leccion nº 07 muerte de la persona y reconocimiento de existencia

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UNIVERSIDAD JOSE CARLOS MARIATEGUI
LECCION Nº 07
MUERTE DE LA PERSONA Y RECONOCIMIENTO
DE EXISTENCIA
1. FIN DE LA PERSONA
La muerte, como el nacimiento, constituyen hechos jurídicos o jurígenos, y tal es el tratamiento que
le da al tema el artículo bajo comentario. Ello es importante porque el Código Civil, con bastante
prudencia, si bien trata sobre el derecho a nacer, no se ha referido al tema del "derecho a morir",
cuestión tan o más delicada que queda para el estudio de la doctrina y la orientación de la
jurisprudencia. Menos discutible en cambio, pareciera conveniente incorporar en nuestra legislación
la figura del "testamento vital".
La brevedad del artículo 61 y lo aparentemente obvio de su contenido hacen que, por lo general,
pase desapercibida su importancia real y trascendencia.
Así como la persona humana es tal desde su nacimiento, ella se extingue con la muerte. Más que
ante una prescripción, en este caso parecería que estuviéramos ante la descripción de un hecho
natural. En este sentido, el Código Civil de 1984, que brinda un tratamiento más específico a la
materia, mejora el texto de su antecesor que decía (artículo 6) que "La muerte pone fin a la
personalidad", con una afirmación que tiene diversos referentes similares en el Derecho comparado.
Así, por ejemplo, el artículo 10 del Código Civil brasileño dispone que "La existencia de la persona
natural termina con la muerte". A su vez, el artículo 103 del Código Civil argentino establece en su
artículo 103 que "termina la existencia de las persa. nas por muerte natural de ellas".
Sobre la cuestión del "derecho a morir", véase Frosini (1997: 147 y ss.). Para un acucioso análisis
desde una perspectiva católica v. Roger Rodríguez Iturri (1997). También desde una interesante
óptica religiosa, aunque más bien favorable a la eutanasia, v. Kung y Jens (1997).
Asimismo, debe reconocerse el cuidado del legislador que ha preferido no entrar a definir un
concepto eminentemente técnico como la muerte, que más pertenece al ámbito de la medicina. La
cuestión ha quedado librada al progreso científico y tecnológico, como lo ha resaltado AriasSchreiber (1991: 67), aunque ciertamente no puede dejarse de mencionar que la muerte también es
un concepto cultural. Si bien ningún ser vivo puede escapar a ella, solo el hombre la ha convertido
en un tema de reflexión permanente, de carácter existencial, en el que confluyen la preocupación
por la esencia y trascendencia de la vida humana, y el eterno conflicto entre el ser y el no ser.
"Toda idea acerca de la muerte humana presupone una determinada concepción filosófica acerca
del yo, del mundo y de la vida.
Pues no hay tema que dirija de modo tan profundo el curso del pensamiento como aquel que
relaciona el tránsito entre el ser y el no ser es precisamente en ella donde se representa el
dramático conflicto entre el yo, que tiende a perpetuarse, y lo desconocido, que lo envuelve, lo
absorbe y lo subyuga" (Smith, 1979: 932).
Vida y muerte parecen oponerse, mas ambas terminan formando una unidad. Si nacemos para
morir, estamos hablando de un mismo proceso, de dos términos que a la vez que se oponen se
complementan, que a la par que se excluyen se exigen, independientemente de nuestras
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convicciones religiosas, éticas o jurídicas.
Aunque el artículo 61 no lo dice, se entiende que se refiere a la muerte natural, que es la única
causa por la que se extingue de modo absoluto la personalidad jurídica de la persona natural Una
opinión crítica sobre el concepto de muerte en nuestra legislación para el transplante de órganos,
expone en un artículo Vargas Prada (1997: 64).
Como afirma León Barandiarán (1980: 91), a propósito del código anterior, no necesita decir la
ley que se trata de la muerte llamada física o natural, desde que no puede haber otro hecho que
ponga fin a la personalidad de un modo absoluto, como . sucedía con la llamada "muerte civil" que
otrora existía.
2. LA ANTIGUA FIGURA DE LA "MUERTE CIVIL"
La antigua figura de la "muerte civil" existió en algunos países hasta mediados del siglo XIX recuerda Borda-, por la que los condenados por ciertos delitos graves a deportación eran reputados,
a manera de condena condicional, como civilmente muertos, siendo de recordar las duras frases
que pronunciaba el juez, en el Derecho germánico, al condenar a una persona por esta pena: "Tú
quedarás fuera del derecho. Viuda es tu mujer; sin padre tus hijos. Tu cuerpo y tus carnes son
consagrados a las fieras de los bosques, a los pájaros del aire, a los peces de las aguas. Los cuatro
caminos del mundo se abren ante ti para que vayas errante por ellos; donde todos tienen paz, tú no
lo tendrás" (Borda, 1989: 153-154).
También sin necesidad de que la norma lo precise, se entiende que se refiere tanto a la muerte
plenamente comprobada como a la muerte presunta, tema sobre el que especialmente se han
ocupado en diversos artículos Jack Bigio Chrem (1988:59) y Juan Chávez Marmanillo (1994: 43).
Sin embargo, es importante observar que el Código no dice nada respecto al deceso del concebido.
Así como la muerte pone fin a la vida de la persona, ella también pone fin a la vida del embrión, aun
cuando en dicho caso estemos ante cualquier tipo de aborto. De allí que, a fin de evitar
interpretaciones antojadizas que puedan buscar facilitar la indebida manipulación de embriones o la
clonación terapéutica, es conveniente precisar que la muerte, en general, pone fin al ser humano. En
ese sentido, es acertada la idea de la Comisión de Reforma de Códigos designada en su
oportunidad por el Congreso de la República, que plantea la sustitución del término "persona" por el
de "ser humano" a fin de no excluir al concebido.
Por el solo hecho de la muerte, los derechos y obligaciones transmisibles del fallecido pasan a sus
sucesores, fenece la sociedad de gananciales y se disuelve el matrimonio, se acaba la patria
potestad, se extinguen las obligaciones personalísimas, se debe proceder a la apertura de la
sucesión y se archivan definitivamente los juicios por responsabilidad penal, entre otros efectos.
Sin embargo, así como se extinguen la mayor parte de derechos de la persona, hay otros cuya
efectivización se activará con dicho hecho jurídico, que se ejercen post mórtem como el
cumplimiento de las últimas voluntades del de cujus, la exigencia del pago de la obligación principal
del contrato de seguro de vida y los derechos vinculados a la sepultura, por mencionar algunos.
Un asunto por analizar aquí son las disposiciones efectuadas en vida por los extropianos, quienes
representan una corriente en Estados Unidos que, creyendo en las posibilidades de la ciencia, dejan
expresado su deseo de que, una vez muertos, se conserven sus cerebros a la espera de una futura
reanimación cuando la tecnología lo permita. Aunque no se refiere en especial a este grupo, Frosini
(1997: 158) estima que la persona puede declarar en vida su intención de ser hibernado en espera
de la resurrección.
Otros derechos, más bien, se mantienen no obstante la muerte, como el derecho a la imagen y la
voz que solo se pueden disponer con autorización de los sucesores, o el derecho a la intimidad o el
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derecho al honor. En tal virtud, si bien los sucesores pueden tener legítimos intereses y facultades
generadas vinculadas a dichos derechos, ello no significa que se les transfieran plenamente en su
favor, lo que es independiente de las facultades que se les otorgue para su ejercicio. Tal es así, que
incluso los actos de éstos que afecten, por ejemplo, la imagen del fallecido, pueden ser impugnados.
Estas consideraciones deben tenerse presente sin perjuicio de la cierta continuidad de la persona a
través de sus obras o bienes, sea a través de un testamento o de una fundación (Fernández
Sessarego, 1988: 164). En ese sentido, coincidimos con Carlos Rogel Vide (1998: 38) cuando habla
de una personalidad pretérita que trasciende a la persona.
No puede dejarse de mencionar la vinculación de la muerte con cuestiones esenciales de la bioética:
el aborto, el suicidio, la eutanasia, la clonación terapéutica, la relación médico-paciente, etc., en
cuyo contexto se evidencia la necesidad de un estudio interdisciplinario (que puede alcanzar, más
allá de la medicina y el derecho, a la psicología, la genética, la biología, la química, la sociología, la
antropología y la filosofía, entre otras disciplinas), lo que define una de las características que más
enriquecen a esta nueva disciplina (Luna, 2001: 24).
La muerte, como hecho biológico (v. Morales, 1997: 26 y ss.), constituye un proceso que tiene por
fases la muerte relativa o aparente (las funciones superiores se suspenden por breve tiempo, sin
que ello sea necesariamente irreversible), la muerte intermedia (cuando la paralización de dichas
funciones es irreversible, aun si se mantienen algunas funciones biológicas mínimas) y la muerte
absoluta (que implica el cese definitivo de toda actividad biológica, incluyendo la vida celular).
La muerte intermedia, llamada también muerte clínica, es el momento en que se producen los
efectos legales de dicho hecho jurídico. En esta fase dejan de funcionar, en forma irrecuperable, las
tres funciones superiores de la persona correspondientes a los sistemas respiratorio, cardiovascular
y nervioso.
La cronotanatognosis tiene por función práctica primordial determinar el momento de la muerte
definitiva, a partir del cual tiene incidencia el término destinado a ser considerado "...en que el
momento de la muerte constituye elemento de relevancia primordial" (Limongi Franca, 1995: 251).
En la doctrina nacional, observa Espinoza Espinoza que debe distinguirse el concepto de muerte
clínica o encefálica respecto a la denominada "muerte cortical", la que se da cuando es irrecuperable
la actividad cerebral superior (vinculada a la vida intelectual y sensitiva, a la vida de relación), pero
se conservan las funciones respiratoria y circulatoria; este funcionamiento de las funciones
vegetativas es incompatible con la noción de muerte, como dice José Tobías, citado por Espinoza
(1990: 228).
En un interesante estudio, Morales Godo (1997: 32) observa que el tema de los transplantes de
órganos ha llevado a la necesidad de precisar precozmente el momento de la muerte, teniendo en
cuenta que la única función actualmente irreversible es la del cerebro y la necesidad de un
diagnóstico rápido para poder proceder a un transplante, aun cuando la persona todavía respire y
lata su corazón artificialmente. Este concepto más refinado -agrega el referido profesor peruano- es
el que corresponde a la muerte cerebral. En España, en forma similar al Perú, el Código Civil no se
refiere el momento exacto de la muerte, pero se considera más fiable el concepto de muerte
cerebral, requerido para el transplante de órganos por el Real Decreto 426/ 1980, de 22 de febrero
(Rogel Vide, Carlos, 1998: 36-37).
Para una mejor precisión de términos, el jurista brasileño Limongi Franca (1995: 254-255) distingue
los siguientes cuatro conceptos:
√ Muerte encefálica: la del Cerebro como un todo, que sobreviene con la cesación del
dinamismo del tronco cerebral.
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√ Muerte cerebral: la de todo el cuerpo, que sobreviene desde la cesación del dinamismo del
Tronco pero también del Córtex
√ Muerte clínica: Cuando cesan todas las actividades, no solo cerebrales sino también
respiratorias y cardiovasculares no obstante la persistencia de alguna vida residual en las
llamadas funciones vegetativas.
√ Muerte definitiva: A partir del momento de la desintegración final de los residuos vegetativos.
En nuestro ordenamiento positivo, el Código Sanitario definió la muerte haciéndola equivalente a la
muerte clínica (D.L. N° 17505, del 18.03.1969), como sigue: "Artículo 36.- La muerte se produce por
la cesación de los grandes sistemas funcionales, considerando que el fin de la vida, productora de
consecuencias jurídicas, no corresponde a la verdad biológica". Más adelante, el artículo 41
prescribió que para efectos del injerto o transplante de un órgano vital "...se considera muerte al
paro irreversible, de la función cerebral, confirmado por el electroencefalograma u otro método
científico más moderno empleado en el momento de la declaración".
Posteriormente, la Ley N° 23415 (del 11 .06.82) en su artículo 5, equivocadamente definió a la
muerte como "...Ia cesación definitiva e irreversible de la actividad cerebral o de la función
cardiorrespiratoria...". Aun cuando el mismo artículo señala que dicha definición de muerte es "para
los efectos de la presente ley...". Si bien este concepto de muerte está consignado en normas que
se refieren específicamente al transplante de órganos y así se declara, consideramos que el
concepto no se restringe a este ámbito -con lo que discrepamos de Morales Godo (1997: 71 )-, a
falta de otras normas que se pronuncien sobre el tema en general. Por lo demás, no nos parece
prudente el que se manejen dos conceptos de muerte: uno para efectos de transplantes y otro
respecto a la sucesión hereditaria.
Luego, la Ley N° 24703, del 19.06.87, circunscribió la muerte a la "cesación definitiva e irreversible
de la actividad cerebral", modificando así el referido artículo 5. Posteriormente, el artículo 21 del
Decreto Supremo N° 014-88-SA establece que:
"La muerte cerebral de una persona es la cesación definitiva e irreversible de la función cerebral la
misma que tiene traducción clínica y electroencefalográfica.
La muerte cerebral corresponde a la muerte legal de una persona, de conformidad con lo dispuesto
en el artículo 61 del Código Civil".
No puede dejar de mencionarse como cuestión esencial la debida verificación de la muerte pues
por ejemplo, aun cuando el electroencefalograma no registre actividad alguna, ello no implica
necesariamente que la persona haya fallecido. En todo caso, se trata aquí de una cuestión técnica,
supeditada al conocimiento médico.
Finalmente, es de mencionar que la Ley General de Salud, Ley NQ 26842 (09.07.97), dispone lo
siguiente:
"Artículo 108.- La muerte pone fin a la persona. Se considera ausencia de vida al cese definitivo
de la actividad cerebral, independientemente de que algunos de sus órganos o tejidos mantengan
actividad biológica y puedan ser usados con fines de transplante, injerto o cultivo.
El diagnóstico fundado de cese definitivo de la actividad cerebral verifica la muerte. Cuando no
es posible establecer tal diagnóstico, la constatación de paro cardiorespiratorio irreversible confirma
la muerte.
Ninguno de estos criterios que demuestra por diagnóstico o corroboran por constatación la
muerte del individuo, podrán figurar como causas de la misma en los documentos que la certifiquen".
3. SUPUESTOS DE DECLARACIÓN DE MUERTE PRESUNTA
La regulación de esta figura en nuestro Código Civil tiene por finalidad solucionar situaciones
inciertas respecto de la vida o fallecimiento de una persona que no se encuentra presente, o mejor
dicho, se halla desaparecida, del lugar de su domicilio durante un tiempo prolongado. Es decir, tiene
por objeto tutelar el interés de la persona desaparecida; el interés de los terceros, principalmente de
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aquellos que tengan derechos eventuales en la sucesión del desaparecido; y, el interés general de
la sociedad de que no haya bienes y derechos abandonados (ALESSANDRI). Así, para que pueda
operar la presunción de muerte, se requiere el cumplimiento de determinados requisitos: (i) que la
persona se encuentre fuera del lugar de su domicilio y que no se tengan noticias de ella; (ii) que el
lapso de ausencia se ajuste a los plazos establecidos en los incisos 1 o 2 del artículo 63, o que,
existiendo certeza de la muerte, el cadáver o haya podido ser encontrado o reconocido; (iii) que
haya una resolución que declare la muerte presunta. .
Articulo 63
Procede la declaración de muerte presunta, sin que sea indispensable la de ausencia, a solicitud de
cualquier interesado o del Ministerio Público en los siguientes casos:
1.- Cuando hayan transcurrido diez años desde las últimas noticias del desaparecido o cinco si éste
tuviere más de ochenta años de edad.
2.- Cuando hayan transcurrido dos años si la desaparición se produjo en circunstancias constitutivas
de peligro de muerte. El plazo corre a partir de la cesación del evento peligroso.
3.- Cuando exista certeza de la muerte, sin que el cadáver sea encontrado o reconocido.
En todos estos supuestos, la declaración de muerte presunta, como ya hemos señalado se declara
judicialmente, sin que para ello se requiera previamente haber solicitado la declaración de ausencia
del desaparecido.
Finalmente, conviene hacer referencia a los efectos jurídicos que produce la de. claración de muerte
presunta. En la esfera patrimonial cesan las relaciones jurídicas que se extinguirían por la muerte,
puesto que la muerte presunta, tiene como efecto principal, ponerle fin a la persona. Entre éstas, se
encuentra el matrimonio, contratos, obligaciones alimentarias, cesan los efectos de la declaración
judicial de ausencia si la hubiera, se abre la sucesión del muerto presunto a favor de sus herederos,
etc.
4. RECONOCIMIENTO DE EXISTENCIA
VIA PROCESAL DEL RECONOCIMIENTO DE EXISTENCIA
Articulo 67
La existencia de la persona cuya muerte hubiera sido judicialmente declarada, puede ser reconocida
a solicitud de el/a, de cualquier interesado, o del Ministerio Público. La pretensión se tramita como
proceso no contencioso, con citación de quienes solicitaron la declaración de muerte presunta
Comentario.- Arturo es Ingeniero Civil, casado, dos hijos y empleo en una empresa constructora.
Como todos los días se levantó al alba, para tener tiempo de llevar a sus hijos a la escuela y, de allí,
partir rumbo al trabajo. Efectivamente, luego de dejar a los niños en su centro de estudios y
despedirse de ellos, toma su auto y emprende la marcha por una de las vías menos congestionadas
de la carretera. Su familia lo espera de vuelta como siempre a las ocho de la noche para la cena;
pero él no regresó más.
Lo que pareciera ser un simple hecho de la vida real, sin más importancia colectiva que la
reservada a los miembros del entorno familiar de la persona de que se trate; constituye un hecho de
tal relevancia, que el Derecho hace derivar a partir de aquél, una serie de consecuencias jurídicas
orientadas a la protección de todo cuanto importe un interés al desaparecido.
Así, en el ejemplo propuesto, procederá la designación de curador interino, cuan. do hayan
transcurrido más de sesenta días sin noticias sobre su paradero (artículo 47, C.C.); la declaración de
ausencia, cuando hubiesen transcurrido dos años desde la última noticia (artículo 49 C.C.); o la
declaración de muerte presunta, cuando hayan pasado diez años desde las últimas noticias del
desaparecido, cinco años si tuviese más de ochenta años de edad, dos años si desapareció en
circunstancias constitutivas de peligro de muerte, o exista certeza de la muerte, no obstante no
haberse encontrado o reconocido el cadáver (artículo 63).
Cuando una persona ha desaparecido, no existe seguridad alguna en cuanto a si estará con vida
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o no; en la duda la ley provee a que sus intereses no se vean perjudicados. La desaparición -escribe
Barassi- afecta no solo los intereses privados, sino también al Estado: no se protege únicamente un
interés del desaparecido o de sus posibles herederos, sino a la vez un interés social. Ello se explica
porque, no existiendo una persona que lo administre, el patrimonio deviene improductivo y, por
ende, económicamente inútil, lo cual fuerza a la ley -contraria al hecho socialmente dañoso de que
los factores de la producción permanezcan mucho tiempo inactivos- a intervenir en el estado de
cosas producido por la desaparición.
Si aquella se prolongase en el tiempo, cualquier interesado o el Ministerio Público podrán
solicitar la declaración judicial de ausencia o, en su defecto, la de muerte presunta.
La declaración de ausencia -situación de derecho, según Messineo- importa colocar en posesión
de los bienes del ausente a quienes serían sus herederos forzosos al tiempo de dictarla (previo
inventario valorizado de dichos bienes); quienes asumirán los derechos y obligaciones inherentes a
la posesión, así como los frutos de los mismos; con la limitación de reservar de ellos, una parte igual
a la cuota de libre disposición del ausente, y de no enajenarlos ni gravarlos, salvo los casos de
necesidad o utilidad y previa autorización judicial (artículos 51, 2° parte; 52 y 56 C.C.). Procederán,
además, la inscripción de la declaración judicial de ausencia en el registro de mandatos y poderes,
así como la designación -por quienes hayan obtenido la posesión temporal de los bienes del
ausente- de administrador judicial, quien desempeñará su función de acuerdo a lo establecido en el
artículo 55 del Código Civil.
Ahora bien, la situación del desaparecido que fue declarado ausente, o no, puede entrar a una
nueva fase en la cual se le tendrá por fallecido, en mérito al transcurso del tiempo, o a determinadas
circunstancias que hagan presumir su muerte: nos encontramos, así, ante la declaración de muerte
presunta, que viene a ser la situación jurídica creada por medio de una resolución judicial, en virtud
de la cual se califica a una persona desaparecida como fallecida, expresando la fecha a partir de la
cual se considera ocurrida la muerte, y procediéndose a la apertura de la sucesión correspondiente
(DíEZ-PICAZO y GULLÓN).
Puede acontecer, sin embargo, y siempre en el ejemplo anterior, que un día Arturo reaparezca:
¿Qué mecanismo habrá dispuesto el Derecho ante tal eventualidad? ¿Qué consecuencias jurídicas
se derivarán de aquella "reaparición"?
El Derecho, atento siempre a cuanta vicisitud acontezca en los actos humanos, ha ideado una
figura por medio de la cual, quien fue declarado presuntamente muerto en virtud al tiempo
transcurrido desde su desaparición o a circunstancias que hicieron presumir, efectivamente, su
muerte-, pueda hacer cesar los efectos producidos por la declaración de fallecimiento. Esta figura
recibe el nombre de Reconocimiento de Existencia, encontrándose regulado en el Código Civil, entre
los artículos 67 a 69; cuyo alcance normativo oscila entre la determinación de la vía procesal para
lIevarla a cabo, efectos sobre el nuevo matrimonio de su cónyuge y respecto a sus bienes.
El artículo 67 contempla lo concerniente a las personas que podrán intentar el reconocimiento, la
vía procesal para lIevarla a cabo, así como las personas a ser citadas en el proceso
correspondiente.
Efectivamente, podrán solicitar el reconocimiento: en primer lugar, la persona cuya existencia
busca reconocimiento, así como cualquier interesado y el Ministerio Público; debiendo tramitarse
bajo las reglas del proceso no contencioso, con citación de quienes solicitaron la declaración de
muerte presunta.
La redacción original del artículo 67 exigía, a quienes solicitaran el reconocimiento, la prueba de la
existencia del declarado presuntamente muerto. Fernández Sessarego, comentando el precepto, se
preguntaba si la declaración de existencia requería necesariamente la presencia física de la persona
en el lugar de su domicilio, o tan solo era suficiente que de alguna forma idónea reivindique sus
derechos y pruebe su supervivencia, aun encontrándose en el extranjero y valiéndose de un
representante. Conforme a su contenido -continuaba- resulta evidente la no exigencia del retama
físico de la persona al lugar de su domicilio; por lo tanto, únicamente deberá probar su
supervivencia.
Aunque el actual texto del artículo (según la 1°disp. modificatoria del T.U.O. del Código Procesal
Civil) ha eliminado toda referencia a la prueba de existencia, nos parece claro que para lograr tal
reconocimiento, aun cuando la presencia física no sea indispensable requisito, deberá presentarse
prueba que de alguna manera demuestre verosímilmente la supervivencia del presuntamente
muerto.
Finalmente, la resolución que declare el reconocimiento de existencia es inscribible en el Registro
Personal (además de aquellas que declaren la desaparición, ausencia y muerte presunta).
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