las decisiones de las personas mayores en gran medida42, así los ancianos con demencia avanzada en las residencias de Nueva York43 reciben más medidas agresivas al final de su vida que los enfermos con cáncer avanzado con la colocación de alimentación artificial44, lo que nos hace pensar que la demencia no se encuentra aceptada como enfermedad terminal por los médicos. También es conocido que algunos pacientes con cáncer metastásico45 reciben tratamientos agresivos de forma innecesaria porque se sobreestima su posible supervivencia, pero ello les expone a mayores peligros. No está suficientemente demostrado que de las preferencias por las opciones se derive la asunción de la responsabilidad en la toma de decisiones por parte de la persona. Sobre esta cuestión son interesantes los datos de la resucitación cardiopulmonar CPR46: los que piensan que la decisión sólo la debe de tomar la persona varían entre un 19% al un 92% de las personas según las encuestas; los que estiman que la decisión debe ser tomada entre el médico y el paciente se hallan entre el 4% y el 59%, y de un 3% a un 13% de personas mayores piensa que los familiares deben de intervenir en la decisión final. La variedad de resultados arroja dudas sobre la verdadera necesidad que tienen las personas de decidir en solitario. Puede suceder que las personas quieran estar informadas y conocer su situación, pero que no quieran afrontar la decisión, tomarla en colaboración con otros o dejar que otras personas de su confianza decidan por ellos. La toma de decisiones de gravedad empuja al hombre a decidir sobre cierta evidencia científica. Nada más. En ocasiones la evidencia no resulta demasiada certera para el caso concreto, hecho que no siempre comprenden bien algunos profesionales. La estabilidad en las preferencias de las personas puede verse interrumpida por diversas circunstancias47 y motivaciones48 y sufre modificaciones durante el ingreso hospitalario o al tiempo de recibir el alta médica. No parece claro que la opinión de los sustitutos sea siempre la más idónea y que coincida con los intereses de los pacientes, como sucedió con familiares de enfermos de demencia portadores de sonda en Québec49, que reconocieron no haber comprendido los riesgos de la sonda nasogástrica, ni haber recibido la información más satisfactoria. ¿Realmente representan los mejores intereses de esos enfermos? 90 ¿Qué conflictos éticos se plantean en la terminalidad? Una investigación de Perkins y col.50 dirigida a conocer las preferencias sobre la posibilidad de expresar voluntades anticipadas en los EEUU señaló algunas diferencias según la procedencia étnica de las personas. Entre sus conclusiones, los Mexicano-Norteamericanos consideran prioritario respetar la toma de decisiones de la familia; para los Europeo-Norteamericanos es respetar las decisiones propias y para los Afro-Americanos es no forzarles a redactar las voluntades anticipadas. Esto pudo también observarse en Grecia50 en un estudio que reveló que los familiares de enfermos de cáncer en una unidad de cuidados paliativos de un hospital de Atenas no eran partidarios de informar a los familiares de su patología y consecuencias, del alcance global de la situación. Tras estas consideraciones sobre la importante presencia en la medicina actual del CI, las diversas modalidades de expresión de la voluntad de la persona, de sus preferencias y tendencias, nos obligan a reflexionar sobre otra cuestión menos contemplada habitualmente. ¿Realmente hemos ganado en autonomía con estas disposiciones o hemos perdido en confianza entre las personas? Si realmente se ha deteriorado la confianza entre médico y enfermo, poco más se conseguirá incrementando la lista de derechos o el conocimiento de la satisfacción del usuario o jaleando al paciente a que redacte insatisfacciones, quejas y reclamaciones. MORIR EN EUROPA: OTRAS EVIDENCIAS Pese a todas las alternativas que han surgido en los últimos años para crecer en autogobierno, la realidad nos indica que las cosas caminan por senderos diferentes y se conducen, parafraseando a Xabier Zubiri, más allá nuestra intelección de ellas51. La intervención médica sigue siendo una realidad en nuestro medio y resulta inevitable. De 20.480 actas de fallecimientos estudiadas en Europa52 entre Junio de 2001 y Febrero de 2002 en Dinamarca, Suiza, Suecia, Bélgica e Italia, cerca de la mitad de personas tenían una edad superior a los 80 años, predominando las enfermedades cardiovasculares y malignas. La tercera parte de los fallecimientos sucedieron de manera repentina e inesperada y el resto de los fallecimientos se precedieron de alguna forma de decisión médica. Es decir, el médico y la medicina también deciden. 91 Xabier Ibarzabal Aramberri Un estudio54 revela que práctica de administrar medicación con la intención de adelantar la muerte es de uso general; que la eutanasia se practica en Europa con preferencia en Holanda; que la educación de los pacientes, la edad avanzada y su creencia religiosa influyen en las decisiones que se toman en el final de la vida en el tema de la sedación para aliviar el dolor y el sufrimiento sin una explícita solicitud del paciente; que el proceso de morir no es suficientemente apreciado por los pacientes y que no existe un grado de comunicación del todo óptimo entre pacientes y cuidadores. En otro estudio sobre la limitación de tratamientos en varias ICU europeas coordinadas por la sección de Ética de la Sociedad Europea de Medicina Intensiva53 se destaca que la limitación de tratamientos de mantenimiento de la vida sucedió en 3086 pacientes de los 4248 que formaron la muestra total, y la avanzada edad de los pacientes influyó en la decisión de los médicos para limitar el tratamiento vital. Otra reciente publicación revela que las decisiones médicas al final de la vida (ELDs) en pacientes mayoritariamente enfermos de cáncer, trastornos cardíacos y neurológicos de Flandes54, son una práctica común extendida entre los médicos no siendo comentada la decisión final a los pacientes en tres de cada cuatro casos. Estudios realizados en momentos de despenalización de la eutanasia, o de prohibición como en el caso de Bélgica, indican que la decisión del médico, su determinación de aliviar el sufrimiento y el dolor y los no inicios o retiradas de tratamiento médico siguen siendo razones suficientes e importantes para que los médicos decidan habitualmente sobre sus enfermos. En el caso holandés el no inicio de alimentación artificial en pacientes con demencia parece ser una práctica extendida en las Nursing Homes55, y se destaca la importancia que los geriatras holandeses dan al contacto con las familias de los enfermos con demencia, para reconstruir las preferencias de los ancianos y diseñar un plan de cuidados desde el ingreso. Mención especial merece destacar en todos estos estudios el estilo de preguntas dirigidas a los médicos para conocer la modalidad de decisión final adoptada con sus enfermos: prescripción de fármacos con la explícita intención de acortar la vida, suicidio asistido, eutanasia, alivio del dolor con intención de adelantar o no la defunción, muerte repentina sin decisión médica previa, retirada o no inicio de tratamientos. 92 ¿Qué conflictos éticos se plantean en la terminalidad? PROFESIÓN MÉDICA Y COMPROMISO SOCIAL Las publicaciones sobre profesión médica y profesionalismo médico han sido frecuentes en las últimas décadas. Bajo estos términos hemos asistido al desarrollo de toda una ética médica orientada a ese momento especialmente concreto en el que el médico y el paciente toman decisiones sobre la fase final de la vida: la medicina paliativa y la Bioética, para saber como cuidar la salud de las personas en el camino hacia la muerte. Maneras distintas de contemplar, abordar y comprometerse en la misma cuestión. Mientras en la primera se presenta un problema único al que hay que dar salida puntual, en la segunda se van encadenando sucesivas cuestiones problemáticas que tienen una continuidad entre ellas que afectan a la salud de las personas y adquieren un sentido para el hombre cuando se diseña una solución para sus problemas. Se incluyen los síntomas propios del morir, la agonía, el duelo natural de los familiares o la reflexión inevitable que supone el hecho de morir o la terminalidad para todos nosotros. Y, como no, la autonomía de las personas. Esta última modalidad concede valor al compromiso social que la Medicina ha tenido como profesión pública56, porque se asocia a una forma de mediación social en la que ésta recoge como suyas las necesidades más sentidas por las personas en materia de cuidado de la salud o la atención al final de la vida, lo que induce a los médicos hacia una forma de negociación abierta con sus semejantes, los convierte en mediadores sociales ante los sistemas de salud y, como consecuencia de todo ello, legitima a la profesión como un bien irrenunciable para la sociedad, a los ojos de nuestros semejantes. No puede suceder que la medicina se convierta en otra cosa diferente. CONSIDERACIONES FINALES El principio de autonomía goza de un prestigio indudable en el mundo sanitario, y ha alcanzado cotas de nueva autoridad en las relaciones médico-enfermo. Lo más destacado de este descubrimiento es que en el se deposita una gran confianza para la resolución de los problemas aunque no resulta demasiado evidente su provecho a la luz de los resultados obtenidos. Habermas57 señalaba en una de sus últimas obras que, puesto que el aumento de las opcio93 Xabier Ibarzabal Aramberri nes de voto fomentaba la autonomía privada de los particulares, la ciencia y la técnica, establecieron una alianza sin compromisos con la concepción liberal básica de que cada uno de los ciudadanos debía tener la misma oportunidad de configurar autónomamente su propia vida. No sólo esto parece ser así hoy en día, sino que todo sugiere que lo va a seguir siendo por lo menos hasta que se constate su fracaso. La Medicina, Ciencia y Bioética son partes de una política general común o, si se prefiere, de una manera de hacer política que tiene su origen en un modelo occidental de formato racionalista-decisionista y anglosajón por naturaleza. Es una tradición cultural que está evolucionando y que, como asegura Vattimo58, se siente llamada a civilizar, convertir y convencer que sus procedimientos son los mejores, si no los únicos. Un racionalismo con capacidad y derecho a elegir como forma de presentación pero que para nada tiene en cuenta los hábitos del corazón resulta una forma incompleta de comprender todo lo que acontece en uno de los momentos más importantes de la vida. El respeto a las decisiones humanas y sus valores sin duda, son conquistas de relevancia indiscutibles, irrenunciables que deben ser contempladas siempre, más aún en esta fase de la existencia. BIBLIOGRAFÍA 1. MEISEL, A.: Barriers to forgoing Nutrition and Hydration in Nursing Homes. American Journal of Law &Medicine,Vol XXI nº4: 335-382. 2. Juan Pablo II: A los participantes en el Congreso Internacional sobre Tratamientos de mantenimiento Vital y Estado Vegetativo avances y dilemas éticos. L’Observatore Romano 26 de Marzo 2004 p 9 versión española. 3. 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