ENCUENTROS EN VERINES 1993 Casona de Verines. Pendueles (Asturias) MASS MEDIA. ALIADOS O ENEMIGOS José Ramón García 0) Territorio. De los sioux, de los apaches, de las letras. Algo tiene el título genérico de estos encuentros de western. Cuestión de plumas, quizá o de hacer el indio. Genuino sabor americano. Territorio en todo caso delimitado por dudosas fronteras, amenazado siempre por todo tipo de invasiones. Mass media. Entre las invasiones más feroces que se recuerdan hay que mencionar la de los llamados medios de comunicación, eufemismo que, dicho sea de paso, convendría enterrar cuanto antes de una vez por todas. Un paso atrás puede resultar un avance. ¿ Por qué no medios de difusión, como en los tiempos gloriosos del No-Do? Sociedad Española de Radiodifusión. ¿No refleja acaso mejor el término “difusión” el carácter y funcionamiento de los “mass media”? ¿Por qué ensuciar el término comunicación para designar la propagación unilateral y vertical de contenidos, consignas y proclamas? Ni que decir tiene que el término halaga a su receptor. Nada le conviene más que dar una imagen de comunicación. El afán desmesurado de hacer participar a la audiencia, ya sea por teléfono, o en el estudio, o más recientemente a través de los experimentos interactivos, así lo demuestran. Toda dictadura instaura sus cauces de participación. El lifting no es un fenómeno de última hora. 1) Programa. La invasión del territorio de las letras por parte de los medios de Difusión hablador, radio y televisión –dejamos por el momento la prensa escritaprodujo una honda división entre los habitantes del territorio, división conocida, por otra parte, en todo territorio colonizado. Por una parte, están los que prefieren ignorar, aislar a los invasores, no colaborar en modo alguno con ellos. Son los puristas. Por otra parte, los que, conscientes del potencial del “enemigo”, propugnan aliarse “tácticamente” con él, infiltrarse y utilizarlo para servicio propio. La opción colaboracionista ha sido y es aún mayoritaria. Se basa en una valoración general esencialmente positiva de los medios. Es innegable que ha dado sus frutos. Uno de ellos ese asentamiento llamado Radio Tres que hasta hace un par de años sustentaba las esperanzas de tantos y tantos. Su desmantelamiento marca el comienzo del declive de las tesis colaboracionistas. Sobre la televisión, ni siquiera cabe recordar tiempos gloriosos. Apenas alguna noticia alentadora sobre la longevidad de algún programa libresco al otro lado de los Pirineos, algún programa radiofónico televisado, algún poeta en su voz, siempre a deshora. Y poco más que contar. Acaso alguna campaña prolectura más o menos mona. Así las cosas, hay pedagogos y teóricos críticos que se empeñan aún en achacar esta actitud de los medios, esta evolución a su mala gestión, no a su naturaleza misma. Por el contrario, se les reconoce un enorme potencial para poner en marcha procesos sociales de aprendizaje. Más lúcido me resulta, aunque menos esperanzador y optimista, el análisis de Hans Magnus Enzensberger en su Mediocridad y delirio (Anagrama, 91) Lo verdaderamente innovador –dice- de los nuevos medios de comunicación parece ser el hecho de que ninguno de sus organizadores ha malgastado jamás el menor pensamiento en sus contenidos; sólo analizan a fondo y defienden con vehemencia cada uno de los aspectos económicos, técnicos, legales y administrativos de su proceder. Existe un solo factor que no desempeña el menor papel en las intenciones de la industria: el programa. .../... La industria podría parecernos sorprendente e incluso osada. Invierte miles de millones para lanzar satélites al espacio y para recubrir toda Europa con una red de televisión por cable; lleva a cabo una campaña sin par tendente a reforzar los medios de comunicación, sin que a nadie se le ocurra plantear la pregunta de cuál ha de ser el contenido de lo que se piensa comunicar. Ahora bien, la solución es evidente: la industria sabe que cuenta con el beneplácito de la figura social decisiva, con el telespectador. Y éste, en absoluto indeciso, se encamina impertérrito en un estado que no podemos por más que calificar de falto de programación. Para acercarse a esta meta utiliza con virtuosismo todos los botones de los que dispone su mando a distancia. Está visto que nada puede emprenderse para evitar esta íntima alianza entre cliente y proveedor, y mientras tanto la amargada minoría de críticos se esfuerza en vano por desentrañar las razones de tan mayoritaria connivencia.” 2) Medio cero. Los medios de difusión, en especial la televisión, tienden, pues, hacia el grado cero de programación. Es decir, está en su esencia, si se puede decir así, perpetuarse como propagador de la nada. En la radio el grado cero absoluto es más difícil de lograr, pues la lengua misma procura una especie de programa mínimo, aunque se reduzca a indicaciones horarias, saludos rituales de tribu o a nombres de marcas. El mismo show, el mismo concurso triunfa a la vez en distintos países, de bien diferente referente cultural. Pero, citando por última vez a Enzensberger: la comunicación “cero” no comporta la debilidad, sino precisamente el poder de la televisión. En ello reside su valor de uso. El espectador conecta el televisor para “desconectar”. Cuanto más vacío sea el contenido, cuanto más sabido, repetido, esperado, mayor satisfacción produce al espectador. Cualquier imprevisto, cualquier detalle que incite a pensar, provocará su irritación y su reflejo en el mando a distancia. Nada más lejos, como se ve, del ideal poético que este nivel cero a que tiende el discurso difuso. 3) Realidad. Hay un aspecto de la invasión de los medios de difusión, quizá, más anecdótico, pero que concierne directamente a los agentes activos del territorio. La llegada de las privadas, primero en radio y luego en televisión, pareció encender cierta esperanza. La lucha entre los distintos invasores provocaría una notable mejoría en la calidad de la oferta. La esperanza no tardó mucho en desvanecerse. La oferta, lejos de mejorar en calidad, empeoró; lejos de diversificarse, se multiplicó en su zafiedad. La proliferación de concursos sin contenido, telenovelas de serie y, sobre todo, la de los reality show, es el signo de los nuevos tiempos. Lejos quedan los tiempos en que el autor proclamaba con valentía que todos los hechos y personajes eran imaginarios, que todas las coincidencias pura casualidad. Los tiempos en que, en definitiva, sólo la verdad literaria, la verdad del propio texto era tenida por verdad. La verdad, ahora, es una categoría extraliteraria, un referente cuasi platónico con el que se intenta justificar las injustificables propuestas supuestamente narrativas, como el mal contador de chistes que, al ver que nadie le ríe su última gracia remacha: “Pero es que eso sucedió de verdad, le sucedió a fulanito, es para mondarse de risa.” Como si la belleza y la verdad literarias necesitaran ayudas ortopédicas, como si quisieras derogar para siempre el más hermoso lema de la literatura: “Se non é vero é ben trovato.” 4) Qué hacer. Muchas son las tentaciones del escritor en el territorio, cada vez más colonizado, de las letras. Difícil es resistirse a la tentación de reconvertir el talento inventivo en habilidad técnica. Inventar la realidad siempre será más difícil que guionizar indefinidamente la nada. Más difícil, y mucho peor remunerado. No seré yo quien condene a quien intente reconvertir los medios de difusión, a quién intente trabajar desde dentro en la esperanza de lograr adeptos a la literatura. Sólo les daría un amistoso consejo: que moderen su optimismo o, mejor, que trabajen con moderado pesimismo sobre sus logros. Personalmente, creo que es el momento de desenterrar viejas consignas y proclamas, de incitar a la insumisión y a la insurrección frente al invasor difuso. Sólo así conseguiremos salvar nuestro territorio de ser un escenario más para el enorme reality show en que quieren convertir el mundo.