(1896-1972) EL HOMBRE QUE VEÍA CRECER LAS PLANTAS

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Enrique Pérez Arbeláez (1896-1972)
El hombre que veía
crecer
las plantas
por MATEO CARDONA VALLEJO
cuatro grados, 40
minutos y 24 segundos de latitud norte y a 74 grados,
seis minutos y 14,5
segundos de longitud oeste, a una altura de 2.551 metros
sobre el nivel del
mar, se encuentran
localizadas las 19 y
media hectáreas
del Jardín Botánico
José Celestino Mutis, cuya colección de plantas representa los más importantes ecosistemas
colombianos: páramo, selva andina, selva húmeda tropical y ecosistemas áridos. Este remanso de paz en
medio del tráfago citadino es el que mejor sintetiza la
obra del insigne naturalista colombiano Enrique Pérez
Arbeláez, su fundador, no sólo porque es el vivo testimonio de su labor científica, sino también porque constituye su legado a todos los habitantes de la capital.
Su pertinencia, dentro del marco de esta edición
sobre la biodiversidad, se debe a que es el reconoci-
do seguidor de la Expedición Botánica iniciada por José Celestino
Mutis, y al hecho de haber estado
vinculado a la Universidad de Bogotá Jorge Tadeo Lozano en calidad de
Decano de la Facultad de Recursos
Naturales de 1959 a 1962,* período
durante el cual se convocó, para
conmemorar el Sesquicentenario de
la Independencia, al Primer Coloquio Colombiano para el Progreso
de las Ciencias de la Naturaleza, de
cuyo comité organizador Enrique
Pérez Arbeláez fue el alma. Han pasado cuarenta años y sus alumnos aún lo recuerdan
en el Aula Máxima de Casa Vieja —antigua sede de la
Universidad, situada en la carrera séptima con calle
23 de Bogotá— dictando la Cátedra de Recursos Humanos, a la que nadie llegaba tarde por no perder
siquiera un ápice del conocimiento entregado por este
maestro que con la misma propiedad hablaba de los
astros, de las especies endémicas o del manejo de la
perspectiva entre los pintores renancentistas.
*Información tomada del Archivo Histórico de la UJTL.
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Encontró en el país un ambiente de cortés indiferencia e incomprensión
y literalmente tuvo que partir de cero,
por cuanto la Expedición se había interrumpido 112 años antes.
José
Celestino
Mutis,
permanente
inspirador de
Enrique Pérez
Arbeláez.
Primeros años
Enrique Pérez Arbeláez nació en Medellín el 1º de marzo de 1896, en el hogar del general Jesús María Pérez
y de doña Carolina Arbeláez Urdaneta. En la Ciudad de la Montaña transcurrieron sus primeros
años, aunque muy niño fue trasladado a Bogotá a casa de sus
abuelos maternos, el general Juan
Clímaco Arbeláez y doña Enriqueta Urdaneta. Eran los primeros días
del siglo XX: la Nación se estremecía en las
luchas fratricidas de la guerra de los Mil Días
y se avizoraba la desmembración de Panamá.
Durante el llamado Quinquenio, el general
Rafael Reyes realizaba, no sin dificultades, el ordenamiento territorial del país. En casa de los abuelos se hablaba de todos estos temas, por cuanto la familia estaba constituida por militares de batalla y prominentes prelados, y puede adivinarse el influjo del severo ambiente de aquella casa en el carácter recto, altivo
y serio del futuro naturalista.
Tras aprender las primeras letras en la escuela de
las señoritas Briceño, Enrique Pérez Arbeláez realizó
sus estudios de primaria con los hermanos cristianos en
el Colegio de la Salle, y luego el bachillerato con los
jesuitas en San Bartolomé, donde se encariñó profundamente con el latín, el griego, la literatura y las humanidades.
En 1923, y una vez graduado bachiller, viajó a España, a Burgos (Oña), a
estudiar filosofía y teología, ordenándose sacerdote en 1926. Por esta época también estudió sismología
en Granada y técnica
microscópica en Madrid y Barcelona. En la
escuela de Ramón y
Cajal, entonces el más
avanzado instituto para
estudios de ciencias naturales, publicó una lujosa Biología en cuatro
tomos, en colaboración con el biólogo español P.
Pujiula y el mexicano Amozurrutia, obra que constituye la primera revelación de su talento y de sus extraordinarias dotes de dibujante.
Ya ordenado, pasó a Holanda a estudiar alemán y
luego viajó a Alemania a continuar la carrera de biología en la muy exigente y elitista Universidad Maximiliana de Baviera, donde fue discípulo de Karl von Goebels, director del Jardín Botánico de Nymphenburg y
creador, junto con Julius Sachs, de la organografía comparada de los vegetales. Con él se especializó en plantas inferiores, elaborando su tesis sobre citología y morfología de las Davaliáceas, con la que obtuvo la calificación Summa Cum Laude. También se hizo miembro
de la Deutsche Zoologische Gesellshaft.
Estando en Munich en 1927, llegó a sus oídos la
noticia de que los botánicos españoles se interesaban
en publicar la Flora de José Celestino Mutis. Pérez
Arbeláez creyó que los colombianos debían liderar este
empeño, puesto que el objeto de estudio del gaditano
había sido la flora del Nuevo Reino de Granada. Nace
así una de sus grandes pasiones, que habría de acompañarlo para siempre.
Nace un proyecto de vida
Pérez Arbeláez se dirigió al director del Jardín del Prado, doctor Arturo Caballero, pidiéndole audiencia para
tener la oportunidad de conocer la extraordinaria iconografía de la Expedición encabezada por Mutis. Sin
embargo, al llegar a Madrid el director no aparecía
por ninguna parte, y el joven colombiano tuvo que
enfrentar grandes dificultades durante el ardiente verano madrileño. Finalmente lograría detenerse en las
preciosas ilustraciones, y se hizo el propósito de
darlas a conocer –no sólo a los colombianos
sino al mundo entero–, y de rescatar los
valores de la Expedición Botánica, estandarte que a la postre recogería
la Universidad de Bogotá Jorge Tadeo Lozano. Pérez Arbeláez copió
en el Jardín del Prado el inventario que de las láminas había hecho José Jerónimo Triana, y regresó a Munich, donde le ofrecieron
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Los verdaderos pétalos de una flor no contribuyen en nada a la generación, sirven sólo como lecho nupcial
que el Creador ha preparado, a su mayor gloria, con preciosas cortinas y fragantes aromas, para que el novio
y la novia puedan celebrar allí dentro sus nupcias con la mayor solemnidad. Cuando el lecho está preparado,
entonces es el momento de que el novio abrace a su amada y se entregue a ella…
CARL VON LINNÉ, Praeludia sponsaliarum plantarum [Introducción a los esponsales de las plantas] (1729).
una beca para estudiar la flora tropical en Java, que rehusó explicando a Von Goebels que su compromiso
era regresar a Colombia para continuar la obra de José
Celestino Mutis. Su profesor, quien tuvo la ocasión de
estudiar el inventario, aceptó sus razones.
En 1928 regresó a Colombia con una férrea determinación: “un anhelo de realizar la labor humanizante
de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de
Granada […], cuya trayectoria se ha perdido en los campos hollados por nuestras discordias políticas”. Encontró en el país un ambiente de cortés indiferencia e incomprensión y literalmente tuvo que partir de cero,
por cuanto la Expedición se había interrumpido 112
años antes. Además, las luchas políticas estaban al rojo
vivo en la Colombia de 1930: la República Conservadora se caía en pedazos, se sentía el coletazo de la
crisis mundial de 1929 y la defensa de la soberanía movilizaría a la Nación en pleno al estallar la guerra contra el Perú en 1932.
Un comienzo difícil
Pérez Arbeláez tenía a la sazón 32 años, una sólida formación europea y le sobraban juventud y entusiasmo
para enfrentarse a las dificultades que encontraría a
su paso. Solitario, pues no encontró en el país jóvenes
que tuvieran una preparación siquiera semejante a la
suya –realidad que lo privó de la posibilidad de conformar un equipo de trabajo–, se dedicó a estudiar las
obras de los científicos que lo habían precedido, a
revisar obsesivamente el mapa de Colombia y a leer y
releer a los cronistas de Indias y viajeros europeos de
los siglos XVIII y XIX.
Según nos cuenta su asistente y biógrafa, doña
Teresa Arango Bueno,
[…] era el doctor Enrique Pérez Arbeláez de fisonomía distinguida y recia personalidad. Alto
(1,80 m), ligeramente obeso, con rostro atezado,
oval, ojos azules y párpados cansados, mirada
miope muy fina, compensada con grandes anteojos con enormes aros de carey. En el centro
de la cabeza aún no despoblada, aparecía la
“tonsura” que indicaba su dignidad eclesiástica. […] Padecía, como Mutis, profundas depresiones. Su carácter era muy difícil, exigente, por-
que todo le debía resultar perfecto y en orden
riguroso. […] Su jornada de trabajo era de catorce y quince horas diarias; empezaba sus labores desde el amanecer para cumplir su apretada agenda, bien para escribir algún capítulo
de sus libros, artículos de prensa, colaboraciones de revistas, memorandos, o para dibujar, porque siempre tenía material botánico fresco: frutos, hojas, raíces que esquematizaba con arte
en sus impecables cartones de dibujo.
Pérez Arbeláez planteó la creación del Herbario
Nacional Colombiano, pues consideraba que
[…] era imposible hacer ciencia botánica en
Colombia sin tener los exsicados de todas las
plantas del país y que la botánica, que tan brillantes épocas había vivido con Mutis, Triana y
algunos otros, iba en decadencia, y hacía poco
había muerto Santiago Cortés, quien dejó algunos herbarios importantes, pero sin sujeción
a normas internacionales.
Para ello le valió su amistad de infancia con la familia de la esposa del presidente Miguel Abadía
Méndez, quien dictó el Decreto de fundación en 1928.
En 1930 fue nombrado botánico del Departamento de
Agricultura del Ministerio de Industrias, y en 1932 se
concretó la fundación del Herbario, ya bajo el gobierno de Enrique Olaya Herrera.
Enrique Pérez
Arbeláez en el
laboratorio de
ciencias naturales.
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La creación del Herbario Nacional era sólo el principio del plan del doctor
Pérez Arbeláez para el estudio de la flora colombiana. Era, sin embargo, insuficiente,
y pronto el científico vio la necesidad de organizar un instituto
donde se pudieran formar científicos calificados.
Enrique Pérez
Arbeláez
en el Herbario
Nacional.
“La fuente donde nace el herbario es la excursión”,
sostenía. Por ello viajó al Caquetá con su colaborador,
el médico, biólogo y escritor César Uribe Piedrahita.
Las primeras plantas recolectadas para el Herbario
fueron una ocotea (laurácea) y un helecho (Hymenophyllaceae, que se creía inexistente en el trópico) procedentes de Florencia, a orillas del río Hacha.
De nuevo en Bogotá, la casa de Uribe Piedrahita
albergó los primeros materiales. Cuando el espacio resultó insuficiente, Pérez solicitó del ministro de Indus-
trias, Francisco José Chaux, permiso para habilitar un
salón de su despacho en el Capitolio. El embrión del
futuro Herbario Nacional eran, apenas, en unas doscientas plantas en un armario, al que se agregaría algunos
años más tarde el herbario de José Jerónimo Triana.
Cuando el presidente Alfonso López Pumarejo fundó
la Ciudad Universitaria para alojar la Universidad Nacional, el primer edificio que planeó y construyó junto
con el doctor Pérez Arbeláez fue el del Herbario Nacional, complementado luego con el Instituto Botánico.
Uno de los compromisos que ocuparon al doctor
Pérez Arbeláez por los tiempos en que procuraba dotar adecuadamente al Herbario Nacional para que fuera un centro de estudios taxonómicos moderno, merece recordarse la conmemoración, el 6 de abril de 1932,
del segundo centenario del nacimiento de Mutis, solemnidad para la cual los gobiernos de Colombia y
España se unieron en un solo homenaje. España envió
una comisión integrada por José Cuatrecasas, delegado del Real Jardín Botánico, y Francisco de las Barras
de Aragón, representante de las Academias y mientras en Bogotá y Mariquita se realizaban los solemnes
actos, otro tanto ocurría en Madrid y Cádiz. Pérez
Arbeláez publicó un testimonio de dichas ceremonias
en un volumen que hoy constituye una rareza bibliográfica, Centenario del nacimiento de don José
Celestino Mutis. También aparecieron, en sucesión,
sus primeras publicaciones: Frutas de Cundinamarca
(1933); Plantas medicinales más usadas en Bogotá; Las
plantas, su vida y clasificación (1934); Plantas útiles de
Colombia, tomo I (1935); Plantas medicinales de Colombia (1937) y Botánica elemental (1942).
No existía en Colombia una Academia de Ciencias. Diversos intentos en este sentido, entre los que
cabe recordar el promovido por el general Santander
en 1826, hundido por los avatares de la política; la Sociedad de Naturalistas Neogranadinos de 1859, hija
directa del ambiente de conocimientos que dejó la
Comisión Corográfica de don Agustín Codazzi, y liquidada por falta de presupuesto y las continuas guerras civiles; la Comisión Científica Permanente (1881),
de muy breve vida; la Sociedad Científica Instituto de
la Salle, dedicada al estudio de la naturaleza, creada
por el científico francés, hermano Apolinar María, de
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Toda planta es útil […]: porque toda planta es un valor estético; cualquiera de ellas constituye
un tema intelectual y científico; todas ellas son engranajes del sistema filogenético y aun las
más insignificantes tienen un valor en la conservación y renovación de los recursos naturales
del planeta. Éstas, las verdes, sintetizando la materia orgánica; aquellas, los hongos,
degradándola para convertirla en principios absorbibles por las plantas superiores; todas
contribuyendo a la estabilidad química del humus.
ENRIQUE PÉREZ ARBELÁEZ, Plantas útiles de Colombia.
las Escuelas Cristianas en 1912, y que se transformaría
en la Sociedad Colombiana de Ciencias Naturales (1919).
También en esta palestra Enrique Pérez Arbeláez luchó
denodadamente: junto con el doctor Álvarez-Lleras y
otros colegas, logró que sobre los cimientos de la Sociedad de Ciencias Naturales se fundara la Academia
correspondiente, mediante Ley de la República número 34 de 1933, y que le adscribía en su artículo 3º “estudiar y proponer al gobierno la forma en que la nación
colombiana pueda participar en la publicación de las
obras de José Celestino Mutis existentes en la Biblioteca del Jardín Botánico de Madrid”. La Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales subsiste hasta nuestros días.
La creación del Herbario Nacional era sólo el principio del plan del doctor
Pérez Arbeláez para el estudio de la flora colombiana.
Era, sin embargo, insuficiente, y pronto el científico vio
la necesidad de organizar
un instituto donde se pudieran formar científicos calificados. Presentó sus inquietudes al Ministerio de Industrias y a la Universidad Nacional y obtuvo el apoyo oficial. Mediante el Acuerdo 28
del Consejo Directivo del
Alma Mater, fechado el 30 de
octubre de 1936, se fundó el departamento de Botánica
de la Universidad Nacional. En 1939, el departamento
devino Instituto de Botánica y el 1º de diciembre de
1940 pasó a llamarse Instituto de Ciencias Naturales.
Desafortunadamente ese mismo año, intrigas políticas
y envidias motivaron el retiro de Pérez Arbeláez de la
dirección del Instituto, lo que le significó un tremendo
golpe. Pero entonces se inventó una nueva aventura.
Viajó a Medellín, donde se puso en contacto con
una compañía que estaba interesada en explotar la pita
del Magdalena en la fabricación de textiles de gran
resistencia. La compañía decidió financiar la investi-
gación y Pérez Arbeláez escogió la población de
Chiriguaná, en el actual departamento del Cesar, como
sede de sus trabajos. En ese clima canicular pasó el
prelado más de un año, acompañado por personal de
obreros sin ninguna calificación, hasta que se convenció de que las fibras, demasiado gruesas y difíciles de
hilar, no permitirían desarrollar los productos esperados. Esta empresa, que supuso pérdidas de tiempo y
dinero, le permitió, con todo, conocer y familiarizarse
con una cultura diferente, así como enriquecer sus colecciones de botánica y convertirse en profundo conocedor del bajo Magdalena. Sus travesías por nuestra arteria fluvial a bordo del
‘David Arango’, de la Naviera Colombiana, le servirían
para escribir su Hilea Magdalenesa (1949). Vio la importancia de que Colombia
volviera su mirada hacia el
río Magdalena, el rasgo más
relevante de nuestra cartografía, y previó el ulterior
desarrollo de su hoya. También se internó en los ríos
que descienden de la Sierra Nevada de Santa Marta,
y navegó innumerables veces por las ciénagas de Chilloa y Zapatoza. De su radical empatía con los pobladores ribereños da fe el folleto folclórico-antropológico La cuna del porro, publicado en 1953. Verdadero
clarividente, se opuso con tenacidad contra el proyecto de los tajamares para el puerto de Barranquilla, considerando que Cartagena y Santa Marta ofrecían mejores condiciones naturales para el comercio ultramarino; ello le valió no pocos disgustos, recibir anónimos
y amenazas, pero nunca se retractó. Y la historia ha
acabado por darle la razón.
En los meses que precedieron al aciago ‘Bogotazo’
del 9 de abril de 1948, Pérez Arbeláez preparaba la
segunda edición, bastante aumentada, de Plantas útiles de Colombia. Alfonso Palacio Rudas, entonces Con-
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Desde 1990, el Jardín Botánico ha dado especial importancia
a la investigación científica de la flora y los ecosistemas del Distrito Capital,
a los procesos de formación para la conservación de la biodiversidad y a la arborización
y conservación del espacio público de Bogotá.
Pérez Arbeláez,
atento observador
de la flora
colombiana.
tralor General, había decidido patrocinar la publicación, así como la de Hilea Magdalenesa. Plantas útiles
es una obra excepcional, la más importante en su género en Colombia aun hoy, a pesar de su medio siglo
de antigüedad. Consta de un total de 1.070 numerales
que cubren más de 1.920 especies, y un índice
lexicográfico que recoge, en cerca de 70 páginas, los
principales nombres personales, locales y vulgares de
las mismas. Considerada por muchos como su obra
cumbre, en Plantas útiles de Colombia invirtió Pérez
Arbeláez gran parte de su vida: recorrió el país entero
recogiendo información de viva voz de campesinos,
yerbateros, vendedores en plazas de mercado y curanderos indígenas sobre plantas utilizadas como medicinales, alimenticias, maderables, industriales,
psicotrópicas, etc. El estilo en que redactó la información es claro, sencillo y accesible para cualquiera. Su
riqueza anecdótica, folclórica y etnográfica lo hacen
muy ameno, a la vez que su rigor taxonómico y la división por regiones facilitan su consulta. Cada planta ha
sido ilustrada a mano por el propio autor. Irónicamente, de la segunda edición, con un tiraje de 3.500 ejemplares, tan sólo circularon 500, pues los restantes fueron incendiados en los depósitos de la Imprenta Nacional el 9 de abril. Una tercera edición aparecería en
España en 1956 bajo el sello de la Editorial Rivadeneyra,
y una cuarta en 1977, ya fallecido Pérez Arbeláez, sin
contar dos ediciones piratas de 1951 y 1990 respectivamente.
En mayo de 1948 Pérez Arbeláez fue nombrado
asesor científico de la Unesco, con el encargo de recopilar toda la bibliografía existente sobre el Amazonas, y delegado por el gobierno de Colombia a la
Conferencia Interamericana de Manaos. Allí propuso
la creación de un instituto científico costeado por todos los países amazónicos: el Instituto Internacional
de la Hilea Amazónica, que no llegó a concretarse
porque Brasil no lo aceptó.
Con mejor suerte contó su proyecto durante tantos años acariciado, de publicar la Flora de Mutis. La
ayuda del historiador Guillermo Hernández de Alba y
del padre Lorenzo Uribe, S.J., quienes se desplazaron
hasta las bibliotecas y jardines botánicos de España, y
la colaboración del gobierno español, más un sinfín
de viajes a Mariquita y La Mesa de Juan Díaz tras las
huellas del científico gaditano y del barón de Humboldt, arrojaron, al cabo, resultados positivos: el primer tomo, introductorio, apareció en 1954; el segundo, la quinología, en 1957. A la fecha de hoy ya son
más de 22 tomos de la Flora colombiana publicados,
de un cronograma que contempla un total de 51.
El Jardín
El día 6 de agosto de 1955, con el ánimo de continuar
la obra de José Celestino Mutis creando el primer centro de investigación y conservación de la vegetación
colombiana con énfasis en la flora andina, se fundó el
Jardín Botánico de Bogotá en predios del antiguo Bosque Popular. Las tareas iniciales se emprendieron con
tan sólo cien mil pesos de presupuesto, recursos que
se emplearon en la construcción de dos modestas edificaciones, una para la dirección y otra para vigilancia. Dibujando infinidad de planos, Pérez Arbeláez
proyectó en un comienzo la estructura del Jardín, que
se conserva en la actualidad, y emprendió la construcción de su infraestructura básica, para proceder luego a la recolección de semillas y especies adelantando excursiones por todo el territorio nacional, especialmente en los bosques de los Andes, zona que era
de gran interés para el fundador.
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Cuando se habla de plantas, se presentan multitud de procesos para ponerlas a nuestro servicio.
De ellas, las hay que se utilizan en su estado natural, vivas, enteras y como las produce la tierra.
Tal es el caso de las plantas ornamentales y protectoras. Otras son aprovechables sólo en algunas
de sus partes, como fruto, flor, raíz u hojas. De muchas sólo se benefician los productos
anorgánicos de su metabolismo, como es el caucho, o los principios que de ellas se obtienen
mediante procesos industriales, como la escopolamina.
ENRIQUE PÉREZ ARBELÁEZ, Plantas útiles de Colombia.
JARDINES Y AMBIENTES
JARDÍN BOTÁNICO JOSÉ CELESTINO MUTIS
Bogotá, D.C.
42
40
8
47
39
13
36
15
E
A
M
47
43
35
N
38
37
12
34
16
17
31
29
11
47
1
32
33
L
28
A. AMBIENTE DE PÁRAMO
1. Pajonal-frailejonal
2. Cinturón de Ericáceas
3. Cardonal con Puya
4. Bosque enano de Polylepis
5. Bosque enano de Rodamonte
6. Bosque altoandino de Encenillos
7. Matorral típico de la Sabana de Bogotá
8. Humedal Paramuno
41
14
J
50
20 18
49
48
10
19
46
K
G
45 44
H
P
47
9
O
B. AMBIENTE DE SELVA ANDINA
9. Bosque Andino Secundario
10. Bosque Andino con Sotobosque
11. Bosque de Robles
12. Bosque de Lauráceas
13. Bosque de Gaques
14. Bosque de Niebla y Trepadoras
15. Epífitas de clima frío (Orquídeas)
16. Epífitas de clima frío (Bromelias)
17. Bosque Andino con Sietecueros
C. AMBIENTE ÁRIDO DE CLIMA FRÍO
18. Enclave Xerofítico Andino
D. AMBIENTES ACUÁTICOS
19. Lago Principal
20. Humedal laguna La Herrera
El Instituto Geográfico Agustín
Codazzi lo apoyó con medios para realizar
excursiones por todo el territorio nacional, a fin de colectar plántulas y semillas de especies nativas andinas. Armado
de su cigarro, las “botas de siete leguas”, un altímetro, cámara fotográfica y sus libretas de
apuntes, Pérez Arbeláez recorrió Colombia entera hasta que la escasez de fondos interrumpió sus actividades. Durante años, el Jardín se sostuvo con recursos donados por el Instituto
Geográfico y algunas empresas privadas, así como el dinero de los premios Luis López de
Mesa y Camilo Mutis Daza, que le fueron conferidos al fundador en 1968. Sólo en 1970, el
alcalde mayor Emilio Urrea dispuso los medios económicos para que el Jardín cumpliera con
sus objetivos.
Luego de la muerte del doctor Pérez Arbeláez en 1972, se seguiría avanzando en la recolección de especies, en la investigación de la flora nativa y de los ambientes que circundan la
ciudad, así como en la conformación de relieves, jardines e invernaderos para la conservación y presentación de las colecciones. Desde 1990, el Jardín Botánico ha dado especial
importancia a la investigación científica de la flora y los ecosistemas del Distrito Capital, a los
procesos de formación para la conservación de la biodiversidad y a la arborización y conservación del espacio público de Bogotá.
Pero la magnífica obra del Jardín Botánico no agotó las fuerzas de Enrique Pérez Arbeláez.
Escritor incansable, publicaría en 1959 Humboldt en Colombia, con ocasión del centenario
de la muerte del viajero y científico alemán; Por la Alemania Federal, crónica de tres viajes
realizados por él en 1961; Recursos naturales de Colombia, en dos volúmenes, en 1964 y 1966
respectivamente, y José Celestino Mutis y la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de
Granada, en 1967, entre otras obras, además de su habitual columna en El Tiempo. Todo ello
sin cejar jamás en su empeño por educar al colombiano del común, por enseñar a respetar el
suelo, los animales, las plantas, el agua, la atmósfera y el paisaje que constituyen la patria.
Como delegado irremplazable a cuanto congreso y simposio científico se relizara en el país
o fuera de él, o abanderado de múltiples campañas en defensa de los recursos naturales, su
E. TROPICARIO
(Circuito de Invernaderos)
21. Sala de transición
22. Flora Ornamental de clima cálido
23. Botánica Económica
24. Selva Húmeda Tropical
25. Ambiente Amazónico
(Lago de la Victoria Amazónica)
26. Ambiente Árido-desértico
27. Orquídeas y Bromelias
F. JARDINES Y COLECCIONES ESPECIALES
28. Jardín Introductorio
29. Jardín de Los Helechos (Criptogamio)
30. Esquema de la Evolución de las Plantas
31. Jardín de las Melastomatáceas
32. Jardín de Plantas Exóticas
33. Pérgola
34. Rosaleda
35. Jardín de las Palmas (Palmeto)
36. Jardín del Fundador, Enrique Pérez Arbeláez
37. Jardín de las Gimnospermas
38. Herbal de Plantas Medicinales
39. Jardín Sistemático de las Angiospermas
40. Frutales y Huerto tradicional de clima frío
41. Área de Compostaje
42. Pabellón de Exposiciones
43. Plantación de Pino Colombiano
INSTALACIONES
G. Dirección y Área Administrativa
H. Subdirección Educativa y Cultural
I. Subdirección de Conservación
Sede Operarios
Vivero
Almacén
J. Subdirección Científica
Laboratorios de Investigación
Invernaderos de Propagación
Túneles de Crecimiento
Zona de Bioseguridad
Estación Climática
K. Gerencia de Arborización
L. Aula Ambiental del Lago
M. Aula Ambiental Amazónica
N. Aula Urbana
O. Monóptero
P. Reloj de Sol
SERVICIOS
44. Biblioteca
45. Auditorio
46. Cafetería y restaurante
47. Baños
48. Primeros auxilios
49. Entrada vehicular
50. Entrada de servicios
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Su pequeña biblioteca, que apenas sobrepasaba los 5.500 títulos,
anotada al máximo y complementada con diversidad de ficheros,
le bastaba para que en ella cupiera el país entero.
visión integral del papel del ser humano en el entorno
natural lo convierten en el padre de la ecología colombiana, y la mayoría de sus tesis conservan aun hoy
su vigencia.
En vida de Pérez Arbeláez, su trabajo recibió muchísimos reconocimientos, entre ellos el Premio de
Ciencias de la Fundación Alejandro Ángel Escobar,
en 1955; la Medalla al Mérito Universitario, en 1966; el
Premio Luis López de Mesa y el Camilo Mutis Daza de
la Universidad Nacional, en 1968. Fue condecorado con
las órdenes de Boyacá, de Humboldt, la Medalla al
Mérito Universitario y el botón de la Sociedad Geográfica Colombiana, que siempre lucía en su solapa.
Su pequeña biblioteca, que apenas sobrepasaba
los 5.500 títulos, anotada al máximo y complementada
con diversidad de ficheros, le bastaba para que en
ella cupiera el país entero. Conservó siempre su amor
de escolar por los clásicos, prefiriendo a los latinos
como Tácito, Cicerón y Virgilio sobre los griegos
Teofrasto, Aristóteles, Platón y Jenofonte, aunque recitaba de memoria pasajes de la Ilíada. También admiraba a Goethe, Shakespeare y Cervantes, y recitaba a
los poetas españoles del Siglo de Oro.
Hasta el final
de sus días,
Enrique Pérez
Arbeláez mantuvo
abierto su espíritu
de hombre de
ciencia.
En diciembre de 1971 realizó su último viaje a Santa
Marta, con el fin de llegar hasta la península de La
Guajira y colectar ejemplares en el desierto. El día 30
de ese mismo mes, una trombosis fulminante lo sorprendió mientras contemplaba la bahía descubierta por
Bastidas. Trasladado a Bogotá, el 12 de enero visitó por
última vez el Jardín, donde impartió instrucciones, y el
22, a las 11:00 a.m., rindió su postrer aliento. Tenía 74
años de edad y el cuerpo estragado, pero hasta el final
había conservado su talante de expedicionario.
MATEO CARDONA VALLEJO
Profesional en Estudios Literarios de la Pontificia
Universidad Javeriana. Ha coordinado publicaciones
como Gaceta, de Colcultura, y Agenda Cultural, de la
Universidad Jorge Tadeo Lozano.
BIBLIOGRAFÍA ESENCIAL DE ENRIQUE PÉREZ ARBELÁEZ
Alejandro de Humboldt en Colombia (compilación y prólogo), Bogotá,
Colcultura, 1981.
Alejandro de Humboldt en Colombia: extractos de sus obras, Bogotá, Iqueima,
1959.
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www.utadeo.edu.co • Revista La Tadeo No. 67 - Primer Semestre 2002 • Bogotá, D.C. - Colombia
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