Reencuentros - Ayuntamiento de Vélez

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E X P O S I C I Ó N
“Reencuentros”
“Reencuentros”
dibujos y óleos
Del 19 de junio al 18 de julio de 2015
SALA SAN FRANCISCO
VÉLEZ-MÁLAGA
Inauguración
viernes 19 de junio, a las 20,30 h.
MANUEL PACHECO O EL ARTE DE PENETRAR EN LA ESENCIA
P
or conocido, por admirado, por prestigio, por formar parte del panorama artístico de nuestro municipio desde hace ya muchos años, pareciera que el pintor Manuel Pacheco fuera un asiduo
de las salas de exposiciones de Vélez Málaga; nunca más lejos de la realidad: en treinta años sólo ha
expuesto dos veces en nuestra tierra, que es su tierra. Con la presente muestra, en la magnífica Sala
de Exposiciones de San Francisco, es la tercera vez que nos enseña ese arte quintaesenciado, ese estilo inequívoco de sus pinceles. Ya era hora. Pero, lo siento, ya era hora no tanto por él, sino por la mayoría de los amantes del arte de nuestro municipio, que estaban a la espera de poder gozar con sus
siempre viejos y siempre nuevos dibujos de caballos. En esta ocasión nos reserva también otro tipo
de sorpresas pictóricas, con igual portentosa técnica y con una fuerza expresiva digna de los grandes maestros: sus particulares visiones plásticas de Doñana; diez óleos en gran formato que hacen
un recorrido por la naturaleza –y por la caricia y la huella humana– en el Parque Nacional. Con esas
pinturas Manuel Pacheco ha tenido el privilegio de ser uno de los pocos artistas vivos en exponer en
los Reales Alcázares de Sevilla.
La muestra que llega a la sala de Vélez Málaga responde a dos características fundamentales:
una, lo que vemos es Pacheco en estado puro; dos, un Pacheco de madurez, de maestría; un Pacheco
reflexivo, que con una envidiable economía expresiva nos cuenta lo que realmente quiere contarnos.
Si de un poeta se tratase, Manuel estaría utilizando sólo muy pocas palabras para contarnos todo
un mundo.
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En esta exposición Pacheco nos vuelve a introducir y a seducir en ese mundo particular que es
pura esencia. Porque la pintura y los dibujos de Manuel Pacheco no son en sí ni realistas ni figurativos ni costumbristas. Tienen la esencia de todo lo anterior. Los dibujos de caballos de Pacheco, de
tan visitados, de tan estudiados, de tan reflexionados, han dado el salto del realismo y del figurativismo y han pasado a otra dimensión. Los caballos de Pacheco ya no son caballos: son la esencia de
los caballos, que es como decir la esencia de la nobleza y de la libertad. En realidad Pacheco no dibuja
caballos, dibuja la libertad. Ni siquiera podemos decir que sus caballos sean un símbolo de la libertad.
Sus caballos han traspasado la barrera del símbolo y se han convertido en esencia –que es algo más
puro, más delicado, más sugerente y más importante que el propio símbolo–
Ha existido en el mundo del arte –quizá con más sistematicidad planteado en la segunda parte
del siglo XX– la idea de la obsesión en los temas como un elemento de distinción del artista; como
si el estar obsesionado por algo –y por tanto llevarlo a la obra de arte continua e insistentemente–
supusiera un punto de valía en la obra global. Es más, esa obsesión se ha llegado a confundir con la
existencia de un estilo definido. No obstante, soy de los que piensa que las obsesiones traspasadas
a la obra de arte resultan muy interesantes. Porque detrás de la obsesión –y de la repetición que
conlleva la misma– se encierra una profunda capacidad de reflexión y de penetración en los temas.
Pero la obra de Manuel Pacheco es tan personal y tan original que tampoco podríamos decir que el
pintor tiene una obsesión artística. Pacheco no está obsesionado por los caballos: en todo caso está
obsesionado por la idea de libertad y de belleza que transmiten –que exhalan– los caballos. Manuel
Pacheco pinta belleza y libertad. Y la belleza siempre es multiforme, siempre es distinta. No hay repetición, en modo alguno, en la obra de Pacheco; muy al contrario: hay diversidad, cambio, mutación.
Porque la libertad y la belleza son así de nerviosas y cambiantes. Porque la fuerza de la naturaleza no
encuentra jamás descanso ni acomodo.
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En los caballos Manuel Pacheco ha encontrado un elemento estético ideal –vivo, carnal, inteligente, con unas proporciones y una fisonomía muy particulares– para poder adentrarse en los terrenos de la nobleza, de la fuerza, de lo indómito, de la belleza y de la libertad. Y sobre todo ha tenido
la suerte de encontrar todo eso en una animal al que ama profundamente. Esa es parte de la armonía de la obra de Pacheco: que no ha tenido que buscar fuera de sí un elemento extraño o ajeno para
reflexionar sobre todos esos temas. La grandeza –y la sencillez– de su obra es que habla de lo que
quiere hablar partiendo del amor y del cariño hacia un animal.
Pero además con ese “símbolo”, “obsesión”, “temática” Pacheco está haciendo un constante guiño a los cimientos de la historia del arte. El amor artístico de Manuel Pacheco por los caballos es el
que tuvieron también los hombres que habitaron las cuevas en la prehistoria y que comenzaron los
primeros pasos del arte dejando la esencia esquemática de unos caballos dibujados en las mismas.
Pero además, en esta exposición, tenemos la suerte de encontrarnos con un Manuel Pacheco
en plena madurez vital, creativa y técnica. Si contención y esencia hay en sus dibujos de caballos, una
extraña combinación de contención y fuerza expresiva nos encontramos en sus visiones del Parque
Nacional de Doñana. Una extraña combinación que no es más que maestría. Porque hay que ser todo
un maestro para trasladar una auténtica explosión de visiones, luces, paisajes, colores, sensaciones,
movimiento, naturaleza y vida, a unos grandes lienzos, con una sencillez y una suavidad de formas
y de elementos extraordinaria. La complejidad de la naturaleza y de la vida de Doñana, la concentración de movimiento queda tamizada, queda simplificada, de una manera magistral. Y todo sin
perder esa fuerza indómita de la naturaleza que en los lienzos se convierte en fuerza plástica.
Es difícil encontrar un artista que hable de tantas cosas con tan pocos elementos. Tiene Pacheco un ramalazo de minimalista en sus formas, un toque de pintura esencial japonesa o china.
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Volviendo a la poesía: ¿no son sus dibujos de caballos, no son algunos de esos sueños de Doñana,
auténticos haikus? En todo caso y sea como fuere lo cierto es que Manuel Pacheco es uno de esos
pintores imprescindibles con el que tenemos la suerte de contar como vecino. Pacheco además es
un verdadero ejemplo de vocación y de entrega a la creación. Su forma de ser y de encarar el ser artista es similar a la contención de sus cuadros: Manuel Pacheco no se exhibe, no se prodiga; trabaja,
pinta, crea, reflexiona, pero de una manera íntima, concentrada. Se percibe y se siente que ser pintor
y creador es algo muy serio para él. Sabe la responsabilidad que tiene en sus manos.
Como alcalde de Vélez Málaga estoy muy orgulloso de poder ayudar a mostrar una exposición
de nuestro artista –máxime cuando hemos dicho que esta es sólo su tercera muestra en el municipio– Era una obligación de la Delegación de Cultura invitar a Manuel a que expusiera su última obra.
Pero además me siento especialmente orgulloso de que Manuel haya querido que escriba algunas reflexiones sobre su personal pintura, una pintura que es un canto a la vida, a la libertad y a la esencia
de ambas. Manuel Pacheco, a base de trabajo y talento, ha ido depurando la fuerza de la vida hasta
dejarla en una especie de halo sutil y bello.
Quiero agradecer a todos aquellos que han hecho posible esta exposición e invitar a todos los
vecinos de Vélez Málaga y de toda la comarca y provincia a que se den una vuelta por esta exposición
para gozar, durante un rato, de puro arte y pura sensibilidad.
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Francisco Delgado Bonilla
Alcalde de Vélez Málaga
MANUEL PACHECO
A caballo entre el arte y la naturaleza
Manuel cabalga a lomos de su pincel
por las marismas de un lienzo
que relincha pureza y libertad
H
ace miles de años el hombre sintió la necesidad de reflejar su entorno y dejar constancia de
su forma de vivir. A su alrededor toda una maravillosa naturaleza en el estado más virgen y salvaje.
Fueron las paredes de aquellas mágicas grutas las que se impregnaron inmortalmente de su
mensaje. Las más bellas escenas de caza, bisontes y caballos en manadas de gozosa libertad recorrían los campos y así quedaron pétreamente plasmadas en formas primitivas de impresión, para
que la posteridad pudiera encontrar el sentido a la vida y a sus principios.
La nobleza del caballo y su poder ganó la confianza del hombre quién aprendió a domesticarlo
y prepararlo para conquistar el mundo. Así, en adelante, observamos como la historia del hombre y
el caballo se escribe de forma paralela. No podemos imaginarnos cómo hubiera trascendido la evolu9
ción humana sin este aporte animal; lo que sí está claro es que hubiera sido distinta o al menos más
pausada. Es indudable que el caballo configuró de manera especial y el progreso de las civilizaciones.
Pero el hombre es un ser racional y sensible y como vimos en los principios del arte no solo
utiliza y canaliza la fuerza del animal para compensar su propia debilidad sino que lo observa y descubre en él un objeto de belleza.
A partir de este momento el caballo estaría siempre ligado al hombre en su faceta artística
como elemento de determinación de la acción pictórica. El caballo, por tanto, se convierte en el icono
por excelencia de multitud de situaciones a lo largo de la historia. La iconografía, en este caso, destaca sus virtudes estilísticas e incorpora una estética de la belleza ligada a la fuerza, a la bondad, a la
nobleza de su naturaleza y sobre todo se le interpreta como símbolo majestuoso del poder.
De esta manera el caballo aparece en la simbología del mundo clásico como un elemento necesario para definir, reforzar y encuadrar el objeto del mensaje. Fidias lo plasma en los bajo relieves
y frisos del Partenón. La tradición bíblica y judeo-cristiana presenta el nacimiento de Jesús junto al
equino humilde, el asno, que simboliza el calor frente al frío y la adversidad invernal.
El mundo de la fantasía y la mitología crea, igualmente, sus criaturas equinas y así observamos
la aparición de Pegasus, el caballo alado o los unicornios. La literatura clásica griega nos fascina a través de Omero, en su obra magna la Odisea, con el mayor símbolo de la estrategia y la pericia humana
“El Caballo de Troya”, aunque en este caso no fuera un ser animal.
A lo largo de la literatura son diversos los momentos en los que destacan equinos muy singulares que definen o refuerzan las imágenes y el carácter de los personajes y actores en sus diferentes
obras. Tal es así que podemos recordar a Babieca o la mustia y lánguida cabalgadura de Don Quijote
de la Mancha, Rocinante, por otro lado tan bien definido en sus grabados por Gustave Doré.
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El mundo del arte, igualmente, sigue de forma paralela el camino de la literatura. El arte egipcio, sumerio, etrusco, la famosa dinastía Zhou de China y otros muchos más, a lo largo de toda la
historia del hombre, incorpora al caballo en multitud de representaciones bélicas.
En el tránsito del gótico al renacimiento podemos observar una extraordinaria aportación de
Giotto en la obra que describe la huida de la Sagrada Familia hacia Egipto en la que se inicia el abandono del trazo negro del dibujo sustituido por la mancha de color para obtener mayor volumen en
las figuras y así conseguir mayor perspectiva en el paisaje. En el Palacio de los Medici observamos
las extraordinarias alegorías de de Durero al pintar al diablo cabalgando. Así de esta manera se va
escribiendo una singular modalidad de la historia del arte.
Un momento, especialmente importante, en la consideración del caballo como elemento artístico y definidor de posiciones y status sociales, lo marca la llegada del Renacimiento y su siglo de Oro.
De este período podemos destacar la “Batalla de San Romano,1451, (Museo del Louvre) de Paolo Ucello
donde el juego de lanzas y las posturas de los caballos crean una sensación de movimiento que ha
sido destacada por los analistas.
En este instante de la historia del arte, también se usa y se interpreta el arte equino como
el estilo más relevante para mostrar la magnitud del poder de los reyes, al realizar los pintores de
cámara y corte retratos portentosos sobre las grupas de impetuosos caballos en los que destaca el
gesto de la potente alzada en significada evidencia de dominio y poder del personaje que se presenta
en cabalgadura. Así validos y reyes se hacen pintar para dejar constancia de su status quo.
El propio Guzmán de Alfarache dejaba constancia en sus escritos de como los pintores del genero destacaban, según el caso, la anatomía del animal y otras escenas de su actividad para enfatizar
determinadas situaciones de la vida de la corte. De los grandes retratos barrocos a caballo destaca11
remos el retrato de Carlos V (1548) de Ticiano. Y entre los grandes retratos ecuestres por excelencia,
actualmente en el museo del Prado, los que pintara D. Diego de Velázquez y que son iconos destacables de esta pintura de corte. Así podemos contemplar el de Felipe IV, el del Conde Duque de Olivares
y el del Príncipe Baltasar Carlos.
Después vendrían Rubens y VanDyck, con excepcionales muestra ecuestres. A partir de aquí
nos adentramos en el siglo XVIII y en el siglo XIX con los potentes retratos de David inmortalizando a
Napoleón, quién quiso aparecer con uniforme de general y premonitorias aspiraciones a ser el más
grande emperador del universo. De esta guisa, montando impetuosamente a su caballo en ademán
dominante se hace retratar y con una altiva mirada que observa el mundo de arriba abajo.
La ilustración, no pasará de largo, y también tendrá su aportación a este género pictórico y
muy español; desarrollando toda una teoría del arte equino y de las caballerías a través de la serie que
Goya dedica a la tauromaquia. Al mismo tiempo se desarrolla una corriente artística definida como
“historicismo”. De estos momentos podemos destacar diferentes episodios, de los que citaremos por
ejemplo: “La carga de los mamelucos” que Goya realizara en 1814. El pintor aragonés comienza a dejar
constancia de hechos y pasajes de la propia historia, en este caso usando la técnica de la plumilla y el
grabado para desarrollar todo un tratado sobre lo que serían los antecedentes de la Fiesta del Toro.
En un salto hasta el siglo XX podemos concluir con una de las obras de la épica trágica contemporánea. Tragedia que representó para el mundo la aportación del cubismo universal a través del
espectacular lienzo del “Guernica”, y en cuya obra, Pablo Picasso, destaca como uno de los elementos
más descriptivos de la obra la figura del caballo como elemento catalizador, por su expresividad, del
dolor y la angustia. Todo un símbolo universal del horror de la triste contienda bélica española.
Una vez realizado este breve paseo equino por los entresijos del arte histórico y de las formas
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de interpretar esta unión del hombre junto al más noble de los animales de compañía debemos dar
la bienvenida y centrarnos en un maestro del dibujo con palabras mayúsculas porque mayúsculo es
su recorrido por este mundo del arte y en especial por su capacidad y sensibilidad artística demostrada en el tratamiento y presentación de la belleza que subyace en la intima naturaleza que solo él
y unos cuantos elegidos han descubierto.
Aquí en este punto preciso nos encontramos con MANUEL PACHECO y una excepcional muestra que ya ha visitado otros recintos plenos de noble aristocracia y calado. Concretamente esta exposición fue presentada, no hace mucho, en los Reales Alcázares de Sevilla. Lo cual engrandece este
aparentemente simple gesto de Manuel Pacheco, de trasladarnos hasta nuestra ciudad la prueba del
gran nivel intelectual y plástico de este artista que tenemos frente a frente.
MANUEL PACHECO, se licenció en Historia del Arte, en Sevilla, por pura pasión, llegando a ser
catedrático de esta materia que impartió en distintos centros siendo el Instituto Reyes Católicos de
nuestra ciudad en el que su actividad fue más prolongada y en el que cerró su etapa educativa.
Por ceñirnos en este trabajo podemos decir que el mismo supone un apasionado proyecto de
campo en el que la observación y el seguimiento de la vida animal del coto es la base que conforma
el guión de la misma, aunque aparentemente pudiera parecer más propia de los ornitólogos o los
biólogos de la Estación Natural que de un artista.
MANUEL PACHECO, en este caso se convierte en un cronista plástico de las arenas y se queda en
el coto marismeando como un súbdito más de la amplia colonia de habitantes que se congregan en
este espacio idílicamente natural. Antes que el estuvieron reyes y personajes de la alta ilustración pero
quizás no vivieron con la misma intensidad que él se propuso vivir; una experiencia sin par que hoy
nos cuenta con espléndidas imágenes, con su palabra, en este caso convertida en su lápiz y su pincel.
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En esta ocasión, el maestro no solo nos aporta una visión ecuestre de estos nobles compañeros del hombre sino que nos adentra en un viaje apasionante por la naturaleza más inmensamente
pura que existe en el viejo continente, en este paraíso, hoy “Patrimonio Universal de la Biosfera, el
Coto de Doñana”; donde descubre la diversidad biológica de este lugar.
Por ello, el pintor, nos descubre en esta exposición que su espíritu trasciende más allá del color,
de la pintura y del carboncillo y nos muestra una de sus más bellas experiencias vividas en el seno de
la madre naturaleza, en el interior de la marisma, donde ha comprendido el misterio de la noche y el
día y donde compartir la vida con los habitantes de este espacio adquiere el valor superlativo de su
encuentro con la libertad.
Manuel Pacheco nos trae fotográficamente plasmado en sus dibujos y pinturas diversos momentos estelares de la vida salvaje. Su dominio de la técnica del dibujo le permite hacer estas concesiones para la galería de expertos. Refleja una vida salvaje de la que ha sido capaz de extractar los
instantes de la máxima belleza de lo cotidiano, de las tareas rurales.
En la búsqueda del caballo de las retuertas, Manuel Pacheco, se encuentra, entre otros, con el
misterioso lince Ibérico y con el flamenco retrepadamente elegante mostrando su esbeltez como el
don de su aristocrática genética aviar, así como circunstancias e instantes de la exquisita plasticidad
que ofrece este hábitat y que fielmente ha captado para su obra.
Y en ese entorno, Manuel se encuentra con la marisma, su color, su acento y su poesía. En ella
el Caballo marismeño, pura raza, caballo que los Hermanos Peralta, grandes amigos, sugerían que
Manolo inmortalizara. En otro ámbito los equinos más antiguos de Europa, los Caballos de la Retuerta, protegidos en su coto desde que Doña Ana de Silva de Mendoza, esposa del séptimo Duque de
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Medinasidonia diera su nombre al lugar dedicando aquellas tierras, de su entonces propiedad, al fin
de la conservación de las especies.
Manuel Pacheco, por tanto, ha sido capaz de captar la imagen ancestral del coto y la imagen
actual. Ha unido la historia con sus pinturas magistrales y nos ha mostrado el lugar desde el que se
siguen transportando los equinos desde Almonte a las marismas; en una sacra tarea en la que los yegüerizos peregrinan con sus miles de caballos hasta el lugar de destino. Este proceso conocido como
“la Saca” también queda inmortalizado por el grafismo suelto, sereno y conciso de este maestro por
redundancia de la pintura y el dibujo, usando el color propio y adecuado sin alterar la belleza natural
de estos imponentes atardeceres.
Manuel, definitivamente, ha querido ofrecernos un gesto vivo de su capacidad artística. Ha
querido estar con su pueblo de acogida Vélez Málaga y por ello nos presenta no solo una exposición
excelente, sin más, sino que nos muestra una experiencia de su vida para que podamos compartir
con él la grandeza de uno de los más importantes espacios naturales del mundo y las emociones de
ser caballista en las marismas del Rocío.
Con toda mi admiración y agradecimiento por esta magnífica muestra, enhorabuena.
José Antonio Fortes Gámez
Concejal de Cultura
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Corrían los años ochenta
y sin saber la marejada que espera,
Marismeña y yo encontramos esta tierra
donde vivíamos festejos, galopábamos valles,
trotábamos playas y pisábamos aceras.
INTIMIDAD VELEÑA
Era de montura suave,
noble, leal y fina de caña,
aires elevados y despierta al miedo,
fiel a sus tres sangres y a su color de canela.
Ahí estábamos los dos:
tú, como siempre, a lo tuyo,
reunida y colocada,
olisqueando las flores de papel
que adornaban las carretas.
Detrás, Vélez-Málaga
con su fortaleza y su barrio de la Villa.
¡Dios, Marismeña! a qué buen elenco
nos ha traído la vida.
Y Vélez... tan profunda y marinera,
llena de luz, Historia y grandeza.
No tuve temor al vuelo por muy lejos
que estuviera mi verde tierra.
Aunque no quise olvidar mi historia,
aquí estoy para pintar y respirar
tus aires los años que me quedan.
Llevamos siete lustros
junto al mar, del sur llamado,
y para mí es mejor ser reconocido que ser amado.
Manuel M. Pacheco
D I B U J O S
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Quizás aquella mañana oí tu voz
en las turbias aguas de las marismas,
que si no pintaba tu coto, sería una frustación de dos:
Tuya y mía.
¡En qué compromiso me pusiste
si no conocía tu tierra!
Te conozco a ti
porque voy a verte cuando estás sola.
Lo decidimos rápido, no hizo falta más largos.
Se empezó la aventura y con ella tu encargo;
nunca me había propuesto algo así
Persona tan importante...
Se comenzó y terminó la obra,
nadie sabe ni adivina lo que ha costado la historia;
al final mereció la pena...
Rocío... ¿estás contenta?
Manuel M. PACHECO
Ó L E O S
dimensiones 162 x 130 cm.
El último encuentro
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La Hermandad del Rocío de Ronda hace camino cruzando Doñana
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Ese día no hubo cacería
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El ánsar, pico al viento, llega a las marismas
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Lince ibérico
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El traslado
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El secreto del flamenco
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Divino pecado
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La saca de yeguas
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Edita:
Ayuntamiento de Vélez-Málaga
Delegación de Cultura
Alcalde Presidente
Francisco I. Delgado Bonilla
Delegado de Cultura
José Antonio Fortes Gámez
Coordinador de Cultura
Salvador Gutiérrez
Textos:
Francisco I. Delgado Bonilla
José Antonio Fortes Jiménez
Fotos:
Dibujos: Claudio López
Óleos: Damián González
Diseño, Maquetación e Impresión
Gráficas Axarquía, s.l.
Urb. Rubeltor, c/ Río Genil, 3 bajo / Vélez-Málaga
Telf.: 952 50 25 98
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