Sor Anna Maria Parenzan Roma, 6 de octubre de

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Queridas hermanas:
Mientras inician los trabajos del Sínodo de los Obispos, dedicado a la Palabra de Dios, en la enfermería
de la comunidad de Alba, el Señor llamó a sí a una auténtica apóstol de la Palabra, nuestra hermana
RIVI ANNA Sor CANDIDA
Nacida en Baiso (Reggio Emilia) el 19 de mayo de 1917
La vida paulina de esta querida hermana se puede encerrar en las palabras que escribía en 1969, a la
superiora provincial: “No tengo ningún deseo personal. Lo único que deseo de corazón es: que mi
ofrecimiento sea cada vez más consciente y de ahí más concreto a Dios, y a quien lo representa, y que pueda
encontrar en mí plena docilidad, para cualquier oficio. No vale lo que se hace, sino cómo se hace”.
Con el deseo de poner en las manos del Señor toda su juventud, Sor Candida entró en la Congregación,
en la casa de Alba, a los trece años de edad, el 7 de agosto de 1930. En Alba emitió la primera profesión, el
18 de agosto de 1933, casi en la vigilia de la bendición de la nueva casa de Borgo Piave, donde concluirá su
peregrinación terrena. Siendo joven profesa, vivió en Roma las fatigas y las alegrías de la “propaganda”;
después fue transferida a Génova y seguidamente a Chiavari, para dedicarse al anuncio del Evangelio desde
el mostrador de la librería. Sus dotes de acogida, bondad, sencillez, respeto y amor a las hermanas, no
pasaron desapercibidas: por más de treinta años fue llamada a desempeñar el servicio de superiora en
Chiavari, La Spezia, Livorno, Messina, Udine, Alessandria, Reggio Emilia y Piacenza. Tenía la bella
capacidad de valorizar a cada hermana, de tratar a todas con imparcialidad, haciendo crecer el amor al
apostolado. En el tiempo en que ejercitó el servicio de autoridad se esforzó por innovar los centros
apostólicos y hacer cada vez más acogedores las comunidades, pidiendo también la colaboración de
benefactores. En La Spezia, se sirvió también hasta de la ayuda de los obreros del cuartel naval para hacer
limpiar toda la casa. Pero ella se sentía una “pequeña” en las manos del Señor. Escribía: “Siempre he tratado
de hacerme conocer como soy, y gozo pensando que las superioras me conocen a fondo: pocas cualidades,
pocas capacidades, pero deseosa de dar todo al Señor”.
Concluido el tiempo de superiorato, Sor Candida continuó dedicándose con amor a las librerías de
Ferrara y Rovigo. Se sentía a gusto al acoger a las personas que afluían al centro apostólico y en la noche
contaba con satisfacción y ciertamente, no por sed de ganancia, los ejemplares de Evangelio distribuidos. Era
profundamente convencida de la belleza de la vocación. Escribía: “Soy feliz de pertenecer a una
Congregación tan grande en el espíritu y en el apostolado”. En 1987 había tenido la gran alegría de ir a
Tierra Santa y dicha peregrinación había acrecentado en ella el amor a la Palabra: “Visitando los distintos
lugares, he tratado de vivirlos en el espíritu y de interiorizar lo que Jesús había vivido, predicado y ofrecido:
estos sentimientos no se borrarán jamás de mi corazón. Ahora la Palabra de Dios tiene en mí un nuevo
significado, que espero se concreticen en la vida”.
Cuando las fuerzas físicas sugirieron una vida de mayor reposo, continuó entregándose con alegría,
serenidad y dulzura a las hermanas de Trento, a través del cuidado de la casa y de aquellos muchos servicios
de los que una comunidad siempre tiene necesidad. Desde aproximadamente un año y medio, se encontraba
en la enfermería de Alba. Hasta el final pidió perdón por cada pequeña falta, aún de las involuntarias y ha
tratado de recompensar con un amor sincero el bien que seguía recibiendo. Ya estaba preparada para el
Paraíso: mientras la hermana que la asistía rezaba el Ave María, fue apagándose dulcemente en el Señor,
llevando a cumplimiento su gran deseo de hacer hasta el final, siempre y sólo la voluntad del Padre.
Confiamos a la intercesión de esta “apóstol del Evangelio” las jóvenes que el Señor llama a seguirlo,
para que descubran, también a través de su ejemplo, que la vocación paulina puede abrir a cada una, un
camino que, a medida que se avanza, se hace cada vez “más largo, más amplio, más bello”.
Con afecto.
Roma, 6 de octubre de 2008.
Sor Anna Maria Parenzan
Vicaria general
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